Caminaban en silencio. Ya era tarde cuando los dos decidieron salir de la casa de Tristana. Teemo se quedaría más tiempo, ya que necesitaban hablar para los siguientes pasos a seguir con el plan.
Cuando los dos se alejaron de la ciudad, el cielo ya se había tornado azul oscuro, presagiando una noche estrellada. Lulu quería decir algo para alentarlo y mejorar su humor, pero la expresión sombría – más de lo usual – de su amigo no ayudaba en ello. Así que optó solo por andar con la boca cerrada. Por muy aburrido que fuese.
Veigar en cambio seguía ensimismado. No podía creer lo que había hecho. Inclinarse ante esos yordles rogando por ayuda. Era inaceptable.
Pero fue un reflejo de su desesperación. Necesitaba su magia. Todo lo que dijo a Tristana no era mentira. La magia, los hechizos y sus poderes era lo que le definían. Eran parte de él, de lo que representaba para sí mismo. Y no poder hacer magia le resultaba inaudito.
Por eso cuando descubrieron, Lulu y él, que su magia había sido anulada, no pudo más que entrar en desesperación. No podía aceptarlo.
Por eso inclinarse ante ellos fue su única alternativa. Por eso le temblaron los brazos cuando dijo aquellas palabras. Y por eso las lágrimas que ocultó bajo su sombrero, señal de su impotencia por no poder nada por él mismo en ese momento. Por suerte nadie notó eso ultimo. Sería lo más bajo que habría caído. Miró a Lulu por el rabillo del ojo, viendo que interactuaba con su hada acompañante, sonriendo y estando tranquila. Usualmente activa y emocionada por todo, al parecer estaba siendo prudente y serena con él.
Fue la primera en levantarse y dar un paso al frente. No dudó en tenderle la mano incluso antes de pedir ayuda. Algo dentro de él se removió. Gratitud. Y lo odiaba. No le gustaba estar agradecido y recibir ayuda. Una cosa era pedirla (como última opción). Pero recibirla de forma incondicional, era espantoso. Agitó la cabeza removiendo esos pensamientos y sentimientos, enfocándose.
La cosa ya estaba hecha. Sus palabras ya fueron dichas. No quedaba más que aceptarlas y seguir. Aunque sintiera cosas bonitas y feas por igual. A pesar del duelo interno que siempre abordaba cuando su lado yordle salía a flote.
Después de recuperar su magia, intentaría tomar distancia de todos. De la ciudad de Bandle. De los dos metiches que se convirtieron en aliados temporales.
Y de Lulu. Porque realmente era una astilla difícil de quitar.
Solo habían sido dos conocidos, pero con el tiempo y la convivencia – aunque fuese poca – se había ganado cierta confianza.
Aceptarla como amiga sería aceptar debilidad. Pero negar esa debilidad sería mostrar debilidad en sí misma. Por eso, aun contrariado, podía aceptar ese lado. Y por eso mismo, necesitaba estar lejos de ella. Porque sus planes no habían cambiado. Sus metas seguían en pie. Y todo lo que siempre ha proclamado y versado de sus objetivos no han cambiado de rumbo. Y eso seguro le dolería a ella. Aunque conociéndola, solo se reiría y convertiría su taza de café en chocolate rosa.
Bueno, podría hacer excepciones en su futuro autoexilio.
Ambos se detuvieron, mirando como el camino iba hacia la derecha. Perdiéndose entre maleza y arbustos. Veigar miró a Lulu, que podía leer sus intenciones.
–Iré a mi torre – Lulu extendió su mano para hablar, pero él levantó la suya propia, deteniéndola –. Estoy mejor. Solo… quiero un momento a solas – avanzó siguiendo el camino, sin mirar atrás –. Nos vemos mañana.
Lulu le miró alejarse, aun sin decir nada.
La parte suya, esa Lulu alocada, quiso ir tras él y sacarle al menos un poco de ira. Hacerle explotar emocionalmente como siempre lo hacía cuando lo visitaba. Cuando volvía de sus viajes cada cierto tiempo.
Pero no lo hizo. No era el momento. Y entendía el por qué.
Lo vio perderse en el camino, camuflado ahora entre la oscuridad y las plantas, irse hasta ya no verlo. Su respiración solo pudo expresar melancolía, aunque también aceptación. Miró a Pix posando en su cabeza, acariciándole su oreja con cariño, transmitiéndole esa seguridad y tranquilidad que necesitaba. Muy en el fondo, esperaba que Veigar pudiese sentir algo así al menos una vez.
Tardaron un rato en llegar a casa. Era fácil detectarla, pues unos hongos plantados en el porche saludaban con buena gana hacia su dueña. Ella misma los había plantado, sintiendo que en su hogar vendría perfecta. Y no se equivocaba.
Cerró la puerta al entrar, aplaudiendo dos veces haciendo que unas flores, sujetas en la pared cerca del techo, se iluminaran abriendo sus pétalos. Quitó su gorro, quejándose del cansancio. Cansancio emocional. Miró a Pix perderse en su habitación, seguramente yendo a dormir. Ella haría lo mismo. Comió en casa de Tristana, por lo que hambre no tenía. ¿Y una ducha? Lo tomaría mañana. Ahora no estaba de humor. Veigar le contagió su ensimismamiento como si fuese resfriado.
Cuando entró al cuarto, Pix estaba arriba de una flor, usando de almohada una pequeña manta doblada, y otra más extendida sobre él. Ya listo para descansar. Ella comenzó a copiarle, quitando su gabardina y su calzado, quedando solo con sus pantalones y una blusa. Pudiera estar en paños menores como noches pasadas, pero ahora no se sentía de humor. Su bastón quedó a su lado, recargado cerca de la cabecera. Y ella se metió en la cama, cubierta hasta el cuello, con la cabeza bien posicionada en la almohada. Veigar había dormido aquí las noches anteriores. Fue bonito tenerle de compañía, incluso siendo un gruñón.
–¿Crees que se encuentre bien, Pix? – giró hacia su compañero, que solo pudo mover la mano con simpleza –. Si, sé que no debo de prestarle mucha importancia. Pero me preocupa – recordó cuando él se inclinó ante sus amigos… y ante ella. Cuando habló con esa voz apagada y sumisa. El temblor de su cuerpo – porque ella notó que no solo sus brazos lo hacían – cuando decía cada palabra. Y por, sobre todo, las lágrimas que derramo en pleno acto. Eso le había afectado en sobremanera. Solo una vez vio a Veigar derramar lágrimas. Y fue cuando se trató de su pasado. Fue cuando insistió tanto en saber más de él. Cuando casi lo hizo llegar a la histeria total – como hoy a medio día – que decidió contar su vida con tal de que cerrara la boca.
No fue detallista. Solo contó lo que debió ser contado. Y siempre dándole la espalda y mirando hacia la ventana. Le ordenó que, si iba a contarle algo de él, lo haría si se quedaba quieta donde estaba, mientras relataba lo acontecido. Y ella aceptó, ya que quería saber más de su forma de ser. De quien era. Pero aun dándole la espalda, sin si quiera cambiar el tono de su voz o incluso temblar, ella sabía que derramó lágrimas. Ahí supo que todo lo que le contó, era ni por asomo lo peor que había presenciado o sentido. Desde ese momento, ella dejó de indagar más. Y fue la única vez que le vio llorar. Hasta ahora.
–Haremos lo posible para que mejore. Nos encargaremos de que así sea – alzó su puño con decisión –. Por todas las cosas lindas, adorables y felpuditas, prometo que así será. ¿Estás conmigo, Pix? – cuando volteó, Pix ya estaba roncando. Pero en respuesta, levantó su pulgar como afirmación. Sea consciente o no, sabía que Pix le acompañaría en su misión. Y al fin, en la noche, pudo retomar un poco de su buen humor, presagiando un nuevo día con buenos ánimos.
Durmió a pierna suelta, mentalizada, antes de caer rendida por completo, que se encargaría de apoyar a su amigo.
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Por su lado, Veigar era otro cantar.
Llegó a su torre con un semblante derrotista. Sentía sus extremidades pesadas. No estaba en el mejor humor de todos. De hecho, estaba muy deprimido. Las cosas salieron peor de lo que esperaba desde el viaje a las islas. Y lo único que quería hacer, por ahora, era llegar a su torre y tomar un buen sueño.
El entorno de por si era deprimente, no ayudaba en su estado de ánimo. Pero con llegar a su hogar, sería suficiente para poder alejar toda esa pesadumbre. Cuando abrió el gran portón de su torre, lo que le recibió fue peor de lo que esperaba.
Con lo primero que vio fue suficiente para saber lo que había pasado con los demás. Avanzó hasta llegar a su súbdito caído. Inerte al lado de las escaleras que subían a su segundo piso. Acostado de espaldas, con un plumero en su mano floja. Sin brillo en sus ojos. Sabía lo que significaba eso. Y sabía que había pasado con los demás. Con solo ver a su izquierda, yendo para una gran sala, vio a otros dos, con capas oscuras como su vestimenta, acostados en medio como quien apaga el funcionamiento de un robot al instante.
Con algo de compasión por sus creaciones, levantó a los tres y los puso en un rincón cómodo de sus respectivos lugares de oficio. Uno recargado al lado de la escalera, sentado como quien espera a alguien. Los otros dos sentados en los sillones acolchonados. Sabía que habría mas repartidos por su torre, pero por ahora eso era un comienzo.
No tardó en escuchar el sonido de varios pasos avanzando hacia la entrada. Él solo pudo sujetarse bien de su báculo, y les esperó. Desde arriba y cayendo a trompicones, su grupo de séquitos malvados llegaron hasta él con caras muy preocupadas.
Todos corearon lo mismo cuando llegaron arremolinados a sus pies por no tener una buena orden de llegada. Una amalgama de cuerpos yordles que alzaron la vista cuando lo vieron al frente.
–¡Lord Veigar!
Escucharlos decir su nombre no le dio ninguna satisfacción. No estaba de humor, así que solo señaló hacia la sala de estar, por el lado derecho de la entrada. No sabía por que tenía una sala de recibimiento de visitas, pero su alto modisto había sugerido eso por el bien del diseño de la torre malvada. Le encontraba inútil al principio, pero viendo la situación actual, no pudo mas que estar de acuerdo al final. Es útil.
Se sentó en una de las sillas, mientras los demás le miraban al frente, esperando su orden. Veigar levantó su mano. Su aspecto era cansado, pero sus seguidores necesitaban respuestas.
–Pregunten – dijo. Y de repente, todos hablaron al mismo tiempo. Preguntas aquí, acusaciones allá. Cuestiones sin sentido y exclamaciones de preocupación. Frunció el entrecejo, fastidiado. Volvió a levantar la mano, y todos callaron –. Uno a la vez – señaló al yordle con plataformas –. Alto modisto.
–Gracias, Lord Veigar – él asintió. Carraspeó su garganta –. Lamento si mi pregunta es ofensiva, mi lord, pero intentando ser consciente de nuestra situación… ¡¿Qué diablos ha pasado?! – de repente, el dramatismo del modisto salió a flote como globo bajo las aguas – Estaba preparando todo para la nueva gabardina que me había encargado, cuando de repente todos los súbditos cayeron. No hubiera sido problema si no fuese que, junto con ellos, todas las maquinas y herramientas de nuestros trabajos han dejado de funcionar – miró a un yordle regordete con cejas prominentes –. Numero cuatro se quedó sin la magia de sus herramientas. Numero tres se quedó a media fusión de cristales porque, también, sus herramientas dejaron de funcionar – señaló a un yordle con un aditamento grande en su cabeza –. ¡Y numero dos puede hablar bien!
–¡¿Qué está pasando, mi lord?! – su lacayo, que antes podía entenderle tanto como a Lulu mientras hablaba con la boca llena de pastelillos, ahora podía escucharle fuerte y claro. Además de ver como su rostro, antes cubierto de tinieblas y ojos luminosos, ahora se mostraba claro y sin ningún tipo de oscuridad – ¿Qué le ha pasado a toda la torre?
Todos sus sirvientes le miraron con expectación en sus rostros. Y Veigar solo pudo cerrar sus ojos.
La torre no solo funcionaba de forma autónoma cuando no estaba. La torre en si era una extensión de él. De su magia. Al haber perdido la habilidad de poder manifestar sus hechizos, también los que trabajaban en segundo plano fueron eliminados. Y eso llevaba tanto a sus súbditos oscuros como todas las herramientas y habilidades mágicas que implantó en sus propios sirvientes. Por eso toda la torre quedó patas arriba.
Se pasó la mano por el rostro, ahora no solo deprimido. También frustrado. Más de lo que ya estaba. Una cosa era solo él, pero que afecte también a su circulo externo… era peor de lo que esperaba.
–… he perdido mi habilidad de hacer hechizos – dijo. Las reacciones de todos fue el clásico gemido de sorpresa –. No puedo hacer ni un simple hechizo de iluminación. Todas mis habilidades no están.
–¡Eso es imposible, mi lord! – quien habló fue número cuatro –. Runaterra no puede esperar ser dominada por su magnifico y grande poderío si no tiene su magia.
–Pues es lo que tenemos, número cuatro – lo siguiente que salió de su boca, fue con mucho pesar. La situación lo ameritaba, por lo que no tenía opción –. Por ahora, mis fieles seguidores, el séquito del grande y poderoso mago Veigar… ¡Se dispersa! – otro gemido de sorpresa de sus seguidores – ¿Qué es esto? ¿El concurso anual de inhalaciones sorpresivas?
–Amo Veigar, pero, ¿cómo se le ocurre? – la maga de los espejos le miró atónita.
–No puede haber una conquista sin un conquistador. No puede haber un conquistador sin poder. Sin poder no puede haber una conquista. Es pura lógica, maga reflectora – se levantó de su asiento, dejando aun a todos con palabras en la boca –. Tómense unas vacaciones. Vayan a una playa, siembren cosechas, visiten a algún familiar; hagan lo que quieran. Por ahora, el grande y poderoso Veigar, queda indispuesto a la conquista.
Y con ello, salió de la sala, dejando a sus sirvientes atrás. Subió las escaleras hasta llegar al tercer piso. Siguió por un pasillo largo hasta la última habitación. Al entrar, cerró la puerta con pestillo. No sin antes colocar su clásico letrero en la cerradura externa con el texto «no molestar» con la cara de él amenazando con la mirada.
No prendió nada. La oscuridad en su cuarto siempre le había gustado. Bueno, solo cuando estaba interesado en leer algún libro antes de dormir prendía alguna vela. Ya sea de magia, historia o algún relato escrito por algún famoso en Runaterra. Pero esta noche no era el caso. Dejó su báculo al lado de su cama y saltó encima con el rostro hundido entre sus sabanas oscuras. Se quitó los guantes de hierro y su pesado abrigo. Su sombrero lo dejó reposar en la cabecera de la cama, estando solo con sus pantalones. Aventó el calzado metálico, quedando casi libre de toda su vestimenta.
Aquí se sentía seguro. Nadie le vería y dudaba que alguien se atrevería a hacerlo… bueno, ahora que no tenía magia para usar, seguro alguien si podría atreverse. Pero los que sabían eran de confianza. Al menos la mayoría, porque los dos restantes que pensaban apoyarle no contaban como tal.
Tristana y Teemo estuvieron de acuerdo en apoyarle. Pero el plan a trazar era largo y tedioso. Algo a largo plazo. Cosa que le desesperaba, siendo tan ansioso como era. Pero las metas grandes no se alcanzan con prisas, por lo que planea seguir esos pasos. Aun cuando le fastidiase la idea.
Pensó en sus seguidores, y no pudo mas que lamentar la idea de no tenerlos. Pero estando el sin habilidades mágicas, sería propenso, algún día, a ser atacado por uno de ellos. Era mejor alejarlos estando aun con la sensación de tener poder, que tenerlos cerca y que algún día llegasen a aprovecharse, y piensen quitarle su puesto de gobernante. Lo que menos quería es que la jerarquía de poder se vaya al garate.
Pensó en Lulu. Y que también sería participe en recuperar sus habilidades. Su altruismo algún día podría costarle caro. Ese pensamiento le removió dentro, pero ignoró ese hecho.
Se cubrió hasta el abdomen con la manta, sintiendo su textura en el pelaje irregular por las cicatrices. Maldijo en sus adentros sentirse débil. Como necesitaba su magia…
Cerró los ojos con expresión mortificada. Y durmió de la misma forma. Esperó soñar, al menos, algo apacible.
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En casa de Tristana la cosa pintaba de otra forma. Ella y Teemo se encontraban sentados en la misma mesa donde comieron la sopa a medio día. Ambos estaban con una taza al frente. Ella con té y el con una de café. Teemo pensó que, seguro, no podría dormir después de esa taza. Pero nada como un poco de ejercicio extenuante y un baño no pudiesen ayudar.
Estaban con un foco prendido en el techo. Su luz era de un tono blanco azulado, funcionando de forma independiente con un interruptor gracias a la tecnología hextech. Regalo de Heimerdinger antes de separarse después de una visita de Tristana para una mejora de su cañón Boomer. Los dos miraban una pequeña lista de opciones. Los dos algo meditativos, pero nada que ellos no hubiesen podido resolver antes.
–Así que, ayudaremos a Veigar – Tristana lo dijo mas como un escepticismo que como una pregunta. O afirmación –. El detalle está en que no podremos tenderle una mano cuando salgamos de Bandle.
–Un poco de entrenamiento de explorador ayudará – levantó su pulgar con una sonrisa –. Pero como dijimos, no será algo de la noche a la mañana. Tendremos unas semanas de entrenamiento antes de partir si quiera a Valoran.
–Bueno, al menos si recibe buen entrenamiento no será una carga para nosotros cuando salgamos a buscar la ayuda que Lulu nos dijo – bebió de su taza. El té quemó parte de su garganta, sintiendo cierta satisfacción a ello –. Iniciaremos mañana en la mañana. Y prepara esa lista de opciones de entrenamiento.
–Descuida. A como se ven las cosas, no habrá opciones. Ya que no tendrá elección a elegir – sonrió entre dientes. Eso solo significaba una cosa para ella.
–Planeas darle tú mismo entrenamiento, ¿verdad?
–Si tanto quiere su magia, debe luchar por ella. Los exploradores nos ganamos las cosas con esfuerzo y disciplina.
–Pero él no es un explorador, Teemo. No lo vayas a desvivir antes de tiempo – se detuvo un momento –. ¿Sabes qué? Hazlo. Mejor para todos.
–No quiero que Lulu me convierta en una ardilla – y ambos se echaron a reír.
–Estoy aun sorprendida que esos dos sean muy amigos – se tomó todo el té de golpe. Teemo seguía con su taza. Pero al ver bien, esta ya se había acabado. Lo había bebido todo –. ¿Viste cómo él se queda sumiso?
–Yo digo que era lo que necesitaba. Alguien como él debe de tener un buen amigo a su lado. Y si ese alguien es Lulu, ¿qué mejor?
–Solo espero que no sea contraproducente para ella. Eso es lo que me preocupa.
–Bueno, como has dicho, lo controla bien. Hoy ha sido la prueba de ello – Teemo se levantó de un salto –. Bueno, procedo a hacer ejercicio. Ese café va a hacer que no pueda pegar ojo. Así que tendré que ejercitarme un rato.
–Te acompaño a la puerta – Teemo iba a pasar directo, pero giró antes de salir para ir atrás del sillón de la sala y sacar su hongo apapachable –. ¿Es en serio?
–Nop – le tendió el muñeco a Tristana. Ella lo agarró –. Te lo regalo.
–¿Y por que yo quisiera tener esta cosa?
–Es pachonsito, suave y muy cómodo. Sirve para dormir – salió hacia el porche –. Además, como lo odias, seguro después te acostumbras si lo tienes cerca.
–Yo no odio los hongos. Odio tu obsesión con ellos – puso sus manos en sus caderas. Aun así, no soltaba el hongo en su mano.
–Pues sería hora que fueras la artillera hongo, ¿no crees? – Teemo se agachó cubriéndose la cabeza. Una llave de dos bocas salió disparada. Teemo rio y salió corriendo para evitar algún otro objeto letal. Y si no daba con algo, seguro terminaría usando su cañón –. ¡Nos vemos mañana!
–¡Condenado yordle demente! – gritó alzando el puño. Iba a gritar mas cosas, pero al ver que había más yordles alrededor, decidió omitir palabras altisonantes. Fue por su llave lanzada y se metió a su casa lo más rápido posible. No le gustaba llamar la atención. Solo en combate, pero de ahí a cosa sociales, mejor pasaba de ello.
Miró el muñeco en su mano. El hongo de color verde con motas moradas. Su textura era suave. También esponjoso. Odiaba admitirlo, pero en verdad parecía perfecto para acomodarse con él y tomar una siesta. O dormir. Negó con la cabeza a la vez que su sonrisa se acentuaba.
–Ahora entiendo porque en su grupo lo tildan de loco – abrazó el peluche –. Guau. En verdad es suave.
Se fue a lavar las tazas y los trastes. Después un baño y a descansar. Así como él, mañana tendría un día ajetreado. Seguro los acompañaría para la rutina.
Continuará...
