Abrió la puerta con un bostezo largo. Seguía en pantalones, y sus botas metálicas fueron remplazadas por unas pantuflas de azul oscuro. Encorvado, y con los ojos somnolientos, salió de su habitación. Aún era muy temprano, pero no podía darse el lujo de descansar mucho. Le esperarían para reunirse con Tristana, por el acuerdo de la tarde de ayer.
Se maldijo por estar en esa situación. Rascándose el trasero, caminó por el pasillo hasta llegar a las escaleras y ver toda la zona desde arriba. El silencio era denso. Y a sus oídos: extraño. No había sentido esa quietud desde hace muchos años, cuando recién había iniciado su carrera como mago maligno. Y ver todo el panorama actual, solo le hacía sentir que había retrocedido en vez de haber avanzado.
Se talló los ojos con sus manos desnudas. Iría por un poco de café para ponerse al día.
Bajó hasta llegar a la zona del comedor. Grande y algo ostentoso. Sacó una taza de la alacena, sirviéndose un poco de agua de un barril purpura oscuro. Presentación maligna para el mago maligno. O ex mago maligno, se dijo así mismo.
Cuando la taza quedó llena, la sostuvo con su mano al aire, mirando con detenimiento el recipiente, solo para suspirar frustrado y darse una palmada en la frente. ¡No tiene acceso a su magia! ¡Lo había olvidado! Regañándose, fue hasta la chimenea y puso unas cuantas leñas ya cortadas. Colocó cuatro pedazos y fue en busca de algo que pudiera hacerle encender. Servilletas servirían. Y un poco de aceite. Chocó dos trozos de piedra que estaban al lado de la estufa (algunos súbditos no usaban su magia para cosas domésticas, así que se adaptaron para conseguir herramientas manuales) y listo. Llama encendida.
Al final tuvo que usar un recipiente más grande. Sus guantes estaban en su habitación, por lo que sostener su taza caliente no era lo más óptimo. Y tampoco tenía un hechizo para protegerse la boca de quemaduras. Las opciones se le redujeron drásticamente.
Volvió a sentir el denso silencio de su hogar. Solo escuchando el crepitar del fuego en la leña. Y no pudo haberse sentido más desolado como ahora. En verdad se habían ido. Y aun cuando tuvo satisfacción el que le hayan obedecido, el hecho de quedarse solo le había dado un sentimiento amargo.
Apretó el puño, enojado consigo mismo.
Se supone que no debía de afectarle. Por algo era el maestro del mal, ¿no? Alguien que no necesita de otros para sentirse bien. Un villano que puede hacerse valer sin la necesidad de compañía ajena. Y aun así, ahí se encontraba esa cosa. Ese hueco que se acentuó justo esta mañana.
El sonido de la tapadera temblando le sacó de su ensimismamiento. El agua estaba lista para el café.
Se lo preparó amargo. Sin nada de azúcar. En su mentalidad de villano, seguro eso podría alegrarle la mañana. Si podía incrementar su amargura, podría olvidar el sentimiento de soledad para así enfocarse, y sacar a flote su parte maligna. Si. Si. Sería lo mejor.
El tocar de la puerta le detuvo a medio sorbo. Alguien había llegado. Y dentro de él, algo saltó de alegría. En su cara, una mueca de disgusto.
Caminó con paciencia, pasando de largo al súbdito recargado en las escaleras.
Abrió la puerta, y unos brazos lo alzaron con efusividad. De nuevo, dentro de él volvió a sentirse feliz. Pero el otro lado también se sintió horripilantemente enojado. Iba a gritar impropios, pero la cabellera purpura lo dejó en blanco. Lulu le había dado una visita.
–¡Buenos días, Veigar! – lo sacudió en el aire. ¿Cómo es que tenía la fuerza para levantarlo? – Uy, lo siento. ¿Te agarré en tu rutina mañanera? – le depositó en el suelo, aun sonriente, pero con las mejillas algo coloradas mientras le miraba el cuerpo. Y lo entendió. Su ausencia de ropa.
Podía haber dicho algo, pero ya le había visto así días atrás. No tenía caso. Solo le enarcó una ceja, esperando a que hablara. Ella entendió, mirando hacia Pix de forma desinteresada.
–Bueno, como acordamos vernos con Tristana hoy en la mañana, quise primero venir a visitarte. Quería saber cómo estabas.
–Estoy bien – iba a cerrar la puerta, pero un bastón le detuvo.
–¿Puedo pasar? – la palabra no la tenía justo en la punta de la lengua, pero la otra parte se impuso. Abrió la puerta con un suspiro, dándole libre acceso. Ella saltó hacia dentro, mirando hacia todos lados con emoción. A los segundos, esa mirada cambió poco a poco en consternación. Luego a interrogante. Miró al mago con las cejas levantadas –. ¿Qué les pasa a los sirvientes? ¿Y tus amigos? ¿Dónde están?
–Mis súbditos están muertos – dijo caminando hacia el comedor –. Y mis leales sirvientes tomaron unas vacaciones.
–Eso es muy raro. Tu nunca les das vacaciones. De hecho, les das más trabajo. Y sin pagos por las horas extras – estaba encima de su bastón, flotando en un espacio hueco de la cocina. Pix revoloteaba alrededor, mirando todo con curiosidad. También extrañado por la falta de compañía en la gran torre.
–Mi magia fue anulada, Lulu – le recordó. Estando apoyado con los codos en la mesa –. Ahora estoy solo. Mis creaciones muertas. No vale la pena tener seguidores si no tengo el poder para poder controlarlos.
–¿Significa que los corriste? – se tapó la boca por la sorpresa. Él sonrió a media mueca.
–En palabras amables… sí. Los corrí.
–… eso fue cruel – su tono no era nada amigable. Era, de hecho, de reproche. Casi de regaño –. Ellos eran tus amigos.
–Y yo soy un dulce de arándano – Lulu se bajó de su vehículo volador y lo alzó encima de ella, amenazante –. ¡Ni se te ocurra!
–No creo que fuera necesario – lo bajó hasta tocar la base en el suelo –. Ellos eran tus amigos.
–No hay amistades dentro de los planes del gran mago Veigar.
–Pues yo veo a la gran bola de amargura estar más solo que un sapito feo.
Ambos se miraron fijamente. Ella con la expresión seria. Él con algo de sorpresa. Muy disimulada. Abrió la boca para decir algo, queriendo contrariar su argumento, pero la voz alegre de Lulu fue más rápida que la suya propia. Retomando el tono feliz que siempre la caracterizaba.
–Oh, bueno. ¿Y qué desayunaste? Digo, porque te veo recién levantado. Y… algo expuesto – su mirada coqueta le miró de arriba abajo, haciendo que al mago se le subieran los colores, cubriéndose con sus manos su cuerpo.
–A parte de loca, demasiado atrevida – y ella volvió a reír. Saltó hasta estar cerca de él y le miró el abdomen.
–No veo esa pansa rechoncha cuando alguien termina de comer algo. Eso deja en evidencia tu falta de comida – puso sus manos en sus caderas –. No has desayunado, ¿verdad?
–¡El gran mago Veigar no necesita desayunar para iniciar su día! – el rugido de su estómago sonó fuerte y claro. La sonrisa de ella incrementó de forma burlesca. Él solo pudo desviar la vista –. Aunque, los grandes magos pueden prepararse algo de comer antes de partir en un viaje.
–Deja que Lulu se encargue. ¡Tremendifero! – y con la cabeza del bastón, chocó el suelo al frente de ella. Su gorro normal pasó a ser uno de cocinero, y un delantal a juego estaba puesto encima de su ropa –. Chef Pix, ¡es hora de cocinar! – Pix llevaba un mismo gorro, pero mas pequeño. Voló contento con la idea.
–¡Oye! Yo no te di permiso para…
–Hop, hop hop – aplaudió tres veces, y la silla lo acercó a la mesa al punto de salírsele un poco de aire –. No tienes a tus amigos para que te hagan el desayuno. Y tus súbditos están indispuestos. Deja que tu amiga Lulu haga esto por ti. Yo y el chef Pix haremos un excelente desayuno.
–¡Pero yo puedo hacerme mi propio desayuno! ¡Con un demonio!
–¡Vamos, amigo hada! ¡Adelante! – y Pix revoloteó feliz, siguiendo a su amiga.
–¡Aaaaaaaagh! – Veigar lo único que pudo hacer era estampar su cara en la mesa. Odiaba tanto no usar magia. Al fondo, escuchaba el choque de cubiertos y sartenes.
~0~0~0~0~
Boomer se quedó al lado de la entrada de su casa. Hizo estiramiento de piernas y de brazos, cruzándolos uno con otro. Arqueó su espalda mientras se estiraba a cuerpo completo. Cuando sintió que estaba lista, inició su rutina matutina de trotar por la ciudad y las afueras.
Toda la ciudad se encontraba callada. Aún era demasiado temprano para si quiera tener que ver los negocios abrir, pero no significaba que no hubiera uno que otro yordle rondando por la zona. Algunos eran como ella, iniciando una rutina de ejercicio. Y no era de extrañar, pues eran de la división de artilleros o exploradores. Lo sabía porque conocía a la mayoría de ellos. Le saludaban cuando iba de paso al lado de ellos.
–¡Buenas, capitana Tristana!
–Haciendo ejercicio matinal, ¿eh, capitana?
–¡Buen día, capitana! ¡A iniciar un buen día!
–Hoy traje un batido, capitana. ¡Para tener energía!
–¿Quieres un hongo?
–¡Aaaaaahh! – fue lo único que pudo gesticular (con ira) cuando le vio al lado de ella con una de esas plantas cerca de ella.
E inició su carrera a alcanzar al condenado capitán de la línea de exploradores.
Pararon en la orilla de la ciudad. Ella respiraba con dificultad, pero Teemo se mantenía fresco, sin señales de agotamiento. Aún tenía su hongo en la mano, pero lo desapareció de un mordisco.
–Mmm… esponjoso – y lo tragó. Tristana hizo una mueca de desagrado.
–En serio no sé cómo puedes comer esas cosas. ¿Qué no son venenosas?
–Solo los que me traen los womps. Estos son de mi propia cosecha. Limpia y perfecta para el consumo yordle. O algunos de ellos.
–Paso en preguntarte como los diferencias.
–Aww.
Se sentaron en el piso, al lado de un gran árbol. La brisa de la mañana refrescaba la frente algo sudada de Tristana, cerrando los ojos y disfrutando de la paz después de un buen ejercicio. A su lado, Teemo tenía sus manos en su panza, igual de relajado que ella. No se había percatado, pero él tenía su mochila al lado. Había corrido a toda velocidad con eso puesto. Y se miraba natural.
Envidiaba la condición del explorador.
–Y, ¿ya te tranquilizaste con el tema de Veigar? – le escuchó decir. Tristana puso sus manos en su nuca, con un semblante resignado, pero igual de tranquila.
–No tengo opción. Debo de al menos hacerlo por Lulu.
–Ella sabe cuidarse sola. No creo que debas protegerla del todo.
–Es inevitable cuando sientes que una amiga está algo loca… y se mete en cosas más locas, ayudando a un loco.
–Momentos Lulu – solo sonrió, contagiando a la artillera.
–Pero tú aun no me dices porque decidiste ayudarle – le dio un codazo amistoso –. No me dirás que es por puro altruismo, ¿verdad?
–Una parte. Si. Pero también podría ser un buen aliado.
–¿Veigar? ¿Aliado? ¿Ese hongo que te comiste no te habrá dañado rápido el cerebro? – los picoteos en su cabeza solo le hacían reír.
–No, no. No me refería a eso – dijo quitándole las manos de encima –. Solo digo que, en algún momento, nos deberá una grande. Y eso es bueno, si tomamos en cuenta que defendemos la ciudad las veinticuatro horas al día, siete días a la semana – levantó un dedo al frente. Aunque no sirvió mucho a la vista, por el hecho que el guante le cubría todo hasta el inicio de la muñeca –. Nada mejor que un mago de ese poder para defendernos por alguna amenaza exterior.
–Le tienes mucha fe al enano. ¿Quién te dice que no hará algo maligno en un futuro?
–Lleva años con esos planes de «conquista», Trist. ¿Crees que hará algo? Sería más correcto pensar que Lulu nos llevaría al desastre, a que Veigar logre conquistar Runaterra. El día que Veigar esté cerca de cumplir algo parecido, me hago fanático de las babosas.
–¿Babosas?
–Son las depredadoras de los hongos.
–Ah – negó con la cabeza.
–Además no es tan malo. Ha ahuyentado a varios magos malignos en algunas regiones de Valoran.
–He escuchado de eso – dijo, haciendo memoria en una de sus excursiones pasadas –. Pero todo radica en – imitando la voz del yordle – nadie va a ser el más temido de este lugar. Solo yo.
–Al menos mantiene a salvo a algunos pueblos. De forma indirecta.
–Solo es un yordle loco.
–Y hablando del rey de Bandle. Metafóricamente, claro está – señaló al frente.
Los dos yordles se acercaban desde la maleza del bosque. Ella iba parloteando subida en su bastón. Pix volaba alrededor de ella y se movía como estando de acuerdo con las palabras de la hechicera. Él otro la escuchaba, pero se notaba que quería debatir lo que estaba hablando Lulu. Cuando acabó, él golpeó con la base de su báculo el suelo.
–No. No pienso hacerlo. Ni aunque me transformes en sapo.
–Pero, ¡¿cómo esperas aguantar así?! – dijo ya alzando la voz – Los entrenamientos son muy difíciles. Si hasta Tristana te lo puede confirmar – señaló a la artillera.
–Lo que diga esa machorra me va y me viene – la cabeza le rebotó con una mochila aérea, cayendo tanto el yordle como todo el contenido que traía la misma. Lulu se tapó la boca con ambas manos por la sorpresa.
Tristana estaba a unos metros, con el rostro enojado. A su lado, Teemo estaba también en el suelo, pero boca abajo. Le había arrancado la mochila de sus manos. Y él solo pudo tirarse pecho tierra, como quien se cubre de algún explosivo. Y el enojo de Tristana era algo muy parecido a eso.
–¡¿A quién le llamas machorra, enano inútil?! – Teemo alzó la vista desde abajo, escuchando como ella se alejaba de él.
–¿Ya estoy a salvo?
Tristana levantó al mago del suelo. Su mirada estaba en el infinito, aun aturdido por el golpe recibido. Pero eso no detuvo a la artillera de moverlo con brusquedad, regañando y maltratando a quien le había insultado.
–Vuélveme a decir machorra, y hare que bebas leche desde tu trasero escuálido y flacucho, enano engreído. ¿Te quedó claro? – Veigar no respondió. Y dudaba poder hacerlo. Tanto zarandeo evitaba que pudiera soltar alguna palabra. Lulu solo pudo colgarse por cuello de ella, tratando de minimizar la violencia hacia su amigo. Pero era inútil. Incluso Lulu era movida por su fuerza. Y tratar de detener a una Tristana enojada, era muy complicado.
A los minutos de calmar las aguas, los cuatro caminaron hasta llegar al otro extremo de la ciudad. Otra parte a las afueras de Bandle.
El bosque de por ahí no era tan denso. De hecho, el lugar se veía abierto y despejado, solo por algunos arboles a la distancia. Y más allá, otro bosque frondoso. Pero lo que les interesaba a los cuatro (o mas bien, dos de ellos), era la zona de campo abierto. Con poca vegetación y con varios árboles como obstáculos. Para un humano, sería como ir a un campo de entrenamiento convencional. Con vegetación incluida. Para los yordles, era el más grande campo de entrenamiento jamás hecho. Y ahí mismo, las dos facciones, artilleros y exploradores, entrenaban codo a codo.
Algunos practicaban su puntería, otros corrían por toda la orilla hasta dar la vuelta a la zona entera y empezar de nuevo el recorrido. Otros se especializaban en los obstáculos que tenían al medio. Ya sea ejercitando sus propios cuerpos o con alguna arma en la mano. Combinando sus habilidades físicas con la habilidad de artillería.
En un rincón, cerca de donde se encontraban ellos, había un almacén del tamaño de dos casas. Dentro, veían a yordles que trabajaban en armamentos. Pistolas, cañones, protecciones corporales; todo para complementar y proteger a los reclutas que irían en las misiones al exterior.
Teemo y Tristana miraban complacidos todo el panorama. El primero entusiasmado para poder unirse al grupo de entrenamiento y ponerlos a ejercitar como era debido. La segunda, con aires nostálgicos bien intencionados. Pues ella había sido la pionera en tratar de crear un espacio para el entrenamiento de nuevos elementos. Se le complicó un poco por el hecho de que «su mostachidad» lo veía como algo bélico e innecesario. Pero después de haber repelido ella sola varios intentos de infiltración, no deseada (y deseada) en algunos casos, el alcalde dio luz verde para trabajar en un campo especializado para los que se quisieran unir al servicio.
Muchos ya estaban bajo su cuidado al abrirse el campo. Pero el plus llegó cuando Teemo pidió unirse a la zona de entrenamiento. Obvio, ella aceptó. Mientras mas variedad y versatilidad de condiciones, mas beneficiosa serían los resultados para los reclutas. Experiencia garantizada.
Lulu miraba absorta todo lo que estaba pasando. Hacía tiempo que no pisaba ese lugar. Y creía haber recordado que no había tantos yordles como hace unos años.
–¿Cuántos reclutas nuevos han entrado, Tristana?
–Tantos como para completar otros tres escuadrones y medio.
–¡Genial!
–Bueno… hora de entrenar – Teemo se quitó la mochila, empezando a estirarse –. ¿Listo para tu primer día de entrenamiento, Veigar? – Los tres miraron al mago. Veigar se encontraba estático en su lugar, solo devolviéndoles la mirada bajo su gran sombrero y su bata azul oscura. Esperaban alguna respuesta, pero solo se dignó a mirarlos desde ahí. Quieto. Sin mover algún musculo – Emm, ¿Veigar?
–Oh, ya sé que tiene – Lulu le sonrió burlesca. Y Veigar abrió los ojos, con un temor palpable a lo que fuese a decir la hechicera –. Tienes miedo de quedar en ridículo, ¿verdad?
–Jum. Claro que no – desvió la mirada, evitando contacto visual con ella. Lulu volvió a reír.
–Ay, cosita tierna malévola – se acercó a él, pellizcándole la mejilla con ternura. Sabía que eso le molestaba, pero lo que había aprendido de él era que, si quería sacarlo de su caparazón, tenía que provocarlo –. No es malo tener pena. Yo también lo he tenido alguna vez.
–¡Me niego rotundamente en aceptar esta humillación! – le quitó su agarre en la mejilla con un manotazo.
–¿Humillación por la terrible condición física que tienes? No te preocupes. Ya sabíamos que eres horrible haciendo ejercicio – Tristana levantó las manos, con una expresión clásica de quemeimportismo. Atrás de ella, Teemo estaba trotando en su lugar, incrementando su emoción.
Veigar se mordió los labios, intentando refutar algo. Pero no quería terminar mas humillado de lo que ya se sentía. Podría soltar cualquier cosa, defendiéndose con su poder mágico. Pero en este momento, ¿Qué magia tenía? El poder mágico de quedar en vergüenza si seguía por este camino, seguro.
–Yo… – bajó la cabeza, evitando por cualquier modo su mirada de pena – no tengo ropa para entrenar.
–¿Eh? ¿Solo era eso? – la artillera tenía enarcada una ceja.
–No te preocupes. Tenemos todo lo que necesitas en el almacén de refuerzo y mecánica – Teemo se detuvo para volver a hacer estiramientos. No quería bajar su emoción.
–¿Y tener que vestir la ropa de ustedes? ¡Prefiero derretirme del calor con lo que tengo!
–Entonces hazlo así. Solo te advierto que, si con ropas frescas vas a sufrir, imagina con todo lo que llevas ahora – Tristana tenía una mirada retadora. El mago se sintió de nuevo en una encrucijada.
El plan que habían acordado con anterioridad era tan sencillo como preparar una sopa. No podían viajar a las afueras sin protección. Debía al menos tener un poco de condición y preparación antes de al menos poder cruzar hacia algún pueblo. Y él sin magia era tan útil como una piedra en un desierto. Y tan indefenso como una fruta en una venta de rebajas. Así que primero debería pasar unos días, puede que semanas, de entrenamiento extenuante. Porque si quería recuperar su magia buscando quien pudiese ayudarle en Valoran, debía de estar preparado. O como diría el loco de los hongos, «preparado para todo».
Y parece que tardó bastante en su mente, porque Lulu hizo una exhalación como queja, que lo sacó de andar vagando en su cabeza. Lo ultimo que vio, antes de caer en pánico, fue a la hechicera acercarse a él con semblante molesto, levantando su bastón.
–Ay no puede ser. ¡Transformogurate!
–¡No, espera! – alzó sus manos, tratando de cubrirse de cualquier cosa que Lulu intentase transformarle. Sabía que era inútil, pero fue un movimiento instintivo. Cuando sintió el golpe en su brazo, esperaba estar al ras del suelo. O sentir que su cuerpo se modificase hasta estar en cuatro extremidades. O algo que le hiciese saber que fue transformado. Pero lo único que sintió fue una brisa fresca que traspasaba su bata. ¿Lo habrá desnudado?
Cuando se miró a si mismo, vio que su bata azulada se había transformado en una camisa abierta sin mangas del mismo color. Bajo esta, una camiseta delgada, también sin mangas, pero de color morado. Sus guantes metálicos cambiaron a unos de tela de color gris. Solo sus pantalones fueron cambiados por la tela, siendo mas ligeros. Al igual que su calzado, que se transformaron en unas de cuero. Se sentía ligero y fresco, al igual que protegido.
Teemo silbó de la sorpresa. Tristana tuvo una cara con la misma expresión que el primero. Ambos no habían visto al mago fuera de sus típicas ropas que le cubrían casi todo el cuerpo. Y era una sorpresa verlo vestido de esa forma.
Veigar miró a Lulu, que ya no tenía esa cara de molestia, sino de satisfacción.
–El hechizo lo hice permanente. No sabía que tanto lo ibas a ocupar, pero no dudo que tengas otro guardarropa similar en tu castillo. Así que por eso tomé esa decisión – se acercó a él, tomando su sombrero. Intentó quitárselo, pero las manos de él sobre las de ella la detuvieron –. Oye, dejé tu sombrero intacto porque pensé que así lo querrías. Pero eso no va a juego con la vestimenta – hizo ademan de volver a quitárselo, pero él la seguía reteniendo. Cuando miró a sus ojos, notó en ellos lo que quería decirle. Y eso solo pudo hacerla sonreír más. La confianza que le daban esos ojos significaba mucho para ella –. No te preocupes. No te ves mal. No se notan. Tendrían que verte a la distancia en la que te veo para que noten las cicatrices – todo eso lo dijo en un susurro. Él apretó los labios –. Confía en mí. Eres el maestro del mal, ¿no?
Eso fue lo que bastó para que Veigar bajase sus manos y ella le quitase el sombrero, dejando ver las orejas que el yordle se guardaba bajo la misma. Ahora sí, con Lulu sosteniendo el sombrero y sonriendo con satisfacción, los tres vieron la vestimenta completa que el mago llevaría de ahora en adelante.
Teemo solo pudo pensar que se veía perfecto para entrenar. Y eso solo lo incentivó a querer iniciar la rutina.
Tristana se quedó quieta en su sitio. Había visto cierta intimidad en esos dos que no esperaba ver. Era sorpresivo. Y muy chocante. Pero también sentía cierta satisfacción. Pues Lulu no era de las que tenía esos acercamientos con alguien. Y eso que ella era de socializar bastante. Aunque eso llevase al caos.
Ver como Veigar cedía y como ella le miraba, daba a entender que eran mas cercanos de lo que esperaba. O eso podía entender. Siendo franca, estaba tranquila después de verlos justo ahora. No debía de preocuparse por ella.
Aunque Lulu fácil podría defenderse. Pero bueno, cosas de amigas.
–Al fin te deshiciste de esa fea bata, Veigar – dijo la artillera, tratando de dejar ya atrás lo anterior –. Te vez como un yordle decente. Bueno, exceptuando por los ojos. Siguen viéndose igual de horripilantes.
–¡Ja! De eso se trata – se cruzó de brazos, orgulloso.
–No me refería a eso, enano.
–Bueno, mucha charla y poca acción – Teemo se adelantó y tomó la mano del yordle –. Es hora de que inicies tu entrenamiento. Te espera una larga jornada, recluta.
–¡Que no soy recluta!
–Como digas, recluta – y avanzaron hasta el campo de entrenamiento.
–¡Te odio!
Lulu los vio alejarse, sosteniendo aun en sus manos el sombrero de Veigar. Suspiró mientras miraba el objeto. Era un inicio, pero estaba bien. Todo paso inicia de a poco. Y aun forzado, él lo estaba dando. Y eso estaba bien. Debía recuperar su magia, pero no lo haría si no podía de su lado. Requería valor para ello, y ella sabía que tenía de sobra.
Necesitaba que él se fortaleciera físicamente. Porque podría protegerlo. Si. Pero cuando llegue el momento de que tenga que usar su magia, ¿podría protegerse también de ella misma? Nadie sabía mas de ello que Tristana. Ella mejor que nadie sabe cómo es que podría descontrolarse. Era alguien capacitada. Experimentada. Podía defenderse sola. Pero llevar a un yordle a Valoran sin recursos… no quería correr el riesgo de perder a un amigo. Sin su magia, podría estar en peligro.
Metió su mano en su bata, tocando una madera petrificada en forma circular. El duudad se encontraba dormido, ya que no requería de su uso. Pero cuando llegase el momento, esperaba no tener complicaciones con él. Era un buen aliado. Aunque también muy caprichoso.
Miró a Tristana terminando sus estiramientos, para correr y unirse al entrenamiento. Teemo, a la distancia, estaba al lado de Veigar, con otros reclutas siguiéndole. Todos gritaban y se daban palabras de apoyo mientras trotaban y saltaban obstáculos. El mago ya tenia cara de sufrimiento, y eso solo la hizo sonreír. No podía quedarse de brazos cruzados. Iría a poyar a su amigo.
–¡Vamos, Pix! – el hada supo entender sus intenciones, y ambos felices, fueron también al centro del campo.
Continuará...
