La fogata estaba en su máxima llama. Ya era de noche, y los reclutas aprovecharon, estando la mayoría presente, en hacer una reunión amistosa. Exploradores y artilleros, así como los fabricantes de herramientas, estaban alrededor de esa gran flama, con otras mas pequeñas, preparando asado y estofados. Fue un buen día de entrenamiento, y era poco común que casi todos estuviesen libres después de un día extenuante. La idea salió de boca en boca, asimilándola conforme pasaban las horas. Ya cuando el cielo se encontraba pintado de azul oscuro, y las lámparas empezaron a iluminar los caminos de Bandle, es cuando se pusieron manos a la obra.
No tardaron mucho en hacer todo. Eran muy organizados. Ayudando bastante que no era la primera vez que hacían algo similar. Cuando la noche marcó su inicio, el fuego central estaba alzado, y varios asientos rodeándole a base de trozos de madera, sillas o piezas de obstáculo que estaban por la parte central del campo de entrenamiento. También se sumaban algunas cajas que traían del almacén. Mientras alcanzase asientos para todos, dentro de lo posible, estaría bien.
Veigar no era uno de esos que alcanzaron alguna de esas opciones. El suelo en este momento era su amigo, y lo tenía bastante cómodo.
Le dolía todo el cuerpo. Estando tan cansado que no sentía su cuerpo responder. Mover los dedos era lo más sencillo que podía hacer. Sentía que todas sus extremidades, junto con el torso, eran succionados por su mismo amigo suelo cuando intentaba levantarse.
Y estaba seguro que podría hacerlo, si usaba su cien porciento de fuerza en ello. Lo malo es que ese porcentaje se le había acabado hace rato.
Giró la cabeza hacia unas pisadas que iban hacia él. Teemo sonreía mientras le pasaba un palo con carne ensartada, asada al fuego de forma directa. Veigar volvió a colocar su cabeza en el suelo, mirando al cielo.
–Paso.
–Tienes que comer. Si no lo haces, no vas a reponer tus fuerzas para mañana.
–¡¿Vamos a hacer lo mismo mañana?! – Teemo asintió con energía – ¡Van a matarme!
–No fue para tanto. ¿No estas siendo algo exagerado?
–Cuando vomité el desayuno, dijiste que era un indicativo que estaba haciendo bien la rutina – le miró de forma acusatoria.
–No dije que lo estabas haciendo mal… – desvió su mirada.
–Después de comer, me hiciste correr alrededor del campo doce veces.
–Eso cualquiera lo hace.
–¡Pero con tu tonta mochila de explorador! – se irguió, sentándose, arrebatándole la vara con carne. Si se iba a sentar, aprovecharía al menos de comer algo – ¿Qué diablos haces con tantos hongos? ¡¿Y por qué pesan tanto?!
–Uno debe de estar preparado para todo, ¿no? Por algo soy explorador – se rascó la cabeza con pena –. Además, sabes que soy fanático de los hongos.
–Tampoco se me olvida que me hiciste esquivar pelotas de lodo a alta velocidad – miró a la artillera que se acercaba a ellos –. Y justamente hablamos de la loca que me los estabas tirando. ¡Eso fue personal! ¡No creas que no me di cuenta! – Tristana solo rio de buena gana mientras se sentaba en el suelo al lado de los dos.
–Eres un llorica. Ni si quiera estaba apuntando con mi ojo de tirador. Tú solo te ponías en la mira – y mientras comía su propia vara de carne, disfrutó tanto del sabor de la carne como del berrinche del mago.
–¡Exijo que se me proporcione otra tiradora!
–Lo siento, Veigar. Solo ella está disponible – Teemo también sonreía, de forma más disimulada, al ver como el yordle oscuro se quejaba de su primer día de entrenamiento completado.
–… iré con el alcalde a levantar una queja.
–¿Tú? ¿El mismo que le amenazó con quemar su bigote si no le daba el panecillo que alcanzó a tomar antes que tu llegases? – Veigar apretó los labios, arrinconado. Tristana se deleitó con su mudez –. Buena idea intentándolo sin magia.
–… son unos malvados.
–Ay, la venganza es tan dulce – la sonrisa de la artillera estaba en todo su esplendor. En verdad, Veigar sin magia y sin posibilidades de hacer sus berrinches mágicos era lo mejor que le había pasado desde que pudo rolar turnos de vigilancia en la región del Fréljord.
–Ya, dejen al pobre Veigar – Lulu llegó desde atrás, abrazando al yordle desde el costado –. Yo creo que hiciste un buen trabajo hoy.
–Al menos alguien aquí aprecia realmente mi esfuerzo – dijo enfatizando la palabra alguien.
–¡Oye! ¿Yo no cuento? – Teemo se sintió ofendido por ello.
–Los verdugos no cuentan como el apoyo de las víctimas – dijo con seguridad.
–¿Tú siendo víctima? – ahora el tono del explorador era cínico.
–En serio pienso que lo hiciste bien – continuó Lulu –. A pesar de que vomitaste, te golpearon, caíste desde el obstáculo de siete metros, volviste a vomitar y sufriste dos desmayos – con cada situación trágica dicha, dentro de Veigar los pedazos de orgullo se fueron resquebrajando hasta quedar hecho trizas –. Pero dentro de todo eso, lo hiciste perfectamente.
–Mejor no me ayudes – dijo sin más.
–¿Y tú donde andabas, Lulu? – preguntó Tristana.
–Fui a ver unos conocidos. Quería estar seguro de algo antes de volver.
–No te metiste en líos esta vez, ¿verdad?
–Nop. Palabra de hechicera – dijo haciendo señales en su pecho. Pix le imitó desde arriba, corroborando –. Aunque dependiendo del cómo se resuelva la cosa…
–¡Lulu!
–¡¿Qué?! ¡En verdad no hice nada raro esta vez!
Tristana le entrecerró los ojos, dubitativa de sus palabras. Pero si así era, no había por qué preocuparse. Y si pasaba algo, ya tendría una solución. Volvió a centrar su atención en su comida.
Comieron y bebieron hasta quedar saciados. Al rato, todos apagaron las fogatas y acomodaron todo en su lugar. Los cuatro partieron hasta quedar en un punto medio de sus rutas, donde el grupo se dividiría en dos. Tristana y Teemo por un lado, y Veigar y Lulu en otro. Teemo se despidió con ánimos, esperando a que volviese mañana temprano para repetir la rutina. Y aun con su rostro de molestia – para ocultar su miedo y pavor –, aceptó. Tampoco es que pudiese elegir otra cosa. Era, hasta el momento, el único modo de poder hacer el viaje hacia Valoran sin ser una carga.
Tristana también lo hizo. Sin rencores, dijo. Y Veigar repitió lo mismo. Aunque ambos sabían que no era así. Ya se las cobraría algún día. Pero hasta entonces, Tristana aprovecharía cada día de entrenamiento en hacerle la vida a cuadros.
Los dos también se despidieron de Lulu. Algo más casual. No había mucho que recalcar. Solo recordando que la hechicera no hiciera alguna broma que perjudicara a los ciudadanos.
–Por el bien de mi reputación, no hare nada grave que perjudique a algún yordle – ya que se separaron, dijo para sí misma –. A menos que sea divertido – Veigar estaba al lado cuando la escuchó, solo levantando una ceja, curioso.
Caminaron en silencio por la ruta de la otra noche. Bueno, Veigar intentaba caminar. Arrastraba los pies como quien tuviera dos pesados grilletes.
–¿Quieres que te levite hasta tu casa? – sugirió Lulu.
–Me ayudas y te quedas sin gorro – amenazó.
–No es que no pudiese tener otro gorro, pero bueno – y dejó que caminase por su cuenta.
Cuando llegaron a la zona divisoria, Veigar fue el primero en tomar la palabra.
–Nos vemos – se giró para terminar andando, pero una mano en su muñeca le detuvo. Se giró el rostro hacia ella, interrogante. Y eso último fue más al verla nerviosa. Desviando la vista y jugando sus dedos con su bastón.
–Veigar…
–… ¿sí?... – esperó. Pero ella no decía nada, desesperándolo – Si vas a decirme algo, dilo. Estoy cansado y lo que más quiero es llegar y no saber nada de nadie – ni de mí mismo, se dijo mentalmente.
Tardó un poco más, pero al soltar el aire y serenarse, le miró con una sonrisa algo apenada, pero sin desviarla cuando sus palabras salieron de su boca.
–No los alejes, ¿de acuerdo? – le soltó la muñeca – Solo eso. Descansa – y corrió hasta que la luz de su amigo hada desapareció entre el bosque.
Él solo la miró alejarse hasta perderse, para empezar retomar su camino a casa. ¿Qué no los aleje? ¿De que hablaba?
Solo al abrir las puertas de su torre (con mucho más esfuerzo de lo que pudiera admitir) supo a lo que la hechicera se refería.
De nuevo, como en la noche, una amalgama de yordles se le echaron encima. La imagen fue tan parecida a los ataques de no muertos que leyó alguna vez en un libro suyo. Ante eso, no pudo evitar gritar por la sorpresa.
–¡Lord Veigar! – corearon al unísono, estando arriba del mago, que tuvo la mala fortuna de recibir el peso de todos ellos justo cuando estaba recuperándose de los ejercicios de hoy.
–¡¿Podrían quitarse de encima?! – gritó, molesto. Mas adolorido que molesto.
Los siete se apartaron, dándole espacio al yordle de levantarse. Fue lento y con quejas. Era como si un anciano intentase erguirse de su mecedora. Se agarró de su espalda y se puso de pie por completo. Juraría que escuchó como le tronaba la columna.
Vio a sus seguidores. No le quitaban la vista de encima, y eso lo puso, en cierto modo, ansioso. No estaba acostumbrado a llamar la atención. Solo cuando él planificaba serlo. Pero eso se convirtió en irritación cuando se dio cuenta que estaban aquí. Los siete. Su entrecejo se arrugó, y sus ojos se entrecerraron. Eso no era lo que les había ordenado.
–¿Qué diablos hacen aquí?
El silencio, anteriormente ocasionado por verle de forma incesante, pasó a uno incomodo, donde ellos no sabían hacia donde dirigir la mirada. Entre rascarse la cabeza, desviando la vista y agachando el rostro, solo uno de ellos habló. Curiosamente, el que ahora tenía la habilidad de poder entablar una conversación con normalidad.
–¡Queremos estar con usted, mi lord! – casi medio gritó. En una señal casi «no notoria» de ruego. Veigar enarcó una ceja.
El modisto dio un paso al frente. Carraspeando su garganta para no solo hacerse notar, sino para aclarar su garganta. Pues conocía bien a su señor, y sabía que tenía que escoger las palabras correctas.
–Verá, lord Veigar. Lo que queremos decir, es que deseamos seguir sirviéndole.
–… y lo seguirán haciendo. Lejos de aquí – su tono era severo.
–¡Pero no queremos eso, señor! – el bibliotecario, o número cuatro, alzó también la voz –. Queremos seguir aquí. Con usted – todos asintieron con la cabeza.
Veigar exhaló, frustrado. Se abrió paso entre ellos y se adentró hasta llegar a la cocina. Todos los demás le siguieron desde atrás. Agarró un vaso y se sirvió agua, sintiendo su sabor mucho mejor de lo que esperaba. Hacía mucho que no hacía ejercicio, y al haber gastado tanta energía, como líquidos, cada trago le había sabido a gloria.
Giró la vista hacia ellos, aun juntos y mirándole, expectantes. Negó con la cabeza debilmente, al recordar las palabras que Lulu le dijo antes de que sus caminos se separaran. «No los alejes, ¿de acuerdo?» recordó. Y su cara hizo una mueca de disgusto.
–Fue Lulu, ¿verdad? – dijo. Y todos volvieron a desviar la vista de él.
Y es que irse no estaba en los planes de cada uno. De hecho, todos estaban de acuerdo en que no querían alejarse de la torre. No era para menos. Ellos no solo seguían a Veigar por su poder. Cada uno, aun en su ofrecimiento, habían decidido seguirle de forma fiel, porque fue el único que los aceptó dentro de toda Bandle.
Eran inadaptados. Yordles con ciertas características que no les permitían encajar dentro de la sociedad. Veigar fue el único que vio en ellos algo en lo que aportar. Y dentro de todo lo posible, o imposible, se vieron a sí mismos como una familia sustituta. Encontraron aquí lo que en otro lado no pudieron: un lugar donde encajar.
Y todo gracias a Veigar. Que dentro de todo lo malvado, y a veces berrinchudo, que llegaba a ser, les otorgo un lugar donde ellos podían llamar hogar.
Por eso cuando él les ordenó que se largaran, muchos se quedaron, ocultos entre toda la gran torre.
No fue hasta que llegó la hechicera, amiga no oficial de su líder, que convenció a todos ellos en pedir que se quedaran.
–«No lo dice, pero él hará falta de ustedes» – dijo cuando descubrió a todos fuera de su escondite –. «Además, no veo que ustedes tengan intención de mudarse».
Y he aquí, con todos al frente de él, mientras los miraba con un ceño fruncido. Aun con la idea de correrlos de su torre.
El modisto volvió a dar un paso al frente. Esta vez con la seguridad mas dispuesta.
–Lord Veigar, aun cuando desee que le abandonemos, eso no sería muy leal de nuestra parte – todos asintieron al unísono –. Nuestro lugar es con usted. Así que espero que comprenda bien nuestra decisión.
–¿Me están diciendo que van a desobedecer mis ordenes? – dijo con amenaza, pero también con cierta gracia – ¿Van a desobedecer una orden directa de su líder? – aun cuando trataba de sonar seguro, dentro estaba nervioso. Estaba pasando lo que menos quería. Y sin magia, esto pintaría peor de lo que pudiese esperar.
–¿Qué no es más malvado desobedecer la orden directa de tu superior maligno que seguirla? – número tres dijo con seguridad – Nuestra prioridad es el bienestar y la seguridad de nuestro señor lord Veigar – se hizo puño la mano y se golpeó el pecho con pose firme –. Obedecerlo sería peor que desobedecerlo.
–Además, señor, después de todo lo que nos ha otorgado, ¿cómo podríamos dejarlo a la deriva? – la maga de los espejos inclinó la cabeza – Este es mi hogar. Dejarlo y abandonarlos me sería imposible.
–Nosotros encontramos un hogar y un propósito que lograr – dijo el tenor.
–Anhelábamos un sitio donde parar, y poder descansar – dijo el bajo.
–Y con usted, sin quererlo, hemos podido progresar – corearon por igual.
–No hace falta decir que le seguiremos hasta el fin de los tiempos, lord Veigar. Nosotros estaremos con usted – inclinó la cabeza el yordle número tres.
Todos le imitaron al final, entregándole fidelidad a Veigar. Y este último, solo pudo ocultar su rostro con su sombrero puesto. No llores, no llores, no llores, se repetía. Y es que, en el fondo, muy en el fondo según él, no los quería lejos. El miedo a la traición pudo haber sido algo infundado, pero era necesario estar seguro. Con esto, no cabía duda en él que le seguirían, no por poder o miedo, sino por mera y pura lealtad. Y estaba agradecido por ello dentro. Aunque una parte seguía con el picor de la duda y la necedad de correrlos, ignoró ese sentimiento y se enfocó en lo que tenía ahora.
Respiró hondo, expulsando todo el aire de sus pulmones para levantar la vista hacia ellos. Ya no tenía el ceño fruncido, y su semblante pasó a uno más relajado.
–Muy bien, seguidores míos. A la vista del éxito no obtenido, hay muchas cosas por hacer – todos levantaron la vista, con un semblante diferente, felices de poder seguir en la torre. Con todos ellos juntos –. Esto es un chiquero, y tenemos que limpiar todo para que quede impecable el día de mañana – saltó de su silla, listo para guiarlos, pero en cuanto pisó el suelo, sus piernas no le respondieron, cayendo de cara al piso y con el vaso golpeándole la cabeza – ¡Me lleva! – numero dos se apresuró a levantarlo. Cuando lo sujetó con su brazo al hombro, Veigar intento estabilizarse – Al parecer el ejercicio fue más extenuante de lo que pensaba.
–Mi lord, será mejor que descanse por ahora. Nosotros nos encargaremos de tener todo listo para mañana. La señorita Lulu nos dijo que estaba entrenando su cuerpo para su viaje a Runaterra, así que veo propicio que deba descansar lo más que pueda esta noche. Si me permite la opinión, claro está.
Todos se quedaron callados. Lo único que había dicho en todo este rato eran frases que casi rallaba al grito. Pero era la primera vez que lo escuchaban tan… claro.
–… ¿desde cuándo numero dos es tan elocuente? – dijo el mago. Todos se encogieron de hombros.
–Sin mi don mágico, soy algo tímido – confesó con vergüenza.
–Oh, bueno. Al menos te entendemos mejor. Llévame a mi habitación. Necesito descansar – miró a los demás –. Quiero que esté sitio esté lo más reluciente posible. Nos vemos mañana en la mañana.
–¡Descanse, lord Veigar! – volvieron a corear, con una renovada energía de optimismo.
Desde la ventana, flotando encima de su bastón, Lulu miraba la situación con una sonrisa. Pix estaba al lado de ella, tintineando para comentarle lo que estaban viendo.
–Yo sabía que los necesitaría – comentó a su amigo hada –. Nadie debe de estar solo en situaciones así – Pix tintineó, volando alrededor de ella –. Yo no cuento tanto como ellos, Pix. Puede que algún día. Por ahora, él los necesita.
Se alejó de la ventana, perdiéndose entre el bosque nocturno y alejándose de la torre.
Cuando Veigar se había desmayado por segunda vez, aprovechó para hacer un viaje rápido a su torre. Quería ver si podía encontrar algo que le ayudase o animase en los ejercicios. En su torre encontraba siempre cosas interesantes que le gustaba presumir o contar. Pero al llegar, se encontró con sus amigos. Escondidos. La angustia y duda estaba muy marcada en sus rostros.
Fue cuando se enteró de la orden del mago. A como estaban las cosas, era un suicidio emocional tener que lidiar con su condición de forma solitaria. Así que instó a todos ellos a desobedecer esa orden. Obvio, con palabras optimistas y tratando de aminorar las consecuencias negativas. Lo peor, seguro, se lo llevaría ella en caso de que todo saliera mal. Pero, ¿qué podía hacer Veigar sin magia? Eran más pros que contras.
Al final la cosa salió bien. Y seguro él no se enfadaría con ella por meterse en sus asuntos. Todos salieron comiendo perdices.
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En la mañana, las cosas fueron muy diferentes al día anterior. La verdad, es que Veigar, en planes de levantarse temprano, levantarse temprano no era de sus primeros planes.
La puerta se abrió de golpe. O de una patada, mejor dicho. Número tres avanzó con seguridad hasta llegar a la cama del mago. Este dormía arremolinado entre las sábanas y almohadas, roncando suelto con las extremidades separadas como si de un maniquí mal acostado se tratase.
A pesar de su dispositivo anormalmente grande en su cabeza, el yordle no tenía dificultades de moverse. Avanzó hasta llegar a su líder y arrancarle las sábanas de un tirón.
–¡A levantarse, mi lord! Ya es de día y el tiempo amerita – como única respuesta, Veigar se acostó de lado y murmuró quejas inentendibles –. Señor, si no se apresura, llegará tarde al entrenamiento.
–Déjenme dormir – se puso boca abajo, tapando su cara por completo. Como la ves anterior, solo estaba vestido con sus pantalones –. Es demasiado temprano.
–De hecho, son las ocho y media de la mañana, señor. Ya es más que temprano.
–Mmmmm – y siguió en su sitio. El yordle solo pudo suspirar.
–Se enfriará el desayuno, señor – Veigar se quedó donde mismo –. Bueno, plan «b».
Abajo, la cocina era un andar de allá para acá. Todos los seguidores se encontraban limpiando y haciendo el desayuno. Los hermanos acomodaban todas las sillas y la mesa, junto con los cubiertos. La maga de los espejos preparaba el desayuno y agarraba los ingredientes que necesitaba de entre la alacena y los cajones. El alto modisto intentaba hacer que todo se viera impecable mientras el yordle sabihondo abría la puerta a una visita matutina.
–¡Hola, señor sabelotodo!
–Oh, Lulu. Pasa. Adelante – la yordle voló hasta la cocina, donde vio todo el ajetreo mañanero –. Nos agarraste justo preparando el desayuno.
–¡Genial! ¡Desayuno! – se bajó de su transporte volador – ¿Puedo ayudar?
–Oh no, querida. Lo tenemos todo controlado – el alto modisto puso sus manos frente su rostro, colocando sus dedos en una posición similar a un cuadrado mientras se alejaba y rodeaba la mesa –. Perfecto. Todo está en buena posición.
–Podría ayudar haciendo un postre.
–No te preocupes, Lulu. El acólito «entendible» ya se encargó de eso. Fue por los frutos de un árbol cerca de la torre – de repente, se escuchó un grito de alguien cayendo fuera de la ventana. Un sonido seco, siguiéndole otros similares, pero consecutivos y más pequeños –. Bueno, parece que lo consiguió. Espero que no se le hayan magullado bastante.
Se escuchó la llegada de Número tres. Pero lo que no esperaban, era ver al mago colgado de su hombro, boca abajo y medio dormido. Llegó hasta la mesa, y lo sentó en una de las sillas. La cara de Veigar era un poema. Un poema al Dios de los sueños. Y si fuese recitado para él, estuviera más que gustoso por el resultado.
El yordle oscuro tenía los ojos cerrados. Se tambaleaba de izquierda a derecha, con la cabeza girando y a veces a punto de caerse. Tenía los ojos cerrados, pero a veces los abría para después cerrarlos de nuevo. Tenía baba seca por la barbilla, además de ojeras por el exceso de sueño.
Todos lo miraron con diferentes expresiones.
–O Dios mío – se escandalizó el modisto con un susurro –. Se mira…
–¡Aaaww! ¡Que lindo! – gritó Lulu. Todos (incluso Pix) la miraron con extrañeza. La hechicera se acercó a él casi corriendo hasta estar a su lado –. Nunca lo había visto recién levantado – le estiró las dos mejillas, y después las junto, haciendo que sus mejillas se inflen por la presión con la palma de sus manos –. Bueno, lo había visto cuando se levantaba, pero nunca lo vi en ese estado de somnolencia. ¡Es algo muy nuevo! – volvió a agarrarle la mejilla, ahora estirándosela con fuerza. Veigar reaccionó al dolor, gritando y medio despertándose.
–¡Oye, suéltame! – manoteó la mano de Lulu, quien seguía sonriendo. Se talló los ojos con sus manos para empezar a desperezarse. Había dormido de forma muy deliciosa. De esos que no se sueña nada y solo se descansa. Estaba todo bien hasta que lo despertaron. Sabía que lo transportaron hasta la cocina, pero cuando se quitó las manos de los ojos, y vio a todos, no solo se quedó pasmado. Sino que ver a la yordle tan cerca le hizo saltar hacia atrás después de asimilar como le invadía su espacio personal – ¡¿Qué diantres haces aquí?!
–Bueno, vine a ver como estabas – dijo con sencillez –. Pero llegue a tiempo para el desayuno.
–¿Desayuno?
Miró la mesa y a sus seguidores. Todos estaban dejando listo para una comida mañanera grupal. Eso lo podía notar. La mesa estaba repleta de cubiertos, platos y vasos. Además de muchas sillas en orden. En su nariz empezó a oler un guiso, viendo a la maga de los espejos moverse de un lado a otro.
–No se preocupe, lord Veigar. El desayuno ya casi está preparado – dijo ella.
–Investigué entre los libros de la biblioteca los ingredientes y recetas necesarias para su máximo rendimiento, señor – dijo el mago sabihondo –. Todo con tal de que beneficie y optimice su meta de volver a tener su magia a su disposición, mi lord.
–¡Traje los frutos! – entró entre trompicones el acólito, cayendo de cara, pero salvando la fruta. Los hermanos lo recibieron, empezando a picarla en la mesa.
La imagen que el mago estaba mirando frente a él, lo tenía mudo. Cada uno ponía de su parte. Yendo de allá para acá, comentando y dando ideas, como acomodando y preparando la mesa, que empezaba a rebosar de comida poco a poco. Es una imagen muy peculiar, algo que Veigar no había visto desde… ¿desde cuándo? Hace mucho que esa visión tan familiar se había disipado como una yesca apagada. Se sentía ajeno, y familiar por igual. Justo como cuando su acompañante a su derecha le miraba con una sonrisa.
–¿Fue una mala idea? – le escuchó decir en un susurro, dando a entender su intromisión la noche anterior. Como respuesta, se cruzó de brazos, con su expresión de negativa a responder –. No tienes que hacerlo, ya me lo dice tu cara.
–¿Siempre te metes en asuntos ajenos? – le recriminó con su voz. Ella sintió los recelos, pero no podía enojarse con él. No cuando sabía que le había hecho un bien. Y también sabía que él lo sabía, por eso solo ensanchó su sonrisa.
–Por algo estoy ayudándote, ¿no? – y le sacó la lengua. Veigar gruñó, pero no dijo más.
Porque él sabía que ella sabía. Y ambos sabían lo que los dos sabían de esto. Tanto de él como de ella. Y aun irritado, no podía negar la gratitud de su acción. Por mucho que le enojara ello.
Y mientras todos se sentaban y era preparado el gran desayuno grupal, no pudo más que verse a sí mismo en esta situación como algo muy surreal. Lejos de lo que él mismo se había forjado en su mente. ¿Fue tan fácil dejar su maldad atrás como para que en tres días se viera desayunando de forma familiar con su sequito? No veía maldad en lo que estaba observando. No tenía esa aura oscura y tétrica que siempre había cuando se juntaban para ejercer nuevos planes de poder y dominación. De hecho, ¿Cuándo fue la última vez que todos comieron en una misma mesa?
Era como si el Veigar de hace días, desde que hizo el viaje a las Islas de la Sombra, hubiera desaparecido con su incapacidad mágica. No era lo que hubiese querido. Verse así, se sentía imperdonable. Inaceptable.
Una cosa era tener al menos una amistad con la hechicera. Algo que ya asimiló en lo poco de su situación. Pero, ¿tomar a su sequito como una familia sustituta?
Mientras su plato era servido con comida caliente y jugos frutales, se regañaba mentalmente por todo lo que estaba aceptando. Y que estaba disfrutando, muy a su molestia.
–Que patético – escuchó dentro de si –. Muy, muy patético.
Agitó la cabeza, alejando esa voz de su mente. O de donde viniera eso. No importaba. Esto era, en sí, una transición para conseguir su objetivo. Uno que era a largo plazo. Y si tenía que pasar por ello para volver a ser lo que era antes, pues que así se hiciera. Esto solo era el sendero para llegar a la meta. Y cuando estuviese ahí, todos sabrían quién era él. Lo que era capaz. Y lo que lograría con ello. Si. Eso mismo.
Volvió en él esa sensación. Aquella que siempre se alzaba cuando sus pensamientos volvían a ese punto. A su objetivo. Que gusto, pensó. Empezó a reír. Primero en pequeñas expulsiones de aire. Luego en un sonido rasposo de su garganta. Para después usar los jas, y terminar alzando los brazos, con la risa típica que siempre le caracterizo.
Al frente, todos le miraban, parpadeando y sin saber que decir.
–Bueno, parece que el amo Veigar anda de buen humor – el modisto tuvo que quitarse su calzado de plataforma para sentarse en la silla.
–Un buen desayuno alegra hasta al mago más retorcido – le acompañó el yordle sabihondo, mientras se comía una verdura cocida.
Lulu también sonrió. Si él estaba feliz, entonces hizo un buen trabajo.
Al terminar de desayunar, Veigar volvió a colocarse su ropa creada por Lulu, después de haberse tomado una ducha rápida. Admitía que era como y le servía para los entrenamientos. Añadiendo que al modisto le gustó su nuevo estilo. Claro, dejando el gorro y su báculo. Decía que desentonaba con su nueva ropa.
Ya fuera de la torre, los dos caminaron hasta llegar al campo de entrenamiento. De nuevo, Teemo y Tristana le esperaban. Esta vez, con un semblante más estoico.
–¿Listo para retomar el entrenamiento, cadete? – dijo la yordle. Veigar bufó.
–Solo continuemos, ¿bien? – y empezó a hacer estiramientos, adelantándose a cualquier indicio de mandato. Eso le gustaba tanto como ser pellizcado en los ojos.
–Parece que alguien viene motivado – Teemo sonreía.
–Hoy hubo un buen desayuno – dijo sin más.
–Pues espero que no lo vomites, cadete – otro gruñido salió del mago –, porque el día de hoy será tan rudo como el de ayer.
–Ya estoy resignado a ello – ¿qué podía hacer al respecto?
–¿Y tú que harás, Lulu? – Tristana se dirigió a la maga, que estaba jugando con Pix.
–Procuraré que Veigar no muera en el intento – e hizo un saludo de explorador. Veigar quería reclamar, pero en vista del cómo se desarrollaron las cosas ayer, era mejor tener a alguien que le cuidase la espalda.
–Tampoco exageres – Tristana caminó hasta el centro del campo –. Cuando termines, Veigar, correrás conmigo otras doce vueltas al campo, ¿de acuerdo? – el yordle asintió en silencio. La artillera fue con algunos reclutas a dar instrucciones.
–Iré preparando también a algunos cadetes. Nos veremos al rato – y se fue, perdiéndose entre los obstáculos.
Lulu caminó hasta Veigar, que seguía estirándose.
–Te veo muy tranquilo.
–Enfocado – dijo –. Sé que me va a ir como mosca en pantano salvaje, pero no me queda de otra.
–Entonces creo que estarás bien – se subió a su bastón –. Pensé que tardarías más en adaptarte, pero veo que el pequeño pastelito de café ya anda recorriendo su camino – Veigar alzó una ceja –. Andaba preocupada, pero ya veo que no debería de estarlo tanto.
–No deberías. Soy el más grande mago que ha existido – se mordió la mejilla –. Ex mago. ¡Por ahora! Así que no te preocupes. Si me metí en esto, podré salir.
–Me alegra escuchar eso – y se alejó hasta dentro del almacén –. Iré a asistir a algunos cadetes. Si me necesitas, solo grita «¡purpura!» e iré enseguida.
–No será necesario – habló seguro, aun sin saber que después de unas horas, estaría repitiendo esa palabra como un mantra.
–Pues ya sabes – y se fue –. ¡Recuerda! ¡Purpura!
–Purpura – y pensó en su cabello. Se golpeó la cabeza al ver hacia donde fue su pensamiento, para después ir con Tristana.
–Que empiece el sufrimiento…
Continuará...
