Lulu se desenredó de las sabanas. Despertó de su sueño, inevitablemente, al sentir los rayos del sol colándose por su ventana. Bufó algo irritada mientras se erguía, sintiendo seca su boca y sus parpados aun luchando por intentar mantener sus ojos abiertos. Bostezó largo y tendido, estirándose y sintiendo como sus extremidades vibraban.
Se levantó yendo hacia el baño, dejando atrás aun al dormido Pix, contorsionado en su propia cama, arriba de la mesita de noche y pegado a la pared cerca del techo.
Se miró al espejo, viéndose adormilada y con el cabello esponjado. Sacó una pequeña cubeta de agua que estaba al lado de un tanque de madera. Había vuelto a llenar su contenedor cerca de un río al lado del bosque donde vivía. Lo hacía cada cierto tiempo, pues cuando se iba de viaje, lo vaciaba regando las plantas alrededor de la casa. No podía permitirse tener agua estancada, por lo que usarlo en la naturaleza era la mejor opción.
Inhaló aire y hundió su cabeza en la cubeta, mojándose entera del cuello para arriba. Cuando la sacó y se miró al espejo, hizo una mueca.
–No es suficiente – se quitó la bata de dormir, junto con toda prenda antes puesta y saltó dentro del tanque en una bala de cañón improvisada.
Su cabello purpura hizo de tapadera temporal, para luego ser abierta por la cabeza mojada de la hechicera, que salió para tomar aire.
–¡Ahora si es un buen despertar! – dijo alegre, volviéndose a hundir en el agua.
Salió de la ducha con una bata de baño envuelta con una toalla sujeta en su cabeza, yendo hacia la cocina, preparándose un pan con mermelada y un vaso de leche. Agarró otro, encogiéndolo y sirviendo un poco más. La otra rebanada la dejó intacta, sabiendo que su amigo le gustaba en esa porción.
Pix voló desde la recamara, haciendo maniobras circulares, ascendentes y descendentes, para subir una última vez y estrellarse con fuerza en la mesa. El choque casi hace que tumbe su propio vaso, pero un dedo de Lulu previó cualquier accidente.
–Vamos, dormilón. Es hora del desayuno – dijo dándole una mordida a su pan.
Pix estiró su mano hasta alcanzar el vaso, para solo voltearse, quedando boca arriba, y vaciar todo el contenido en su pequeña boca. Cuando se vació, siguió de espaldas, quedando con sus extremidades abiertas. Rendido ante la villanía del sueño y la pereza.
–Oh, bueno. Si el señorito Pix no quiere comer su pan, entonces tendré que comérmelo yo – su mano hubiera alcanzado el pan con mermelada, si no fuera porque Pix se lanzó desesperado, abrazándolo y comiéndolo con ganas, aun si estaba embarrado de ese dulce por todo el cuerpo –. ¡Hey, tranquilo goloso! Igual tengo más para ti cuando gustes – Pix asintió, aun comiendo, sin separarse de su comida –. Pero tendrás que ir a tomarte un baño. Vas a andar todo pegajoso si sales así. No vayas a ser víctima de un sapo cantor del bosque. Escuché que les gusta las hadas bañadas en mermelada.
Pix solo pudo agachar la cabeza, resignado. No es que no le gusten los baños. Simplemente este día no tenía planeado tomar una ducha. Pero si su amiga le decía eso, significaba que debía ser verdad. Además, ¿correría el riesgo? Sería divertido, pero también peligroso.
Cuando terminó su pan, Pix fue directo al baño. Desde la mesa, Lulu escuchó como algo pequeño chapoteaba en el agua, y no pudo más que reír.
Con su bastón, se golpeó la cabeza, haciendo una corriente de aire a su alrededor para secar su cabello. El paquete de pan y el frasco de mermelada salieron volando, pero con un movimiento de sus manos, hizo que volaran a su sitio correspondiente sin causar algún desastre. Fue a su armario, revelando toda su clásica ropa. En un santiamén, con el gorro puesto y su bastó en lateral, quedó lista para el día.
Ahora su amigo volaba hacia ella de forma suave y serena, desayunados y despabilados, ambos se dirigieron a la puerta para iniciar su travesía diaria.
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Para Veigar, el desayuno se había convertido en algo importante al iniciar el día. La rutina impuesta por los dos meses y medio de entrenamiento, dieron a él una perspectiva más provechosa el consumir sus alimentos a buena hora de la mañana.
Ayudado también por sus seguidores, el hecho de no solo alimentarse de pan y café, sino también de frutos, carne y verduras, hicieron de su metabolismo un avance provechoso y muy beneficioso. Ya no solo tenía energías en la mañana, también su sueño – a pesar de sus pesadillas – resultaron ser placenteras para su despertar. Sintiendo sus parpados menos pesados y su cuerpo menos flojo.
Pasando de levantarse y encerrarse en la oscuridad, a levantarse, encerrarse en la oscuridad unos minutos, y tomar el desayuno para después trotar en el bosque.
No lo hacía por la ciudad. Además de preferir la soledad y no ser visto por yordles ajenos, también andar entre las ramas y raíces del bosque hacían como practica matutina para lo que vendría en el entrenamiento con los exploradores.
Por eso, al bajar a la cocina después de despertarse y leer un libro en la oscuridad, ser recibido por el caos de sus secuaces mientras compartían mesa al devorar el desayuno en conjunto, le alegró dentro de él.
–¡Buenos días, amo Veigar! – le saludó la maga de los espejos –. Aquí está. Un sándwich exprés con un poco de jugo. Un plato sencillo, pero con todos los componentes necesarios para su rendimiento.
–Un sándwich. Excelente – su voz resonó con tono picaresco. La misma que usaba cuando se sentía satisfecho con algún resultado –. Nada mejor que un buen desayuno en la mañana.
Y mientras decía eso, una rebanada de pan salió volando hasta estrellarse en la cara del mago sabihondo, que respondió lanzándole al tenor del terror un trozo de fruta. Lastimosamente, este cayó en su hermano, que maldijo. Pero en vez de responder con otra agresión, decidió comerse la fruta. Al sentir como refrescaba su garganta, decidió entonar una melodía improvisada, que después su hermano ayudó a dueto. Con eso, el yordle con el casco maldijo en voz alta lanzando los cubiertos al aire, diciendo que esto era demasiado para soportar un desayuno tranquilo. Pero el ex secuaz bulboso le insistió, de forma muy elocuente, que disfrutara su desayuno con ellos. El alto modisto comía mientras se miraba al espejo sostenida por la maga, que también comía fruta picada.
–Si… un buen desayuno – corroboró a si mismo el ex mago, mordiendo su sandwich.
Cuando terminó, agarró su báculo que reposaba en las escaleras. Sin perder tiempo, salió de su torre y empezó a andar por el bosque.
Primero lento, sintiendo la mañana. La brisa matutina, con el olor de las plantas y el pasto recorriendo su nariz. Sintiendo su pelaje expuesto moverse por la brisa, haciendo memoria de los surcos donde pasaban las caricias de la naturaleza, evidenciando para sí mismo las cicatrices que aún se ocultaban bajo su pelaje. Muchas de ellas en todo su cuerpo. La mayoría pequeñas, donde solo removiendo su pelo oscuro podrían notarlas.
Por eso la ropa actual le hacía sentir expuesto, además de libre. Hacía tantos años que no volvía a sentir toda la expresión física de la naturaleza. Algo que se privó desde que salió de su antiguo calabozo, ensimismado por sus pensamientos de dominación y poder.
Empezó a trotar, sintiendo en su pelo corporal moverse con cada paso que daba. Reconocía las sensaciones.
Efusividad, energía, positivismo, alegría, gozo… tantos sentimientos que se habían mantenido dormidos por su estilo de vida, despertados por las acciones más simples que un yordle podría hacer. Y no le extrañaba.
Los yordles eran alegres y simpáticos por naturaleza. Sociales y de rutina que hacían de ellos poder ser felices hasta con las cosas más simples. Y él no era ajeno ni inmune a ello. Estaba volviendo a experimentar todas aquellas cosas que hacía antes de su sufrimiento en aquellos tiempos. No es que lo recordase de forma literal. Pero las sensaciones, los sentimientos que le embargaban al punto de casi sonreír. Era horripilantemente placentero.
Y sí. Era placentero. Y eso mismo le hacía querer retener esas sensaciones. Dejarlas bajo el baúl que siempre se mantuvo cerrado. Tirar la llave y no abrirla nunca más. Esa había sido parte de su código cuando salió del calabozo.
Subió la velocidad. Saltando, esquivando y girando entre cada arbusto y tronco. Su respiración empezaba a agitarse, señal de su creciente esfuerzo.
Pero poco a poco estaba volviendo a florecer. Alguien ha estado buscando la llave, encontrándola y jugando con el baúl hasta abrirlo y dejarlo entrecerrado. Sumándole al hecho que estas actividades físicas hacían despertar en él todo lo anterior. Una sucesión de acciones que han causado un efecto dominó. Y ahora no sabía cómo detener. ¿Pero en verdad quería hacerlo?
Saltó una rama, pegando con su báculo un gran tronco de un árbol. Desahogando su frustración y su odio a su complicada situación emocional.
Porque para poder disfrutar algo, se necesita desearlo. Y si no lo deseas, el sentirlo debería ser solo una molestia.
Pero él lo disfrutaba. Lo sentía y lo apreciaba. Aun con su silencio perpetuo y sus respuestas agresivas, dentro de él empezaba a sentirse pleno. Aun sin su magia. Y eso le aterraba. ¿Qué era él sin su magia? ¿Incluso sin su propósito, podría seguir adelante? ¿Tantos años de planeación y trabajo arduo para nada? ¡Era inaudito!
Dio un gran salto, cortando una rama de un árbol con el filo de su báculo.
Pero había algo más. Algo que no había dicho a nadie. Ni si quiera a sus seguidores.
Algo había dentro de él. Lo sentía. Al principio, pensó que era solo imaginaciones suyas. Cosas psicológicas, repercusiones de sus torturas. Pero mientras daba vueltas a lo que sintió, a lo que escuchó aquel día, más indagó en su propio cuerpo.
No podía hacer magia, pero podía identificar los cambios en él. Y si, algo había cambiado.
Siempre supo que los sucesos en esa jaula con sus torturas le habían cobrado una factura más allá de sus cicatrices físicas. Era consciente de su deterioro mental. Incluso emocional. Ser un mago no solo se trataba de recabar información mágica. El estado mental y emocional era de primera instancia, rigorosa para poder manejar bien los hechizos.
Y hubo un momento en que se analizó a sí mismo, de nuevo, gracias a un libro que pudo robar en una biblioteca oculta en Jonia. Bendita Jonia y sus avances en lo espiritual y mental.
Hablaba sobre la meditación y el estado del espíritu y la mente. Había ido a buscar un tomo de información sobre las estrellas y el reino espiritual, pero al ver ese contenido, no pudo evitar llevárselo. La intriga y curiosidad eran grandes. Y leyó lo suficiente para entender que él no estaba tan sano en ese ámbito. Y lo reconocía. Algo en lo que estaba de acuerdo con la filosofía joniana, es que debe de haber un equilibrio para alcanzar el poder de dominarse a sí mismo. Y sus arrebatos no eran en si cosas muy de equilibrarse. Ese macetero y la amenaza al alcalde eran prueba de ello.
Traumas, bloqueos emocionales y de memoria, además de encerrarse y bloquear todo ámbito social. Cosas que ya sabía. Pero la cura… bueno, en realidad no había cura.
Solo un tratamiento constante de romper las cadenas y barreras que evitaban poder llevar una vida plena. Después de leer todo el tomo, lo arrojó en el archivo de «cosas que nunca volveré a tocar» que el mago sabihondo tenía guardado al lado de un basurero. Por órdenes de él.
Todo eso, lo estaba sintiendo ahora. Las barreras estaban cayendo. Las cadenas, se estaban rompiendo. Y él volvía a ser poco a poco sociable. Silencioso – ruidoso cuando estaba enfadado –, pero sociable. Entonces, ¿el problema?
Que algo dentro de él retenía eso. Sujetaba todo y evitaba que las barreras cayesen y las cadenas se rompiesen. Sería su necedad a no caer en frivolidades yordles, alimentado por su orgullo de no ser uno de ellos, después de ser rechazado (y con justa razón) por intentar dominar la ciudad.
O podría ser lo mismo que bloquea su magia y la retiene para no salir, como lo hace con su propio ser interior.
Al decírselo él mismo, parecía más una locura de las suyas. Pero cuando rebuscaba bien, y veía los detalles de cada una de las pistas que recogía por cada día pasado, estaba dando por hecho que sería una de esas dos cosas. Uno de esos dos problemas.
Y no podía decirlo con claridad, porque aun sintiendo todo lo anterior, tenía sus dudas de volver a integrarse si quiera a la ciudad de Bandle. Por ser maligno. Por sus traumas. Por su necedad. Por su orgullo. Por su síntoma reciente relacionado a la magia. Había tanto por lo que agarrar que no sabía ni a donde mirar. Y eso, si era sincero consigo mismo, le asustaba.
Sus pasos lo llevaron hasta una casa en el bosque. Saliendo de entre la maleza, se encontró al frente del jardín caótico que le decoraba. Desde la puerta, salió una yordle de cabellera purpura, sonriendo al lado de Pix, que volaba alegre alrededor de ella.
Lulu volteó hacia el bosque, encontrándose con Veigar, y su sonrisa iluminó sus facciones, haciéndole acelerar el corazón al mago.
Frunció el entrecejo, dándose cuenta de sus reacciones físicas. No negándolas. Solo ocultándolas a la hechicera, que volaba en su bastón hasta estar frente a él, formalizando ese encuentro fortuito.
–¡Veigar! – su grito fue tan agudo que casi cierra los ojos por el efecto –. ¿Qué haces aquí? ¿Vienes de visita?
El mago guardó silencio, enfocándose en sus ojos esmeraldas, notando su expresión picaresca. Sintiendo un sentimiento cálido en su pecho, a la vez que repulsivo, escupió aire por su boca, desviando la vista.
–Es mi rutina matutina. Recuerda que debo mantenerme en forma.
–Oh, eso lo sé. Solo se me hace curioso que hayas caído directamente a mi casa – dijo recargada en sus manos. Esa frase, que sabía que implicaba más de un sentido, solo hizo que alzara la voz.
–¡Fue un accidente! ¿Bien? – se giró sobre sus talones – Iré a trotar hasta el campo de exploradores – y empezó a andar. Lulu sonrió.
–¡Te acompaño! – y voló para estar al lado de él.
Veigar se seguía analizando. Notando la calidez en su pecho. También tenía un genuino sentimiento de repulsión. No infundado. No en su propia toma de decisión. Era como si ambas partes estuvieran alzando la voz a la par. A la vez. Y ninguna se hubiese cayado hasta que poco a poco los ecos se alejaban y solo era un furtivo pensamiento residual.
¿Qué es lo que tenía?
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Tristana estaba en el campo de tiro, apuntando a un muñeco yordle de tamaño considerable. Imaginando que era un humano, sacó su lengua con expresión centrada y disparó. El cañón voló unos segundos hasta que impactó de lleno en la cabeza del muñeco. Hojas de pasto seco se esparcieron alrededor del maniquí, haciendo que la yordle sonriera con satisfacción.
–Hey, buen tiro – felicitó Teemo –. No pensé que pudieras atinarle a ese muñeco con tu cañón a cincuenta metros.
–Es cuestión de practica – sopló en la boca de Boomer, disipando el humo que salía del agujero–. ¿Y bien? ¿Cómo quedaron tus responsabilidades?
–Los escuadrones están listos para la nueva rutina a partir de mañana – de su bolsillo trasero, sacó un rollo de papel –. Partes del equipo alfa, beta, gamma y delta estarán divididos en escuadrones con integrantes menos experimentados para nivelar la balanza entre cada uno. Así podrán tener un repertorio equilibrado sin preocuparnos que cada explorador esté a la expedición sin yordles que cuiden bien sus espaldas. «Regla del explorador numero ochenta y siete: al menos uno del escuadrón debe de tener experiencia y capacidad para guiar al equipo».
–Teemo, eso es lo que hace un capitán de escuadrón – dijo Tristana con una ceja arqueada –. ¿Era necesaria una regla así?
–«Regla del explorador número cien: toda regla necesita una regla».
–Ya mejor no digo nada.
Se alejó del campo de tiro junto con Teemo. El segundo guardó de nuevo su hoja para alcanzar a la artillera.
–¿Y tú qué tal? ¿Te complicaste en la rutina con los artilleros?
–Ejercicio matutino, prácticas de tiro diarias, cambios de turno en cada región de Runaterra… tengo todos mis papeles en regla. Ayudó bastante que tú rigieras bien a tus reclutas.
–Es algo de lo que me puedo enorgullecer – sonrió de buena gana. Ella hizo lo mismo.
Llegaron hasta el cuartel general de los exploradores y tiradores. Estaba a unos metros más allá del almacén del campo de entrenamiento, oculto entre dos grandes arboles torcidos. No es que ellos lo hubiesen querido así, pero como era un sitio estratégico por si algún polizón se colaba en Bandle (que sería raro, para ser honestos), tener un lugar así de oculto para planificaciones rápidas era de ayuda. Además, que «su mostachidad» pudo ahorrar unos cuantos ingresos haciendo de la edificación una simbiosis con la naturaleza.
Se adentraron en la oficina principal. Al prender el foco, encima del escritorio se encontraban muchos papeles. En ellas, líneas, círculos, apuntes y uno que otro dibujo estaban esparcidos, haciendo que todo tuviera un tipo de sentido caótico.
–Prioridades: encontrar a Sylas, el revolucionario – Teemo levantó una hoja con un dibujo, algo mal hecho, del mago con grilletes, pegándolo en una pizarra al lado del escritorio.
–En palabras de Lulu, estaba oculto en un bosque de Demacia. Pero no especificó en cual – Tristana intercambió miradas entre el dibujo y las hojas ralladas y el mapa –. Si es buscado, es seguro que no estará tan cerca del reino.
–Pero tampoco muy lejos como para gastar recursos en viajes de un sitio a otro – Teemo señaló una parte del mapa, cerca de unos ríos –. Seguro deberían estar más allá de la Cordillera Deshielo. Incluso más retirado de la Puerta Gris – Teemo se tocó la barbilla –. Es una zona cerca de las montañas para llegar a las orillas de las regiones del Fréljord. Eh visto bosques cerca de ahí. Pequeños, pero existen. Puede que sea por esa zona.
–¿Qué me dices de la zona sureste? – señaló abajo, cerca de un lago –. Ahí también hay un bosque.
–Lo pensé, pero no es seguro.
–¿Un bosque peligroso?
–Más bien, diría que prohibido, casi – bufó –. Además, que ahí no hay buenos hongos – recibió un golpe en la cabeza de la artillera.
–Céntrate, Teemo – volvió a ver el mapa –. En el norte están las montañas. Y más allá las tierras del Fréljord. Y el oeste hay agua – asintió –. Si. Parece que el lugar donde podemos iniciar la búsqueda sería más allá del Portón Antiguo.
–¡Cierto! ¡Hay una fortaleza demaciana cerca de ahí! – verificó el mapa con detalle –. Entonces tendremos que ir al norte de esa zona. A menos que hayan cambiado de ruta, supongo que podremos hacer un viaje de norte a sur.
–Tampoco es que nos pese. No es un lugar tan hostil. O eso quiero pensar.
–Mientras no tengan cerca algún portal a Bandle, estaremos bien.
–Entonces – señaló con el dedo –. Tenemos un portal al sur del Monte Perene. A un día de distancia del portal más cercano al asentamiento. Iniciaremos desde ahí.
–Me parece buena idea – juntó todas las hojas en sus manos, acomodándolas y darles la respectiva forma cuadrada, dejando el escritorio limpio –. Iré preparando todo para el viaje.
Teemo desapareció de la oficina. Conociéndole bien, estaría preparando su mochila, metiendo lo necesario para prevenir hasta el más mínimo detalle. Y seguro, también incluiría hongos en el proceso.
También ella tenía que prepararse, pero primero haría una pequeña visita a su amiga. después de todo, iba a ser un viaje de cuatro que hacía tiempo no tenían. Y debía ver que tal estaba. Porque ahora no solo se trataba de ella, sino de dos yordles más. Llegaría a suponer que estaba bien, pero valía prevenir. No por nada ella fue la pionera de los artilleros de Bandle.
Caminó al campo de entrenamiento, viéndola sentada en un tronco, mirando a Veigar trotar y saltar entre los obstáculos. Llegó hasta ella con pasos sonoros, haciéndose escuchar. Pero ella no volteaba, aun manteniendo su vista en el ex mago, que curiosamente cayó de cara al lodo después de un mal salto. Escuchó un sonido rasposo saliendo de ella, intuyendo que se reía por la torpeza del yordle. Eso, o por las palabras mal sonadas saliendo de su boca mientras se quitaba el lodo de la cara.
–Siempre que algo no sale bien, deja salir su frustración con palabras horribles – dijo sin despegar su vista, sabiendo que su amiga estaba al lado, mirando en su misma dirección –. Yo le llamo «palabras colorimpactantes». Siempre me imagino una lluvia de explosiones coloridas y agresivas cada vez que le escucho decir esas groserías pintorescas.
Tristana no dijo nada. Seguía viendo al yordle trotar con expresión cansada, pero determinada. Estaba con otros reclutas, pero siempre pasaba de largo con ellos y continuaba su rutina. Era increíble el cambio que tenía ahora en comparativa a hace dos meses y medio.
–Tienes tu duudad contigo, ¿verdad? – preguntó la artillera.
–Está en casa. Seguro camuflado con alguna pegatina o un cubo de juguete. Tengo las puertas cerradas para que no escape – chasqueó los dedos –. ¡Y también las ventanas! No vaya a ser que se le ocurra saltar por ahí – Tristana asintió.
–Iremos al sureste de Demacia. De ahí al norte para verificar si ese tal Sylas ronda por esa parte de la región – Lulu giró la vista hacia ella, con una cara interrogativa.
–¿Ir a donde de que a qué?
–Ush – carraspeó –. Haremos un viaje al norte del Bosque Silencioso para subir después a las montañas que están cerca de un asentamiento demaciano. ¿Mejor?
–¡Oh si si! ¡Ya entendí! – palmeó su bastón, emocionada –. Mi duudad estará listo para entonces.
–Eso quería escuchar – ya informada, iría a otra cosa –. Y dime, ¿Cómo lo ves?
–¿Qué cosa?
–El viaje. Vas a embarcarte en una aventura con tres yordles – aun con su sonrisa, sus ojos daban señal de estar algo preocupada –. Ya no solo conmigo. Esto es algo que requerirá menos… ya sabes.
–Menos… oh. Ya. Capto – enserió la mirada. Tristana suspiró, tocando su hombro.
–No te digo que no hagas tus cosas de… Lulu. Solo digo que espero puedas controlar un poco tu hiperactividad.
–Lo estuve pensando, ¿sabes? En mi cabeza. Ahí muy oculto en ese cofre colorido donde guardo los malos pensamientos – se recargó en su bastón, dejándolo reposar en su regazo. Pix se acostó encima de ella, usando su gorro como almohada –. La magia del Claro es caprichosa. Cada magia tiene ciertos requerimientos para ser adaptada a su usuario. Yo no soy inmune a ello – tamborileó con sus manos la madera de su herramienta. Tristana la seguía escuchando en silencio –. No puedo prometerte que no nos meteremos en problemas por mi culpa. Pero ten por seguro que haré lo imposible para que salgamos sanos y salvos cuando lo requiera.
Tristana no dijo nada. Las implicaciones de esas palabras tenían mucho significado. Y ella podía verlo a través de cada oración dicha.
Lulu era una viajera. Una yordle errante en busca de un lugar que no recordaba, pero que si sentía. Que debía volver. Ese era su objetivo. Siendo ella una viajera mayormente solitaria, no tenía problemas en desatar toda su magia en caprichos simples y hasta caóticos. Eran inocentes, pero sumado a lo impertinente que se volvía por la influencia de su misma magia, a veces lograba meterse en situaciones que podían tornarse variopintas. Que ella podría salir. Era Lulu, a fin de cuentas. Siempre podía salir airosa de sus problemáticas. Y el hecho que estuviera Pix con ella era un plus en la ecuación.
Algo muy distinto es que ella viaje con algún acompañante. Ya lo había experimentado, en aquel bosque enfrentándose a esos noxianos. Una combinación de suerte y ayuda externa (ese bosque fue un gran aliado) ayudó en que ambas salieran victoriosas, sanas y salvas. Tristana podría con ello. Era una chica de acción, y prefería que, si no había otra alternativa, irse de cara al combate. Era un orgullo personal, a la vez que cierto capricho. Pero ella no era así cuando se encontraba patrullando con algún escuadrón a su cargo. De hecho, era muy cuidadosa. Precavida y muy observadora, así como paciente. Las vidas de sus reclutas estaban en sus manos, y ella no podía darse el lujo de ser la capitana busca pleitos.
Y eso mismo es lo que pasaba con Lulu. Era algo que ella no podía evitar. Ya contado hace tiempo, que su magia, en exceso, podía hacerle ser alguien que no era. O ser más de lo que ya era. Y estando acompañada, era casi como un lastre, más que otra cosa. Pero sabía que era, en cierto modo, su deber estar presente en el viaje. No solo por su amigo, que estaba cayendo de nuevo en el lodo, esta vez por Teemo, que al segundo corría por su vida ante un Veigar furibundo. Sino porque fue ella quien les embarró en ello. Un compromiso que tenía que acatar. Y una responsabilidad que los dos capitanes sabían que se debía aceptar. Un acuerdo silencioso entre los tres yordles. Y por eso mismo, a pesar de que su amiga fuese irritante y algo rara, le tenía afecto. Porque dentro de todo ese caos, había una yordle que se preocupaba por los demás. Y eso ella lo valoraba.
Lulu de repente la miró con determinación, haciendo que la artillera abriese los ojos con sorpresa.
–Y te prometo que ni Veigar saldrá herido por mis momentos de locura. ¡Palabra de hechicera hada! – levantó la mano al nivel de su cara, haciendo su promesa –. Y Pix me ayudara. ¿Verdad, Pix? – el hada hizo la misma acción que Lulu, haciendo sonreír a la artillera.
No podía controlar a la hechicera cuando salieran. Pero, ¿que sería una aventura sin un poco de problemas en el camino? Y Lulu era buena en las aventuras.
Tristana le agarró las mejillas con sus manos y las aplastó para hacer de su boca una «o».
–Me deberás una dotación de panecillos dulces por tres meses cuando esto acabe, ¿de acuerdo? – a pesar de su tono, la expresión juguetona daba a entender el mensaje. Eso hizo a Lulu reír, alejando sus manos con manotazos. Y el mal sabor de la charla.
–¡Los que la capitana Tristana quiera!
Y con eso hecho, se levantó de su asiento, satisfecha por el resultado de la plática. Iba a retirarse, pero unas pisadas la sacaron de ese plan, para girar la vista y encontrarse con un panorama que la hizo ladear la cabeza.
Veigar y Teemo volvían del campo. Ambos bañados en lodo y pasto. El primero solo se rascaba la oreja, quitándose el exceso con su dedo y limpiándose en el proceso. Teemo en cambio, agarraba su pelaje y estiraba su pelo corporal hasta quitarse el lodo de su cuerpo.
–… terminamos la rutina de hoy – dijo Teemo –. Creo que nos hará falta un baño.
–Esto no hubiera pasado si no me hubieras puesto el pie – la voz del ex mago era de enojo.
–Pero solo era una bromita. Tampoco es para tanto.
–¡Probaste el sabor de mi venganza!
–Y sabía a lodo. Admito que fue divertido. Deberíamos jugar otra vez.
–¡No era un juego! ¡Era mi venganza!
–¿Así se llama el juego? Vaya, no sabía que jugar con el lodo para ti así se le llamase.
–¡Eso no es lo que…! – la mano de Tristana le tapó la boca, interrumpiendo sus gritos.
–Deja ya, Veigar. No lo harás entrar en razón – señaló al explorador, que sonreía distraído mirando al cielo –. En este momento está tan relajado que le importará una berenjena lo que digas – Veigar le miró con una ceja arqueada –. Ejercicio, más la pilla pilla, y vuala. Le diste al capitán un día divertido – eso solo hizo al ex mago fruncir el entrecejo.
–¡Pero no estaba jugando con él!
–Y aun así se divirtió – miró a ambos enlodados. Solo expulsando aire y encogiéndose de hombros –. En este momento estoy de buen humor como para enojarme con ustedes dos. Así que lo dejaré pasar – Tristana tomó la muñeca de Teemo. El yordle reaccionó a su agarre, mirándola –. Pareces un pastel amorfo, Teemo. Vamos a mi casa. Te prepararé el baño.
–Podría ir a la mía, Tristana. No pasa nada.
–Estoy de buen humor. Acepta mi ofrecimiento o afronta mi poco a poco creciente mal humor – Teemo se quedó callado, solo haciendo la señal de cerrar su boca, haciendo sonreír a la artillera –. Buen chico. Ahora andando. Que hay de que hablar para el día de mañana – miró a los dos restantes –. Mañana en la mañana nos encontraremos en la entrada de la ciudad. Nos vemos, chicos. Y lleguen temprano.
Tomaron la ruta a la casa de la artillera. Sin mirar atrás y uno jalando del otro.
–¿Qué mosca le picó? – preguntó el yordle negro. Lulu solo sonrió.
–Ya dijo. Anda de buen humor – miró a su amigo –. Y a ti también te vendría bien un baño.
–Esto no habría pasado si el loco de los hongos no me hubiese metido el pie.
–Entre locos se entienden – susurró.
–¿Qué dijiste?
–Que también necesito un baño – su sonrisa dentada solo obvió que no era eso lo que había dicho, pero lo dejó pasar.
Continuará...
