Lulu fue la primera en despertarse. Bostezó y estiró sus brazos al cielo mientras sentía su sueño irse poco a poco. Saboreó su boca, sintiendo su deshidratación mañanera. No era nuevo para ella sentirse así. De forma usual, pasaba bastante en los viajes que tiraba. Al ser mucha más actividad física, su cuerpo lo resentía con mañanas algo pesadas. Pero nada que un poco de agua en su garganta (y en su cuerpo) no le ayudasen en despertar.

Miró a su lado, viendo a Tristana que seguía dormida. Boomer estaba con ella, siendo abrazado con su brazo libre. ¿Cómo le hacía para dormir con algo tan duro? Era raro. Podría suponer que era por el viaje. Bueno, era una opción para dormir. Si le iba bien con ello, no era quien para cuestionarla.

Iba a mirar la manta de Teemo, pero notó que no estaba presente. De hecho, tampoco estaba Veigar en su «cama provisional». Se levantó, dejando a Pix dormido en su gorro, mirando hacia la sala principal.

Los dos estaban en las sillas, sentados con una bebida caliente al frente. Ambos con las caras cansadas, sorbiendo pausadamente y no sabiendo si se miraban entre ellos, o si estaban idos en medio de su desvelo.

–Buenos días, chicos – los dos movieron sus orejas al escucharla. Teemo le devolvió el saludo con una sonrisa y una mano alzada, mientras ojeras asomaban bajo sus ojos, dándole a sus manchas cafés un toque oscuro.

–Buenas, Lulu.

–Uy. Parece que no durmieron bien – en respuesta, el sonido seco de la cara de Veigar siendo azotado en la mesa hizo que ambos volteasen hacia él –. Juro que había visto que los dos estaban acurrucados y dormidos.

Los dos se miraron un momento. Teemo por el rabillo del ojo y Veigar girando un poco la cabeza. Recordando la causa del desvelo.

FLASHBACK

Te juro que si sigues poniendo tus posaderas en mi cara, voy a tirarte al suelo desde aquí arriba. ¡No me importa si mis dientes tienen que morderte el trasero para lograrlo! – susurró con coraje.

¡No es mi culpa que no hayas querido pasar primero! – susurró también en un tono levemente alto –. Yo quería que lo hicieras para ayudarte en caso de que fueses a caerte.

Soy completamente autosuficiente desde que me metiste en ese entrenamiento infernal en Bandle – se quejó, mientras volvía a poner sus manos en la madera, siguiendo la escalada.

Pues lamento que mi deber como capitán te moleste – dijo irritado también el yordle.

Ambos estaban a medio camino de subir hasta la ventana. Habían recorrido todo el trayecto desde el pasadizo hasta la cabaña en silencio y tratando de pasar inadvertidos de los guardias. Para ese momento, Veigar ya estaba en mejor situación, pudiendo trotar sin problemas y seguirle el paso a Teemo.

No había sido un viaje largo, por lo que llegaron rápido a su destino. Pero estaba el dilema del inicio: ¿Cómo subir hasta la ventana?

No vieron muchas opciones, por lo que optaron por la más sencilla y practica: escalar. Teemo había ofrecido a Veigar que se subiese primero. Pero como siempre, Veigar llegaba a confundir amabilidad con supuesta "debilidad". Así que optó por darle el primer paso a Teemo.

Y claro que lo hizo. Al igual que él. Pero si la cabaña no fuese tan liza, a pesar de que estaba hecha de madera con base de petricita, la cosa sería sencilla.

Por lo que, entre quejas, lamentaciones e impropios, lograron llegar hasta la ventana, y suspirar aliviados en ya estar resguardados y seguros dentro. Ambos respiraban agitados. No por el agotamiento físico, sino en calmar la tensión que ambos se tenían entre tanta perorata impropia que ambos se lanzaban.

Uf. Ya. Llegamos – dijo el explorador, sintiéndose feliz de volver. Veigar se posó al lado, acostado con los brazos estirados.

Es la última vez que hacemos algo juntos – a pesar de su queja, Teemo sonrió de buena manera.

Puede que haya sido algo… quejumbrosa la exploración. Pero creo que valió la pena.

Lo ha valido – sinceró el ex mago.

Ambos miraron hacia las mantas. Las chicas seguían em su sitio. Una roncando toda desparramada y enredada, mientras la otra seguía dormida con su arma siendo abrazada por ella.

–… siguen dormidas – Veigar estaba con una ceja alzada.

De Lulu… es Lulu. Tiene el sueño pesado. Tristana es igual cuando se encuentra un lugar seguro – ese dato hizo que Veigar casi se estampe su palma en la frente.

¿Así que solo debía preocuparme por que tú te despertaras?

Siempre he sido de sueño ligero.

Por lo que irme solo con el vidente era meramente imposible.

Correcto.

A veces eres odioso – eso solo causo la risa del yordle.

Bueno… hora de dormir – empezó a estirarse –. Fue una experiencia interesante la exploración de hoy – se encaminó hasta su manta, pero ver como Veigar iba en dirección a las escaleras hizo que se quedara a medio camino –. ¿No vas a dormir?

Estaré un rato en la sala. Ya me uniré – y siguió hasta perderse del segundo piso.

Unos momentos después, Teemo también bajó, viendo al yordle oscuro sentado en la mesa, mirando hacia la nada, con una cara inexpresiva.

Recuerdo escuchar que el vidente dijo que no podrías dormir después de… eso – Veigar se tensó ante lo que dijo el explorador –. ¿Era verdad?

Los puños de Veigar se apretaron entre sí. Fácilmente podría mandar al explorador a comer rábanos. Pero le había ayudado en el camino de vuelta, y había facilitado el recorrido en el pasadizo oculto. Se sentía en deuda. Suspiró.

Si. No hay cosas muy gratas que quiera recordar de mi pasado – cerró los ojos –. Incluso ahorita, cuando los cierro, veo todo de nuevo. Todo muy vivo – se talló la cara –. El vidente abrió una herida que debía mantenerse cerrada. O cicatrizada. Yo…

¿Té o café? – escuchó. Luego vio a Teemo subir de nuevo al segundo piso después de formular la pregunta. Eso había dejado en blanco al yordle, no esperando algo así.

¿Qué? – después de un rato, al bajar, este traía dos cajas pequeñas. Una marrón y una verde.

Si vamos a pasar una noche en vela, al menos que una bebida caliente nos acompañe – la expresión del ex mago era de contrariedad.

¿Y quién dijo que necesito compañía?

Puede que no lo necesites – sacó un hongo de su bolsillo trasero. Lo golpeó y luego giró su orilla hasta que su cabeza hizo forma de un cuenco –. Pero yo fui entrenado para estar con los yordles que necesiten ayuda.

Yo no necesito a nadie – dijo eso mientras veía al explorador ir por agua en un barril y empezar a calentarlo en una jarra de hierro que tomó prestada de la familia. El hongo, para sorpresa de Veigar, estaba subiendo su temperatura. Teemo sonrió al ver la atención de su compañero.

Es un hongo bravo. Cuando lo arrancas, sus propiedades hacen que cambien su estructura y se vuelva un calentador de comida. O una calcinadora si sabes con que hongo mezclarla – el agua de la jarra empezó a hervir, dejando a Veigar con una cara de fascinación.

Pensé que esos hongos se habían extinguido por su alto consumo en las guerras – mientras decía eso, Teemo preparaba dos tazas. La del té y la del café.

Su especie logró conservarse en algunas partes del Fréljord – dejó una al frente del ex mago. Otra se la llevó consigo en sus manos, sentándose al frente –. Su ubicación es sabida por unos cuantos. Yo siendo uno de ellos. Por eso mismo, por su peligro en su uso y en que está en peligro de extinción, nos reservamos su ubicación – bebió de su té –. La planta proliferará y se dará a conocer sola a su tiempo.

Así que además de explorador, eres un protector de especies.

No gane mi medalla de preservador de la naturaleza por nada – sonrió.

Dejaron que pasasen unos minutos, solo escuchando los ronquidos de Lulu y las respiraciones pesadas de los demás habitantes de la cabaña. Veigar seguía sin beber su café, viendo en silencio el agua caliente y su reflejo oscuro. Viéndose a sí mismo, gracias a sus ojos que iluminaban parte de su rostro. Tragó del café, sintiendo el calor pasar por su garganta y el sabor amargo del mismo. Justo como le gustaba.

Ninguna palabra – dijo.

¿Cómo? – Teemo le miró con curiosidad. A pesar de la oscuridad que había por la noche, Veigar pudo notar que en su rostro estaba marcado el sueño. Pero suponía que ese té le daba ánimos de seguir despierto, a pesar de la hora madrugadora.

Ninguna palabra de lo que pasó allá – sus ojos amarillos le miraban de forma intensa, casi intimidantes –. Si pregunta… si preguntan cómo conseguimos esta ayuda, solo di del vidente. Omite el método.

¿Lo dices por…? – fue interrumpido por su voz autoritaria.

Por todo. No necesito dar explicaciones.

Bueno… está bien – si quería mantener esto en privado, respetaría su decisión –. Pero, ¿Qué justificación debemos de tener por estar tan despiertos en la madrugada? Caso de que nos vean ya despiertos en la mañana.

FIN DEL FLASHBACK

–… fui a por agua, y Teemo me vigiló que no hiciese nada malo – dijo el ex mago.

–¡Teemo! – Lulu, si no fuese porque la familia seguía dormida, hubiese regañado en voz alta al explorador.

Teemo no sabía que decir. Veigar lo encasilló como el malo cuando era por sí mismo que los dos estaban en esta situación. Aunque cierta culpa la tenía él por ofrecerse a acompañarle. ¿Quién le mandaba a ser tan servicial?

–Yo…

–Después de aclararle que no haría nada malo, fuimos a ver un contacto que tengo en las afueras del asentamiento – dijo, pegando la cara de nuevo a la mesa –. Me acompañó para vigilar el camino de regreso. No hubo contratiempos.

–¿Salieron de noche? – cuestionó la hechicera –. ¿Y no nos dijeron nada?

–Veigar salió por su cuenta. Yo solo lo cuidé que no le pasase nada… solo cuidé que no hiciese nada malo – corrigió, apegándose al plan del ex mago. Le miraba indignado, pues veía la sonrisa de Veigar oculta entre la madera –. Vimos a un vidente. Nos ayudará en encontrar a Sylas.

–¡Genial! Significa que podremos turistear. ¡Si! – se emocionó, saltando en dirección hacia el segundo piso. Teemo miró a Veigar de nuevo.

–¿Poniéndome como el malo en tu relato?

–Yo soy el malo. Debo de hacer maldades. Y si ponerte como el malo, siendo realmente bueno, pero malvado en mi versión, eso me hace bueno en mi maldad. Y a ti malo en tu bondad – bostezó –. Diablos, tengo mucho sueño.

Teemo solo pudo quedar en blanco, asimilando sus palabras con la imagen mental de un hongo saltarín bailando con música alegre.

Se escuchó la puerta abrirse, viendo como la familia empezaba a levantarse. Sus sonrisas daban a entrever que estaban descansados. Y Lupin lo expresó de la mejor forma posible: con una voz estridente y alegre.

–¡Hola, chicos! – se estaba ajustando su camisa –. ¿Durmieron bien?

Como respuesta, el sonido de la cara de Teemo chocar con la madera fue más que evidente en su respuesta. Seguido por la risa de Veigar, que estaba en la misma posición, sin si quiera levantar la cara.

–Me merezco un sueñito – dijo el explorador, lamentándose.

–Vaya explorador patata resultaste – dijo el ex mago, aun sin despegarse de su lugar.

Lupin seguía sin entender lo que pasaba, pero suponía que estaban bien.

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–Así que – dijo Tristana mientras acompañaba a Lulu en unas compras – encontraron a un vidente.

–Eso dijo Veigar – caminaban entre la multitud que iba y venía en direcciones. Algunas mujeres cotilleaban en las esquinas. Algunos niños corrían por los callejones siendo reprendidos a veces por sus padres o algunos guardias. La zona del mercado estaba cerca de ahí, por lo que el bullicio se hacía cada vez más grande –. Pero no dio explicaciones. Supongo que no estaba en condiciones para hablar.

–Aun no me queda claro el por qué los dos se desvelaron toda la noche – dijo la artillera, posando sus dos manos en la nuca, levantando la vista al cielo –. Teemo no es de los que se desvelan por algo irrelevante. Y estoy seguro que Veigar estaba igual de cansado como para dormir. Todos nos acostamos a la misma hora. No tiene sentido.

–Puede que se le haya espantado el sueño a Veigar y Teemo le hizo compañía. A mí me pasaba cuando tenía algún pendiente – se hizo a un lado por el corretear de un niño y el andar de dos hombres que platicaban de forma amena, sin si quiera verlas –. O cuando tenía exceso de azúcar.

Se adentraron en la zona del mercado. Para Tristana, era un suplicio tener que soportar tanto bullicio. Era alguien a que le gustaban los festejos y las fiestas. Cosa diferente a andar en un lugar público con personas que no conocía. Y que no eran yordles. Simplemente no era su campo preferido. En cambio para Lulu, era como estar dentro de la zona más divertida y emocionante. Al ser un lugar concurrido para viajeros que iban de reino en reino, era posible ver alcoholes, carnes, dulces, telas, ropas, frutas; pero también cosas poco comunes o mucho más exóticas como armas, brebajes y un sinfín de cosas que, a los ojos de la hechicera, era como encontrar toda una zona llena de diversión.

Y no perdió el tiempo. Se subió en la mesa de un estante y levantó un sombrero.

–¡Mira, Tristana! Este sombrero tienes pelo frondoso – se lo puso encima, colocándose también unos protectores oculares –. Según mis cálculos diferenciales, un pequeño gramo de esta sustancia hará que el pelo de mi compañero oscuro cambie dependiendo de su sentido del humor – dijo con una voz rasposa y algo grave en su tono agudo. Tristana solo pudo tomárselo con humor.

–¿Es esa una imitación de Heimerdinger? Porque lo estás haciendo muy bien.

–No sé de qué hablas, querida – siguió –. ¿Tienes problemas con Boomer? Puedo hacer que además de soltar cañonazos, pueda hacer en una implosión eléctrica la zona de impacto.

–… bien. Eso fue más acertado de lo que crees – ahora si rio, contagiando a Lulu.

Aunque la risa duró poco. El vendedor le arrebató el gorro de un manotazo.

–Disculpa, niña. Pero este gorro no es para hacer bromas – dijo. Y por el tono que ambas detectaron, parecía petulante –. Es un gorro que es muy codiciado por algunas personas que saben de gustos. De hecho, al tener una superficie suave y gruesa, es perfecta para los inviernos. O en casos especiales, en viajes que se puedan hacer más allá de Demacia. Como el Fréljord, por ejemplo – dijo con orgullo.

Tristana siguió viendo el gorro. Al segundo, bufó. El sonido fue como el de un caballo fastidiado.

–Solo es un gorro con dos capas de tela y una piel de animal. No lo promuevas como la última maravilla.

–Hump. Los yordles no saben de gustos – se guardó el gorro entre todas las prendas que estaban en la mesa –. Si no van a comprar algo, les pido de favor que no se queden mucho tiempo. Espantan a los clientes.

–¿Cuáles? Solo nos veo a nosotras – dijo la artillera con descaro. Y el vendedor quedó en silencio, apretando los labios. Porque la verdad era que eso estaba pasando.

–Voy a llamar a los guardias – dijo sin más, alejándose

–Descuide. Ya nos íbamos – jaló a Lulu de la manga, arrastrándola lejos del puesto –. Como puedo ver, hay muchas cosas más interesantes por aquí que esa ropa de cuarta.

–¡Guardias!

–Y aquí es cuando nos desaparecemos – susurró la artillera, alejándose lo mejor posible del puesto. Lo bueno es que parecía no haber soldados cerca, por lo que el llamado fue inútil.

Quedaron en una esquina, ocultas entre los cestos de fruta de un vendedor.

–Cielos, que temperamento – la artillera vio a Lulu que le dirigía una expresión de molestia –. ¿Qué?

–¡Yo quería ese sombrero! – se lamentó, quedando de rodillas y alzando los puños al cielo – ¡Era el sombrero perfecto para llevar a una fiesta! ¡Y lo he perdido!

–Eres una exagerada – se cruzó de brazos –. Allá afuera seguro hay mas. Y mejores que el anterior – Lulu la tomó del cuello de su camisa, pegando su cara nariz con nariz. Le miraba con una expresión de exaspero.

–No vuelvas a hablar así de ese sombrero – la soltó para mover los brazos frenéticamente –. Tardaré cien años en volver a encontrar un sombrero como ese. ¡Era perfecto! Nunca volveré a ver… ¡Uh! Mira esa bata – y salió disparada al puesto frente al de las frutas. Moviendo con frenesí las telas una a una para compararla a la bata que tenía en su mano dominante.

Tristana suspiró.

–Bueno… al menos anda de buen humor.

Pasaron el día yendo y viendo todo lo que Lulu encontraba. En realidad, era ella quien guiaba a ambas. La artillera solo la seguía, acompañándola y dando algunos comentarios, ahora sí, menos agresivos con respecto a la mercancía.

Fue después del medio día cuando ambas pararon cerca de una fuente, sentadas encima de un banco y con un montón de bolsas que Tristana no sabía cómo Lulu podría cargar con tantos en ese cuerpo tan menudo.

Sonreía con satisfacción mientras mordía un fruto rojo con ganas, haciendo que el jugo casi se derrame por la comisura de sus labios. Miró debajo de ella, viendo como Pix asomaba la cabeza y extendía la mano con ganas. Lulu sonrió y cortó un pedazo para meterlo en su bolsillo y dárselo al hada, que lo tomó feliz y volvió a entrar, comiendo el fruto. Al no tener el gorro disponible, se tendría que contentar con el bolsillo.

–Y pensar que guardar esas serpientes de plata me servirían para comprar estos lindos caprichos – sacó una capa –. Esta capa me servirá para cuando estemos en un lugar frío – sacó otra capa –. Esta cuando haga calor – sacó otra –. Esta cuando vayamos a una fiesta – y reveló otra, de color negro –. Y esta cuando tengamos que infiltrarnos en las noches para poder hacer algo ilícito o ilegal que nos convenga y corramos peligro de muerte o algún tipo de tortura interminable – miró a su amiga, con una sonrisa de oreja a oreja.

–Emmmm… sí. Seguro – ¿Qué podía añadir?

–Claro. También compré un gorro para Veigar. Unos calcetines para Teemo, ¡y mira! – de una bolsa sacó una tela que parecía ser hueca por dentro cuando se abría, además de tener otras en las partes laterales – Este es para Boomer.

–… eso es para un perro, Lulu.

–Pensé que era especial para mascotas. Podrías dárselo a tu pequeño lagarto escupe fuego que tienes en casa.

–Boomer dos puede comer y cuidarse solo sin ese harapo – Lulu hizo ademanes con sus manos. Extravagante y con una expresión que le hacía ver como parte de los grupos de mercaderes –. Bien, bien. Se la pondré a Boomer para protegerlo del frío.

–¡Si! – exclamó alegre. Al momento, la cara de felicidad de Lulu desapareció, parpadeando y mirando hacia dentro de la zona mercantil. Entre la multitud que compraba y discutía sobre algún precio. Uno que otro regateando. Tristana miró hacia el mismo sitio, viendo a su amiga con la vista perdida hacia allá.

–¿Lulu? – la aludida no dijo nada. Se levantó y empezó a correr en dirección hacia el mercado. Eso alarmó a la artillera, que la siguió al segundo para no perderla.

Avanzaron entre la gente, empujando las piernas de alguna señora, casi haciéndola caer al frente de una mesa de frutas. Pasando por debajo de dos señores que discutían sobre el precio de un anillo que, a opinión de la esposa del comprador, merecía un valor menor al que le estaban ofreciendo. Dieron la vuelta a una esquina, donde Lulu saltó por encima de un niño que jugaba con una pelota junto a su perro. Tristana saltó encima del perro, acariciándole la oreja en el proceso y entrando al callejón.

Lulu paró un momento, girando la cabeza de un lado a otro afuera del callejón. Había menos gente, pero sentía que le había perdido de vista.

–¿Por qué lado, Pix? – miró su bolsillo. El hada señaló hacia la derecha, y sin perder tiempo, volvió a correr justo cuando la artillera le había alcanzado.

Siguieron corriendo, llegando casi hasta la orilla oeste del asentamiento. Habían recorrido bastante al punto de dejar atrás el mercado. Lulu paró hasta estar al frente de una cabaña. Miraba con el ceño fruncido y una expresión determinada. Tristana llegó atrás de ella, retomando el aliento.

–¿Qué diablos te pasa? – dijo indignada. No estaba cansada, pero la fatiga era inevitable. Había corrido sin estar preparada, así que le tomó un poco de tiempo condicionarse al momento – Saliste corriendo de la nada.

–Hay gente dentro de esa cabaña – dijo señalando al frente.

–Es obvio. Hay gente que vive ahí, Lulu.

–No, no. Me refiero a que hay… – se acercó a ella, como compartiendo un secreto – Hay magos ahí dentro.

–Bueno… eso también lo sabemos – Lulu negó con fuerza.

–Me refiero a que… – exhaló aire, tratando de acomodar sus ideas –. Cuando me encontré con Sylas, la magia que manaban era muy parecidos a la que detecto ahora – señaló de nuevo, pero esta vez caminando hacia allá –. Creo que son ellos. Mis instintos de Lulu nunca me fallan cuando se trata de curiosear o reconocer lugares o caras – miro hacia los lados, tratando de no ser vista, llegando hasta la ventana, y agacharse para no ser vista.

Tristana se quedó en su sitio, asimilando lo que dijo.

–… ¿tienes algo llamado instinto de Lulu? – y fue tras ella.

Las dos se colocaron abajo, pegando el oído en la pared, intentando escuchar todo lo posible.

–Hay demasiados guardias – la voz era joven. Unos pasos iban desde el fondo hasta estar cerca de la ventana –. ¿No es un movimiento algo precipitado?

–Tonterías – era una voz grave. Para Lulu, era como escuchar a un señor barbón con mucho musculo –. Estamos tratando de salvar a esta gente de sí misma. Debemos entrar y sacarlos de aquí.

–Y con tu poder, eso será posible – dijo una tercera voz. Una femenina –. Tu habilidad es perfecta para poder salvar a estas pobres personas que no son más que esclavas de un sistema que no pueden cambiar.

–Pero, no estoy seguro si es necesario.

–Lo es. ¿O quieres recordar lo que pasó semanas atrás que te salvamos de esa chica dragón? – como respuesta, solo hubo silencio.

Ambas yordles se miraron ante lo que estaban escuchando. Parecía una reunión secreta. Pero no entendían del todo que es lo que planeaban hacer.

–Seguiremos aquí unos días más – dijo la voz femenina –. Encuentra a más de nosotros. Y no los pierdas hasta que estén en nuestro mapa. Cuando todos estén localizados, entraremos en acción – se escuchó el sonido de un eructo –. ¡Por el amor de Dios, Brelyard!

–¿Qué? Tenía ganas de una cerveza.

–Abre la ventana, niño. Siempre que este gorila toma, el lugar huele a cantina barata.

–¡Eso es insultante! – reprochó el hombre.

Ambas salieron corriendo, tratando de hacer el menor ruido posible. Cruzaron la calle y se escondieron tras un callejón entre dos casas. Asomaron la cabeza, viendo como un chico rubio y flacucho, abría la ventana. Era joven. Casi llegando a la adultez. Miró para todos lados, inhalando el aire del exterior. Giró la cabeza hacia el callejón, haciendo que ambas yordles se ocultaran por completo. El chico siguió viendo hacia esa dirección, pero después le restó importancia, entrando de nuevo a la casa.

Tristana y Lulu volvieron a mirarse una tercera vez, enviándose a sí mismas el mensaje.

–Tenemos que ir con los chicos a contarles esto – dijo la artillera.

–Si – ambas volvieron rápido de sus pasos en dirección a la cabaña de la familia, hasta que Lulu se paró en seco – ¡Oh, no!

–¿Qué pasó? – Tristana se giró alterada.

–¡Mis compras! – y corrió despavorida hacia el mercado –. ¡Tengo que volver por ellas! ¡Te veo allá, Tristy!

Tristana bufó, soportando la excentricidad de su amiga, y corriendo hacia donde se hospedaban. Acaban de adquirir información relevante e importante.


Continuará...