Capítulo 1: El Adiós a Nerima

La lluvia caía sin cesar sobre Nerima, un compás incesante de gotas que golpeaban los tejados, rebotando contra el pavimento y formando pequeñas corrientes a lo largo de las calles. Era una noche de tormenta como muchas otras en aquella caótica ciudad, pero para Ranma y Akane, aquella noche sería distinta. Sería el inicio de algo que cambiaría sus vidas para siempre.


Todo había comenzado con una pelea.

El dojo Tendo, normalmente un lugar de entrenamiento tranquilo y disciplinado, se había transformado en un verdadero campo de batalla. El tatami estaba cubierto de objetos dispersos: sartenes, lazos rotos y pedazos de madera astillada que habían salido volando durante el caos. Las paredes retumbaban con los gritos y el estruendo de los enfrentamientos, y la atmósfera era sofocante.

Shampoo irrumpió en la casa sin previo aviso, tan enérgica como siempre, declarando con voz firme y su inconfundible acento:

—¡Ranma casar con Shampoo! ¡Promesa es promesa!

Ukyo no tardó en aparecer por la puerta, con su espátula gigante en una mano y una sartén en la otra, lista para la batalla.

—¡Ni lo sueñes, Shampoo! Ran-chan me prometió estar conmigo. ¡No voy a dejar que te lo lleves!

La tensión escaló con una rapidez asombrosa. Shampoo lanzó un golpe con su látigo, Ukyo lo desvió con la espátula y una ola de polvo se levantó del tatami. Ranma, atrapado en medio, esquivaba los ataques que volaban a su alrededor con movimientos gráciles.

—¡Ya basta! ¡Déjenme en paz!—gritó Ranma, inclinándose hacia atrás justo cuando una sartén pasaba silbando sobre su cabeza.

Pero las cosas no terminaron ahí. Ryoga llegó a la casa, empapado por la lluvia y, como siempre, desorientado. Al ver a Akane en medio del caos, su rostro se transformó en una máscara de enojo.

—¡Ranma, maldito cobarde! ¡Siempre haces sufrir a Akane! ¡Esta vez te haré pagar!—rugía, levantando su pesado paraguas y avanzando directo hacia Ranma.

Como si faltara algo más, Kuno irrumpió también en escena con su voz melodramática, empuñando su bokken.

—¡Ah, Akane Tendo! ¡Dulce doncella! ¡Deja a ese plebeyo y acompáñame, Tatewaki Kuno, el rayo de la nobleza!

Akane, de pie en medio de aquel huracán de insultos y ataques, apretó los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Su paciencia, que había sido puesta a prueba innumerables veces, finalmente se rompió.

—¡YA BASTA TODOS!—gritó con una fuerza que resonó por todo el dojo, haciendo que todos se detuvieran por un instante.

El silencio duró apenas un momento antes de que la pelea continuara. Shampoo persiguió a Ukyo, Ryoga cargó contra Ranma, y Kuno recitaba poesía mientras blandía su bokken. Los padres de ambos, Genma y Soun, se habían retirado al fondo del pasillo, incapaces o simplemente reacios a detener el caos.

Ranma observaba todo con frustración. Cada día era igual: peleas, gritos y exigencias que parecían no tener fin. Al terminar la disputa, Shampoo y Ukyo salieron indignadas, Ryoga perdió el rumbo una vez más, y Kuno finalmente fue expulsado por Akane.

La casa quedó en silencio, pero el eco de aquella batalla aún resonaba en las paredes.


La Decisión

Esa noche, mientras el resto de la casa dormía, Ranma subió sigilosamente hacia la habitación de Akane. El tatami crujía bajo sus pies mientras avanzaba en la oscuridad.

Akane estaba despierta, sentada junto a la ventana abierta. La lluvia seguía cayendo, y el viento frío movía suavemente las cortinas. La luz de la luna iluminaba su rostro cansado, con los ojos perdidos en el horizonte oscuro.

—¿No puedes dormir?—preguntó Ranma en voz baja.

Akane volteó hacia él, sorprendida, pero su expresión se suavizó. Asintió lentamente.

—No puedo—susurró ella. —¿Cómo podría? Todo esto... todos ellos... ¡es agotador!

Ranma se sentó a su lado, mirando también hacia la lluvia que golpeaba el vidrio.

—Lo sé—murmuró Ranma. Su voz no tenía rastro de broma o sarcasmo. Por una vez, hablaba con absoluta seriedad. —Estoy harto, Akane. Harto de todo esto. Harto de las peleas, de que todo el mundo decida por nosotros. ¡Harto de no tener un momento de paz!

Akane lo miró de nuevo, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y sorpresa.

—Ranma...

Ranma tomó aire, como si estuviera juntando valor.

—Vámonos, Akane. Dejemos esta casa, esta ciudad, todo esto atrás. ¡No podemos seguir viviendo así! Necesitamos un lugar donde podamos ser libres, donde nadie nos moleste.

El corazón de Akane dio un salto. Parte de ella quería decir que era una locura, que no podían simplemente irse. Pero otra parte, la que más quería ser escuchada, gritaba que él tenía razón.

—¿Tú crees que podremos lograrlo? ¿Que podremos encontrar paz?—susurró Akane, con la voz temblorosa.

Ranma la miró a los ojos. Había una firmeza en su mirada que rara vez se veía.

—Lo lograremos—respondía con seguridad. —Si estamos juntos, lo lograremos.

Akane sintió que algo en su corazón se aliviaba. Por primera vez, alguien la estaba escuchando. Por primera vez, alguien no intentaba decidir por ella. Finalmente, asintió.

—Tienes razón, Ranma. Vámonos.


La Huida

Esa misma noche, sin maletas ni despedidas, Ranma y Akane se escabulleron por la ventana. La tormenta seguía rugiendo afuera, cubriendo sus pasos con el sonido del agua.

Akane llevaba una mochila pequeña, con apenas lo necesario: un poco de ropa, dinero y recuerdos importantes. Ranma, como siempre, solo llevaba su gi rojo y negro.

Corrieron por las calles vacías de Nerima, sus corazones latiendo con fuerza. La lluvia los empapaba, pero no les importaba. Por primera vez, estaban decidiendo su propio destino.

—¡Rápido!—exclamó Akane, entre respiros.

—No te preocupes—dijo Ranma, sonriendo. —Esta vez nadie nos va a atrapar.

Y así, desaparecieron en la noche.


La Cabaña Olvidada

Después de horas de viaje, encontraron refugio en un pequeño pueblo alejado. A las afueras, una vieja cabaña abandonada se convirtió en su nuevo hogar.

El interior era sencillo, apenas con una chimenea, colchones viejos y muebles rotos. Pero para ellos, era suficiente.

Mientras Akane encendía la chimenea, Ranma se sentó a su lado. El silencio del fuego y la lluvia los envolvía.

—¿Crees que nos buscarán?—preguntó Akane.

—Seguro—respondía Ranma. —Pero no nos van a encontrar.

Por primera vez, Ranma y Akane se sentían en paz. Pero aquella sería solo la primera noche de muchas donde sus sueños comenzarían a mostrarles algo más: otros mundos.