Capitulo 2: Lo siento Hijo

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En medio de aquella tormenta de golpes, burlas y desprecio,Bernardosintió un cambio sutil pero profundo dentro de él. Su visión borrosa se enfocó momentáneamente en el rostro deThomas, en sus ojos llenos de desprecio, en su sonrisa retorcida, y algo se encendió. No era solo la rabia común de quien sufre una injusticia, no. Era una furia primigenia, una chispa de vida que resistía incluso ante el abismo.

Ellátigo de aguaseguía apretando su cuerpo, levantándolo y lanzándolo como un muñeco de trapo. Cada impacto contra el suelo lo desgarraba, cada risa del grupo perforaba su orgullo, pero esa chispa, esa llama indómita, crecía con cada segundo.

No voy a morir aquí—murmuró, con un hilo de voz que apenas era audible. La sangre que brotaba de sus labios le dio un sabor metálico amargo, como si su propio cuerpo confirmara la gravedad de su situación.

Elgruposeguía burlándose, incapaz de notar el cambio en su mirada.Arturocruzó los brazos, observando como si estuviera evaluando un espectáculo mediocre, mientrasIván Delacroixlanzaba un comentario sarcástico al aire.Isadora Greville, con su frialdad habitual, reía sin emoción, mientrasOctavio Sterlingse limitaba a observar con un destello de disfrute sádico en sus ojos.Lysandre Corvail, siempre el más astuto, pareció notar algo extraño en el ambiente y entrecerró los ojos, mientrasCamila Dravenjugueteaba con un pequeño cuchillo en sus manos, ansiosa por unirse al castigo.

PeroBernardo, a pesar del dolor insoportable, comenzó a movilizar su mente. Sus años de humillación, fracaso tras fracaso, se acumulaban como un peso que había llevado durante demasiado tiempo. La chispa de rabia en su interior ardió con más fuerza, y con ella, una determinación que ya no era solo por sobrevivir. Era pordemostrar que ellos estaban equivocados.

Su cuerpo, quebrado y sangrante, parecía que no le respondería, pero algo más profundo comenzó a moverse.Su mana, bloqueado por los golpes constantes y el dominio del látigo de Thomas, tembló como si respondiera al grito silencioso de su espíritu. Aunque la circulación estaba cortada, pequeñas corrientes intentaban abrirse paso, como riachuelos que buscaban romper un dique.

La mirada de Bernardo cambió. Sus ojos, antes apagados y llenos de dolor, ahora brillaban con una mezcla de desafío y odio contenido. Levantó la cabeza lentamente, ignorando el sabor de la sangre en su boca y el dolor lacerante en cada músculo. No necesitaba palabras para transmitir lo que sentía; su expresión decía todo lo que el grupo necesitaba saber.

—¿Sigues intentando resistir, basura? —se burló Thomas, alzando el látigo una vez más. Pero había un destello de irritación en su voz, una incomodidad que no pudo disimular.

Bernardo sonrió, aunque fuera una sonrisa teñida de sangre.

—No soy basura —susurró, con una voz que, aunque débil, resonó como un trueno en su propia mente—. Soy el fuego que los quemará a todos ustedes.

Su espíritu, indomable, empezaba a levantar un muro contra la tormenta.Y aunque el dolor no cesara, había una verdad clara: Bernardo no sería aplastado tan fácilmente.

Si no fuera por tu maldito padre y la perra de tu madre...Thomasdejó que las palabras se deslizaran con un veneno frío, cada sílaba cargada de un odio que parecía remontarse a un rencor antiguo, más allá de lo que el momento podía justificar. Su mirada era afilada como el filo de una espada, atravesando aBernardocon una crueldad que buscaba más que humillarlo; deseaba quebrarlo por completo.

Bernardosintió el impacto de esas palabras como una herida más, un corte invisible que se sumaba a los golpes físicos que ya lo mantenían tambaleante. Su cuerpo gritaba por descanso, pero su mente... su mente estaba llena de un eco de furia que crecía con cada insulto. Las palabras de Thomas eran como brasas encendidas, alimentando el fuego que ardía en el fondo de su alma.

Arturo, siempre el lacayo más astuto, soltó una risa seca mientras cruzaba los brazos con aire de superioridad.
—¿No te das cuenta, Bernardo? Eres solo un reflejo de los fracasos de tu familia. Toda esa sangre "noble" y ni siquiera puedes caminar sin arrastrarte.

Isadora, fría y distante, arqueó una ceja mientras se apoyaba contra la pared, mirando aBernardocomo si fuera un insecto debajo de su zapato.
—Deberías agradecer que siquiera te dejamos vivir hasta ahora. Es casi caridad, ¿no crees, Thomas?

Thomasalzó el látigo de agua nuevamente, su sonrisa torcida reflejaba su placer.
—Oh, claro, caridad. Aunque ya va siendo hora de terminar con esto. Nadie extrañará a un parásito como tú. Y mucho menos alguien que no pudo siquiera proteger la reputación de su patética familia.

Las palabras resonaron en el aire como un eco cargado de desprecio.Bernardotragó saliva con dificultad; sus labios sangraban y su respiración era un jadeo áspero, pero no dejó de mirarlos. A pesar del dolor, algo en su mirada hizo que inclusoLysandrediera un paso atrás, como si un destello de algo desconocido comenzara a manifestarse.

Bernardo escupió al suelo, mezclando saliva y sangre.
—Mi familia... —su voz era un susurro, pero lo suficientemente fuerte para que lo escucharan—. Mi familia tiene más honor en su peor día que cualquiera de ustedes en su mejor momento.

El grupo estalló en carcajadas, burlándose de lo que parecía una defensa débil e inútil. Pero lo que ellos no veían, lo que no podían entender, era que esa chispa dentro deBernardono era solo rabia; era un volcán que comenzaba a despertar.

Un puño, cargado de odio y con la fuerza de un martillo, se incrustó en el abdomen deBernardo, haciendo que su cuerpo se doblara de forma involuntaria mientras la agonía le robaba el aliento.El impacto fue tan brutalque ellátigo de aguaque lo sujetaba reaccionó como si también sintiera la violencia, ondulándose en el aire y creando un eco líquido que resonó en el silencio momentáneo. Cada músculo en su cuerpo gritaba por alivio, pero el golpe había sido devastador, como si un rayo lo hubiera atravesado desde dentro.

Arturo Sander, quien había lanzado el golpe, retrocedió con una sonrisa sádica en el rostro, flexionando los dedos como si estuviera calentando para otro ataque.
—¿Eso fue todo? —se burló con voz gélida, sus ojos verdes brillando con un matiz cruel—. Pensé que al menos tendrías la decencia de gritar.

Thomas, sujetando el látigo de agua que se adaptaba a sus movimientos, soltó una risa seca.
—Es como golpear un saco de huesos, Arturo. No esperes mucho más de un lisiado que no puede siquiera sostenerse por sí mismo.

Bernardojadeó, su rostro contrayéndose en un rictus de dolor mientras intentaba levantar la vista hacia su agresor. La sangre brotaba de la comisura de sus labios, un cruel recordatorio de su fragilidad física. Pero incluso con su visión borrosa y sus extremidades temblando, algo dentro de él se negaba a caer completamente. Esa chispa, esa maldita chispa, todavía se negaba a apagarse.

Isadora, quien observaba desde un rincón, chasqueó la lengua con impaciencia.
—¿Es necesario tanto espectáculo? Si querías matarlo, Arturo, al menos podrías hacerlo rápido. Ya estamos perdiendo el tiempo con este montón de carne inútil.

Bernardointentó reunir fuerzas para responder, pero el dolor era un ancla que lo arrastraba hacia el abismo. En su mente, imágenes de su vida pasaban fugazmente, entrelazándose con las crueles risas de sus agresores. Sin embargo, sus labios, agrietados y teñidos de sangre, apenas pudieron formar una palabra.
—Cobardes...

El grupo estalló en carcajadas nuevamente, como si esas palabras fueran un chiste insignificante.Arturose inclinó hacia él, su rostro a centímetros del deBernardo.
—¿Cobardes? No, amigo, esto es justicia. Justicia por ser un error que nunca debió haber nacido.

Con un movimiento rápido,Arturoalzó nuevamente el puño, y el látigo deThomascomenzó a apretarse como si anticipara el final.Bernardo, aunque destrozado física y emocionalmente, dejó que su mirada se clavara en los ojos de su verdugo. Si iba a caer, lo haría con el único fragmento de dignidad que le quedaba: su voluntad.

Has logrado vivir tanto tiempo, pero esta pequeña reprimenda no te matará, ¿verdad, Bernardo?—se burlóThomas, con una sonrisa torva que parecía tallada en su rostro. Sus ojos, llenos de un brillo sádico, se fijaron en el cuerpo tembloroso deBernardo, que yacía doblado por el dolor. Su risa resonó en el aire, un eco siniestro que parecía alimentarse del sufrimiento que él mismo había desatado.

Cada golpe era como un tambor que marcaba el ritmo de la humillación, y el sonido de los huesos golpeando contra el suelo hacía eco en el silencio cargado.Arturo, con los brazos cruzados, observaba el espectáculo como si fuera una simple distracción en una tarde aburrida. Los demás, incluyendo aIsadorayLisander, intercambiaban miradas cómplices, claramente deleitándose con la crueldad que teñía el momento.

Ellátigo de aguadeThomas, como un depredador viviente, se enroscó nuevamente alrededor del torso deBernardo, alzándolo unos centímetros del suelo antes de azotarlo con fuerza. El impacto resonó como un trueno, levantando pequeñas partículas de polvo alrededor.Bernardojadeó de dolor, sus pulmones luchando por encontrar oxígeno mientras un fuego ardía débilmente en su pecho, una chispa diminuta que se negaba a extinguirse.

—¿Ves? Incluso el suelo está cansado de soportarte, lisiado —continuóThomas, balanceando el látigo con una precisión casi artística. Su tono era ligero, como si estuviera narrando una historia entretenida y no perpetrando un acto de brutalidad.

Bernardo, desde el suelo, sintió la burla no solo en las palabras, sino en el aire mismo que parecía conspirar en su contra.La desesperación dentro de élera como un pozo sin fondo, pero en el borde de ese abismo una llama titilaba. El fuego de su rabia, aunque tenue, empezaba a crecer, alimentado por el veneno que escupían sus agresores.

Levántate, si puedes—se mofóIsadora, inclinándose un poco hacia adelante con una sonrisa maliciosa—. Aunque claro, ¿cómo puede levantarse alguien que no sabe mantenerse de pie?

Los músculos deBernardotemblaron, no por miedo, sino por el esfuerzo titánico que estaba haciendo para al menos alzar la cabeza. Sus labios ensangrentados se curvaron en una mueca que pretendía ser una sonrisa.

...Peor que un lisiado, es un perro como tú, Isadora —murmuró, su voz apenas un susurro, pero suficiente para que el grupo lo escuchara.

Las risas se apagaron por un instante, y la expresión deIsadorase torció en una mezcla de furia y vergüenza.Thomas, al darse cuenta de la reacción de su compañera, lanzó una carcajada, esta vez más fuerte y estridente.

—¡Eso sí fue valiente! Aunque no sé si llamarlo valentía o estupidez, considerando lo que le espera a alguien que habla así. ¿Qué dices, Isadora? —Thomaslevantó el látigo de agua nuevamente, como si estuviera invitando a su aliada a unirse al espectáculo.

Mientras la rabia y el desprecio crecían en sus agresores, el fuego interno deBernardocomenzaba a arder más intensamente. Podía sentir cómo su cuerpo flaqueaba, pero su espíritu, contra todo pronóstico, se mantenía firme, aferrándose a esa chispa que se negaba a morir.

Vamos, di algo, Bernardo.—La voz deThomasera un susurro impregnado de burla, cada palabra un veneno que goteaba lentamente sobre las heridas abiertas de su víctima—.Cuando éramos niños eras más expresivo. ¿Te has vuelto mudo por el dolor?

El silencio deBernardofue respondido con una carcajada colectiva.Arturolideraba la sinfonía cruel, su risa resonando como un trueno bajo, mientras los demás se unían con burlescas sonrisas y gestos exagerados.Isadora, con su altivez característica, se llevó una mano al pecho fingiendo compasión.

Pobrecillo, ni siquiera puede defenderse. Tal vez su madre debería venir a salvarlo otra vez—comentó con un tono venenoso, arrancando nuevas risas del grupo.

Ellátigo de aguase ajustó alrededor del cuello deBernardo, su presión incrementándose como una soga que esperaba el momento justo para ahorcar. Podía sentir cómo las palabras deThomasy las risas de los demás se convertían en una fuerza tangible, oprimiéndolo, robándole el aliento. Sus pulmones ardían, y la sensación de asfixia era un recordatorio constante de su impotencia.

Mira cómo se retuerce—se burlóOctavio, su voz tan gélida como su expresión—.Es casi entretenido, ¿no creen? Como un insecto al que solo falta aplastar.

El grupo estalló en nuevas carcajadas, disfrutando del espectáculo como si fuera una tragedia escrita para su propio placer. Pero en medio del caos y la humillación,Bernardosintió algo más que dolor. Su pecho, aunque oprimido por el látigo, comenzaba a arder con una furia que no podía ignorar. Sus dientes rechinaron mientras intentaba levantar la cabeza, apenas logrando mirar a los ojos deThomas.

Tal vez... no diga nada porque... no hay nada que valga la pena responder...—logró murmurar, su voz rota pero cargada de desafío.

El comentario, aunque débil, hizo que las risas se apagaran por un instante.Thomasfrunció el ceño, claramente irritado por la osadía de su presa. Su rostro adoptó una expresión severa mientras agitaba el látigo con un movimiento brusco, haciendo que el cuerpo deBernardogolpeara el suelo con fuerza.

¿Crees que puedes desafiarme, lisiado? ¡Te mostraré tu lugar!—gruñóThomas, mientras el látigo se retorcía en el aire, listo para el siguiente ataque.

Las risas de los demás se transformaron en un murmullo expectante, como si aguardaran el clímax de la obra macabra.Bernardo, por su parte, apretó los dientes mientras el fuego dentro de él continuaba ardiendo, luchando por no ser extinguido.Si iba a caer, lo haría con dignidad, no como un juguete roto.

¿No tienes nada que decir?—preguntóCamila, su sonrisa burlona un retrato de condescendencia—.¿Te has quedado sin palabras?Su tono era un látigo invisible, golpeando con la misma brutalidad que los deThomas. Las risas contenidas del grupo se convirtieron en un coro macabro que rebotaba en las paredes, amplificando la humillación.

Bernardo, apenas consciente, alzó una mirada cargada de cansancio y desafío haciaCamila. Su respiración era entrecortada, y la sangre brotaba de su labio partido. A pesar de todo, sus ojos hablaban por él:una mezcla de rabia y una furia contenida que no había encontrado aún su momento para estallar.

Tal vez... las palabras son inútiles con escoria como ustedes...—murmuró entre dientes, su voz débil pero afilada como un filo recién templado.

La sonrisa deCamiladesapareció en un instante, sustituida por una mueca de irritación. Los demás intercambiaron miradas, sorprendidos de queBernardopudiera siquiera contestar después de semejante golpiza.Arturo Sanderdejó escapar un bufido de incredulidad.

Mira al valiente. El moribundo todavía tiene agallas para responder. ¿Deberíamos callarlo de una vez?—dijo mientras cruzaba los brazos, su tono cargado de un veneno helado.

Thomaslevantó una mano para silenciar a los demás, su expresión se tornó seria mientras caminaba lentamente haciaBernardo. Los crujidos de las botas deThomascontra el suelo resonaban como campanas de un juicio final. Se inclinó hacia él, agarrándolo por el cabello para obligarlo a mirarlo directamente.

¿Crees que eso fue inteligente, lisiado? Hablar de más no te va a salvar. Lo único que lograrás es que esto dure más.—La sonrisa que se formó en su rostro era la de un depredador saboreando la desesperación de su presa.

Bernardono apartó la mirada. A pesar de su cuerpo maltrecho, algo en él no cedía. La chispa que llevaba dentro crepitaba con más fuerza. Y aunque sus labios apenas podían moverse, pronunció lentamente:

Tal vez dure más... pero al menos ustedes... mostrarán lo miserables que son... para lograr algo.

El golpe fue inmediato. El puño deThomasse incrustó en su abdomen con una fuerza brutal, haciéndolo caer al suelo mientras las risas del grupo regresaban como un torrente de burla.Bernardoescupió sangre al impactar contra el piso, pero incluso allí, roto y humillado, su espíritu se negaba a extinguirse.

"Déjenlos reír,"pensó con amargura,"cada golpe los expone más."

Mientras el aire comenzaba a escasear,Bernardosintió cómo su visión se nublaba una vez más; el peso de la realidad y de su cuerpo herido se combinaban con el sufrimiento que elcáncer, voraz e implacable, había provocado al consumir gran parte de su cerebro. Cada segundo lo empujaba más hacia un vacío insondable, como si estuviera siendo absorbido por un abismo oscuro e interminable.La muerte parecía extenderle su mano, invitándolo con una calma burlona.

Sin embargo, entre las sombras de su mente fracturada y el dolor abrasador, algo comenzó a latir.Una chispa de rabia, pequeña pero feroz, se encendió en lo profundo de su ser.Era un fuego tímido, ahogado por el miedo y el agotamiento, pero seguía ardiendo con una intensidad que desafiaba su situación. La llama no era simplemente ira; era la encarnación de todo lo que alguna vez fue y todo lo que quería ser. No podía permitir que estos miserables definieran su final.

"No ahora. No aquí."La frase resonó en su mente como un mantra. Su cuerpo, aunque destrozado, temblaba con un nuevo tipo de energía, un eco de resistencia que ni siquiera el cáncer había podido extinguir por completo.

Desde el fondo del grupo, se escuchó la voz burlona deArturo Sander:
—¿Qué es esa mirada? ¿Acaso el lisiado cree que aún tiene algo por lo que luchar?Por favor, no me hagas reír.

Las carcajadas de los demás se unieron, pero paraBernardo, se volvieron distantes, irrelevantes. La llama dentro de él creció un poco más, alimentada por la humillación, la rabia y el instinto de supervivencia.Era tenue, sí, pero estaba allí, luchando por emerger como un faro en la oscuridad.

Thomas, notando el brillo en los ojos deBernardo, se inclinó hacia él con una sonrisa burlona.
—¿Aún tienes algo que demostrar, basura? ¿O es solo la última chispa de un hombre muerto?

Bernardoapenas pudo articular las palabras, pero cuando lo hizo, su voz era un susurro áspero y cargado de desafío:
Tal vez... pero incluso una chispa... puede incendiar un bosque entero.

El grupo estalló en risas crueles, peroThomasno lo hizo. Por un breve instante, algo en la mirada desafiante deBernardopareció incomodarlo. Una chispa no era nada... ¿o sí?

A pesar del dolor físico y emocional, había algo en él que se negaba a rendirse. El peso de los golpes, la humillación, el asfixiante látigo de agua que lo mantenía cautivo, todo parecía estar diseñado para quebrarlo. Pero en lo profundo de su ser, algo se rebelaba contra la oscuridad que lo rodeaba. Aunque estaba atrapado en esta pesadilla cruel e incesante, sabía que había algo más grande en juego: su dignidad, su voluntad de seguir luchando.

"No soy basura,"logró articular entre jadeos, cada palabra un desafío a su propio sufrimiento, a la tormenta de desprecio que lo azotaba desde todos los frentes."No me definirán... por sus palabras."

El eco de su voz resonó en la sala, cortante y desafiante, como un destello en medio de la oscuridad. La risa deThomasse detuvo por un segundo, como si las palabras deBernardole hubieran alcanzado de una manera inesperada. Los demás,Arturoincluido, se quedaron en silencio, mirándose entre sí con una mezcla de incredulidad y creciente molestia. ¿Cómo podía alguien, tan destrozado, aún tener el valor de enfrentarse a ellos?

Thomasfrunció el ceño y se acercó aún más, su figura imponente y su expresión más dura que nunca. El látigo en su mano chisporroteaba con energía, listo para seguir infligiendo más dolor, pero una sombra de duda cruzó por su mente.
¿Crees que las palabras significan algo cuando todo lo demás está quebrado?—su tono era cortante, como un filo afilado—.Eres un estorbo que ya no tiene valor.

Bernardo, a pesar de estar al borde del colapso, levantó la cabeza con una determinación renovada. Elcáncerque lentamente estaba devorando su cuerpo, las heridas abiertas por los latigazos, todo parecía desmoronarse a su alrededor, pero su espíritu seguía intacto. Las palabras deThomasse deslizaban sobre él como agua sobre un piedra, incapaces de perforar esa pequeña fortaleza que aún quedaba en su interior.

"No... no soy... lo que tú dices,"murmuróBernardo, su voz temblando pero firme. Y aunque el dolor lo consumía, la chispa de rebeldía que había encendido en su pecho se mantenía viva, luchando por abrirse paso.

La declaración resonó en su mente como un mantra, una afirmación poderosa frente a la tormenta de desprecio que lo rodeaba. A cada segundo que pasaba, el dolor se intensificaba, pero esa chispa dentro deBernardono se apagaba. Aunque su cuerpo estaba al borde del colapso, su voluntad de resistir, esa pequeña llama de rabia y dignidad, seguía ardiendo con fuerza renovada. Cada latigazo, cada palabra hiriente deThomasy su grupo, solo servía para avivar esa llama, para recordarle que aún quedaba algo dentro de él que no se rendiría sin pelear.

"No soy lo que dices,"murmuró de nuevo, esta vez con más convicción, su voz cada vez más fuerte y clara, cortando la atmósfera densa de odio que lo rodeaba. Era un desafío, un acto de resistencia pura. Estaba decidido a no dejar que su sufrimiento definiera quién era. A pesar de las lágrimas que se asomaban en sus ojos y la sangre que manchaba su piel, había una fuerza que no podían quitarle.

Mientras las sombras se cernían sobre él, comprendió que incluso en medio del sufrimiento extremo había una lucha que valía la pena pelear: la lucha por ser visto no solo como un "lisiado", sino como alguien con valor, alguien que, aunque roto físicamente, seguía de pie en espíritu.Thomaspodía intentar destruirlo, pero no podía borrar lo queBernardoera en su esencia.

El peso de las burlas, las risas crueles deArturoy los demás, no podían borrarle la certeza de que, incluso en este abismo de desesperación, había una dignidad que no podían arrebatarle. Su alma estaba marcada, sí, por las heridas, pero también por una fuerza interna que no sería quebrantada tan fácilmente. A pesar de sus circunstancias desoladoras y crueles, esa pequeña llama seguía ardiendo, más brillante que nunca, como un faro de resistencia.

Estaba decidido a no dejarse vencer sin luchar hasta el final, sin importar lo que le hicieran.

En ese oscuro momento, mientras las risas crueles resonaban como ecos lejanos y las sombras amenazaban con consumirlo por completo,Bernardodecidió que no sería solo un espectador pasivo en esta obra sombría; aunque estaba atrapado y vulnerable, había algo dentro de él que se negaría a morir sin luchar hasta el final. Su respiración era entrecortada, pero la chispa de resistencia seguía ardiendo con una determinación feroz que se negaba a ser apagada.

—¡Mira cómo tiembla! —gritó otro amigo deThomas, su tono cargado de burla mientras el resto del grupo estallaba en carcajadas—.¡Es tan patético!¿Quién va a querer salvarte ahora?

Las palabras deArturoy los demás no hacían más que reforzar el veneno de desprecio que lo rodeaba, pero en lugar de hundirlo, algo enBernardose empezó a encender.Thomasy sus secuaces querían ver su sufrimiento, querían que se doblegara, pero había algo en él que se negaba a ceder ante ese monstruoso espectáculo de crueldad.Bernardocerró los ojos por un momento, no por rendición, sino para concentrarse, para recordar que no todo estaba perdido.

Su cuerpo podría estar roto, su mente al borde de la desesperación, pero dentro de él había algo más que no se podía quebrantar: su voluntad. Cada risa, cada palabra venenosa, era un desafío a su supervivencia. No iba a dejar que eso lo destruyera. Su cuerpo estaba limitado, pero su mente y su espíritu aún luchaban por la oportunidad de resistir.

—No soy lo que piensas —dijo con voz rasposa, la rabia comenzando a templar sus palabras—.No soy tu juguete roto.

Con esas pocas palabras,Bernardotransmitió algo más profundo que una simple respuesta. Era una declaración de resistencia. Estaba decidido a que su sufrimiento no definiría su destino.Thomas,Arturoy los demás podían disfrutar del espectáculo, peroBernardono se rendiría. Si caía, lo haría luchando, demostrando que ni siquiera el dolor más profundo podría borrar su determinación.

Las palabras erancuchillos afilados, cada una destinada a desgarrar aún más las frágiles fibras de la autoestima deBernardo, mientras sus agresores se deleitaban en su sufrimiento.Thomas,Arturoy los demás observaban como si el dolor deBernardofuera un espectáculo digno de admiración, como si su agonía fuera el precio que debía pagar por su debilidad. Pero mientras sus risas llenaban el aire, la desesperación crecía dentro deBernardocomo una sombra implacable. El sufrimiento lo envolvía, lo aplastaba, pero una parte de él seguía buscando una manera de resistir.

Sabía que debía encontrar una forma deresistir, una forma de romper las cadenas invisibles que lo mantenían cautivo. Aunque su cuerpo estaba al borde del colapso, su mente se aferraba a la esperanza de una chispa, por pequeña que fuera, que le diera el poder para luchar, para salir de este abismo de humillación.

Bernardono podía dejar que sus atacantes vieran que se estaba rindiendo, no podía darles la satisfacción de ver cómo su espíritu se quebraba por completo. Sus pensamientos se volvían difusos, pero su determinación se mantenía clara:no sería la víctima de su cruel juego. Aunque las palabras deThomasy los demás lo atravesaban como lanzas, había algo más dentro de él que se negaba a sucumbir. Esa rabia, ese fuego interno que apenas comenzaba a despertar, era la única arma que le quedaba.

A través del dolor, el miedo y la humillación,Bernardocomprendió que, aunque estaba rodeado de sombras, aún quedaba un atisbo de luz. No importaba cuántos golpes recibiera,no iba a ser derrotado por su cruel indiferencia.

Con cada golpe recibido,Bernardosentía cómo su mundo se desmoronaba lentamente ante sus ojos; eldolorse extendía por su cuerpo como un veneno, y su visión se nublaba con cada impacto, pero incluso así, esachispaseguía ardiendo dentro de él. Un fuego tenue pero persistente, desafiante, que se negaba a ser apagado, desafiando todo lo que intentaba aplastarlo bajo su bota cruel. No importaba cuánto lo golpearan, ni cuán profunda fuera la humillación a la que lo sometían. Algo dentro de él no quería ceder.

Laluchano sería fácil; cada segundo era un recordatorio brutal de suimpotenciayvulnerabilidadante aquellos que disfrutaban viéndolo sufrir. Las risas deThomasy sus compañeros, cargadas de desdén, se convirtieron en un eco lejano queBernardointentaba bloquear. Pero mientras sus cuerpos lo golpeaban una y otra vez, su mente se mantenía firme, alimentada por esa rabia creciente. Era un tormento sin fin, pero también un desafío.

Aunque cada golpe parecía estar desmoronando las paredes de su voluntad, lachispainterna no se apagaba. Había algo en su interior que se negaba a ceder, unafuerza invisibleque crecía con cada insulto, con cada dolor. Si ese era el precio que debía pagar por su dignidad, lo aceptaría, porque sabía que la humillación de hoy no sería el final de su historia.

A medida que lasrisas cruelescontinuaban resonando,Bernardocomprendió que este era solo otro capítulo en su vida: uno lleno dedoloryhumillación, pero también uno donde podría encontrar lafuerzapara levantarse nuevamente. Cada palabra hiriente, cada golpe recibido, era una prueba más de lo que podía soportar. Aunque elmundoparecía desmoronarse a su alrededor, y estaba atrapado entre sus agresores y el abismo delsufrimiento, había algo dentro de él que seguía luchando por salir a la superficie: suhumanidadintacta frente al desprecio ajeno.

Era una lucha interna, silenciosa pero feroz, contra todo lo que quería borrarlo, aniquilarlo. A cadagolpe, sucuerpocedía un poco más, pero sumentepermanecíafirme. Eldespreciode aquellos a su alrededor, en lugar de doblegarlo, se convertía en un combustible que avivaba la llama dentro de él.Bernardono iba a dejar que esta pesadilla definiera su existencia.

En ese momento, rodeado de sombras y de los ecos de sus enemigos, se dio cuenta de algo crucial: no importaba cuán profundamente lo golpearan o cuán cruelmente lo ridiculizaran. Lo que no podían tocar, lo que nunca podrían arrebatarle, era suvoluntadde resistir.

Imbécil lisiado—añadió con desdénThomas, mientras levantaba elpuñonuevamente para asestar otro golpe. La mirada en sus ojos era la de undepredadordisfrutando del sufrimiento de su presa, y cada movimiento que hacía estaba impregnado de una cruelsatisfacción.Bernardopodía sentir cómo sucuerpose debilitaba bajo la lluvia de golpes, cada impacto resonando en su mente como un eco de su propiaimpotencia. Lapresióndellátigode agua alrededor de su cuello se intensificaba, como siThomasquisiera asegurarse de que cada palabra hiriente penetrara aún más profundo en su mente, desgarrando sudignidadcon cada intento.

El aire parecía escaparse de sus pulmones con cadagolpe, mientras su vista se desvanecía en una niebla oscura. El dolor era tan intenso que sentía como si sualmamisma estuviera siendo aplastada, pero en lo más profundo de su ser, algo seguía resistiendo.Bernardono iba a ser reducido a esto. Aunque lassombrasde la desesperación lo rodeaban, una chispa derabiaseguía ardiendo dentro de él, luchando contra la oscuridad que intentaba consumirlo.Thomaspodía disfrutar de su espectáculo, peroBernardosabía que incluso en su estado más vulnerable, su espíritu permanecía intacto.

—¿Vas a dejar que esto te rompa? —continuóThomas, su voz llena dedesprecio, goteando crueldad—. No eres más que unjuguete roto. Tu madre debería haberte dejadomorir al nacer; eso hubiera sido un verdaderofavorpara todos.

Las palabras cayeron sobreBernardocomo martillazos, cada una destinada a aplastar cualquier vestigio de esperanza que aún pudiera aferrarse en su interior.Thomasse inclinó hacia él, su rostro retorcido en una sonrisa burlona, disfrutando del poder que ejercía sobre su víctima.Arturoy los demás permanecían como una audiencia silenciosa, algunos riendo, otros cruzados de brazos, pero todos igual de cómplices en el tormento.

Ellátigose apretó aún más alrededor del cuello deBernardo, como si quisiera arrancarle cualquier oportunidad deresistir. Pero, incluso en ese estado, atrapado entre eldolor físicoy lahumillación, algo dentro de él se negó a ceder. Las palabras deThomas, pensadas para destruir, resonaron en su mente como un desafío. "¿Roto?", pensóBernardo, mientras intentaba respirar. "Quizá me hayan doblado, quizá me hayan destrozado... pero aún no me han quebrado".

A medida queThomasalzaba de nuevo ellátigopara otro golpe, la chispa dentro deBernardoparecía expandirse, cada vez más intensa. Una voz interna, distinta de las burlas externas, comenzó a susurrar:No han ganado aún. No han ganado mientras aún estés aquí.

Oye, Thomas, ¿no crees que si seguimos con esto, alguien nos verá? —Ivánhabló con una mezcla de tensión y nerviosismo en su voz, su habilidad debloquear el espacio y el sonidoestaba funcionando, pero el esfuerzo comenzaba a pasarle factura. Miraba a su alrededor, asegurándose de que no hubiera brechas en la barrera invisible que mantenía aislado el lugar. Su tono dejó entrever su creciente inquietud, pero el deseo de no parecer débil frente al grupo lo hizo mantener una fachada de confianza.

Después de todo, el padre de este lisiado siempre viene a buscarlo, —añadióCamila, moviendo su largo cabello rojizo con un gesto de desprecio evidente. Su mirada bajó haciaBernardo, que continuaba luchando inútilmente contra el látigo que lo retenía.Camiladisfrutaba del espectáculo, su postura relajada contrastaba con la crueldad que destilaban sus palabras. Su risa era unamelodía cruel, un eco de su desprecio hacia alguien que consideraba inferior.

—No seas estúpida,Camila, —intervinoThomas, manteniendo su tono de autoridad—. Ese cobarde no tiene idea de lo que pasa aquí. Si estuviera preocupado por este inútil, ya habría aparecido, ¿no crees?

Las palabras deThomasestaban cargadas de veneno, pero había una chispa de cautela en su tono, una señal de que no era completamente inmune al temor queIványCamilamanifestaban. Mientras hablaban, las risas de los demás resonaban, aunque ahora parecían un poco más forzadas, como si la mención del padre deBernardohubiera arrojado una sombra de duda sobre el ambiente.

Bernardo, a pesar del dolor y la humillación, podía sentir las grietas en la fachada de sus agresores. Esa chispa dentro de él, esa llama obstinada que se negaba a apagarse, comenzó a alimentarse de sus palabras. Si estaban hablando de su padre, significaba que había algo en él que temían, algo que aún podía usar a su favor.

¿Qué pasa, Thomas?—logró murmurar con una voz débil, apenas audible pero cargada de desafío—. ¿Estás asustado?

¡Silencio!—gritó Thomas, su voz cargada de furia ante la provocación deBernardo. La mención apenas audible lo había atravesado como un dardo envenenado, un recordatorio de una amenaza latente que no podía ignorar. A pesar de su ira, una sonrisa torcida se dibujó en su rostro, una mezcla de satisfacción maliciosa y control calculado. Se giró hacia el grupo con un destello cruel en sus ojos y dio una orden con tono autoritario.

Oye, Robert, sana sus heridas.—gruñó, con la mirada fija en el cuerpo maltrecho de Bernardo. La tensión en el aire se volvió palpable; no había misericordia en las palabras de Thomas, solo la intención de prolongar el sufrimiento.

Al escuchar ese nombre,Bernardoabrió los ojos una vez más, su mirada temblorosa pero enfocada en la figura que se acercaba.Robert, un joven de porte altivo, cabello negro peinado hacia atrás con precisión, y ojos de un gris frío como el acero, se adelantó con una expresión de indiferencia. Su habilidad para sanar no era un acto de bondad, sino una herramienta que utilizaba bajo las órdenes deThomaspara extender la tortura.

¿En serio quieres que use esto en él?—preguntó Robert con un tono casi aburrido, pasando sus dedos por un anillo de plata que brillaba tenuemente. Su voz, carente de emoción, resonó en el silencio que siguió al grito de Thomas.

Hazlo, Robert, no es una sugerencia.—respondió Thomas, cortante. Una sombra de impaciencia cruzó su rostro al sentir algo en el ambiente, una sensación incómoda que lo instaba a apurarse. No podía arriesgarse a que alguien interrumpiera el espectáculo.

Bernardoapenas pudo contener un estremecimiento al ver a Robert acercarse. Aunque su cuerpo estaba destrozado, su mente comenzaba a evaluar las posibilidades.¿Por qué sanar sus heridas ahora? ¿Qué juego sádico planeaban jugar con él?Cada paso que Robert daba hacia él era como el tic-tac de un reloj que anunciaba algo más oscuro.

Robert Sandar, el hijo menor de la familia Sandar, era alguien que Bernardo conocía desde hace muchos años. Las historias de su infancia estaban entrelazadas de maneras que ahora parecían cruelmente irónicas. Sus madres,Elena SandaryMaria Senz, habían sido buenas amigas, un vínculo que en su momento parecía inquebrantable. De hecho,Elenale debía aMariaunadeuda de sangre, una de esas promesas ancestrales que las familias de linaje antiguo valoraban más que cualquier fortuna. Aquella deuda había surgido cuando Clara salvó la vida de Elena en un incidente que ambas mantenían envuelto en un velo de misterio, pero que marcó el inicio de su hermandad.

Por esta razón, las familiasSandarySenzhabían intentado forjar un lazo de amistad entreRobertyBernardodesde que eran niños. Había un tiempo en que corrían juntos por los vastos jardines de las mansiones familiares, imaginando aventuras y prometiendo protegerse mutuamente. Sin embargo, con los años, las lealtades se desviaron, y el abismo entre sus caminos se amplió hasta el punto de hacer irreconocibles aquellas promesas infantiles.

Ahora, al verlo frente a él,Bernardoapenas podía reconciliar al niño que alguna vez fue su amigo con el joven que ahora se acercaba con una expresión indiferente. Los ojos grises de Robert parecían vacíos, como si el tiempo y las circunstancias hubieran arrancado cualquier vestigio de la conexión que una vez compartieron. ¿Acaso Robert recordaba aquellas tardes despreocupadas, o la presencia imponente de Thomas había borrado cualquier lazo de empatía?

La contradicción dolía más que los golpes recibidos. ¿Qué pensaría la madre de Robert si lo viera ahora, usando las habilidades heredadas de la familia Sandar para prolongar el sufrimiento del hijo de su antigua amiga?

El ambiente se llenó de una tensión palpable mientrasRobert Sandarpermanecía inmóvil, observando aBernardocon una mirada indescifrable. Los demás lo miraban con expectación, ansiosos por ver cómo respondía a la orden deThomas. Con un lento movimiento,Robertchasqueó la lengua, un sonido que resonó como una sentencia en el silencio opresivo del lugar. Su gesto estaba cargado de un disgusto evidente, pero el destinatario de su desprecio seguía siendo un misterio.

¿Era haciaBernardo, aquel "lisiado" que había caído tan bajo y que, a pesar de todo, alguna vez había llamado amigo? ¿O hacia los otros, esos supuestos aliados que, con sus risas y burlas, se comportaban como si fueran iguales a él, ignorando las diferencias abismales en sus posiciones?

Sus ojos grises viajaron de uno a otro:Camila, con su altanería evidente, jugaba con un mechón de su cabello rojizo, tratando de ocultar su nerviosismo bajo una capa de desprecio.Iván, con el sudor perlando su frente, mantenía el bloqueo de sonido y espacio, pero sus manos temblaban levemente, como si temiera que la situación se le escapara de las manos. Los demás también estaban inquietos, su crueldad comenzando a desmoronarse bajo el peso del enigma que era Robert.

Finalmente, Robert habló, su voz firme y cargada de una frialdad que hizo que el grupo callara de inmediato:

—¿Esto es lo que han decidido que vale su tiempo? —preguntó, dejando que sus palabras cayeran pesadamente sobre ellos. Su mirada se posó en Thomas, que, lejos de intimidarse, esbozó una sonrisa burlona. Sin embargo, esa sonrisa no alcanzó sus ojos.

—No estamos aquí para tus juicios, Robert —replicó Thomas con tono cortante, aunque una leve tensión en su voz traicionaba su confianza habitual—. Sana al lisiado y hazlo rápido.

Robert dejó escapar un suspiro, como si el mandato fuera una molestia menor, pero no hizo ningún movimiento inmediato. En cambio, se agachó hasta quedar a la altura de Bernardo, quien apenas podía mantener los ojos abiertos. Por un breve instante, algo titiló en su mirada, como si un eco del pasado intentara romper la barrera de su indiferencia. Pero fue fugaz, una chispa que murió tan rápido como apareció.

—¿Te acuerdas de cuando éramos niños? —susurró, lo suficientemente bajo como para que solo Bernardo pudiera escucharlo—. Parece que los sueños de entonces no llegaron muy lejos, ¿verdad?

Sin esperar respuesta, colocó una mano sobre el pecho de Bernardo. Una luz suave y azul emanó de sus dedos, comenzando a reparar las heridas físicas mientras el resto observaba en silencio, intrigados por su actitud. Pero la expresión en el rostro de Robert era una máscara de contradicciones, una mezcla de deber, desdén y algo más profundo que ninguno de los presentes podía descifrar.

—Este será el último favor que podrás pedirme, Thomas. Ahora estamos a mano —dijo Robert con firmeza, su voz resonando con una autoridad inesperada.

El ambiente se tornó helado con las palabras deRobert, cuya voz, cargada de determinación, rompió cualquier ilusión de camaradería entre él yThomas. El eco de su declaración resonó en el aire, como una sentencia inapelable.

Thomas, que hasta ese momento había mantenido una postura altiva, frunció el ceño, y sus ojos destellaron con una mezcla de ira y sorpresa. Era raro que alguien se atreviera a hablarle de esa manera, y menos aún en presencia de su séquito.

—¿A mano? —repitió Thomas, dejando escapar una risa seca que carecía de humor—. ¿Desde cuándo tú decides cuándo estamos "a mano", Robert?

La tensión en el lugar se hizo palpable.Camila, con su cabello rojo cayendo como una cortina, miró a Robert con una ceja arqueada, mientras jugaba nerviosamente con uno de sus anillos.Iván, todavía manteniendo el campo bloqueado, intercambió una mirada incómoda con los demás, claramente consciente de que la situación estaba lejos de resolverse.

Robertse levantó lentamente, dejando aBernardoen el suelo con sus heridas cerradas pero su cuerpo aún exhausto y débil. Al enderezarse, su figura proyectó una presencia que, aunque no pretendiera intimidar, logró que incluso los peones de Thomas retrocedieran un paso.

—Ya hice mi parte —dijo Robert, mirando fijamente a Thomas. Su tono era neutro, pero había algo en su mirada que advertía que no estaba dispuesto a discutir—. Tuviste tu espectáculo, y yo cumplí. No vuelvas a pedirme algo así.

La atmósfera se volvió aún más pesada, como si el aire mismo se resistiera a ser respirado.Thomas, aunque furioso, sabía que enfrentarse a Robert directamente era arriesgado. Aunque subordinados en jerarquía, la familiaSandarno era insignificante, y provocar a Robert podría tener consecuencias más allá de este momento.

—Haz lo que quieras, Robert —respondió Thomas finalmente, su tono goteando sarcasmo mientras su sonrisa regresaba, aunque no alcanzaba sus ojos—. Pero recuerda que no siempre tendrás la última palabra.

Sin decir más, Robert giró sobre sus talones y comenzó a alejarse, dejando aBernardoy al grupo detrás. Pero antes de desaparecer del todo, sus palabras finales cortaron el aire:

—Ni tú tampoco, Thomas. Ni tú tampoco.

La amenaza implícita quedó flotando en el ambiente, mientras Thomas apretaba los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. El grupo permaneció en silencio, incapaz de romper el hechizo de tensión que había dejado la confrontación. Y en el suelo,Bernardo, aunque aún débil, supo que algo había cambiado en ese momento, aunque no entendiera del todo qué.

—Retira el látigo de su cuello —ordenó Robert, y su tono y orden eran indiscutibles.La tensión en el aire era palpable; todos los ojos estaban fijos en él mientras la cruel diversión comenzaba a desvanecerse ante la inesperada intervenció frunció el ceño, claramente molesto por la interrupción; sin embargo, sabía que no podía desafiar a Robert sin consecuencias. Con un movimiento brusco, retiró el látigo del cuello de Bernardo, quien cayó al suelo con un golpe sordo.

El golpe resonó como un eco apagado en la arena improvisada que habían creado para su cruel espectáculo.Bernardosintió el frío del suelo contra su mejilla, su cuerpo temblando por el esfuerzo de simplemente respirar. El alivio de que el látigo ya no estuviera apretando su cuello era mínimo comparado con la humillación que ardía dentro de él como una llama traicionera, incapaz de apagarse.

Thomas, mientras tanto, fijó sus ojos enRobert, su mandíbula tensa y el odio latiendo detrás de su mirada. Era evidente que el gesto de soltar el látigo no era por respeto, sino por la necesidad de evitar un conflicto que no estaba seguro de ganar.

—¿Eso es todo, Robert? —preguntó Thomas, su tono cargado de sarcasmo mientras mantenía su fachada de control—. ¿Te metiste aquí para salvar a un lisiado y darnos lecciones de moralidad?

Robertno se inmutó. Dio un paso al frente, posicionándose entreBernardoy el grupo de agresores como un muro impenetrable. Su mirada pasó por cada uno de ellos, deteniéndose unos segundos más enCamila, que bajó los ojos, y enIván, que tragó saliva con nerviosismo.

—No vine a salvar a nadie —respondió Robert con calma, aunque su tono tenía un filo peligroso—. Vine a recordarte que hay líneas que no deberías cruzar, Thomas. Y si crees que el mundo te pertenece, estás más ciego de lo que pensaba.

La declaración fue un dardo directo, yThomaslo sintió como un golpe en su orgullo. Su sonrisa se torció, y dio un paso haciaRobert, intentando recuperar el control de la situación.

—¿Líneas? —preguntó, su voz baja y amenazante—. ¿Desde cuándo tú decides dónde están esas líneas?

Robertno se movió ni un centímetro. Su postura era la de alguien que no necesitaba demostrar nada para imponer respeto.

—Desde que tú decidiste perder el sentido —replicó Robert, su tono firme y lleno de una autoridad natural que no podía ser ignorada—. Ya es suficiente.

El grupo quedó en silencio, las risas crueles y las burlas apagadas por completo.Camilajugueteó con su cabello, mirando a otro lado, mientrasIvánfingía ajustar la barrera que todavía mantenía el sonido y el espacio bloqueados. Ninguno parecía dispuesto a intervenir.

Thomas, aunque visiblemente frustrado, sabía que presionar más solo empeoraría las cosas. Con un chasquido de lengua, giró sobre sus talones, su capa de arrogancia ligeramente rota.

—Esto no ha terminado —gruñó mientras se alejaba, acompañado por su séquito.

Cuando la barrera deIvánse disipó, dejando que el aire fluyera libremente,Robertfinalmente se agachó junto aBernardo. Su mirada, aunque seria, no estaba cargada de desprecio, sino de algo más difícil de definir.

—Aún respiras. Eso ya es un comienzo —murmuró, más para sí mismo que para Bernardo, antes de levantarse y marcharse sin esperar agradecimientos ni explicaciones.

Bernardo respiró profundamente mientras el aire fresco llenaba sus pulmones; su garganta ardía como si mil cuchillas la hubieran atravesado.Sin embargo, el dolor seguía presente y las risas burlonas aún resonaban en su mente.Cada carcajada, cada palabra cruel que había escuchado, se repetía como un eco envenenado que lo perseguía implacablemente.La sensación de humillación lo envolvía como una manta pesada; estaba atrapado entre el alivio momentáneo y el terror persistente.

Aunque el látigo ya no apretaba su cuello, podía sentir el fantasma de su opresión, como un recordatorio de su fragilidad. Levantó ligeramente la vista, encontrándose con las miradas de quienes aún lo rodeaban. Sus rostros estaban cubiertos con expresiones de superioridad, desprecio o aburrimiento. Camila giraba un mechón de su cabello rojizo entre los dedos mientras esbozaba una sonrisa de suficiencia. Ivan, con los brazos cruzados, parecía más preocupado por la eficacia de su barrera que por el espectáculo.

Bernardo cerró los ojos por un instante, intentando encontrar algo dentro de sí que pudiera calmar la tormenta que rugía en su interior.Pero las palabras de Thomas y los demás seguían latiendo en su mente, cada una como una herida abierta.

—¿Es todo lo que tienes? —preguntó Robert de repente, su tono bajo pero cargado de intención. Todos se giraron hacia él, sorprendidos por su intervención.
—¿Qué quieres decir? —replicó Thomas, alzando una ceja.
—Digo que si ya acabaron con su "diversión", es hora de que nos movamos. El tiempo no está de tu lado, Thomas —añadió Robert, sin molestarse en ocultar su desdén.

Thomas chasqueó la lengua con frustración, pero una sonrisa sarcástica pronto adornó su rostro.
—Por supuesto, Robert. Siempre tan preocupado por la puntualidad.

Bernardo sintió cómo una chispa de indignación luchaba por abrirse paso entre la humillación y el dolor.A pesar de todo, no podía ignorar la verdad de su situación: lo veían como un objeto, como algo insignificante y prescindible.

Con un esfuerzo monumental, se apoyó en sus brazos temblorosos y trató de incorporarse, aun cuando sabía que todos lo miraban como si fuera un espectáculo patético.Pero no era solo por ellos; era por él mismo, por esa chispa que se negaba a extinguirse.

Mira cómo se arrastra—se burlóOctavio, su tono lleno de sarcasmo y crueldad, mientras observaba a Bernardo con una sonrisa torcida—.¿Crees que esto cambiará algo? Eres un lisiado y siempre lo serás.

Las palabras cayeron sobre él como un aluvión de golpes invisibles, resonando en su mente como ecos de una verdad que intentaban imponerle a la fuerza.Cada sílaba era como un cuchillo que desgarraba aún más las frágiles fibras de su espíritu, mientras el grupo se deleitaba en su sufrimiento, como hienas alimentándose de un cadáver.

Camila, apoyada contra una roca cercana, dejó escapar una carcajada mientras examinaba sus uñas, como si aquello no fuera más que un entretenimiento para llenar el tiempo.
—¿De verdad pensaste que podrías levantarte después de todo esto? Qué patético —añadió, sin molestarse siquiera en mirarlo.

Bernardo, arrodillado en el suelo, sentía el peso de sus cuerpos y miradas como una montaña sobre su espalda.A pesar del breve respiro que había obtenido al liberar su cuello, un nudo de frustración y rabia quemaba en su pecho, sofocado por el dolor físico que lo mantenía anclado al suelo.La desesperación crecía dentro de él como una sombra implacable, amenazando con consumirlo por completo.

Ivan, aún con la barrera en pie, cruzó los brazos mientras dirigía una mirada burlona hacia Bernardo.
—Lo único interesante de esto es ver cuánto más puede aguantar antes de quebrarse del todo. No sé qué te divierte más, Thomas: golpearlo o verlo intentar levantarse.

Thomasrió con una satisfacción cruel, tomando la palabra:
—¿Qué más da? Ambas cosas son igual de entretenidas. Este espectáculo es mejor que cualquier prueba que haya visto.

Bernardo respiró profundamente, jadeando por el esfuerzo de mantenerse consciente.Aunque sus fuerzas eran escasas y cada movimiento era una batalla contra el dolor, en su mente resonaban las palabras que él mismo había pronunciado no hacía mucho:"No me definirán por sus palabras."

Con un esfuerzo monumental, apoyó las manos temblorosas en el suelo y levantó ligeramente la cabeza.Aunque su cuerpo parecía dispuesto a rendirse, algo dentro de él aún se aferraba a la vida, resistiendo la marea de humillación y sufrimiento.

—Sigan riendo... —logró articular, su voz rota pero llena de un desafío visceral—. Lo único que esto demuestra... es que ustedes son más débiles que yo.

El ambiente se tensó por un instante.La sonrisa de Thomas se desvaneció brevemente antes de transformarse en una expresión de ira contenida.Las risas se apagaron de inmediato, dejando solo el eco distante del viento que parecía llevarse las palabras de Bernardo hacia lo desconocido.

Con cada risa cruel, Bernardo comprendió que este momento no solo era una batalla física; era una lucha por su dignidad frente a aquellos que disfrutaban viéndolo sufrir. Aunque había sido liberado momentáneamente del látigo y del dolor inmediato, sabía que las cicatrices emocionales durarían mucho más tiempo.Mientras Robert observaba la escena, sus ojos reflejaban una mezcla de incomodidad y desdén hacia sus propios amigos. Había algo en él que recordaba los días pasados cuando él y Bernardo eran niños inocentes; pero ahora todo estaba distorsionado por el desprecio y la crueldad del presente.

—No me importa lo que pienses —respondió Robert finalmente—. No voy a quedarme aquí mientras humillas a alguien que alguna vez fue mi amigo.

La atmósfera se tensó aún más con las palabras deRobert. Mientras los otros permanecían inmóviles, sorprendidos por la inesperada intervención,la mirada de Bernardo se alzó lentamente hacia él. El joven que alguna vez había considerado un aliado, un amigo de su infancia, ahora parecía un extraño distante, pero en sus palabras había algo que lo mantenía anclado a una esperanza que parecía demasiado lejana para alcanzarla.

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