Capítulo 3: Por primera vez Fuiste útil
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Henry apenas le dedicó una mirada.
—¿Por qué desperdiciaría mi tiempo con un mono danzante cuando tengo un espectáculo más interesante aquí? —dijo, señalando a Ryan con un gesto casual, como si su cuñado fuera poco más que una diversión pasajera.
Ryan apretó los dientes, un destello de furia atravesando su mirada.
—No... te... dejaré... ganar... —murmuró, cada palabra un esfuerzo titánico.
Henry alzó una ceja, intrigado por la obstinación de Ryan.
—¿Ganar? —preguntó, casi riéndose.—Ryan, esto no es una competición. Esto es una ejecución.
Con un movimiento rápido y brutal, Henry giró su muñeca, y la lanza de sangre explotó en un destello de luz carmesí.La onda de choque lanzó a Ryan varios metros hacia atrás, su cuerpo golpeando el suelo con un impacto que dejó grietas en la piedra.Un grito de dolor escapó de sus labios mientras intentaba levantarse, solo para encontrar su brazo derecho completamente inutilizado, roto por la fuerza del ataque.
—Levántate, Ryan.—Henry caminó lentamente hacia él, su voz cargada de un tono burlón.—No me hagas terminar esto tan rápido. Mi hijo sufrió durante años; no sería justo si tú simplemente te desplomas aquí.
El suelo bajo los pies de Henry comenzó a teñirse de rojo mientras nuevas lanzas de sangre surgían a su alrededor.Cada una flotaba con un propósito letal, apuntando directamente a Ryan.Carlos gritó su nombre, intentando alcanzarlo, pero otra barrera de singularidades se levantó frente a él, bloqueando su camino.
—¡Déjalo en paz, Henry! —rugió Carlos, su voz resonando con desesperación y rabia.
—¿Por qué habría de hacerlo?—respondió Henry, girando lentamente para mirarlo.—Tú fuiste el que lo puso en este camino. Fuiste el maestro que no supo protegerlo. Esto es tan tu culpa como la de él.
Con un movimiento de su mano, Henry envió las lanzas hacia Ryan, cada una con una precisión mortal.Ryan cerró los ojos por un instante, preparando su defensa con lo poco que le quedaba, pero sabía que no podía detenerlas todas.El tiempo parecía detenerse mientras el mundo se llenaba del brillo carmesí de las lanzas acercándose.
Una explosión resonó en el aire, un choque de energías que hizo vibrar el campo de batalla.Ryan abrió los ojos, jadeando, al darse cuenta de que seguía vivo. Frente a él, una figura se había interpuesto entre las lanzas y su cuerpo, deteniéndolas con una barrera de energía que chisporroteaba al borde de colapsar.
—¡No morirás aquí, Ryan!—gritó Carlos, con el rostro desencajado por el esfuerzo.Su barrera comenzaba a fragmentarse, pero aún se mantenía en pie, un testamento de su determinación.
Henry chasqueó la lengua, casi molesto por la interrupción.
—Oh, Carlos... ¿de verdad crees que puedes cambiar el destino? —preguntó, mientras levantaba ambas manos, invocando una tormenta de lanzas que cubrió el cielo con un manto oscuro y letal.
—Entonces será tu turno de bailar.
Henry soltó una carcajada que resonó como un eco siniestro en el campo de batalla.Su voz tenía una mezcla de crueldad y diversión, como un cazador disfrutando del sufrimiento de su presa.Observó a Carlos, que temblaba bajo el peso de su barrera destrozada, y sonrió con un desprecio que helaba la sangre.
—¿De verdad crees que esto es heroísmo, Carlos?—preguntó Henry, alzando una mano para detener momentáneamente las lanzas suspendidas en el aire.—Esto no es más que una mala broma. No eres un escudo, ni un salvador... eres un payaso. Y como buen payaso, tu propósito es entretenerme.
Henry extendió un dedo hacia Carlos y, con un movimiento elegante, convocó una lanza de sangre más grande que todas las anteriores.Su punta vibraba con una energía tan intensa que el aire alrededor chisporroteaba como si estuviera ardiendo. La arrojó sin previo aviso.
Carlos, sorprendido por la velocidad, apenas levantó su espada para bloquearla.El impacto lo lanzó hacia atrás, su cuerpo rebotando contra el suelo como un muñeco de trapo.Cuando finalmente se detuvo, tosió sangre, su pecho subiendo y bajando de forma irregular mientras intentaba recuperar el aliento.
—¿Eso es todo lo que tienes?—Henry apareció frente a él en un parpadeo, pisándole el pecho con fuerza.—¿El gran maestro que tanto hablaba de honor y lecciones ahora no es más que un saco de huesos a mis pies? Patético.
Carlos intentó levantarse, pero Henry presionó con más fuerza, rompiendo varias costillas en el proceso.La agonía era evidente en el rostro del maestro, pero sus ojos seguían ardiendo con determinación.
—Aún... no... he... terminado...—murmuró entre dientes.
Henry rió de nuevo, esta vez con más intensidad, como si las palabras de Carlos fueran la cosa más ridícula que hubiera escuchado.
—¿No has terminado? Entonces, vamos a asegurarnos de que sigas "bailando" para mí.
Con un movimiento de su mano, Henry invocó más lanzas, pero esta vez las dirigió hacia el suelo, rodeando a Carlos.Las lanzas se hundieron profundamente, creando una prisión de sangre que vibraba con energía destructiva. Cada vez que Carlos intentaba moverse, una descarga de poder lo golpeaba, haciendo que su cuerpo se contrajera en espasmos de dolor.
—Mírate, Carlos.—Henry se inclinó, su rostro ahora muy cerca del de su antiguo maestro.—¿Esto es lo que querías enseñar? ¿Cómo fracasar? Qué espectáculo tan lamentable. Si no fuera tan divertido, ya habría acabado contigo.
Sin previo aviso, Henry levantó a Carlos del suelo como si fuera un muñeco, sujetándolo por el cuello.El maestro intentó golpearlo, pero sus ataques eran lentos y débiles, más un acto de orgullo que una amenaza real. Henry simplemente los ignoró, como si un mosquito estuviera intentando molestarlo.
—Dime, mono. ¿Cómo te gustaría que terminara tu actuación?—preguntó Henry, balanceando a Carlos de un lado a otro como si estuviera considerando cómo aplastarlo.—¿Con un aplauso final? ¿O debería dejarte colgando como un trofeo para recordarles a todos lo inútil que fuiste?
Carlos escupió sangre y lo miró directamente a los ojos, su voz débil pero firme.
—Eres... un monstruo... pero incluso los monstruos caen...
Henry arqueó una ceja, impresionado por la audacia.Luego, su sonrisa se ensanchó en algo que parecía aún más cruel.
—Oh, Carlos, no soy solo un monstruo. Soy la lección que tú nunca pudiste enseñar. Ahora, sigue bailando.
Henry lo arrojó al suelo con fuerza, su cuerpo golpeando las piedras como si cada impacto estuviera diseñado para prolongar el sufrimiento.Las lanzas a su alrededor comenzaron a moverse nuevamente, girando en patrones caóticos que parecían burlarse de cualquier intento de predecir su trayectoria. Carlos trató de levantarse una vez más, pero antes de que pudiera hacerlo, una de las lanzas se hundió en su pierna, arrancándole un grito desgarrador.
—No te preocupes, maestro.—Henry lo observó desde arriba, su rostro una máscara de burla.—Te dejaré vivir un poco más. Aún no he terminado de reírme.
Henry retrocedió un paso, contemplando a Carlos con una mezcla de burla y desprecio.Su sonrisa se torció en algo más oscuro, una expresión de pura crueldad que prometía sufrimiento interminable.
—¿Ves esto, Carlos?—dijo mientras las lanzas de sangre giraban lentamente a su alrededor, como depredadores acechando a su presa.—Esto no es ni la décima parte del tormento que sufrió mi hijo. Bernardo soportó años de humillación, de golpes, de palabras que lo destrozaron por dentro. ¿Y qué hiciste tú? ¿Qué hizo Ryan? Nada.
Con un movimiento abrupto, Henry señaló a Ryan, que luchaba desesperadamente contra una nueva lanza que lo empujaba hacia el borde del colapso.
—¡Y tú, Ryan!—rugió, su voz retumbando como un trueno.—Durante siete años permitiste que tu propio hijo tratara a mi hijo como si no fuera más que basura. ¿Te parece justo? Porque ahora voy a enseñarte lo que es verdadero sufrimiento.
Henry apareció de repente frente a Ryan, agarrando la lanza que este sostenía con todas sus fuerzas para evitar ser atravesado.
—¡Mírame a los ojos, maldito cobarde!—demandó, su voz goteando veneno.—Quiero que veas el abismo que nunca podrás cruzar. Quiero que entiendas que todo esto es apenas el comienzo.
Con un movimiento casi casual, Henry rompió la lanza de Ryan en dos.El impacto hizo que el joven retrocediera, tambaleándose mientras intentaba recuperar el equilibrio. Antes de que pudiera reaccionar,Henry levantó una mano y una ola de sangre cristalizada salió disparada hacia Ryan, envolviendo sus piernas y brazos como si fueran cadenas vivientes.
—¿Te sientes impotente, Ryan?—preguntó, inclinándose para mirarlo directamente a la cara.—Así se sintió mi hijo cada vez que lo llamaste lisiado. Cada golpe que recibió, cada risa que escuchó detrás de su espalda, todo eso lo destruyó... y tú estuviste allí, mirando. Ahora, déjame mostrarte cómo se siente realmente estar roto.
Con un chasquido de dedos, las cadenas de sangre comenzaron a apretarse, aplastando lentamente los músculos y huesos de Ryan.El joven gritó de dolor, sus ojos llenos de desesperación mientras intentaba liberar sus extremidades, pero las cadenas se negaban a ceder.
—¡Para! ¡Déjalo!—Carlos gritó, levantándose a duras penas, solo para ser golpeado de nuevo por una lanza hecha de fragmentos espaciales que lo empujó contra una pared cercana.El impacto lo dejó tosiendo sangre, su cuerpo temblando de puro agotamiento.
Henry rió ante la escena, su risa tan fría y vacía como un abismo.
—¿Déjalo? ¿Por qué habría de hacerlo? Esto es apenas una pequeña muestra del dolor que debería darles.
De un salto, Henry se plantó frente a Carlos, agarrándolo por el cuello y levantándolo como si no pesara nada.
—Tú tampoco escaparás de esto, viejo. Quiero que veas cómo tus enseñanzas fallaron. Quiero que escuches los gritos de Ryan y sepas que no pudiste hacer nada por él. Igual que no hiciste nada por Bernardo.
Sin previo aviso, lanzó a Carlos al suelo con una fuerza calculada, lo suficiente para romperle algunas costillas pero no para matarlo.
—Esto es lo que llamo justicia, Carlos. No es rápida ni misericordiosa. Es lenta, pesada, y te arrastra al fondo hasta que lo único que te queda es el dolor.
Mientras hablaba, Henry volvió a levantar a Ryan con las cadenas de sangre, esta vez suspendiéndolo en el aire.
—Dime, Ryan, ¿te sientes fuerte ahora? ¿Sientes que puedes superar esto? Porque yo puedo seguir todo el tiempo que quiera. Cada vez que grites, recordaré el rostro de mi hijo cuando volvía a casa con moretones y lágrimas en los ojos. Cada vez que supliques, pensaré en cómo él pedía que lo dejaran en paz.
Las cadenas se apretaron aún más, y Ryan soltó un grito desgarrador que resonó por todo el campo de batalla.
Carlos, con las fuerzas que le quedaban, intentó arrastrarse hacia Henry, pero este simplemente lo apartó de un puntapié que lo dejó inmóvil.
—¿Eso es todo lo que tienes, maestro?—se burló, escupiendo la palabra como si fuera veneno.—Pensé que eras un líder, un protector. Pero no eres más que un fracaso. Igual que tu alumno.
Henry levantó ambas manos, convocando una tormenta de lanzas que se suspendieron en el aire, apuntando tanto a Ryan como a Carlos.
—Ahora, vamos a ver cuánto pueden aguantar. Pero no se preocupen... no los voy a matar. No todavía. Quiero que cada uno de ustedes sienta el peso de sus errores, hasta que imploren que los libere.
La tormenta comenzó a caer, cada lanza dirigida con precisión para causar el máximo dolor sin ser letal.Los gritos de Ryan y Carlos se entremezclaban con el sonido del impacto de las lanzas, una sinfonía macabra que llenaba el aire. Henry, por su parte, simplemente observaba, su rostro iluminado por una satisfacción oscura.
—Esto no es el final, solo el principio.—murmuró, disfrutando cada segundo del espectáculo.—El verdadero sufrimiento apenas comienza.
—Soy un glorioso general Sangriento. Mi estado es algo que la familia Q'illu valora sobre todas las cosas —gritó Ryan a Henry, quien, ignorando los ataques de Carlos y los guardias, simplemente se burló de su cuñado.
Henry se inclinó hacia adelante, su sonrisa sardónica iluminada por el resplandor rojizo de las lanzas que lo rodeaban.Su voz, gélida y cargada de desprecio, resonó como una sentencia.
—¿Un glorioso general Sangriento?—repitió, exagerando cada palabra con burla venenosa.—¿Crees que ese título me impresiona? ¿Crees que tu supuesto prestigio tiene algún valor para mí? Basura, no llegas ni a los niveles intermedios de poder, y aún así, tienes la osadía de pararte frente a mí.
Ryan apretó los dientes, su cuerpo temblando tanto de agotamiento como de ira.
—La familia Q'illu valora mi posición.—respondió Ryan, tratando de mantener su voz firme mientras el peso de las palabras de Henry lo aplastaba psicológicamente.
¿Quieres que te tenga miedo por tal insignificante cosa? Basura, no llegas ni a los niveles intermedios. ¿Crees que con esa fuerza insignificante puedes hacer algo?Crees que tienes la fuerza para ir en mi contra.
Henry soltó una carcajada seca y escalofriante, una risa que hizo eco en el campo de batalla como un presagio de condena.
—¿Y qué? ¿Debería temblar de miedo porque un grupo de aristócratas que no pueden levantar una lanza sin ayuda te considera importante? ¡Patético!
Con un gesto casi perezoso, Henry lanzó una lanza de sangre hacia Ryan, que apenas logró bloquearla a tiempo, retrocediendo tambaleante. La sangre de Henry goteaba al suelo, pero en lugar de disminuir su fuerza, parecía alimentar las lanzas que se multiplicaban a su alrededor.
—Mira cómo luchas, Ryan.—continuó Henry, su tono burlón ahora teñido con un toque de ferocidad.—Tu postura es débil, tus reflejos son lentos. Eres como un niño jugando a ser soldado. ¿Realmente crees que tienes la fuerza para ir en mi contra?
Ryan levantó su lanza, jadeando por el esfuerzo.Cada palabra de Henry perforaba su orgullo como una cuchilla afilada, pero su determinación ardía con igual intensidad.
—No te permitiré...—empezó a decir Ryan, pero Henry lo interrumpió con un gesto despectivo.
—¿No me permitirás qué?—dijo Henry, inclinándose hacia adelante como un depredador acechando a su presa.—¿Derrotarte? ¿Humillarte? Ryan, déjame decirte algo: no necesitas "permitirme" nada. Ya lo he hecho.
Henry alzó ambas manos, y una docena de lanzas de sangre comenzaron a girar a su alrededor, cada una apuntando directamente a Ryan.
—Tu fuerza es insignificante. Tu resistencia es una broma. ¿Y sabes qué es lo mejor de todo esto? Que voy a aplastarte lentamente, para que entiendas la diferencia entre alguien como tú y alguien como yo.
Sin previo aviso, las lanzas volaron hacia Ryan una tras otra.Aunque intentaba bloquearlas, cada impacto lo hacía retroceder, su cuerpo tambaleándose bajo la presión. Mientras tanto,Henry seguía caminando hacia él con una calma aterradora, como un verdugo que saborea el miedo de su víctima.
Carlos, viendo cómo su alumno estaba siendo superado, intentó intervenir.Saltó hacia Henry con un grito de guerra, desatando un ataque desesperado con una espada envuelta en energía azul.Pero Henry ni siquiera giró la cabeza.
—¡Oh, Carlos, siempre tan predecible!—dijo, chasqueando los dedos.Una lanza hecha de fragmentos espaciales apareció de la nada, interceptando el ataque de Carlos y enviándolo volando hacia atrás como un muñeco de trapo.
Henry se volvió hacia Carlos, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y crueldad.
—Eres un mono muy entretenido, viejo. Quizá debería dejarte vivir solo para que sigas haciendo tus trucos.
Mientras hablaba, regresó su atención a Ryan, que seguía intentando levantarse del suelo, su lanza temblando en sus manos.
—¡Levántate, Ryan!—ordenó Henry, su voz como un látigo.—No he terminado contigo. Voy a mostrarte que tu linaje, tu título y tu fuerza no son más que un mal chiste. Ahora, lucha... o arrodíllate y acéptalo.
La atmósfera vibraba con una intensidad casi insoportable, el aire cargado con la energía sofocante de un duelo desigual.Las sombras de las lanzas de sangre y fragmentos de espacio giraban alrededor de Henry como satélites de destrucción, proyectando destellos rojizos y oscuros en la tierra marcada por la batalla. Cada uno de sus movimientos desprendía una amenaza palpable, un poder tan vasto que parecía devorar la esperanza misma.
Ryan, a pesar de sus heridas y la presión que lo aplastaba, se negó a ceder.Su respiración era pesada, sus manos temblaban mientras sujetaban su lanza, pero en sus ojos ardía una determinación feroz.El orgullo de la familia Q'illu no le permitía caer, incluso si la lógica dictaba que estaba enfrentando un monstruo insuperable.
—No pienses que voy a rendirme.—gruñó Ryan, su voz cargada de desafío, aunque en su interior sentía que cada palabra era un peso más sobre su debilitado cuerpo.
Henry se rió suavemente, una risa fría que cortaba como un cuchillo.
—¿Rendirte? Oh, Ryan, sería demasiado aburrido si lo hicieras tan pronto. Lo divertido es verte intentar... y fallar.
En un abrir y cerrar de ojos, Henry levantó una mano, y un enjambre de lanzas de sangre brotó a su alrededor como un enjambre de avispones asesinos.La primera se lanzó hacia Ryan con una velocidad devastadora.Ryan giró su lanza con desesperación, desviándola apenas, pero el impacto lo empujó varios metros hacia atrás. Antes de que pudiera recuperar el aliento, otra lanza le cayó encima, luego otra, y otra más, cada una más poderosa que la anterior.
Cada impacto arrancaba gritos de esfuerzo de Ryan, pero no retrocedía del todo.Su cuerpo comenzaba a flaquear, pero su espíritu se negaba a romperse.Apretó los dientes, canalizando cada gramo de fuerza que le quedaba en un contraataque.
—¡No permitiré que esto termine así!—exclamó, lanzándose hacia adelante con un rugido, su lanza brillando con un resplandor azulado mientras trataba de perforar las defensas de Henry.
Pero Henry, sin siquiera moverse, desvió el ataque con un simple movimiento de su dedo.
—¿Eso es todo? Pensé que eras un glorioso general Sangriento. Esto es... decepcionante.—Henry chasqueó la lengua con fingida lástima antes de desatar otra ráfaga de lanzas.
Cada lanza que se clavaba en el suelo a centímetros de Ryan parecía burlarse de él, recordándole cuán cerca estaba del abismo.Henry disfrutaba del espectáculo, un titiritero cruel que movía los hilos de una batalla que ya estaba decidida.
En ese instante, Carlos, con su espada envuelta en energía azul, apareció detrás de Henry.Su ataque fue veloz, mortal, dirigido a la espalda de su antiguo alumno. PeroHenry, sin siquiera mirar, extendió una mano y creó una barrera de espacio distorsionado.El impacto de la espada rebotó, y Carlos fue lanzado hacia atrás como si hubiera golpeado una pared de hierro invisible.
—Oh, maestro, otra vez con tus movimientos predecibles. ¿Cuántas veces tengo que enseñarte esta lección?—Henry giró lentamente, sus ojos brillando con burla.
La lucha continuaba, pero en el corazón de ambos hombres—Carlos y Ryan—, el peso del sufrimiento comenzaba a hundirlos.Sabían que esta no era una batalla para ganar; era una batalla para sobrevivir.
—Sufran, sufran como lo hizo mi hijo.—dijo Henry, su voz resonando con un odio profundo.—Lo que sienten ahora no es más que un eco pálido de lo que él soportó. Consideren esto... un regalo, para que nunca olviden.
La lanza deHenryparecía serculpable del cielo mismo, brillando con una intensidad abrumadora que arrancaba destellos de los rayos aún presentes en la tormenta.Ryan, con la mirada fija en su oponente, sabía que estaba ante una decisión que definiría su destino. Sus manos temblaban ligeramente mientras concentraba todo elmanáque le quedaba. Era un esfuerzo desesperado, pero la alternativa era la muerte, y Ryan no estaba dispuesto a ceder.
Los rayos, frutos de las habilidades deCarlos, no se detenían. Como serpientes rabiosas, se estrellaban una y otra vez contra la barrera dimensional queHenrymantenía imperturbable a su alrededor. La electricidad rugía al contacto, generando destellos cegadores y estruendos ensordecedores. A pesar de la magnitud del ataque, la esfera que formaba el escudo permanecía intacta, tan indiferente como su creador.
Henry, de pie en el centro de aquella fortaleza impenetrable, apenas mostraba interés. Sus ojos observaban los caudales de energía eléctrica como si fueran un espectáculo menor, algo que apenas merecía su atención.Carlosestaba exhausto, lanzando descargas una tras otra con la esperanza de encontrar un punto débil. Pero Henry no parecía siquiera preocuparse por el resultado; su mente estaba en otro lugar.
En realidad,Henryno estaba completamente en el momento. Aunque su cuerpo permanecía firme y dominante, sus pensamientos estaban enredados en un combate distante. A través del vínculo de sangre, podía sentir aBernardo, su hijo, enfrentándose aPeter, su hermano menor. Podía notar la desesperación de ambos, el rugido de la lucha, y el aroma metálico de la sangre que impregnaba sus sentidos a pesar de la distancia.
Un leve gesto de desdén cruzó su rostro mientras regresaba su atención al presente. —Qué patéticos... —murmuró, sin que fuera claro si hablaba de Ryan, de Carlos, o de la batalla en la que Bernardo estaba inmerso. La energía de los rayos chocaba con fuerza renovada, pero Henry apenas alzó una ceja, como si quisiera comprobar cuánto tardarían en rendirse.
Carlos, jadeando y con el sudor corriendo por su rostro, rugió con desesperación:
—¡No puedes mantener esa barrera para siempre!
Henryesbozó una sonrisa sarcástica.
—¿No puedo? Es adorable cómo sigues creyendo que estás a la altura.
La voz de Henry, tranquila y cruel, cortó el aire como una navaja.Ryansintió un escalofrío recorrer su espalda. Su cuñado no solo tenía un poder inmenso, sino que parecía disfrutar de la lucha desigual, de la desesperación que sembraba en sus enemigos.Carloscontinuaba atacando, y aunque Ryan aún no había lanzado su ofensiva, sabía que debía aprovechar el momento. Pero, ¿cómo romper algo que ni siquiera los rayos de Carlos podían atravesar?
En lo profundo, Henry sabía que no había urgencia. Este enfrentamiento era solo una pequeña distracción.RyanyCarlosno eran más que un preludio al verdadero propósito que lo impulsaba: consolidar el legado de su familia y demostrar que él,Henry, era la cúspide de lo que cualquiera podía aspirar.BernardoyPeterestaban enfrentando algo similar, pero para él, todo era parte de un juego. Un juego que él ya había ganado.
El aire se cargó con una tensión insoportable, un silencio breve pero brutal que precedió al choque. Losmiles de rayosdeCarlosconvergieron en un solo punto, un acto desesperado de concentración absoluta. La electricidad rugió como una bestia desatada, azotando con una fuerza que sacudió el suelo y partió el aire. Por primera vez,Henrymostró algo más que desdén; inclinó la cabeza con leve interés mientras observaba el punto de impacto.
El estruendo resonó, y por un instante, la capa más externa de la esfera deespacioque lo protegía cedió, mostrando una vulnerabilidad que nadie creía posible. Pero la esperanza fue breve. La grieta apenas había surgido cuando el propio espacio pareció reconfigurarse, cerrando la herida con una fluidez inhumana. La barrera permaneció intacta, y el ataque deCarlosse desvaneció en la nada, como si nunca hubiera existido.
Henrysonrió, burlón, y sacudió la cabeza con indiferencia. —¿Eso es todo? Esperaba algo más interesante, viejo. Pero supongo que la mediocridad es difícil de superar.
El sudor corría por el rostro deCarlos, sus manos temblaban, no solo por el agotamiento, sino por el terror creciente al darse cuenta de que sus esfuerzos eran inútiles. Pero antes de que pudiera recuperar el aliento,Ryandio un paso al frente, su determinación ardiendo como una antorcha en la oscuridad. Su mirada se fijó enHenry, no con miedo, sino con una furia contenida.
Ryan, gritando con toda la fuerza de su ser, lanzó sulanzacon precisión mortal, como si toda su existencia dependiera de ese único movimiento. La energía que había concentrado vibró a través del arma, trazando una línea resplandeciente en el aire mientras volaba hacia su objetivo.
Henry, sin inmutarse, levantó una mano como si dirigiera una sinfonía invisible. Lalanzacomenzó a deformarse a medida que cruzaba la barrera, los fragmentos del espacio la retorcieron hasta que no fue más que un amasijo informe de energía y materia. Un simple movimiento de sus dedos fue suficiente para desintegrarla por completo.
—Inútil... como toda tu existencia —sentencióHenry, su voz goteando desprecio.
Ryansintió el peso de esas palabras aplastarlo como un yunque, pero se mantuvo firme, apretando los dientes mientras su mente buscaba desesperadamente una nueva estrategia.Carlos, observando la escena, trató de reunir fuerzas para otro ataque, aunque sabía queHenryapenas estaba comenzando a jugar con ellos.
Henryse cruzó de brazos, sus ojos brillando con diversión cruel. —¿Es esto lo mejor que pueden ofrecer los gloriosos guerreros de la familia Q'illu? Patético. Tal vez debería mostrarles cómo luce un verdadero ataque.
La energía en el aire comenzó a cambiar, volviéndose más densa, más peligrosa. Henry parecía estar reuniendo poder, no porque lo necesitara, sino porque disfrutaba haciéndolos sentir insignificantes ante su presencia.
Henryextendió sus manos, y el aire a su alrededor pareció cristalizarse, congelado en una dimensión donde él dictaba las reglas. Una sonrisa cruel se dibujó en su rostro mientras sus dedos danzaban en el vacío, manipulando el espacio como un artesano retorcido.CarlosyRyansintieron un escalofrío recorrerles la espalda; incluso la naturaleza misma parecía contener el aliento.
—Ahora, observemos cuánto más pueden soportar antes de romperse... completamente —dijoHenry, su tono impregnado de malicia.
Del vacío comenzaron a surgir lanzas, cientos de ellas, forjadas no de materia común, sino de fragmentos de realidad quebrada. Las armas oscilaban entre lo tangible y lo etéreo, como si el universo mismo dudara en definirlas.Carlos, aún jadeando por su ataque fallido, sintió cómo el tiempo y el espacio a su alrededor parecían fragmentarse. Las lanzas lo rodearon, flotando como depredadores esperando a su presa.
Ryan, por otro lado, enfrentó una pesadilla diferente. Las lanzas de sangre, un torrente implacable que había enfrentado antes, regresaron con renovada furia. Cada una de ellas llevaba un peso abrumador, como si la voluntad deHenryse hubiera concentrado en hacerle sentir el fracaso y la desesperación. Apenas lograba desviar una, cuando otra llegaba con mayor velocidad y fuerza.Ryangruñó con esfuerzo, su maná al límite, mientras su cuerpo empezaba a ceder.
—¿Es esto todo? ¿La gloriosa sangre de Q'illu no puede más que esto? —se burlóHenry, su voz resonando con desprecio. Hizo un leve gesto con la mano, y una de las lanzas de sangre, más grande y ominosa que las demás, atravesó el aire, desgarrando todo a su paso.Ryanapenas logró bloquearla, pero el impacto lo lanzó varios metros atrás, dejando un surco en el suelo mientras gemía de dolor.
Mientras tanto,Carlosintentaba recomponerse. Su magia, aunque poderosa, parecía inútil contra las manipulaciones deHenry. Las lanzas de fragmentos espaciales se movieron en un patrón errático, explotando en destellos de energía que lo obligaban a retroceder una y otra vez.Henry, disfrutando del espectáculo, dejó escapar una risa sardónica.
—Vamos, viejo. Bailas como si tus piernas estuvieran hechas de plomo. ¿Acaso te has olvidado de cómo pelear? —preguntó, burlón, mientras una lanza especialmente afilada atravesaba la barrera mágica deCarlos, dejando un corte profundo en su brazo izquierdo.
Carlosgruñó, su mirada llena de furia y frustración. No podía permitirse caer, no mientrasRyanaún estuviera luchando. —No te daré el placer de verme caer, bastardo... —murmuró entre dientes, reuniendo lo poco que le quedaba de energía.
Henry, sin embargo, no dejó de presionar. Con un movimiento elegante, juntó ambas manos, y las lanzas que rodeaban aCarlosyRyanse sincronizaron, convergiendo hacia ellos como una tormenta perfecta.Carlos, jadeando, levantó una última barrera eléctrica, mientrasRyan, tambaleándose, se preparó para desviar lo que pudiera con su lanza.
El impacto fue devastador. La barrera deCarlosresistió apenas unos segundos antes de fragmentarse en mil pedazos, enviándolo al suelo mientras gemía de dolor.Ryan, con su cuerpo ya al límite, logró esquivar algunas lanzas, pero otras rozaron su piel, dejando cortes profundos que derramaban sangre.
Henrylos miró desde su posición elevada, con la satisfacción de un verdugo que disfruta prolongando el sufrimiento de sus víctimas. —¿Ven? Esto es apenas una fracción de lo queBernardotuvo que soportar. Ustedes... —se inclinó hacia adelante, su mirada fulminante—. Ni siquiera entienden el significado de verdadero dolor. Pero yo puedo enseñarles. Oh, claro que puedo.
Unas nuevas lanzas comenzaron a formarse, su energía aún más oscura, como si absorbieran la luz misma.Henrysonrió con malicia, disfrutando cada segundo de su control absoluto sobre la batalla. —Vamos, levántense. Apenas estoy comenzando.
La batalla estaba lejos de terminar; cada movimiento resonaba con poder y significado mientras los hombres luchaban no solo contra el otro, sino también contra las expectativas y las sombras del pasado. Esta batalla era un caos, un caos que solo era guiado por Henry, mientras que Carlos y Ryan eran simples perros que ladraban por no poder detener al caos.
La arena de la batalla era un vórtice de poder y desesperación.Henry, con una calma que rayaba en la indiferencia, se erigía como el epicentro de este caos. Cada paso suyo resonaba en la tierra destrozada, cada gesto de su mano desencadenaba destrucción que parecía burlarse de las leyes naturales.CarlosyRyan, con cada esfuerzo por resistir, parecían más desesperados, como perros acorralados frente a un depredador que los veía con una mezcla de desprecio y diversión.
—¿Caos?—Henry dejó escapar una risa grave y llena de soberbia—. No me hagas reír, Carlos. Esto no es caos. Esto es orden absoluto. Mi orden. Ustedes simplemente se aferran a migajas de esperanza, ladrando inútilmente mientras yo remodelo esta batalla según mi voluntad.
Los ataques deCarlos, envueltos en electricidad chisporroteante, continuaban impactando contra las barreras dimensionales de Henry. Las explosiones iluminaban el campo como fuegos artificiales, pero no importaba cuánto aumentara la intensidad, las defensas deHenrypermanecían inquebrantables. El hombre apenas desviaba su mirada hacia los intentos de su antiguo maestro, como si lo considerara una molestia menor.
—Lo intentas y fallas, viejo. Me pregunto, ¿es esto todo lo que puedes ofrecer después de años de experiencia? —dijo Henry, mientras un simple chasquido de sus dedos desintegraba una de las esferas de energía que Carlos había logrado formar con tanto esfuerzo. El veterano cayó de rodillas, jadeando, su cuerpo incapaz de mantenerse al ritmo de una batalla que claramente lo superaba.
Mientras tanto,Ryan, con los músculos temblando y la sangre goteando de sus heridas, apenas lograba mantenerse en pie. Cada movimiento suyo era una declaración de desafío, aunque Henry lo percibía como un acto de obstinación patética.La lanza de sangre, aquella monstruosidad carmesí que Henry había creado, seguía presionando a Ryan con una fuerza implacable. No importaba cuánto intentara desviar su trayectoria, la lanza siempre encontraba una manera de regresar, más rápida, más fuerte, más destructiva.
—Mírate, Ryan. Todo el linaje Q'illu detrás de ti, y esto es lo mejor que puedes hacer. Qué deshonra.—Henry apareció frente a él en un abrir y cerrar de ojos, como un fantasma burlón. Con un movimiento casi despreocupado, tocó la lanza que Ryan intentaba desesperadamente sostener. La presión incrementó al instante, empujando al joven guerrero de rodillas.
—Te dije que te convertirías en lo que fue condenado mi hijo. Lo que estás sintiendo ahora... —Henry sonrió, pero sus ojos estaban llenos de una furia contenida— es una porción infinitesimal del infierno que él vivió.
Carlos, viendo cómo Ryan empezaba a ceder, intentó levantarse, su cuerpo exhausto rebelándose ante su voluntad. Lanzó una corriente de rayos concentrados directamente hacia Henry, pero antes de que siquiera se acercaran, la energía se detuvo en el aire, congelada como si el tiempo mismo hubiera decidido traicionarlo.
—¿Eso es todo, maestro?—preguntó Henry, con una mueca burlona. Giró la mano, y los rayos se revirtieron, estallando alrededor de Carlos en una explosión de luz y sonido que lo envió volando hacia atrás. —Patético. Hasta enseñarles fue una pérdida de tiempo.
Los dos hombres estaban al borde de sus límites, pero Henry no mostraba intención alguna de acabar con ellos. Sus movimientos, aunque brutales, eran calculados para infligir sufrimiento sin llevarlos a la muerte.Cada corte, cada golpe, cada humillación estaba cargada de un propósito:recordarles que no eran rivales dignos, sino simples juguetes en manos de un titán.
—Ustedes no luchan contra el caos —continuó Henry, su voz resonando como un juicio inapelable—. Luchan contra la perfección. Mi perfección. Y no importa cuánto se esfuercen, cuánto griten, cuánto sangren... al final, solo quedará el silencio de su fracaso.
El campo de batalla era una sinfonía de dolor y desesperación, dirigida por el maestro absoluto,Henry. Cada movimiento suyo parecía diseñado para maximizar el tormento físico y psicológico de sus adversarios.CarlosyRyanapenas podían mantenerse de pie, pero la crueldad de Henry no buscaba la muerte rápida; quería destrozarlos, arrancarles la esperanza pedazo a pedazo.
—Levántate, maestro—dijo Henry, caminando lentamente hacia Carlos, que aún jadeaba en el suelo, cubierto de cenizas y sangre—. Me enseñaste a no arrodillarme nunca, ¿no? Vamos, Carlos. Hazme sentir el orgullo que alguna vez dijiste que debía tener como tu discípulo.
Carlos intentó reincorporarse, sus piernas temblorosas amenazando con ceder. Levantó una mano envuelta en relámpagos, su mirada fija en el hombre que alguna vez fue su aprendiz.Henry, sin embargo, ni siquiera pestañeó. Con un gesto casual, desgarró el aire frente a él, creando una grieta espacial que absorbió la energía de Carlos antes de que pudiera llegar a su objetivo. Los rayos se disiparon como si nunca hubieran existido, dejando al veterano maestro completamente indefenso.
—Esto no es una lucha, Carlos. Es un espectáculo. Uno en el que tú eres el bufón y yo, el público.—Henry chasqueó los dedos, y una ráfaga de energía invisible golpeó a Carlos, rompiendo el suelo a su alrededor y hundiéndolo en un cráter.
Mientras tanto,Ryanluchaba desesperadamente por mantener el control de su cuerpo. La lanza de sangre seguía presionándolo, empujándolo hacia atrás con una fuerza implacable. Cada vez que intentaba contraatacar, la lanza se multiplicaba, apareciendo a su alrededor como un enjambre de serpientes rojas, listas para devorarlo.
—¿Esto es todo lo que tienes, Ryan?—dijo Henry, apareciendo de repente junto a él. Su voz estaba cargada de desprecio, pero sus ojos brillaban con un fuego oscuro—. ¿Dónde está esa valentía que te hizo pensar que podías enfrentarte a mí? ¿Dónde está el orgullo de la familia Q'illu?
Ryan, con el rostro cubierto de sudor y sangre, apretó los dientes y lanzó un grito de pura determinación. Canalizó cada gramo de su energía en un ataque final, una estocada desesperada que buscaba el corazón de Henry. Pero antes de que la lanza pudiera siquiera rozarlo, el espacio alrededor de Henry se distorsionó, y el arma de Ryan se retorció como si fuera una simple rama seca, desintegrándose en el aire.
—Inútil. Insignificante. Como tú.—Henry agarró a Ryan por el cuello con una sola mano, levantándolo del suelo como si no pesara nada—. Te dije que te convertirías en lo que mi hijo sufrió. Pero no, Ryan... tú nunca llegarás ni a entender el alcance de su dolor. Esto que sientes ahora es solo una sombra. Un susurro. Un eco de lo que él vivió.
Con un movimiento brutal, lanzó a Ryan contra el suelo, creando un cráter que dejó al joven guerrero tendido e inmóvil, jadeando por aire.Carlos, desde la distancia, observó la escena con horror, sus manos temblando mientras intentaba reunir la fuerza para levantarse. Pero Henry no le dio tiempo.
—¿Te quedas ahí, maestro? ¿Vas a mirar cómo tu estudiante favorito se arrastra como un gusano?—Henry apareció junto a Carlos, inclinándose lo suficiente como para que sus palabras se sintieran como cuchillos—. ¿O acaso estás tan viejo que prefieres ser un espectador en tu propia derrota?
Carlos rugió, un grito cargado de frustración y desesperación, y lanzó una última ráfaga de rayos hacia Henry. Esta vez, el ataque fue más grande, más brillante, y el suelo tembló bajo su intensidad. Pero Henry levantó una mano y, con un simple giro de su muñeca, la energía se disipó en el aire como humo llevado por el viento.
—Me aburres.—Henry extendió una mano hacia Carlos, y una serie de fragmentos dimensionales lo rodearon, comprimiendo el espacio a su alrededor. El maestro sintió cómo su cuerpo era aplastado por una presión indescriptible, sus huesos crujían, su visión se oscurecía.
Pero Henry no lo dejó morir.
Soltó la técnica justo antes de que fuera letal, permitiendo que Carlos cayera al suelo, apenas consciente.Ryan, aún jadeando, trató de levantarse, pero Henry lo pisó, clavando su bota en su espalda con una fuerza que le sacó un gemido de dolor.
—Esto no ha terminado, queridos perros.—Henry se irguió, observándolos desde lo alto como un dios que decide el destino de los mortales—. Esto es solo el principio. Les mostraré, poco a poco, lo que significa el verdadero sufrimiento. Y entonces, cuando ya no puedan distinguir entre el dolor y la locura, recordarán que esto... —hizo un gesto hacia el campo de batalla destruido—... esto fue solo una pequeña porción de lo que mi hijo vivió.
Henry permaneció en silencio por un momento, observando a los dos hombres destrozados frente a él. El caos a su alrededor parecía reflejar la devastación que había causado en sus cuerpos y almas. Pero para Henry, esto no era suficiente; su objetivo no era simplemente vencerlos. Era destruir todo lo que representaban, aplastar cualquier rastro de orgullo o dignidad que aún pudieran albergar.
—¿Es esto todo lo que tienen?—preguntó finalmente, su voz resonando como un trueno en el vacío del campo de batalla—. ¿Esto es lo que llaman resistencia? Patético.
Con un movimiento casi perezoso, levantó su mano derecha, y el aire alrededor deRyancomenzó a ondular. El joven guerrero apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una fuerza invisible lo levantara del suelo y lo arrojara contra un pilar de roca. El impacto fue brutal; un crujido seco resonó mientras el cuerpo de Ryan caía al suelo como una muñeca rota. Su gemido de dolor era apenas audible, pero Henry lo escuchó claramente, y una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro.
—Levántate, Ryan. ¿O acaso prefieres quedarte en el suelo como un insecto?—Henry caminó hacia él lentamente, sus pasos resonando como martillos en el silencio. Cada paso parecía aplastar más el espíritu de Ryan, que luchaba por mantenerse consciente.
Carlos, desde el otro extremo del campo, observaba con impotencia. Su cuerpo estaba al límite, pero sabía que no podía permitir que Henry terminara con Ryan. Con un esfuerzo titánico, se levantó, sus piernas temblando bajo su peso. Sus ojos brillaban con una mezcla de ira y desesperación mientras extendía su brazo hacia Henry, concentrando cada fragmento de su energía restante en un último ataque.
—¡No te atrevas a tocarlo!—rugió Carlos, lanzando una enorme ráfaga de rayos directamente hacia Henry.
El ataque atravesó el aire con una fuerza devastadora, iluminando el campo de batalla con un destello cegador. Pero Henry, sin siquiera voltear, simplemente levantó una mano. La ráfaga de rayos chocó contra una barrera invisible, desvaneciéndose como si hubiera golpeado el vacío mismo. El eco del ataque resonó en el aire, pero Henry no se inmutó.
—¿Eso es todo, maestro?—preguntó Henry, girando la cabeza hacia Carlos con una mirada de aburrimiento—. ¿Crees que un truco tan básico puede detenerme?
Con un gesto, Henry torció el espacio alrededor de Carlos, creando una espiral que lo envolvió en un torbellino invisible. El aire se comprimió a su alrededor, aplastándolo con una fuerza tan abrumadora que cayó de rodillas, jadeando por aire.
—Esto es solo un fragmento de lo que Bernardo soportó, Carlos. Un fragmento. Y aún así, él se mantuvo de pie más tiempo que tú. Qué decepción.—Henry caminó hacia Carlos, inclinándose para mirarlo directamente a los ojos—. Me enseñaste todo lo que sé, maestro. ¿Es esto lo mejor que puedes ofrecer?
Carlos intentó hablar, pero el dolor era demasiado intenso. Sus labios temblaron mientras intentaba articular una respuesta, pero Henry no le dio tiempo. Con un movimiento rápido, lo levantó del suelo y lo lanzó hacia Ryan, sus cuerpos chocando en una maraña de extremidades destrozadas.
Henry se irguió, observando a los dos hombres desde lo alto. Su expresión era una mezcla de desdén y satisfacción.
—No los mataré, no todavía. No sería justo. No sería suficiente.—Su voz era baja, pero cada palabra estaba cargada de veneno—. Esto es solo el principio. Ustedes no entienden lo que es el verdadero sufrimiento, pero aprenderán. Les daré una lección que nunca olvidarán.
Se giró, caminando lentamente hacia el centro del campo de batalla. Los restos de los guardias caídos y las ruinas de los ataques fallidos lo rodeaban, un monumento a su poder. Alzó una mano, y el aire a su alrededor comenzó a vibrar, como si la misma realidad estuviera reaccionando a su presencia.
—Recuerden esto, Ryan, Carlos. Todo lo que están experimentando ahora, todo este dolor, toda esta desesperación... no es nada comparado con lo que le hice a Bernardo.—Su sonrisa era cruel, pero sus ojos brillaban con una furia contenida—. Y ustedes dos no son más que sombras, intentos fallidos de alcanzar algo que nunca podrán comprender.
Se detuvo, mirando hacia el cielo. Las nubes oscuras se arremolinaban sobre él, reflejando el caos que había desatado. Luego, sin previo aviso, Henry extendió ambos brazos, y el campo de batalla se llenó de una explosión de energía que sacudió la tierra misma.
Los cuerpos de Ryan y Carlos fueron lanzados hacia atrás, cayendo como muñecos rotos. Ambos jadeaban, apenas conscientes, mientras Henry permanecía de pie en el centro del caos, su figura imponente dominando el paisaje.
—Esto es solo el comienzo. Prepárense, porque lo que viene será mucho peor.
Uno de los pocos guardias que quedaba en pie, un hombre corpulento con una mirada de acero y una determinación que contrastaba con el terror general, avanzó hacia Henry con pasos firmes. Su armadura, aunque abollada y ensangrentada, aún brillaba bajo los destellos de electricidad que emanaban de los restos de los ataques de Carlos.
—¡No dejaré que te acerques más a él!—gritó el guardia, su voz resonando como un rugido desesperado mientras se interponía entre Henry y Ryan.
Ryan apenas podía levantar la cabeza para mirar, su visión borrosa por el dolor. El guardia, blandiendo una alabarda con ambas manos, cargó hacia Henry con todo lo que le quedaba de fuerza.
El ataque era desesperado, y Henry lo sabía. Se quedó inmóvil, observando la aproximación del guardia con una expresión de diversión, como si fuera un simple espectáculo para su entretenimiento. Justo cuando la alabarda estaba a punto de alcanzarlo, Henry extendió un brazo, atrapando el arma con su mano desnuda.
—¿Un héroe?—se burló Henry, sin mostrar el más mínimo esfuerzo mientras detenía el golpe. Su sonrisa era cruel, sus ojos brillaban con un destello de desprecio—. Qué conmovedor.
Con un giro de muñeca, destrozó la alabarda en pedazos, los fragmentos metálicos cayendo al suelo con un estrépito. Antes de que el guardia pudiera retroceder, Henry se movió con velocidad inhumana, cerrando la distancia entre ellos. Su mano se cerró alrededor del cuello del hombre, levantándolo del suelo como si fuera un juguete.
—¿Pensabas salvar a tu amigo? Qué noble... y qué inútil.
Sin más preámbulo, Henry golpeó al guardia en el rostro con el puño libre. El sonido del impacto fue seco y brutal, y la cabeza del guardia se echó hacia atrás violentamente. Sin soltarlo, Henry lo golpeó una y otra vez, su rostro permaneciendo inmutable mientras el cuerpo del hombre se sacudía bajo la fuerza de cada golpe.
—¡Esto es lo que pasa con los héroes inútiles!—rugió Henry, lanzando otro puñetazo que hizo crujir la mandíbula del guardia. Sangre salpicó el suelo, y los gemidos apenas audibles del hombre resonaban débilmente en el aire.
A pesar del castigo, el guardia intentó levantar una mano, un acto reflejo de resistencia que solo pareció enfurecer más a Henry.
—¿Aún tienes fuerza? ¡Admirable! Déjame quitártela.
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