Capítulo 3: Por primera vez Fuiste útil
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Henry lo lanzó al suelo con fuerza, como si fuera un saco de carne. El guardia tosió sangre, jadeando mientras intentaba arrastrarse lejos de su agresor. Henry se agachó junto a él, agarrándolo nuevamente por el cuello y levantándolo hasta que quedaron cara a cara.
—Mírame, héroe. Quiero que recuerdes esto. Quiero que sientas cada segundo del sufrimiento que intentaste evitar. Este dolor es un regalo, una lección que jamás olvidarás.
Ryan, viendo la escena, sintió una mezcla de horror y culpa. Quiso levantarse, intervenir, hacer algo, pero su cuerpo no respondía. Cada intento de mover sus extremidades terminaba en un espasmo de dolor.
Carlos, a lo lejos, reunió las fuerzas que le quedaban para lanzar una pequeña descarga eléctrica hacia Henry. No era un ataque poderoso, pero logró llamar su atención por un breve momento.
—Oh, ¿sigues ahí, maestro?—dijo Henry, sin soltar al guardia, mientras giraba la cabeza hacia Carlos con una sonrisa burlona—. ¿Te molesta que me entretenga?
Con un último golpe, Henry lanzó al guardia hacia un montón de escombros. El cuerpo del hombre chocó con fuerza contra la roca, quedando inmóvil, aunque aún respiraba débilmente.
—No lo mataré, no todavía. Quiero que viva para recordar esta humillación. Tal vez así aprenda cuál es su lugar.
Henry se giró nuevamente hacia Ryan, que ahora estaba tratando desesperadamente de levantarse.
—Y tú, Ryan, ¿ya has tenido suficiente? ¿O necesitas que te dé una lección aún más clara?
Henry se movió con una calma inquietante hacia Ryan, que apenas lograba ponerse de rodillas. Su cuerpo temblaba de esfuerzo, pero la furia en sus ojos seguía ardiendo, un fuego que ni el sufrimiento ni la humillación podían extinguir por completo. Henry lo miró como un cazador evalúa a su presa, con esa mezcla de diversión y desprecio que hacía que todo a su alrededor pareciera aún más sombrío.
—Mírate, Ryan. Un glorioso general sangriento, reducido a esto. Patético.
Con un movimiento casual, Henry extendió su mano. Una nueva lanza de sangre comenzó a formarse, su superficie pulsando como si tuviera vida propia. La punta de la lanza apuntaba directamente al pecho de Ryan, quien apenas logró alzar su lanza rota en un intento por defenderse.
Carlos, viendo la inminente tragedia, intentó una vez más intervenir. Con las pocas fuerzas que le quedaban, concentró toda su energía en un último ataque. Una lluvia de pequeños orbes eléctricos se precipitó hacia Henry desde diferentes ángulos, como un enjambre de abejas furiosas.
—¿Otra distracción, maestro?—murmuró Henry, casi con aburrimiento. Sin siquiera mirar, giró la lanza de sangre y la movió en un arco amplio. Cada orbe que se acercaba fue desviado o destruido, desintegrándose en pequeñas chispas que iluminaron el espacio brevemente.
—Tendrás que hacerlo mejor que eso si quieres mi atención.
Henry giró su mirada hacia Carlos por un instante, y sus ojos destellaron con un brillo frío. Con un chasquido de sus dedos, una grieta en el espacio se abrió justo frente a Carlos. De ella emergió una ráfaga de energía que lo golpeó como un látigo invisible, lanzándolo hacia atrás con fuerza. Carlos chocó contra una pared de roca, un grito ahogado escapando de sus labios mientras caía al suelo, jadeando.
—Qué decepcionante. Y pensar que alguna vez te consideré un maestro digno.
Henry volvió su atención a Ryan, quien aprovechó el breve respiro para tratar de atacar. Con un grito que resonó en toda la arena, cargó hacia Henry con lo que quedaba de su lanza. El movimiento era desesperado, cargado de ira y determinación, pero también carente de técnica o precisión.
Henry apenas se movió. Con un giro de su muñeca, detuvo el ataque de Ryan con la lanza de sangre, bloqueando el golpe con una facilidad insultante. Luego, con un empujón rápido, desarmó a Ryan, enviando la lanza rota volando lejos.
—Es suficiente, Ryan. Me estás aburriendo.
Henry alzó su pie y lo estampó contra el pecho de Ryan, derribándolo de espaldas. Antes de que Ryan pudiera levantarse, Henry lo pisó con fuerza, manteniéndolo en el suelo.
—¿Sabes por qué no te mato? Porque esto es mucho más interesante. Verte luchar, verte fracasar... Es un espectáculo que podría disfrutar por toda la eternidad.
Apretó un poco más, haciendo que Ryan soltara un gemido de dolor.
—Esto, Ryan, esto que sientes ahora... es una fracción de lo que Bernardo sufrió. Cada vez que intentas levantarte, quiero que lo recuerdes. Cada vez que respiras, quiero que sientas su sufrimiento en tus huesos.
Henry levantó su pie, dejando a Ryan jadeando en el suelo. Luego, se giró hacia el guardia que había intervenido antes, quien aún estaba inconsciente entre los escombros.
—Y tú, pobre iluso... ¿Pensaste que podías detenerme? Tal vez debería dedicarte un poco más de tiempo.
Con pasos lentos y deliberados, se acercó al guardia, quien comenzaba a recuperar la conciencia. Henry lo levantó del suelo como si fuera un muñeco de trapo, sosteniéndolo por el cuello una vez más.
—Dime, ¿qué se siente ser tan insignificante? ¿Sentir que tu vida puede ser apagada con un simple gesto?
Golpeó al guardia nuevamente, esta vez en el abdomen, haciendo que el hombre se doblara en dos, aunque Henry no lo soltó.
—No te preocupes, no te mataré. No todavía. Tú también tendrás que vivir con este recuerdo.
Arrojó al guardia a un lado como si fuera basura, dejándolo gimiendo de dolor mientras se tambaleaba, tratando de mantenerse consciente.
Henry volvió a mirar a Carlos y Ryan, ambos apenas conscientes, sus cuerpos maltratados y sus espíritus tambaleándose al borde de la derrota.
—¿Y ahora? ¿Qué harán? ¿Me suplicarán? ¿Seguirán intentando lo imposible? Espero que tengan algo más que ofrecer, porque esto apenas comienza.
El eco de la última burla de Henry resonó en la arena, un sonido que calaba profundo en la desesperación de Ryan y Carlos. Ambos hombres, maltrechos y jadeantes, luchaban por encontrar algún vestigio de fuerza. Sin embargo, el imponente Henry permanecía ileso, su presencia una sombra omnipotente que parecía consumir la esperanza misma.
Carlos, apenas consciente, se apoyó en una rodilla mientras su mente corría buscando una estrategia. Su respiración era irregular, pero la furia en su mirada no había disminuido. Su maestro interior sabía que no podía rendirse, no mientras Ryan estuviera al borde de la muerte.
Henry, por otro lado, no mostraba prisa alguna. Caminaba con calma hacia ellos, como un verdugo que disfruta prolongando la agonía de sus condenados. A cada paso, su sonrisa parecía ensancharse, y su mirada irradiaba una mezcla de desprecio y sadismo.
—¿Eso es todo lo que tienen? Vamos, Carlos, Ryan, ¿dónde están esos hombres que alguna vez se atrevieron a desafiarme? ¿Es esto el orgullo de los Q'illu? ¿El legado de un maestro inútil y un general sangriento que no puede ni sostener una lanza?
El guardia, que aún yacía ensangrentado y tembloroso, logró arrastrarse hacia Ryan, quien intentaba ponerse de pie. El hombre, con una determinación admirable, colocó una mano sobre el hombro de Ryan. Su voz era apenas un susurro, pero cargada de convicción.
—Mi señor... usted no puede caer aquí. Somos más que este monstruo.
Ryan alzó la vista, sus ojos llenos de ira y vergüenza. El gesto del guardia encendió una chispa en su interior, pero antes de que pudiera responder, Henry apareció frente a ambos como un relámpago.
—¿Interrumpiendo otra vez? Parece que no aprendiste la primera lección.
Henry agarró al guardia por el cuello, levantándolo con una sola mano. El pobre hombre pateaba y forcejeaba, pero la fuerza de Henry era absoluta. Sin piedad, Henry comenzó a golpearlo. El primer impacto resonó como un trueno, un puñetazo directo al rostro que hizo que la sangre salpicara en el aire. El cuerpo del guardia se sacudió violentamente con cada golpe.
—¿Esto duele?—preguntó Henry con una voz llena de sadismo, mientras lanzaba otro puñetazo al abdomen del guardia. La armadura crujió, y un grito ahogado escapó de los labios del hombre—.Te aseguro que esto es apenas el comienzo.
Otro golpe, esta vez en el costado, y el guardia escupió sangre. Henry lo arrojó contra el suelo como si fuera un muñeco de trapo, y luego lo pateó con fuerza, enviándolo a rodar varios metros.
—Ah, sí. Esto es divertido. La fragilidad humana nunca deja de entretenerme.
Ryan, al ver la brutalidad con la que Henry trataba al hombre que había intentado salvarlo, sintió cómo la furia quemaba en su interior. Sus músculos dolían, sus huesos parecían a punto de romperse, pero esa escena encendió algo más en él: un odio visceral que lo hizo apretar los dientes y levantarse tambaleante.
Carlos, aún recuperándose, logró ponerse en pie con dificultad. La electricidad chisporroteaba débilmente a su alrededor mientras intentaba reunir suficiente energía para lanzar un nuevo ataque. Henry, al percatarse de sus esfuerzos, dejó escapar una carcajada.
—¡Esto es lo que quiero ver! Perros que todavía intentan morder, aunque sepan que no tienen dientes.
Se giró hacia Carlos y extendió una mano. De la nada, varias grietas en el espacio se formaron alrededor del maestro, atrapándolo en un laberinto de dimensiones rotas. Carlos intentó moverse, pero cada paso era bloqueado por una pared invisible que parecía burlarse de él.
—Vamos, maestro. Demuéstrame algo digno de recordar.
Mientras tanto, Ryan avanzaba hacia Henry, con una lanza improvisada hecha de escombros que había recogido del suelo. Su mirada era fija, su respiración pesada, pero su determinación implacable. No importaba cuántas veces cayera, no importaba cuánto sufriera, estaba decidido a enfrentarlo una vez más.
Henry notó su avance y, con una sonrisa torcida, dejó a Carlos atrapado para centrarse en Ryan. Dejó caer la lanza de sangre, como si quisiera demostrar que ni siquiera necesitaba un arma para acabar con él.
—Muy bien, Ryan. Ven. Muéstrame ese orgullo del que tanto presumes.
Ryan cargó, lanzando un grito desgarrador mientras levantaba su lanza improvisada hacia el corazón de Henry. En ese momento, el aire mismo pareció detenerse, y todos los ojos, incluso los de los guardias heridos, se fijaron en el enfrentamiento.
—No subestimes mi fuerza—rugió Ryan, su voz cargada de una mezcla de desafío y desesperación mientras canalizaba una energía tan densa que el aire a su alrededor parecía vibrar. Sus manos temblaban, pero su mirada permanecía fija en Henry. Sabía que un error significaría el fin.
Henry observaba la escena, su rostro imperturbable salvo por una ligera curva en los labios que revelaba su desprecio absoluto. —Aparte de imbécil, necio, —dijo, su tono tan sereno que resultaba perturbador—.Me sigue sorprendiendo tu estupidez, Ryan.
Con un movimiento casi casual, Henry desvió otro de los rayos que Carlos lanzaba desesperadamente hacia él. El ataque, lleno de energía eléctrica, se desintegró al entrar en contacto con la barrera que rodeaba al villano, como si nunca hubiese existido. Los guardias intentaban aprovechar cada apertura, arremetiendo con gritos de guerra, pero Henry apenas notaba su presencia.
—¿Por qué sigues intentando?—continuó Henry, su voz ahora con un matiz de burla mientras alzaba una mano para desviar un espadazo que llegó demasiado cerca de su hombro—.¿No te das cuenta de que todo esto es inútil? Tanto tú como ellos no son más que insectos aplastándose contra un cristal.
Uno de los guardias más valientes logró lanzarse hacia Henry con una lanza que brillaba con un leve destello mágico, pero antes de que pudiera siquiera rozarlo, Henry lo detuvo sin esfuerzo. Sujetó la lanza con una sola mano, observándola como si fuera un juguete roto, y luego la giró para clavarla en el propio pecho del hombre. El grito de agonía del guardia resonó en el campo de batalla.
—Ryan, te lo repito una vez más, para que quede claro, —dijo Henry, mientras lanzaba el cuerpo ensangrentado del guardia a un lado como si fuera un saco de arena—:No importa cuánta energía invoques, cuántos se sacrifiquen, o cuánto griten. Al final, todos ustedes se doblarán.
Ryan apretó los dientes, ignorando los gritos de dolor y el olor a sangre que impregnaban el aire. Su mente trabajaba frenéticamente, buscando una grieta, un punto débil, algo que pudiese utilizar contra el monstruo que tenía frente a él. Sin embargo, las palabras de Henry, dichas con tanta seguridad, empezaban a calar en su interior como un veneno. ¿Y si realmente era todo inútil? ¿Y si... no había manera de ganar?
Mientras tanto, Henry continuaba ignorando los ataques a su alrededor, su atención completamente centrada en el tormento psicológico que infligía a su cuñado.Porque la verdadera batalla no era solo de fuerza; era una guerra por quebrar la voluntad.
Henry alzó la mano con desprecio, y una nueva lanza, esta vez aún más grotesca y vibrante, se materializó en el aire. La energía que emanaba era densa, roja como la sangre recién derramada, y parecía pulsar con un ritmo macabro, como si tuviera vida propia. Con una sonrisa torcida, Henry apuntó directamente a Ryan, su mirada ardiendo con una mezcla de sadismo y diversión.
—Vamos, Ryan, dime —dijo con un tono burlón, casi teatral—.¿Cuántas runas de tu círculo de maná estás dispuesto a sacrificar esta vez?
La amenaza se cernía en el aire como una guillotina a punto de caer. Ryan apretó los puños, sintiendo el sudor frío correr por su espalda. Las palabras de Henry no solo buscaban provocarlo, sino desestabilizarlo por completo.
Henry giró ligeramente la lanza, haciendo que su filo vibrara y emitiera un sonido agudo y aterrador. —Si esta lanza te golpea, te aseguro que no morirás.—Hizo una pausa, dejando que sus palabras se filtraran lentamente—.Pero el 60% de tu cuerpo será obliterado.
La imagen mental que esas palabras evocaban hizo que el corazón de Ryan se detuviera por un segundo. Sin embargo, no podía permitirse dudar; la desesperación no era un lujo que pudiera darse en ese momento.
—Oh, y tu insolente muchacho seguirá muy pronto el mismo camino de su marchito padre.—Henry rió, una carcajada fría que resonó como un eco en el campo de batalla. Sus ojos brillaban con malicia mientras imaginaba la escena—.Me pregunto, Ryan, ¿llorará pidiendo la ayuda de su insignificante papi?
La burla golpeó como un mazazo en el alma de Ryan. Apretó los dientes con tanta fuerza que su mandíbula dolió, pero no dijo nada. Sabía que Henry estaba jugando con él, disfrutando de su sufrimiento.
Henry no se detuvo. Dio un paso hacia adelante, haciendo que Ryan retrocediera instintivamente, y continuó con su discurso venenoso: —¿Se arrastrará por el piso, Ryan? ¿Gritará, suplicará, tal vez?—La lanza en su mano pareció volverse más oscura, como si se alimentara del mismo odio que emanaba de él—.Ah, casi lo olvido... Él dijo que cuando alcance mi rango, me mataría.
Henry inclinó la cabeza ligeramente, su expresión llena de cruel satisfacción. —Entonces, me aseguraré de que nunca llegue a tal rango.
El aire se volvió más pesado, cargado con la intención asesina de Henry, quien alzó la lanza, dispuesto a lanzarla. Ryan sabía que estaba al límite. Sus opciones eran pocas, y el tiempo se le acababa. Pero había algo en la mirada de Henry que lo hacía arder de rabia: esa certeza absoluta de su victoria, esa arrogancia desmedida que hacía que Ryan quisiera demostrarle que no todo estaba escrito.
La batalla no era solo de poder. Era una prueba de voluntad.Y Ryan estaba decidido a no ceder, aunque tuviera que sacrificar todo lo que le quedaba.
Henry dio un paso hacia adelante, y la presión que emanaba de su figura se sentía como una montaña aplastando a los que lo rodeaban. Con un movimiento de su mano, la lanza de sangre se alzó más alta, irradiando un resplandor oscuro que parecía devorar la luz a su alrededor. El aire crepitaba con la tensión de lo inevitable, mientras Henry se relamía, disfrutando cada segundo del sufrimiento de su cuñado.
—¿Vas a hacer algo, Ryan? —preguntó Henry, ladeando la cabeza con fingida curiosidad—. ¿O solo planeas quedarte ahí, temblando como el ratón insignificante que eres?
Ryan no respondió. En cambio, sus ojos estaban fijos en la lanza, intentando calcular el momento exacto para actuar. Sabía que no podía bloquearla; ni siquiera estaba seguro de poder esquivarla. Pero debía intentarlo. Por su hijo. Por todo lo que quedaba de su honor.
Henry, notando la determinación en la mirada de Ryan, sonrió ampliamente, una sonrisa tan fría como cortante. —Ah, ahí está. Esa chispa patética que siempre muestran los hombres cuando saben que no tienen ninguna posibilidad. Es adorable, Ryan, pero déjame decirte algo:esa pequeña flama que tienes... la apagaré lentamente.
Sin previo aviso, lanzó la lanza.
El aire rugió con la velocidad del proyectil. Ryan apenas tuvo tiempo de mover su cuerpo, torciendo su torso para evitar el impacto directo. La lanza pasó rozándole, pero la fuerza del ataque arrancó un trozo de su armadura y lo lanzó varios metros hacia atrás. El dolor ardió en su costado, y aunque logró mantenerse en pie, la sangre goteaba lentamente por la herida.
Henry aplaudió lentamente, burlándose. —Bravo, Ryan. Lo esquivaste... aunque de forma lamentable. Pero dime, ¿cuánto tiempo crees que puedes seguir así?Porque tengo todas las lanzas que necesito para hacerte pedazos.
Antes de que pudiera atacar de nuevo, Carlos apareció de repente entre ellos. Sus manos chisporroteaban con energía eléctrica pura mientras lanzaba una ráfaga de rayos hacia Henry. Cada impacto buscaba explotar en la barrera de espacio, forzándola al límite.
—¡Retrocede, monstruo! —gritó Carlos, sus ojos brillando con furia mientras descargaba toda su fuerza.
Henry levantó una ceja, casi divertido. —¿Monstruo? Carlos, pensé que ya sabías...los monstruos no retroceden.
Extendió una mano, atrapando uno de los rayos en pleno vuelo. La electricidad serpenteó alrededor de su brazo como un juguete obediente antes de disiparse en la palma de su mano. —¿Eso es todo? Qué decepción.
Con un movimiento inesperado, Henry apareció detrás de Carlos en un parpadeo, sujetándolo por el cuello. Levantó al viejo maestro en el aire con una facilidad aterradora.
—¿Esto es lo mejor que tienes, viejo? —preguntó Henry, mientras apretaba lentamente. Carlos luchaba por liberarse, sus manos intentando generar más energía, pero la fuerza de Henry era abrumadora.
Ryan, viendo la escena, apretó los dientes con frustración. Sabía que debía hacer algo, pero su cuerpo estaba al límite. Aun así, no podía quedarse inmóvil mientras su maestro sufría.
—¡Henry, basta! —rugió Ryan, reuniendo todo el poder que le quedaba para lanzar un ataque directo.
Henry giró ligeramente la cabeza hacia Ryan, su sonrisa más ancha que nunca. —¿Basta? Apenas estoy empezando.
Golpeó brutalmente a Carlos contra el suelo, pero sin soltarlo.Cada impacto era calculado, no para matar, sino para prolongar el sufrimiento.La sangre brotaba de la boca del maestro, pero sus ojos seguían llenos de determinación.
—Ryan... no... te detengas... —murmuró Carlos, apenas consciente.
Henry se rió al escuchar las palabras del anciano. —Qué conmovedor. ¿Crees que esto es sufrimiento? —Levantó a Carlos de nuevo, sosteniéndolo como si fuera un muñeco roto—. Esto, Carlos,es apenas el prólogo.
Sin embargo, antes de que pudiera continuar, una chispa de energía eléctrica surgió del cuerpo de Carlos, obligando a Henry a soltarlo por un instante. Ryan aprovechó la distracción, lanzándose con todo lo que tenía, aunque en el fondo sabía que no era suficiente.
Ryan cargó hacia Henry, empuñando su lanza con ambas manos, sus ojos llenos de una furia que apenas lograba contener. Cada paso que daba era un desafío al agotamiento y al dolor que atenazaban su cuerpo. Sabía que no podía ganar, pero también sabía que rendirse no era una opción.
Henry, viendo el intento desesperado de su cuñado, dejó escapar una risa grave y gutural. —¿De verdad, Ryan? ¿Crees que esto hará alguna diferencia? —Extendió una mano, y una serie de lanzas de sangre surgieron a su alrededor, apuntando directamente hacia Ryan—. Ven, déjame enseñarte lo que significa el verdaderodesprecio.
Antes de que las lanzas pudieran impactar, un guardia, el mismo que antes había intentado salvar a Ryan, se interpuso de nuevo. Su escudo, cubierto de marcas de batalla, brillaba débilmente con un encantamiento protector. El hombre gritó con valentía:
—¡No mientras yo respire!
El impacto fue brutal. Las lanzas de sangre golpearon el escudo con una fuerza que lo destrozó casi al instante. El guardia fue lanzado hacia atrás, chocando contra una pared cercana. Tosió sangre, pero aún intentaba levantarse. Henry lo observó con una mezcla de burla y curiosidad.
—Tienes agallas, insecto. Pero... no me interesa tu valentía. —Con un movimiento rápido, apareció frente al guardia, atrapándolo por el cuello como si fuera un trozo de papel.
Ryan, horrorizado, gritó: —¡Déjalo en paz, Henry! ¡Él no tiene nada que ver con esto!
Henry giró la cabeza hacia Ryan, con una sonrisa que helaba la sangre. —Oh, Ryan, ¿es que aún no lo entiendes?Todo tiene que ver conmigo.Este hombre se interpuso en mi camino. Eso es suficiente para hacerle saber qué significa cruzarse conmigo.
Con una fuerza descomunal, Henry comenzó a golpear al guardia contra el suelo. Cada impacto era un estruendo que hacía temblar el terreno bajo sus pies. La armadura del guardia se astillaba y doblaba, mientras gemidos de dolor escapaban de sus labios. Henry no lo mataba; no todavía. Cada golpe estaba calculado para infligir la mayor cantidad de sufrimiento posible sin acabar con su vida.
—¿Sientes eso? —murmuró Henry, mientras alzaba al guardia nuevamente y lo sostenía a la altura de su rostro—. Ese es el sabor de lamiseria.Y, créeme, esto es solo una pizca de lo que mi hijo soportó.
El guardia, con el rostro cubierto de sangre, apenas podía mantenerse consciente. Pero incluso en su estado, sus ojos desafiaban a Henry. —Tú... eres... un monstruo... —logró susurrar.
Henry sonrió, complacido. —¿Un monstruo? Claro que lo soy. Pero soy un monstruo con propósito. —Lo arrojó hacia un costado, como si fuera un muñeco roto, dejándolo tendido en el suelo, incapaz de moverse.
Ryan aprovechó el momento de distracción. Reunió toda la energía que le quedaba, canalizándola en su lanza. Con un grito de pura determinación, saltó hacia Henry, buscando un punto débil en su defensa.
Pero Henry lo esperaba. Con un movimiento casi casual, desvió la lanza, deformándola con un giro del espacio. Luego golpeó a Ryan con el dorso de su mano, enviándolo a volar varios metros.
—¿De verdad pensaste que eso funcionaría? —preguntó Henry, avanzando hacia Ryan, que yacía en el suelo, jadeando. Miró a Carlos, que apenas se mantenía en pie, y al guardia que había intentado proteger a Ryan—. Miren a su alrededor, ¿realmente creen que hay alguna posibilidad?
Levantó una lanza de sangre y la sostuvo sobre Ryan, que intentaba levantarse una vez más. —Pero no te preocupes, Ryan. No morirás hoy. No todavía. Quiero que veas cómo todo lo que amas es destruido. Quiero que sientas lo que yo sentí cuando mi hijo fue reducido a un lisiado, cuando su potencial fue robado.
Henry dejó caer la lanza. No hacia Ryan, sino a un lado, clavándola en el suelo como un símbolo de su control absoluto. Luego se giró hacia Carlos. —Y tú, maestro... ¿cuánto más puedes soportar antes de que te rompa? Vamos, demuestra que no eres solo un saco de huesos inútil.
La batalla aún no había terminado, pero el caos que Henry desataba parecía imparable.
Henry detuvo el ataque de Carlos con un movimiento despreocupado, apenas alzando una mano mientras su mirada seguía fija en Ryan, como si el patriarca de la rama no fuera más que un insecto zumbando cerca. Los rayos de Carlos se desvanecieron en un chisporroteo inútil, incapaces de atravesar la densa barrera de energía que protegía a Henry.
—Oye, Carlos, ¿valoras a tu hijo? —preguntó Henry con una sonrisa torcida, su tono burlón y cargado de veneno—. Porque, desde donde estoy parado, parece que no es así. ¿O es que estás dispuesto a perderlo aquí y ahora por tus estúpidos intentos de detenerme?
Las palabras de Henry atravesaron el aire como dagas, y aunque Carlos mantenía su postura firme, el impacto de la burla era evidente. Su mandíbula se tensó, y los rayos que intentaba invocar parecieron flaquear por un instante.
Pero, aunque Henry aparentaba total dominio, en lo más profundo de su mente algo lo inquietaba. Su atención, dividida entre el campo de batalla y una sensación persistente, lo mantenía alerta.No podía permitirse ir tras su hijo mayor, Bernardo.Desde hace un tiempo, había sentido una presencia extraña, una energía poderosa que no se molestaba en ocultarse.
Sabia esa presencia era el enviado por la familia principal.
Esa fuerza desconocida estaba allí, cerca de Bernardo y Peter, como un cazador silencioso esperando su momento. Peter, junto con los guardias, perseguía a Bernardo implacablemente, pero Henry sabía que el verdadero peligro no provenía de ellos. Algo, o alguien, estaba observando, como un depredador que disfrutaba del espectáculo antes de atacar.
Henry respiró hondo, forzándose a mantener la compostura. No podía distraerse demasiado; los insectos frente a él seguían luchando, desesperados por mantener una batalla que claramente no podían ganar.
—¿Qué te pasa, Carlos? ¿Te quedaste sin energía? —continuó burlándose Henry, girando ligeramente la cabeza hacia el viejo patriarca—. Aunque, para ser honesto, eso no me sorprende. Has desperdiciado tu vida intentando preservar una familia que nunca mereció el poder que tiene.
Con un movimiento casual, Henry lanzó una onda de energía espacial que desvió los restos de los rayos de Carlos, haciéndolos explotar a varios metros de distancia. El estruendo resonó como un trueno, y el suelo tembló bajo el impacto.
Ryan, tambaleándose, intentó aprovechar la distracción para atacar de nuevo, pero Henry lo detuvo con un simple gesto. Una lanza de sangre emergió de la nada y bloqueó su camino, haciendo que Ryan retrocediera, maldiciendo entre dientes.
—Deberías quedarte quieto, Ryan. Ya te dije que no morirás hoy... pero puedo hacer que lo desees —dijo Henry, volviendo su atención al joven mientras sus ojos brillaban con una mezcla de crueldad y cálculo.
A pesar de su superioridad, Henry no podía ignorar la inquietud que sentía. Sabía que algo estaba acechando a su hijo, y aunque confiaba en que Bernardo podría resistir, la incertidumbre lo carcomía.
—Terminaré con esto pronto —murmuró para sí mismo, sus palabras apenas audibles. Pero su determinación no flaqueaba, y mientras mantenía a raya a sus adversarios, una pequeña parte de su mente seguía atenta, tratando de discernir qué amenaza se cernía sobre los suyos.
Henry respiró profundamente, dejando que su energía fluyera en oleadas alrededor de su cuerpo.Podía detener a estos bastardos frente a él con facilidad, podía aplastarlos con un solo movimiento si lo deseaba, pero su mente estaba en otra parte. Una presencia oscura, amenazante, permanecía fija en su conciencia, vigilando a sus hijos. Esa figura, ese ser, tenía algo distinto.
Henry lo sabía.
No era como los oponentes que había enfrentado antes, ni siquiera como los patéticos intentos de resistencia que Carlos o Ryan representaban ahora. Esa figura, ese vigilante sin rostro, no estaba simplemente observando; estaba midiendo, evaluando, como un depredador que decide el momento exacto para atacar.
El sudor frío recorrió la espalda de Henry, aunque jamás lo admitiría.Sabía que esa entidad era de un rango superior al suyo.Una fuerza que trascendía lo que podía manejar, lo que podía derrotar. Y si se atrevía a enfrentarlo, probablemente encontraría su límite, un pensamiento que lo irritaba tanto como lo inquietaba.
Henry cerró los ojos por un breve instante, dejando que su mente procesara lo que sentía. Había enfrentado muchos desafíos antes, seres que reclamaban ser invencibles, pero nunca había tenido esta certeza:no podía ganar.
—Maldición... —murmuró para sí mismo, su tono bajo y cargado de frustración.
Sabía que eran fuertes.Pero esta vez, podía sentir algo distinto en ellos, algo que lo hacía retroceder internamente.Eran más fuertes que él.No solo en poder bruto, sino en la presencia, en esa sensación abrumadora que lo envolvía como una sombra implacable.
Carlos, aún jadeante tras su último ataque fallido, vio un destello de algo en los ojos de Henry. ¿Era duda? ¿O simple ira contenida?
—¿Qué pasa, Henry? —preguntó Carlos con un intento de burla, aunque la fatiga en su voz era evidente—. ¿Te estás cansando? ¿O tal vez... tienes miedo?
Henry abrió los ojos lentamente, su expresión endurecida pero con una chispa de irritación que no logró ocultar del todo.
—¿Miedo? —repitió en un tono peligroso, su voz baja pero cargada de veneno—. Si supieras lo que realmente acecha más allá de esta ridícula pelea, Carlos, te arrodillarías suplicando por tu vida. Pero no te preocupes... lo descubrirás pronto.
Mientras hablaba, su atención se desvió un instante hacia el horizonte, hacia donde sabía que estaban Bernardo y Peter. Su mandíbula se tensó. Esa figura no intentaba ocultar su presencia; de hecho, parecía querer que Henry supiera que estaba allí, que sintiera su poder, su superioridad.
Y Henry, aunque detestaba admitirlo,la sentía claramente.
El rostro de Henry se endureció, y sus dientes rechinaron mientras apretaba con más fuerza la lanza de sangre que mantenía suspendida entre sus dedos. Esta vez no se trataba de un simple juego o de un despliegue de poder.La ira que lo consumía era mucho más profunda, mucho más personal.
En su mente, las imágenes de su hijo recién nacido se mezclaban con las de la batalla presente. Podía recordar con una claridad dolorosa el instante en que lo sostuvo por primera vez, su diminuto cuerpo envuelto en mantas, y cómo una pequeña mano se aferró con fuerza a su dedo meñique. Fue un momento efímero de pura alegría, un destello de esperanza que iluminó su alma.
Pero esa esperanza se convirtió en un tormento.
Los gritos del bebé resonaron en su memoria, desgarradores e imborrables.Lágrimas carmesí fluyeron de los ojos de su hijo, manchando su rostro y sus manos, marcándolo como un lisiado. Ese instante fue el preludio de un futuro arrancado de cuajo, de un destino cruel sellado por la debilidad de Henry, por su incapacidad de proteger lo que más amaba.
La culpa lo consumía como un fuego inextinguible, y esa imagen, esa visión de su hijo llorando sangre, se había convertido en un espectro que lo perseguía.Lo recordaba cada vez que cerraba los ojos, cada vez que tocaba la lanza que ahora parecía latir con su furia.
—No fui lo suficientemente fuerte... —murmuró entre dientes, su voz un susurro cargado de odio. Sus palabras apenas eran audibles, pero el eco de su ira vibraba en el aire, envolviendo a todos a su alrededor.
El "bastardo" que había hecho esto, quien había cortado la herencia espiritual de su hijo, había condenado no solo al niño, sino también a Henry mismo.Cada segundo de sufrimiento de su hijo era una herida abierta en su alma, y cada día que pasaba con esa culpa era una confirmación de su fracaso.
—¡NO MÁS! —bramó Henry, su grito desgarrando el aire y haciendo temblar el suelo bajo sus pies.
La lanza de sangre en su mano pareció cobrar vida, extendiéndose y pulsando como si compartiera su rabia. La energía carmesí danzó en espirales caóticas, y Henry la lanzó con una fuerza devastadora hacia Ryan. Esta vez, no era solo un ataque. Era el grito de un padre cuya ira y dolor no podían contenerse.
—¡Te aseguro que probarás el peso de mi sufrimiento! —rugió, mientras las ondas de energía que emanaban de su cuerpo desataron un torrente que desgarró el suelo y apagó los rayos de Carlos como si fueran velas al viento.
La batalla, que ya era un infierno para quienes lo enfrentaban, había alcanzado un nuevo nivel de brutalidad.Esta no era solo una lucha por poder o dominio.Era un conflicto alimentado por un dolor que no podía ser silenciado y una culpa que nunca podría redimirse.
Henry permanecía inmóvil por un instante, el caos a su alrededor parecía desvanecerse mientras sus pensamientos lo arrastraban hacia un abismo que intentaba ignorar.Los recuerdos que tanto temía se filtraban como veneno, invadiendo su mente con una fuerza que ni siquiera él podía contrarrestar.
Su hijo, pequeño e indefenso, llorando mientras lágrimas de sangre corrían por sus mejillas. La escena volvía con una claridad brutal, como si estuviera ocurriendo justo frente a él.Podía oír los gritos, sentir las diminutas manos del niño aferrándose a su ropa, buscando un consuelo que él no podía ofrecer.
El día en que todo cambió aún lo atormentaba.Recordaba las voces de los sanadores, desesperados, pronunciando palabras que no quería escuchar:
—Su herencia espiritual ha sido cortada... Es irreversible.
Las palabras lo golpearon como dagas, pero nada fue tan desgarrador como el llanto de su hijo, una mezcla de dolor físico y espiritual que resonaba como una maldición eterna.
El culpable estaba ahí,un hombre que se había atrevido a profanar la sangre de Henry, quebrando no solo a su hijo, sino también el legado que debía haber heredado.
—Tu hijo nunca será un guerrero —había dicho aquel bastardo, con una sonrisa burlona mientras sostenía entre sus manos los restos de la conexión espiritual del niño.
Henry recordaba cómo el aire se había llenado de un hedor metálico, el olor de la sangre de su hijo esparcida por el suelo, una escena que jamás podría borrar.
Se odió en ese momento como nunca antes.
¿Por qué no llegó a tiempo? ¿Por qué no fue lo suficientemente fuerte para protegerlo? Su mente le mostraba, una y otra vez, la misma escena: el rostro del niño bañado en lágrimas carmesí, mientras su pequeña figura temblaba de dolor.
Y después, los años siguientes.Las miradas de los demás, las burlas silenciosas y los susurros venenosos.
—El hijo del gran Henry... un lisiado. Qué ironía.
Esas palabras lo perseguían incluso en sueños. Sabía que su hijo había escuchado lo mismo, que cada palabra era un cuchillo que se clavaba más profundamente en su espíritu roto.
Henry apretó los puños, sintiendo cómo su poder comenzaba a descontrolarse.El espacio a su alrededor se deformaba, fragmentándose como un espejo roto, reflejando el caos interno que lo consumía.
—¡Fue mi culpa! —gruñó entre dientes, apenas un susurro, pero cargado de un odio tan feroz que parecía hacer vibrar el aire.
La culpa lo corroía, lo devoraba desde dentro, y esa culpa era un monstruo que lo seguía a todas partes.
No importaba cuánto poder tuviera ahora. No importaba cuántas vidas destrozara en su camino.El daño ya estaba hecho, y nada de lo que hiciera podría revertirlo.
—No fui lo suficientemente fuerte para protegerte... pero lo seré para vengarte. —Sus palabras estaban llenas de una promesa oscura.
Con un rugido, Henry volvió al presente, lanzando su poder en un ataque devastador hacia Ryan y Carlos, pero esta vez su rabia no era para ellos.Era para sí mismo, para el hombre que había fallado cuando más importaba, y para el mundo que se atrevió a arrebatarle a su hijo.
Henry levantó su mirada, y aunque su rostro permanecía impasible, sus ojos brillaban con un tormento insondable. La realidad y los recuerdos se entrelazaban, cada escena de su pasado superponiéndose al presente como un espectro burlón.Sus manos, que ahora moldeaban la lanza de sangre con maestría aterradora, temblaban apenas perceptiblemente bajo el peso de su furia y su dolor.
Ryan y Carlos aprovecharon lo que parecía ser un instante de distracción, lanzándose con renovada determinación.El agua y los rayos convergieron en un ataque sincronizado, una tempestad de maná diseñada para romper las defensas de Henry. Pero él, atrapado entre el presente y los ecos de su fracaso,extendió su mano con un gesto casi desinteresado.
—¿Creen que su poder importa? —susurró, su voz helada.El aire alrededor de su barrera estalló en un rugido ensordecedor, dispersando los ataques como si fueran nada.
Los recuerdos seguían inundándolo, desgarrándolo desde dentro. Podía ver a su hijo más pequeño,apenas capaz de sostenerse en pie durante los entrenamientos, esforzándose más allá de sus límites para tratar de alcanzar siquiera una fracción del legado que le fue arrebatado.La frustración en sus ojos infantiles, las lágrimas que caían en silencio cuando creía que nadie lo miraba.
Y entonces, la burla de otros.Los comentarios de los nobles, de aquellos que se atrevieron a señalar con desprecio al primogénito de Henry.
—Ni siquiera puede manipular su maná correctamente. ¿De qué sirve tener tal linaje si su descendencia es tan débil?
—Un desperdicio... el chico debería haber muerto en lugar de cargar con semejante vergüenza.
Henry había soportado esas palabras, no porque no le importaran, sino porque cada una era un recordatorio de su impotencia.Él había jurado que su hijo no sufriría más, que compensaría esa debilidad con su propia fuerza.
De regreso en el presente, Henry movió un dedo y la lanza de sangre que flotaba sobre élcambió de forma, multiplicándose en una docena de armas que rodearon a Ryan y Carlos. Su mirada, vacía y distante, se posó en Ryan con una frialdad glacial.
—No tienes idea de lo que es verdadero sufrimiento.Lo que hago contigo es apenas una sombra de lo que él soportó cada día.
Carlos, jadeando, canalizó más rayos, peroantes de que pudiera completar su técnica, Henry apareció a su lado con una velocidad cegadora.
—¿Y tú? ¿Crees que puedes salvarlo? —preguntó con un tono casi burlón, pero sus palabras estaban cargadas de algo más oscuro, una rabia contenida que parecía a punto de estallar.Le propinó un golpe con el dorso de su mano, enviando a Carlos a estrellarse contra una pared cercana.
Henry se volvió hacia Ryan, caminando lentamente, cada paso cargado de una intención abrumadora.Su aura se intensificó, y el espacio mismo parecía distorsionarse a su alrededor, como si la realidad no pudiera contener su poder.
—Dime, Ryan... ¿cómo suena el llanto de tu hijo? —preguntó, su tono cargado de veneno.El peso de esas palabras cayó como una sentencia.
Ryan apretó los dientes, su cuerpo temblando tanto por el cansancio como por la furia.
—No te atrevas a mencionarlo... —gruñó, su voz rota pero firme.El aura de su círculo de maná comenzó a fluctuar, signos de que estaba dispuesto a sacrificar más para mantenerse en la lucha.
Henry soltó una carcajada amarga.
—¿Por qué no? —replicó, inclinando la cabeza como un depredador estudiando a su presa.—Tú nunca sabrás lo que es perderlo todo. Nunca entenderás lo que significa ver a tu hijo reducido a nada mientras tú observas, incapaz de hacer algo.
Con un movimiento brusco, Henry alzó su mano y creó una esfera de energía oscura, aplastante y pulsante, que comenzó a descender lentamente hacia Ryan.
—Así que baila, Ryan. Baila por tu hijo, como yo bailé por el mío cuando el mundo lo destrozó ante mis ojos.
La esfera oscura avanzaba con una lentitud deliberada, casi burlona, mientras Ryan luchaba por mantenerse firme. Cada pulso de energía emanaba una fuerza que hacía vibrar el suelo bajo sus pies.El sudor caía de su frente como ríos, y su respiración se volvía cada vez más errática.Sabía que no podría detener aquello; lo único que lo mantenía de pie era el orgullo y el odio que sentía hacia Henry.
Henry se detuvo a unos pasos de él, observando cada movimiento de su cuñado como un cazador examinando a una presa herida.Pero su mente seguía atrapada en las imágenes de su hijo, el llanto desesperado, las lágrimas de sangre que recorrían sus mejillas infantiles.No importaba cuántas veces intentara enterrarlas en el olvido, esos recuerdos siempre volvían a atormentarlo.
—¿Eso es todo, Ryan? —preguntó Henry, su voz baja y cargada de desprecio—. ¿Eso es todo lo que puedes ofrecer? Ni siquiera puedes detener esta pequeña muestra de lo que soy capaz.
Ryan apretó los dientes, su círculo de maná parpadeando con una energía caótica y descontrolada.
—No te subestimes, Henry... —gruñó, aunque sus palabras carecían de la convicción de antes—. Tú también puedes caer.
Henry soltó una carcajada seca, sin humor.
—¿Caer? ¿Crees que puedes derribarme? —Su voz se llenó de un desprecio ardiente mientras daba un paso más cerca, permitiendo que la esfera pulsante de energía siguiera su descenso lento pero implacable hacia Ryan.—No has entendido nada. Yo ya caí, Ryan. Hace años, cuando perdí a mi hijo, cuando lo vi reducido a un lisiado por culpa de tus malditos aliados.
Los recuerdos lo golpearon de nuevo como un martillo.La imagen de su hijo de pie frente a un grupo de niños nobles, quienes lo señalaban y se reían de él. Su hijo apretando los puños, intentando contener las lágrimas, mientras una de esas pequeñas bestias decía:
—¿De qué sirve ser el hijo de Henry si no puedes ni siquiera activar una runa?
El eco de esas palabras lo llenaba de rabia incluso ahora.La esfera de energía oscura, como si respondiera a su ira, comenzó a aumentar en intensidad, su brillo oscuro quemando el aire a su alrededor.
—Dime, Ryan, ¿cuántas veces has tenido que ver a tu hijo humillado por algo que no puede controlar? —Henry dio otro paso, inclinándose levemente hacia él—. ¿Cuántas veces has tenido que escuchar cómo otros se burlan de él, lo llaman inútil, y no puedes hacer nada porque sabes que tienen razón?
Ryan, con cada palabra, sentía cómo el peso de esa esfera se hacía más insoportable. Pero no respondió; su odio no le permitía ceder.
—¡Cállate! —rugió finalmente, lanzando un torrente de energía en un intento desesperado por romper la esfera.
La explosión fue ensordecedora, pero inútil.La esfera absorbió el ataque como si no fuera más que una brisa ligera. Henry ni siquiera se inmutó.
—Patético... —susurró, levantando un dedo. La esfera comenzó a descender más rápido, obligando a Ryan a arrodillarse bajo la presión.
En ese momento, Carlos, tambaleándose pero decidido, lanzó una serie de rayos hacia Henry desde un costado. Aunque sabía que probablemente no tendrían efecto, su deber como padre lo empujaba a intentarlo.
—¡Déjalo en paz, Henry! —gritó Carlos, su voz cargada de desesperación.
Henry, sin siquiera girarse, extendió una mano y desvió los rayos con un simple gesto, dispersándolos como si fueran inofensivos. Luego, finalmente, lo miró, su expresión una mezcla de burla y frialdad.
—¿Por qué no ahorras tu energía, Carlos? —dijo, avanzando hacia él lentamente mientras la esfera de energía seguía aplastando a Ryan—. Deberías agradecerme por no matarte ahora mismo.
Pero mientras hablaba,su mirada volvió a nublarse por los recuerdos.Su hijo llorando en sus brazos, su cuerpo temblando de dolor mientras le susurraba:
—¿Por qué, padre? ¿Por qué no puedo ser como los demás?
Esa pregunta, esa maldita pregunta, lo había perseguido desde entonces. Y ahora, con cada golpe que daba, con cada muestra de su fuerza, intentaba llenar ese vacío, borrar esa impotencia que lo consumía.Pero sabía que nunca lo lograría.
La tensión en el aire era palpable, como si el mismo mundo contuviera la respiración ante el enfrentamiento que se desarrollaba.Ryan, con el sudor perlándole la frente y el corazón golpeando como un tambor de guerra, sintió que las palabras de Henry no solo lo atacaban físicamente, sino también emocionalmente.Era una herida que intentaba ignorar, pero que ardía más con cada segundo que pasaba.
La esfera oscura que Henry controlaba pulsaba con un poder aterrador, una fuerza que parecía burlarse de cualquier intento de resistencia.Ryan sabía que, aunque las probabilidades estaban en su contra, no podía permitirse vacilar. Este no era solo un enfrentamiento de poder, era una lucha por el orgullo de su familia y su propio legado.
—¿Eso es todo lo que tienes, Ryan? —dijo Henry, su voz cargada de burla mientras daba un paso más hacia su cuñado, su presencia amenazante acentuada por el oscuro resplandor que lo envolvía—. Si este es tu límite, quizás debería acabar contigo ahora y ahorrarte la humillación.
Ryan apretó los dientes, ignorando el dolor que quemaba su cuerpo. La humillación de ser llamado débil, inútil, lo carcomía, pero se negó a dejar que esa ira lo controlara.Reuniendo cada gramo de su fuerza, levantó su lanza, que brillaba con un tenue resplandor azul, un reflejo de la energía que comenzaba a canalizar.
—No... No dejaré que te salgas con la tuya, Henry —gruñó Ryan, con la determinación iluminando sus ojos como una llama creciente—. No importa cuán poderoso seas, ¡no te dejaré destruirnos!
Henry rió con una frialdad que hizo que la sangre de los presentes se helara.
—Destruirlos, dices... —dijo, su tono casi indiferente mientras observaba cómo Ryan acumulaba su energía—. No entiendes nada. Esto no es destrucción, Ryan. Esto es justicia. Esto es balance.
La esfera oscura comenzó a crecer, como si respondiera a la voluntad de Henry, mientras el suelo bajo sus pies se resquebrajaba bajo la presión de su poder.Sin embargo, Ryan no retrocedió. En cambio, plantó sus pies con fuerza y comenzó a trazar un círculo de runas a su alrededor, un complejo patrón que brillaba intensamente con un azul profundo.
Desde el otro lado, Carlos, debilitado pero decidido, levantó una mano. Una chispa de electricidad surgió de sus dedos, creciendo en intensidad hasta convertirse en un rayo que golpeó la esfera de Henry. El ataque hizo que el escudo de energía de Henry temblara por un momento, pero no se rompió.Henry ni siquiera miró a Carlos, su atención completamente enfocada en Ryan.
—Ryan, dime —dijo Henry, su tono bajo pero cargado de amenaza—, ¿cuántas runas más estás dispuesto a sacrificar para mantener esta farsa?
Ryan no respondió. En lugar de ello, lanzó su lanza con toda la fuerza que pudo reunir.El arma se convirtió en un destello de energía que cruzó el aire con una velocidad cegadora, apuntando directamente al pecho de Henry.
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