Capítulo 3: Por primera vez Fuiste útil
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Por un momento, parecía que el ataque podría funcionar.Pero Henry levantó una mano con calma, y el espacio mismo pareció torcerse a su alrededor.La lanza se deformó y desapareció en un abrir y cerrar de ojos, como si nunca hubiera existido.
—¿Eso es todo? —preguntó Henry, con una sonrisa burlona mientras caminaba hacia Ryan, ignorando por completo los intentos de Carlos por detenerlo—. Esto ni siquiera es entretenido. Si vas a luchar por tu vida, al menos intenta que valga la pena.
Ryan cayó de rodillas, jadeando mientras intentaba reponer su energía. Pero incluso en su estado debilitado, sus ojos ardían con determinación. No se rendiría. No mientras quedara una chispa de esperanza.Detrás de él, uno de los guardias, un joven de rostro decidido, dio un paso al frente, sosteniendo su espada con ambas manos.
—¡Déjalo en paz! —gritó el guardia mientras cargaba hacia Henry con todo lo que tenía.
Henry, sin siquiera girarse, atrapó al joven por el cuello en el aire con una sola mano.
—¿En serio? —dijo, apretando ligeramente mientras levantaba al guardia, que comenzó a luchar por respirar—. ¿Es esto lo mejor que tienen para ofrecerme?
El sonido de los huesos crujir resonó mientras Henry lo estrellaba contra el suelo con brutalidad, pero sin matarlo.Luego lo levantó de nuevo y lo golpeó con un puño cerrado, enviando sangre y saliva volando mientras la mandíbula del joven se torcía en un ángulo extraño.
—¿Crees que puedes desafiarme? —gruñó Henry mientras continuaba golpeándolo, cada impacto resonando como un martillo sobre metal—. Esto es solo una pequeña muestra del sufrimiento que mi hijo ha tenido que soportar por tu maldita familia.
Finalmente, Henry soltó al guardia, dejándolo caer como un muñeco roto al suelo. El joven, aunque aún respiraba, estaba inconsciente, con su cuerpo temblando de dolor. Henry se volvió hacia Ryan, su mirada llena de furia y determinación.
—¿Y tú, Ryan? —dijo, dando un paso más cerca—. ¿Cuánto más puedes soportar antes de romperte?
—No subestimes mi poder—gritó Ryan, su voz resonando como un eco de desafío en la densa atmósfera del campo de batalla. Alrededor de él, el aire vibraba con la energía acumulada de sus runas. Estaba al límite, pero no podía flaquear; debía proteger lo poco que quedaba de su honor y su familia.
Henry, al escuchar esas palabras, dejó escapar una risa áspera, una mezcla de burla y desprecio. Sin mediar más palabra, lanzó un golpe con su puño libre hacia la lanza de sangre que sostenía. Lo que ocurrió después paralizó a todos los presentes.La lanza comenzó a cambiar, a transformarse en algo más aterrador.
El espacio mismo parecía cobrar vida, retorciéndose como una serpiente que rodeaba la lanza de sangre. Los fragmentos dimensionales se entrelazaron con la energía roja en una danza macabra, creando un arma que no solo era mortal, sino también imposible de comprender para los sentidos humanos. La combinación de sangre y espacio emitía un aura opresiva que parecía desgarrar la realidad.
Carlos, que observaba desde un costado mientras intentaba mantener su propia defensa,abrió los ojos con terror absoluto.Había visto muchas de las atrocidades de Henry, pero esta vez era diferente. Esta lanza no era para jugar, no era para torturar.Esta era un arma diseñada para matar, para erradicar a Ryan en cuerpo y alma.
—¡Detente, maldito! ¡No puedes hacer esto!—gritó Carlos, desesperado, lanzando un rayo hacia Henry. Pero la electricidad se desvaneció al tocar la barrera de espacio que Henry manejaba con facilidad.
Henry giró su rostro hacia Carlos, sin perder el control de la lanza. Sus ojos eran pozos vacíos, un abismo de crueldad pura.
—¿Detenerme? ¿Por qué lo haría? —murmuró con frialdad, su voz llena de veneno. Luego, mirando a Ryan, añadió—:Esta vez, no jugaré con tu vida, Ryan. Esta vez te arrancaré de esta existencia. Tu insignificante alma será obliterada, y con ella, cualquier esperanza que hayas albergado de proteger tu legado.
Ryan sintió el peso de esas palabras como un golpe directo a su pecho. Pero no retrocedió.No podía retroceder.Con un rugido de desesperación, invocó una nueva runa, dejando que su maná se agotara en un último intento por detener lo inevitable.
—¡No te dejaré ganar, Henry! ¡No mientras siga respirando!
Henry inclinó ligeramente la cabeza, como si analizara esas palabras. Luego, con una sonrisa cruel,cargó la lanza transformada hacia Ryan, mientras la energía envolvía todo a su paso, desintegrando incluso el aire.
—¿Detente, Henry?—gritó Carlos, su voz cargada de desesperación y autoridad—.No puedes matar a Ryan. Lo sabes; esto sería una grave ofensa de la cual, ni como líder de nuestra rama familiar, podrías salir indemne.
Henry detuvo momentáneamente su avance. La lanza de sangre y espacio temblaba en su mano como si ansiara completar su propósito, pero Henry simplemente inclinó la cabeza hacia Carlos, con una expresión de absoluto desdén.
—¿Y qué, viejo?—respondió Henry, con una calma que resultaba aún más aterradora que cualquier grito—.Si quiero su muerte, ¿quién me va a detener?
El silencio fue cortado por una risa baja, burlona, casi gutural.
—¿Acaso tú lo harás, Carlos?—continuó, avanzando lentamente hacia el patriarca—.¿Vas a detenerme con tus ridículos rayos que no pueden ni rasgar mi escudo?
La atmósfera se tensó aún más.Carlos apretó los dientes mientras intentaba reprimir el pánico. Henry era un monstruo, y su confianza lo hacía aún más peligroso.
Henry giró la cabeza levemente, como si algo le llamara la atención en el aire. Entonces sonrió con una malicia tan intensa que Carlos sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Oh, espera, ¿lo hará tu otro hijo?—dijo, alzando una ceja mientras sus ojos se desviaban hacia un punto aparentemente vacío en el campo de batalla—.¿Ese pobre imbécil que cree que puede esconderse? ¿Ese que intenta acercarse sigilosamente, esperando apuñalarme como un cobarde?
El cuerpo de Carlos se tensó.
—¡No lo hagas, Henry!—gritó, pero su voz ya no tenía la firmeza de antes.
Henry rió entre dientes, una risa que resonó como un eco macabro en el campo de batalla.
—No me hagas reír, Carlos. Si realmente valoraras a tus hijos, no los habrías enviado a la boca del lobo.
Entonces,la lanza de sangre comenzó a brillar con un nuevo resplandor, y Henry levantó una mano, apuntando directamente al espacio donde, segundos después, se reveló la figura temblorosa del hijo menor de Carlos. El joven, que intentaba acercarse sigilosamente por detrás, quedó congelado en su lugar, paralizado por el descubrimiento.
—Ahí está. El pequeño cachorro que aún no sabe cómo morder.
Henry movió la lanza con una fuerza desgarradora, y aunque el ataque no fue dirigido al joven, este cayó al suelo por el impacto de la energía liberada, tosiendo y luchando por levantarse mientras Henry lo observaba con una mezcla de diversión y desprecio.
—Esto es lo que has criado, Carlos. Pequeños cachorros que creen que pueden desafiar a un lobo.
Henry apenas giró su mirada hacia el joven que había osado acercarse, percibiendo con desinterés que no era el segundo hijo varón de Carlos, como había asumido al principio.Era el tercero, el más joven de todos, el cachorro fiel y servil que siempre había estado a la sombra de sus hermanos mayores.
—¿Qué tenemos aquí?—murmuró Henry, con una risa cargada de burla mientras fijaba sus ojos en el tembloroso muchacho—.¿El perrito faldero que cree que puede morder?
El joven,con el rostro empalidecido pero los ojos llenos de una lealtad fanática hacia su familia, no retrocedió ni un paso.Se plantó firme, aunque sus piernas temblaban ante la abrumadora presencia de Henry.
—¡No dejaré que sigas humillando a mi familia!—gritó el joven, con una valentía que rozaba la imprudencia.
Henry arqueó una ceja, como si realmente estuviera impresionado por la osadía del muchacho, antes de dejar escapar una carcajada que resonó como un trueno.
—¿De verdad crees que alguien como tú puede detenerme?—se burló, avanzando lentamente hacia él. La lanza de sangre y espacio seguía entre sus manos, chisporroteando con un poder que parecía querer devorar todo a su paso—.Eres una pulga, un insecto que ni siquiera vale la pena aplastar. Pero... ya que estás aquí, tal vez debería enseñarte cuál es tu lugar.
Con un movimiento rápido como un rayo, Henry apareció frente al joven, atrapándolo por el cuello con una sola mano.La fuerza del agarre fue suficiente para levantarlo del suelo, dejando sus piernas pateando el aire inútilmente.
—¿Así es como defiendes a tu familia?—susurró Henry, con una sonrisa cruel mientras apretaba un poco más—.¿Así es como un perro leal protege a sus amos? Patético.
Desde atrás, Ryan observaba con el corazón en un puño.El tiempo parecía ralentizarse mientras veía al joven ser sometido tan fácilmente.La determinación ardía en sus ojos, sabiendo que debía actuar. Pero también sentía el peso de sus propias limitaciones.
—¡Déjalo, Henry!—gritó Carlos, desesperado, mientras lanzaba un nuevo ataque con sus rayos, que golpearon el escudo de espacio sin efecto alguno.
Henry no respondió de inmediato. En cambio, bajó la mirada hacia el muchacho que aún sostenía por el cuello.
—Quizás no te mate, cachorro, pero quiero que recuerdes este momento. Que entiendas lo insignificante que eres.
Entonces,golpeó brutalmente al joven con su puño libre, cada impacto resonando como un tambor de guerra en el campo de batalla.El chico tosió sangre, pero no emitió un solo grito. Su lealtad lo mantenía en silencio, incluso cuando la oscuridad comenzaba a nublar su visión.
—¡Basta, Henry!—rugió Ryan, finalmente reuniendo todo el poder que tenía en un intento desesperado por liberar al joven.
Henry alzó la vista, su rostro ahora lleno de un interés sádico.
—¿Basta? Oh, Ryan, esto es apenas una muestra de lo que puedo hacer. Este cachorro ni siquiera ha comenzado a sufrir.
Con un gesto despreocupado, lanzó al muchacho hacia el suelo, su cuerpo inerte rodando varios metros antes de detenerse.El joven estaba vivo, pero apenas consciente, su cuerpo maltrecho y lleno de hematomas.
—¿Quién será el siguiente?—dijo Henry, mirando a Ryan y Carlos con una sonrisa que prometía aún más destrucción.
Carlos apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en sus palmas, la impotencia y la rabia lo consumían. Su hijo más joven, ahora postrado en el suelo, destrozado en cuerpo y espíritu, era un testimonio viviente de la brutalidad y crueldad de Henry.
—¡Henry, maldito bastardo!—rugió Carlos, liberando una onda de electricidad que iluminó el campo como un sol naciente. Su energía era tan intensa que incluso los espectadores a distancia retrocedieron, temiendo ser alcanzados por su furia descontrolada.
Henry, sin embargo, ni siquiera miró hacia Carlos. Sus ojos estaban fijos en Ryan, que temblaba de furia y miedo.
—¿Qué pasa, cuñado? ¿Te he dejado sin palabras?—preguntó Henry con una sonrisa torcida, mientras daba un paso hacia él.
—¿Cómo puedes...? ¡Eres un monstruo!—gritó Ryan, su voz cargada de una mezcla de desesperación y odio. Su lanza temblaba en su mano, la energía que la rodeaba fluctuaba como si reflejara el estado de ánimo del portador.
—¿Un monstruo?—Henry dejó escapar una carcajada, un sonido seco y cruel que retumbó en el aire—.¿Crees que soy un monstruo solo porque soy más fuerte? No, Ryan, yo soy la realidad que ustedes, los débiles, se niegan a aceptar.
Sin previo aviso, Henry desapareció de la vista y reapareció frente a Ryan en un abrir y cerrar de ojos. Antes de que este pudiera reaccionar,Henry lo sujetó por la garganta con una mano, levantándolo del suelo como si no pesara nada.
—Déjalo, Henry. ¡Esto ya ha ido demasiado lejos!—gritó Carlos, avanzando hacia ellos, pero una simple mirada de Henry lo detuvo en seco.
—¿Demasiado lejos?—repitió Henry, apretando ligeramente su agarre en el cuello de Ryan, quien jadeaba en busca de aire—.No, Carlos. Esto apenas está comenzando.
De repente, un destello de energía cortó el aire entre Henry y Carlos.Una figura encapuchada apareció, emergiendo de las sombras como un fantasma.Su presencia era imponente, y aunque no dijo una palabra, la presión que emanaba su cuerpo era suficiente para hacer que el aire mismo pareciera más pesado.
Henry entrecerró los ojos, soltando a Ryan, quien cayó al suelo tosiendo y tratando de recuperar el aliento.
—Finalmente decides mostrarte...—dijo Henry con un tono frío, mirando a la figura encapuchada—.Debo admitir que me intrigabas. Pensé que solo eras un cobarde observando desde las sombras.
La figura permaneció en silencio, pero levantó una mano, y una onda de energía invisible atravesó el espacio, obligando a Henry a retroceder varios pasos. Los ojos de Henry brillaron con un peligroso entusiasmo.
—Así que tienes algo de poder, ¿eh? Bien, esto será interesante.
Carlos miró a la figura con una mezcla de esperanza y temor.¿Quién era este nuevo jugador en el campo?¿Sería un aliado inesperado o simplemente otro enemigo con sus propios intereses? Por primera vez en mucho tiempo, Henry parecía haber encontrado algo que no podía controlar completamente, y el destino de todos los presentes pendía de un hilo.
Con un movimiento rápido y decidido, Henry desató una onda de energía devastadora. El aire vibró con fuerza cuando lanzó un ataque hacia Ryan, quien apenas tuvo tiempo para reaccionar. La lanza brilló intensamente mientras se dirigía hacia él como un rayo mortal.
Ryan sintió cómo el maná fluía por sus venas mientras intentaba conjurar un escudo defensivo. Sin embargo, la presión del ataque era abrumadora; sabía que no podría resistirlo por mucho tiempo.
En un instante crítico, la lanza impactó contra el escudo de Ryan con una explosión ensordecedora. La onda expansiva lanzó a los guardias cercanos al suelo como muñecos de trapo. Algunos gritaron mientras otros caían en silencio, incapaces de soportar el poder desatado por Henry.
La explosión resonó como un trueno que desgarró el cielo, llenando el aire con polvo y fragmentos de energía luminosa.Ryan, tambaleándose, sintió cómo su escudo casi se desintegraba en sus manos, el impacto resonando en cada fibra de su ser.Sus rodillas cedieron un instante, pero logró mantenerse en pie, jadeando mientras la lanza de Henry se desvanecía en un destello ominoso.
Henry no mostró piedad.Con una sonrisa fría y calculadora, dio un paso adelante, su silueta recortada por las chispas que aún danzaban en el aire. —¿Es esto lo mejor que puedes ofrecerme, Ryan?—dijo con una voz cargada de desprecio.Sus ojos brillaban con un peligroso deleite, como un depredador jugando con su presa.
Ryan apretó los dientes, su cuerpo temblando tanto por el agotamiento como por la rabia.El peso de las vidas caídas a su alrededor lo aplastaba, pero también alimentaba su determinación.Miró a Henry con fuego en los ojos, buscando dentro de sí mismo una chispa que pudiera igualar al caos desatado por su cuñado.
—¡No he terminado contigo!—rugió Ryan, alzando su mano ensangrentada mientras conjuraba un nuevo círculo de maná. Su energía titilaba como una llama a punto de extinguirse, pero el espíritu inquebrantable que lo empujaba a seguir luchando parecía más vivo que nunca.
Los guardias, todavía tambaleándose, intentaron levantarse. Uno de ellos, con el rostro cubierto de sangre, gritó: —¡Señor Ryan, estamos con usted!—y cargó hacia Henry con una lanza temblorosa, solo para ser despedido brutalmente con un movimiento casual de la mano de Henry. El cuerpo del guardia salió disparado, chocando contra un árbol con un crujido escalofriante.
—¿De verdad quieres que esta gente muera por ti, Ryan?—dijo Henry, con un tono que no era más que puro veneno—.Tal vez debería comenzar contigo. No, mejor con Carlos... o tal vez con tu inútil hermana. ¿Qué dices?
Ryan apretó los puños con tal fuerza que las uñas se clavaron en sus palmas.No podía permitir que Henry siguiera atormentándolos.Con un grito de guerra, lanzó un nuevo ataque, una ráfaga de energía que desgarró el aire en dirección a Henry. Pero Henry, con un gesto casi aburrido, desvió la ráfaga como si fuera un simple mosquito.
El caos en el campo de batalla era palpable.Las explosiones y gritos llenaban el aire, mientras el suelo bajo sus pies parecía temblar con cada impacto.Sin embargo, en medio de todo, el rostro de Henry permanecía inalterado, su confianza absoluta irradiando una oscuridad que devoraba la esperanza de sus enemigos.
—Vamos, Ryan, dame algo digno de mi tiempo.—Henry avanzó lentamente, como si cada paso suyo marcara el fin inevitable del enfrentamiento. —Muéstrame que mereces seguir respirando.
Ryan, con el corazón latiendo con fuerza, sabía que estaba al límite. Pero también sabía que rendirse no era una opción.Esta batalla era más que su vida; era por su familia, por su honor y por todo lo que amaba.
Henry permaneció inmóvil por un momento, su figura imponente envuelta en el resplandor residual de los ataques desatados.Su mirada, afilada como una cuchilla, escudriñaba el campo de batalla lleno de escombros y cuerpos inertes.La sonrisa que cruzó su rostro era fría, cruel, casi mecánica.
—Esto es solo el comienzo,—murmuró con un tono que apenas rompía el aire, pero cuya amenaza resonaba como un trueno entre los presentes.Su voz era un juramento, una sentencia que prometía sufrimiento sin límite.
Mientras hablaba, los recuerdos de su hijo surgían en su mente como un río desbordado.Las imágenes de su pequeño, frágil y herido, lo consumían.La sonrisa alegre del recién nacido había sido sustituida por el grito de un niño torturado, sus lágrimas de sangre cayendo como un recordatorio de la crueldad que había marcado su existencia desde el primer día.Cada risa quebrada, cada mirada vacía de esperanza, eran cuchillas que ahora él devolvía al mundo multiplicadas por mil.
—Cada castigo, cada herida, cada humillación que mi hijo soportó... —dijo en voz alta, mientras la lanza de sangre en su mano crepitaba con una energía implacable—, todos ustedes lo pasarán.
El tono de su voz cambió, haciéndose más bajo, más oscuro.
—Desearán no haber nacido.Desearán que la sangre de su linaje se haya extinguido antes de cruzarse en mi camino. Desearán no haber tratado a mi hijo de esa manera.
Los combatientes que aún podían sostenerse en pie sintieron un escalofrío recorrerles la espina dorsal.Las palabras de Henry no eran meras amenazas; eran un decreto, una condena que él estaba dispuesto a ejecutar sin misericordia.
Henry avanzó lentamente, su lanza destellando mientras cada paso suyo hacía temblar el suelo.La furia en su mirada no era un estallido repentino, sino una llama constante alimentada por años de odio contenido.Su hijo había sufrido, y ahora él aseguraría que el dolor se extendiera como una peste entre sus enemigos.
En ese instante, levantó su lanza con un movimiento firme y giró hacia Ryan, sus ojos encendidos de furia.El joven, aunque tembloroso, no podía retroceder; la mirada de Henry lo perforaba como una daga.
—¿Tú también te atreviste a despreciarlo, Ryan?—preguntó Henry con una calma que era más aterradora que cualquier grito. —Tú, con tu patético sentido del honor y tus inútiles ideales, ¿te crees digno de enfrentarme después de todo lo que permitiste?
Sin esperar respuesta, Henry lanzó su lanza con un movimiento calculado, no hacia Ryan, sino hacia el suelo a su lado, haciendo que el terreno explotara y lanzara escombros en todas direcciones.Era un acto de pura intimidación, un recordatorio de que, en ese momento, todos estaban bajo su control.
—Sufrirán. Todos ustedes.—La voz de Henry se alzó mientras el caos alrededor de él parecía intensificarse, como si incluso la naturaleza misma respondiera a su ira.—Y cuando rueguen por la muerte, recordaré que no será suficiente para compensar lo que mi hijo soportó.
Henry era un vendaval de destrucción, una tormenta que no podía ser contenida.Con movimientos ágiles y precisos, se desplazaba entre los guardias restantes como si el tiempo mismo estuviera a su disposición.Sus oponentes apenas podían reaccionar antes de que sus ataques fueran neutralizados, sus vidas destrozadas por la brutalidad de su enemigo.
Cada arma que se alzaba contra él parecía inútil.Las espadas y lanzas pasaban a través del espacio distorsionado que lo rodeaba, como si él no fuera más que una sombra.El espacio se retorcía, deformando la realidad en su proximidad, hasta que los mismos guardias comenzaban a dudar de lo que veían.
Con un golpe calculado, Henry hundió su lanza de sangre en el pecho de uno de los guardias.El grito desgarrador resonó mientras el hombre caía al suelo, su cuerpo convulsionándose mientras la sangre formaba charcos oscuros a su alrededor.Sin detenerse, Henry giró sobre sus talones, esquivando un golpe de espada que parecía acercarse por su costado.
—¿Es esto lo mejor que tienen? —gruñó, su voz cargada de desprecio.
Con cada movimiento que hacía, dejaba tras de sí un rastro de cuerpos mutilados.Sus manos parecían moverse con un propósito oscuro, aplastando huesos, desgarrando carne, mientras la sangre salpicaba el aire, cubriendo el suelo en un paisaje grotesco.Los gritos de los heridos y moribundos llenaban el campo de batalla, un canto de desesperación que alimentaba la implacable furia de Henry.
Uno de los guardias, temblando, intentó abalanzarse sobre él desde atrás, peroHenry, sin siquiera voltear, alzó su mano izquierda.Una onda de energía oscura lo golpeó de lleno, lanzándolo hacia atrás con tal fuerza que su cuerpo se partió al impactar contra una roca cercana.Los trozos de armadura y carne destrozada se esparcieron como si fueran hojas al viento.
A medida que avanzaba, su paso era lento, deliberado, casi ritual.Cada golpe no era solo una acción física, sino un mensaje.Cada vida que tomaba era una declaración del sufrimiento que había jurado devolver al mundo en nombre de su hijo.
El último grupo de guardias que quedaba se reunió, desesperados por hacerle frente.Algunos gritaban órdenes, otros simplemente rezaban en voz baja, rogando por un milagro que no llegaría. Henry, alzando la lanza de sangre que pulsaba con una energía casi viva, los miró con desdén.
—Ya ni siquiera vale la pena que siga jugando con ustedes.—Su voz era un susurro mortal que cortó el aire como una navaja.
Con un movimiento fluido, levantó la lanza y la lanzó al centro del grupo.La explosión que siguió fue cegadora.Los gritos cesaron al instante, dejando tras de sí un silencio perturbador. Cuando el polvo se disipó, todo lo que quedaba eran cuerpos desmembrados y un charco de sangre que teñía el suelo.
Henry se detuvo un momento, observando su obra con una fría satisfacción.
—Esto, —murmuró para sí mismo, —es solo el prólogo.
Henry era un vendaval de destrucción, una tormenta que no podía ser contenida.Con movimientos ágiles y precisos, se desplazaba entre los guardias restantes como si el tiempo mismo estuviera a su disposición.Sus oponentes apenas podían reaccionar antes de que sus ataques fueran neutralizados, sus vidas destrozadas por la brutalidad de su enemigo.
Cada arma que se alzaba contra él parecía inútil.Las espadas y lanzas pasaban a través del espacio distorsionado que lo rodeaba, como si él no fuera más que una sombra.El espacio se retorcía, deformando la realidad en su proximidad, hasta que los mismos guardias comenzaban a dudar de lo que veían.
Con un golpe calculado, Henry hundió su lanza de sangre en el pecho de uno de los guardias.El grito desgarrador resonó mientras el hombre caía al suelo, su cuerpo convulsionándose mientras la sangre formaba charcos oscuros a su alrededor.Sin detenerse, Henry giró sobre sus talones, esquivando un golpe de espada que parecía acercarse por su costado.
—¿Es esto lo mejor que tienen? —gruñó, su voz cargada de desprecio.
Con cada movimiento que hacía, dejaba tras de sí un rastro de cuerpos mutilados.Sus manos parecían moverse con un propósito oscuro, aplastando huesos, desgarrando carne, mientras la sangre salpicaba el aire, cubriendo el suelo en un paisaje grotesco.Los gritos de los heridos y moribundos llenaban el campo de batalla, un canto de desesperación que alimentaba la implacable furia de Henry.
Uno de los guardias, temblando, intentó abalanzarse sobre él desde atrás, peroHenry, sin siquiera voltear, alzó su mano izquierda.Una onda de energía oscura lo golpeó de lleno, lanzándolo hacia atrás con tal fuerza que su cuerpo se partió al impactar contra una roca cercana.Los trozos de armadura y carne destrozada se esparcieron como si fueran hojas al viento.
A medida que avanzaba, su paso era lento, deliberado, casi ritual.Cada golpe no era solo una acción física, sino un mensaje.Cada vida que tomaba era una declaración del sufrimiento que había jurado devolver al mundo en nombre de su hijo.
El último grupo de guardias que quedaba se reunió, desesperados por hacerle frente.Algunos gritaban órdenes, otros simplemente rezaban en voz baja, rogando por un milagro que no llegaría. Henry, alzando la lanza de sangre que pulsaba con una energía casi viva, los miró con desdén.
—Ya ni siquiera vale la pena que siga jugando con ustedes.—Su voz era un susurro mortal que cortó el aire como una navaja.
Con un movimiento fluido, levantó la lanza y la lanzó al centro del grupo.La explosión que siguió fue cegadora.Los gritos cesaron al instante, dejando tras de sí un silencio perturbador. Cuando el polvo se disipó, todo lo que quedaba eran cuerpos desmembrados y un charco de sangre que teñía el suelo.
Henry se detuvo un momento, observando su obra con una fría satisfacción.
—Esto, —murmuró para sí mismo, —es solo el prólogo.
La escena era un lienzo de horror, y Henry el pintor de una obra grotesca.Cada golpe suyo no solo quitaba vidas; transformaba el campo de batalla en un espectáculo de brutalidad pura.Los guardias que intentaban resistir se enfrentaban no solo a un enemigo, sino a una fuerza imparable, una entidad que parecía disfrutar del caos que provocaba.
La risa de Henry cortaba el aire como el tañido de una campana funeraria.No era una carcajada común; estaba cargada de burla, desprecio y un placer oscuro.Era el sonido de alguien que había abandonado toda pretensión de humanidad y se deleitaba en la destrucción.
—¡Mírenlos! ¿Esto es todo lo que tienen? ¡Patético!—gritó, girando sobre sí mismo mientras esquivaba un aluvión de ataques.Su lanza de sangre trazaba arcos en el aire, dejando rastros oscuros y brillantes antes de hundirse en otro cuerpo desafortunado.
Uno de los guardias, desesperado, cargó hacia él con una espada alzada.Henry lo recibió con un movimiento fluido, atrapando la hoja con una mano desnuda.El sonido del metal al detenerse fue seguido por el crujido de huesos al apretar su puño alrededor de la muñeca del hombre.
—¿De verdad creíste que podrías tocarme?—dijo, antes de aplastar la cabeza del guardia contra el suelo con una fuerza brutal.El cuerpo cayó inerte, dejando un charco oscuro que se extendía bajo él.
A su alrededor, los pocos sobrevivientes retrocedían, con los ojos abiertos de par en par, el terror grabado en sus rostros.Sin embargo, Henry no les dio tregua. Avanzó como un depredador acechando a su presa, sus pasos resonando en el terreno ahora empapado de sangre.
Cada movimiento suyo era una mezcla de gracia letal y crueldad calculada.Uno de los guardias intentó atacarlo desde un ángulo ciego, pero Henry giró justo a tiempo, golpeándolo con un codazo en la cara que rompió su mandíbula en un ángulo grotesco.
—¿Crees que puedes engañarme? Ni siquiera vales el esfuerzo de matarte rápido, —se burló mientras el hombre caía al suelo, retorciéndose de dolor.
La batalla era un espectáculo macabro, y Henry era el protagonista indiscutible.Mientras avanzaba, dejaba tras de sí un sendero de cuerpos desmembrados, armas rotas y almas rotas.
—¿Esto es todo lo que tienen? ¿No hay nadie más que se atreva a enfrentarse a mí?—gritó, extendiendo los brazos como si estuviera invitando a los cielos a enviar un desafío digno.
La risa continuó resonando, mezclándose con los gritos de agonía de los caídos, hasta que el campo de batalla fue consumido por el silencio, roto solo por el sonido de las botas de Henry avanzando hacia su próximo objetivo.
La atmósfera estaba cargada de tensión y miedo mientras Ryan, con el rostro marcado por el agotamiento y la desesperación, invocaba toda la energía restante en su cuerpo. Su ataque brilló con una fuerza impresionante, pero Henry, desde su posición dominante, no mostraba ni el más mínimo indicio de preocupación.
—¡Henry maldito bastardo!—gritó Ryan, lanzando su ataque con furia, pero la incertidumbre en su mirada delataba lo que él mismo sabía: no tenía ninguna posibilidad contra la tormenta de destrucción que Henry desataba con cada movimiento.
Henry, por su parte, observaba la acción con indiferencia. Su mente, en ese instante, parecía estar distanciada de la lucha."De dónde sacan tanta fuerza... los he brutalizado, pero como imbéciles siguen volviendo a ir en mi contra", pensó con desprecio, casi burlándose de la tenacidad de sus oponentes."¿Acaso creen que tienen alguna esperanza?"
Con un gesto despectivo, extendió su mano, manipulando el espacio a su alrededor con una facilidad aterradora. El ataque de Ryan fue rápidamente desviado por una distorsión del aire que lo desintegró al contacto.
"¿Por qué no pueden entenderlo?"Henry reflexionó mientras observaba a sus enemigos luchar en vano."No importa lo que hagan, su resistencia solo alarga su sufrimiento. La muerte, en su forma más pura, es un regalo comparado con lo que los espera."
A medida que la desesperación de Ryan se hacía más palpable, Henry no se detenía. Él era el destructor, el titán de la batalla, y nadie, ni siquiera un sacrificio tan inútil como el de Ryan, podría detener su avance."Se siguen levantando solo para que los destruya una vez más. ¿Creen que la fuerza lo es todo?"
Pero Henry simplemente desvió el ataque con un movimiento despreocupado de su mano. La lanza fue absorbida por la distorsión del espacio y redirigida hacia otro grupo de guardias, quienes apenas tuvieron tiempo para darse cuenta del peligro antes de ser alcanzados por la energía devastadora.
Henry observó con frialdad cómo la lanza de Ryan era absorbida por la distorsión del espacio. No hubo ni un rastro de sorpresa o esfuerzo en su rostro, solo una calma aterradora."Qué patéticos,"pensó mientras, con un simple movimiento despreocupado de su mano, redirigía el ataque hacia un grupo de guardias cercanos.
Los hombres, aún sin comprender qué sucedía, apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de que la energía devastadora los alcanzara. La explosión fue brutal. Cuerpos fueron lanzados por los aires, desintegrándose bajo el poder desbordante de la distorsión espacial que Henry había manipulado con total facilidad. La luz cegadora del impacto iluminó la oscuridad de la escena, y el aire se llenó de gritos, que pronto fueron silenciados por el caos.
Ryan observaba, impotente, cómo aquellos que luchaban a su lado eran aniquilados sin piedad alguna. Cada intento de resistencia era como un juego macabro para Henry, un simple entretenimiento que solo servía para reafirmar su dominio absoluto. El joven guerrero sentía como la desesperación se apoderaba de su corazón mientras la batalla, que antes parecía ser una lucha por la supervivencia, se tornaba en una carnicería sin sentido.
"¿Es todo lo que tienes?"Henry murmuró, apenas dirigiendo su mirada a Ryan."Ni siquiera son rivales para mí."
Henry se detuvo por un momento, observando cómo los cuerpos caían alrededor suyo como piezas de un rompecabezas roto. El caos era hermoso para él, una expresión pura de su poder y control."Aunque son solo unos insectos,"murmuró con desprecio, sin siquiera voltear a verlos."Me encanta cuando intentan venir a apagarme, sin saber que la propia luz y tinieblas no pueden contener lo que soy. Nada puede apagar mi resolución."
La intensidad de sus palabras resonaba en el aire, impregnadas de una arrogancia indescriptible. Henry se erguía como un dios de destrucción, imparable y eterno. Cada movimiento, cada palabra, solo reafirmaba el abismo de su poder. La batalla ya no era una lucha por la supervivencia, sino un espectáculo en el que Henry era el único actor principal.
Ryan, luchando por mantenerse de pie, sentía cómo su cuerpo y mente comenzaban a ceder bajo la presión de esa fuerza abrumadora. Las palabras de Henry eran como dagas en su alma, despojándole de la esperanza que aún albergaba. Pero a pesar de todo, la chispa de su resistencia aún ardía, aunque débilmente.
"No, no voy a rendirme,"pensó Ryan con determinación."Aunque todo esté en mi contra, voy a seguir luchando."Pero las sombras del destino parecían estar selladas a su alrededor, mientras Henry, el titán, lo observaba con una calma aterradora.
La atmósfera estaba impregnada de sangre y desesperación; el campo de batalla era un espectáculo aterrador donde la vida y la muerte bailaban juntas en una coreografía siniestra. Cada grito ahogado y cada caída resonaban como un recordatorio del poder absoluto que teníaHenrysobre ellos. Las sombras se alargaban, abrazando las figuras caídas, mientras la carnicería continuaba con un ritmo implacable, como si el mismo suelo quisiera tragarse a los vivos y muertos por igual.
El aire, cargado de esa energía mortal, vibraba con la tensión de los cuerpos en descomposición. Cada respiración, cada latido del corazón de los sobrevivientes, parecía un suspiro ahogado en medio de un océano de sufrimiento.Ryansentía el peso de la derrota sobre sus hombros, su cuerpo sangrante y agotado, mientras observaba con horror la masacre que Henry había desatado. Los rostros de los guardias, ahora retorcidos por el dolor y la muerte, eran testigos mudos de la furia imparable de su atacante.
El control absoluto de Henry sobre el espacio y la energía no dejaba lugar a dudas. No eran solo sus habilidades las que los aplastaban, sino la pura fuerza de su voluntad, su capacidad para aniquilar todo a su paso.Ryan, por más que luchara, sentía que cada intento de resistir se desvanecía ante la magnitud de esa tormenta de poder."¿Qué chance tengo contra alguien como él?"pensaba, mientras una oscuridad opresiva parecía tragarse toda esperanza.
La lucha ya no era solo contra el hombre frente a él, sino contra el inevitable final que se cernía sobre todos los que aún respiraban en ese infierno.
Con cada movimiento que hacía,Henrydejaba claro que no había lugar para la compasión ni para la piedad en esta lucha. Cada paso, cada ataque, cada mirada suya era un recordatorio de su naturaleza imparable. Era unglorioso general sangrientoen toda su gloria cruel; disfrutaba del sufrimiento ajeno mientras reafirmaba su dominio sobre todos los presentes. La sangre que salpicaba el suelo parecía alimentarlo, darle fuerza, como si la misma vida de sus enemigos fuera un tributo a su poder.
CarlosyRyan, también generales sangrientos, pero comparados conHenry, eran simples sombras, reflejos insignificantes de la monstruosidad ante ellos. En todos los aspectos, desde la estrategia hasta la brutalidad,Henryera superior. Ellos eran solo piezas en su tablero, derrotadas antes de comenzar.
Ryansintió cómo la desesperación lo consumía; el peso de la impotencia se cernía sobre él, aplastando su espíritu mientras el horizonte de su lucha se desvanecía en un mar de sombras."¿Qué puedo hacer?"pensaba mientras su mente buscaba desesperadamente una salida. Sabía que debía encontrar una manera de superar aHenryantes de perder todo lo que amaba, pero la magnitud de la fuerza frente a él lo abrumaba. La esperanza se desvanecía con cada segundo que pasaba.
La batalla alcanzaba niveles asombrosos y sangrientos; cada intercambio de golpes, cada conjuro, cada herida parecía más profunda, más devastadora que la anterior. El futuro de sus familias pendía en un hilo delgado, una delgada línea entre la vida y la muerte. Las sombras del conflicto se cernían sobre ellos, un abismo oscuro donde solo los más fuertes sobrevivirían. ¿Sería el sacrificio deRyansuficiente para desafiar al monstruo que tenía frente a él? ¿O sería su última lucha?
Henryse detuvo de repente, una sonrisa de satisfacción surcando su rostro. Había estado esperando este momento, disfrutando cada segundo del sufrimiento y la desesperación de sus oponentes. La tensión que se acumulaba en el aire no le afectaba; para él, era solo un juego, un entretenimiento macabro.
—Imbécil, domino el espacio —dijoHenry, su voz cargada de burla y desdén—.¿En serio crees que algo que se mueva por el espacio me puede hacer algo?—añadió, dejando claro su desprecio haciaRyanmientras su sonrisa se ensanchaba de manera arrogante. Su poder era absoluto, y cada palabra que pronunciaba parecía reafirmar su dominio sobre la lucha.
La atmósfera se cargó aún más con esa frase, como si el aire mismo supiera que la derrota estaba cerca.Ryanse sintió completamente impotente frente a la magnitud deHenry, como si sus esfuerzos fuesen nada más que polvo ante la tormenta que él representaba.
—Te demoraste mucho, Augusto—comentóHenry, con tono de aburrimiento, mirando por encima de su hombro."Finalmente."Se refería a la llegada de otro actor en este macabro teatro, alguien más que, sin duda, aportaría más caos, pero también más sangre.Henryno mostraba miedo, solo anticipación.
El campo de batalla parecía detenerse por un instante.Augustoestaba aquí. Pero la pregunta no era siAugustoera lo suficientemente fuerte como para cambiar el rumbo de esta batalla. La verdadera pregunta era si podía desafiar a un ser que había dominado las fuerzas más básicas del universo mismo.
Augustoera el segundo hijo deCarlos, y aunque compartía la misma sangre que su hermanoRyan, su presencia era muy distinta. En sus manos, empuñaba una lanza de un resplandor dorado, una pieza forjada con un material tan raro como mortal:oro de las tierras consumidas por el vacío. Esa lanza no era simplemente una arma, sino un símbolo de suexperienciaydominioen el campo de batalla. A diferencia de la lanza azul celeste deRyan, que reflejaba la oscuridad de su linaje, la lanza deAugustobrillaba con un resplandor casi divino, como si la misma luz del universo le hubiera otorgado ese poder.
Cada movimiento que hacía con ella parecía desafiar las leyes de la física, como si la lanza misma contuviera fragmentos de la creación y la destrucción, un artefacto capaz de enfrentarse a los más grandes horrores del cosmos.Augusto, con su porte firme y su mirada fría, parecía un general nacido para la guerra, un hombre destinado a cambiar el curso de cualquier conflicto en el que se encontrara.
Pero aún con toda sufuerzaydestrezamostradas, no era más que otro jugador en este tablero de sangre y ruina. Frente a él,Henrypermanecía como una sombra indestructible, desafiando cualquier intento de derrotarlo. Sin embargo, la llegada deAugustosignificaba algo más que una simple amenaza; podría ser la última oportunidad para cambiar el curso de esta guerra sangrienta.
Augustoajustó su agarre en la lanza dorada, su cuerpo se tensó como un resorte preparado para liberar su fuerza en el momento exacto.Henry, por su parte, no mostró ni el más mínimo signo de preocupación. Con una sonrisa sardónica, observó a su oponente, sabiendo que la batalla que se avecinaba no sería como cualquier otra.
—Si quieres pelear, entonces pelearé —respondióAugusto, su voz cargada de determinación. Latensiónen el aire era palpable, un pulso eléctrico que recorría cada rincón del campo de batalla. Ambos hombres se miraron fijamente, sus ojos erandos llamasdispuestas a consumirlo todo. Cada uno evaluaba al otro, buscando algún signo de debilidad, cualquier resquicio que pudiera ofrecer una ventaja.
El choque entre ellos sería inevitable, y las fuerzas en juego parecían casi sobrenaturales. La lanza dorada deAugustocomenzaba a brillar con mayor intensidad, como si absorbiera elpoder del vacío.Henry, imponente y seguro de sí mismo, se preparaba sin prisa, confiado en su dominio del espacio y su supremacía.
El mundo a su alrededor parecía desvanecerse, dejándolos a ambos en una burbuja de puraintensidad. Nada importaba más que el enfrentamiento entrela luz doradadeAugustoyla oscuridad absolutadeHenry. Labataliase acercaba, y los ecos de lasantiguas cicatricesde guerra resonaban en el aire. Ambos sabían que esta lucha no solo definiría el futuro de sus familias, sino que también forjaría un nuevo destino para todos los involucrados.
—¿Acaso no sabes lo que es ser consciente? —preguntóAugusto, sus ojos fijos enHenrymientras observaba el ataque que estaba a punto de asesinar a su hermano,Ryan. La furia ardía en su pecho, un fuego indomable que no podía ser ignorado. El dolor de ver a su familia destrozada era lo que lo impulsaba, lo que lo mantenía en pie a pesar de la amenaza inminente.
Henrysoltó una risa baja, casi divertida, al escuchar la pregunta.
—¿Y qué es ser consciente? —respondió con una sonrisa burlona, sus palabras como dagas que cortaban el aire.Henryno parecía inmutarse ante la tensión creciente, más bien parecía disfrutar del sufrimiento ajeno, como un depredador que saborea el miedo de su presa. Su rostro se iluminaba con la misma arrogancia que había mostrado en cada momento de esta batalla. Para él, la lucha no era más que un juego de poder, una danza donde él era el maestro y sus oponentes meras marionetas.
Augustoapretó los dientes con rabia. Sabía queHenryno comprendía, no podía entender lo que significabaser conscienteen este contexto. No era solo ser consciente del daño que causaba, sino delpesode las decisiones que tomaba, de las vidas que estaba dispuesto a destruir.Augustono podía dejar que su hermano muriera, no podía permitir que el sacrificio de su familia fuera en vano.
La batalla seguía su curso, pero en ese instante, la tensión entre ambos alcanzó un punto álgido.Augusto, con su lanza dorada, avanzó, preparado para enfrentarse aHenry, sabiendo que, aunque el poder del enemigo era abrumador, no tenía más opción que luchar hasta el último aliento.
—Entonces déjame decirte algo, niño prodigio —dijoHenrycon calma, su voz llena de una fría amenaza, como si estuviera compartiendo una verdad universal con el joven frente a él.
Henryobservó aAugusto, sus ojos fijos, implacables, como un cazador que ya ha marcado a su presa. La tensión en el aire se hizo densa, casi palpable, mientras sus palabras llenaban el espacio entre ellos.
—No hay placer más grandeen esta vida que aplastar a todos aquellos que se jactan de haber nacido con talento. Porque con cada paso que damos, con cada acción calculada, les mostramos que su don natural no es suficiente. —Su sonrisa se hizo más amplia, más cruel.Henrydisfrutaba de la destrucción de las ilusiones ajenas, y se veía como si estuviera a punto de aplastar otro sueño, otro futuro—.Nosotros... nosotros somos los que tenemoshambreycodiciade superarnos. Y con determinación, con una voluntad indomable, losdestruimos. Mientras ellos se hunden en su arrogancia, nosotros devoramos su confianza, su orgullo, y todo lo que creían ser. Dejando claro que el talento, sin esfuerzo ni sacrificio, no es más que una ilusión destinada a ser destruida.
Cada palabra deHenryresonaba con una amenaza que era tan real como la guerra que libraban. Mientras hablaba, el aire parecía volverse más denso, más pesado, cargado con la furia y la satisfacción de un hombre que ya había destruido demasiadas vidas en su búsqueda de poder y supremacía.
Augusto, con el rostro tenso, apretó los puños. Sabía que el hombre frente a él no entendía lo que significabalucharpor algo, lo que costaba alcanzar la grandeza, pero eso no lo detendría. Sabía queHenrycreía que el talento era un mero juguete, pero él estaba dispuesto a demostrarle que, a veces, la voluntad era más fuerte que el más grande de los poderes innatos.
Henrylo había subestimado, y en ese instante,Augustojuró que no se quedaría quieto mientras su hermano y su familia estaban en peligro.
La atmósfera se volvió aún más densa, como si el aire mismo estuviera empapado de tensión.Augustodio un paso firme hacia adelante, sus ojos llenos de determinación. No podía permitir queHenrycontinuara su juego de destrucción. —No dejaré que lastimes a Ryan—declaró con una firmeza inquebrantable, su lanza dorada brillando con un resplandor desafiante. La lanza representaba su lucha, su familia, su amor por aquellos que lo rodeaban. No iba a retroceder.
Henryobservó aAugustocon una mezcla de desdén y burla, como si el joven estuviera jugando en un terreno que ni siquiera entendía. La sonrisa deHenryse amplió mientras veía la férrea resistencia del joven frente a él. —¿De verdad crees que puedes detenerme?—dijo, su voz cargada de desprecio. Un eco de risa burlona escapó de sus labios mientras sus ojos brillaban con un cruel destello.
Con un movimiento despreocupado de su mano,Henrydesvió un ataque directo deRyanque se dirigía hacia él. La lanza de energía fue redirigida con un gesto tan sencillo que parecía una molestia menor paraHenry. La energía, en lugar de alcanzar aHenry, se desvió hacia uno de los guardias cercanos. El hombre, incapaz de reaccionar, fue atravesado por la lanza con una velocidad mortal antes de que pudiera emitir un solo grito.
—Por si no lo sabes, he estadomasacrandoa estos insectos por mucho tiempo. Y por purasuerte, siguen volviendo. —La voz deHenryera casi tranquila, como si hablar de la vida y la muerte fuera algo trivial. El sonido del guardia cayendo al suelo, atravesado por la energía, fue como un golpe en el aire, el peso de la realidad de lo queHenryera capaz de hacer.
Augustoapretó los dientes, viendo cómo las vidas de los suyos se desmoronaban ante la furia de un hombre que nunca conoció piedad. Pero en su interior, una furia silenciosa crecía. Sabía que su hermano,Ryan, no sería un sacrificio más en este campo de batalla. Y aunque la amenaza deHenryera innegable,Augustono retrocedería. No ahora, no mientras aún quedara esperanza de detener al monstruo frente a él.
La batalla alcanzó un nivel de caos absoluto, un espectáculo macabro donde la vida y la muerte se entrelazaban de forma cruel y despiadada.Henryse movía con una agilidad sobrenatural, su cuerpo era un borrón de rapidez mientras esquivaba cada ataque con una destreza que desbordaba toda lógica. Cada golpe de su lanza, cada movimiento de su ser, era una sentencia de muerte para los que osaban desafiarlo. Los gritos de los caídos resonaban en el aire, ahogados por el rugido de la furia deHenry.
Augusto, con su lanza dorada brillando intensamente, intentaba contener el torrente imparable deHenry. El oro de su lanza reflejaba la luz con un resplandor casi celestial, como si fuera un símbolo de su fe en la victoria. Pero cada intento era en vano.Henry, con una calma espeluznante, desbarataba cada movimiento deAugustocon facilidad, como si estuviera jugando con un niño. La lanza deAugustoera poderosa, pero no suficiente para derribar a un monstruo comoHenry.
—¡Morirás aquí!—gritóAugusto, la furia en su voz resonando como un trueno mientras lanzaba su lanza haciaHenrycon toda la fuerza de su ser. El dorado resplandeció en el aire, como una flecha de justicia, un rayo de esperanza en medio del abismo de sangre.
PeroHenry, con una sonrisa llena de desprecio, simplemente se movió a un lado con la gracia de un depredador. El ataque deAugustopasó como un susurro por el aire, sin siquiera tocar la piel deHenry. El desprecio con el queHenrydesvió el ataque dejó claro que para él,Augustoy su lanza no eran más que una molestia pasajera.
La frustración comenzó a crecer enAugusto, pero no se detuvo. Sabía que si quería tener alguna oportunidad, tendría que ser más astuto, más rápido, y aprender a usar la misma desesperación que lo impulsaba para derrotar aHenry. La furia, la ira, todo lo que sentía debía transformarse en algo que pudiera al menos poner aHenrya prueba.
—¿Eso es todo lo que tienes?—se burlóHenry, la risa cruel en su voz resonando como un eco en el caos que había desatado. La adrenalina recorría su cuerpo, avivando su sed de batalla mientras observaba aRyanintentando reaccionar, su escudo levantado con desesperación. Pero sabía que no podría detener lo que venía.
Con un movimiento rápido y calculado,Henrylanzó un ataque devastador, un torrente de energía que atravesó el aire como una flecha imparable.Ryan, con el tiempo apremiando, apenas tuvo tiempo de levantar su escudo, pero la fuerza del impacto fue tal que el escudo fue literalmente arrojado hacia atrás.Ryanretrocedió varios pasos, tambaleándose, como si fuera un muñeco de trapo arrastrado por la fuerza de un tornado.
La explosión resonó como un trueno, la onda expansiva destrozando el aire y enviando escombros volando por todas partes. El impacto hizo que la tierra misma temblara, y los guardias que estaban cerca fueron lanzados al suelo, algunos gritando de dolor, otros cayendo en completo silencio, inconscientes o muertos por la brutalidad de la energía desatada porHenry.
La escena era un espectáculo macabro. Los gritos de los heridos, las explosiones que cortaban el aire, y la carne y huesos siendo destrozados bajo la presión del maná, todo se mezclaba en una sinfonía de dolor y destrucción. La sangre se derramaba a borbotones, pintando el suelo de rojo, mientras los cuerpos mutilados de aquellos que habían osado desafiar aHenryse acumulaban.
La batalla continuaba, pero ya nada sería igual.Henryera un huracán de violencia, un ser sin piedad ni compasión. Su voluntad, su determinación de acabar con todos los que se interponían en su camino, era la única verdad en ese campo de batalla. Y mientras tanto, la desesperación crecía en los corazones de los demás, pues sabían que, en ese momento, la muerte no era solo una posibilidad, sino una certeza para aquellos que quedaban en pie.
Augustosintió cómo la ira lo invadía al ver cómoHenrylo ignoraba por completo, centrando su furia en su hermano. El dolor de ver aRyanser aplastado por la brutalidad deHenryalimentó su rabia y desesperación. Sabía que ya no quedaba tiempo, que esta lucha no era solo por su vida, sino por la de todos los que amaba.El futuro de su familia pendía de un hilo, y ese hilo se deshilachaba rápidamente bajo el peso de la fuerza deHenry.
Con un rugido de furia,Augustoreunió todo su maná en su cuerpo, el calor de la energía recorriendo sus venas mientras la lanza dorada resplandecía en sus manos. El brillo dorado de la lanza se volvió más intenso, como si estuviera imbuida de un poder divino. Sabía que esta era su última oportunidad, que si fallaba, no solo perdería la vida, sino que arrastraría a todos consigo.
—¡No te saldrás con la tuya!—gritóAugusto, su voz llena de determinación, mientras lanzaba su lanza dorada y negra haciaHenryuna vez más, con toda la fuerza que le quedaba. El ataque surcó el aire con la velocidad de un rayo, su resplandor cortando la oscuridad del campo de batalla.
PeroHenrysolo sonrió con desdén, un gesto que dejó claro que no sentía ninguna amenaza. Sin siquiera moverse del lugar, alzó una mano y, con un simple movimiento, desvió el ataque deAugustocon una facilidad que rozaba lo insultante.
—Eres patético—dijoHenry, la burla palpable en su voz mientras observaba la impotencia deAugusto. La lanza dorada voló por el aire y se estrelló contra el suelo, lejos de su objetivo, sin queHenryni siquiera se inmutara.
Augustotemblaba de rabia, pero su cuerpo también comenzaba a sentir los efectos del desgaste. No podía dejar que su hermano cayera, no podía permitir queHenrytuviera todo el control de la situación.
—No tienes idea del verdadero poder—continuóHenry, su tono cargado de desprecio. Sabía queAugustono comprendía la magnitud de lo que enfrentaba. La diferencia de poder entre ellos era abismal, yHenryno tenía ninguna intención de hacerle la menor concesión.
Con una sonrisa cruel,Henryse adelantó, su voz más baja y cargada de veneno.
—Déjame mostrarte lo que es el verdadero poder, cuñado.—se burlóHenry, su mirada fija enAugustocomo si ya lo hubiera derrotado, como si el destino de su lucha estuviera ya sellado en ese preciso momento.
La batalla continuaba, pero ahora, con cada palabra deHenry, la sombra de la derrota se cernía sobreAugusto. Sabía que el poder deHenryno era solo brutalidad; era una fuerza primigenia, una que destruiría todo lo que se interpusiera en su camino sin siquiera esforzarse.
La atmósfera se volvió aún más densa, un peso insoportable colgaba en el aire, mientras las palabras deHenryresonaban con una intensidad que parecía atravesar el alma de todos los presentes.
—Déjame mostrarte lo que es el verdadero poder, cuñado.—su voz se deslizó como un veneno envenenando cada rincón de la mente de los luchadores.La lucha ya no era solo física;se había transformado en una batalla interna, una prueba de voluntad y determinación frente a una fuerza abrumadora, casi sobrenatural.Henryno solo dominaba el espacio y el tiempo con su habilidad, sino también la voluntad de sus enemigos.La desesperación se estaba apoderando de todos.
Cada uno de sus movimientos era un recordatorio brutal de la distancia entre él y los demás. No había manera de escapar de su poder, ni siquiera en sueños.La voluntad de Henry no era solo imparable;era casi un destino inevitable.
Con un gesto de su mano, el aire se deformaba,distorsionando el espacio a su alrededormientrassus ataques desbordaban de furia, llevando consigo la vida de cualquiera que osara desafiarlo.La crueldad de sus ataques no conocía límites;era como un torrente de ira desatada, como una bestia alimentándose del sufrimiento ajeno.
Augustolo observaba, sintiendo la presión sobre sus hombros, su cuerpo exhausto, pero aún con un destello de resistencia. Sin embargo, sabía quela lucha ya no era solo sobre el control físico del cuerpo.Era una lucha psicológica.Henryno estaba peleando solo con fuerza, sino con un deseo visceral de aplastar la esperanza y la resistencia de todos a su alrededor.Disfrutaba del sufrimiento ajenocomo si fuera una necesidad, una satisfacción más que se añadía a su ya insoportable dominio.
Cada golpe deHenryno solo destruía cuerpos, sino que desmoronaba todo lo que alguna vez representó la lucha en sus oponentes.El campo de batalla ya no era solo un escenario de enfrentamientos;se había convertido en un testimonio de la brutalidad, de la imposibilidad de la resistencia frente a alguien con tanto poder y determinación.
No había lugar para la compasión ni para la piedaden este enfrentamiento.Henrylo había dejado claro: no había margen para la debilidad. Y mientras la sangre se derramaba y los cuerpos caían,cada movimiento de Henry reafirmaba su dominio absoluto sobre todos los presentes,asegurando que su victoria no era solo inevitable, sino aplastante.
Augustosintió cómo lairaardía dentro de él, un fuego feroz que parecía consumirlo por completo al ver caer a sus compañeros, uno tras otro,como muñecos rotosbajo la implacable furia deHenry. Cada grito de desesperación que escuchaba solo alimentaba la rabia que hervía en su interior. Sin pensarlo, cargó haciaHenry, su lanza levantada con toda la furia acumulada, dispuesto ademostrar que no sería un blanco fácil.
El aire se cargó de tensión mientrasAugustose abalanzaba hacia él, peroHenry, con su mirada llena de desdén,simplemente se apartó del camino. Un movimiento casi despreciativo, como si el ataque deAugustono fuera más que una molestia.La lanza doradapasó por el espacio vacío yAugustocayó de lleno en el vacío creado por su propia impulsividad,sin poder hacer nada más que sentir cómo el suelo se desvanecía bajo sus pies.
El impacto fue brutal,un crujido seco resonó cuandoAugustotocó el suelo, el eco de su caída casi ahogando el sonido de la carnicería que continuaba a su alrededor.La batalla seguía en un frenesí sangriento,concada ataque fallido de sus aliados alimentando más la furia de Henry.
Era como siHenryse alimentara de la desesperación ajena,disfrutando cada momento de caos y destrucciónque desataba sobre aquellos que se atrevían a desafiarlo.Él no solo era un general sangriento;era la propia encarnación de la guerra, de la violencia sin fin.La gloria de su crueldad era palpable,y mientras sus enemigos caían a sus pies,Henry se erguía aún más fuerte, disfrutando de su superioridad sobre ellos. Cada enemigo caído era un testimonio más de su dominio, de su poder absoluto sobre el campo de batalla.
ParaAugusto, el tiempo parecía ralentizarse mientras se daba cuenta de lo inútil que era su lucha, lo impotente que se sentía frente aHenry,cuya furia parecía no tener fin,como si él fuera el propio caos,la muerte misma.
Augusto sabía que debía encontrar una manera de superar a Henry antes de perder todo lo que amaba. La lucha alcanzaba niveles épicos y sangrientos; el futuro de sus familias pendía en un hilo delgado mientras las sombras del conflicto se cernían sobre ellos.
—Es momento de que reclame el derecho de sucesión. No dejaré que un extranjero tome la posición de líder de la rama —declaró Augusto, su voz resonando con determinación en medio del caos.
—¿Acaso quieres seguir luchando? —dijo Henry, observando la inestabilidad en el aura de Augusto—. Lo lamento, pero tal cosa insignificante no podrá ayudarte.
La batalla seguía escalando en intensidad, cada segundo teñido de sangre, sudor y el eco de almas quebradas.Augustoestaba en el límite de su resistencia, pero la visión de su hermano herido y de sus compañeros caídos avivaba un fuego que no podía apagarse. Era un fuego que ardía en su pecho con furia ancestral, alimentado por siglos de legado familiar y una responsabilidad que ahora pesaba como una maldición.
—¡No entiendes nada, Henry! —rugió Augusto, apretando con fuerza su lanza dorada, cuya luz fluctuaba como si respondiera a la intensidad de sus emociones—.No soy yo quien necesita ayuda. Es esta tierra, este linaje, los que necesitan ser liberados de ti.
Henrysoltó una carcajada burlona, el sonido retumbando en el aire como un trueno cargado de desprecio. Dio un paso hacia adelante, y el suelo bajo sus pies pareció hundirse ligeramente, como si incluso la tierra temiera su presencia.
—Liberados, dices. —La sonrisa de Henry era una mezcla de arrogancia y crueldad, su voz goteando veneno—.¿De verdad crees que estas palabras grandilocuentes significan algo? Reclamar la sucesión, proteger un linaje... Todo eso son distracciones de tu insignificancia.
Henry levantó una mano, y una distorsión oscura empezó a formarse a su alrededor, como si el espacio mismo respondiera a su voluntad. Las sombras parecían bailar a su alrededor, retorcidas por un poder que trascendía lo humano.
—Mírate, Augusto. Tu aura tiembla. Tu voluntad se tambalea. ¿Qué puedes ofrecerme más que una diversión pasajera?
Ryan, malherido, se apoyó en su lanza negra para levantarse, mirando a su hermano con una mezcla de orgullo y desesperación."No te detengas, Augusto,"pensó, sintiendo cómo su cuerpo apenas respondía."Hazlo por nuestra familia, por los que ya no están. Pero… ¿puedes vencerlo?"
La lanza dorada de Augusto comenzó a brillar con mayor intensidad, como si respondiera a la determinación de su portador. Con una voz que parecía romper incluso la distorsión del espacio, respondió:
—No lucho solo por mí. Cada gota de sangre que derramas solo fortalece mi resolución. Si esto significa que debo caer para que otros se levanten, entonces así será. Pero no permitiré que un bastardo arrogante como tú destruya lo que juré proteger.
La tensión se hizo insoportable; los guardias que aún podían moverse retrocedieron, sabiendo que lo que estaba por venir no era algo que los simples mortales pudieran soportar.Henryobservó a Augusto con interés renovado, como si finalmente viera algo digno de su atención.
—Muy bien, pequeño héroe. Muéstrame qué tan lejos estás dispuesto a llegar para defender tus palabras vacías. Pero no te hagas ilusiones; yo soy el que escribe el final de esta historia.
El aire vibró con energía mientras ambos guerreros se preparaban para el choque definitivo, sus destinos entrelazados en una batalla que decidiría no solo el futuro de sus familias, sino también el peso de sus legados.
—Ya que crees que somos iguales, ¿por qué no seguimos con esta pelea, bicho insignificante? —retó a Augusto que con ira estaba apretando su lanza dorada con fuerza. Mientras Henry hablaba, no le dio el suficiente tiempo para reaccionar a Augusto. Con un ligero paso que generó una gran explosión de maná, aceleró como un proyectil y voló hacia su cuñado. Sin embargo, Augusto sabía que Henry se estaba burlando de él; razonaba que Henry se movería de esta forma sabiendo que las distancias no importaban cuando él se movía. con la habilidad que tenia Henry conceptos como lejanía o cercanía eran inexistentes.
La burla deHenryera como un veneno que se infiltraba en la mente deAugusto, pero este no dejó que la rabia nublara su juicio. A pesar de la furia que sentía, sabía que debía mantener la cabeza fría."Esto es un juego para él,"pensó mientras apretaba con fuerza su lanza dorada, cuya luz parecía parpadear al ritmo de su creciente determinación."Un movimiento en falso y estaré acabado."
Henry, con su paso cargado de una fuerza que parecía fracturar la misma realidad, avanzó como un rayo oscuro, dejando un rastro de distorsión en el espacio. A simple vista, parecía que iba directo hacia Augusto, pero este comprendía la verdadera amenaza. No era solo velocidad; era control absoluto sobre el entorno.
—¿Qué pasa, Augusto?—rugió Henry, su voz resonando como un trueno en el campo de batalla—.¿No querías pelear? Entonces, defiéndete. ¿O es que tu lanza es solo un adorno brillante?
Augusto sostuvo su posición, sus pensamientos fluyendo con rapidez. Sabía que atacar impulsivamente sería inútil;Henry no estaba limitado por la distancia ni el tiempo.Cada paso que daba no era hacia adelante o atrás, sino en todas direcciones a la vez, como si burlara las leyes mismas de la existencia.
De pronto,Henrydesapareció de la vista por un instante, y en ese mismo segundo, apareció detrás de Augusto.
—Demasiado lento, cuñado.
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