Capítulo 3: Por primera vez Fuiste útil

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Augusto giró instintivamente, pero no lo suficientemente rápido.Henrylanzó un golpe cargado de maná directamente hacia el costado de Augusto, pero la lanza dorada reaccionó antes que su portador, emitiendo una onda de energía que bloqueó el impacto a duras penas.

El choque fue tan violento que el suelo bajo ellos se fracturó en un radio de decenas de metros. Los guardias que observaban desde la distancia fueron derribados por la onda expansiva, algunos siendo empujados contra los escombros que ya cubrían el campo.

"No puedo ganarle en su propio juego,"pensó Augusto mientras retrocedía unos pasos, con la lanza aún alzada. La mirada de Henry seguía fija en él, y la sonrisa en su rostro demostraba que no estaba ni remotamente presionado.

Eso fue decente, al menos. Pero dime, Augusto, ¿cuánto más crees que puedes durar?

Sin responder, Augusto reunió su energía, sintiendo cómo su maná fluía hacia la lanza. Cada fibra de su ser le gritaba que esta era una batalla imposible, pero la imagen de su familia, de su hermano malherido, y de los caídos a su alrededor, lo impulsaba hacia adelante.

Henryvolvió a moverse, esta vez aún más rápido, apareciendo justo frente a Augusto con una sonrisa cruel en el rostro. Pero Augusto, anticipando el movimiento, giró su lanza con toda la fuerza que pudo reunir y lanzó un ataque en arco, su energía dorada iluminando el campo.

El golpe cortó el aire con una ferocidad que hizo que inclusoHenryelevara una ceja, sorprendido por la intensidad. Sin embargo, con un movimiento fluido, desvió el ataque con su mano envuelta en maná oscuro.

No está mal, pero sigue siendo inútil.

La sonrisa de Henry se ensanchó mientras aumentaba la presión de su energía, retorciendo el espacio alrededor de ambos.

Si no puedes superarme en mi propio dominio, Augusto, entonces no eres más que otro insecto esperando ser aplastado.

La batalla continuaba, un choque de fuerzas y voluntades que transformaba el campo de batalla en un escenario de pura devastación.Henrydominaba el espacio con una facilidad que parecía divina, mientrasAugusto, impulsado por la desesperación y la furia, buscaba una grieta, una mínima oportunidad para cambiar el curso de lo que parecía una derrota inevitable.

Los hombres que llegaron junto aAugustointercambiaron miradas cargadas de terror e incredulidad. Cada uno sentía el peso de una pregunta que no se atrevían a pronunciar en voz alta:¿Cómo era posible que un solo hombre, por muy poderoso que fuera, dominara con tal brutalidad y superioridad absoluta?Algunos temblaban, otros apretaban sus armas con fuerza, como si aferrarse a ellas pudiera darles el valor que les faltaba.

Mientras tanto,Henrypermanecía inmóvil, como una estatua viviente, observándolos desde su posición con una calma inquietante, casi inhumana. El aire mismo parecía inclinarse ante él, pesado y opresivo, mientras los presentes sentían cómo sus esperanzas se desmoronaban como castillos de arena bajo una marea implacable.

La lucha estaba lejos de terminar, pero todos, incluidosAugustoy los guardias, entendían que no era una batalla común.Cada decisión, cada movimiento, podía ser el último. La noche parecía oscurecerse aún más, como si la misma naturaleza se rindiera ante la presencia aplastante deHenry, y el silencio era roto únicamente por el eco de los gritos lejanos de los que ya habían caído bajo su dominio.

La tensión alcanzó su punto más alto cuando las palabras resonaron en el aire, cargadas de una amenaza silenciosa.La vida de los hijos y los guardias de Carlos pendía de un hilo tan fino que parecía a punto de romperse.Augusto sabía que este no era solo un enfrentamiento físico; era un juego de voluntades, una lucha por el destino de todos los que estaban bajo su protección.

Henry, con una sonrisa que destilaba crueldad, avanzó un paso, y ese simple gesto fue suficiente para que algunos de los hombres retrocedieran instintivamente, como si un depredador hubiera marcado a su presa.Para ellos, Henry no era un hombre; era una fuerza incontrolable, una tormenta viviente que amenazaba con arrasarlos a todos.

Mírenlos, temblando como ratones frente a un león —murmuró Henry con desdén, su voz envolviendo el ambiente como un veneno lento—. Sus vidas están en mis manos, y aún así... ¿esperan resistir?

Augustoapretó su lanza con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. —Todavía no hemos terminado.—Su voz, aunque firme, temblaba ligeramente, un reflejo de la mezcla de miedo y determinación que lo consumía.

Henrydejó escapar una carcajada baja, un sonido profundo que reverberó como un trueno en la sala. —¿Terminado? No seas ingenuo. —Alzó una mano con elegancia y en un movimiento calculado generó una onda de maná que agitó el aire, haciendo que los hombres sintieran como si el suelo estuviera a punto de ceder bajo sus pies.

Todo esto está bajo mi control.—Henry los miró con una intensidad escalofriante, sus ojos brillando como los de un titiritero que disfruta manipulando a sus marionetas—.Y cuando decida cortar las cuerdas... ninguno quedará en pie.

Los guardias tragaron saliva, sintiendo cómo la amenaza se volvía tangible, como una cuchilla que les rozaba la garganta. Algunos intercambiaron miradas de despedida, conscientes de que tal vez no saldrían vivos de esta confrontación. Pero incluso en medio del miedo, uno de ellos murmuró con voz temblorosa:

Si vamos a morir, que sea luchando.

La frase encendió un atisbo de resolución en los hombres, quienes, aunque claramente superados, alzaron sus armas una vez más.Augusto, viendo su espíritu quebrado pero no extinguido, sabía que debía aprovechar ese momento de unión antes de que Henry los destruyera.

Entonces, peleemos juntos. Que esta noche, al menos, sepan que no nos arrodillamos ante un monstruo.

Henryinclinó la cabeza, disfrutando de su desesperada resistencia. —Muy bien —dijo con una sonrisa oscura—.Muestren lo mejor que tienen antes de que todo termine.

El rostro deAugustose contorsionó en una mezcla de ira y desesperación mientras su lanza ardía con el brillo de sumaná. La energía acumulada desde lo más profundo de su núcleo fluía como un torrente indomable hacia sus dedos, canalizándose en la dorada arma que sostenía.El resplandor era tan intenso que los hombres a su alrededor retrocedieron instintivamente, incapaces de ocultar el miedo que se apoderaba de ellos.

Con un grito feroz que desgarró el aire,Augustolanzó su lanza como un meteoro fulgurante, su trayectoria destinada a perforar el corazón deHenry. Pero este, inmóvil y confiado, apenas levantó una ceja antes de que una sonrisa burlona deformara su rostro.

¿Es esto todo lo que tienes, Augusto?—murmuró Henry, desbordando un aura de desprecio absoluto.

Sin necesidad de un gesto grandilocuente,Henryactivó su habilidad. El espacio mismo pareció distorsionarse a su alrededor, doblándose bajo su voluntad. Con un movimiento casi despreocupado de su mano, desvió la lanza que se aproximaba como si no fuera más que un juguete insignificante. La dorada arma cambió de rumbo abruptamente, disparándose hacia un grupo de guardias que trataban desesperadamente de reorganizarse tras el caos de la batalla.

El impacto fue catastrófico.La lanza, impregnada del maná de Augusto, liberó una explosión que desgarró el aire y el suelo por igual.Los guardias no tuvieron tiempo siquiera de gritar antes de que sus cuerpos fueran destrozados y lanzados como muñecos de trapo, sus extremidades doblándose en ángulos imposibles.La sangre estalló en una sinfonía grotesca, salpicando el suelo y las paredes cercanas con tonos carmesí.

Uno de los hombres, aún vivo pero gravemente herido, trató de arrastrarse lejos del epicentro, su rostro desfigurado por el dolor y la desesperación.—No... no podemos...—balbuceó, antes de colapsar en un charco de su propia sangre.

Henry soltó una carcajada fría, el sonido resonando como un eco de muerte en el campo de batalla.—¿Ves lo inútil que es resistir?—dijo, mirando directamente a Augusto, sus ojos brillando con una crueldad calculada.—Tu poder es un desperdicio, al igual que estas vidas patéticas.

Augusto, con el cuerpo temblando de rabia, apretó los puños mientras observaba la devastación que había causado su ataque fallido.Sentía la culpa como una garra invisible que le oprimía el pecho, pero también una furia que crecía dentro de él como un volcán a punto de estallar.

Esto no ha terminado, Henry.—Su voz era un gruñido contenido, una promesa de que no se rendiría mientras tuviera un aliento de vida.

Henry lo miró con una mezcla de diversión y aburrimiento. —Oh, Augusto... lo que no entiendes es que esto nunca comenzó para mí. Pero adelante, sigue intentando. Siempre disfruto aplastar las esperanzas de los tercos.

El aire se llenó de tensión y muerte,mientras los sobrevivientes retrocedían, incapaces de decidir si luchar o huir. Augusto sabía que el destino de todos estaba en sus manos, y esa carga pesaba más que cualquier arma.

¡No!—gritóRyan, su voz desgarrada por el terror al ver a su hermano ser brutalmente golpeado.El horror se apoderó de sus sentidos, pero la desesperación lo impulsó a moverse. Sabía que, si no actuaba, el final estaba cerca para todos.

Henry, avanzando lentamente haciaAugusto, irradiaba una confianza aterradora. Cada paso suyo era como el tamborileo de una sentencia de muerte, resonando en el aire cargado de tensión.—¿De verdad crees que puedes detenerme?—preguntó con una calma espeluznante, sus ojos perforando los de Augusto, como si estuviera saboreando el miedo que emanaba del joven.

Augustotemblaba, no de miedo, sino de una rabia ardiente que hervía dentro de él.Cada cuerpo caído, cada grito ahogado de sus hombres alimentaba su determinación.Sujetó con más fuerza su lanza dorada, sintiendo el flujo de sumanáconcentrarse en el arma.

¡No permitiré que esto continúe!—rugió Augusto, su voz rompiendo el silencio opresivo mientras cargaba con todo su ser haciaHenry. Su lanza brillaba con un fulgor dorado, un símbolo de su voluntad inquebrantable, mientras la dirigía directamente hacia el corazón de su enemigo.

Pero Henry no se inmutó.Con un leve movimiento de su cuerpo, se apartó de la trayectoria del ataque, como si el esfuerzo de Augusto no fuera más que un intento infantil.La lanza atravesó el aire vacío, dejando a Augusto vulnerable mientras su enemigo lo observaba con una sonrisa cruel.

Eres patético,—murmuróHenry, su voz impregnada de un desprecio hiriente. Se inclinó levemente hacia Augusto, sus palabras como dagas al oído.—No tienes idea del verdadero poder.

Ryan, viendo a su hermano ser humillado de esa manera, sintió una mezcla de miedo y rabia crecer en su interior. Apretó los puños, desesperado por encontrar una oportunidad para intervenir.—¡Basta, Henry! Esto no es una pelea, es una masacre.

Henrygiró su mirada hacia Ryan, una sonrisa burlona iluminando su rostro.—Exactamente, niño. Y yo soy el verdugo.

Mientras tanto,Augusto, en el suelo, apretaba los dientes con furia. Sentía el peso de la derrota aplastarlo, pero no estaba dispuesto a ceder.En su mente, un torrente de pensamientos lo empujaba a levantarse, a seguir luchando, aunque sus fuerzas estuvieran al límite.

Esto... aún no ha terminado,—dijo entre jadeos, levantándose lentamente, su lanza resplandeciendo nuevamente.

Henrylo observó, su sonrisa transformándose en una mueca de fastidio.—Levántate todas las veces que quieras, Augusto. Solo me darás más placer al destruirte una y otra vez.

La tensión era insoportable; el campo de batalla estaba teñido de sangre, pero la lucha interna en los corazones de Augusto y Ryan era tan intensa como el enfrentamiento físico.Las sombras de la derrota se cernían sobre ellos, pero en sus ojos aún ardía una chispa de esperanza y desafío.

Con un movimiento rápido y letal, Henry desató un ataque devastador contra Augusto.El aire parecía romperse bajo el peso de la energía liberada, una onda demanáque resonaba como un rugido invisible, cargada con la intención de aplastar sin piedad.

Augusto, viendo el inminente ataque, apenas tuvo tiempo de reaccionar. Alzó sulanza dorada, la cual brillaba tenuemente al tratar de contener el impacto que se avecinaba. Pero la fuerza del ataque de Henry era monstruosa.El choque envió a Augusto volando varios metros, su cuerpo estrellándose contra el suelo con un ruido seco.

El polvo se levantó a su alrededor, envolviendo su figura en un velo de incertidumbre.Por un momento, pareció que el mundo se detenía;su respiración entrecortada y la sangre goteando de su frenteeran los únicos signos de que seguía vivo.Vulnerable y aturdido, luchaba por ponerse de pie mientras sus pensamientos se debatían entre el dolor y la necesidad de proteger a los suyos.

La batalla, mientras tanto, degeneraba en un caos sangriento.Los guardias restantes, viendo caer a su líder, intentaban desesperadamente reagruparse.Las órdenes gritadas se mezclaban con los gritos de dolor de aquellos que caían bajo la implacable ofensiva de Henry.Sin embargo, no importaba cuántos intentaran resistir; el poder abrumador del "general sangriento" los aplastaba sin piedad.

Henry estaba en su elemento.Cada golpe fallido de sus enemigos parecía alimentar su ira, pero también su deleite oscuro.Sus ojos brillaban con una mezcla de rabia y satisfacción mientras observaba el caos que él mismo había provocado.

¿Esto es todo lo que tienen? —preguntó con una sonrisa torcida, su voz cargada de desprecio.Avanzó lentamente entre los cuerpos caídos, como un titán que pisa un campo de ruinas.—No son más que juguetes rotos.

Los guardias restantes se miraron entre sí, aterrorizados pero desesperados por encontrar una manera de detener a este monstruo.Uno de ellos, un joven recluta, apenas podía contener las lágrimas mientras sostenía su espada temblorosa.

¡M-mantened la formación! —gritó uno de los capitanes, su voz llena de desesperación mientras trataba de mantener el control.Pero incluso él sabía que estaban enfrentándose a una fuerza que superaba cualquier lógica.

Mientras tanto,Augustoluchaba por levantarse, sus manos temblorosas aferrándose al suelo ensangrentado.Sus pensamientos eran un torbellino de emociones: ira, culpa, y la inquebrantable determinación de proteger a los suyos, sin importar el costo.

No... no ha terminado... —murmuró entre jadeos, su mirada volviéndose hacia Henry, quien lo observaba con un desprecio que quemaba más que cualquier herida.

Henry, deteniéndose frente a Augusto, inclinó la cabeza con una sonrisa burlona.—¿Sigues en pie? —dijo, su tono cargado de burla—. Admítelo, Augusto, eres nada más que un insecto al que me divierte aplastar.

El campo de batalla, teñido de rojo, se convirtió en el escenario de una tragedia brutal.Los ecos de los gritos y el choque de armas eran un recordatorio constante de que la esperanza se estaba desmoronando ante la fuerza implacable de Henry.Pero en los ojos de Augusto aún brillaba una chispa, pequeña pero feroz, que se negaba a ser apagada.

Ryan y Augusto miraban con horror cómo la fuerza implacable de Henry se desataba sobre el campo de batalla.A pesar de que sus corazones se encogían al ver caer a sus compañeros,su atención no podía apartarse del enemigo que los había reducido a meras sombras de esperanza.

Cada movimiento de Henry era un recordatorio de que esta no era una simple batalla, sino una masacre deliberada.La piedad había sido desterrada del campo, reemplazada por un odio tan puro como el filo de una cuchilla ensangrentada.

El aire estaba cargado de la ferocidad de la lucha, impregnado de sangre y saturado con el hedor metálico de la desesperación.El terreno, antes un campo abierto, se había convertido en una visión infernal dondela vida y la muerte bailaban en una coreografía macabra, con cada grito de agonía añadiendo una nota más a la sinfonía del horror.

Con cada golpe de Henry, el suelo mismo parecía estremecerse, como si el universo reconociera su poder y se doblegara ante su voluntad.Las ondas de choque se propagaban en todas direcciones, levantando el polvo teñido de sangre y derribando a aquellos que aún intentaban mantenerse firmes.

¡Augusto, retrocede! —gritó Ryan, desesperado mientras intentaba proteger a su hermano.Su voz se rompió bajo el peso de la impotencia. Sin embargo, Augusto no respondió, su mirada fija en Henry, su cuerpo tenso con una mezcla de rabia y temor.

La risa de Henry atravesaba el aire como un eco diabólico, un sonido cruel que perforaba el corazón de los que aún respiraban.Cada carcajada parecía alimentarse de los lamentos de los caídos, intensificando la sed de destrucción que ardía en sus ojos.

¿Eso es todo lo que tienen? —rugió Henry, su voz resonando como un trueno mientras observaba a los hermanos con un desprecio infinito—. Esto no es una batalla, es un espectáculo patético.

Ryan temblaba mientras levantaba su espada, sus manos cubiertas de sangre, incapaz de distinguir si era suya o de sus camaradas.

No podemos rendirnos —murmuró Ryan con la voz llena de angustia—. Augusto, tenemos que hacer algo... cualquier cosa.

Pero Augusto no contestaba.Sus manos temblorosas aferraban su lanza, la sangre resbalando por el mango mientras luchaba por mantener su compostura.Sus pensamientos estaban nublados, un remolino de culpa, ira y desesperación.Cada segundo que pasaba parecía alargar el abismo entre la esperanza y la aniquilación.

Henry avanzó lentamente, cada paso marcando el ritmo de la perdición.El suelo bajo sus pies parecía sucumbir, grietas negras apareciendo como si el mundo mismo quisiera apartarse de su camino.

¿Qué sucede? —preguntó con una sonrisa torcida—. ¿Es este el gran linaje del que tanto se jactaban? Solo veo miedo y debilidad.

La lanza dorada de Augusto comenzó a brillar débilmente, un eco de la fuerza que una vez había significado orgullo y valentía.Sin embargo, frente a Henry, ese brillo parecía insignificante, como una chispa luchando contra una tormenta.

Ryan dio un paso adelante, interponiéndose entre su hermano y el monstruo que los acechaba.

¡Si quieres acabar con él, tendrás que pasar por mí primero! —gritó, su voz cargada de una valentía desesperada.

Henry arqueó una ceja, su sonrisa ensanchándose mientras extendía una mano hacia Ryan.

¿De verdad quieres apresurar tu muerte, insecto? —preguntó, su tono rebosante de burla mientras un torrente de maná oscuro se acumulaba en su palma—. Entonces ven, y muere como los demás.

El campo de batalla, teñido de rojo, se convirtió en el escenario de una tragedia cruel.Henry, el titiritero de la muerte, disfrutaba moviendo los hilos de aquellos que aún se aferraban a una esperanza cada vez más débil.

Augusto se tambaleó al levantarse, su cuerpo adolorido y cubierto de sangre, pero su espíritu aún ardía con una ira feroz.No podía rendirse, no ahora.El pensamiento de perder a su familia, sus compañeros y el futuro que había jurado proteger lo empujaba más allá de sus límites.

¡Esto no terminará así! —rugió, apretando con fuerza la lanza dorada mientras el maná fluía por su cuerpo, chispeando como un rayo contenido.

Sin embargo, Henry, inmóvil, lo observó con un desprecio abrumador, como si estuviera frente a un insecto irritante.

¿Otra vez? —preguntó Henry, su voz impregnada de burla—. Es curioso que todavía creas que esta lucha tiene algún sentido.

Con una explosión de energía, Augusto cargó hacia él, su cuerpo impulsado por pura determinación.Cada paso resonaba en el campo de batalla, su lanza brillando con un poder que parecía desafiar incluso las sombras.Pero Henry, con un movimiento apenas perceptible, se apartó una vez más, burlándose de su desesperación.

No entiendes, Augusto —dijo Henry mientras sus ojos brillaban con una mezcla de crueldad y superioridad—. Esto no es una batalla, es un espectáculo. Y tú... solo eres el entretenimiento.

Antes de que Augusto pudiera reaccionar, Henry giró hacia Ryan y los guardias restantes.Con un gesto casi casual,una onda devastadora de maná oscuro se desató desde su mano.El aire se llenó de gritos y el sonido de cuerpos cayendo al suelo como muñecos rotos.La energía impactó con una fuerza tan brutal que el suelo se fracturó, dejando un sendero de destrucción que parecía marcar el destino de los desafortunados.

Ryan apenas logró levantar su espada a tiempo, pero el ataque lo arrojó hacia atrás, chocando contra un muro con un impacto que le cortó la respiración.Los guardias, menos afortunados, fueron arrastrados por la onda de choque, sus cuerpos cayendo pesadamente, algunos inmóviles, otros luchando por respirar.

Augusto, jadeando, miró a su alrededor.Su lanza aún estaba en su mano, pero el peso en su corazón crecía con cada segundo que pasaba.El campo de batalla era un retrato de desesperación; los cuerpos de sus aliados teñían el suelo, y la figura de Henry, imponente y despiadada, parecía una manifestación de la misma muerte.

¿Ves lo que pasa cuando intentas desafiarme? —dijo Henry, caminando lentamente hacia Augusto, su sonrisa burlona extendiéndose en su rostro—. Todo lo que amas... lo aplastaré. Y tú no puedes hacer nada para detenerme.

Las palabras eran como dagas que perforaban el corazón de Augusto.La impotencia lo envolvía, pero dentro de él aún ardía una chispa.Era débil, insignificante frente al monstruo que tenía delante, pero esa chispa era lo único que lo mantenía en pie.

No... —murmuró Augusto, apretando los dientes mientras la rabia renovada recorría su cuerpo—. ¡No voy a detenerme!

Henry levantó una ceja, curioso ante la persistencia de su cuñado.

Entonces ven, Augusto. Intenta una vez más.

La atmósfera se cargó de tensión, el aire pesado y frío como si el mismo destino esperara el desenlace.La risa de Henry resonaba como un eco cruel, mientras Augusto daba un paso adelante, tambaleándose pero decidido.

La noche oscura, que parecía tragar toda esperanza, se iluminó con destellos de luz cegadora que se entrelazaban con sombras danzantes, como si las mismas tinieblas fueran conscientes del caos que se desataba. Los sonidos de los choques, gritos y el estruendo de los combates se mezclaban, creando una sinfonía infernal que retumbaba en los oídos de todos.

En medio de esta tormenta de violencia, cada decisión que se tomara ahora podría alterar para siempre el destino de todos. Cada movimiento, cada sacrificio, era una jugada que podría llevar a la ruina o la victoria. La presión de la situación aplastaba los corazones de los combatientes, sabiendo que el futuro de sus familias dependía de su valentía, o de su falta de ella.

La lucha se había transformado en un escenario horrendo, donde la sangre salpicaba el suelo como si fuera lluvia. El sudor, la rabia y el miedo mezclados se sentían en el aire, convirtiendo el campo de batalla en un lugar donde las sombras del conflicto, tan reales como el mismo filo de las armas, acechaban a cada instante. Todo lo que había sido construido, todo lo que quedaba por proteger, pendía ahora de un hilo, tan frágil como una brizna de hierba bajo una tormenta.

—¡Padre,reténlo! —gritóAugusto, su voz rasgando la atmósfera tensa mientras liberaba su ataque con una furia contenida, un destello de desesperación y odio en su mirada. La honda demaná azulque había invocado surcó el aire como un relámpago, un torrente de energía pura cargada con su determinación. Aunque fue el último en atacar, la velocidad de su proyectil fue tan impresionante que llegó a su destino en un abrir y cerrar de ojos.

Unestruendoensordecedor retumbó por todo el campo de batalla, como si el mismo suelo hubiera sido sacudido por un cataclismo. El impacto de la honda de maná contra el terreno creó unaexplosiónde luz cegadora que iluminó la oscuridad de la noche como una llamarada infernal. La onda expansiva de energía que se desató fue tan poderosa que recorrió el campo con una violencia inaudita, destrozando todo a su paso. El aire mismo vibraba con el poder liberado, llenando los sentidos de todos los presentes con una presión insoportable.

Lasondas densas y blancasde la energía se desparramaron por el lugar, barriendo a su paso cualquier resistencia. Los árboles fueron arrancados de raíz, las rocas hechas añicos, y el suelo mismo tembló bajo la fuerza de la explosión. Losguardiasque se encontraban a cierta distancia, viendo cómo la onda de maná avanzaba imparable, no tuvieron otra opción que retirarse a toda prisa, incapaces de soportar la magnitud de la energía. Los ataques que habían lanzado fueron reducidos a nada, como si fueran simples motas de polvo ante la furia de la tormenta desatada.

Los rastros de laonda de manáno solo destruyeron, sino que también hirieron a aquellos desafortunados que quedaron atrapados en su camino. El aire mismo parecía golpear, y losguardiasque intentaban mantenerse firmes fueron empujados hacia atrás, aturdidos y desorientados, como si la misma naturaleza hubiera decidido arrasarlos. Algunoscayeron al suelo, incapaces de resistir el impacto, mientras que otros luchaban por mantenerse de pie, sintiendo cómo las vibraciones del poder reverberaban a través de sus cuerpos. Era como si el campo de batalla se hubiera convertido en untembloroso ecode guerra, un trueno que anunciaba una tormenta inminente.

Por su parte,Henry, sintiendo cómo la presión del ataque lo rodeaba, comprendió que esto no era una mera amenaza; la determinación deAugustoera palpable, un imán para su propia voluntad de actuar. Aun con toda la furia que desataba su cuñado, Henry no podía permitirse subestimarlo. Sabía que la batalla que se libraba no era solo de fuerza, sino deinteligencia, agilidad y reflejos.

Con un movimiento ágil, que parecía desafiar las leyes del tiempo,Henryse preparó para desviar el ataque. Estaba claro que no podía permitirse un solo error, pues, en esta danza mortal,cada segundocontaba más que la misma vida.

Sigue siendo inútil—murmuróHenrypara sí mismo, su voz un susurro casi imperceptible entre la tormenta de energía que lo rodeaba. La fría confianza en sus palabras era un reflejo de la certeza que albergaba en su interior. Con cada respiración, sentía cómo la energía vibraba a su alrededor, como un océano de poder esperando ser domado. Pero esta vez no era solo fuerza bruta lo que necesitaba, sinohabilidad,precisión.

Con ungesto rápidode su mano, la misma que había desviado tantas fuerzas antes,Henrymanipuló el espacio a su alrededor con la misma facilidad con la que un artesano moldea la arcilla.La barreraque emergió ante él era una extensión de su voluntad, un escudo intangible pero imparable que absorbió parte de la onda de maná queAugustohabía lanzado. Era como si elmismo airese hubiera plegado a sus deseos, disipando la explosión antes de que pudiera alcanzarlo con todo su potencial.

La explosiónresonó en el campo de batalla como el rugido de una bestia herida,sacudiendo el suelocon su furia, peroHenrypermaneció firme, como una montaña ante la tormenta. La onda de maná que había surcado el aire se disipó lentamente en la atmósfera, dejando tras de sí una estela dedestruccióny caos. El aire aún estaba cargado con la energía residual, y el campo de batalla se convirtió en un paisaje desolado, marcado por los vestigios del choque.

Elsuelo temblababajo sus pies, como si la misma tierra estuviera preguntándose si podía seguir soportando la magnitud de los ataques. Las ondas de energía, aunque debilitadas por la barrera deHenry, seguían chocando contra él, haciendo que su piel se erizara bajo la presión, pero no cedió. Cada impacto que recibía solo le recordaba lo que estaba en juego, y no podía permitirse la menor distracción.

Sin embargo, el desafío no era solo físico.Henrysabía queAugustono era un enemigo cualquiera. La furia y la determinación en los ojos de su cuñado eran innegables.Augustono estaba dispuesto a retroceder. Cada movimiento, cada acción en el campo de batalla,contaba. Y esa era precisamente la razón por la queHenryno podía permitirse ser complaciente, ni siquiera por un momento. La batalla no había terminado, y lamuerterondaba a cada uno de los combatientes, esperando el más mínimo error para cobrarse su precio.

Augusto, observando cómo su ataque había sidodesviadosin esfuerzo, sintió una oleada defrustraciónque amenazaba con consumirlo. El rugido en su interior se hacía cada vez más fuerte, como un grito primordial que pedíavenganza.No podía permitir que su cuñadose saliera con la suya, no ahora, no después de todo lo que había sacrificado. Su mente corría a mil por hora, buscando alguna manera deromper la defensaimpenetrable deHenry, de superar esa barrera de arrogancia y poder que parecía invulnerable.

La rabialo embargaba por completo, y, con ungrito feroz, cargó de nuevo haciaHenry. Su lanza dorada, ahora un reflejo de su furia, se alzó con fuerza, brillando con una luz tan intensa que parecía desafiar la misma oscuridad que los rodeaba. Estaba decidido ademostrarque aún le quedaba algo más que ofrecer, que no se rendiría ante la marea de poder que su cuñado desataba con tan solo un movimiento.

¡No te saldrás con la tuya!—gritóAugusto, su voz resonando como un eco de determinación, mientras lanzaba su lanza con toda lafuriaque llevaba dentro. El proyectil brillaba intensamente mientras surcaba el aire, una línea de luz corta, rápida, destinada a destruir. En su mente solo había espacio para una cosa:destruir a Henry.

PeroHenry, con su sonrisadespectiva, ya había anticipado cada movimiento. Con ungesto despreocupado, movió su mano en el aire y manipuló el espacio a su alrededor como si estuviera jugando conhilos invisibles. En un parpadeo, la lanza deAugusto, que en otro tiempo hubiera sido letal, fuedesviadacon una facilidad aterradora, redirigiéndola hacia otro grupo deguardias cercanosque intentaban reagruparse.

El impactofue brutal y aterrador. La lanza, ahorafuera de control, se estrelló contra los hombres, lanzándolos al aire como si fueranmuñecos de trapo. Losgritosde los guardias llenaron el aire, una sinfonía dedesesperacióny dolor que reverberó en el campo de batalla. Algunos cayeron al suelo con los huesos rotos, otros se estrellaron contra el terreno, incapaces de reaccionar ante el poder devastador de la acción.La sangrecomenzó a impregnar el suelo mientras los cuerpos caían en un charco de muerte y destrucción, dejando atrás solo ecos de horror.

Augustoobservó, incapaz de moverse por un instante, cómosu ataqueno solo había fallado, sino que habíaarrasado con más vidas.La desesperaciónlo invadió, pero también lo alimentó. Sabía que su único camino ahora era seguir luchando, aunque el peso de sus fracasos pesara sobre sus hombros como una losa. Pero también, algo más comenzó a germinar dentro de él, un fuego que lo impulsó ano rendirse. Esta batalla aún no estaba perdida.

Laatmósferaestaba cargada de unaelectricidad palpable, como si el aire mismo se estuviera cargando de una energía peligrosa, lista para estallar en cualquier momento. Losdestellos de luziluminaban el campo de batalla, reflejando la furia y la determinación de los combatientes que se preparaban para el siguiente enfrentamiento. En un momento fugaz, los tres hombres de la familiaQ'illu,Bernardo,PeteryAugusto, se levantaron de las sombras comofierasdispuestas a seguir luchando,cargaronhaciaHenrycon una velocidad mortal.

Henrylos miró conindiferencia, sus ojos fríos como el hielo, mientras sus pensamientos se mantenían centrados en su objetivo. Sabía que cada golpe, cada movimiento que hacía, estaba siendo calculado. Su concentración estabatan profundaque parecía que el mundo a su alrededor se desvanecía. Estaba tratando depenetrar las malditas capas de sellos espacialesque separaban su lucha de la amenaza que representaban sus dos hijos,BernardoyPeter, quienes se mantenían como una amenaza latente, esperando el momento adecuado para intervenir.

Cada ataque lanzado porAugustoy sus hombres era unadeclaración de intenciones; no solo buscaban ganar, sino demostrar que no se rendirían ante el poder desmesurado deHenry. Sin embargo, como si labatalla fuera un juego, cada golpe fallido solo alimentaba más lased de poder y venganzadel general sangriento.Henrydisfrutaba del caos, de ladestrucciónque se desataba alrededor, de ver cómo sus enemigos sedesmoronabanbajo su fuerza imparable.

Elcampo de batallaestaba cubierto de cuerpos, desangreque tejía una alfombra mortal bajo sus pies. El aire, saturado dedesesperación, parecía respirar a un ritmo frenético, como si la misma tierra estuviera reaccionando a lafuriadesatada. Y sin embargo, paraHenry, todo eso no era más queruido insignificante. La batalla se tornaba algomenorante los ojos de alguien como él, un ser que ya había trascendido los límites de la mortalidad, un hombre cuyavoluntadse extendía más allá de los límites de este plano.

Sin embargo, incluso él no podía dejar de sentir quealgo lo comenzaba a impacientar. Lascapas de espacioque había tejido alrededor de la lucha y la separación de su familia erancomplejas y pesadas, y, aunque se sentía como si pudiera controlar uncontinente entero, esas barreraslo estaban limitando. Cada capa añadida parecía hacerle perder más control sobre la situación, reduciendo elterritoriosobre el que podía maniobrar. En lugar de la expansión ilimitada que se esperaba de ungeneral sangriento, ahora sudominiono llegaba a más de10 kilómetrosderadio.

Esto le picaba en la mente como una heridainsufrible, y aunque semantenía firme, el creciente malestar yfrustracióncomenzaban a reflejarse en su concentración. Cada instante que pasaba, más sentía que estaslimitaciones espacialesse volvían una cadena invisible que learrebatabala libertad para actuar con la brutalidad absoluta a la que estaba acostumbrado. Sabía que debía deshacerse de estas capas, y de ser necesario, lo haríacon la misma furiacon la que había aplastado a todos los que osaron desafiarlo. Pero ahora, la batalla tenía un nuevocomponente: su propiapaciencia.

Ryanobservó horrorizado cómo sus compañeros caían uno tras otro ante la brutalidad imparable deHenry. El sonido de los cuerpos golpeando el suelo y los gritos de desesperación llenaban el aire, mientras una sensación de impotencia lo invadía por completo. Sabía que debía actuar rápidamente, que cada segundo que pasaba podría significar lapérdida de todo lo que amaba, pero su cuerpo no respondía como deseaba. La furia deHenryera inhumana, y con cada movimiento que hacía, se hacía evidente queno había lugar para la compasión ni para la piedaden esa lucha.

Augustogritó desde la distancia, su voz desgarrada por la ansiedad. —¡Ryan!¡Defiéndete! *No podemos permitir que mueras o que te vuelvas un lisiado! —su grito era una orden, pero también un ruego, una súplica desesperada.

Henry, observando la desesperación en los ojos de sus oponentes,rió con desprecio. Cada carcajada que salía de su garganta parecíadesgarrar el aire, como si quisieraaplastarcualquier esperanza que quedara. —¿Unir fuerzas?¿De verdad crees que eso cambiará algo? —su voz estaba impregnada de una burla cruel—.Solo están prolongando lo inevitable.

Con un movimiento rápido,Henryobservó el campo de batalla, donde laúltima lanza sangrientadeAugustoaún seguía clavada en el suelo, empapada en sangre.Henryno pudo evitar una sonrisa más amplia al mirar laineficaciade sus ataques. —Míralo, aún no se libra de mi última lanza sangrienta, y aún asípides unir fuerzas.No seas imbécil, Augusto. —La burla en sus palabras era palpable, como si nada de lo que hicieran pudieradetenerlo.

Elcampo de batallase llenó de una tensión insoportable, donde el choque entre la desesperación de los combatientes y la confianza inquebrantable deHenryparecía crear unvacío mortalen el aire. Ryan sentía cómo el peso de la batalla caía sobre él, pero el fuego de la determinación comenzó a arder en su interior. SiHenrypensaba quepodía hacerlos doblar,estaba muy equivocado.

Con un movimiento rápido,Henrylanzó otro ataque devastador haciaAugusto, quien apenas pudo levantar sulanza doradaen defensa. El impacto fue tan feroz que la explosión resultante iluminó elcampo de batallacon un brillo aterrador,destellos de luzatravesando la oscuridad. El suelo tembló con fuerza mientras las ondas expansivas arrasaban todo a su paso, destruyendo todo lo que encontraban en su camino.

La escena eracaótica:cuerpos caídos,sangre derramadacubriendo el suelo como un manto rojo, mientras losgritos de los moribundosresonaban en el aire, llenos de agonía. El campo de batalla parecía unhorrible lienzo, donde el caos y la destrucción tomaban forma. La atmósfera estaba impregnada delolor a pólvoraymetal caliente, mientras lavida y la muerte danzaban juntas, una coreografía macabra e inevitable, como si estuvieran atrapadas en un juego que ninguno podía ganar.

Augustologró recomponerse tras el ataque, su cuerpo tembloroso, pero su voluntad intacta.Con rabia, lanzó un nuevo embate hacia Henry, sulanza dorada brillandocon una determinación feroz. Cada paso que daba era unadeclaración de resistencia, cada golpe un grito desafiante ante la imparable furia de su enemigo. La tensión en el aire era palpable;sabíaque cada movimiento contaba en estabatalla mortal, y si fallaba, todo estaría perdido.

De repente, unasilicuahumana salió volando de las ondas de energía, su cuerpo destrozado por el impacto, yHenry, aún sonriendo con una expresión cruel, mostró algunasheridasen su rostro. Aunque se sanaron rápidamente, lasgotas de sangreque caían de sus heridas comenzaron a transformarse enlanzas sanguíneas, proyectándose hacia los guardias cercanos conprecisión letal.

Laslanzas sanguíneasvolaron por el aire con un sonido penetrante, atravesando a los guardias sin piedad. Cada una de ellas perforaba el cuerpo de un soldado con lafuerza de una tormenta, dejándoloscaer sin vidaal suelo, como muñecos rotos, dejando un rastrode cuerpos caídosydespedazadosa su paso.Henrymiraba sin expresión alguna, disfrutando de la destrucción y de cómo su poder devastador barría con todo a su alrededor, sin compasión ni remordimiento.

Augustoquedósorprendido, sintiendo como si unacordillera enteragolpeara su cuerpo con una fuerza descomunal, intentando arrebatarle lalanzaque tenía en las manos. La presión era insoportable, como si todo el peso del mundo lo aplastara.La determinación de Henryera implacable,inquebrantable, y en cada uno de sus movimientos,Augustopodía sentir cómo el poder de su enemigo lo acechaba, envolviéndolo como una sombra amenazante.

¿Qué quieres, la posición de líder?No importa.Sin embargo, debes entender esto, Augusto: si quieres pisotearme y robar algo mío, puedes intentarlo. Pero lo siento;me aseguraré de que caigas en el abismo más profundo—dijoHenrycon una sonrisa cruel, sus palabras como cuchillos que cortaban el aire, llenas de desdén.

Augustosintió la rabia comenzando a hervir dentro de él. No era solo un ataque físico, sino una batalla contra su propiadignidad.¿Cómo se atrevía Henry a hablar así?¿Cómo podía aquel ser tansegurode sí mismo cuandoél mismoestaba al borde de la derrota?

¿Quieres herirme?Pero mira esta sorpresa: tu lanza no es lo suficientemente fuerte —replicóAugusto, apretando los dientes mientras sentía cómo el odio lo consumía. La rabia era como una llama furiosa dentro de él, y cada palabra de Henry solo alimentaba esa llama, haciéndola arder más intensamente.

Déjame mostrarte la verdadera fuerza de un ataque de un glorioso general que se encuentra en la cima—dijoHenry, su voz calmada pero cargada de amenaza.La espada que sostenía brillaba, reflejando la luz de labatalla, como una extensión de su propia arrogancia. Cada palabra deHenryestaba impregnada con el peso de susuperioridad, como si todo lo que hacía estuviera destinado a la victoria, y el destino de sus enemigos fuera solo un accesorio insignificante.

En ese preciso momento, la furia deAugustocreció, pero cuando intentó reaccionar,un gritode advertencia deCarlosquedó ahogado en el aire, como si hubiera sido engullido por la gravedad del combate.Henry solo miró a Carlos, su mirada fría y calculadora, y unasonrisa sádicase dibujó en sus labios.Era evidente que ya no veía a Carlos como una amenaza, sino como un simple espectador en su espectáculo de violencia y destrucción.

Carlos, incapaz de reaccionar a tiempo, se quedó mirando cómo la fatalidad se acercaba. No importaba lo que dijera o hiciera, el destino de todos los presentes parecía estar sellado por la voluntad deHenry, elgeneral sangrientocuyafuerza y voluntadparecían no tener igual.

Henrypermaneció inmóvil, las palabras deAugustoperforando su coraza de arrogancia como flechas invisibles.La atmósferaque los rodeaba parecía congelarse, como si el tiempo mismo estuviera aguardando su reacción.Augustohabló con una mezcla de reproche y pragmatismo brutal, su tono tan frío como las sombras que proyectaban las nubes sobre el campo de batalla.

Detente, Henry. Tanto alboroto por un simple lisiado.Desde el principio tú sabías cuál sería su destino.Él moriría, ya sea por unahorrible muerte natural provocada por sus enfermedades, o porque, sencillamente,un lisiado no tiene lugar en este mundo.

Las palabras eran duras, despiadadas, pero también cargadas de una verdad queAugustocreía innegable.Henryseguía sin responder, pero la tensión en su mandíbula y el leve temblor en sus manos lo delataban.

Lo sabes muy bien. Bernardo no tenía ningún futuro, y por eso se te propuso el sacrificio.Augustodio un paso al frente, su mirada fija enHenry, como si intentara atravesar el muro de emociones que lo mantenía en silencio—.Tú mismo aceptaste este sacrificioen pos de fortalecer aPeter.

Las palabras parecieron golpear a Henry como una ráfaga helada.Había verdad en ellas, pero también una acusación implícita que desgarraba su interior.Augusto, al notar que había logrado una grieta en la armadura emocional de su cuñado, continuó presionando.

¿Acaso Peter no es también tu hijo?¿Lo quieres decepcionar?Lo has entrenado para este momento,para soportar la carga que solo él puede llevar. Entonces,¿por qué te sorprendes?—Su voz subió de tono, cargada de frustración y reproche—.¿Por qué tienes este deseo hipócrita de proteger a Bernardo, que ahora no es más que un simple lisiado?

Un suspiro profundo escapó de los labios deHenry, el peso de las palabras deAugustoaplastándolo.Sus ojos, cargados de una mezcla de culpa y resignación,se alzaron hacia el cielo nublado.La tormentaparecía reflejar la guerra interna que se libraba dentro de él.

Sé que acepté.Henryhabló con una voz apagada, casi un susurro, pero suficiente para queAugustolo escuchara. Cada palabra cargaba el peso de sus decisiones pasadas—.Y nunca me perdonaré esa acción impulsiva y cómo me ha afectado.

El silencio que siguió era opresivo, peroHenrycontinuó, su mirada perdida en las nubes, como si buscara en ellas alguna forma de redención.

Por esa razón, sé que nada volverá a ser igual. Tal vez sea miedo.Porque sé que, cuandoMaríalo descubra... —Henrytragó saliva, y por primera vez, su voz tembló ligeramente—.Me despellejará vivo.Y no solo eso,intentará matar a Peter.

Augustoentrecerró los ojos, sorprendido por la sinceridad en las palabras deHenry. Había esperado un hombre que se mantuviera firme en su poder, pero lo que tenía frente a él era un hombre roto, luchando por reconciliarse con sus errores y temores.

Henry, nada cambiará si sigues atrapado en este ciclo de arrepentimiento y rabia.Pero si no actúas ahora, niPeterni lo que queda deBernardotendrán un futuro.Decide quién eres realmente.

Henrybajó la mirada, un destello melancólico cruzando sus ojos por apenas un instante. Sus palabras, cargadas de una mezcla de arrepentimiento y orgullo, parecían perforar el aire tan profundamente como sus ataques perforaban el suelo.Las nubes arriba parecían gruñir, resonando con su furia contenida.

Tal vez, por primera vez, quise ser un padre.—Su voz era baja, pero cargada de peso, como si cada palabra rasgara su garganta—.Un padre al que mi hijo pudiera mirar como cuando tenía 4 años, con esa admiración pura, aunque fuera un ser despreciable.

Augustolo observaba con una mezcla de sorpresa y desdén, su lanza dorada aún vibrando por el impacto anterior. Pero las palabras deHenryno eran para él, ni siquiera para los soldados que permanecían en silencio mortal a su alrededor.Era un lamento dirigido al vacío.

Pero claro, puedes echarme la culpa.Henryalzó la vista, sus ojos perforando aAugustocomo si intentara arrancarle algo más que su fuerza—.Tu padre me incitó.—De pronto, su voz cambió, endureciéndose, volviéndose tan fría como la atmósfera que los envolvía—.Aunque debes saber algo, Augusto: nunca, NUNCA me pongan en una posición donde deba demostrar lo cruel y despiadado que puedo ser.

El silencio fue cortado por un trueno, un rugido celestial que parecía responder al tono amenazante deHenry. Su mirada se tornó más intensa, y el aire a su alrededor pareció oscurecerse.

Porque lo saben, todos lo saben. Puedo hundirlos a todos en el abismo más profundo.—Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro, sus dientes brillando como cuchillas bajo los destellos de los rayos—.Incluso si eso significa hundirme junto con ustedes.

Augusto apretó los dientes, sus nudillos blancos alrededor del asta de su lanza, mientrasHenrydaba un paso al frente, imponente, dominando la escena.

Mira cómo estamos actualmente.—La risa deHenryera un eco cavernoso, una mezcla de burla y desafío—.Yo, aquí, invicto e invencible. Y ustedes...—Su mirada recorrió los cuerpos caídos y los rostros aterrados de los guardias restantes—.Meros insectos, arrastrándose por el suelo.

El golpe llegó sin aviso.La lanza de Augusto, con un movimiento preciso y desesperado, cortó a través del espacio mismo,destrozando la barrera dimensional de Henry. Por primera vez, el terreno de su invulnerabilidad se tambaleó.Henry sonrió.

Oh...—Su voz era baja, casi un susurro lleno de deleite oscuro—.¿Así que puedes rasgar mi barrera?

El arma de Augusto, vibrando con la energía acumulada del ataque, cayó hacia él.Henry levantó su brazo derecho, el acero golpeando contra su antebrazo con la fuerza de una montaña.El impacto fue brutal.Sus pies se hundieron profundamente en el suelo, formando un cráter que pareció devorar la tierra bajo él.El cielo reaccionó al choque, abriendo un agujero en las nubes mientras los rayos bailaban con una furia inhumana.

¡Impresionante!—rugióHenry, su sonrisa cada vez más amplia, más sádica.La presión del golpe no lo doblegó; al contrario, lo encendió.

Augusto, jadeando, retrocedió un paso. El peso de su ataque, uno que habría destrozado a cualquier otro, parecía haber despertado algo más peligroso en su oponente.

¿Eso es todo, Augusto?—preguntóHenry, su tono ahora burlón, casi decepcionado—.Dime que no has apostado todo en ese golpe. Porque si es así...—Extendió su brazo, y un destello rojizo comenzó a acumularse en su palma—.Te prometo que no sobrevivirás para intentarlo otra vez.

Las nubes se arremolinaron, los rayos intensificándose mientrasHenryacumulaba poder, dispuesto a responder al desafío con una fuerza que no dejaría lugar para segundas oportunidades.

Henry, al percatarse de la transformación en el poder y apariencia de lalanza, dejó entrever una fugaz mezcla de sorpresa y admiración contenida. Con un movimiento instintivo,desapareció entre las capas del espacio enla trayectoria directa del ataque., justo cuando la energía liberada por el armase desbordó en un rugido titánico, desgarrando la estructura misma de la realidad. Por un breve pero aterrador instante,el río del tiempo, inmutable y eterno, pareció estremecerse, su flujo alterado por la intensidad del impacto.

Emergiendo a una distancia prudente, Henry contempló los efectos devastadores de la lanza, su expresión ahora marcada por una calma calculadora.

Oro abisal...—pronunció lentamente, dejando que el peso de sus palabras se asentara en el aire cargado—.Así que esa es la composición de tu lanza.—Sus ojos brillaron con un matiz cruel mientras analizaba cada centímetro del arma—.Una creación fascinante. Puede perforar tiempo, espacio, incluso la realidad misma... aunque no con tus manos débiles.

Augusto, con la respiración entrecortada, sostuvo firmemente la lanza, su mirada ardía de determinación.

Pero con tu fuerza actual...—Henry dio un paso hacia adelante, su tono teñido de burla y amenaza—.Solo puedes rasgar el espacio. Dime, ¿hiciste esa lanza pensando en neutralizarme?

Sin darle tiempo a responder,Henryse impulsó hacia Augusto, girando sobre sí mismo con una velocidad letal. Su pierna derecha golpeó con una fuerza devastadora el lado derecho del rostro de Augusto,arrojándolo varios metros hacia atrás.Augusto, todavía aturdido, pudo distinguir por el rabillo del ojo cómo una media luna cristalina, de un resplandecienteverde esmeralda, se dirigía hacia él, surcando el aire como una guadaña espacial.

El corte fue certero pero superficial.Augusto se movió con una agilidad sorprendente, esquivando lo suficiente para evitar que la herida fuera fatal. Un leve surco rojo comenzó a correr por su mano, pero no mostró debilidad.

Henry aterrizó con gracia, sus pies tocando el suelo como si controlara cada partícula a su alrededor.Con un movimiento fluido de su mano, el espacio a su alrededor pareció distorsionarse, y las energías comenzaron a converger en un ataque letal.Augusto reaccionó rápidamente, levantando su lanza y apuntándola directamente hacia Henry. Ambas fuerzas colisionaron en un impacto que sacudió el campo de batalla, haciendo que ambos retrocedieran varios pasos.

El eco de la colisión resonó, dejando una grieta visible en el suelo y en el espacio.La batalla no daba tregua; cada movimiento, cada ataque, era un intento por demostrar quién era el verdadero dueño de este duelo.

Henry, sin perder su sonrisa desdeñosa, habló:

Debo admitirlo, Augusto. Tienes coraje... pero coraje no es suficiente.

Dime donde encontraste el oro abisal, en nuestra galaxia es muy raro ya que es una galaxia muy joven y pocos planetas tienen invasiones de las marea negras.

Augusto no dijo nada haciendo que Henry sonriera, bien ya sabré como obtener esa información tal vez tu prometida sea buena hablando tendré que cansarla mucho para que sintió sus venas estrellar.

Henry dejó caer esas palabras con una calma gélida, su mirada fija enAugusto, esperando una reacción.El silencio de Augustofue la única respuesta que obtuvo al principio, un silencio lleno de rabia contenida, un silencio que solo alimentó la sonrisa sádica de Henry.

¿Nada que decir? Perfecto.—Henry se llevó las manos a la espalda, su tono adoptando una amenaza velada pero claramente presente—.Bien, ya sabré cómo obtener esa información. Quizás...—hizo una pausa deliberada, dejando que sus palabras calaran hondo—.Tu prometida sea más... colaborativa. Estoy seguro de que con un poco de persuasión, empezará a hablar. Aunque tendré que "cansarla" mucho antes.

Elcomentario descaradofue como una chispa que encendió una tormenta.Augusto sintió sus venas estallar, la rabia acumulándose como un torrente incontrolable dentro de él. Su respiración se volvió irregular mientras apretaba los dientes con tal fuerza que un leve crujido resonó en el aire.

¡Cierra la maldita boca, Henry!—rugió finalmente, su voz vibrando con una mezcla de furia y dolor. La lanza en su mano comenzó a brillar con una intensidad renovada, como si respondiera a la ira de su portador. Las ondas de energía dorada que emanaban de ella se extendieron, distorsionando el aire a su alrededor.

Henry rió suavemente, con un tono que destilaba burla e indiferencia.

Ah, ahí está. Eso quería ver. Es tan fácil manipularte, Augusto.—Dio un paso adelante, su presencia aplastante envolviendo el campo de batalla—.Tu furia es como un fuego débil. Ardiente, sí, pero fácil de extinguir. Solo me divierte verte consumir toda tu energía por algo tan insignificante.

Augusto, ahora con los ojos inyectados en sangre, no podía contenerse más. Cada palabra de Henry se hundía en su mente como un puñal envenenado, intensificando su determinación.

Te haré pagar por esas palabras, Henry. ¡Juro que lo haré!—La lanza dorada en sus manos comenzó a emitir destellos, su estructura vibrando con un poder incontrolable.

Hazlo, Augusto. Muéstrame qué tan lejos estás dispuesto a llegar.—Henry levantó una mano con desdén, un aura oscura surgiendo de su cuerpo. La tierra bajo sus pies comenzó a resquebrajarse, y una serie de espinas cristalinas emergieron del suelo, rodeándolo como si fueran un ejército de sombras.

La batalla estaba lejos de terminar, pero en este momento,era más que un combate físico; era un duelo de voluntades, de ego y venganza.

Henry observaba a Augusto con una mezcla de desprecio y curiosidad, ignorando el brillo efímero de su regeneración."Eres del elemento vida, ¿no es así?", preguntó, aunque la evidencia estaba frente a sus ojos. Las heridas de Augusto se cerraban con una rapidez antinatural, una marca inconfundible de los despertados con ese poder.

Augusto no respondió. Sus músculos se tensaron, pero su rostro permaneció estoico. Henry, incapaz de contener su arrogancia, continuó:"Bien, pequeño insecto, has sido ascendido a mi chucho personal. Por favor, no te mueras tan rápido."Su sonrisa era una invitación al caos.

De un gesto casi desinteresado, Henry agitó su mano. Una ráfaga invisible surcó el aire y golpeó el pecho de Augusto, haciendo que retrocediera varios metros mientras un torrente de sangre salpicaba el suelo.El impacto resonó como el eco de una campana rota, manchando el aire con el aroma metálico de la sangre.

Henry sonrió, complacido, pero nunca esperó lo que vino después. En un instante, una mano del tamaño de un yunque le sujetó la cabeza desde atrás.La presión era brutal, como si su cráneo estuviera siendo moldeado por un alfarero despiadado. Antes de que pudiera reaccionar, Augusto lo estrelló contra el suelo con una fuerza que hizo temblar la tierra.

El cuerpo de Henry dejó un surco mientras era arrastrado, su rostro chocando contra rocas y escombros.El sonido del cráneo contra el terreno era grotesco, un recordatorio de la brutalidad sin filtro de la escena.

A pesar del ataque, Henry se liberó con una habilidad insultantemente simple. Se puso en pie, sacudiéndose el polvo y dejando escapar una carcajada llena de burla."Así que estás usandoeso,"dijo con un tono que no ocultaba su diversión, pero sus ojos revelaban un destello de interés genuino.

Augusto, ahora una monstruosidad de más de cuatro metros de altura, apareció frente a él con un rugido sordo que parecía vibrar en los huesos. Sin embargo, Henry no se conmovió ni mostró sorpresa. En cambio, comenzó a saltar en pequeñas distancias del espacio, desapareciendo y reapareciendo con movimientos fugaces, casi burlándose de la lentitud aparente de Augusto.

"¿Por qué forjar una lanza que corta las leyes fundamentales de la existencia si luego la botas como basura?", dijo Henry con un tono casi casual, como si estuviera reprochando a un aprendiz descuidado. La mención de la lanza encendió algo en los ojos de Augusto, y un mazo colosal apareció en sus manos, materializado con una ferocidad que parecía retumbar en el aire.

El arma cayó como un juicio divino, buscando aplastar a Henry, pero este saltó de nuevo, burlando el ataque con una precisión humillante. En un movimiento veloz como una serpiente, Henry cerró la distancia y lanzó un rodillazo directo al rostro de Augusto.El impacto fue tan brutal que el tabique nasal del gigante cedió, hundiéndose hasta el cerebro.

Augusto titubeó por un momento, sangre y fragmentos de hueso saliendo de su rostro destrozado. Pero incluso así, sus ojos seguían vivos, llenos de algo más allá de la rabia: una promesa de destrucción.

"¡Bastardo!", rugió Augusto, su voz cargada de una furia incontrolable. Su puño impactó brutalmente contra Henry, pero este, con una calma insultante, materializó su hoja espacial en un destello frío y cortó el pie derecho de Augusto de un solo golpe.La carne desgarrada y el hueso expuesto chispearon con sangre que caía como una lluvia gruesa.

Henry no perdió la oportunidad para admirar la resistencia de su adversario."Es fuerte,"pensó el padre de Bernardo mientras observaba a Augusto caer hacia él, su regeneración ya completada, con un puño colosal que buscaba aplastarlo.El impacto fue monumental. Ambos puños chocaron con una explosión de maná que desintegró el suelo bajo sus pies, creando un cráter que crecía con cada onda expansiva.

La batalla cuerpo a cuerpo comenzó.Augusto lanzaba sus golpes con una furia descomunal, pero Henry los detenía con la misma facilidad con la que alguien aleja una mosca.Sus palmas absorbían cada impacto con precisión milimétrica, dejando un rastro de sombras residuales que desaparecían en el aire.

"Bien, sigue. Pon más fuerza, balancea tu cuerpo,"se burló Henry, su tono paternal y sarcástico.Parecía un maestro que enseñaba a un aprendiz torpe, aunque su expresión reflejaba un deleite retorcido al provocar a Augusto.Cada choque de sus golpes perforaba capas del espacio, desatando ondas de choque que distorsionaban la realidad circundante.

El intercambio no cesaba, un espectáculo de brutalidad y técnica que parecía infinito, hasta que Henry, con un movimiento calculado, detuvo el puño de Augusto con su palma derecha. La fuerza de su rechazo envió al gigante hacia atrás, y un corte profundo apareció en su pecho, como si un bisturí invisible lo hubiera desgarrado.

"Dos segundos,"comentó Henry con una sonrisa que mezclaba admiración y burla."Eso es lo que tarda tu cuerpo en cerrar una herida que fragmenta el espacio. El elemento vida es, debo admitirlo, sorprendente."

Augusto no respondió. Sabía que no valía la pena alimentar las provocaciones de su cuñado, pero sus ojos ardían con una determinación inquebrantable.La burla de Henry solo era un ruido de fondo; su mente ya estaba calculando su próximo movimiento.

Henry desapareció nuevamente, moviéndose a través de las capas del espacio con una velocidad que parecía imposible de seguir. Pero esta vez, Augusto no era el mismo hombre que había comenzado la pelea.Su cuerpo se encendió en llamas sanguíneas, un resplandor carmesí que se asemejaba inquietantemente al poder que Henry había desplegado al inicio.

"Interesante,"murmuró Henry mientras esquivaba pilares de sangre que perforaban el espacio con precisión mortal. Las lanzas carmesí surgían en todas direcciones, obligándolo a romperlas una a una con movimientos rápidos y calculados. Entonces, una media luna de sangre surgió del epicentro, cortando el aire y obligando a Henry a desviar su curso bruscamente.

"Así que de eso trata tu habilidad."Su tono era despreocupado, pero su mente estaba analizando cada detalle."Habilidad de rango B. Naturaleza: Vida. Adaptabilidad progresiva."

El análisis de Henry no era vacío. Su mirada penetrante desentrañaba la esencia misma de la habilidad de Augusto."Tiene sentido. La vida evoluciona, y tu habilidad te permite adaptar tu cuerpo, fortalecerte contra los ataques de un elemento particular. Interesante, pero..."Su sonrisa se amplió."Eso también significa que necesitas tiempo para adaptarte, ¿verdad?"

Augusto respondió con acciones, no palabras. Sus llamas sanguíneas se intensificaron, y los pilares se multiplicaron en un frenesí de destrucción que resonaba como tambores de guerra.La batalla aún no había alcanzado su clímax, y ambos sabían que solo uno quedaría en pie al final.

Henry sostenía el monóculo que había arrancado del rostro de Ryan después de haberlomasacrado sin piedad, golpe tras golpe.La sangre aún lo cubría, un recordatorio de la brutalidad reciente. Con una sonrisa sardónica,hablaba al objeto como si se dirigiera directamente al espíritu de su antigua víctima.

El lugar donde ambos combatientes estaban parados era un caos absoluto.Fragmentos de roca flotaban en el espacio, moviéndose violentamente debido a los desplazamientos de Henry. Pero antes de que los escombros pudieran causar algún impacto,Augusto los reducía a polvo con simples gestos, como si cada movimiento suyo fuera una declaración de control absoluto.

"Pero dime,"dijo Henry, su voz cargada de un tono burlón mientras caminaba en círculos alrededor de Augusto,"si te corto infinitas veces, ¿tu adaptabilidad te curará infinitas veces?"

Sin esperar respuesta,Henry lanzó una serie de ataques rápidos y precisos, cortes que rompían el aire como cuchillas invisibles.Augusto esquivaba y bloqueaba, su cuerpo ya adaptándose una vez más.Los ataques al azar de Henry no parecían ser una amenaza, o al menos, eso era lo que Augusto quería creer.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de quelos cortes de Henry se volvieran menos efectivos.Augusto ya estaba evolucionando.Los tajos que antes abrían su carne ahora apenas rozaban la superficie, y el tiempo de regeneración se redujo a un suspiro.

Henry entrecerró los ojos, su expresión pasando de la diversión al cálculo puro.Bloqueó un golpe masivo de Augusto con su antebrazo, pero la fuerza del impacto lo arrojó hacia atrás, deslizándose sobre el terreno distorsionado. A medida que recuperaba su posición,movió su cuerpo con un gesto fluido, desatando una falla espacial gigantesca de más de cien metros de largo.La grieta se abrió como una herida en la realidad, intentando devorar a Augusto por completo.

Pero Augusto no era el mismo de antes.Su cuerpo se movió como un rayo, transformándose en una línea de luz sanguínea que atravesó la grieta con una velocidad imposible.

Henry observó, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y furia."Ya veo..."murmuró, sus palabras apenas un susurro que flotó en el aire."Más de una naturaleza. Maldita sea... esa perra egocéntrica me mintió."Su mente viajó momentáneamente al rostro de su esposa,Laura, cuya información sobre los elementos de sus hermanos ahora parecía cuestionable.El engaño era claro, y la ira de Henry hervía bajo su piel.

"Laura,"pensó, gruñendo entre dientes."Maldita seas, perra arrogante. Me has hecho jugar en desventaja."

Antes de que pudiera continuar con su cavilación, un peso ominoso lo sacó de sus pensamientos.Algo colosal se precipitaba desde arriba, cayendo hacia él con una fuerza que amenazaba con aplastarlo por completo.Henry alzó la mirada, su mente volviendo al presente justo a tiempo para enfrentar lo que Augusto había desatado.

Henry alzó la vista, sus ojos entrecerrándose al notar la figura de una pequeña montaña que no sobrepasaba los 30 metros de altura.Sin siquiera pestañear,abofeteó el aire con un gesto cargado de indiferencia, y la montaña fue pulverizada, convertida en escombros que se dispersaron como polvo.

Augusto retrocedió, sus movimientos amplios, logrando cubrir una distancia de 600 metros con un solo paso.

Henry inclinó ligeramente la cabeza, su tono cargado de curiosidad mientras lanzaba una pregunta.
"¿Por qué te alejas?"

Augusto respondió con una sonrisa sardónica, sus palabras perforando el aire como dagas.
"Vamos, lo sabes muy bien. No te sorprendas. Sabes que si pretendes atacarme, tendrás que acercarte. O... tal vez temes que acercarte más te ponga en una severa desventaja y te haga vulnerable... para ser mi perra."

La expresión de Henry no cambió; su rostro permaneció pétreo mientras desviaba la mirada.En un instante, su conciencia perforó todas las capas del espacio yviajó a kilómetros de distancia, donde pudo observar a sus hijos, Peter y Bernardo, enfrascados en su propia batalla.La escena lo inquietó: Bernardo estaba claramente en desventaja, sus heridas impidiendo cualquier posibilidad de victoria.

Antes de que pudiera enfocarse más en el duelo,las capas del espacio se cerraron abruptamente, recuperándose con fuerza y cortando su visión.La furia de Henry retumbó en su mente como un grito silencioso. Apretó los dientes, la rabia latente en su ser manifestándose en su tono cuando volvió a dirigirse a Augusto.

"Es inútil que mantengas tu distancia conmigo."

Augusto respiraba con agitación, sus costillas alzándose y cayendo como si la batalla ya estuviera drenando su energía. Pero entoncesalgo lo hizo detenerse.Una sensación gélida y punzante tocó su pecho. Cuando bajó la mirada, sus ojos se encontraron con una mano.La mano de Henry.

"¿Ves a lo que me refiero, Augusto?"La voz de Henry era como un eco burlón que reverberaba en sus pensamientos.
"Puedo acercarme, puedo tocar tu corazón, incluso atravesarlo, sin una sola gota de sudor o el más mínimo desgaste en mi energía."

Henry retiró la mano con lentitud, como si su acto fuera una mera demostración de su dominio.
"Es simplemente risible intentar mantener distancias físicas conmigo."

Con un destello que fracturó el espacio,Henry se desplazó nuevamente. Esta vez apareció flotando en el aire, mirando hacia abajo a Augusto, como un dios observando a un mortal.

"¿Lo entiendes ahora?"Las palabras de Henry caían como martillos sobre Augusto, cada una cargada de una arrogancia inquebrantable.
"La diferencia que hay entre nosotros es insalvable."

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