Capítulo 3: Por primera vez Fuiste útil
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Augusto alzó la mirada, su respiración aún pesada, pero algo en sus ojos brillaba con desafío, un fuego que no parecía dispuesto a extinguirse tan fácilmente.
¡Cállate, maldito perro callejero!"rugió Augusto, su voz llena de furia.
Henry, sin inmutarse, respondió con una sonrisa fría y despectiva."Pues este perro... te volverá su perra, como lo hice con tu prometida."
"¡Desgraciado!"bramó Augusto, su cuerpo se movió como un rayo hacia Henry, quien lo observaba con indiferencia. Ambos iban a chocar, sus puños preparados para destrozarse, peroAugusto observó con asombro y furia cómo su puño pasaba a través de la sonrisa de Henry.En ese instante,Henry le dio una patada brutal en la espalda, justo a la altura de su hombro, enviándolo de cara al suelo.
Sin darle tiempo para reaccionar, Henry se movió con una velocidad imposible de seguir.Entró en la ilusion y la realidad, desgarrando el espacio con cada movimiento mientras acribillaba el cuerpo de Augusto, golpe tras golpe.Su puño derecho se incrustó en el abdomen de Augusto, atravesando su armadura como si fuera papel,arrancando las tripas de su cuñado con un gesto brutal y preciso. La violencia del golpe hizo que Augusto fuera lanzado hacia atrás con una fuerza devastadora.
Henry distorsionó el espacio con cada golpe,arrastrando a Augusto a través del dolor y el caos. Pero el sufrimiento no terminó ahí. Henry continuó golpeando su rostro con una furia imparable.
En el último impacto, Augusto, ya al borde de la desesperación,formó un bloqueo con sus brazos en forma de equis,protegiéndose lo que pudo, pero la consecuencia fue fatal.Sus huesos se astillaron con el golpe.El dolor recorrió su cuerpo, pero su voluntad seguía intacta.
"Maldita sea... mi adaptabilidad... no se pone al día..."gruñó Augusto entre dientes, sus fuerzas agotándose, mientras su cuerpo, destrozado y sangrante, se levantaba de los escombros. La agitación en su respiración era evidente, pero la rabia en su pecho no se apagaba.
"Te voy a destruir, Henry..."Pensó con furia, mientras las sombras de la batalla se alzaban a su alrededor, desmoronando lo que quedaba de su resistencia.
En un parpadeo,un masivo rayode kilómetros de longitud y varios metros de anchura cayó sobreAugustocon la fuerza de una tormenta apocalíptica.
Henry, imperturbable como siempre, lo observó desde su posición. No parecía sentir siquiera la presión del impacto.
Augusto, sin embargo, no se dejó dominar.Se empleó al máximocon su elemento rayo, aumentando su velocidad hasta alcanzar un nivel que desbordaba todo límite conocido.La luz misma parecía doblarse a su paso.Henry era rápido, pero el rayo, al llegar a su máxima velocidad, se convirtió en algo que desbordaba incluso sus capacidades.El 50% de la velocidad de la luz era demasiado rápido para cualquier ser mortal, ni siquiera para alguien como Henry.
En ese instante, unaesfera de rayoschocó con la cabeza de Henry, empujándolo con tal fuerza quelo arrojó hacia el suelo, creando una explosión masivaen el epicentro del impacto. La tierra y el espacio mismo parecían romperse por la potencia de la colisión.
Pero Henry no estaba derrotado.Augustocontinuó su ataque, liberandodiversas balas de rayocon tal potencia que parecían dejar en ridículo todo el arsenal nuclear de la antigua humanidad.Las explosiones sacudían el espacio como si el mundo mismo estuviera en guerra.
Pero, en un abrir y cerrar de ojos,Henry reapareció detrás de Augusto,casi como si nunca se hubiera movido. Con un solo gesto,formó un mazo con su manoy golpeó la cabeza de Augusto con tal fuerza quelo envió al suelocon la violencia de un meteorito estrellándose contra la tierra.
Augusto cayó a cuatro patas,atónito, llevándose una mano a su cabeza. Jamás esperó que Henry, con su velocidad y habilidad,apareciera justo frente a él en un abrir de ojos. Sin darle tiempo a reaccionar,Henry lo pateó en la cara,lanzándolo por los aires, desintegrando la resistencia que quedaba en su cuerpo.
Henry sonrió, satisfecho,mientras su cuerpo saltaba entre las capas del espacio una vez más.Se reposicionó tras Augustocon una rapidez vertiginosa,y le dio una patada en la nuca.El golpe fue brutal, una explosión de fuerza que dejó a Augusto incapaz de levantarse, su cuerpo colisionando contra el suelo con un estrépito que resonó a través del vacío.
El campo de batalla estaba teñido de devastación.Augusto, herido y agotado,ya no podía ver más allá de la furia incontrolable que se desataba en su mente, mientras Henry, casi inmortal, se mantenía firme en su posición.
Augustono pudo evitarlo.Vomitar una gran cantidad de sangremientras sus ojos se desenfocaban fue el resultado de la brutalidad de los golpes. Nunca imaginó que lasmanos del espaciolo tomarían de la cabeza,un estremecedor cabezazode parte deHenrylo dejó atónito, sin poder reaccionar, mientras la furia y el dolor se apoderaban de su ser.
Con la vista turbia,Augustose hizo a un lado con esfuerzo, buscando alejarse del siguiente ataque. PeroHenry, sin perder la oportunidad,pisoteó su cabeza contra el suelo de roca, aplastando su rostro con el peso de la furia acumulada.
"Maldito seas, Henry,"rugióAugusto, su voz llena de ira y sangre. Su rayo salió disparado,impulsando su cuerpohacia adelante con una fuerza descomunal.El derechazoimpactó en la cara deHenry, quien sintió cómo la sangre comenzó a brotar de su rostro. No obstante, esto no hizo queHenryretrocediera, sino que loprovocó aún más.
Augusto, en su furia, siguió el ataque con una serie degolpes al cuerpode Henry,desatando todo su poderpara finalmenterematar con un rodillazodirecto al abdomen de su cuñado. El golpe hizo queHenryretrocediera, pero su expresión se mantuvo fría.
Henry, quien se movía con la destreza propia de un ser que dominaba las capas del espacio, seburla de su cuñadomientrasesquivabaa gran velocidad, observando cómoAugustoesparcía rayos por el lugar. Sin embargo, en el instante en queHenry apareció frente a él,Augustointentó un golpe, pero fue esquivado con facilidad.Una patadaimpactó en su cara, lanzándolo al aire, y cuandoHenryapareció de nuevo a su lado, unnuevo golpe de manolo estrelló contra el suelo con tal fuerza que la tierra se agrietó bajo su peso.
El campo de batalla era una danza de destrucción, dondeAugustoyHenryse enfrentaban con todo su poder, pero la diferencia entre ellos se volvía cada vez más evidente.La ira de Augustoera palpable, peroHenryparecía no moverse de su lugar, siempre con esa sonrisa burlona, sabiendo que el poder deAugusto, aunque formidable, no era suficiente.
Toma tu lanza, Augusto.
No dudes pequeña mierda, toma tu lanza porque sino moriras.
Laatmósfera se volvió densa, como si el mismo aire se apretara alrededor de ellos, pesado, vibrante con la energía que se acumulaba.Henrypermanecía en pie, su cuerpoen tensión, su poder burbujeando en su interior, esperando el momento perfecto para desatarse. Cada fibra de su ser vibraba con la fuerza contenida, y elespacio mismoparecía respirar con la anticipación del desastre que estaba por desatarse.
Augusto, al otro lado, sentía lapresióncomo un peso en su pecho, pero no mostró miedo. Sabía que su cuñado estaba a punto de liberar unpoder devastador, pero su propia voluntad de lucha ardía tan fuerte como la furia de los rayos que había invocado.Los ojos de ambos brillaban con la misma determinación, cada uno listo para demostrar que no cedería.
En unmovimiento decidido,Henrylanzó su ataque, suespada brillando con intensidad, cortando el aire con tal fuerza que lavibración del manáseguía su traza, creando ondas de energía que se propagaban por el entorno. Lafuerzadetrás de cada movimiento deHenryera palpable, yel aire mismo temblababajo la presión de su poder desatado.
Augusto, consciente del ataque inminente, alzó lalanza dorada, suenergía irradiandomientras se preparaba para contrarrestar. Su mirada se fijó enHenry, sabiendo que este enfrentamiento era la prueba de su resistencia.El choque de poderesestaba a punto de estallar, y la batalla alcanzaba su punto de máximaintensidad.
La espada deHenrycortó el aire con una precisión mortal, peroAugustono se dejó sorprender. En un movimiento igualmentedecidido, contrarrestó con sulanza, desatando unaexplosión de manáque resonó como un trueno. Losgolpesycontragolpesse sucedieron con tal velocidad que elmundo a su alrededor parecía desmoronarsecon cada impacto. Las energías colisionaban como si el mismoespaciose estuviera desgarrando, los ecos de sus enfrentamientos reverberando por el campo de batalla.
La batalla se intensificaba aún más. Cada golpe, cada choque de susenergías densas, enviabavibracionespor todo el paisaje, creando grietas en el suelo,tormentas de energíaque se alzaban en el aire.Henryno cedió ni un milímetro, sudeterminación inquebrantablereflejada en la furia de sus movimientos, cada golpe impregnado con su poder, dispuesto ademostrar que su habilidadestaba más allá de lo queAugustopodía manejar.
Augusto, aunque sorprendido por la furia de su cuñado, no estaba dispuesto a rendirse.Con la lanza dorada en mano,se defendiócon cada fibra de su ser, resistiendo cada golpe, cada estallido de energía, con lafuerza de su voluntad. Pero lasondas de manáque vibraban a su alrededor, ladensa atmósfera cargada con la energía de Henry, comenzaban a ponerlo a prueba más allá de lo quesu adaptabilidadpodía asimilar.
Ambos, inmersos en su lucha, sabían queeste enfrentamiento no terminaría hasta que uno de ellos caiga. El aire seguía vibrando, y elpoder que se desatabaera imparable, mientras lasondas de choquede sus ataques y defensas sacudían el mismoespacio que los rodeaba.
La batalla se intensificaba a niveles insostenibles; cada golpe resonaba como unaexplosiónde energía pura, dejando una huella en el aire y sacudiendo la tierra bajo sus pies.Augusto, aunque sorprendido por la ferocidad del ataque deHenry, no estaba dispuesto a ceder ni un paso.Con la lanza dorada en mano, su voluntad ardía con la misma intensidad que sufuria interior, preparándose para contrarrestar el embate imparable de su cuñado.
Henryavanzó con rapidez, lamanipulación del espaciocomo su aliado. En un instante, supresencia desaparecióde un lugar y apareció al siguiente, moviéndose en un abrir y cerrar de ojos.Esquivóla lanza dorada,demostrandosu agilidad y maestría en el control absoluto del espacio. Pero sucontraataquefue aún más devastador.
Con un movimiento ágil,Henrytrazó unalínea mortalcon su espada, cortando el aire con precisión letal.Augustoapenas tuvo tiempo de levantar su lanza en defensa, la cual se estrelló contra la hoja con unimpacto ensordecedor. El sonido del choque fuetremendo, reverberando por el campo de batalla como un trueno, mientras ambos combatientes se mantenían firmes, luchando pormantener el controlde la situación.
Lafuerzadel golpe deHenryhizo que el suelo temblara bajo sus pies, una onda expansiva deenergíaque empujó a losguardias cercanoshacia atrás. La tierra misma parecía romperse bajo el peso de su enfrentamiento.Augustosintió cómo sucuerpose desestabilizaba por el impacto, pero se mantuvo en pie, lairay lafrustraciónacumulándose en su interior como una fuerza primigenia.
No podía permitir que Henry continuara desatando su furia; debíasuperarlo, encontrar una forma de contrarrestar el poder desbordante de su cuñado. Laadaptabilidadde Augusto era su mayor ventaja, y estaba decidido a usarla al máximo para igualar la balanza.
Con ungrito feroz,Augustocargó nuevamente haciaHenry, sudeterminaciónardiendo como una llamarada.¡No te saldrás con la tuya!gritó, su voz resonando con la misma furia queimpulsaba su lanza, la cual fue lanzada contoda su fuerza, alcanzando velocidad y potencia suficiente para desintegrar cualquier defensa si Henry no reaccionaba a tiempo.
PeroHenryno era un enemigo común, y lo sabía. En ese mismo instante,las distorsiones del espaciocomenzaron a formarse alrededor de él, mientras sus ojos brillaban con un propósito absoluto.El choque estaba por continuar, y ninguno de los dos pensaba ceder.
Henrysonrió con desdén, su mirada cargada desuperioridadmientras observaba aAugustointentar atacar. Con un simple gesto de su mano, lamanipulación del espacioentró en juego una vez más. Lalanza doradade Augusto, que se había dirigido hacia él con la intención de perforarlo, fuedesviadacon una precisión milimétrica. La fuerza delmovimientofue tal que la lanza, en lugar de impactar enHenry, seredirigiócon lagravedadhacia un grupo deguardiasque intentaban reagruparse.
El impacto fuedevastador. La lanza atravesó el aire agran velocidad, dejando un rastro de energía pura, y cuandotocóa los guardias, fue como unaexplosión. Los cuerpos fueronlanzados al airecomo muñecos de trapo,desintegrándoseen el proceso. Losgritos de horrorde los soldados resonaron en el aire, pero sus voces fueron rápidamente ahogadas por el estrépito de la batalla. El suelo, antes cubierto de polvo, ahora estaba manchado desangreyrestosde carne. Laescenaera un verdaderocampo de carnicería, donde la muerte y la vida se fundían en unacoreografía macabra.
Ryan, desde la distancia, observó con horror cómo sus compañeros caían ante labrutalidaddeHenry. Los gritos y lamentos de aquellos que sucumbían a la furia del cuñado deAugustollenaban el aire, mientras el aroma de lapólvoray elmetal calienteimpregnaban la atmósfera.La desesperaciónlo envolvía, su mente buscando alguna solución, algún medio para detener el avance imparable de Henry. Sabía que si no actuaba rápido, todo lo que había querido proteger, toda su familia, estaríaperdida.
Cada movimiento que hacíaHenrymostraba sin lugar a dudas que no había cabida para lacompasiónen este enfrentamiento. Losgolpes, ladestrucciónde la naturaleza misma, todo apuntaba a unconflicto sin retorno, donde solo lavoluntad de poderdecidiría el futuro.El caosreinaba, y lassombras del conflictose alzaban como unanube oscuraque amenazaba con engullirlos a todos.
PeroAugustono estaba dispuesto a rendirse. Con elfierro espíritu de luchaque siempre lo había caracterizado, levantó sulanzauna vez más, sumirada decididareflejando unfuego interiorque no podía apagarse. Sabía que esta batalla estaba lejos de llegar a su fin, y aunqueHenryparecía tener la ventaja,Augustosentía que aún tenía mucho porluchar.Cada fibra de su serestaba centrada ensobrevivir, enprotegera su gente, enacabarcon este monstruo que ahora se interponía entre él y lasalvación.
Elrugido de la batallasiguió resonando mientras ambos combatientes se preparaban para el siguiente enfrentamiento, sabiendo que laluchasería másbrutal, mássangrienta, y másdesgarradoraque nunca.
Henry ignoró al viejo, se paró en el lugar y volvió a agitar su espada con indiferencia.
Su maná fluyó por toda la hoja del arma, que se elevó hacia el oscuro firmamento mientras realizaba el balanceo del arma.
La energía que circulaba en la espada era poderosa; sus ataques siempre eran letales.
—¿Te lo dije, viejo? Si mi hijo es el sacrificio hacia la familia Q'illu, entonces los descendiente de la familia Q'illu sera el sacrificio en nombre de mi hijo —declaró Henry con desdén, disfrutando del caos que había desatado.
Augusto, sintiendo la presión del momento, se preparó para lanzar un nuevo ataque. Con un grito de desafío, levantó su lanza dorada y cargó hacia Henry, decidido a no dejarse intimidar. La determinación brillaba en sus ojos mientras se acercaba a su enemigo.
Henry permaneció inmóvil, observando con fría indiferencia cómo Augusto cargaba hacia él con la lanza dorada en alto. Cada paso de Augusto parecía hacer vibrar el suelo bajo sus pies, un eco que resonaba con la ira contenida de un hombre al borde del abismo. Pero Henry no se movió; en lugar de eso, permitió que su sonrisa torcida se expandiera mientras su maná pulsaba como un torrente imparable a través de su espada.
El viejo que había intentado intervenir antes estaba ahora de rodillas, con las manos temblorosas y los ojos llenos de terror. El aire a su alrededor estaba cargado de una energía sofocante, y cada respiración se volvía una lucha contra la opresión que emanaba de Henry.
—¡Tu arrogancia te ciega, Augusto!—rugió Henry con una mezcla de burla y desdén—.Tu lanza no es más que un juguete ante mi poder.
Augusto, a pesar del peso de esas palabras, no disminuyó su velocidad. Con cada paso, los recuerdos de los caídos y el sacrificio de su propia familia lo impulsaban hacia adelante. Su lanza comenzó a emitir un brillo cegador, el maná dorado envolviéndola como un fuego viviente que prometía consumar su venganza.
—¡No permitiré que mancilles más a mi familia, Henry!—gritó Augusto, su voz cargada de furia y desesperación.
La distancia entre ambos se acortó en un instante, y el choque fue monumental. La lanza dorada impactó con la espada envuelta en maná de Henry, generando una explosión de energía que desgarró el aire y arrojó escombros en todas direcciones. Los cielos oscuros se iluminaron brevemente, como si el universo mismo temiera el poder de los dos hombres.
Henry aprovechó el retroceso para dar un giro y lanzar un golpe lateral con su espada. Augusto apenas pudo bloquearlo, pero el impacto lo hizo tambalearse, sus pies dejando surcos profundos en el suelo mientras retrocedía. Henry no perdió tiempo y avanzó como un depredador, su espada cortando con precisión letal mientras cada uno de sus movimientos destilaba una confianza escalofriante.
—Eres lento, Augusto. Incluso con toda tu determinación, sigues siendo débil.—Henry lanzó otro corte que rozó el rostro de su cuñado, dejando una fina línea de sangre que goteó sobre la tierra marcada por la batalla.
Sin embargo, Augusto no se rindió. Aprovechó una apertura en la postura de Henry y giró sobre sí mismo, lanzando un golpe ascendente con su lanza. El filo dorado rasgó el costado de Henry, haciendo que un destello de dolor cruzara su rostro por un breve instante.
—¡La debilidad no me define!—vociferó Augusto mientras retrocedía y volvía a posicionarse para un nuevo ataque.
Henry llevó una mano a su herida, observando la sangre que goteaba entre sus dedos. En lugar de enfurecerse, comenzó a reír, una risa profunda y resonante que parecía amplificar la tensión en el aire.
—Parece que aún tienes algo de lucha en ti, Augusto. Excelente. Me aseguraré de arrancarte todo ese fuego antes de que termine la noche.—Henry alzó su espada nuevamente, y el maná a su alrededor estalló en un espectáculo de luces y sombras, anunciando que la verdadera masacre estaba a punto de comenzar.
Los ecos de su risa se mezclaron con los gritos lejanos de los combatientes que aún intentaban escapar del caos, y la tierra misma parecía temblar en anticipación de la próxima embestida.
La atmósfera se volvía más pesada con cada instante, como si el mismo aire reconociera la intensidad del enfrentamiento. Los combatientes estaban atrapados en una danza de vida o muerte, donde cada segundo, cada elección, podía significar el fin.Augusto, con los músculos tensos y la mirada fija, canalizó toda su fuerza en el lanzamiento de su lanza dorada. El arma surcó el aire con un destello brillante, un haz de luz que parecía buscar con hambre al enemigo.
PeroHenry, impasible y mortal como un depredador acechando, reaccionó con una precisión sobrehumana. Con un movimiento fluido, giró sobre sus pies y, empuñando su espada envuelta en un aura oscura y chisporroteante, desvió la lanza con un impacto que iluminó el campo de batalla.La energía de su ataque resonó como un trueno, un eco que rugió en los oídos de los soldados cercanos, llenándolos de terror.
—¿Es esto todo lo que tienes, Augusto? —espetó Henry, con un tono cargado de desprecio. Sus ojos brillaban con una mezcla de odio y satisfacción mientras avanzaba, blandiendo su espada como una extensión de su voluntad destructiva.
Antes de que Augusto pudiera recuperar el equilibrio,Henry contraatacó con una brutalidad arrolladora. La espada surcó el aire con la furia de una tormenta, dejando un rastro de energía tan devastador que los observadores sintieron cómo el suelo vibraba bajo sus pies.El sonido del impacto fue un estruendo ensordecedor, una explosión de poder que silenciaba cualquier grito o gemido.
Augusto logró alzar su lanza justo a tiempo para bloquear el ataque, pero la fuerza del choque fue incontenible.El arma resonó con un chirrido agónico, y las manos de Augusto comenzaron a temblar por la intensidad del golpe.El impacto lo lanzó hacia atrás, como si hubiera sido alcanzado por un martillo colosal. Su cuerpo se estrelló contra el suelo, dejando un surco en la tierra mientras rodaba varios metros.La sangre comenzó a brotar de una herida en su frente, mezclándose con el sudor que corría por su rostro.
—¡Padre! —gritó un joven soldado desde la distancia, su voz cargada de desesperación.Los guardias que aún se mantenían en pie se miraron unos a otros, temblando ante la visión de Augusto siendo derribado. Algunos, dominados por el miedo, retrocedieron unos pasos.
Henry avanzó lentamente, su espada brillando con un poder ominoso.Cada paso que daba parecía cargar el aire con electricidad, una amenaza latente que hacía temblar hasta a los más valientes.Sus ojos se clavaron en Augusto, quien, a pesar del dolor que invadía su cuerpo, se incorporaba con dificultad, apoyándose en su lanza.
—No te equivoques, Henry... —murmuró Augusto, con la voz rota pero llena de una determinación férrea—.Aún puedo pelear.
Los ojos de Henry se entrecerraron, y su sonrisa se torció en una mueca despiadada.
—Entonces levántate... y muere como un verdadero guerrero.
El viento se detuvo por un momento, como si el mismo mundo contuviera el aliento ante lo que estaba por venir.El destino de ambos, de sus familias y de todo lo que amaban, pendía de un hilo mientras las sombras de la guerra se cernían sobre ellos.
El grito desgarrador de Carlos atravesó el caos del campo de batalla, resonando como un eco de dolor y desesperación.Su mirada se clavó en el cuerpo inerte de su hijo,y su alma parecía desgarrarse mientras luchaba contra las cadenas invisibles del sufrimiento que lo mantenían postrado en el suelo.Las heridas en su cuerpo eran profundas, pero las de su corazón eran peores.
—¡Maldito seas, Henry! —vociferó Carlos con una voz rasgada, su odio perforando la atmósfera cargada de sangre y muerte.Su puño temblaba mientras golpeaba el suelo, un gesto de impotencia ante el horror que se desplegaba frente a él.
Henry, imperturbable y con una sonrisa torcida, se giró hacia Carlos, sus ojos brillando con la satisfacción sádica de quien disfruta aplastar a sus enemigos. —¿Esto es lo que querías ver, viejo? —su tono era como un cuchillo, gélido y cortante—.Es el precio de enfrentarte a alguien como yo.No hay espacio para la piedad aquí.
Augusto, aún tambaleante, levantó su lanza dorada, sus ojos encendidos por la rabia y la determinación.Las palabras de Henry lo golpearon como un desafío, como una afrenta que no podía ignorar.Pero antes de que pudiera actuar, Henry desató su furia.
Con una velocidad abrumadora, Henry avanzó, su espada brillando como un relámpago negro.Cada movimiento era una obra maestra de destrucción;sus ataques eran precisos, brutales, y cargados de una energía oscura que hacía vibrar el aire.Las ondas de choque de cada golpe destrozaban el terreno, arrancando trozos de tierra y lanzándolos por los aires.
—¡Mantened la formación! —rugió un guardia, intentando desesperadamente reagrupar a los hombres que quedaban en pie.Pero sus palabras se perdieron en el caos.
Henry no les dio tregua.Su espada cortaba el aire y la carne con la misma facilidad.Cada tajo dejaba a su paso cuerpos desgarrados y gritos sofocados por la muerte.El suelo se teñía de rojo, y el olor a sangre y metal caliente impregnaba cada rincón.
Augusto finalmente cargó, su lanza apuntando directamente al corazón de Henry.Su grito de guerra resonó con toda la fuerza de un hombre que luchaba no solo por sobrevivir, sino por vengar a los caídos.El impacto entre ambos fue titánico.La lanza chocó contra la espada de Henry, y una explosión de energía los rodeó, sacudiendo todo a su alrededor.
—¡Por mi familia, no caeré ante ti! —bramó Augusto, empujando con todas sus fuerzas.
Henry, sin embargo, no cedió.—¿Tu familia? —se burló con una risa cruel—.Ya están medio muertos. Solo falta que te unas a ellos.
La batalla continuaba, un espectáculo épico de poder y voluntad.Mientras tanto, Carlos, todavía en el suelo, luchaba por no sucumbir a la desesperación.Un pensamiento oscuro cruzó su mente: ¿valía la pena este sacrificio?Pero en lo profundo de su ser, sabía que, aunque su cuerpo estuviera roto, su espíritu debía permanecer inquebrantable.
En los bordes del campo de batalla, los soldados sobrevivientes observaban con horror y admiración.Cada golpe de Henry era una sentencia de muerte, y cada defensa de Augusto era un grito de desafío contra lo inevitable.
El destino de todos pendía de un hilo, tenso y frágil, a punto de romperse.
Augusto apretó los dientes con furia, su corazón latiendo con el ardor de la impotencia y la rabia.La visión de sus compañeros siendo abatidos, sus cuerpos cayendo como hojas arrastradas por el viento, alimentaba una llama en su interior que no podía ser sofocada.Con un rugido que parecía surgir desde lo más profundo de su alma, levantó su lanza dorada una vez más.
—¡Maldito seas, Henry! —vociferó con toda la fuerza de su ser, sus ojos ardiendo con una mezcla de desesperación y desafío.
La lanza en sus manos brillaba con un fulgor casi cegador, como si respondiera al clamor de su portador. Con un movimiento poderoso, la lanzó hacia Henry,la trayectoria del arma cortando el aire con un silbido ensordecedor, como un relámpago dorado buscando vengar a los caídos.
Pero Henry, frío e imperturbable,ni siquiera pestañeó ante el ataque.Su semblante era el de un depredador seguro de su dominio.Con un gesto despectivo, agitó su mano, y la lanza, que parecía imparable, cambió de dirección como si fuera un juguete manipulado por un titiritero.
El arma voló hacia un grupo de guardias que intentaban reorganizarse, y el impacto fue brutal.El estallido resonó como un trueno, arrancando gritos desesperados de los hombres.El suelo tembló bajo la explosión de energía, y los cuerpos fueron lanzados al aire, esparciéndose como hojas bajo un vendaval.Sus gritos, cortados abruptamente por el choque, dejaron un eco aterrador que impregnaba el aire.
Augusto cayó de rodillas, sus ojos reflejando el horror de la escena.Podía sentir el peso de la desesperación hundiéndose en su pecho, pero no podía permitir que lo venciera.La ira luchaba contra la tristeza en su interior, mientras el hedor de la muerte y la sangre saturaba el ambiente.
—¡Retrocedan! —gritó uno de los soldados que aún quedaban en pie, su voz quebrada por el miedo y la incertidumbre.Su rostro estaba cubierto de sudor, y sus manos temblaban mientras intentaba reorganizar a los pocos que quedaban.
Henry, con una sonrisa cargada de desdén,observó la escena con satisfacción.—¿Es esto todo lo que tienen? —preguntó en tono burlón, su voz proyectándose por el campo de batalla como una sentencia de muerte—.Qué decepcionante.
Los pocos guardias que aún podían moverse intercambiaron miradas de terror.Algunos se prepararon para cargar, sabiendo que probablemente sería su último acto, mientras otros retrocedieron instintivamente, sus instintos de supervivencia gritando por encima de su sentido del deber.
Henry avanzó lentamente, su espada destellando bajo la pálida luz del caos.Cada paso que daba parecía pesar sobre las almas de sus oponentes, como si el suelo mismo temiera su presencia. En ese momento, Augusto alzó la vista, su respiración pesada, pero con una chispa de determinación aún brillando en sus ojos.
—Esto aún no ha terminado, Henry—murmuró, apretando con fuerza los restos de su lanza. Aunque la esperanza parecía estar lejos, su espíritu se negaba a rendirse.Cada fibra de su ser clamaba por justicia, aunque costara su vida.
La batalla no era solo un enfrentamiento de fuerza; era una prueba del espíritu humano frente al abismo.Y en ese abismo, la lucha apenas comenzaba.
El campo de batalla era un infierno, un lugar donde el aire ardía con la furia de cada enfrentamiento.Cuerpos caídos y sangre derramada cubrían el suelo, y los gritos desgarradores de los combatientes resonaban como un coro macabro que helaba la sangre.El hedor a pólvora y metal caliente impregnaba la atmósfera, opacando incluso el aliento de los que seguían en pie, mientras los rayos de sol se reflejaban en las hojas de las armas, creando destellos que iluminaban la devastación como si fueran estrellas moribundas.
La escena era un espectáculo aterrador, una coreografía siniestradonde la vida y la muerte danzaban juntas, sus movimientos marcados por los ecos de espadas chocando y el crujir de huesos rotos.Henry, en el centro del caos, parecía el maestro de ceremonias de esta masacre.Con cada movimiento de su espada, dejaba un rastro de energía devastadora que se estrellaba contra sus enemigos con una fuerza implacable.
Augusto, por su parte, sentía la ira arder dentro de élal ver caer a sus compañeros uno tras otro.Con un grito feroz, reunió todas sus fuerzas y lanzó un nuevo ataque.Su lanza dorada brillaba intensamente mientras surcaba el aire hacia Henry, pero el guerrero no mostró ni un atisbo de preocupación.Con un simple gesto de su mano, desvió la lanza una vez más, dejándola volar hacia otro grupo de guardias cercanos.El impacto fue devastador; los hombres fueron lanzados por los aires como muñecos de trapo mientras sus gritos de agonía se perdían en el eco de la destrucción.
Henry disfrutaba del caos que había desatado.Su rostro estaba iluminado por la ferocidad de la batalla, y sus ojos brillaban con una ansia insaciable de poder. Cada golpe fallido de sus enemigos parecía alimentar su sed de destrucción, como si este enfrentamiento fuera una extensión de su propia naturaleza.—¿Ves? Esto es lo que significa enfrentarse a un verdadero guerrero. No hay lugar para la compasión aquí —declaró con desdén mientras proseguía su masacre.
Los guardias intentaron reagruparse, pero la ferocidad de los ataques de Henry era abrumadora.Con cada golpe lanzado, dejaba claro que no había espacio para la piedad ni para la duda.Cada vez que un enemigo caía, su espíritu se fortalecía, mientras la esperanza de los demás se desmoronaba como un castillo de arena ante la marea.
El futuro de las familias involucradas pendía de un hilo, un hilo tan delgado como la voluntad de los hombres que aún luchaban.Las sombras del conflicto se cernían sobre ellos como un presagio de su inminente caída.La batalla no era solo física; era un enfrentamiento de almas, donde solo el más fuerte y despiadado podría prevalecer.
Henry sabía que él sería ese uno.Con cada golpe lanzado, no solo destruía cuerpos, sino también espíritus.La lucha había trascendido el simple combate y se había convertido en una prueba definitiva de poder y voluntad.Y mientras el caos reinaba y la muerte reclamaba su tributo, Henry avanzaba, el maestro absoluto de esta sinfonía de destrucción.
La tensión alcanzó su punto máximo.Henry, con una sonrisa cargada de malicia, observó a Carlos y a su hijo herido, regodeándose en la tragedia que había sembrado.—Así que ahora toda la familia está reunida —dijo con sarcasmo, su tono lleno de burla.
Sabía que Ryan, tras haber roto gran parte de sus runas primordiales, se había convertido en un lisiado.Sanar ese tipo de heridas no sería tarea sencilla.A menos que Carlos estuviera dispuesto a sacrificar todos sus bienes y conseguir un tesoro natural de inmenso valor, Ryan nunca podría recuperar lo que había perdido.La perspectiva era un castigo tan cruel como efectivo.
La risa de Henry resonó como un eco macabro en el campo de batalla,un sonido que hizo hervir la sangre de Carlos. Los rayos que lo rodeaban chisporrotearon con furia, alimentados por su creciente rabia.Sin pensarlo dos veces, Carlos se lanzó hacia Henry, cegado por la ira.
El choque fue brutal.Ambos hombres se enfrascaron en un combate cuerpo a cuerpo, una danza violenta donde cada golpe era mortal. El ruido de los puños impactando carne y hueso se mezclaba con el estruendo de los rayos que iluminaban el campo de batalla. Carlos, a pesar de sus heridas, luchaba con una ferocidad implacable, pero Henry, ágil y calculador, no daba tregua.
En un descuido fatal, Carlos dejó una abertura.Henry aprovechó el momento con precisión quirúrgica, lanzando un puñetazo directo al rostro de su oponente.El impacto resonó con un crujido seco,haciendo que Carlos retrocediera tambaleándose mientras un hilo de sangre brotaba de su nariz.
El hijo menor de Carlos, a pesar de sus heridas, no se quedó quieto.El joven, al que Henry había dejado con la columna vertebral destrozada, rugió con un valor que desafió su estado. Su grito era tanto de dolor como de desafío, un sonido que parecía surgir de lo más profundo de su ser. Pero Henry, sin compasión alguna, giró rápidamente y le propinó una patada directa al rostro.El golpe fue devastador, el mana se expandió por su cuerpo rompiéndole la tráquea y apagando su rugido en un gorgoteo ahogado.
El caos reinaba una vez más.Carlos, tambaleante y sangrando, se levantó con dificultad mientras observaba a su hijo caer al suelo, incapaz de respirar. Su mirada estaba cargada de desesperación y odio, pero también de una determinación feroz que lo impulsaba a seguir luchando, aun cuando las probabilidades estaban claramente en su contra.Henry, en cambio, sonreía con frialdad, el amo y señor de una tragedia que parecía no tener fin.
El campo de batalla se iluminó con un destello violento.Augusto, aprovechando la distracción, se lanzó hacia Henry con una ráfaga de golpes impulsados por sus elementos. Cada movimiento estaba cargado de energía y furia, buscando abrir una brecha en la defensa del imponente enemigo.Henry, sin embargo, permaneció firme.Sus antebrazos se alzaron como un muro infranqueable, bloqueando los puños y patadas con precisión casi inhumana.
Finalmente, en un momento de maestría estratégica, Henry desvió el flujo de los golpes de Augusto.Con un movimiento rápido, lanzó una bofetada demoledora.El impacto resonó como un trueno, arrancándole varios dientes a Augusto y obligándolo a retroceder mientras un hilo de sangre goteaba de su boca.
Entonces apareció Ryan, el que ahora podía ser considerado el nuevo lisiado de los Q'illu.Aunque sus movimientos eran más lentos debido a las heridas, cargó hacia Henry con toda la determinación que le quedaba. Sin embargo, Henry lo esperaba.Atravesó la carga de Ryan como si estuviera jugando con un niño, atrapando su rodilla con una facilidad insultante.
—¿Eso es todo lo que tienes? —se burló Henry mientras bloqueaba cada ataque de Ryan con un ritmo casi despreocupado. Finalmente, con una patada brutal,lo envió volando hacia atrás.
—¡Maldita sea! —rugió Augusto, limpiándose la sangre de la cara—. Se supone que nuestra velocidad es inalcanzable entre los generales sangrientos. ¿Cómo está haciendo esto?
Henry soltó una carcajada burlona, su tono cargado de desdén.—No te alteres, cuñado —dijo con una sonrisa irónica—. Mi velocidad no es nada especial comparada con el noble linaje de los Q'illu.La burla en sus palabras era como un veneno, encendiendo aún más la furia de sus adversarios.
De repente, un rayo violeta iluminó el campo,haciendo temblar el suelo.Carlos apareció frente a Henry,su aura chispeante de energía pura. Esta vez, sus golpes eran más fuertes, más pesados, como si todo su dolor y rabia se hubieran transformado en un arma imparable.Cada impacto resonaba con una intensidad casi sobrenatural.
Las sombras de los movimientos de Carlos parecían multiplicarse,dejando a Patrick, el menor de los hermanos, completamente asombrado.
—¿Cómo puede moverse así...? —murmuró Patrick, incapaz de apartar la mirada.
Henry, a pesar de su habilidad, no pudo evitar recibir una patada directa al pecho.El golpe lo empujó hacia atrás, haciéndolo tambalear por primera vez. Mientras se enderezaba, Henry soltó un suspiro pesado y se llevó una mano al lugar del impacto.Sonrió con una mezcla de burla y respeto.
—Eso dolió, viejo... pero créeme, te arrepentirás.
La tensión en el aire era palpable,y la batalla apenas estaba comenzando a mostrar su verdadero alcance.
La atmósfera se cargó de tensión cuando Henry extendió su brazo hacia el aire, provocando que el espacio detrás de él comenzara a crujir con un sonido ominoso. Tres círculos se formaron, vibrando con una energía extraña. Los hermanos, al ver el fenómeno, sintieron un escalofrío recorrer sus espinas dorsales, el horror se reflejaba en sus rostros al presenciar algo fuera de su comprensión.
—¿Qué...? —musitaron al unísono, incapaces de entender lo que sucedía.
Henry, con una sonrisa desafiante, no dejó que el silencio se alargara. Su voz resonó con una calma inquietante mientras observaba a sus enemigos.
—Déjenme presentarles a mi habilidad de rango A —dijo, mientras los círculos detrás de él seguían emitiendo destellos inquietantes—.Clon espacial.
Los hermanos apenas tuvieron tiempo de procesar sus palabras cuando una mano emergió del primer círculo. La aparición fue tan repentina como aterradora. Los ojos de los Q'illu se agrandaron de incredulidad mientras observaban cómo el clon tomaba forma.
—Por un lapso de diez minutos, puedo abrir una puerta espacial hacia otros espacios alternativos —continuó Henry, disfrutando de la sorpresa que reflejaban sus enemigos. La atmósfera se volvía más pesada con cada palabra que pronunciaba—. Y un yo de ese espacio puede venir aquí, durante ese tiempo.
Los clones no eran meros reflejos; sus ojos brillaban con una intensidad oscura, una presencia que desconcertaba a quienes los observaban.
Pero Henry no se detuvo allí, su mirada se tornó aún más cruel.
—Pero alégrense —dijo con desdén—. La fuerza de este clon depende de la cantidad de clones que cree y de la fuerza de mi versión en ese espacio alternativo. ¿Están preparados para enfrentar algo como esto?
Mientras el último de los círculos se cerraba, dejando escapar un par de figuras oscuras más, la desolación comenzaba a invadir el ambiente. La batalla tomaba un giro inesperado, y los Q'illu sabían que esta lucha apenas comenzaba.
El ambiente se volvió aún más perturbador cuando el primer clon espacial, que había hablado con indiferencia, rompió el silencio con una voz que parecía provenir de otra realidad. Los hermanos Q'illu, junto a Henry, no podían evitar sentirse incómodos ante la presencia de los clones que surgían de las grietas espaciales. El primer clon habló con una calma inquietante, como si todo esto fuera lo más natural del mundo.
—Ha pasado mucho tiempo desde que vinimos a tu dimensión —comentó con frialdad, su mirada distante.
El segundo clon, igualmente desconcertante, preguntó sin mayor emoción:
—Dime, ¿qué día es hoy?
La pregunta colgó en el aire como una amenaza implícita. Los hermanos observaban en silencio, intentando comprender la magnitud de lo que estaba sucediendo. El tercer clon, con una sonrisa burlona, no pudo evitar lanzar un comentario provocador.
—Por lo que veo, estás luchando contra los Q'illu. ¿Acaso descubrieron que te has acostado con la mujer de Ryan y Augusto? —preguntó con una sonrisa torcida, disfrutando de la incomodidad del Henry original.
El aire se tensó aún más, mientras los clones reían entre ellos, como si fuera una anécdota trivial.
—Son bichos raros, una vez Ryan vio cómo embaracé a su mujer y se encogió de hombros —dijo uno de los clones, su tono despectivo y casi divertido.
—Es un enfermo —comentó el segundo clon, mostrando una falta total de respeto por la situación.
Sin embargo, Henry no parecía sorprendido. Con un gesto impaciente, señaló el giro de la conversación.
—Pero bueno, el de mi dimensión no es tan diferente que digamos. —añadió el tercer clon, como si ese hecho lo redujera todo a una simple casualidad.
Es el día del sacrificio.
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