Capítulo 3: Por primera vez Fuiste útil

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Carlos, conúltimos esfuerzos, comenzó acanalizartoda su energía restante, buscandoromperla prisión que Henry había creado. No seríafácil, pero la vida de sus hijos no dependía deHenry. Dependía deél.

Carlos apretó los dientes, sintiendo cómo la desesperación se transformaba en una feroz determinación. No podía permitir que esto sucediera; debía luchar por sus hijos y por el legado de su familia. Con un grito de desafío, se lanzó hacia adelante, decidido a enfrentar a Henry y detenerlo antes de que fuera demasiado tarde.

Inutil, dijo Henry, y vio como es que carlos se desplomo.

La energía de Carlos parecía desmoronarse bajo la presión delTerritorio Espiritualque Henry había desplegado. El aire a su alrededor se sentía denso, como si eluniverso mismoestuviera conspirando contra él. A pesar de lafuerzacon la que intentaba luchar,Henryobservó con frialdad cómo su enemigo se desplomaba ante él, derrotado por el poder abrumador que había desatado.

Inútil.—La palabra de Henry fue como unlatigazoen el aire, resonando con la fría verdad de su victoria.

Carlos cayó al suelo, suspiernastemblando, el sudor empapando su frente, y su respiración entrecortada.El pesode la batalla y de los sacrificios perdidos lo aplastaba. En sus últimos momentos de conciencia, el rostro de sus hijos apareció en su mente.Ryan, Patrick, Augusto, y sus otros hijos… ¿Qué futuro les quedaba si caía ahora?

Pero en lo profundo de su ser, algo aún ardía. No podía permitirse caer. No debía dejar que Henryconsiguiera lo que quería. Sabía que aún tenía una últimachance, una últimaopciónque podría cambiar el curso de la lucha, aunque fuera lo último que hiciera.

Con unafuerza sobrehumana, Carlos forzó a su cuerpo a levantarse, aunque susmúsculosestaban exhaustos, casi rotos. Luchó contra lagravedad, contra su propiocuerpoque le decía que ya no podía más. No podía dejar que Henry tuviera laúltima palabra.

¡NO!—gritó, un rugido de puradesesperación y coraje, mientras su mano alcanzaba elsueloy su energía comenzaba a redirigirse hacia sucentro de poder.

Henry, observando laresistenciade Carlos, dejó escapar unasonrisa cruel.

¿Crees que aún tienes algo para dar?—preguntó, su voz llena dedesdén.

Pero Carlos no lo escuchaba. Lavoluntadde un padre desesperado no conocía límites. A pesar de estar al borde de ladestrucción, sucorazónlatía con fuerza, alimentando la últimachispade vida que quedaba en él.

En un movimiento sorprendente,Carloslevantó una mano y, con elúltimo alientoque quedaba en su ser, canalizó toda su energía en unrayo de luzque atravesó el aire, rompiendo las barreras que Henry había construido alrededor de él.

La explosión deluzque siguió iluminó el campo de batalla, haciendo que elTerritorio Espiritualde Henry temblara por un instante. La realidad misma se distorsionó por un breve segundo, como si el tiempo se hubieraquebrado.

Henry, sorprendido por la repentinaresistencia, dio un paso atrás, susonrisadesvaneciéndose. Algo en elcorazónde Carlos aún no estaba dispuesto a rendirse, algo que Henry no había anticipado. Pero eseinstantefue efímero, y el poder que Carlos había desatado pronto comenzó a desvanecerse.

Carloscayó de nuevo al suelo, su cuerpo finalmentecediendoa lafatigay al poder de Henry. Surostroestaba marcado por elesfuerzo, pero en sus ojos brillaba una determinacióninalterable.

Hazlo... hazlo ahora...—susurró, como si estuviera confiando asu almaal destino.

Henry lo observó por un largo momento, sumiradafija en lacaídade su enemigo. Sin embargo, no sintió satisfacción. No sentía nada. Solo unavacío profundo.

Elfuturode todo se jugaba en ese instante. El destino de los hijos, el sacrificio que Carlos había hecho por ellos, estaba a punto dedefinirse. Y mientras Carlos se desplomaba en latierraarrasada, Henry sabía que la lucha aún no había terminado.Algoen ese hombre, en esa última chispa devida, había dejado una marca en él. Una marca que quizás, algún día, tendría queenfrentar.

Sin que Henry, Carlos o la figura oculta que vigilaba el avance de Peter en su casería por su hermano mayor, dos seres más veían todo desde aún más arriba.

—Así que este humano logró aprender el Territorio espiritual siendo aún tan débil. Debo admitir que tiene potencial; si tan solo su propia codicia no lo hubiera consumido, tal vez lo hubiera reclutado y ayudaría a su primogénito —reflexionó uno de los seres, observando la escena con interés.

—Es una lástima que la naturaleza humana siga siendo la misma —continuó, su voz resonando como un eco en el vasto vacío. Aunque creo que no debo sorprenderme, si soy sincero —agregó, mirando hacia el campo de batalla donde la lucha se intensificaba

—Es curioso cómo las emociones de un ser tan insignificante pueden llegar a nublar su juicio —dijo el segundo ser, su tono cargado de indiferencia, pero también con una sutil fascinación. Su mirada, tan distante como su voz, se centró en la lucha de Henry, Carlos y los demás, pero también prestaba atención a los movimientos de Peter, cuya sombra de intenciones aún no se había desvelado completamente.

—La codicia, la avaricia… esas son las mismas debilidades que han arruinado a tantos a lo largo de los siglos —continuó el primero, observando cómo la batalla de Henry contra su propio ser reflejaba sus inseguridades internas—. Si tan solo pudiera soltar ese peso... tal vez podría ser una herramienta útil en la guerra que se avecina.

Ambos seres se mantuvieron inmóviles, como si las leyes del tiempo y el espacio no los afectaran, observando desde su dimensión superior con total calma. Parecía que para ellos el destino de los combatientes no era más que una muestra de sus propios fracasos y, quizás, del inevitable sufrimiento que siempre acompañaba a las decisiones humanas.

—Pero hay algo en su rabia… una llama que no se extingue —dijo el segundo ser, suavizando su tono por primera vez. Un leve atisbo de admiración brilló en su mirada—. Quizás este humano todavía tenga algo que ofrecer. O tal vez... no lo necesitemos después de todo.

—No subestimes la oscuridad que acecha dentro de él. La desesperación puede ser más poderosa de lo que imaginas. Si ese "sacrificio" llega a concretarse, puede que estemos presenciando algo mucho más grande de lo que proyecta esa simple lucha —respondió el primero, con una ligera sonrisa, mientras un susurro de energía se deslizaba a través de su cuerpo.

El ambiente se volvió aún más pesado, cargado de una presión que parecía acercarse poco a poco al campo de batalla donde Henry y los suyos continuaban su combate. La mirada de ambos seres se centró ahora en el rostro de Peter, observando cada uno de sus movimientos con precisión matemática.

—El verdadero reto está en lo que vendrá después... ¿no es así? —dijo el segundo ser con una ligera sonrisa. La guerra aún no había comenzado, y aún quedaba mucho por presenciar.

La atmósfera se cargó de una tensión pesada mientras las dos figuras observaban la escena. La mujer, la segunda figura, su mirada fija pero distante, como si algo en su interior hubiera ya aceptado lo que estaba sucediendo. Sin embargo, su atención se desvió hacia el norte, donde el joven Bernardo, de apenas 20 años, era torturado sin piedad por su medio hermano menor. Cada grito desgarrador parecía cortar el aire y se escuchaba incluso a la distancia.

La mujer habló con un tono cargado de resignación, como si ya no le quedara espacio para la sorpresa o el horror. Su voz resonó en el vasto vacío que los rodeaba:
Creo que es mejor de esta manera—el peso de sus palabras era evidente, pero al mismo tiempo, una extraña calma emanaba de su postura, como si estuviera acostumbrada a la crueldad que se desarrollaba ante sus ojos.

El hombre a su lado la miró con incredulidad, sin comprender completamente la frialdad de su postura. Su voz temblaba levemente mientras preguntaba:
¿Pero por qué dejas que esto suceda?
Su rostro reflejaba una mezcla de desesperación y confusión. El sufrimiento de Bernardo era palpable en cada gemido, cada movimiento. No podía entender por qué la mujer, alguien que parecía tan sabia y fuerte, permitiría tal cosa.

Ella lo observó por un momento, sus ojos inexpresivos pero decididos, y respondió con firmeza, casi como si fuera una sentencia irrevocable:
Es por el trato, y lo sabes. No se intervendrá directamente a menos que se vaya en contra del trato.
El aire se volvió más denso, el sonido de la tortura en el fondo ya no era solo un eco, sino una presencia que parecía envolverlos a ambos.

¿Aun cuando es un amado por el mundo lo dejarás así?—insistió el hombre, su voz quebrándose con cada palabra. La carga emocional del momento lo desbordaba. La tortura que sufría Bernardo, su rostro marcado por la agonía, su alma desgarrada, le resultaba inaguantable. Pero lo que más le hería era ver cómo la mujer, alguien en quien confiaba, se mantenía tan distante.

Ella giró su rostro lentamente hacia él, su mirada fija y penetrante, como si quisiera penetrar en su alma para que comprendiera lo que parecía ser una verdad inquebrantable.
¿Y qué hay de ti? ¿Por qué no intervienes? Puedes hacerlo, pero no lo haces.
La acusación en sus palabras era clara, cortante como un cuchillo. Su tono no era acusador, sino más bien desprovisto de emociones, como si ambas figuras ya hubieran cruzado esa línea de lo moralmente aceptable y se encontraran en un terreno donde las decisiones no tenían vuelta atrás.

Las palabras quedaron flotando en el aire, pesando sobre ambos, mientras los gritos de Bernardo seguían retumbando a lo lejos. ¿Quién tenía la razón en este momento? ¿La mujer que aceptaba la cruel realidad de la situación, o el hombre que, por más que quisiera no podía soportar la brutalidad?

La atmósfera seguía cargada de una tensión insoportable, como si el aire mismo estuviera a punto de desgarrarse. Ambos observaban en silencio, las palabras que se habían cruzado entre ellos flotando en el aire, sin respuesta. Aunque sus miradas se cruzaban, había algo más profundo en esos ojos que entendían las implicaciones de sus decisiones. Ninguno de los dos se atrevió a dar el siguiente paso, a romper ese equilibrio frágil que mantenía a todos al borde del abismo. La intervención, cualquiera que fuera, traería consecuencias que ninguno estaba dispuesto a asumir, especialmente cuando el sacrificio de un ser humano moribundo estaba en juego.

Un peso invisible presionaba sobre ellos, y el único sonido que rompía la quietud era el lejano eco de los gritos de Bernardo. Pero esos gritos no llegaban a sus oídos como algo ajeno; resonaban en sus almas, como un recordatorio de que, incluso en su inmortalidad, estaban atados a una naturaleza que les pertenecía, una naturaleza que les obligaba a sentir lo que sucedía a su alrededor.

Mientras tanto, la lucha en el campo de batalla se intensificaba. Henry, con su poder oscuro, estaba preparado para desatar la furia de su poder una vez más, sus músculos tensándose, sus ojos brillando con la intensidad de su energía contenida. Cada movimiento que hacía, cada respiración que tomaba, estaba calculado para acabar con sus enemigos. Su furia no conocía límites, y Carlos, por otro lado, continuaba luchando no solo contra Henry, sino contra el destino mismo.¿Cómo podía salvar a sus hijos?La pregunta se repetía en su mente como una condena, mientras su cuerpo no respondía como antes. La desesperación lo consumía, pero también le daba una fuerza renovada, un último vestigio de esperanza en medio de la oscuridad.

Los seres desde lo alto, invisibles e inmortales, seguían observando como meros testigos de la tragedia humana que se desarrollaba ante sus ojos. Ellos, que podían alterar el destino con un simple gesto, se mantenían callados, como si cada acción, cada pensamiento, tuviera un peso mucho mayor que lo que podría parecer a simple vista.¿Deberían intervenir?Sabían que su intervención podría cambiar el curso de todo, para bien o para mal. Pero algo en su esencia les impedía dar ese paso. Era el mismo poder que los mantenía distantes de la humanidad, esa cualidad que los hacía ser algo más que observadores, pero a la vez algo menos que participes activos.

La naturaleza del poder, ese poder que Henry usaba con tanto descaro, y la lucha por la supervivencia, tan humana y tan real, resonaban en sus corazones inmortales. Para ellos, la tragedia humana no era solo un espectáculo lejano, sino un reflejo de la lucha interna que todos enfrentaban, incluso aquellos que ya no formaban parte de este mundo físico. La lucha no era solo externa, sino interna, en cada uno de los involucrados, y solo el tiempo diría quién prevalecería al final.

El castigo para la humanidad de hace 20 años llega a su fin el día de hoy. Deberías saber que la traición es algo que no se puede perdonar, y más cuando uno de ellos está involucrado, le dijo la silueta de la mujer a la silueta masculina.

—Ahora Bernardo este hijo amado morirá como un mero sacrificio para que esa basura incompetente que se cree mejor, siendo solo un fracaso patético. Tanto el hombre como la mujer miraron con pena al muchacho.

La oscuridad que rodeaba el paisaje se volvió aún más densa, como si el aire mismo absorbiera la desesperanza. Las palabras de la mujer resonaron con frialdad, sin misericordia, como un juicio definitivo. La figura masculina, aunque igualmente distante, parecía cargar con el peso de una condena que no había sido escrita por sus manos, pero que estaba decidida a cumplir.

La traición no tiene perdón,—continuó ella, su voz casi un susurro lleno de amargura—.No importa si es por amor o por ambición. El precio se paga siempre, y si un traidor está involucrado, el castigo es inevitable.

Los ojos de la mujer se dirigieron hacia Bernardo, que se retorcía en las manos de su hermano menor.La mirada de ambos era fría y distante, como si ya no quedara nada de humanidad en ellos, nada más que la misión de cumplir con una sentencia.

Bernardo, atrapado en su dolor y confusión, sentía cómo el mundo a su alrededor se desmoronaba.Sus gritos no llegaban a sus propios oídos, pero la carga de la pena y el peso de la traición lo inundaban. El sacrificio que le imponían era mucho más que físico; era un quiebre existencial, una sentencia que sellaba no solo su vida, sino también el destino de aquellos que lo rodeaban.

La figura masculina soltó un suspiro que resonó como un eco en el vasto vacío de la distancia."Este hijo amado", murmuró con desdén, mirando al joven con una mezcla de lástima y desprecio."Morirá como un sacrificio, un peón más en un tablero que nunca entenderá."

La fría condena continuaba.

"El mundo llorará en su muerte,"dijo la mujer, como una sentencia que ya no podía ser revertida. Sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y resolución, como si ese sacrificio fuera inevitable."Un millón de caminantes del vacío serán sacrificados en tu nombre,"añadió, su voz cargada con una mezcla de ironía y rencor."¿Qué importa la vida de uno cuando el sacrificio de muchos puede ser reclamado?"

Cada palabra que pronunciaban tenía la gravedad de un veredicto final, y sin embargo, no era solo la vida de Bernardo lo que estaba en juego. La humanidad entera, esa que había sido condenada por su propia corrupción, estaría marcada por este sacrificio. Y mientras los destinos se entrelazaban y la historia avanzaba, los ecos de esta tragedia se llevarían consigo las huellas de aquellos que cayeron, de aquellos que sobrevivieron, y de aquellos que nunca comprendieron el precio que debían pagar.

El hombre, con su cuerpo adornado por escamas que brillaban de forma siniestra bajo la luz tenue del entorno, hizo una reverencia solemne ante la figura de Bernardo, el joven destinado al sacrificio.Sus plumas, dispuestas en patrones que apenas sugerían movimiento, parecían absorber la tragedia que se estaba desarrollando ante sus ojos.Cada gesto del hombre era un recordatorio de que, aunque su ser estuviera marcado por la grandeza de su apariencia, su alma llevaba consigo la carga de un destino ya sellado.

Disculpa a tu estrella madre por no haberte salvado, Bernardo.—las palabras de la mujer fueron un susurro vacío, llenas de una pena que no alcanzaba a sanar la herida abierta en el joven.

El hombre levantó su rostro hacia la distancia, observando la lucha que se libraba en el campo de batalla, donde el sufrimiento de Bernardo se prolongaba."Debí saberlo cuando se ofreció el trato con los humanos,"reflexionó en voz baja, su tono grave y sin esperanza."Su soberbia y arrogancia siempre son algo que reluce en ellos."Las palabras del hombre fueron un golpe directo a la naturaleza misma de la humanidad, condenada por su incapacidad para reconocer los límites de su ambición.

A lo lejos, el sufrimiento de Bernardo se volvía cada vez más intenso, como una melodía dolorosa que resonaba en los oídos de aquellos que aún conservaban una pizca de humanidad en su interior. El joven, en su desesperación, luchaba por entender por qué su vida había sido convertida en un sacrificio, por qué sus gritos eran ignorados por aquellos que tenían el poder de cambiar su destino.

La mujer desvió su mirada del campo de batalla, de la tortura que sufría Bernardo a manos de su propio medio hermano.La expresión en su rostro no reflejaba tristeza, sino una aceptación sombría, como si todo estuviera fuera de su alcance.Era el resultado de un trato antiguo, uno que ya había sido sellado y que no permitía interferencias, no permitía redenciones. El destino de Bernardo, como el de tantos otros, había sido escrito mucho antes de que él naciera.

El silencio que compartían ambos seres era pesado, como si el aire estuviera cargado con las consecuencias de las decisiones tomadas en el pasado.No había palabras que pudieran cambiar el curso de lo que se avecinaba. No había consuelo que pudiera aliviar el sufrimiento que se extendía ante ellos.

Ambos sabían que, al final, la naturaleza humana seguiría su camino, desbordando los límites del sacrificio, el dolor y la ambición. Y, mientras el sacrificio de Bernardo continuaba, los dos seres observaban desde lo alto, conscientes de que su intervención, por pequeña que fuera, no cambiaría el rumbo de una tragedia ya consumada.

Creo que es mejor de esta manera,—dijo ella, su voz apenas un susurro, pero cargada de una gravedad que hacía que el aire a su alrededor pareciera volverse más denso.La resignación en sus palabrasera palpable, como si aceptara lo inevitable, como si ya no quedara espacio para la esperanza en su corazón.

El hombre, que observaba todo en silencio,frunció el ceño, sus ojos brillando con una mezcla de incredulidad y desdén.Su voz vibraba con una profunda frustración al intentar comprender el motivo detrás de sus decisiones.

¿Pero por qué dejas que esto suceda?—preguntó, cada palabra impregnada con una acusación no dicha, una que atravesaba la fría cortina de indiferencia que rodeaba a la mujer.

Ella giró levemente la cabeza, su mirada fija en el horizonte,perdiéndose en la vastedad del paisaje desolado.Su rostro no mostraba ni una pizca de emoción, pero dentro de su ser,sabía que no había otro camino.

Es por el trato, y lo sabes.—respondió ella, su tono ahora más firme, como si cada palabra fuera una sentencia irrevocable."No se intervendrá directamente a menos que se vaya en contra del trato."La sombra de la decisión que había tomado se cernía sobre ellos como una espada, con un filo que no dejaba espacio para la compasión.

El hombreno pudo evitar que una ola de contradicción lo golpeara.Sentía la carga de la humanidad misma, de los millones que se verían afectados por esa decisión,pero la mujer no parecía moverse, no parecía vacilar ni un segundo.

¿Aun cuando es un amado por el mundo lo dejarás así?—insistió él, su voz temblando por la fuerza de la carga emocional.El conflicto que sentía dentro lo desbordaba,como si el sacrificio de aquel joven no fuera solo suyo, sino del mundo entero, como si estuviera siendo condenado no solo por su destino, sino también por la indiferencia de aquellos que podrían haberlo salvado.

Ellacerró los ojos por un breve instante, respirando profundamente. Sabía que el sufrimiento del hombre era genuino, pero también entendía la naturaleza del trato que los había atado a este curso de acción.

¿Y qué hay de ti? ¿Por qué no intervienes?—replicó ella, su tono desafiante, aunque frío, como si desnudara la hipocresía que él mismo cargaba."Puedes hacerlo, pero no lo haces."La preguntafluyó de sus labios como un veneno lento, un recordatorio de que en este juego no hay inocentes, solo piezas sacrificadas.

El hombrese quedó en silencio, la respuesta se le atragantó en la garganta. Él también estaba atado por el trato, pero de alguna forma,esa verdad no parecía tan simple.Sus ojos se desviaron del horizonte, buscando alguna respuesta, alguna justificación que pudiera aliviar el peso de sus propios actos.

En ese instante, el aire se volvió aún más pesado,cargado con la verdad de que todos eran responsables de la tragedia que se desarrollaba.

Ambospermanecieron en silencio, las palabras que habían intercambiado flotando pesadamente entre ellos, sin encontrar respuesta.El aire estaba tenso, cargado con la fragorosa incomodidad de las decisiones no tomadas, de los dilemas que ambos sabían no podían eludir.Se miraron por un largo momento,pero lo único que compartían era el conocimiento de que cualquier acción podría desencadenar algo mucho peor.

La lluvia comenzó a caer con fuerza, como si el cielo mismo, al igual que ellos, estuviera llorando por la tragedia que se desplegaba ante sus ojos.Las gotas golpeaban el suelo con un estrépito sordo, como los lamentos de un mundo condenado.Cada gota que caía parecía ser una memoria, una lamentable recordatoria de los errores del pasado y la inevitabilidad del presente. Las sombras en sus corazones se hacían más densas,y el peso de las decisiones no tomadas se asentaba como una losa sobre sus conciencias.

El hombremiró hacia el horizonte, sus ojos vacíos de esperanza, sabiendo que no importaba cuán profundamente deseaba intervenir, el trato que había sellado con su propia existencia lo mantenía atrapado en este ciclo cruel.Su rostro se endureció,las escamas de su piel brillaban tenuemente bajo la lluvia, como si la naturaleza misma lo marcara por su inacción.Por su parte, la mujer, que había mantenido la mirada fija en el sufrimiento de Bernardo,volvió sus ojos al cielo gris, sintiendo el peso de todo lo que se había perdido y todo lo que aún estaba por perderse.Los relámpagos cruzaban el firmamento, iluminando las sombras de sus figurasmientras la tormenta arremetía en su furia, como si el mismo universo tomara partido.

Ambos sabían que sus corazones estaban rotos, pero aún así, su lealtad a ese tratado los mantenía inmóviles.La tormenta no parecía solo una manifestación de la furia del cielo, sino también una manifestación de su propio conflicto interno,de la lucha que se libraba dentro de ellos mismos, entre la moral y el deber, entre la compasión y la razón.El futuro de todos colgaba de un hilo tan delgado como la tormenta misma.

Y mientras Bernardo continuaba su agonía, en la tierra y en los cielos, el mundo parecía resoplar una última advertencia,una señal de que las cosas no podían continuar así.

La escena era desgarradora, un espectáculo que desgarraba el alma de quien fuera capaz de mirar.Bernardo, atrapado entre las manos de su medio hermano, parecía más una marioneta que un ser humano,su vida suspendida en un hilo tan fino como el eco de un grito que jamás alcanzaría a ser escuchado. Las sombras del destino lo envolvían, y cada instante parecía una condena sellada.Era el símbolo de la impotencia humana, de cómo la esperanza puede ser aplastada sin piedad, un sacrificio que resonaba a través del tiempo, como un eco sordo que se negaba a desaparecer.

Los seres desde lo alto permanecieron como testigos silenciosos, observando sin intervenir, como si el peso de la eternidad los hubiera convertido en meros observadores de la tragedia humana.Sus ojos, impasibles, brillaban con una frialdad inmensa, conscientes de que sus decisiones, aunque alejadas de la tierra, tenían el poder de alterar el curso de los acontecimientos. Cada mirada que intercambiaban estaba cargada de un conocimiento ancestral, de una comprensión que solo ellos, en su infinita existencia, poseían.La lucha por la supervivencia humana, por el control, el poder y el destino, resonaba como un himno en sus corazones inmortales,mientras observaban cómo la tragedia se desarrollaba frente a sus ojos con una calma inquietante.

Los ecos de su reflexión se entrelazaban con la desesperación palpable de la escena, dondeBernardo, al borde de la muerte, representaba la fragilidad de la vida humana frente a la maquinaria despiadada del destino. Y a pesar de la distancia física, los seres sentían cada golpe, cada suspiro del joven, como si formaran parte de esa lucha, como si el dolor humano fuera también suyo.El sacrificio de Bernardo, aunque cruel, era solo una pieza más en un tablero de ajedrez mucho más grande, donde las vidas humanas no eran más que peones movidos por manos invisibles.Sin embargo, el sufrimiento de ese joven, su agonía,era una sinfonía amarga que resonaba en lo más profundo de los seres inmortales.

Nada podría detener lo que estaba por venir.

Henry no hizo mucho, solo golpeó una vez más, con la brutalidad que ya había mostrado tantas veces antes, pero su simple accióndejó una marca imborrable en este día oscuro. La escena era desoladora;los hijos de Carlos estaban al borde de la muerte, sus cuerpos rotos por el sufrimiento, y la desesperación se apoderaba del aire como un manto pesado. La batalla, aunque aún no concluida, ya parecía haberse llevado lo más valioso que Carlos tenía.

Carlos, que ahora ordenaba a sus hombres que llevaran a sus hijos lo más rápido posible para que fueran sanados, se encontraba completamente devastado.Su mente estaba dispersa, su corazón acelerado, mientras su visión se nublaba por la angustia. Cada orden que daba sonaba vacía, como un eco lejano en su propio ser.El peso de la impotencia lo aplastaba, y no podía evitar sentir que todo estaba desmoronándose a su alrededor.

La sombra deese demonio con forma de hombreseguía acercándose, cada paso de Henry parecía arrastrar consigo la esperanza que quedaba en el corazón de Carlos.Una presión invisible, pero implacable, lo ahogaba.La sensación de haberlo perdido todo lo envolvía por completo.El agotamiento, tanto físico como emocional, había drenado su energía, y se dio cuenta de que su maná se había agotado por completo. Sin fuerzas para seguir luchando,Carlos se mordió la lengua con fuerza hasta que la sangre brotó de sus labios.El dolor, agudo e inmediato, lo sacudió y lo devolvió a la realidad, si tan solo fuera por un segundo. Pero no había tiempo para lamentarse.No había tiempo para nada más.Solo quedaba seguir adelante, aunque cada paso se sintiera como el último.

A lo lejos, Henry observaba, su sonrisa fría y arrogante nunca abandonando su rostro.Sabía que la caída de Carlos era inminente, y la agonía de ese hombre no era más que un espectáculo que disfrutaba sin piedad.

Estaba aislado.La tormenta que azotaba el campo de batalla no solo empapaba la tierra, sino que también calaba en lo más profundo de su ser.La lluvia caía como un presagio,como si el propio cielo lo estuviera abandonando, adelantando la tragedia que se avecinaba.Carlos sabía que el tiempo se le agotaba.El peso de la desesperación lo aplastaba, y el latido de su corazón parecía cada vez más errático, como si su vida estuviera corriendo junto al reloj que, implacable, lo llevaba al abismo.Miró a sus hijos, heridos y vulnerables,sus cuerpos una manifestación de la brutalidad que Henry había desatado sobre ellos.Cada segundo era un hilo que se rompía, y la vida de su familia pendía de él como una daga afilada.

¡No puedo dejar que esto termine así!gritó Carlos, su voz resonando con una furia desesperada, pero sonando más como un eco perdido en la tormenta.No había esperanza, pero su corazón seguía latiendo, buscando alguna chispa de resistencia. Algo, lo que fuera, que le permitiera salvar a los suyos.Pero el destino no era amable, y la realidad le golpeaba con cada segundo que pasaba.

Mientras tanto, la figura oscura deHenry se erguía imponente,como un titán que aguardaba el momento de su derrota final. Sus ojos, fríos y calculadores, brillaban con una intensidad maligna, y su presencia era una fuerza casi tangible.Estaba listo para desatar su poder una vez más,dispuesto a romper a Carlos de una vez por todas. No le importaba la lucha;esa falsa batalla era solo una excusa tonta para no enfrentar la verdadera razón de su presencia allí: la muerte de su primogénito.

La atmósfera estaba cargada de un maná denso y poderoso,cada respiración de Carlos se sentía más difícil, como si el aire estuviera siendo succionado por la misma oscuridad que rodeaba el campo de batalla. Cada movimiento de ambos hombres se volvía crucial;todo lo que quedaba era un último esfuerzo por lo que quedaba de familia, por lo que quedaba de esperanza.Pero Henry, con su eterna calma, sentía que ya nada importaba. Este momento, este juego, no era más que una sombra comparado con la verdad que tanto había esperado.

Carlos podía percibir sus alrededores.Aunque rodeado de sus leales guardias personales,se sentía completamente aislado,como si el resto del mundo se hubiera desvanecido en un mar de desesperación. Cada sonido, cada respiración, parecía provenir de un lugar lejano, distante, casi irrelevante.El único ser que importaba en ese instante era Henry.

Henry se había detenido.Su presencia era casi opresiva, y su mirada fría y calculadora se clavó en Carlos como una daga afilada.Un silencio espeso colmó el aire.Henry observó a los nuevos refuerzos que se habían atrevido a intervenir en este conflicto.Su mirada se tornó de hielo,llena de desprecio y hastío. "ME he cansado de ustedes," sus palabras resonaron en el aire con la misma autoridad y poder que su presencia emanaba.

A su lado,una sustancia de color azul profundo comenzó a formarse.Se moldeaba con rapidez, tomando la forma de un insecto,un insecto que en el pasado no pasaba de una mano humana,pero que ahora era algo mucho más mortal, más letal.La figura se alzó en el aire, tomando forma como una enorme mantis,de proporciones monstruosas.Medía cerca de 2.5 metros,sus afiladas extremidades brillando bajo la luz sombría.Era una bestia mágica de núcleo sangriento.Una criatura creada para la destrucción, alimentada por un poder oscuro y brutal.

El aire se tensó aún más.Los guardias de Carlos retrocedieron instintivamente, sus rostros pálidos ante la visión de la monstruosidad que Henry había desatado.Carlos sintió la presión aumentar,su cuerpo tenso ante la perspectiva de la carnicería que se avecinaba.La mantis se movió lentamente,sus ojos centelleando con una inteligencia inhumana, mientras avanzaba con una gracia mortal.El destino de todos en ese campo de batalla parecía sellado.

La mantis se erguía imponente,sus ojos de unrojo carmesíbrillaban con una inteligencia fría y despiadada.Sus patas delanteraseran largas yafiladas como cuchillas, resplandeciendo con un brillo metálico que reflejaba la tenue luz de la tormenta.Cada paso que dabahacía que el suelo temblara ligeramente, como si la tierra misma temiera el peso de su presencia.

Su cuerpo,alargado y segmentado,estaba cubierto por unaexoesqueleto negroybrillante,salpicado conmarcas de un verde iridiscenteque parecían moverse, como si la criatura estuviera viva en cada célula.Las alasque se desplegaban a su espalda no eran de un insecto común;eran membranosas,casi como si fueran hechas de un material oscuro y etéreo,donde chispas de maná pulsaban en su interior,como si la propia esencia mágica de la bestia fluía a través de su ser.El zumbido bajode las alas resonaba como un presagio de muerte, prometiendo un sufrimiento indescriptible para cualquier ser que se atreviera a desafiarla.

El abdomen de la mantisera una masa grotesca, inflada y bulbosa,donde un líquido oscuro y espesose movía como si fuera el veneno de la misma criatura, capaz de desintegrar la carne y arrasar con todo a su paso.A lo largo de su cuerpo, habíanmarcas de heridas cicatrizadas, signos de batallas anteriores, y aunque su apariencia era de una máquina de destrucción, había algo profundamenteunnaturalen su existencia, como si cada parte de su ser fuera diseñada para causar el mayor sufrimiento posible.

Sus mandíbulas, grandes y curvadas,mostraban afilados colmillos que goteabanun veneno espeso y negro,un veneno que podía pulverizar huesos y disolver carne con facilidad.El hedor a azufre y podridoque emanaba de su boca solo aumentaba la sensación de peligro inminente. Cada uno de sus movimientos erapreciso, calculado,un presagio de la carnicería que estaba a punto de desatarse.

La mantis fijó su miradaen los guardias de Carlos, sus ojos brillando con un deseo predador,una sed de sangre que parecía insaciable.La criaturase movió hacia adelante, sus pasos lentos pero llenos de una fuerza abrumadora, como si el aire mismo se apartara de su paso.El terror palpablese esparció entre los hombres de Carlos, quienes retrocedían instintivamente, sus corazones palpitando con el conocimiento de que nada en este mundo podría salvarlos de la furia que Henry había desatado sobre ellos.

Carlos, paralizado por la visión, pudo sentir cómo el miedo comenzaba a apoderarse de él,pero la desesperación no lo dejaba rendirse.Sabía que el tiempo se agotaba.Los ojos de la mantis brillaron más intensamentecomo si hubiera olido su temor, y su cuerpo se tensó, listo para lanzarse a la acción, como unamáquina de muerte,un monstruo nacido de la oscuridad misma.

Carlos sintió terror al reconocer a la bestia mágica que estaba junto a Henry: una Mantis de Hierro Negro. Era una bestia de rango 3 y parecía estar en la octava etapa del mismo rango.

—Esto no puede estar sucediendo —murmuró Carlos para sí mismo, sintiendo cómo el pánico comenzaba a apoderarse de él. La lluvia caía con más fuerza, como si el cielo mismo llorara por el inminente desastre.

La Mantis de Hierro Negro se movió con agilidad, sus ojos multifacéticos brillando con una luz ominosa mientras observaba a los guardias con avidez. El aire vibraba con la energía oscura que emanaba del monstruo, y Carlos supo que estaban ante un enemigo formidable.

La atmósfera, que ya de por sí estaba impregnada con lagravedad del conflicto, ahora se volvía insoportable. Lapresencia de la Mantis de Hierro Negrose hacía más palpable con cada segundo que pasaba, como si la mismatierray elairetemieran a la criatura. Cada vibración en el suelo, cada ráfaga de viento que cruzaba el campo, parecía estar bajo el control de esabestia monstruosa. Laluz de la tormentacaía en ángulos extraños, iluminando los destellos de lasgarras afiladasde la mantis, como si la misma naturaleza temiera estar cerca de una criatura de tal magnitud.

Carlosobservaba con ojos desorbitados, viendo cómo lafigura oscura de Henryse mantenía tranquila, como si no estuviera presenciando la escena más aterradora de su vida. Carlos, un hombre que había enfrentado todo tipo de desafíos, sentía cómo sus fuerzas se desmoronaban ante elpoder abrumadorque emanaba de la mantis.

Sabía lo que eso significaba:Henry no solo había traído una bestia más, sino unadesgarradora y oscura aberraciónque parecía superar todas las demás en términos depoder destructivo.Carloshabía estudiado cada informe, cada detalle sobre losseres contractualesde Henry, pero este monstruo era algonunca antes visto. Las otras bestias eran poderosas, sin duda, perola Mantis de Hierro Negrono solo sobrepasaba a las demás, sino queemergía como una aberración de la naturaleza, como si fuera una de esasbestias del abismoque jamás deberían haber sido desatadas sobre la tierra.

Elmanáque se filtraba en el aire no solo se sentía diferente;era más denso, más corrosivo, impregnado de una fuerza primitiva que parecía envolverlo todo.Carlospodía sentir cómo esa energía cortante atravesaba su piel, se metía bajo su carne y atacaba sus nervios, como si estuviera presagiando unacatástrofe inminente.

"Esto no es solo un desafío… esto es una sentencia de muerte."

Carlos trató decalmar su respiración, pero latensión en el aireera insoportable. La bestia a su alrededor parecía estar hecha para desmembrar todo lo que tocara, yHenry, como su invocador, parecía disfrutar de ese poder inhumano, sabiendo perfectamente lo que su criatura estaba destinada a hacer. LaMantis de Hierro Negroavanzó un paso más, y en su movimiento,los ojos multifacéticosde la bestia captaron la luz de la tormenta, reflejando en ellos laluz de la desesperaciónde aquellos que esperaban su final.

La criatura se acercó lentamente a los guardias, cuyosrostros pálidosreflejaban la inevitabilidad de lo que estaba por suceder. Uno de ellos intentó, sin éxito, mover su espada, pero elbrillo ominosode la mantis hizo que su cuerpo se paralizara de terror.Las garras de la bestiase alzaron, como si preparara un ataque mortal, y lasilenciosa fatalidadse cernió sobre todos como una espada de Damocles.

Carlos se mantuvo firme, aunque ladesesperación lo envolvía, luchando con todas sus fuerzas porconcentrarse. Laextraordinaria fuerza del manáque rodeaba a la bestia lo había dejado sin energía, y los guardias apenas podían reaccionar. Cadasutil movimiento de la mantishacía que la atmósfera sesintiera más pesada, como si el propiouniversotemiera que, si la criatura atacaba, el equilibrio entre la vida y la muerte sería arrasado.

"Esto es más de lo que puedo soportar,"pensó Carlos, sin embargo, su mente no se daba por vencida. Labatalla no había terminado, al menos no por ahora. Pero sabía que solo un milagro podría salvarlos a todos.

La Mantis de Hierro Negroera un ser de unaferocidadypoderque desbordaba todas las expectativas, unasesino natocuya existencia desafiaba las leyes de la naturaleza. MientrasCarlosobservaba, sus pensamientos no podían evitar compararla con las otras bestias que Henry había invocado a lo largo de los años. Las tres anteriores eran sin duda temibles, peroninguna se acercabaa lamajestuosidad mortalde esta criatura.

Laprimer bestia, elÁguila del Extremo Polar, era famosa por suhabilidad en el manejo del hielo, un ser capaz de invocar elcero absoluto, un poder tan helado que podíacongelar hasta el tiempo mismo. Su poder era temido en las batallas a gran escala, capaz de detener ejércitos enteros con una ráfaga de frío glaciar. Sin embargo, la criatura que tenía frente a él, la Mantis de Hierro Negro, parecíadesterrar a cualquier otra bestiacon solo su presencia. El hielo dela Aguilaparecía algoinofensivoante la malicia pura que emanaba de este monstruo.

Luego estaba laDragón Emperador Venenoso, un descendiente deltemido Dragón de Komodo, preservado por lamadre primordialjunto a otras bestias prehistóricas como elTirano del Cretácico. Esta criatura, con su veneno mortal y su fuerza abrumadora, representaba un adversario formidable en su propio derecho. Sin embargo, aunque su veneno y su tamaño lo hacían temible, elinstinto de cazade la mantis, su agilidad y su podersuperaban todo eso.Henryno había traído a esta criatura como un simple enemigo más;la mantis estaba hecha para cazar, no solo para destruir.

Y finalmente, estaba laSerpiente de Roca Temporal, una bestia mágica que dominaba los elementos detierra y tiempo. Esta criatura era conocida por suhabilidad para manipular el flujo temporal, haciendo que las batallas se inclinaran a su favor de manera casiinvisible, atrapando a sus enemigos en un ciclo interminable detiempo distorsionado. Sin embargo, a pesar de la intrincada belleza de esta habilidad, laMantis de Hierro Negroera algomás primitivo y mortal. Era unacazaviviente, diseñada para ser eldepredador definitivo.

LaMantisno necesitaba trucos o manipulación del entorno; ellaera el entorno. Susgarras afiladaspodían destrozar piedra con facilidad, susojos multifacéticosbrillaban con una inteligencia despiadada, y sucarapachode hierro negro reflejaba la luz de la tormenta, creando un halo deterrora su alrededor. Cada movimiento de la bestia eraun asalto mortal, y su agilidad superaba cualquier expectativa, convirtiéndola en un adversario imparable.

Carlossentía elterror invadir su pecho. Sabía que Henry había invocado muchas bestias, pero laMantis de Hierro Negroera algoincomparable, algo más allá de todo lo que había enfrentado antes.La criatura estaba en la cima de la cadena alimenticia, undepredador primigeniocuyo único objetivo eracazarymatar. No había espacio para la esperanza en esta batalla.

"¿Qué puedo hacer ante algo como esto?"Pensó Carlos mientras su mente trataba de encontrar algunaestrategia, pero en lo profundo de su ser sabía queesta batalla ya estaba perdida. Elinstinto de supervivenciay lavoluntadde luchar por sus hijos lo mantenían firme, peroel poderde esta criatura parecía desafiar las leyes mismas de la existencia.

LaMantisavanzó, sucolosal figuraoscureciendo el campo de batalla,el aire pesadocon la amenaza de supróximo movimiento, y Carlos, aunque agotado, se mantuvo de pie, decidido a darlo todo parasalvar lo que quedaba de su familia.

La Mantis de Hierro Negrose movió con una velocidad aterradora, suslargas patas delanterascortando el aire como cuchillas afiladas. Cada paso que daba resonaba con un sonido metálico, como si elhierro de su cuerpochocara con la tierra misma, dejando una marca de desesperación en el aire.El brillo de sus ojos multifacéticoscentelleaba en la oscuridad, unaluz roja y penetranteque parecía devorar todo a su alrededor. El monstruo no necesitaba más que esa mirada para que losguardias de Carlossintieran el peso de la muerte acechando cada uno de sus movimientos.

Carlos, observando con horror,sentía cómo el pánicose apoderaba de su pecho. Nunca pensó que tendría que enfrentarse a una criatura de tal magnitud.La Mantis de Hierro Negroera una de las bestias más temidas en todo el mundo, unacosa de pesadillacreada por la magia más oscura.Con su exoesqueleto negro, casi imperceptible en la penumbra de la tormenta, el monstruo parecía más una sombra que una criatura, como sila oscuridad mismase hubiera materializado para devorarlos.

La bestia se acercó lentamente,sus movimientos eran imponentes, pero no apresurados. Cada uno de sus pasos reflejaba laseguridad de su poder, sabiendo que no necesitaba apresurarse.Las patas traseras de la mantisse movían con la gracia de un depredador, pero lo que más aterraba a Carlos eran susmandíbulas curvadas, que se cerraban con uncrujido metálicoal ritmo de la tormenta, como si esperara el momento adecuado para devorar a su presa.

El venenoque emanaba de su cuerpo se sentía en el aire, denso, viscoso, como una presencia intangible que se infiltraba en los pulmones de quienes se atrevían a respirar cerca.Carlos sabía que la fuerza de la Mantis de Hierro Negro no residía solo en su enorme tamaño, sino en su capacidad para aniquilar con precisión, dejando solodespojos de sus víctimas.

En la distancia, el sonido de la tormenta se mezclaba con losgritos de los hombresque intentaban reagruparse, pero sabían que nada los salvaría ahora. El aura de desesperación que emitía la criatura era inconfundible.Con cada movimiento, la Mantis no solo avanzaba en el campo de batalla, sino queconstruía una atmósfera de muertea su alrededor.

Carlos, desesperado, sentía como si la tierra misma se estuviera desmoronando bajo sus pies. Sabía que la criatura estabamás allá de cualquier capacidad humanapara detenerla. Lasarmas de los guardiaseran inútiles, los hechizos que podrían haber utilizado se desvanecían ante el aura oscura de la bestia. Era solo cuestión de tiempo para que la Mantis de Hierro Negro se lanzara sobre ellos.

"No puedo dejar que esto termine así,"pensó Carlos, sintiendo que el suelo bajo sus pies temblaba. Laimponente figura de Henryobservaba desde su lugar, sabiendo que el espectáculo estaba por comenzar.La sombra de la Mantisse alzaba aún más grande a medida que avanzaba, sus ojos centelleando con unasangre fríaque auguraba un final inminente para todos los que osaran desafiarla.

Latormentacontinuaba su furia, unamarea de agua y vientoque parecía reflejar la batalla interna de Carlos. La sensación deinevitabilidaden el aire se intensificaba, como si todo estuviera fuera de su control.Henrymantenía su postura desafiante, su sonrisa cruel al ver cómo ladesesperaciónse apoderaba de su oponente, deCarlos.

Tus esfuerzos son inútiles—dijo Henry, con una frialdad casi humana, mientras sus ojos brillaban con una malicia que congelaba el alma. —Estesacrificio es inevitable, y lo sabes.

Carlos sintió cada palabra como ungolpe físico, un recordatorio doloroso de lo que estaba por venir. Lapresenciade la Mantis de Hierro Negro a su lado, suinmenso tamaño,su agilidad aterradora, lo dejaba sin opciones. Pero su corazón no se rendía.La desesperaciónpodía ahogar su cuerpo, perosu voluntadno moriría tan fácilmente.

"No puedo dejar que termine así... ¡No lo haré!"El pensamiento se repetía en su mente, unafuerzaque lo mantenía erguido. Sabía que cada segundo que pasaba era una oportunidad menos, perono podía darse por vencido. Si lamuertehabía marcado el futuro de su familia,élse encargaría de dar la última pelea.

A lo lejos,la figura de sus hijosheridos lo mantenía con vida, como un faro en medio de la oscuridad. El sacrificio de Bernardo resonaba en su pecho, cada resquicio de su dolor como un eco imparable, perono era el final, no podía serlo.

La lucha no solo era por sus hijos. El destino del mundo, de la humanidad, detodo lo que amaba, pendía de un hilo frágil.Carloslo sabía, y laresoluciónlo consumía.La esperanzaseguía viva, en su alma y en sus pensamientos, como una llama que nunca se apaga.

El aire estaba cargado detensión, y laMantisobservaba con sus ojos multifacéticos, disfrutando del sufrimiento humano. Sucuerpo temblabadeansiedad, susgarras afiladaslistas para destrozar cualquier obstáculo en su camino. Carlos lo sentía en su carne, cada segundo más cerca del abismo.

¡Aún hay tiempo!—gritó, buscandovalentíaen medio de la tormenta, su voz quebrada pero llena de furia.¡No lo permitiré!

Lalluviacayó más fuerte aún, como si el cielo desbordara sus propiossentimientos de condenahacia la tierra. Pero Carlosno retrocedió. Al menos en ese momento,éldecidiría elfinalde esta historia.

El aire estaba denso, cargado de unatensión palpableque parecía estar a punto de estallar en cualquier momento. Cada gota delluviaque caía sobre el suelo era un recordatorio de queel tiempo se agotaba, que cadainstante que pasabaloshijos de Carlosse acercaban más a la muerte.Henry, con una sonrisa de superioridad, se mantenía impasible ante la angustia que se reflejaba en el rostro de su enemigo. Ladesesperaciónde Carlos solo alimentaba sumaldad.

Tus esfuerzos son inútiles—dijo Henry, su voz tan fría como el hielo, cortante como un cuchillo, como si ya viera el futuro del hombre frente a él escrito consangre.

Cada palabra de Henry era unasentencia, ungolpe directoal corazón de Carlos, que sentía elpeso del destinooprimirlo cada vez más.La luchano solo era por sus hijos, sino por elfuturo de su familia.Cada respiraciónde Carlos, cada latido de su corazón, resonaba con el eco de laesperanzaque todavía se negaba a morir.

La desesperación se apoderaba de él; no solo veía el sufrimiento de sus hijos, también sentía cómo laoscuridadde Henry comenzaba a envolver todo lo que amaba. Pero a pesar de la tormenta que lo rodeaba, Carlos no podía rendirse.La lucha por el futuroestaba al alcance de su mano, y sufuerza interiorse intensificaba.

Elruido de la lluviase mezclaba con los ecos de la batalla, creando una atmósfera pesada, en la que cada segundo que pasaba era crucial. Loshijos de Carlosestaban al borde de la muerte, y el sacrificio deBernardoaún retumbaba en su mente,pero Carlosno podía dejar que ese sacrificio fuera en vano. Tenía que luchar por ellos, por sufamilia, por lahumanidad misma.

¡No puedo perderlos!—gritó Carlos con todo su ser, su voz rasgada por la desesperación, pero llena de una determinación feroz.

El tiempo parecía haberse detenido por un segundo.Henryobservaba con diversión cómo Carlos se tambaleaba entre elmiedoy laresolución, pero algo en los ojos del padre hizo que su sonrisa se desvaneciera.Carlos no estaba dispuesto a rendirse. Laesperanzaaún ardía en su corazón, como una llama que no se apagaría fácilmente.

El destino podía estar escrito, pero Carlos estaba dispuesto apelear por él. A pesar de la oscuridad que lo rodeaba, a pesar de los monstruos que se alzaban ante él, lavoluntad de un padreno podía ser ignorada.Nada podría detenerlo ahora.

Elaire se volvió pesado, cargado de una presión opresiva mientras lamantisde hierro negro se deslizaba, suslargas patasrozando el suelo con una elegancia mortal.Henryobservaba con una sonrisa fría, saboreando ladesesperaciónen los ojos de Carlos y de sus hombres. Cada movimiento de la bestia era un recordatorio de queel sacrificioestaba a punto de suceder, y todos los presentes serían solopeonesen el juego macabro de su poder.

Carlos sintió que elpánicolo invadía momentáneamente, pero algo en su interior se rebeló contra esasensación de impotencia.Las sombras del miedocomenzaban a disiparse, dando paso a lafiera determinaciónque había nacido en él al ver laagónica situaciónde sus hijos. Sabía que este no era el momento para rendirse; cada segundo que pasabasu familia estaba más cerca del abismo, yno podía permitir que eso sucediera.

A pesar de la amenaza palpable de labestia, que ahora estaba a escasos metros de él, y de laoscura presenciade Henry,Carlos comenzó a concentrar su energía. Su corazón latía con fuerza, bombeandoadrenalinaa través de sus venas. El miedo aún lo acechaba, pero lavoluntad de salvar a sus hijoslo empujaba hacia adelante, hacia lalucha, hacia laesperanzaque aún albergaba en su pecho.

No permitiré que esto suceda—murmuró con voz firme, mientras sus manos comenzaban a emitir unaluz tenue, un destello débil que crecía a medida que concentraba todo sumaná. Sabía que debía ser rápido; lamantisno tardaría mucho en atacar.

Henry no pareció preocupado.El disfrute en su rostroera palpable mientras observaba cómo eldesesperode Carlos se transformaba enresolución. Lamuerte de los suyosya estaba asegurada en su mente, y ahora solo quedaba esperar a que elpoder de su bestiaaniquilara todo a su alrededor.

Es inútil, Carlos—dijo Henry con voz suave, casi como una burla—.Nada puede detener lo inevitable.

Pero Carlos ya no lo escuchaba.Cada célula de su sergritaba poractuar, porluchar, por hacer lo que fuera necesario para proteger a sus hijos. Labestiaestaba cerca,Henryestaba cerca, pero en ese momento, algo dentro de él despertó, y lafuerza internaque había ignorado por tanto tiempo comenzó afluir con furia.

Con un rugido que resonó en su pecho,Carlos lanzó el primer ataque, sumanáardiendo con una intensidad renovada. Lalluviaparecía detenerse por un segundo, como si el mundo en torno a él también estuviera conteniendo la respiración. Labestia, al igual que Henry, se preparaba para la ofensiva. PeroCarlos no estaba dispuesto a perder. La batalla por el futuro de su familia no había hecho más que comenzar.

—Todos los aquí presentes serán sacrificados en su nombre —dijo Henry con desdén, disfrutando del pánico que emanaba de su suegro y de sus hombres, los cuales estaban horrorizados.

La atmósfera se volvió aún más densa, como si el mismo cielo estuviera presagiando la carnicería que estaba por desatarse. Lalluviagolpeaba con furia sobre el campo de batalla, aumentando la sensación de desesperanza en el aire. Lamantis de hierro negrose mantenía en su posición, susojos multifacéticosreflejando una intensidad mortal, como si esperara la orden para consumir a todos los presentes con su furia desmedida. Cada uno de sus movimientos hacía retumbar el suelo, y suaura oscuraera palpable, como una sombra que se cernía sobre todo.

Carlos sintió sucorazón acelerado, y por un instante, todo se detuvo en su mente. La orden deHenryllegó como un golpe brutal en su pecho, helando su sangre. Lamirada fríadel hombre estaba fija en él, sin rastro de emoción alguna. Lamantis, observando su objetivo, se preparaba para actuar, y Carlos sabía que su vida, y la de sus hijos, pendían de un hilo.

Córtale las extremidades—las palabras de Henry fueron como unsentencia de muerte, y aunque la voz de Henry era tranquila,su fuerzadetrás de ellas era imparable. Labestiase agitó, como si entendiera perfectamente el alcance de la orden.

Carlos, viendo que el tiempo se desvanecía rápidamente, comenzó a reunir todo elmanáque podía. Losnerviosrecorrían su cuerpo, pero ladeterminaciónlo mantenía firme.No podría rendirse. No lo haría. No mientras sus hijos, su familia, estuvieran en juego. Lalluvia caía más fuerte, como si el mundo entero tratara de ahogar la desesperación en sus venas, pero Carlos luchaba por mantenerse enfocado.

Lamantis, por su parte, se adelantó con una rapidez sobrehumana, sus enormes patas extendiéndose hacia Carlos,destellos de violenciaen su mirada. En ese instante, el aire se volvió denso y lapresencia de muertese hizo insoportable.El destino de todospendía de un solo movimiento, y Carlos tenía quetomar la decisión correcta.

No voy a dejar que esto termine así—murmuró, sus dientes apretados con fuerza. Lalluviano era lo único que caía del cielo, ya que las gotas parecían ser el preludio de un desastre aún mayor.

A lo lejos, losgritosde los demás hombres de Carlos comenzaron a disiparse en el ruido de la tormenta, pero la verdadera batalla apenas comenzaba. Lamantisde hierro negro estaba a punto de ejecutarla, y Carlos sabía que si noactuaba ahora, sus hijos y él no sobrevivirían a la pesadilla desatada por Henry.

La mantis, que un segundo antes estaba al lado de Henry, desapareció en una sombra. Milésimas después, a espaldas de Carlos, un tono azul medio brilló por todo su cuerpo.

Esa luz representaba su mayor defensa como usuario del rayo: las diversas capas de escudos de maná. Sin embargo, esos escudos se desmoronaron como piezas del cristal más frágil. Los escudos que había construido para resistir los ataques de Henry con su habilidad A fueron rotos en un instante.

Cuando los diversos escudos se fragmentaron, Carlos sintió un terror profundo¿.

La atmósfera se llenó de desesperación. Carlos sintió que el peso de la muerte se cernía sobre él, su mente trató de aferrarse a cualquier esperanza, pero la fría realidad le golpeó con la brutalidad de un rayo. Los escudos de maná que había construido con esfuerzo y dedicación, los mismos que le habían mantenido con vida en innumerables batallas, se desmoronaron con una facilidad aterradora. No importaba cuán fuerte fuera su voluntad, no podía detener lo inevitable.

La mantis, cuya presencia había sido casi etérea, ahora se materializó como un monstruo de pesadilla a sus espaldas. La bestia se movía con tal agilidad que parecía desafiar las leyes de la física, su cuerpo alargado y las afiladas extremidades listadas con líneas de energía pura brillaban de forma amenazante.

El rayo azul que había iluminado su cuerpo ya no ofrecía refugio, y la muerte se acercaba con pasos silenciosos pero seguros. Carlos podía escuchar la vibración de los mandíbulas de la mantis, deseando desgarrarlo, sentir la calidez de su sangre mientras la carne se desgarraba bajo su fuerza imparable.

Carlos intentó reaccionar, pero sus piernas parecían no responder. El miedo lo paralizaba, el terror se filtraba en cada rincón de su ser."Muerte,"pensó con desesperación, la palabra resonando en su cabeza como una sentencia.

La mantis avanzaba, su sombra envolviendo a Carlos, y él no podía evitar preguntarse si realmente tendría una oportunidad de sobrevivir a esta pesadilla.

La Mantis de Hierro Negro avanzó en un destello de oscuridad y velocidad. Carlos apenas tuvo tiempo de girar antes de sentir el pesado aire desplazado por el brutal movimiento de la bestia. Las patas, afiladas como cuchillas, cortaron el viento, reflejando la luz en destellos metálicos, y sus ojos multifacéticos brillaban con una hambre fría y letal.

Carlos, aún con los restos de sus escudos desmoronados a su alrededor, apenas tuvo tiempo de reaccionar."¡No!"gritó, levantando las manos con la esperanza de bloquear el golpe fatal, pero sabía que su destino ya estaba sellado.

La Mantis saltó hacia él con una rapidez indescriptible. El aire se comprimió a su alrededor mientras sus enormes patas se hundían en el suelo con un estrépito. Con una precisión mortal, la bestia extendió sus garras hacia el torso de Carlos, su fuerza era un torrente imparable. El acero de sus patas atravesó el aire con un chillido ensordecedor, y una ráfaga de viento acompañó su embestida, haciendo que Carlos retrocediera con la sensación de estar atrapado entre las sombras de la muerte.

El dolor fue inmediato. Un grito ahogado escapó de sus labios mientras las garras de la mantis cortaban a través de su defensa con una facilidad aterradora. La piel se desgarró como si fuera tela, dejando profundas marcas rojas que brotaron sangre a borbotones. Carlos tambaleó, el suelo se volvió inestable bajo sus pies, y su respiración se aceleró al borde de la desesperación.

Pero la mantis no se detuvo. Un giro brutal de su cuerpo y la bestia volvió a atacar, esta vez buscando cortar sus extremidades. El terror llenó la mente de Carlos mientras la visión se le nublaba por el dolor, pero en lo más profundo de su ser, sabía que no podía rendirse, no aún.

Henry observaba la escena con una calma aterradora, disfrutando cada segundo de la desesperación que emanaba de su suegro."Cada sacrificio tiene su precio,"pensó mientras los rugidos de su criatura resonaban, saboreando la inevitabilidad de la caída de Carlos.

La atmósfera se llenó de un silencio sepulcral, roto únicamente por el sonido de la lluvia que golpeaba la tierra empapada.Carlos, con su pierna destrozada y la sensación de su fuerza desvaneciéndose, miraba fijamente a la Mantis de Hierro Negro.La bestiaparecía disfrutar del sufrimiento que causaba, su cuerpo destellando con una siniestra belleza, como un monstruo forjado en las sombras.

El grito de Carlos resonó en el aire, desesperado, pero la respuesta fue cruel. La garra de la mantis descendió con una precisión letal, alcanzando su brazo en un corte limpio que arrancó la extremidad de un solo golpe. La sangre brotó en un chorro espeso, tiñendo el suelo mientras el dolor atravesaba cada fibra de su ser. La sensación de frío lo invadió, su visión se desdibujó mientras caía de rodillas, el maná que había estado acumulando para defenderse se desmoronaba en una frágil niebla ante la imparable furia de la bestia.

¡No!—gritó, su voz quebrándose mientras veía su brazo caer al suelo. La pérdida de sangre era brutal, y el caos en su entorno no hacía más que incrementar la angustia. Los gritos de sus guardias, que intentaban reaccionar ante la feroz embestida de la mantis, se mezclaban con el sonido del viento, creando una sinfonía de desesperación.

Pero la desesperación no podía ser el final.Carlosapretó los dientes, sintiendo cómo la fuerza de voluntad, aquella que siempre había mantenido oculta, comenzaba a surgir.La luchaaún no había terminado. Su mente comenzó a trabajar a toda velocidad, buscando en el rincón más oscuro de su ser algún recurso que pudiera usar para cambiar el curso de la batalla. El sacrificio no era una opción.

"Mis hijos... no..."Pensó con furia renovada, observando cómo sus soldados luchaban por contener el pánico que amenazaba con desbordar todo el campo. La lucha apenas comenzaba, pero cada segundo que pasaba, la sombra de la muerte se acercaba con más fuerza."No me rendiré... no los dejaré."

Con un esfuerzo titánico,Carloslevantó la mirada, su rostro bañándose en sudor y sangre, pero su determinación más fuerte que nunca. El campo de batalla, teñido por la desesperación, parecía un lienzo de horror, pero en los ojos deCarlos, la chispa de esperanza aún brillaba con fuerza. La vida de su familia dependía de ello, y en sus venas corría la última fuerza que necesitaba para desafiar al destino.

La violencia del impacto hizo queCarlossintiera como si el mundo entero se desmoronara a su alrededor. Su cuerpo, destrozado por la furia de la Mantis de Hierro Negro, se hundió en el barro, cubierto por la lluvia y la sangre que brotaba de su brazo amputado. Cada centella de dolor, cada estremecimiento de su ser, le recordaba lo cerca que estaba de la muerte.

LaMantis, imponente y macabra, permaneció allí, su silueta oscura bajo la tormenta, aguardando una señal. Pero el monstruo no se apresuró, no necesitaba hacerlo. Sabía que la derrota deCarlosera inevitable, y su hambre por la sangre del hombre era insaciable.

Conel último aliento de esperanza,Carlosintentó levantar su mirada, su respiración entrecortada y su corazón palpitando con fuerza en su pecho. Lasensación de fatalidadlo aplastaba como una montaña, el peso de la muerte acechando cada segundo que pasaba. Los ecos de su grito resonaron en sus oídos, perola sombra del destinoparecía más oscura y profunda, como una manta que se deslizaba hacia él.

"No… no puedo... dejar que termine así..."pensó, apretando los dientes con una rabia que surgió desde lo más profundo de su ser. La desesperación lo invadió momentáneamente, pero lafuerza internaque siempre había albergado en su pecho volvió a encenderse como una chispa en medio de la tormenta.No podía rendirse. La vida de su familia, el futuro de sus hijos, todo lo que amaba estaba en juego.

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