Después de una ligera cena, conversar con los Gardiner sobre los cambios en Longbourn, y jugar unos minutos con sus primos, Elizabeth se retiró a la habitación que compartía con Jane.
Desde que eran niñas, las hermanas tenían costumbre de cepillarse mutuamente el cabello antes de acostarse. Era un ritual que les permitía abrir sus corazones. Mientras Elizabeth peinaba con lentitud el cabello rubio oscuro de Jane, su mirada se desvío hacia el reflejo de ambas en el espejo de la cómoda. Jane, con las manos entrelazadas en su regazo y los ojos cerrados, parecía tranquila, pero Elizabeth notó la ligera tensión en sus hombros.
Con visible curiosidad, Elizabeth rompió el silencio, "Jane, querida, ¿por qué no me contaste que el Sr. Johnson te estaba cortejando?"
Jane se sobresaltó levemente, se sonrojó ligeramente y miró sus manos. "Perdóname, Lizzy," comenzó, su voz apenas un susurro, "No quería hablar demasiado sobre él, ni hacerme ilusiones. Tenía temor que cambiara de idea por… lo que sucedió con Lydia."
El corazón de Elizabeth se encogió al escuchar esas palabras. Era doloroso pensar que Jane, siempre tan bondadosa y justa, cargara con la sombra de las acciones de su hermana menor. Al detener el cepillado por un momento, Elizabeth exhaló un suspiro, su sonrisa teñida de melancolía. "Mi querida Jane, te entiendo. Sé cuánto has sufrido en silencio. Pero dime, ¿estás realmente contenta con este compromiso?"
Jane titubeó. Sus ojos se elevaron hacia Elizabeth, y por un instante, su vulnerabilidad quedó expuesta. Parecía debatirse entre el deseo de compartir la verdad y el impulso de proteger su propio corazón. Finalmente, habló con suavidad, "Sí, Lizzy. Él es un buen hombre. Es muy trabajador, y todo lo que tiene lo ha ganado por mérito propio. Perdió a su padre cuando tenía solo quince años, y desde entonces se ha hecho cargo de su madre y hermana. No es un hombre rico, pero tiene un ingreso de entre 300 y 400 libras al año, y tiene una bonita casa, no muy diferente a la de los Gardiner. Está a unas pocas calles de aquí."
Elizabeth asintió lentamente, procesando las palabras. Sin embargo, no pudo ignorar la ligera vacilación en el tono de su hermana. "Me alegra que hayas encontrado a alguien digno de ti," dijo con ternura, inclinándose para mirar a Jane a los ojos. "Pero Jane... ¿estás enamorada de él?"
La habitación quedó en silencio. El sonido del reloj en la sala marcaba el paso inexorable del tiempo. Jane desvió la mirada hacia la ventana, donde el tenue resplandor de la luna se filtraba a través de las cortinas. Sus labios temblaron ligeramente antes de que hablara.
"Lo respeto, Lizzy, y lo admiro mucho. Estoy muy contenta que tendré un hogar propio y si Dios quiere algún día tendremos hijos. Además, su madre y su hermana han sido muy amables y cariñosas conmigo. Estoy convencida que mis sentimientos por él van a crecer con el tiempo."
Elizabeth sintió cómo un nudo se formaba en su pecho mientas se preguntaba, ¿los sentimientos de su hermana eran de resignación? ¿O una aceptación serena de la vida tal como era? Observó a Jane, su expresión serena, pero sus ojos delataban otra historia: la de un corazón que había sufrido muchísimo y había aprendido a no esperar demasiado. En ese instante, Elizabeth recordó los sueños románticos que Jane solía compartir con ella en Longbourn, sueños que ahora parecían haberse desvanecido, reemplazados por una tranquila conformidad.
Sin querer presionar más, Elizabeth cambió el tema con una curiosidad genuina, buscando aliviar la carga emocional que flotaba en el aire. "¿Qué edad tiene tu futura cuñada?" preguntó suavemente, retomando el cepillado con delicadeza.
Jane sonrió, agradecida por la desviación en la conversación. "Tiene veinte años y está comprometida con un amigo cercano del Sr. Johnson. Seguramente nos casemos el mismo día."
Elizabeth sonrió y le hizo algunas preguntas adicionales sobre el Sr. Johnson, su futura cuñada y madre política. Mientras apagaba las velas una a una, observó a Jane dirigirse a la cama con movimientos pausados, casi medidos. Esa noche, Elizabeth deseó y rezó con toda su alma, que la vida le diera a Jane el amor profundo y protección que merecía.
