Nos encontramos en el aula 2-5, donde un grupo de chicas murmuraba sobre el extraño suceso con la estudiante desaparecida.

—Es raro, ¿no creen? —comentó Seo Hyo Ryung, inquieta—. Desaparecer todo el día, volver cubierta de sangre y decir esas cosas…

Seguro se lastimó huyendo de la escuela dijo Kim Ji Min, encogiéndose de hombros" Por eso volvió diciendo esas locuras"

—Yo no creo que esté mintiendo —añadió Lee Na Yeon en voz baja, sumida en sus pensamientos.

Kim Ji Min la miró con curiosidad.

—¿Sabes algo más?

Lee Na Yeon suspiró antes de hablar, consciente de lo que estaba a punto de revelar.

—Escuché… que su hijo desaparecido decía dando una pausa "escuché que realmente… se suicidó.

—¡No digas tonterías! —replicó Kim Ji Min, con una risa nerviosa que ocultaba su incomodidad—. Eso es ridículo.

—Es la verdad —insistió Lee Na Yeon, con una expresión seria—. No estoy mintiendo.

—¿Y quién lo dice, eh? —insistió Kim Ji Min, aún desconfiada.

—Lo dice todo el mundo —contestó Lee Na Yeon, tratando de defenderse.

Mientras tanto, al otro lado del salón, On Jo y los chicos hablaban del mismo tema.

—La vi por última vez en el laboratorio —comentó Oh Joon Young, con semblante serio. Era el tercero en la clase, justo después de Naruto y Nam Ra. Naruto, aunque tenía la capacidad de ser el mejor, prefería no sobresalir. Cuando Nam Ra le preguntó por qué le cedía el primer lugar, él solo respondió que sería un problema. Esa actitud relajada pero noble fue la que los unió como amigos. Nadie hablaba con Nam Ra por su fama de distante, pero Naruto la trató como a cualquiera. Por eso, se entendían bien.

Yang Dae Su rompió el momento de tensión con una ocurrencia vulgar.

—¿Y si el profesor la obligó a grabar una porno? —bromeó con una mueca seria y ridícula al mismo tiempo.

Jang Woo Jin le dio un golpe en la cabeza.

—¡Idiota!

—¡Ay! ¿Por qué me pegas? —se quejó Yang Dae Su, sobándose el golpe.

—Por pervertido —espetó Woo Jin, fulminándolo con la mirada.

—Oye, soy tu cuñado, no deberías pegarme —protestó Dae Su.

—¡No me llames así! —gruñó Woo Jin, agarrándolo del cuello mientras los demás reían con nerviosismo.

De repente, la puerta se abrió y Yoon I Sak entró apresuradamente. De inmediato, todos comenzaron a lanzarle preguntas.

—¿Cómo está ella? —preguntó Lee Na Yeon con ansiedad, pero On Jo fue más rápida.

—¿Y Naruto? ¿Está bien? —dijo, la preocupación evidente en su voz.

Yoon I Sak asintió, aunque su expresión permanecía seria.

—Él está bien. Pero ella… trató de morderlo. Lo arañó.

—¿Qué? —On Jo abrió los ojos como platos, su preocupación aumentando.

—Estaba ardiendo en fiebre y tenía una fuerza inhumana. Nadie podía detenerla. Naruto fue el único que intentó calmarla… y fue entonces cuando lo arañó —explicó Yoon I Sak, haciendo que todos guardaran silencio, conmocionados.

—¿Dónde está? —preguntó On Jo, casi desesperada.

—Abajo, con los paramédicos —respondió Yoon I Sak. Antes de que pudiera decir algo más, On Jo ya corría hacia la salida.

Fuera del instituto, la enfermera y una paramédica ayudaban a la estudiante a subir a la ambulancia. La paramédica era nada menos que Kushina Uzumaki, la madre de Naruto.

—Parece que sufrió hipotermia. Le administré un sedante —informó la enfermera, frotándose las mangas con nerviosismo.

—La llevaremos al hospital —respondió Kushina, con voz firme pero tranquilizadora—. Ya contacté a sus padres.

—No se preocupe, ahora vuelvo —agregó Kushina antes de subir a la ambulancia para atender algunos asuntos.

Cerca de ellos estaban Naruto, Su Hyuk y Nam So Ju, el padre de On Jo.

—¿Estás bien? ¿Te duele algo? —preguntó Nam So Ju, arqueando una ceja. Naruto negó con la cabeza, y Su Hyuk hizo lo mismo.

—Bien, los dos están a salvo —continuó, observándolos con seriedad—. Ahora, cuéntenme exactamente qué ocurrió.

Naruto y Su Hyuk narraron lo sucedido con la chica desaparecida. Al finalizar, Nam So Ju asintió lentamente, evaluando la situación. Su mirada se posó de nuevo en Naruto.

—Mañana hablaremos… sobre tu relación con mi hija —declaró, su tono firme como una advertencia.

Naruto tragó saliva, incómodo bajo la mirada inquisitiva del hombre. Su Hyuk le lanzó una mirada compasiva.

—¿Por qué no mejor ahora? —preguntó Naruto, decidido a aclararlo cuanto antes.

Antes de que Nam So Ju pudiera responder, Kushina se acercó, colocando una mano firme y cariñosa en el hombro de su hijo.

—Porque tu padre y yo tenemos guardia esta noche. Hablaremos mañana, te lo prometo —dijo con una sonrisa serena.

Naruto suspiró y asintió.

—Está bien.

Mientras tanto, Su Hyuk intentaba no reír por la incomodidad palpable en el ambiente.

—Cuida bien de On Jo —pidió Nam So Ju, dirigiéndose a Naruto. Su expresión cambió a una más cálida—. Si necesitan algo, no duden en llamarme.

Kushina sonrió y agregó:

—Y si pasa cualquier cosa, puedes llamarnos a tu padre o a mí. Vendremos enseguida.

Antes de marcharse, ambos padres intercambiaron miradas.

—Le encargo a On Jo, por favor —dijo Nam So Ju a la profesora Park.

—Y yo le encargo a Naruto —respondió Kushina con una leve sonrisa.

Tras darle un último beso a su hijo, Kushina se subió a la ambulancia junto con Nam So Ju, y ambos partieron rumbo al hospital.

Mientras los adultos se alejaban, la profesora Park se acercó a Naruto y Su Hyuk.

—Gracias por su ayuda. Terminaré unos asuntos y vuelvo. Naruto, tú y Nam Ra están a cargo. Les pido que no hablen de esto con nadie, ¿de acuerdo?

Los dos asintieron, y la profesora se dirigió hacia la enfermería para asegurarse de que el personal mantuviera silencio sobre lo ocurrido.

De regreso al pasillo, Naruto y Su Hyuk caminaron hacia su salón.

—Te mordió, amigo —dijo Su Hyuk, examinando con cuidado la manga de Naruto.

—No te preocupes, no me mordió. Estoy bien, de verdad —respondió Naruto, sonriendo con confianza—. Te preocupas demasiado.

Mientras hablaban, vieron a On Jo corriendo hacia ellos. Tropezó, pero Naruto la atrapó antes de que cayera al suelo.

—¿Estás bien? —preguntó ella, con el rostro lleno de preocupación—. Escuché que te rasguñó…

Naruto tomó su mano y le mostró la pequeña herida.

—Estoy bien, solo fue un rasguño. Mira —le dijo con tranquilidad.

On Jo lo miró con alivio y soltó un suspiro.

—Ejem… yo también estoy bien, por si a alguien le interesa —intervino Su Hyuk con una sonrisa burlona.

On Jo y Naruto lo miraron con expresión divertida pero culpable.

—Bueno, los dejo, tortolitos. No quiero ser el mal tercio —bromeó Su Hyuk mientras se alejaba, agitándoles la mano con picardía.

Naruto y On Jo se sonrojaron ante el comentario. Cuando Su Hyuk desapareció en el pasillo, Naruto recordó la conversación con Nam So Ju.

—Oye, me encontré con tu papá… —empezó a decir—. Dijo que ya sabía lo nuestro. ¿Sabes cómo se enteró?

On Jo se mordió el labio y desvió la mirada al suelo.

—Eso era lo que quería contarte… —murmuró con voz tímida—. Me preguntó, y… le dije la verdad. Lo siento, quería decírtelo en el receso, pero…

Naruto vio la culpa reflejada en sus ojos. Sonrió y tomó su mano con suavidad.

—No te preocupes. Lo manejaremos juntos —le dijo con sinceridad.

On Jo levantó la mirada, y su sonrisa tímida floreció mientras sentía que el peso en su pecho disminuía un poco.

Naruto tomó la mano de On Jo con una suave sonrisa mientras sus ojos reflejaban una calma momentánea.

—No te preocupes. De todas formas, debemos regresar al salón —le dijo, revolviéndole el cabello con ternura antes de entrelazar sus dedos. Ella dejó escapar una risita suave, y sus labios se encontraron en un beso breve pero lleno de significado. Unidos por ese pequeño gesto de amor, caminaron de la mano hacia su destino.

—Además, mi madre y tu papá dijeron que mañana quieren hablar con nosotros… Aunque llegarán tarde —agregó Naruto, manteniendo su tono despreocupado.

—Está bien —respondió On Jo, aunque su mirada mostraba una sombra de incertidumbre.

Mientras tanto, en la sala de profesores, los adultos intercambiaban miradas tensas. La puerta se abrió de golpe, y los oficiales de policía se llevaron al profesor Lee Byung Chan bajo una nube de murmullos y miradas de horror. En los pasillos de la escuela, el silencio pronto se rompería por el rugido de un peligro que nadie había previsto.

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En la cafetería, la atmósfera estaba llena de risas y charlas despreocupadas. Los amigos de Naruto se reunían alrededor de una mesa. Yang Dae Su tamborileaba los dedos en la superficie de plástico, mirando a su alrededor con curiosidad.

—Oigan, ¿alguien ha visto a Naruto? —preguntó, con una ceja arqueada.

Oh Joon Young asintió lentamente.

—Ahora que lo mencionas, no lo he visto en todo el almuerzo.

Jang Woo Jin lanzó una mirada provocadora.

—Debe estar con Na Yeon. Ella lo mira como si fuera el último chico sobre la Tierra —dijo, adoptando una pose exagerada que arrancó algunas carcajadas, pero encendió una chispa de celos en los ojos de On Jo.

Cheong San no perdió la oportunidad de añadir su comentario.

—Con todas las admiradoras que tiene, seguro está rodeado de ellas.

Los dedos de On Jo se crisparon alrededor de su bandeja. Su voz salió más fría de lo que pretendía.

—Naruto está en una reunión con su equipo para entrenar —dijo con firmeza, mirando a Cheong San con una intensidad que lo hizo callar.

El cambio en su actitud no pasó desapercibido. Gyeong Soo la observó con una expresión divertida.

—Oye, ¿qué te pasa? ¿Por qué tanta defensa? —le preguntó, sonriendo con malicia.

Antes de que On Jo pudiera responder, Yoon I Sak intervino, lista para soltar la verdad.

—Bueno, tarde o temprano se iban a enterar… On Jo y Naruto…

Su Hyuk se inclinó hacia adelante, apoyando las manos sobre la mesa. Miró a cada uno de sus amigos antes de pronunciarlo con calma:

—Está saliendo con Naruto.

El aire pareció detenerse. Las risas murieron, y un silencio casi tangible cayó sobre el grupo. Todos se quedaron quietos, sus miradas fijas en Nam On Jo, cuyos ojos evitaban los de los demás mientras sus dedos jugueteaban nerviosamente con el borde de su sudadera gris. Su rostro, enrojecido, traicionaba la mezcla de vergüenza y emoción que la inundaba.

Sin decir más, Su Hyuk enderezó la postura y se apartó.

—Bueno, me voy. Nos vemos —dijo con su típica indiferencia antes de marcharse a buscar a Nam Ra, dejando a todos paralizados.

Los segundos se alargaron, pesados.

Cheong San fue el primero en hablar.

—¿Por qué no nos lo dijiste antes? —Su voz estaba teñida de una mezcla de sorpresa y ligera irritación.

On Jo levantó la cabeza solo un poco, lo suficiente para mirarlo de reojo.

—Naruto quería decírselo él mismo… —murmuró, el peso de las palabras oprimiéndole el pecho.

Tras un breve intercambio de miradas, los demás comenzaron a asentir, aceptando su explicación. Uno a uno, se levantaron para regresar a sus clases. Pronto, solo quedaron On Jo y Cheong San.

Mientras tanto, el terror se gestaba en otra parte de la escuela.

En la enfermería, la enfermera examinaba el profundo mordisco en su brazo. La piel desgarrada ardía, y un sudor frío perlaba su frente. De pronto, su cuerpo comenzó a temblar violentamente. Se desplomó contra el suelo, jadeando y retorciéndose mientras su visión se oscurecía.

Sangre brotó de sus ojos, nariz y boca. Su respiración se convirtió en un gorgoteo inquietante. Un grito ahogado escapó de sus labios antes de quedar en silencio.

En la penumbra, Chang Hoon encendió la cámara de su teléfono, enfocando a la enfermera desde la puerta.

—Mira esto, Myeong Hwan —rió mientras grababa—. Parece que está drogada.

El líder, Myeong Hwan, observaba con una mezcla de desprecio y curiosidad. Pero entonces la enfermera se incorporó de manera antinatural, sus articulaciones chasqueando con un sonido grotesco. Su mirada, vacía y hambrienta, se fijó en Chang Hoon.

—¿Qué demonios…? —La sonrisa del chico se desvaneció.

Con un rugido inhumano, ella se abalanzó sobre él. Sus dientes se hundieron en su mejilla, desgarrando carne y dejando un reguero de sangre. Chang Hoon gritó con horror, cayendo al suelo mientras la infección se propagaba por sus venas.

Myeong Hwan dio un paso atrás, el terror apoderándose de él.

—¡Corre! —exclamó antes de huir, dejando atrás a su compañero.

En cuestión de segundos, el caos se desató en la escuela.

De vuelta en la cafetería, On Jo y Cheong San giraron la cabeza hacia la entrada cuando una multitud de estudiantes irrumpió, gritando y empujándose.

—¡Corre! ¡Se están volviendo locos! —gritaba alguien.

El estruendo del cristal al romperse sacudió la sala. La entrada se convirtió en una avalancha de cuerpos desesperados. Los fragmentos cayeron al suelo como lluvia de cuchillas mientras las primeras figuras tambaleantes—zombies de ojos inyectados en sangre—invadían el espacio.

La alarma contra incendios comenzó a sonar, inundando el aire con un gemido penetrante. Los gritos desgarradores se mezclaban con el chasquido de mandíbulas y los gemidos de dolor. Estudiantes caían bajo la marea de muertos vivientes, sus cuerpos devorados mientras los sobrevivientes corrían o se atrincheraban en la cocina.

El caos se desató en un instante. El rugido de los estudiantes corriendo, los gritos desgarradores y el eco de vidrios rotos llenaron la cafetería cuando las criaturas, con ojos inyectados en sangre y cuerpos convulsos, se abalanzaron sobre cualquiera a su alcance.

Cheong San, presa del pánico, sintió su corazón golpearle las costillas. Su mano se cerró instintivamente sobre la muñeca de On Jo, que estaba paralizada, sus ojos fijos en un amigo que acababa de caer bajo la marea de cuerpos voraces.

—¡Vamos! —gritó él, tirando de ella mientras sentía el sudor correrle por la espalda.

Juntos se lanzaron hacia una esquina de la cafetería, donde un grupo de estudiantes desesperados había comenzado a apilar sillas y mesas bajo una ventana alta. Las piernas temblorosas de On Jo amenazaban con fallarle, pero Cheong San la sostuvo con firmeza, su brazo envolviéndola mientras avanzaban entre empujones y caídas.

Una mesa se tambaleó bajo el peso de los que intentaban trepar, y el ruido metálico atrajo a uno de los zombies. La criatura, con los ojos hundidos en un odio ciego, soltó un gruñido gutural antes de lanzarse contra las sillas. Los muebles crujieron y colapsaron, pero los estudiantes ya habían comenzado a salir por la ventana.

Cheong San empujó a On Jo hacia arriba con todas sus fuerzas.

—¡Sube! No mires atrás, solo salta.

Ella obedeció, con lágrimas en los ojos y las manos temblando. Mientras trepaba, notó que los dedos fríos de un zombie rozaban sus tobillos. Gritó, pero Cheong San golpeó a la criatura con una silla, derribándola por un breve instante. On Jo alcanzó el borde de la ventana y, con un último esfuerzo, logró pasar al otro lado, cayendo al suelo con un golpe seco.

Cheong San no perdió tiempo. Subió tras ella mientras los gritos de terror llenaban el aire. Justo cuando su pie se deslizaba al exterior, el zombie volvió a embestir, haciendo tambalear la ventana. Con un jadeo de esfuerzo, se impulsó hacia adelante y cayó junto a On Jo. Los dos rodaron por el suelo antes de levantarse y echar a correr sin mirar atrás. Después de mucho luchar por fin llegaron ah un salón donde se encontraban sus amigos

El salón de clases se había convertido en una trinchera de desesperación. Seo Hyo Ryung, Kim Ji Min, Lee Na Yeon y Yoon I Sak presionaban con todas sus fuerzas la puerta, que temblaba bajo los golpes de las criaturas afuera. El sudor perlaba sus frentes, y cada respiro estaba cargado de miedo.

La manija giró repentinamente, haciendo que todas se tensaran.

—¿Quién es? —preguntó Jang Woo Jin, con la voz crispada mientras aferraba la puerta con más fuerza.

—¡Idiota, soy yo! ¡Tu cuñado! —La voz de Yang Dae Su se filtró al otro lado, jadeante y ansiosa.

Jang Woo Jin abrió de inmediato. Yang Dae Su se desplomó dentro, el rostro pálido como la cal, jadeando como si hubiera corrido kilómetros.

—¿Qué demonios te pasó? —preguntó Woo Jin, alarmado al ver la cara de su amigo cubierta de polvo blanco.

—Un imbécil me roció con un extintor —gruñó Dae Su, limpiándose la cara con la manga.

Gyeong Soo soltó una risa incrédula.

—¿Un extintor? —se burló, pero el tono ligero en su voz desapareció al ver la expresión de Dae Su.

—Sí, mierda —resopló, agotado—. No sé qué diablos está pasando ahí afuera.

Cheong San respiró hondo, sus ojos oscuros cargados de una terrible certeza.

—Escuchen. Estación zombie —murmuró, como si estuviera pronunciando una sentencia de muerte.

Las miradas se clavaron en él, todas llenas de incredulidad.

—¿De qué estás hablando, tarado? —preguntó Dae Su, frunciendo el ceño.

—Zombies. —Cheong San apretó los puños, su tono firme—. No lo entienden… Son iguales. Solo mírenlos.

Dae Su chasqueó la lengua.

—¿Zombies? Por favor… Esto no es una película —espetó con una risa nerviosa.

—¡Míralos! —Cheong San lo agarró por el brazo y lo arrastró hacia la ventana.

Las palabras murieron en la boca de Dae Su cuando la escena del pasillo se desplegó ante él: cuerpos tambaleantes, ojos sin vida, estudiantes que caían bajo dientes hambrientos.

—Mierda… —La palabra escapó de sus labios, un susurro tembloroso.

De pronto, un golpe resonó en la ventana. Todos se sobresaltaron.

—¡Es él! —gritó Woo Jin al ver la figura—. ¡Sin calcetines!

La figura de Su Hyuk apareció, desesperada y sudorosa. Lo arrastraron hacia adentro con todas sus fuerzas, después ayudaron ah nam ra ah subir apenas logrando cerrarla de nuevo cuando una mano muerta arañó el cristal. La tensión en la sala era asfixiante, pero al menos, por ahora, habían logrado sobrevivir…

Su Hyuk se dejó caer al suelo, su pecho subiendo y bajando con respiraciones agitadas. Apoyó una mano en el piso para estabilizarse mientras el sudor le empapaba la frente. Levantó la mirada hacia Nam Ra, quien permanecía cerca de la ventana con una expresión impasible, aunque sus ojos revelaban la tensión que sentía.

—¿Estás bien? —preguntó él, su voz entrecortada.

Nam Ra asintió, casi imperceptiblemente, sin apartar la vista de la puerta que habían asegurado con escritorios y sillas. El silencio que siguió estuvo lleno de miedo contenido, roto solo por el jadeo de Su Hyuk.

Finalmente, él dejó escapar un susurro, como si darle voz a sus pensamientos los hiciera más reales:

—Mierda… son lo que creo que son… zombies.

Sus palabras flotaron en el aire, un eco de horror que hizo que todos los ojos en la sala se fijaran en él. Nam On Jo apretó los labios, la respiración corta, y el frío del miedo recorrió su espalda como una ráfaga helada.

—Oigan… —dijo, con un nudo formándose en la garganta—, ¿y Naruto?

El nombre cayó como una piedra en un lago tranquilo. Los ojos de todos se ensancharon, el pánico creciendo a medida que recordaban lo obvio: su amigo no estaba con ellos.

—¡Maldición! —exclamó Cheong San, frotándose la cara con las manos como si pudiera borrar su descuido.

—No lo he visto —respondió Su Hyuk, pasándose una mano por el cabello empapado de sudor—. La última vez que lo vi fue después de clases…

On Jo palideció mientras sus pensamientos se arremolinaban con fuerza. De pronto, una chispa de memoria la hizo abrir los ojos de par en par.

—¡Ya me acordé! —gritó de repente, casi sobresaltando a los demás—. Tenía un entrenamiento con su equipo después de clases… ¡Por eso no estaba con nosotros durante el almuerzo!

Las miradas de Cheong San y Su Hyuk se dirigieron hacia ella con una mezcla de alarma y comprensión. On Jo dio un paso hacia la ventana, la ansiedad en sus ojos intensificándose mientras las sombras danzaban bajo el sol de la tarde.

Fue entonces cuando lo vieron. Una silueta solitaria corría a toda velocidad hacia la entrada principal de la escuela, esquivando cuerpos que caían y criaturas que se lanzaban sobre cualquier cosa viva. La figura se movía con agilidad felina, pero el peligro lo rodeaba como una tormenta de furia y muerte.

—¡Es Naruto! —gritó On Jo, su voz cargada de emoción y miedo.

Antes de que todo se fuera al diablo, Naruto estaba en medio de una intensa práctica de fútbol con sus compañeros. El equipo se preparaba para el siguiente partido, pero algo estaba a punto de cambiar el curso de ese día. Un alboroto indescriptible provenía del interior de la escuela. Los chicos se detuvieron, desconcertados, mirando hacia el edificio con incredulidad. Al principio pensaron que era alguna broma o una pelea, pero lo que vieron a continuación los dejó paralizados, helándoles la sangre.

Desde las ventanas de la escuela, varios estudiantes caían al suelo, algunos ya sin vida, otros se levantaban con los ojos vidriosos, mirando a todos con una actitud agresiva y una hambre inhumana. Los chicos comenzaron a gritar aterrados, algunos intentaron huir, pero ya era tarde. Los zombis se habían desatado, y la pesadilla acababa de empezar.

El entrenador, al ver a un estudiante mordiéndole el brazo a otro, reaccionó rápidamente, empujando a los demás para mantenerlos a salvo.

—¡No se acerquen! —gritó, tratando de proteger a los chicos y apartarlos del peligro. Pero antes de que pudiera dar un paso más, vio a uno de los zombis devorando a una chica en el suelo. Sin pensarlo, se lanzó hacia él, con la esperanza de salvarla, pero el zombi, al notar su presencia, se giró con una velocidad aterradora y lo atacó. El entrenador apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de ser mordido en el cuello.

Los chicos observaban horrorizados, sin poder hacer nada. El entrenador luchaba por su vida, pero el zombi lo derribó rápidamente, devorándolo con frenesí. Al terminar con él, el zombi levantó la cabeza y, al ver a los chicos, se lanzó hacia ellos con la misma ferocidad. La estampida comenzó: todos corrieron en diferentes direcciones, intentado escapar del peligro. Pero no pasó mucho tiempo antes de que los zombis los alcanzaran.

En medio del pánico, Naruto se dio cuenta de que no podía quedarse ahí. El caos lo rodeaba, pero él había entrenado para situaciones extremas. Usó sus reflejos y se esquivó de los zombis con destreza. Corrió hacia el borde del campo de fútbol, buscando una salida. Fue en ese momento cuando vio algo que podría salvarlo: un hacha abandonada cerca de una de las puertas traseras de la escuela, posiblemente olvidada por alguno de los entrenadores o los encargados de mantenimiento. Sin pensarlo, Naruto la agarró con fuerza, notando que su mango estaba cubierto de polvo y suciedad, pero lo único que importaba era que era su única opción de sobrevivir.

Con el hacha en mano, Naruto avanzó rápidamente, abriéndose paso entre los zombis que lo rodeaban. Cada golpe era certero, derribando a los muertos vivientes que se acercaban a él. Su respiración se aceleraba mientras la adrenalina recorría su cuerpo, pero algo en él le decía que debía mantenerse enfocado. Sabía que tenía que llegar a la ventana donde sus amigos lo esperaban.

Mientras corría hacia el edificio, uno de los zombis intentó lanzarse sobre él, pero con un rápido movimiento, Naruto le clavó el hacha en la cabeza, destruyéndola al instante. Sintió una sacudida de satisfacción por un segundo, pero no se permitió distraerse. Sabía que el tiempo estaba en su contra.

Al llegar a las puertas traseras de la escuela, vio que varias ventanas estaban abiertas, algunas de ellas con sus compañeros asomándose. Cheong San y Su Hyuk lo vieron llegar, y en ese momento, el alivio llenó sus rostros. Naruto estaba allí, pero no por mucho tiempo. Los zombis aún estaban cerca.

Naruto, agitado y empapado de sudor, levantó la mirada hacia sus amigos.

—¡Ayúdenme! —gritó. Sin perder tiempo, Su Hyuk y Cheong San se apresuraron a abrir la ventana aún más para que pudiera entrar. Con la fuerza que le quedaba, Naruto trepó y se dejó ayudar por sus amigos a entrar rápidamente.

Una vez dentro, el hacha se cayó de su mano, y Naruto se apoyó en la pared, agotado. Su cuerpo temblaba del esfuerzo, pero sentía que aún debía mantenerse en guardia. Con un suspiro, se limpió el sudor de la frente y dejó escapar un suspiro de alivio. Al menos, por el momento, había sobrevivido.

—Me tenías muy preocupada... pensé que no te iba a ver más. —dijo Nam On Jo, acercándose a él con los ojos llenos de lágrimas de alivio.

Naruto sonrió débilmente, aunque su rostro estaba marcado por la fatiga.

—No te preocupes, On Jo. Los zombis no me pudieron hacer nada. —respondió, abrazándola con una mano, mientras su mirada se deslizaba hacia el exterior, aún preocupado por la situación que se desarrollaba.

—¿Cómo lo lograste? —preguntó Su Hyuk, con una mezcla de asombro y admiración.

—No sé cómo, pero con este hacha y un poco de suerte, logré abrirme camino. Pensé que no lo lograría. —respondió Naruto, con la voz agotada. —Pero al menos ya estoy aquí...

—Tenemos que encontrar una forma de salir de aquí y buscar ayuda —dijo Cheong San, mirando a los demás con desesperación.

Nam On Jo, temblando de miedo, respondió rápidamente:

—¿Pero cómo vamos a salir? Hay zombis por todas partes... ¿Cómo? —su voz reflejaba el pánico que sentía.

Jang Woo Jin, intentando mantener la calma, les dio una pequeña esperanza:

—Tenemos que mantener la calma y pensar con claridad. Seguro hay alguna salida segura. —dijo con voz firme, pero sus ojos delataban la incertidumbre que también sentía.

En ese momento, Naruto, que había estado en silencio, se levantó lentamente y se acercó a la ventana. Su mente trabajaba a toda velocidad mientras observaba la escena afuera. Los zombis seguían merodeando por los pasillos de la escuela, algunos entraban y salían de las habitaciones, y otros se movían por el patio. Era un caos absoluto. Cada paso que daban los muertos vivientes hacia el interior del edificio parecía traer más terror y desesperanza. La imagen era aterradora: personas atrapadas, sin posibilidad de escapar, y un mundo que había caído en el olvido.

Naruto, aunque agotado, se aferraba a una chispa de esperanza. Tenían que encontrar una forma de salir, de resistir.