El miedo primigenio que acecha en la oscuridad es un legado de los primeros hombres, quienes, bajo el manto de las tinieblas, temían el sigilo de bestias feroces al acecho. Rodeados por sombras impenetrables, su única defensa eran las fogatas que alzaban como baluartes de luz contra lo desconocido, alejando con llamas temblorosas los "peligros objetivos". Aquellos miedos, constantes y voraces, no solo marcaron su instinto, sino que moldearon su sensibilidad, enseñándoles a temer la noche como un terreno de trampas invisibles.

Sin embargo, el miedo no reside únicamente en los peligros tangibles. Es el mismo que despierta a un niño en mitad de la noche, sacándolo de sueños plagados de terrores incomprensibles. Sus ojos, abiertos pero aún presos de las sombras de su mente, ven espectros que no existen, figuras que parecen deslizarse en las esquinas de su visión. En estos momentos, no es la noche quien lanza sus fauces, sino los "peligros subjetivos", las creaciones mismas del inconsciente, que se vuelven tan aterradoras como cualquier criatura real.

Es en ese vacío, entre lo real y lo imaginado, donde el verdadero terror encuentra su hogar. Porque el miedo no necesita dientes ni garras; basta con un susurro en la penumbra o la sensación de ser observado en soledad. La noche, con sus trampas y sus misterios, siempre será el teatro de nuestras peores incertidumbres.

Y esta noche, Lunaris descubrirá que los peligros de la oscuridad no siempre se quedan en los sueños

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Después de su encuentro con aquella aventurera de cabello rosa y temperamento enérgico, Lunaris se quedó reflexionando sobre lo que había sentido en ese breve momento. La sed de sangre casi lo había abrumado, y si no fuera por su intervención en el momento exacto, quizá habría confundido a las personas a su alrededor con bestias. Esa pregunta se alojó profundamente en su corazón: ¿Por qué las vi como bestias?

Aún perturbado, decidió apartar esos pensamientos y concentrarse en su propósito inmediato. Caminó entre las sombras de los callejones hasta llegar al taller del herrero que anteriormente había afilado su arma. Necesitaba asegurarse de que su equipo estuviera en perfecto estado para las próximas incursiones, pues cada vez era más consciente de la fragilidad del control que tenía sobre sí mismo en combate.

Sin embargo, incluso mientras discutía los detalles con el herrero, la inquietud no lo abandonaba. Su mente volvía una y otra vez al recuerdo de aquella mirada perdida en el vacío y al temor que había sentido de sí mismo.

Tras recoger su arma, se dirigió hacia la mazmorra en un primer impulso, pero al pasar los primeros dos pisos reflexiono de que tal vez aliviar esa sed de sangre no seria lo correcto asi que dio media vuelta abandonando el gremio y se dirigió a la pequeña granja donde residía la diosa Teteo. Su intención era buscar respuestas, o al menos algo de claridad. Cuando entró, el ambiente tranquilo y cálido del lugar lo recibió, en fuerte contraste con el caos que sentía en su interior. Al verla, se inclinó en señal de respeto, pero no pudo ocultar la tensión en su rostro.

—Diosa Teteo —comenzó, con un tono sombrío—, debo hablar con usted. Algo está ocurriendo conmigo, algo que no entiendo.

La sala estaba iluminada por la tenue luz de unas velas, cuyo parpadeo dibujaba sombras danzantes en las paredes. Lunaris estaba sentado en un banco de madera frente a Teteo, su diosa. Había llegado casi tambaleándose, con una mirada ausente que ahora evitaba cruzar con la de ella.

—El ataque que sufrí hoy por la tarde fue… extraño —comenzó Lunaris con voz temblorosa, rompiendo el silencio—. Sentí como si algo… una bestia, saliera de mi interior.

Teteo lo observaba con atención, inclinándose ligeramente hacia él. Su rostro mostraba preocupación, pero también paciencia.

—Cuéntame más, Lunaris. ¿Qué fue lo que sentiste? —le pidió con voz suave.

Lunaris apretó los puños sobre sus rodillas y bajó la mirada.

—Fue… miedo. Pero no por los monstruos o el peligro. Fue miedo de mí mismo. Mientras luchaba, sentí esa… sed, como si cada golpe que daba alimentara algo dentro de mí. Y lo peor… lo peor es que lo disfruté.

El cazador levantó los ojos hacia Teteo, buscando consuelo, pero sus palabras salían como confesiones pesadas.

—Tengo pavor, mi diosa. No puedo controlar a esa bestia dentro de mí.

Teteo permaneció en silencio unos instantes, dejando que el peso de sus palabras llenara la habitación. Luego, se inclinó y colocó una mano ligera pero firme sobre el hombro de Lunaris.

—Todos tenemos sombras dentro de nosotros, Lunaris. Algunas son parte de nuestra naturaleza; otras son impuestas por lo que enfrentamos. Pero dime, ¿crees que esta sed te da fuerza, o te está consumiendo?

Lunaris soltó un suspiro cargado de dudas.

—No lo sé. Pensé que era mi enfermedad, la que me obligó a dejar mi hogar. Pero ya no me siento enfermo físicamente. Al contrario… nunca he sido tan fuerte.

Hizo una pausa y llevó una mano a su pecho.

—Es esta sed lo que me está matando por dentro. Me obliga a bajar a la mazmorra una y otra vez, a buscar monstruos, a cazar. Ya hemos tenido tres incursiones exitosas, y sin embargo, no me siento satisfecho.

La diosa ladeó ligeramente la cabeza, sus ojos iluminados con una mezcla de curiosidad y compasión.

—¿Crees que actualizar tu falna podría despertar algo más en ti?

—Sí —admitió Lunaris, con la voz cargada de incertidumbre—. Temo que si lo hace, esa bestia se haga más fuerte.

—La falna no es un monstruo, Lunaris —respondió Teteo con calma—. Es un reflejo de lo que ya eres, de quién eres en este momento. Si hay una bestia dentro de ti, actualizar tu falna no la hará más fuerte, pero sí la revelará con mayor claridad.

El silencio que siguió fue denso. Lunaris bajó la cabeza, luchando con sus pensamientos.

—Entonces… ¿debería buscar una cura para esta sed?

Teteo sonrió levemente y retiró su mano, dejando que la pregunta flotara en el aire.

—Eso depende de ti, Lunaris. Pero recuerda: tu fuerza no proviene solo de lo que temes, sino de lo que eliges hacer con ello. Las sombras no definen quién eres; es cómo decides enfrentarlas lo que importa.

Lunaris levantó la mirada, encontrando en los ojos de Teteo una calma que empezaba a contagiarlo.

—Gracias, mi diosa. Haré lo que sea necesario para controlar esta sed… y proteger lo que realmente importa.

Teteo asintió, su sonrisa ahora más cálida.

—Descansa por ahora. Las respuestas no siempre llegan cuando las buscamos, pero siempre lo hacen cuando estamos listos para aceptarlas.

Con una inclinación de cabeza, Lunaris se levantó, todavía cargado de dudas pero con una pequeña chispa de esperanza ardiendo en su interior.

Lunaris se acomodó en su cama en la granja, el agotamiento del día finalmente superándolo. Cerró los ojos y, poco a poco, el mundo real comenzó a desvanecerse. Lo último que escuchó antes de sumirse en el sueño fue el susurro del viento nocturno entrando por la ventana.

Lunaris abrió los ojos en lo que parecía ser su aldea natal, envuelto en un ambiente cargado de nostalgia. Los árboles se alzaban como guardianes silenciosos, y el aroma a hierba fresca y flores lo transportaba a un tiempo en el que la vida era más sencilla. Sin embargo, algo no estaba bien. El aire tenía un peso extraño, como si cada respiración le costara más. Y ese olor... un leve toque metálico que no debía estar allí.

El suelo bajo sus pies, verde y vibrante, comenzó a oscurecerse. Al principio era solo un charco aquí y allá, pero pronto la hierba misma parecía marchitarse y sangrar. Un viento susurrante se levantó, llevando consigo ecos de risas. No cualquier risa, sino aquellas que pertenecían a las personas más queridas para él: su madre y su padre.

—¿Madre? ¿Padre? —llamó, su voz quebrándose entre la confusión y el temor.

Avanzó entre los árboles, guiado por esas risas que resonaban como una melodía distorsionada, cada vez más desafinada. Las sombras comenzaron a moverse de manera antinatural. Las ramas de los árboles se retorcían hacia él como si quisieran atraparlo, y el cielo, que antes era azul, se tornó de un negro absoluto, sin estrellas ni luna.

Llegó a un claro, pero el lugar que recordaba como su hogar era ahora un abismo que se retorcía, una estructura imposible que parecía existir en varias dimensiones al mismo tiempo. Su madre y su padre estaban allí, pero no eran ellos. Sus rostros estaban desgarrados, pero no por heridas físicas: la piel parecía deslizarse de sus cráneos como si intentara abandonar una forma que no le pertenecía. Sus cuerpos se alargaban y encogían con cada movimiento, como si fueran marionetas de algo que habitaba más allá de su comprensión.

—¡Madre! ¡Padre! —gritó Lunaris, intentando avanzar, pero el suelo bajo sus pies se convirtió en una sustancia pegajosa que lo retenía. Sus piernas no respondían, como si su cuerpo rechazara la idea de acercarse más.

Las risas de sus padres se convirtieron en gritos y, luego, en palabras que no entendía, un idioma desconocido que hacía eco en su mente, llenándola de imágenes imposibles: un océano de ojos, montañas que lloraban sangre, un cielo lleno de bocas que gritaban. Finalmente, sus "padres" hablaron al unísono, pero sus voces no eran humanas. Eran abismos en sí mismas, resonando en frecuencias que hacían vibrar cada célula de su cuerpo.

Tu sangre... tu dolor... alimenta lo que duerme. Entrégate, Lunaris. Solo en la caza encontrarás sentido.

La figura de su madre se convirtió en una amalgama de extremidades que se retorcían hacia él, mientras la de su padre se derrumbaba como un castillo de arena, revelando un vacío lleno de ojos parpadeantes. En su cintura, su arma comenzó a emitir un calor abrasador. Lunaris la agarró instintivamente, pero cuando miró hacia ella, ya no era su espada: era una boca que se abría y se cerraba, suplicando que cediera a la furia, al hambre, a la sed de sangre.

Con un grito desesperado, Lunaris cerró los ojos y, cuando los abrió, estaba en su cama, jadeando, con el corazón latiendo con fuerza. La tenue luz del amanecer apenas lograba aliviar la opresión que sentía en el pecho. Pero algo permanecía: la sensación de que aquello no había sido un sueño, sino un mensaje, una advertencia de algo que acechaba tanto en el mundo como en su interior.

Lunaris despertó sobresaltado, el sudor frío empapando su frente y el corazón golpeando con fuerza contra su pecho. Apenas pudo enfocarse, un recuerdo, enterrado en lo profundo de su mente, emergió como una sombra que nunca debió salir a la luz. Las imágenes eran vagas, pero las voces eran claras, resonando con un eco sepulcral:

Lawrence... teme a la vieja sangre.

El tono de advertencia y la gravedad de aquellas palabras perforaron su mente como dagas, desatando un dolor insoportable en su cabeza. Lunaris apretó los puños contra sus sienes, como si pudiera silenciar el eco persistente. Gritó, un sonido desgarrador y visceral que hizo temblar las paredes de la habitación.
El grito sacudió a Fausto, quien dormía en una habitación cercana. Saltó de su cama, el corazón acelerado por la alarma, y corrió hacia el cuarto de su maestro. Abrió la puerta de golpe, esperando encontrarlo combatiendo un peligro real, pero lo que vio lo dejó congelado en el umbral.

Lunaris estaba sentado en el suelo, con la espalda contra la pared, sus ojos abiertos como platos y llenos de terror. Temblaba de manera incontrolable, su cuerpo marcado por una mezcla de sudor y desesperación. La respiración de Lunaris era entrecortada, casi como si estuviera al borde de asfixiarse. Parecía frágil, roto, como si lo que había visto en sus sueños hubiera desgarrado no solo su mente, sino también su alma.

—¡Maestro! —gritó Fausto mientras se apresuraba a su lado, arrodillándose junto a él.

Lunaris no respondió de inmediato. Sus ojos estaban enfocados en algo más allá de la habitación, en un vacío que solo él podía ver. Fausto lo sacudió ligeramente, el pánico comenzando a apoderarse de él.

—¡Maestro, soy yo, Fausto! ¿Qué sucede? ¡Dígame algo!

Lentamente, los ojos de Lunaris se encontraron con los de su aprendiz. El terror aún se aferraba a él, pero algo en la voz de Fausto parecía haberlo traído de vuelta, aunque solo un poco.

La vieja sangre... —murmuró Lunaris con un hilo de voz, sus palabras apenas audibles. —Algo... algo horrible está en mi interior.

Fausto no entendía lo que su maestro decía, pero el miedo en su voz era suficiente para enviar un escalofrío por su espalda.

—No entiendo, maestro. ¿Qué es lo que lo atormenta?

Lunaris intentó hablar, pero el dolor aún lo consumía. Finalmente, logró murmurar:

—Fausto, por favor... déjame solo. Necesito... necesito pensar.

A pesar de su preocupación, Fausto asintió, entendiendo que insistir solo podría empeorar la situación. Mientras salía de la habitación, echó una última mirada a su maestro. Esa imagen de Lunaris, quebrado y vulnerable, quedaría grabada en su memoria como una advertencia de que algo mucho más oscuro acechaba en el alma del cazador.

Mientras tanto Chad observaba desde un costado de la puerta y con una sonrisa ladeada dijo: - "¿Qué es esto? ¿El invencible Lunaris, abatido por un fantasma que no puedo ver? Nunca pensé que llegaría el día en que te vería así. Siempre tan frío, tan calculador... casi inhumano. Pero ahora, mírate. Pareces más humano de lo que me atreví a imaginar."

Lunaris: lo observo sin apartar la vista de fausto "¿A qué has venido, Chad? No tengo tiempo para tus bromas."

Mientas tanto Chad se inclina hacia adelante, la voz bajando a un tono críptico "No son bromas, Lunaris. Solo observaciones. Te diré algo que solía pensar de ti: que eras como un animal. Un depredador, sin miedo, sin alma. Pero los animales... ellos no anticipan su muerte. Solo actúan, luchan, sobreviven. El hombre, en cambio..." haciendo un pequeño momento de pausa y dejando que se asienten las palabras Chad continua. ...el hombre sabe que morirá. Muy pronto lo aprende. Y ese conocimiento lo corroe, lo domina."

Lunaris sobresaltado alza la vista, sus ojos oscuros y tensos "¿Y qué pretendes demostrar con eso?"

Chad se encoge de hombros, pero su tono se vuelve más profundo. - "Que tú, Lunaris, no eres un animal. Aunque lo parecías, con esa manera tuya de moverte en la mazmorra, de cortar monstruos como si fueran aire. Pero hoy, te vi humano. Porque el miedo... el verdadero miedo, ese que se instala en los huesos y no te deja dormir, es el sello de lo humano."

Lunaris contesta mientras esta estrechando los ojos"No sabes nada sobre mí."

Chad con una mirada burlona le contesta. -Sé más de lo que crees. He visto ese miedo antes, Lunaris. No en las caras de los cobardes, sino en aquellos que han mirado a la muerte a los ojos y han vuelto para contarlo. Pero no estoy hablando de esa muerte de la carne, no. Hablo de algo más profundo. Algo que se lleva el alma en pedazos."

"Ya Basta." Grita Lunaris exasperado por el ataque de Chad

Chad alzando las manos en señal de rendición, pero con su mirada no perdiendo su tono burlon continuo .-"Como quieras. Solo recuerda, Lunaris, el miedo no es el enemigo. Es un recordatorio de que sigues vivo... por ahora."; "Espero que sepas qué hacer con eso."

Para Chad, decir todo aquello fue como caminar sobre una cuerda floja en medio de un abismo. Sabía que no tenía el derecho de entrometerse en las sombras que acechaban el corazón de Lunaris, pero el silencio no era una opción. Había visto demasiados compañeros perderse en su propia oscuridad, y esta vez no iba a quedarse de brazos cruzados. Aunque no comprendía del todo qué era lo que atormentaba al cazador, sabía reconocer la desesperanza cuando la veía reflejada en los ojos de alguien. Esa mirada vacía, rota, lo perseguía desde hacía años.

"¿Quién soy yo para hablar de esperanza?", pensó con amargura. Él mismo había cargado con culpas y secretos que apenas podía soportar. Pero ser capitán no era solo dar órdenes o blandir una espada. Era cuidar de los suyos, incluso si eso significaba arriesgarse a ser odiado o malinterpretado.

Hablarle a Lunaris fue más difícil de lo que esperaba. Cada palabra que pronunciaba parecía más pesada que la anterior, como si se estuviera exponiendo más de lo debido. Sabía que podía parecer pretencioso, como un hombre que juzga desde un pedestal, pero en el fondo no le importaba. Su intención no era demostrar superioridad, sino tender una mano antes de que Lunaris cayera más profundo en el abismo.

Chad había visto lo que la bestialidad podía hacer en la mazmorra: convertir a los aventureros en máquinas de guerra, capaces de matar sin pestañear. Pero él entendía algo que muchos no: esa rabia y ferocidad no eran señales de deshumanización, sino pruebas de que aún quedaba algo por lo que luchar. No era la falta de miedo lo que definía a un hombre, sino su capacidad para enfrentarlo.

"Si tengo que parecer un arrogante para llegar a ti, que así sea", pensó mientras se dirigía a Lunaris. Su propósito no era mostrarle que todo estaría bien, porque no lo estaría. La mazmorra no perdonaba a nadie, y la muerte siempre estaba al acecho. Pero si podía recordarle que aún era humano, que esa lucha interna no lo hacía débil sino más fuerte, entonces habría cumplido su misión.

Chad sabía que su camino era oscuro. Estaba dispuesto a cargar con las sombras para que los demás pudieran caminar bajo la luz. Aunque a veces dudaba de sí mismo, momentos como ese le recordaban que proteger a los suyos valía cualquier sacrificio. Su objetivo no era solo liderar; era evitar que los ojos de otro compañero se apagaran para siempre.

Fausto apretó los puños, su rostro enrojecido por la furia mientras clavaba los ojos en Chad.
—¿Qué demonios crees que haces? —gritó, la voz quebrándose entre rabia y desilusión—. ¡Tuviste el descaro de hablarle así a mi maestro! ¡Un hombre como tú jamás entenderá lo que significa el respeto!

Chad se giró lentamente, su semblante imperturbable, pero en sus ojos brillaba una sombra de cansancio. Dio un paso hacia Fausto, inclinándose ligeramente para mirarlo directo a los ojos.
—¿Acaso me odias, chico? —preguntó, su voz baja, casi susurrante, pero cargada de gravedad—. ¿Me desprecias por haberle dicho la verdad? ¿Por recordarte que él no es más que un mortal, igual que tú o yo?

Fausto retrocedió un paso, pero no apartó la mirada.
—¡Es más que un mortal! ¡Es un héroe, un cazador que ha enfrentado horrores que tú nunca entenderías! Y tú... tú... lo trataste como si fuera...

Chad alzó una mano, interrumpiéndolo.
—Como si fuera humano. Porque eso es lo que es. Y tú, Fausto, deberías verlo también. Esa imagen que tienes en tu cabeza, esa fantasía de honor y grandeza, no sirve para nada en la mazmorra.

El joven lo miró incrédulo, buscando palabras, pero Chad no le dio tiempo. Dio un paso más hacia él, la intensidad de su voz creciendo con cada palabra.
—¿Qué crees que es el honor? ¿Crees que puede evitar que una espada te corte? ¿Crees que puede devolver una pierna perdida, curar una herida, o aliviar el dolor? No, Fausto. El honor no entiende nada de cirugía. Es una palabra vacía.

Fausto sintió un nudo formarse en su garganta, pero Chad continuó, su voz como un martillo golpeando cada rincón de la habitación.
—¿Quieres saber qué es el honor? Es un escudo frágil, una ilusión que los idiotas usan para justificar su muerte. Y si sigues aferrándote a esa idea, Fausto, tú también serás uno de ellos.

Hubo un largo silencio. Fausto bajó la mirada hacia el suelo, su respiración temblorosa. Quería gritar, replicar, pero algo en las palabras de Chad resonó en lo más profundo de su ser.

Chad se dio media vuelta, caminando hacia la puerta. Antes de salir, se detuvo y habló una última vez, sin girarse.
—Piensa en lo que he dicho. No quiero que seas el próximo cadáver que tenga que cargar.

Cuando la puerta se cerró, Fausto se quedó solo en la habitación con su maestro, cuyos ojos aún reflejaban el terror de sus pesadillas. El joven tragó saliva, sintiendo un peso nuevo sobre sus hombros. Quizás, pensó, Chad tenía razó mañana siguiente amaneció con un cielo opaco, pero Lunaris apenas lo notó. Sus ojos estaban hundidos, su rostro demacrado, producto de una noche sin descanso. Mientras el resto de la familia se preparaba para sus actividades, él caminó con pasos pesados hacia Fausto, quien ya esperaba instrucciones para su entrenamiento diario. Sin mirarlo directamente, Lunaris habló con voz baja, casi apagada:

—Hoy no habrá entrenamiento, Fausto. Necesito... despejar mi mente.

Fausto quiso insistir, pero algo en la mirada de su maestro le hizo callar. Esa sombra en los ojos de Lunaris, algo entre la melancolía y el vacío, le dio escalofríos. No preguntó más, y Lunaris se alejó sin añadir una palabra.

Con cada paso hacia la entrada de la mazmorra, el peso en su pecho parecía disminuir, pero lo hacía de una manera extraña, casi perturbadora. No era la liberación de un hombre encontrando consuelo, sino la de alguien hundiéndose en su único refugio: la batalla. La mazmorra, con su aire opresivo y su peligro constante, le ofrecía lo que la superficie no podía: una distracción absoluta.

Bajó los primeros pisos con una rapidez que rozaba lo imprudente, buscando monstruos con una urgencia casi desesperada. Cada enfrentamiento lo absorbía por completo, y con cada golpe y cada grito de las criaturas, sentía que algo dentro de él encontraba alivio. Pero no era suficiente. Mientras más avanzaba, más fuerte se volvía la necesidad. Sus movimientos eran más violentos, su respiración más agitada. Era como si la ferocidad que mostraba no fuera dirigida hacia los monstruos, sino hacia algo que intentaba escapar de su propio ser.

En el sexto piso, rodeado de cadáveres de goblins y kobolds, Lunaris se detuvo por un momento. Su cuerpo estaba cubierto de sangre, sus manos temblaban mientras aferraban su arma con fuerza. A pesar del caos que lo rodeaba, no sentía satisfacción, solo un vacío que crecía y lo devoraba. Cerró los ojos, pero las imágenes de los monstruos se mezclaban con los recuerdos de su sueño, el olor metálico, los gritos, la risa distorsionada de su madre.

"¿Por qué necesito esto? ¿Por qué solo aquí me siento vivo?" La pregunta retumbaba en su mente como un eco que no encontraba respuesta. Sabía que esta búsqueda de sangre no era normal, que estaba caminando por una delgada línea entre el control y el abismo. Pero, ¿qué otra opción tenía? La caza era lo único que silenciaba su mente, aunque fuera temporalmente.

Por un instante, un pensamiento aterrador cruzó su mente: "¿Y si no soy más que una bestia disfrazada de hombre?" Ese pensamiento le arrancó un estremecimiento, pero no lo detuvo. Apretó los dientes y se lanzó hacia otro grupo de monstruos que había emergido de la oscuridad, con la esperanza de que, al menos por un momento más, la sangre y el combate ahogaran el miedo que lo carcomía.

Lunaris estaba sentado en una banca improvisada cerca de la entrada a la mazmorra, limpiando su arma con movimientos automáticos. Su mente aún estaba atrapada en los eventos del día anterior: el sueño, la confrontación con Chad, y la batalla solitaria que había librado esa mañana. No esperaba compañía, pero en su descuido, una figura se le acercó con paso firme. Al alzar la vista, sus ojos se encontraron con los de Lyra, la pallum de cabello rosado que había conocido días atrás. Su mirada burlona y segura era imposible de ignorar.

—Oye, tú. —dijo Lyra con una sonrisa juguetona mientras se cruzaba de brazos—. Nos vimos apenas hace nada, ¿y ya te enamoraste de mí? ¿Es por mi elegancia o por mi lenguaje refinado?

Lunaris frunció el ceño, sintiéndose descolocado por su presencia y su comentario. —No estaba... —empezó a decir, pero ella no lo dejó continuar.

—Oh, claro, claro. No estabas mirándome. Seguro solo querías admirar el aire o la nada misma. Pero, dime, ¿qué hace alguien con cara de funeral como tú, aquí sentado, como si el mundo se te estuviera acabando?

Lunaris suspiró, no sabía si su actitud le molestaba o le resultaba refrescante. —No es asunto tuyo.

—Claro que no lo es, pero, ¿qué puedo decir? Me divierte incomodar a los tipos serios como tú. Aunque... —Lyra lo observó con más detenimiento, y su tono cambió ligeramente—, parece que llevas una carga más pesada de lo normal. ¿Qué te pasa, hombre? ¿Tu arma dejó de funcionar, o te cansaste de ser el "solitario y frío aventurero"?

Lunaris no respondió de inmediato. Había algo en la manera de hablar de Lyra, en su mezcla de descaro y curiosidad genuina, que lo desarmaba. Finalmente, dejó escapar un suspiro pesado.

—¿Alguna vez has sentido que hay algo dentro de ti... algo que no puedes controlar? Algo que podría destruir todo lo que tienes, todo lo que eres, si le das la oportunidad.

La sonrisa de Lyra se desvaneció por un momento, y su expresión se volvió más seria. Se sentó junto a él, apoyando los codos en las rodillas. —No me vengas con esas cosas de tragedia. Claro que sí. Todos llevamos algo así. —Lo miró de reojo—. Bueno, tal vez no todos. Pero si me preguntas a mí, parece que te estás torturando demasiado por eso.

—No lo entiendes. —Lunaris apretó los puños, su voz baja y tensa—. No se trata de un simple mal día. Es como... si algo oscuro dentro de mí me empujara cada vez más lejos. A veces pienso que es lo único que me mantiene en pie, pero también tengo miedo de que algún día no pueda detenerlo.

Lyra lo observó en silencio por un momento, luego dio una risotada inesperada, aunque no había burla en ella. —Déjame decirte algo, esa oscuridad que tienes ahí dentro, esa bestia o lo que sea que te carcome, no es lo que te define. Lo que te define es lo que haces con eso.

Lunaris levantó la mirada hacia ella, sorprendido por la seriedad de su tono. Lyra continuó:

—Mira, yo crecí en un lugar donde todo el mundo tenía una excusa para rendirse. "Es que la vida es dura", "es que tengo demasiada rabia", "es que no puedo más". ¿Y sabes qué? Todos tenían razón. Pero los que se hundieron eran los que se dejaron llevar por esas excusas. Los que sobrevivimos fuimos los que aprendimos a usar esas cosas a nuestro favor.

—¿Cómo se supone que voy a usar esto a mi favor? —preguntó Lunaris, casi en un susurro.

—Para empezar, deja de pelear contigo mismo. No tienes que ganar cada maldito día, ¿sabes? Solo tienes que asegurarte de no perderte en el proceso. Y, si alguna vez necesitas un buen golpe para volver a tus sentidos, aquí estoy. No soy tan buena como los dioses, pero creo que te puedo aterrizar si te pierdes demasiado.

Lunaris dejó escapar una pequeña risa, aunque breve y casi imperceptible. —Eres rara.

—Gracias. Es lo más amable que me han dicho hoy. —Lyra se puso de pie y le dio una palmada en el hombro—. Ahora, levántate. No puedes resolver todo sentado aquí, ¿o sí?

Lunaris asintió lentamente. Tal vez Lyra tenía razón. No sabía cómo, pero sus palabras, en su extraña mezcla de crudeza y sinceridad, le habían dado un poco de claridad. No todo estaba perdido... aún

Esa conversación con Lyra le había ofrecido un tenue hilo de estabilidad. Sus palabras, aunque bruscas, le habían dado algo que Lunaris no sabía que necesitaba: un recordatorio de que aún era humano, incluso si a veces deseaba no serlo. Con ese pensamiento anclado en su mente, decidió regresar a la granja. La fatiga finalmente lo vencía, y el cansancio acumulado pesaba como una sombra sobre sus hombros.

Llegó a su habitación y apenas dejó caer su equipo antes de colapsar en el catre. Quería procesar todo lo que había sentido, pero su cuerpo no se lo permitió. En cuestión de segundos, se hundió en un sueño profundo, aunque no reparador.

Cuando abrió los ojos, ya no estaba en su habitación.

El mundo que lo rodeaba parecía tranquilo al principio: un campo infinito cubierto por una niebla ligera. La hierba bajo sus pies se movía de una manera que desafiaba cualquier lógica, ondulando hacia él como si intentara aferrarse a su presencia. El aire era espeso y tenía un sabor metálico, como si la sangre impregnara la atmósfera. A lo lejos, el sonido de un río acompañaba un débil susurro que no lograba entender. Pero lo que verdaderamente lo inquietaba era el cielo: un vacío que no era negro ni azul, sino un abismo palpitante lleno de ojos que parecían observar cada movimiento.

Mientras avanzaba, la calma del lugar se transformaba en algo profundamente inquietante. La niebla parecía abrazarlo, cerrándose más con cada paso, y entonces lo escuchó: una voz distante, apenas un susurro entre los latidos de su propio corazón.

—Bienvenido... cazador...

Lunaris se detuvo en seco. Esa palabra, "cazador", resonó en su mente como si alguien hubiera golpeado un tambor dentro de su cráneo. La voz no era una simple bienvenida; tenía un tono burlón, como si se regodeara en su llegada.

—¿Quién está ahí? —gritó, su voz rompiendo el opresivo silencio.

Nadie respondió. Pero el campo cambió. La niebla se apartó lentamente, revelando formas que no deberían existir: árboles que crecían al revés, con raíces que se extendían hacia el cielo, y figuras humanoides deformadas que emergían de la tierra, congeladas en poses de sufrimiento eterno. A medida que avanzaba, comenzó a reconocer algunas de esas caras. Sus padres, su familia, compañeros de caza que habían caído mucho tiempo atrás.

Un dolor punzante atravesó su pecho. Todo esto no era real... no podía ser real. Pero entonces el suelo bajo sus pies comenzó a latir, como si caminara sobre un corazón gigantesco y vivo. La voz volvió, más clara y más cerca.

—Cazador... ¿por qué huyes de lo que eres?

Lunaris intentó retroceder, pero la niebla lo envolvió como un manto helado. Sentía su respiración acelerada, su corazón latiendo como un tambor de guerra. Los ojos en el cielo se cerraron al unísono, como si lo juzgaran. Algo oscuro e informe emergió frente a él, un ser que parecía una amalgama de todas las pesadillas que había tenido. Cuando quiso levantar su arma, descubrió que estaba desarmado.

La voz continuó, esta vez dentro de su cabeza. —La caza no termina, cazador. Nunca termina.

Lunaris cayó de rodillas, sintiendo que su mente se fragmentaba bajo el peso de aquella presencia. Un miedo profundo, más antiguo que cualquier emoción que hubiera sentido antes, lo consumió. Era como si todo su ser se estuviera desmoronando bajo la verdad inescapable: él no era el cazador, sino la presa.

Despertó sobresaltado, empapado en sudor, con un grito ahogado atrapado en su garganta. Su pecho subía y bajaba rápidamente mientras intentaba convencer a su mente de que estaba de vuelta en la seguridad de su cuarto. Pero algo había cambiado. Aunque había despertado, la voz susurrante aún resonaba en su mente.

—Nunca termina...

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y con esto finaliza el capitulo, siento mucho la demora, la verdad es que me costo mucho escribir este capitulo y fui posponiéndolo hasta que al fin obtuve un momento de inspiración.

espero sea de su agrado este capitulo y me puedan dejar sus opiniones del mismo, estas son muy importantes para mi, con ellas puedo ver si esta historia les esta gustando y me ofrecen retroalimentación para futuros capítulos, como palabras finales demonios ya acabe the lord of mysteries y es una novela que valió cada segundo invertido en leerla la recomiendo mucho, nos vemos en otro capitulo o tal vez una nueva historia aun no lo decido pero ya intuirán de que historia será llevada.