Disclamer: Como ya sabéis ni los personajes, ni parte de la trama, ni los lugares me pertenecen a mí, sino a la prolífica imaginación de la gran Rumiko Takahashi que este año ha querido bendecirnos permitiendo que se hiciera un remake maravilloso de este anime que tanto adoramos * ¡Feliz Navidad Rumiko sensei!
.
.
.
Nota de la Autora: Aunque voy con algo de retraso, aquí vengo para compartir algunos oneshots Rankane (por supuesto) con sabor navideño e invernal inspirándome en algunos de los temas que nos proponen las maravillosas administradoras de la página "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma" este año para su #Dinamica_Invernal #Calendario_de_Adviento. Espero que os gusten. ¡Gracias por estar ahí, una navidad más!
.
.
.
8 de Diciembre: Tengo los pies fríos.
.
.
.
Pies Fríos
Akane tenía los pies fríos.
Llevaba unos botines de piel que, por lo general, eran capaces de mantener calentitos sus pies fuera cual fuera la temperatura exterior; por desgracia, acababa de descubrir que no eran infalibles si cometías la imprudencia de hundirlos en varios centímetros de nieve durante un rato más bien largo.
¿Cuánto tiempo llevaban ahí?
La planta de ambos pies le dolía como si llevara horas caminando con una roca atorada entre ésta y el zapato. No sabía si podía mover los dedos, pues si lo intentaba, no sentía nada. Sus tobillos también se estaban enfriando, el bajo de sus finos pantalones se humedecía al contacto con la nieve y aunque gran parte de su cuerpo estaba protegido por el abrigo, tenía el cuello, las manos y algunas zonas del rostro congelados.
El frío cortaba como una cuchilla sus mofletes colorados, cosa que era muy desagradable porque parecía que se le fueran a partir como la superficie de un espejo al caer al suelo. Intentaba resistirse a temblar pero su espalda sufría pequeños espasmos. Sus rodillas también y es que… ¡Hacía un frío horrible aquella noche de diciembre!
A pesar de todo, no querría estar en ningún otro sitio.
—¿Tienes mucho frío? —Susurró Ranma. Su cara estaba pegada a la de ella, su aliento le calentó la nariz, aunque de manera muy breve y superficial. Akane sonrió, no obstante, por la nota de encantadora preocupación en su voz y por el modo en que sus brazos la rodeaban por la espalda. El calor del beso que aún quedaba sobre sus labios era del todo delicioso.
—¡Claro que no!
—Si estás temblando.
—No es por frío —Quiso engañarle, aunque solo a medias. Alzó la cabeza y frotó la punta de su nariz helada por la tibia piel del cuello del chico hasta éste se estremeció—. Eres tú.
. Que me pones nerviosa.
—¡Ah! —exclamó él, también nervioso y complacido a la vez. De todos modos, la apretó con más fuerza y ella no se quejó.
No hacía mucho que había anochecido pero es que los días eran igual de desapacibles que la noche. Era invierno y lo único que templaba los ánimos era el reflejo de las luces navideñas que dibujaban una cúpula dorada en torno al centro de la ciudad. Akane volvió el rostro, apoyándolo en el hombro de Ranma y observó ese resplandor mágico que ascendía desde las callejuelas retorcidas de Nerima, quedando a ras del suelo de la azotea en la que se encontraban. La sensación era como si flotaran sobre el paisaje urbano, pintado de colores alegres, pero bajo el manto oscuro y helado de la noche.
Lo mejor era, sin duda, que estaban ellos dos solos en ese lugar intermedio. Nada ni nadie podía molestarles ahí.
—Cuéntame otra vez esa historia sobre China —Le pidió ella, apretando los labios en cada pausa que hacía para respirar—. ¿Cómo se llamaba ese sitio al que te llevó tu padre?
—Jusenkyo.
Ranma se ponía serio cuando hablaban de ese lugar, aunque ella no comprendía porqué.
—¿Es verdad que está lleno de lagos encantados?
—Había lagos —replicó él, igual que las otras veces, de forma rápida y escueta, como pasando por encima—. Pero no… No estaban encantados.
—Eso dices siempre pero, ¿es la verdad?
—¡Pues claro! —Y soltó esa risotada tensa que hacía restallar su pecho contra la oreja de la chica—. ¿T-te imaginas? —Bajó el tono de voz, también la cabeza y su barbilla rozó la coronilla de Akane—. Todo era un cuento ridículo de mi padre que intentaba asustarme.
Akane Tendo tenía 16 años y sabía de sobra que la magia no existía, al menos del tipo que convierte a un ser humano en otra cosa para el resto de su vida solo por mojarse con un poco de agua. La primera vez que Ranma le habló de aquella aventura había sido más abierto, mencionando algo de unas maldiciones, pero eso tampoco podía ser real. No existían las personas malditas, aunque eso no significaba que la vida no fuera lo bastante dura por sí misma.
A veces pensaba que, tal vez, sería más fácil pelear contra cosas como maldiciones milenarias y monstruos, que contra las penalidades del día a día.
—Cuéntame eso de la amazona que quería matarte…
—¡Lo has oído mil veces! —protestó él—. Mejor cuéntame que tal te va con tu p… de tu… ¡Ah! —Ranma se removió, fastidiado y Akane tuvo que acurrucarse más contra su pecho para lograr que se calmara—. ¡Ya sabes!
. Ese chico con el que tu padre quiere que te cases.
—No quiero hablar de él.
—¡Pues yo sí!
—¡Pues vete tú a conocerle! ¡Que yo no le he visto ni la cara!
Ranma gruñó con malestar, apretándola más fuerte y calló, como si pensara de nuevo en todo ese asunto, esperando que esta vez encontraría una solución al respecto. Ah, pero no lo hizo. Igual que siempre. Permaneció callado, otras veces refunfuñaba en voz baja y Akane tenía que mandarle callar porque la ponía histérica.
La vida y sus penalidades…
Se habían conocido apenas unos meses atrás, cuando su padre, Soun Tendo, y el padre de Ranma, Genma Saotome, se reencontraron tras años de separación. Habían sido grandes amigos en su juventud y compinches en más de un altercado bajo las órdenes del que era, por entonces, el maestro de ambos: Happosai.
En algún momento de aquellos años de diversión y pillería, Soun heredó el dojo de su familia y tuvo que retirarse, pero antes llegó a un acuerdo con su mejor amigo: que si algún día tenían hijos, harían lo posible por unirlos en matrimonio y mantener así el legado de la escuela de lucha a la que ambos pertenecían.
Ese solemne momento había llegado el mes de mayo anterior, pero había habido un problemilla.
Soun, entre emocionado y exaltado, no tardó en recordar a Genma la promesa que ambos habían hecho. ¡Era perfecto! Porque él había engendrado tres niñas y su amigo, un hijo, lo que quería decir que sus sueños de prosperar como una única escuela podían hacerse realidad. Podrían haberse hecho realidad de no ser porqué Genma Saotome ya había concertado el matrimonio de su hijo con otra familia.
—¡Pero se suponía que nuestra promesa era anterior, Genma! ¡¿Cómo pudiste prometer a Ranma con otra?!
Para lo cual, Genma Saotome tenía una buenísima razón que expuso con total sinceridad y sin ningún tipo de pudor.
—A cambio me dieron un carro de Okonomiyaki ambulante.
Soun tuvo que admitir, a regañadientes, que era una oferta demasiado suculenta como para no tenerla en cuenta al menos, pero no hizo que se sintiera menos defraudado con su amigo. Su respuesta inmediata fue mandar a freír monas a Genma y, dejándose llevar por un exceso de orgullo herido, contactar con su antiguo maestro Happosai.
¿Para qué?
Pues ni él mismo lo sabía. Soun Tendo era de esos tipos que se dejan llevar por el dramatismo hasta el final de la línea que marca la separación entre hacer una tontería y llevar a cabo una insensatez. El resultado de tal nefasto impulso fue que Happosai aterrizó en Nerima al llamado de su pupilo y, además, lo hizo con un muchachito desconocido que ofreció como sustituto para ser el heredero de los Tendo.
—Puedes casarlo con una de tus hijas y asunto arreglado. ¡Yo mismo lo he entrenado!
Ni siquiera en sus años mozos, cuando se es más rebelde y temerario, había sido capaz Soun de llevar la contraria a los deseos de su maestro, y por supuesto, ahora lo fue mucho menos. Antes de saber cómo, tuvo a ambos forasteros instalados en su casa y había aceptado al chico como prometido de Akane.
Sobra decir que ni se molestó en preguntar a la susodicha su parecer. De haber sido así, tal vez, ésta podría haberle dejado claro a su padre que no le interesaba tal compromiso, más que nada, porque en los meses transcurridos desde la llegada de los Saotome a Nerima, Ranma y ella se habían hecho muy amigos. Primero, los unió el profundo alivio de saber que aquel loco compromiso no iba a producirse, después fue su amor por las artes marciales.
Y algo después… fue el sincero y ardiente amor que sentían el uno por el otro.
Akane sabía cuál había sido el momento exacto en el que supo que estaba enamorada de Ranma; su corazón dio un vuelco terrible, lleno de júbilo al principio, y después se despeñó, en caída libre, por un precipicio de amargura y desesperación, porque fue el mismo día en que su padre le anunció que había concertado su compromiso con el discípulo de Happosai.
—Solo sé que se llama Ryoga.
—Tiene nombre de cerdo.
Akane pensó que ella nunca le pondría ese nombre a un cerdito, pero en fin.
—Happosai lo encontró perdido por las montañas heladas de Hokkaido y al notar su fuerza, decidió entrenarlo —Le explicó, con la misma paciencia de todas las veces—. Y luego lo trajo hasta aquí.
—¿Qué pinta tiene? ¿Es muy fuerte, de verdad?
—¡Ya te he dicho que me he esforzado mucho en no cruzarme con él por casa en todo este tiempo!
Era el modo en que Akane pretendía hacer comprender a su padre su desacuerdo con el compromiso, pero no había tenido mucho éxito.
—Lo sé.
Se apartó un poco de ella, bajando la cabeza para mirarla. Los ojos de Ranma eran de un color azul que arrancaba destellos a la luna que les vigilaba desde el cielo. Frunció las cejas un poco, inquieto. Hizo que Akane sintiera deseos de hacerle todo tipo de promesas, pero no sabía acerca de qué. También quiso mover las manos para acariciarle el rostro y asegurarle que no le dejaría solo, pero apenas podía mover los brazos, estaba agarrotada.
—Tengo los pies fríos —se le escapó. A lo que Ranma respondió con una sonrisa de guasa.
—¿Eso es qué quieres que te lleve a casa?
No era lo que pretendía, en realidad. Volver a casa no era tan agradable como antes.
Akane logró desentumecer lo suficiente sus piernas como para estirar las pantorrillas y alzarse unos centímetros. Besó al chico con premura y el calorcillo de esos sentimientos inocentes y anhelantes, al mismo tiempo, la permitió recuperar el control de sus extremidades superiores para así abrazarle.
Ahogó un suspiro al fondo de su garganta y se lamentó al pensar en lo diferente que habría sido todo si Genma hubiese mantenido su promesa y Ranma fuera su prometido.
—No tendríamos que escabullirnos a azoteas congeladas para estar juntos —murmuró con pena—. Viviríamos en la misma casa… ¡¿Te imaginas?! —Ranma siempre le decía que sí, aunque la miraba con una expresión triste al hacerlo, como si en realidad fuera incapaz—. Podríamos hacer lo que quisiéramos.
. Y estar juntos siempre.
—¡Seguro que nos pasaríamos el día discutiendo!
—¿Y por qué íbamos a discutir tú y yo?
Ranma se encogió de hombros, en verdad, no parecía que esa posibilidad le preocupara lo más mínimo. Así que ella pensó que sí, incluso si se pasaban el día discutiendo, era mucho mejor esa fantasía que la realidad que tenía que soportar.
—Será mejor que te lleve a casa —decidió él, después de unos instantes de silencio—. A mí también se me están quedando fríos los pies.
Abandonaron la azotea de aquel edificio nevado, las luces amarillas del centro y Ranma saltó de tejado en tejado, de farola en farola, llevándola en volandas hasta el barrio desangelado donde se encontraba su dojo.
Aterrizaron sobre el muro del jardín de atrás, donde el chico descansó un momento con Akane en su regazo. Las puertas de la casa estaban cerradas, pero había una línea de luz que escapaba del interior y se dibujaba sobre la nieve inmaculada del suelo. Oyeron, también, voces y sonidos desde el interior de la casa.
—Deben estar cenando ya —adivinó Akane—. Mejor déjame en mi cuarto.
—No podrás evitar a ese chico para siempre, ¿sabes?
—¿Y por qué no?
—¡Porque vive en tu casa!
Ranma pegó un salto hasta la gruesa rama de un árbol cercano. Solían utilizarla para alcanzar la ventana de la chica, la cual siempre dejaba abierta. Akane se coló dentro con un suave saltito y dio las luces, el chico permaneció apoyado en el saliente, agarrado con una mano al borde helado de aluminio.
—Acabarás pillando un refriado por dejar la ventana abierta todos los días —Le volvió a recordar.
—Qué pesado eres.
—No te olvides de cambiarte los calcetines mojados.
Siempre le soltaba esa aburrida retahíla a la hora de despedirse, los mismos consejos y en el mismo orden. Al principio, Akane pensó que la trataba como si fuera tonta, después se dio cuenta de que, de ese modo, Ranma disimulaba la tristeza por tener que irse. Algunos días ella podía ser comprensiva y dulce con él, otros, si la pillaba de mal humor, le daba un capón y lo enviaba a su casa sin más.
Sería por la vista de ciudad, ya casi vestida para la navidad, que había contemplado desde la azotea o por lo cerca que estaban esas fechas tan significativas, pero el corazón de Akane se infló de ternura, y solo pudo sonreír.
—No se me olvida —prometió. Le miró con fijeza, y casi pudo ver de nuevo sus alegres fantasías tomando vida en los ojos de Ranma. ¡Si hubiese sido posible! Intentaba que eso no la pusiera triste, pues sabía bien que jamás se casaría con el tal Ryoga, y que su destino era estar con el tonto encantador que tenía delante y le hablaba de calcetines para ocultar su dolor. Lo sabía. Era así de simple y absoluto. Pero no dejaba de ser triste tener que decir adiós—. Y tú no olvides que…
—¿Qué?
Ahora que tenía las manos más templadas, pudo ponerlas sobre su rostro. Acariciarlo con suavidad, sumergiéndose en esa mirada clara, en las fantasías de promesas de otros mundos en los que ellos estaban prometidos y eran felices.
—Vamos a pasar juntos esta navidad, Ranma.
Las cejas de él se alzaron, los ojos se abrieron en un reflejo de entusiasmo e ilusión. Al menos por un instante.
—¿Y qué hay de… tu prometido?
Akane meneó la cabeza y volvió a besarle con dulzura.
Tú eres mi prometido, bobo.
.
.
.
Fin
.
.
.
Un pequeño AU para seguir, jeje, no sabría explicar cómo se me ocurrió esto, vosotros me diréis si os gusta o si no tiene pies ni cabeza.
Nos vemos en el próximo Oneshot.
¡Besotes para todos y todas!
