Disclamer: Como ya sabéis ni los personajes, ni parte de la trama, ni los lugares me pertenecen a mí, sino a la prolífica imaginación de la gran Rumiko Takahashi que este año ha querido bendecirnos permitiendo que se hiciera un remake maravilloso de este anime que tanto adoramos * ¡Feliz Navidad Rumiko sensei!

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Nota de la Autora: Aunque voy con algo de retraso, aquí vengo para compartir algunos oneshots Rankane (por supuesto) con sabor navideño e invernal inspirándome en algunos de los temas que nos proponen las maravillosas administradoras de la página "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma" este año para su #Dinamica_Invernal #Calendario_de_Adviento. Espero que os gusten. ¡Gracias por estar ahí, una navidad más!

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10 de Diciembre: Tinieblas.

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¿Qué es el Amor?

(Segunda Parte)

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Akane cumplió su promesa y al día siguiente se despertó mucho más restablecida.

Ranma lo supo en cuanto se asomó a su habitación y vio su mirada más viva y firme que los días anteriores. Sonrió contento (y aliviado), algo que la chica vio desde su cama y compartió durante un par de segundos antes de que un furioso rubor se apoderara de su semblante y la obligara a bajar la mirada.

Ranma también se sonrojó, claro, en cuanto comprendió. Se escondió tras la pared del pasillo de un salto, sujetándose el pecho enloquecido y con un molesto temblor en la mandíbula por el cual tuvo que apretar los dientes.

La noche anterior, tan extraña, había pasado y había llegado el momento de encarar sus temerarias acciones. Por suerte para él, Kasumi decidió que Akane debía quedarse un día más en cama para terminar de recuperarse.

Tengo un día para pensar.

Y se lo tomó tan enserio que, a pesar de no sacarse a su prometida de la cabeza, se contuvo con todas sus fuerzas para no ir a su dormitorio. Quería estar seguro de lo que iba a decirle para así no meter la pata, aunque fue difícil estar lejos de ella. Ranma sentía que las horas avanzaban con ridícula lentitud cuando la recordaba, pero se derretían a la velocidad del hielo expuesto al sol del añorado verano perdido cuando intentaba encontrar las palabras que buscaba. Cada vez que miraba un reloj daba un respingo al notar lo mucho que habían avanzado las manecillas y su desazón aumentaba como una losa que estuviera cargando por una empinada colina.

Kasumi subía y bajaba del cuarto de su hermanita con expresión tranquila, lo cual era alentador, aunque no dijo en ningún momento que Akane hubiese preguntado por él.

¿Eso es buena señal? ¿Mala? ¿Estará enfadada por lo de anoche o porque no he ido a verla en todo el día? ¿Tendría que haber ido ya?

Tantas preguntas llenaron su cabeza de tinieblas en las que se fue sintiendo cada vez más perdido. Si al menos hubiese tenido una ligera idea de qué pensaba ella de lo ocurrido, tal vez le habría sido más fácil saber qué decirle.

Durante la cena, la hermana mayor anunció a los demás que Akane estaba mucho mejor.

—¿Seguro que está bien? —preguntó él, nervioso. Tanto así que olvidó sacarse los palillos de la boca al hablar—. O sea… ¿mañana ya podrá levantarse?

—Sí —Kasumi sonreía sin el más leve rastro de preocupación en su cara—. Mientras no haya una recaída.

Una recaída. Por supuesto, eso sería terrible.

La palabra le acompañó mientras ayudaba a recoger y limpiar los utensilios de la cocina. También, cuando se sentaron al calor del Kotatsu para ver las noticias de la noche. La tuvo consigo mientras se preparaba para dormir y, por consiguiente, le fue imposible pegar ojo.

Una recaída…

¡Ranma no quería, por nada del mundo, que algo así le pasara a Akane!

Una cosa era que no supiera cómo enfrentarla, y otra muy distinta que deseara que ella volviera a enfermar para librarse de esa charla que tanto le atemorizaba. Y aunque lo sabía, la parte más cobarde de su cerebro había considerado esa idea y Ranma, asqueado, luchaba contra ese impulso mezquino, enfadándose y avergonzándose por algo así, sin querer darse cuenta de que él no era sus pensamientos. No eran la misma cosa. Y, desde luego, esos pensamientos no eran verdades absolutas. Pero como era la clase de chico que buscaba siempre la explicación más simple a todo, incluyendo sus propias inquietudes, no podía concebir que algo así hubiese surgido en él, no tanto porque fuera lo que anhelaba (que no lo era), sino porque era lo que más temía.

No quería ver a Akane enferma de nuevo, así de fácil. Y eso le devoraba por dentro. Por desgracia, el miedo puede ser muy confuso en aquellos que se jactan de no sentirlo nunca.

Volvieron a dar las tres de la madrugada y él seguía despierto, con la cabeza a punto de explotar. De modo que se levantó, y en lugar de ir al cuarto de Akane como llevaba haciendo toda la semana, bajó al piso inferior, a la cocina, y cuando intentó dar la luz, la bombilla soltó un chisporroteo y se apagó.

—Genial —murmuró, frotándose los brazos—. Justo lo que faltaba.

Caminó a tientas hasta que sus manos extendidas rozaron el borde de la encimera y apartó las cortinas de la ventana en busca de algo de claridad, ésta llegó en forma de un luminoso rayo de luna.

Debía ir a ver a Akane, pero como todavía no sabía que le diría, se le ocurrió prepararle una infusión caliente, lo cual le daría una excusa para, al menos, iniciar la conversación. Mientras llenaba la tetera de agua y se peleaba con los fuegos a la escasa luz que entraba a través del cristal, se puso a repasar lo que había ocurrido la noche anterior. Lo que estaba claro a esas alturas era que la joven había descubierto, no solo la vergonzosa costumbre de su prometido de colarse en su cuarto de madrugada, sino que además, en un arranque de locura e insensatez, había cometido la osadía de besarla.

¡Había besado a Akane!

¿Por qué no lo pensé mejor antes de…? Era una pregunta inútil, pues no recordaba haber pensado nada en absoluto.

Lo hecho, hecho estaba. Akane era consciente de todo y lo urgente en ese momento era encontrar una explicación plausible que le salvara de la cólera desatada de la chica. Aunque, en verdad, no sabía si ella estaba molesta, confusa, indignada, aterrorizada o furiosa con él.

También actuaba de manera extraña anoche se recordó de improviso. ¡Y si no hubiese sido porque ella actuaba así, yo no…! La tentación de lanzar la responsabilidad sobre ella fue enorme, pero debía recordar un detalle crucial en toda esa historia. Ella estaba enferma. Y se desinfló sobre los cacharros a medio secar de la cena. ¡Tenía fiebre!

La gente actúa extraño cuando no se encuentra bien.

—Y si… —susurró, incorporándose de repente. ¿Y si por la fiebre Akane no se acordaba de nada? Ni del beso, ni de que él hubiese estado allí… Los ojos le brillaron y el pecho se le infló de pura alegría.

¡Eso sería estupendo!

¿Lo sería?

La parte cobarde de su cerebro volvía a susurrarle cosas al oído, y por una vez, él no estaba tan seguro de que llevara razón. ¿De verdad quería que Akane lo hubiese olvidado todo?

Es obvio que se acuerda se dijo, ignorando la pregunta anterior. ¿Por qué si no iba a sonrojarse de ese modo en cuanto sus miradas se cruzaron? Lo sabe se convenció, hundiéndose de nuevo en la desesperación (y en la pila de la cocina). Y si sabe lo de anoche, debe saberlo todo.

¡Era imposible que no hubiera llegado a la única conclusión posible de sus actos!

Akane ya debía saber que él la amaba. Y si lo sabía, era de esperar que estuviera furiosa (más que furiosa) con él por no haber ido a verla ni una sola vez en todo el día.

Cielos…

—No creo que una infusión sea suficiente para calmarla —comprendió. No obstante, echó el agua caliente en la tacita y la bolsita con las hierbas subió hasta casi el borde, flotando junto a las lucecitas azules y blancas que se reflejaban desde el cielo. Se quedó mirándolas, apretando la cucharilla en su mano izquierda.

Al otro lado del cristal, sin molestar a la luna, estaban las mismas nubes invernales que habían encapotado el cielo desde primeros de diciembre. Esa noche, los destellos del satélite dibujaban formas sobre la superficie mullida de éstas, y no parecían ya tan tenebrosas, se advertía una claridad maravillosa abriéndose paso, rumbo al cielo, pintándolas de azul y rescatando su blanco natural. Incluso descubrió unas pinceladas de un color rosado apagado, parecido al color del atardecer, extendiéndose por el firmamento.

Estaba tan distraído preguntándose cómo era posible que brillaran así en plena noche, que no escuchó los pasos que se acercaban, ni notó la presencia de otra persona en la habitación, hasta que un par de manos que irradiaban mucho calor se deslizaron por dentro de la camiseta de su pijama y le rozaron la espalda. Aunque el contacto fue tan agradable como recibir las primeras gotas de una ansiada ducha caliente, Ranma dio un respingo, girando sobre sí mismo, por la sorpresa.

Una figura se dibujaba, apenas, entre las sombras de la cocina.

—¡¿Qué?! —musitó, pasmado. La figura avanzó y la luz de la luna alcanzó, por fin, su rostro—. ¡¿Akane?! —La chica estaba frente a él, con su pijama amarillo, su rostro blanquecino y el pelo revuelto de la almohada. A pesar de que aún había algo de languidez en su postura, le miraba con sus ojos muy abiertos, del todo liberados de la enfermedad—. ¡¿Qué haces levantada?! —Preguntó de forma atropellada y casi de inmediato, añadió—. ¡Y descalza, además! —Su espanto fue aún mayor cuando vio sus pequeños pies blancos sobre las heladas baldosas del suelo. Eso desató su angustia—. ¡¿Quieres empeorar otra vez?!

—Estoy mucho mejor.

—¡No deberías haber bajado!

La levantó del suelo, sin pensarlo si quiera, y con una gran facilidad, pues en cuanto la agarró, Akane dio un saltito para aferrarse a su cuello. Sus delgadas piernas se enredaron en la cintura del chico, como un pequeño koala bebé. Le apretó tan fuerte contra ella que Ranma se quedó paralizado, no solo por ese gesto tan vehemente, sino también porque todo su cuerpo irradiaba un calor increíble. El calor de la fiebre que todavía la dominaba, a pesar de que ni temblaba, ni se le cerraban los ojos como otras veces.

—Venga, te llevaré arriba —murmuró, para escapar de su propio aturdimiento. Ella negó con la cabeza encajada en su cuello—. ¿Por qué no?

—Kasumi vino a ver cómo estaba hace un rato y se ha quedado dormida en mi habitación.

—¿Y qué?

—Quiero quedarme aquí, contigo —Le respondió—. Quiero hablar.

Ranma tragó saliva, aterrado. Porque ya se imaginaba de lo que iban a hablar y seguía sin tener las palabras adecuadas para explicarse.

Bien se dijo, notando el peso de la chica y la presión de sus brazos en torno a su cuello. Creo que no está furiosa, al menos. Si lo estuviera, ya le habría pegado un mamporro, como poco.

Retrocedió sobre sí mismo y se volvió para soltar a la chica sobre la encimera de la cocina, de modo que sus pies quedaran en alto. Cuando intentó apartarse, los brazos de Akane no le dejaron ir.

—No has venido a verme en todo el día —Le susurró. Su aliento, tan ardiente como su tacto, le dio en la oreja. Ranma se estremeció, frunciendo el ceño. Entendía que esa afirmación era, en verdad, una pregunta, y se convenció de que la fiebre aún hablaba por Akane y guiaba sus actos, por eso se portaba así.

Y por eso mismo, él debía actuar con calma.

—Pensaba ir ahora —Se echó hacia atrás para mirarla, sus ojos castaños estaban limpios y toda ella, desde su cabello azulado hasta su piel blanca resplandecía por acción del chorro de luz que entraba por la ventana. Era una imagen que robaba el aliento; Akane brillaba en medio de las tinieblas de la noche, como una estrella solitaria en el cielo oscuro—. I-Iba a llevarte… esto.

Le pasó la taza, esperando que ella no notara sus nervios. Y, aparentemente no lo hizo, pues se limitó a aceptarla y sonreír.

—Gracias, Ranma —Sus dedos ardientes le rozaron al tomar la taza y la quemazón se quedó sobre su piel, hormigueándole, mientras ella se llevaba la infusión a la boca—. Tenía mucha sed.

—Oh —La casualidad le sorprendió, aunque se olvidó de eso al notar el brillo que dejó el líquido en los labios de Akane. Para volver en sí, Ranma se estiró cogiendo aire con ganas—. ¿Estás mejor?

—¿No te dije que lo estaría?

—Sí, pero… —Todo lo que se le ocurría se le quedaba a medias en la mente antes de que pudiera decirlo, y se sentía un idiota—. Me alegro de que te sientas mejor.

. Aunque creo que aún tienes fiebre.

—De eso nada —Le respondió, tras terminarse la infusión con un último trago muy largo. Se le encendieron las mejillas al instante—. Estoy perfecta.

—¿Seguro?

¡Si hasta sin tocarla podía percibir el calor que desprendía su piel! Puede que no le doliera nada, pero su mente tampoco estaba en óptimas condiciones. Sin embargo, le miraba y sonreía con una dulzura tan irresistible que Ranma pensó que, al final, la fiebre no le sentaba tan mal.

—Si no quieres hacerme caso —empezó a decir Akane. Soltó la taza vacía en la pila que tenía al lado y estiró las manos hasta los hombros del chico. Ejerció la misma encantadora presión de la noche anterior, cuando quiso que él se inclinara, pero esta vez fue ella la que acercó su rostro, aprovechando que estaban a la misma altura, para posar su frente sobre la de Ranma—. ¿Tengo fiebre o no?

Se quedó paralizado. Durante unos instantes, no solo su cuerpo se transformó en un objeto inútil, su mente también se apagó. Un cortocircuito, un apagón, como la bombilla de la cocina. Habría jurado que percibía un olor a quemado proveniente del interior de su cabeza. Y es que la piel de Akane ardía como una estufa pero era un calorcillo agradable que le acarició, acompañado del olor dulzón de la infusión que escapaba por la delgada línea abierta de su boca. Ranma se sintió como hechizado, hipnotizado porque cada uno de sus cinco sentidos estaba intoxicado por ella; su imagen resplandeciente, su olor imposible, su tacto ardiente, el sonido de su respiración que volvía a ser suave y tranquila.

Abrió los ojos (sin saber cuándo los había cerrado) y fue consciente de la oscuridad que los envolvía. Una nube se interponía entre ellos y la luna, apenas podía ver nada. ¿Cómo podía estar seguro de que esa era de verdad Akane? Su forma de actuar no dejaba de sorprenderle y descolocarle.

También le gustaba, para qué negarlo.

Acopló sus manos en los codos semi flexionados de la chica, apretando un poquito con los dedos en la curva. El corazón estaba a punto de explotarle en esquirlas afiladas que saldrían volando de su cuerpo y lo destruirían todo a su paso, salvo a ellos dos.

—¿Seguro que estás bien, Akane?

Asintió despacio y su nariz le rozó en ese leve movimiento.

—Anoche me besaste —soltó, de repente. Otra afirmación que era una pregunta disfrazada. Ranma no pudo ni moverse—. Nunca lo habías hecho.

—Estaba… un poco preocupado por ti y, pues…

—¿Estabas asustado por mí?

—A ver —replicó él, ruborizado—. He dicho que estaba un poco preocupado… —Akane lo atrajo hacia ella para abrazarlo y Ranma creyó oír un suspiro pegado a su cabeza. Él también deseaba abrazarla con todas sus fuerzas, pero por alguna razón, quiso asegurarse—. ¿No estás enfadada?

—Debería estarlo —contestó, muy tranquila—; eres un pervertido que se aprovecha de las chicas enfermas para…

—¡Oye pero, ¿qué dices?!

Akane soltó una risita alegre, sana. Ranma no comprendía qué estaba provocando ese calor tan extraño que manaba de ella, si era obvio que estaba recuperada; como tampoco entendía ese brillo rosado en las nubes que llenaban el cielo nocturno, pero al volver a mirar, las tinieblas de la cocina habían retrocedido al paso de la luna y las que habitaban su mente se hicieron un poco más transparentes.

Se pegó a la chica para estrecharla con fuerza y habló sin pensar:

—Sí, vale, estaba muy preocupado —admitió, cansado de engaños y sombras que solo confundían las cosas—. Muy asustado —rectificó. Pasó sus manos por la espalda de ella y Akane le rozó por debajo del pijama una vez más—. ¡No me gustaba que estuvieras enferma!

. No podía verte así… ni tampoco no verte.

Era una completa locura pero ella le escuchó en silencio, como si en el fondo le comprendiera. Aunque no debía ser así del todo, pues le preguntó:

—¿Y eso por qué?

¡¿Por qué?!

Entonces, ¿no lo sabía? ¿No lo había descubierto? O a lo mejor, solo quería oírselo decir en voz alta.

Maldición…

—Pues… pues… ¡Por qué va a ser! —Se apartó para mirarla, con las cejas fruncidas y una expresión más feroz de lo que habría querido adueñándose de sus rasgos atemorizados—. ¡Pues porque te quiero!

La confesión salió disparada, como una flecha invisible que impactó en el pecho de la chica que, de hecho, dio un respingo hacia atrás.

Poco a poco la blancura enfermiza que quedaba como único rastro de la enfermedad se retiró en favor de un rubor encantador que nació en sus pómulos y viajó por todo su rostro. Akane no dejó de mirarle con fijeza, todavía procesando lo que había oído. Por un instante, Ranma pensó que había cometido el mayor error de su vida al soltarlo así, tan de golpe, pero entonces la chica bajó la mirada y dejó escapar una risita temblorosa, que parecía contener mil emociones a la vez.

—¿Sabes? —Susurró, con un valeroso brillo en sus ojos—. Creo que esa fiebre tuya es más fuerte que la mía.

—¿Qué? —Ranma frunció el ceño, confundido—. ¿Fiebre? —repitió, fastidiado—. ¿Crees que estoy de broma o…? —Antes de poder decir algo más, Akane alzó una mano para callarlo, posándola suavemente en su mejilla.

—Ya sé que no es una broma —Se inclinó hacia él, dejando que su frente rozara la suya una vez más—. Estoy muy contenta.

Ranma sintió el calor de su piel, de sus palabras, y por primera vez en mucho tiempo, las sombras de su mente se disiparon del todo. Cerró los ojos cuando Akane se acercó un poco más y esta vez, fue ella quien lo besó. Fue breve, pero tan cálido como el sol de primavera tras un invierno interminable. Cuando se separaron, Akane sonreía, ruborizada, pero segura de sí misma.

—¿Lo ves? —La sonrisa se transformó en una pequeña risa—. Te dije que estaría mejor.

Ranma la miró, atónito, y luego dejó escapar un suspiro rendido. No había palabras ingeniosas que pudieran salvarle en ese momento, pero tampoco las necesitaba.

—Akane… —murmuró, envolviéndola en sus brazos.

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Fin

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¡Aquí está el final!

Espero que os haya gustado el desenlace de este pequeño twoshot, no sé si este término existe como tal, jeje. ¡Gracias a todas y todos por leer!

Nos vemos en el próximo.

¡Besotes para todos y todas!