Al tercer día, temprano en la mañana, los viajeros llegaron finalmente a Longbourn. Jane salió a la puerta, envuelta en un chal apretado contra los hombros. Cuando vio a Elizabeth descender del carruaje, sus labios temblaron y sus ojos se llenaron de lágrimas. Sin mediar palabra, Jane corrió hacia ella con una urgencia desgarradora.
"Lizzy… al fin han llegado." Su voz era apenas un susurro, quebrada por la emoción. Se aferró a Elizabeth en un abrazo desesperado, como si con ello pudiera aliviar el peso de lo que llevaba dentro. El calor de sus lágrimas humedeció el hombro de su hermana, y su cuerpo temblaba levemente.
Elizabeth, alarmada por la intensidad del momento, la tomó por los brazos, buscando su mirada. "¿Qué pasa? Jane, por favor, dime." Su tono era firme, pero teñido de preocupación.
Pero Jane no respondió. Su rostro, pálido como el mármol, se torció de nuevo en una expresión de angustia mientras se volvía hacia la señora Gardiner, abrazándola con igual intensidad.
"Jane, ¿qué sucede?" insistió Elizabeth, con una ansiedad creciente que se reflejaba en cada palabra. Sus ojos buscaban desesperadamente una respuesta en el rostro de su hermana, pero solo encontraron el reflejo de una angustia que parecía imposible de explicar.
Finalmente, Jane respiró hondo, aunque su pecho seguía agitándose. Su voz, cuando logró hablar, salió quebrada y apenas audible. "Oh, Lizzy… han pasado cosas terribles en los últimos días." Su rostro se contrajo por un instante antes de continuar: "Mejor entremos al comedor." Sin esperar respuesta, tomó del brazo a Elizabeth y la guio en silencio hacia la casa.
Jane esperó a que todos se sentaran antes de asegurarse de que la puerta estaba cerrada. Por un momento, sus manos se aferraron al respaldo de una silla como si buscara apoyo, y luego cerró los ojos con fuerza, como si las palabras que estaba por decir le desgarraran el alma.
"Hace una semana estábamos tomando el té con Lady Lucas y la señora Goulding cuando tuvimos la visita inesperada del coronel Forster." Su voz tembló al pronunciar estas palabras.
Elizabeth, cuya intuición ya le advertía de algo terrible, sintió cómo su corazón se aceleraba. "¿Le sucedió algo malo a Lydia?" preguntó con un tono que oscilaba entre la ansiedad y el miedo.
Jane asintió levemente. "Aparentemente Lydia huyó de Brighton con el señor Wickham con intención de casarse en Gretna Green. Le dejó esta carta a la Sra. Forster." Le dio una nota a Elizabeth.
Un escalofrío recorrió a Elizabeth al leer la misiva, y el aire pareció volverse denso e irrespirable. Sentía como si el suelo bajo sus pies se tambaleara. ¿Lydia, la más joven e imprudente de sus hermanas, había cometido semejante insensatez? El peso de la revelación la dejó muda, pero Jane aún no había terminado.
"Papá partió de inmediato hacia Londres con el coronel Forster para intentar encontrarlos. Estaba furioso, Lizzy, pero también tan… tan desesperado." Su voz se quebró de nuevo, y las lágrimas rodaron por sus mejillas con más fuerza. "Nuestra madre… cuando se enteró, tuvo un ataque de nervios tan fuerte que nadie pudo calmarla. Afortunadamente, Lady Lucas y la señora Goulding ya se habían retirado. La señora Hill le preparó un té con láudano para que se tranquilizara, pero desde entonces no ha querido levantarse."
Las palabras de Jane resonaron en la mente de Elizabeth como un eco distante, cada una más sombría que la anterior. Intentó encontrar algo que decir, algo que pudiera aliviar a su hermana, pero se sentía atrapada en un torbellino de emociones: incredulidad, rabia, miedo y una creciente sensación de impotencia.
"¿Han sabido algo de tu padre?" preguntó finalmente el señor Gardiner, cuya voz baja pero firme parecía intentar anclar la situación en algo tangible.
Jane asintió débilmente. "Mandó un mensaje avisando que había llegado a Londres. Dijo que solo escribiría si tenía noticias… buenas o malas."
La señora Gardiner se inclinó hacia Jane, sus ojos llenos de preocupación. "¿Y tus otras hermanas? ¿Cómo están Mary y Kitty?"
"Están arriba," respondió Jane en un murmullo. "Mary está ayudando a los niños a vestirse, y Kitty… está cuidando de mamá. Ambas están tan afectadas como yo, pero intentan mantenerse ocupadas."
Elizabeth no pudo permanecer sentada. De un salto, se levantó y comenzó a caminar por el salón, con pasos largos y tensos. Cada movimiento parecía un intento desesperado por calmar el torbellino de pensamientos que la invadía. ¿Qué podían hacer ahora? ¿Lograría su padre encontrar a Lydia antes de que el escándalo destruyera para siempre el honor de los Bennet? Y entonces, como una sombra que invadía sus pensamientos, surgió una duda desgarradora: ¿Qué hará el señor Darcy?
