REVENGE

~Capítulo 38~


Yamato salió de la oficina apresuradamente tras su tía. Su mente era un caos, tratando de encontrar una manera de evitar el desastre que Satomi estaba a punto de causar. Apenas alcanzó a verla cuando la tomó del brazo con fuerza, obligándola a detenerse.

—¡Tía Satomi, espera! —dijo con voz baja pero firme.

Satomi se giró bruscamente, fulminándolo con la mirada.

—¡Suéltame, Yamato! —gritó, su tono lleno de indignación.

—No puedo dejar que te vayas así. Necesitamos hablar de esto, ahora. —Intentaba mantener la calma, pero la presión de la situación era evidente en su tono.

—¿Hablar? —se burló Satomi mientras se liberaba con un brusco movimiento de su brazo—. ¿Hablar de qué? ¿De cómo te has convertido en una sombra de lo que eras? ¿De cómo permites que Hiroaki maneje tu vida? ¡Estoy decepcionada de ti, Yamato!

Esas palabras golpearon a Yamato con fuerza, pero no podía permitirse mostrar debilidad.

—Este no es el lugar para esto, tía. —Intentó razonar con ella, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie los estuviera escuchando.

Pero Satomi no tenía intención de calmarse. Su voz, llena de rabia, resonó en el pasillo de la empresa, atrayendo las miradas curiosas de los empleados.

—¡No es el lugar! ¿Entonces cuál es, Yamato? ¿Otro oscuro rincón donde ocultar tus negocios sucios? ¡Todo el mundo debe saberlo! ¡Tú y Hiroaki son una vergüenza!

Yamato apretó los dientes, intentando controlarse mientras trataba de llevarla a un lugar más privado.

—¡Tía, por favor, no hagas esto! —suplicó con un susurro urgente, pero Satomi no estaba dispuesta a detenerse.

Se giró hacia los empleados que se habían reunido alrededor, susurrando entre ellos mientras observaban la escena.

—¡Escuchen todos! —gritó Satomi, con la voz temblando de furia—. ¡Este hombre y su padre están involucrados en negocios sucios! ¡Lavado de dinero, trata de personas, corrupción! ¡Todo lo que puedan imaginar, lo han hecho!

—¡Cállate! —exclamó Yamato desesperado, tratando de cubrirle la boca con una mano, pero Satomi lo apartó con un empujón.

En ese momento, Hiroaki apareció en el pasillo, atraído por el alboroto. Su rostro estaba rojo de furia, y al ver a Satomi, no pudo contenerse.

—¿Qué demonios estás haciendo, Satomi? —bramó.

Ella se giró para enfrentarlo, con los ojos encendidos.

—¡Diciendo la verdad, Hiroaki! Algo que tú no sabes hacer.

—¡Eres una loca! ¡Siempre lo has sido! Por eso Kousei te echó de casa.

Satomi se quedó inmóvil por un instante, pero pronto recuperó su postura, enfrentándolo con aún más determinación.

—¡No estoy loca! —gritó, su voz temblando de furia y dolor—. ¡Kousei me dejó porque no podía soportar que le dijera la verdad sobre lo que tú y tus malditos negocios estaban haciendo! ¡Yo no soy la que está podrida aquí, Hiroaki, eres tú!

El silencio en el pasillo era abrumador. Los empleados estaban congelados en sus lugares, incapaces de apartar la mirada del espectáculo.

—Ya basta, Satomi. —Yamato intentó intervenir de nuevo, pero su voz sonaba débil incluso para él.

—¡No me digas que me calme! —lo interrumpió ella, señalándolo con un dedo acusador—. Tú no eres mejor que él. Te has convertido en su reflejo. Has permitido que su codicia te consuma.

Hiroaki avanzó hacia ella, su voz cargada de veneno.

—¡Eres una vergüenza para esta familia! ¡Siempre lo has sido! ¡No sabes de lo que hablas, y tu histeria no hará más que destruir lo poco que queda de tu reputación!

—¡Mentira!

Yamato intentó intervenir, colocando una mano en el hombro de su padre.

—¡Ya basta, padre! Esto no está ayudando. —Su tono buscaba calmar la situación, pero la tensión seguía creciendo.

Hiroaki lo apartó con un brusco movimiento.

—¡No, Yamato! Esta mujer necesita saber cuál es su lugar. —Volvió su mirada llena de desprecio hacia Satomi—. Siempre has sido una carga para esta familia. Tu obsesión con arruinarme es lo que te ha llevado a esta locura. ¡Por eso Kousei te echó como a un perro de su casa!

El rostro de Satomi se contrajo, claramente herido por las palabras. Pero no se dejó vencer.

—Kousei me echó porque tuvo miedo que su asquerosa verdad saliera a la luz. —Su voz temblaba de ira y de una herida que todavía no sanaba—. Porque tú lo manipulas como haces con todos.

Hiroaki soltó una carcajada amarga, burlona.

—¿Manipularlo? ¿Eso crees? Kousei me agradeció el día que decidió sacarte de su vida. ¿Sabes por qué? Porque estaba harto de tu paranoia, de tus gritos, de tus quejas constantes. Eres una mujer inestable, Satomi, y todo el mundo lo sabe.

Satomi sintió que su furia alcanzaba un nuevo nivel.

—¡No me llames inestable! —gritó, con los ojos llenos de lágrimas que no permitía caer—. Lo único inestable aquí es la moral de esta familia. ¡Tú eres quien ha manchado el apellido con tus negocios sucios, con tu crueldad, con tu egoísmo!

Hiroaki sonrió con frialdad, su tono ahora calculador.

—¿Negocios sucios? ¿Eso es lo mejor que tienes? Nadie aquí cree tus mentiras, Satomi. —Se volvió hacia los empleados que observaban el espectáculo con asombro—. ¿Lo ven? Esto es lo que pasa cuando una persona pierde el control de su vida. ¿Quieren un ejemplo de locura? Aquí lo tienen.

Satomi miró a su alrededor, viendo cómo algunos empleados apartaban la mirada mientras otros susurraban entre ellos. La humillación pública estaba logrando lo que Hiroaki quería: desacreditarla frente a todos.

—No estoy loca, Hiroaki —dijo con un tono bajo pero cargado de veneno—. Y lo sabes. Lo sabes porque temes que la verdad salga a la luz.

—La única verdad aquí —dijo Hiroaki, dando un paso más cerca de ella, su voz ahora apenas un murmullo entre los dos— es que tú eres una desgracia para todos nosotros. Si realmente quisieras ayudar a esta familia, te quedarías callada y desaparecerías, como deberías haber hecho hace años.

Yamato, observando el daño que las palabras de su padre estaban causando, finalmente intervino con más fuerza.

—¡Ya basta! —rugió, colocando un brazo entre los dos—. Esto ha ido demasiado lejos.

Hiroaki se acercó aún más a Satomi, su voz un susurro afilado que cortaba como una daga.

—No, Yamato. No he terminado. Esta mujer necesita escuchar lo que todos piensan y nadie se atreve a decirle.

Satomi lo miró con una mezcla de ira y temor, pero antes de que pudiera responder, Hiroaki continuó, su tono goteando veneno.

Hiroaki fijó su mirada en Satomi, su tono lleno de desprecio mientras continuaba atacándola sin piedad.

—¿Quieres saber lo que realmente eres, Satomi? —dijo con una voz que cortaba como un cuchillo—. Eres una mujer rota. Incapaz de hacer nada con tu vida. Ni siquiera pudiste mantener un matrimonio decente. ¿O acaso ya olvidaste que Kousei te dejó porque no podía soportar tu histeria y tus delirios?

Satomi abrió la boca para responder, pero las palabras no salieron. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, pero no desvió la mirada de Hiroaki.

—Y no te atrevas a hablarme de familia —continuó él, con un tono aún más cruel—. ¿Qué sabes tú de eso? Ni siquiera pudiste dar a luz a un hijo. Tu cuerpo ni para eso sirve. ¿Cómo se supone que alguien te respete como mujer cuando no has logrado lo más básico?

Las palabras de Hiroaki resonaron en el pasillo como un golpe seco, y el silencio que siguió fue sofocante. Satomi retrocedió un paso, sus labios temblando, pero no pudo evitar que las lágrimas comenzaran a correr por sus mejillas.

Yamato dio un paso al frente, su rostro reflejando una mezcla de ira y desesperación.

—¡Papá, ya basta! —gritó, poniéndose entre ellos—. Esto no está bien.

Sabía que ese tema le dolía mucho a su tía Satomi.

Pero Hiroaki lo ignoró por completo, manteniendo su atención fija en Satomi.

—¿Ves, Satomi? Este es tu lugar. Una mujer que no tiene nada, que no es nada. Lo único que logras al aparecer aquí es recordarle a todos lo patética que eres.

Satomi no pudo contener un sollozo, cubriendo su boca con una mano mientras las lágrimas caían sin control. Dio un paso atrás, y luego otro, hasta que finalmente se dio la vuelta y salió corriendo del lugar, con los ojos llenos de humillación y dolor.

Los empleados que habían estado observando en silencio apartaron la mirada, incómodos, mientras el eco de los pasos de Satomi resonaba en el pasillo. Yamato se giró hacia su padre, con el rostro endurecido por la furia.

—¿Cómo puedes ser tan cruel? —preguntó, su voz apenas contenida.

Hiroaki lo miró con frialdad, encogiéndose de hombros.

—La verdad duele, Yamato. Y alguien tenía que decírsela.

Yamato apretó los puños, pero sabía que cualquier palabra sería inútil contra su padre en ese momento. En su interior, sin embargo, algo se rompió al ver a Satomi irse de esa manera, cargando con el peso de las palabras que Hiroaki había lanzado como veneno.


La cena transcurría en un ambiente tenso. Aunque Sora había preparado la cena con esmero, las palabras entre Nene, Izumi y Yamato durante el día todavía resonaban en el aire. Ninguno de los tres había hablado demasiado, y el silencio incómodo llenaba los espacios entre cada clink de los cubiertos contra los platos.

Rika, en cambio, parecía más tranquila. Aunque todavía lucía frágil, había accedido a unirse, algo raro desde el accidente. Sora no podía evitar mirarla con ternura mientras intentaba mantener el ambiente lo más ameno posible.

—Rika, cariño —dijo Sora suavemente, rompiendo el silencio mientras servía más sopa en el plato de Yamato—, ¿cómo fue tu salida con Takeru?

La pelirroja levantó la vista hacia su madre y, tras un breve titubeo, le dedicó una pequeña sonrisa.

—Estuvo bien, mamá. Como siempre, Takeru sabe cómo hacerme sentir mejor.

Sora sonrió ampliamente, sintiendo un alivio genuino al escuchar esas palabras.

—Me alegra mucho escucharlo, amor —dijo, con una calidez que parecía aliviar la rigidez en la mesa—. Es bueno verte más tranquila.

Rika asintió, su sonrisa apenas persistiendo.

—¿Y dónde está Takeru ahora? —preguntó Sora, con evidente interés.

—Después de dejarme en casa, dijo que tenía que ir a la empresa —respondió Rika, mirándola sin mucha emoción.

Sora frunció el ceño y dirigió su mirada hacia Yamato, quien había estado comiendo en silencio todo este tiempo.

—Yamato, ¿lo viste?

Él levantó la mirada, sorprendido por la pregunta.

—No, no lo he visto.

La sorpresa de Sora fue evidente, pero antes de que pudiera decir algo más, el sonido de pasos apresurados irrumpió en la sala. Layla, una de las empleadas, apareció en el marco de la puerta. Su rostro estaba pálido, y su expresión reflejaba una mezcla de urgencia y desconcierto.

—Señora Sora, el señor Hiroaki y la señora Toshiko están afuera.

El anuncio hizo que las tensiones en la mesa se dispararan.

—¡Nuestros abuelos! —exclamó Izumi, con una sonrisa de entusiasmo que contrastaba con el ambiente anterior.

—¡Layla, por favor, déjalos pasar! —añadió Nene, mirando a la empleada con emoción.

Pero Yamato permaneció en silencio. Su expresión se endureció, y sus manos, que descansaban sobre la mesa, se tensaron.

Rika, observando la reacción de su hermano mayor, hizo una mueca de disgusto.

—Mamá, creo que prefiero irme a mi habitación —dijo, mirando a Sora.

—No es necesario, Rika. Estamos conversando, y además, estoy segura de que tus abuelos estarán felices de verte.

Rika negó con la cabeza, su tono firme pero respetuoso.

—Prefiero irme. No me agradan ellos.

La respuesta directa dejó a Sora sin palabras por un momento, pero finalmente asintió con una mezcla de resignación y comprensión.

—Está bien, cariño. Yo te ayudo.

Rika se levantó lentamente, dedicando una última mirada a Yamato antes de salir del comedor junto a Sora. Layla aguardaba junto a la puerta, lista para recibir a los visitantes.

Yamato continuó mirando su plato, sin decir una sola palabra, mientras el ambiente volvía a llenarse de una tensión que ni siquiera la llegada de Hiroaki y Toshiko parecía capaz de disipar.


—Satomi, Satomi...—repitió Mimi con suavidad mientras sostenía a la mujer entre sus brazos—. ¿Qué te sucede?

Satomi temblaba. Intentó hablar, pero lo único que salía de su boca eran sollozos desgarradores. Lágrimas y más lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Y-yo…—balbuceó, pero se atragantó con sus propias palabras.

Mimi la abrazó con fuerza, acariciándole el cabello como si fuera una niña asustada.

—Tranquila, tranquila. Estoy aquí contigo.

Por unos largos minutos, Satomi dejó que sus emociones fluyeran. Mimi la sostuvo, esperando pacientemente hasta que la mujer finalmente encontró el aliento para hablar.

—Todos me creen loca, Haruna…—dijo con la voz quebrada—. Lo enfrenté. Me planté frente a Hiroaki y Yamato… y…

Satomi se detuvo, su pecho subiendo y bajando con la respiración agitada.

—¿Y qué pasó?—preguntó Mimi con delicadeza.

—Me negaron todo…—sollozó Satomi—. Como si no existiera, como si no importara lo que dije. ¡Yamato!

Mimi escuchó atentamente.

—Pero ¡no feliz con eso! Me humillaron frente a toda la empresa.—Declaró Satomi— Hiroaki, Yamato y Kousei que estaba ahí, todos me llamaron loca frente a la empresa.

La oji-miel la observó sorprendida: —¿De verdad?

Satomi asintió.

—¡Imagínate! Yamato ¡Él es mi sobrino! No puedo creer que esté involucrado en esto.

Mimi frunció el ceño, pero permaneció en silencio, permitiendo que Satomi desahogara su corazón.

—Dijeron que estaba loca, frente a todos en la empresa…—continuó Satomi, su voz teñida de rabia y dolor—. Me dejaron en ridículo, Mimi. Todos me vieron con esa cara de estúpida, como si fuera una tonta que inventa cosas.

Las lágrimas volvieron a correr por su rostro, y Mimi se sintió impotente.

—Satomi, escúchame. Respira. Esto no es tu culpa. Ellos...

Satomi la interrumpió con un grito ahogado.

—¡No puedo estar tranquila! No con esto que descubrí.—Declaró.

Mimi se mordió el labio inferior.

—¡Esto que hicieron es abominable!—Habló Satomi—Nunca hubiera esperado esto de mi propia familia, Haruna. Jamás.

¡Ja! Era gracioso que lo dijera, porque ella lo dijo un montón de veces, lo gritó. Pero nadie le creyó.

~Recuerdo~

El sol apenas iluminaba el cielo cuando Mimi fue escoltada al tribunal. Su rostro, aunque pálido por las circunstancias, mantenía una mirada de desafío. Las paredes del juzgado resonaban con murmullos de espectadores, periodistas y familiares, todos ansiosos por presenciar lo que prometía ser un juicio escandaloso.

En el estrado, el juez, un hombre de cabello gris y semblante severo, revisaba los documentos mientras la fiscalía comenzaba su alegato. Hiroaki estaba sentado entre sus aliados, observando a Mimi con una sonrisa apenas disimulada.

—Señor juez, presentamos pruebas contundentes de que la acusada, Mimi Tachikawa, tuvo motivos y oportunidades para cometer el atroz asesinato de Natsuko Ishida—dijo Satomi, con voz firme y autoritaria—. No solo era conocida su relación tensa con la víctima, sino que también se encontró su pañuelo con manchas de sangre en la escena del crimen.

Mimi, que había permanecido en silencio hasta ese momento, se levantó abruptamente.

—¡Esto es una farsa!—gritó, su voz resonando con indignación—. ¡Yo no maté a Natsuko! Esto es una conspiración para deshacerse de mí porque sé demasiado. ¡Hiroaki y sus aliados están detrás de todo esto!

El juez golpeó el mazo contra la madera, intentando restaurar el orden en la sala.

—¡Silencio en la corte! Señorita Tachikawa, si interrumpe nuevamente, seré forzado a tomar medidas disciplinarias.

Mimi miró al juez con los ojos llenos de lágrimas de rabia, pero se obligó a sentarse.

—¡Mire, señor juez!—exclamó Satomi, apuntando hacia Mimi—. Es una loca. Una mujer histérica que busca llamar la atención. Esta actitud dramática no es más que una estrategia desesperada para desviar la atención de las pruebas en su contra.

Mimi la miró con incredulidad, el dolor y la traición reflejándose en sus ojos.

—Satomi ¡no es así!—murmuró, casi sin voz.

Pero Satomi continuó hablando, dirigiéndose al juez con voz clara y segura.

—La acusada insiste en que es inocente, pero no presenta pruebas claras para respaldar su versión de los hechos. No hay testigos que la exculpen, ni evidencia física que desmienta las acusaciones.—Sentenció.

Mimi, incapaz de contenerse más, se levantó nuevamente.

—¡Claro que no tengo pruebas! ¿Cómo podría tenerlas si me han incriminado? Hiroaki, tú lo sabes. Tú armaste todo esto para eliminarme porque sé lo que estás haciendo. ¡Sé de tus negocios sucios, del tráfico que manejas detrás de la empresa!

Hiroaki se puso de pie, fingiendo indignación.

—¡Esto es inadmisible! ¡Son calumnias sin fundamento!

El juez volvió a golpear el mazo.

—¡Silencio!

Satomi simplemente observó con odio a Mimi.

—Esta mujer no vale nada. ¡Por su culpa murió mi hermana!

~Fin del recuerdo~

Satomi temblaba, las manos apretadas contra sus rodillas mientras las lágrimas no dejaban de brotar. Mimi, oculta tras un semblante firme, la observaba con una mezcla de compasión y desdén. El peso de la traición todavía ardía en su interior, pero algo en Satomi, en su desmoronamiento, hacía que dudara.

—¿De verdad no lo hubieras esperado?—insistió Mimi, con una voz fría que cortó como un cuchillo a través del silencio.

Satomi movió la cabeza— No, no me lo hubiera espera.

—¿Por qué?— Preguntó la oji-miel con frialdad—¿Esta situación, no te recuerda a alguien?

Satomi pasó su mirada por la castaña: —¿A alguien?

La oji-miel asintió— Alguien que también llamaron loca hace años atrás.

¿Qué?

Satomi observó sorprendida a Mimi.

—¿Hace años atrás?— Cuestionó sin entender.

—A mí.— Fueron las palabras de la oji-miel.

Y el silencio se hizo presente Satomi observó a Haruna totalmente sorprendida.

El silencio llenó el espacio como una neblina espesa. Satomi se quedó helada, sus ojos clavados en la figura de "Haruna". Las palabras resonaron en su mente, desconcertándola.

—¿A ti?—susurró Satomi, tratando de procesar lo que acababa de escuchar—. ¿Qué estás diciendo, Haruna?

Mimi, que todavía sostenía su fachada como Haruna, la miró fijamente, con una mezcla de desafío y dolor en su mirada.

—Estoy diciendo que yo también fui llamada loca—respondió la oji-miel, cada palabra cuidadosamente calculada para penetrar la mente de Satomi—. Alguien me incriminó, me acusaron de cosas que no hice, y todo el mundo me dio la espalda.

Satomi parpadeó, sus labios temblando ligeramente.

—No… no entiendo. Tú nunca...

—¿Nunca qué?—interrumpió Mimi, su tono cortante como un cristal roto—. ¿Nunca fui despreciada? ¿Nunca fui ridiculizada públicamente? Satomi, ¿de verdad crees que no entiendo lo que estás sintiendo ahora mismo?

La abogada retrocedió, tratando de encontrar algún sentido en la conversación.

—Pero tú eres Haruna. Esto no tiene sentido—murmuró, casi para sí misma—. No puedes ser…

Mimi sonrió con amargura, un gesto que no llegó a sus ojos.

—Eso es lo que siempre pensaron, ¿no? Que yo era algo más, alguien más. Una persona en la que podían proyectar sus mentiras. Y tú, Satomi, fuiste parte de eso.

Satomi frunció el ceño, sus ojos buscando desesperadamente algo en el rostro de "Haruna" que le diera una respuesta clara.

—¿Qué estás tratando de decirme?—preguntó finalmente, su voz quebrada.

—Que tú hiciste lo mismo conmigo.—Declaró la oji-miel— Lo mismo que están haciendo contigo. ¡Tú lo hiciste!

—¿Yo?— Preguntó Satomi— ¿Cuando?— Cuestionó— Yo nunca hice eso contigo, Haruna.

—Conmigo, Haruna, no. Pero si con mi otro yo...en mi otra vida...—Murmuró— Mimi Tachikawa ¿no te suena?

El impacto golpeó a Satomi como una ráfaga helada. Su mente se negaba a aceptar lo que acababa de escuchar, pero sus ojos no podían ignorar lo que tenía frente a ella.

—¿Mimi Tachikawa?—repitió en un susurro apenas audible, como si el nombre en sí fuera un rompecabezas imposible de resolver.

Sus ojos recorrieron lentamente el rostro de "Haruna". Se detuvieron en cada línea, cada detalle. Ese tono miel en los ojos, tan distintivo, tan inconfundible, era exactamente el mismo. Pero había algo más ahora, algo diferente. Eran más profundos, más intensos, como si cargaran años de experiencia, dolor y resiliencia que antes no estaban ahí.

Satomi tragó saliva, su mirada bajando al contorno de los labios de Mimi, firmes pero cargados de amargura, y luego al arco suave de sus pómulos. Esos pómulos altos y definidos, exactamente como los de Mimi, solo que ahora con una madurez que los hacía más imponentes.

Su piel, aunque cuidada, mostraba leves señales del tiempo, marcando un contraste con la jovialidad de la Mimi que Satomi recordaba. Pero todo encajaba: la estructura facial, la curva de la mandíbula, y, sobre todo, los ojos. Esos malditos ojos que eran imposibles de ignorar.

—No…—murmuró, su voz quebrada por la confusión—. No puede ser…

La mujer, conocida como Haruna, sonrió, pero su sonrisa era desconcertante, cargada de un aire juguetón y peligroso.

—¿Yo qué?—preguntó con calma, inclinando ligeramente la cabeza como si estuviera disfrutando del espectáculo.

—¡Eres tú!—exclamó Satomi, aunque su voz salió cargada de miedo más que de certeza—. N-no… no puede ser…—Retrocedió un paso, sacudiendo la cabeza en negación—. Tú… tú estás muerta.

Haruna dejó escapar una risa ligera, casi burlona.

—¿Muerta?—repitió, con un tono de incredulidad que parecía más actuación que sorpresa auténtica.

Satomi asintió, aunque sus manos temblaban visiblemente.

—Mimi…—susurró finalmente, casi como si pronunciar el nombre fuera un tabú.

La sonrisa de Haruna se desvaneció por un instante, sustituida por un destello de algo más, algo que Satomi no supo interpretar. Pero antes de que pudiera procesarlo, la oji-miel se mordió el labio inferior, claramente reconsiderando su próximo movimiento.

—¿Mimi?—repitió Haruna con un tono que bordeaba la burla—. ¿Quién es esa? Satomi, creo que necesitas descansar.

Satomi dio un paso hacia ella, señalándola con un dedo tembloroso.

—Tú lo dijiste…—murmuró—. Tú misma lo dijiste. ¡Eres Mimi Tachikawa!

Haruna frunció el ceño, su rostro adoptando una expresión de desconcierto tan convincente que hizo dudar a Satomi, aunque fuera por un instante.

—¿Qué estupidez estás diciendo, Satomi?—exclamó, con un toque de exasperación en su voz—. Soy Haruna Anderson. Nunca he muerto, ni soy ninguna Mimi.

—P-pe… pero…—tartamudeó Satomi, retrocediendo mientras sus pensamientos se atropellaban en su mente—. Tú misma lo dijiste… tú… tú eres Mimi.

Haruna arqueó una ceja, su expresión ahora llena de confusión fingida.

—¿Yo?—preguntó con incredulidad—. ¿Decir qué, exactamente?

—¡Lo dijiste!—gritó Satomi, su voz quebrándose mientras llevaba las manos a su cabeza, como si tratara de contener una creciente tormenta en su interior—. ¡Dijiste que eras Mimi!

Haruna negó con la cabeza, dando un paso hacia adelante con una expresión de lástima mal disimulada.

—Satomi, ¿te estás escuchando?—preguntó, su tono suave pero cargado de una condescendencia afilada—. No he dicho nada de eso. Deberías buscar ayuda. Esto ya no es normal.

—¡Sí lo dijiste!—gritó Satomi de nuevo, su voz resonando en el espacio vacío. Sus manos se aferraron desesperadamente a su cabello, tirando de él como si eso pudiera calmar el caos en su mente.

Haruna dejó escapar un suspiro dramático, cruzando los brazos mientras observaba a Satomi como si fuera una criatura extraña.

—Creo que estás delirando, querida—murmuró, con un tono que rozaba la burla—. Quizás deberías tomarte unas vacaciones. O… tal vez una cita con un buen terapeuta.

Satomi dejó escapar un gemido frustrado, su mirada alternando entre el rostro de Haruna y sus propias manos, como si buscara pruebas tangibles de lo que había escuchado. Pero Haruna permanecía firme, tranquila, como si todo fuera producto de la imaginación desbocada de la abogada.

—Estás loca—añadió Haruna con suavidad, pero su voz estaba cargada de un veneno sutil que hizo que Satomi se tambaleara.

El silencio que siguió estuvo cargado de tensión, hasta que Haruna, satisfecha con el estado de confusión y desesperación de Satomi, se dio la vuelta, dejándola con sus pensamientos desordenados y su cordura tambaleante.

—¡Ah!— Gritó Satomi y rápidamente agarró su cartera— Debo salir de aquí...debo salir de aquí...de-debo salir...—Musitó con la respiración agitada antes de caminar hacia la salida.

Mimi observó esta escena satisfecha, pero incrédula a la vez, jamás pensó ver a Satomi de esa forma. Debía admitir que, una parte de ella se alegraba, pero otro...lamentaba que las cosas tuviesen que ser así.

De vez en cuando recordaba a la tía de Yamato, Satomi, que con mucho agrado la recibió en su casa y en su familia, como una amiga, confidente y celestina en su relación. La cual solo veía por la felicidad de su familia, por sus sobrinos y su hermana. Alguien que no juzgaba por las clases sociales. Pero que...

Se convirtió en una marioneta de Hiroaki y sus aliados


La sala se llenó de un ambiente diferente cuando Layla, tras abrir la puerta, permitió la entrada de Hiroaki y Toshiko. Los abuelos Ishida, cada uno irradiando una presencia imponente a su manera, caminaron con una calma medida hacia el centro del comedor.

Nene fue la primera en reaccionar. Su rostro, que había estado apagado durante la cena, se iluminó con entusiasmo al ver a su abuelo.

—¡Abuelo! —exclamó, poniéndose de pie rápidamente para correr hacia él.

Hiroaki, a pesar de su expresión generalmente seria, dejó que una pequeña sonrisa cruzara su rostro mientras extendía los brazos para recibir a su nieta. La abrazó con fuerza, inclinándose ligeramente para besarle la frente.

—Mi pequeña Nene, ¿cómo te sientes? —preguntó con una voz que, aunque grave, llevaba un toque de genuina preocupación.

Nene hizo una pequeña mueca, apartándose ligeramente para mirarlo a los ojos.

—De a poco estoy mejor —respondió, con una mezcla de sinceridad y evasión.

Sin embargo, mientras hablaba, no pudo evitar lanzar una mirada rápida, cargada de reproche, hacia Izumi. Su melliza, notando la mirada, bajó la vista, evitando el contacto visual. La tristeza se reflejaba en sus ojos, pero no dijo nada.

Hiroaki pareció captar el intercambio, pero no comentó al respecto. Simplemente acarició la cabeza de Nene antes de enderezarse y dirigir su atención a Yamato, quien había permanecido de pie junto a la mesa, observando en silencio.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó Yamato, con el ceño fruncido. Su tono era más frío de lo que había pretendido, pero no hizo ningún esfuerzo por suavizarlo.

Hiroaki le dedicó una mirada firme, la autoridad emanando de él como siempre.

—Vine a ver si mi nieta se sentía mejor —respondió con calma, aunque su voz llevaba un filo sutil.

Yamato cruzó los brazos, claramente incómodo con la presencia de su padre, pero no dijo nada más.

En ese momento, Toshiko, que había permanecido en silencio hasta entonces, miró a su hijo con una expresión que mezclaba expectativa y descontento.

—¿Y Sora? —preguntó directamente.

—Está con Rika —respondió Yamato, manteniendo su tono neutro.

Toshiko suspiró y sacudió la cabeza, como si eso no fuera una sorpresa.

—Necesito hablar con ella —dijo, sin esperar respuesta, dejando claro que no era una solicitud, sino una declaración.

Justo en ese instante, el timbre comenzó a sonar de manera insistente, rompiendo el tenso momento. El sonido repetitivo llenó el ambiente, arrancando miradas de sorpresa de todos los presentes.

—¡Layla! —llamó Yamato, alzando un poco la voz para hacerse escuchar por encima del ruido—. Ve a abrir la puerta.

La empleada, que había estado en la entrada del comedor, asintió rápidamente y salió del lugar para atender el timbre.

—Pero ¿quién toca de ese modo?— Musitó Toshiko.

—Ni idea.— Respondió Nene.

Izumi, por su parte, permanecía en silencio, jugando con los bordes de la servilleta en su regazo, mientras Nene se mantenía cerca de Hiroaki, encontrando en él un refugio que no sentía en el resto de la mesa.

Toshiko volvió su mirada a su yerno: —Yamato, por favor, dile a Sora que venga.

Yamato hizo una mueca— Ella está ocupada. No creo que quiera hablar contigo.

—Soy su madre...—Respondió Toshiko y tuvo intenciones de seguir pero en el lugar apareció Satomi.

Satomi entró en la sala, irrumpiendo con una energía que hizo que todos los presentes se giraran hacia ella. Su cabello estaba completamente despeinado, desordenado como si hubiera salido corriendo sin importarle su apariencia. Sus ojos reflejaban una mezcla de agitación y desafío, como si estuviera decidida a enfrentar algo que llevaba tiempo acumulándose dentro de ella.

—¡Oh, aquí están todos reunidos! —exclamó con una sonrisa torcida, su tono teñido de sarcasmo.

Nene y Izumi intercambiaron miradas, ambas tensas pero por razones diferentes. Hiroaki, por su parte, soltó un profundo suspiro, como si estuviera lidiando con algo que había visto demasiadas veces antes.

—Tía Satomi...—La rubia se levantó de su lugar— ¿Qué te ocurrió?

Toshiko la observó alarmada. Hiroaki frunció el ceño

¿Qué hacía esa mujer ahí?

—Tía Satomi...—Yamato llamó a su tía, acercándose a ella, con el rostro marcado por la preocupación.

Satomi no lo miró a los ojos. Su cuerpo temblaba ligeramente y sus manos estaban rígidas a los lados de su cuerpo. Cuando él trató de tocarla, un grito irrumpió en el aire, desgarrando el silencio con una fuerza inesperada.

—¡No me toques! —gritó Satomi, apartándose violentamente de él, con una mirada llena de pánico.

Yamato retrocedió, sin comprender el cambio abrupto de actitud de su tía.

—¿Por qué vienes así? —preguntó, su voz baja pero llena de angustia, intentando entender lo que sucedía.

Satomi giró hacia él, sus ojos fijos en los de su sobrino, como si buscara desesperadamente una respuesta. En su rostro se reflejaba el caos interno que la atormentaba, la confusión y el miedo.

—¡Ella regresó! —pronunció con voz temblorosa, como si al decirlo en voz alta fuera la única forma de liberar la angustia que la consumía.

El silencio en la habitación se tornó pesado. Hiroaki, Toshiko y las chicas intercambiaron miradas, sin entender a quién o qué se refería. Yamato la miró con una mezcla de preocupación y desconcierto.

—¿Qué? —preguntó, confundido, sin entender el significado detrás de sus palabras.

Satomi avanzó unos pasos, su cuerpo tenso y su mirada fija en el vacío, como si buscara algo o alguien que no estaba allí.

—¡Está aquí! —exclamó de nuevo, casi entre lágrimas—. ¡Regresó de su tumba para arruinarnos la vida!

Las palabras de Satomi flotaron en el aire, llenas de desesperación y temor. Nadie en la sala sabía qué hacer ni cómo reaccionar ante esa declaración. Izumi, aunque sorprendida, dio un paso al frente, intentando calmar la situación.

—Tía tranquila... ¿quién está aquí? —preguntó con suavidad, pero su tono revelaba su propia preocupación por el estado de la mujer frente a ellos.

Satomi la miró, y por un breve momento, sus ojos parecieron recuperar algo de lucidez. Pero luego, como si un velo de miedo la envolviera nuevamente, su rostro se transformó en una máscara de angustia.

—Ella —dijo, con una voz quebrada—. La mujer que todos creímos muerta... ¡Ella ha regresado!

Izumi, que había estado observando la escena en silencio, dio un paso atrás, mirando a Satomi con una mezcla de confusión y miedo. Nene estaba igual de sorprendida.

Yamato, incapaz de comprender lo que su tía intentaba decir, la miró fijamente, su rostro preocupado.

—¿De quién hablas, tía? ¿Quién ha regresado? —preguntó, tratando de obtener respuestas claras.

Satomi respiró profundamente, luchando por calmarse, pero el pánico seguía consumiéndola. Su rostro estaba pálido, y sus ojos brillaban con una mezcla de miedo y rabia.

—¡De esa pobretona!— Gritó Satomi— Esa mujer...esa maldita mujer...—Señaló a Nene.

Sí, a Nene. De algún modo, Satomi al ver a Nene solo veía a ¡esa mujer! Después de todo, era su madre y ¡eran iguales!

La hija mayor de Yamato se sorprendió ante esto.

—¿Qué cosa?

—¡Mimi!— Gritó Satomi— ¡Mimi regresó!

Hiroaki y Toshiko intercambiaron miradas alarmados.

¿Mimi?

¿Mimi regresó?

No, eso no era posible.

—No hables tonterías.

—¡No es una tontería!— Gritó Satomi— Ella volvió a la vida a destruirnos.—Apretó sus puños—¡Mimi Tachikawa volvió a vengarse de nosotros!

¿Qué?

Todos los presentes quedaron en shock al escuchar esto.

Nene observó a su padre: —¿Quién es Mimi Tachikawa?

Yamato observó alertado a su hija.

Hiroaki se acercó a Toshiko: —Creo que las alucinógenas que le diste están causando efecto.

La Takenouchi asintió.

—Demasiado al parecer.

Nene se acercó a su padre: —Dime ¿quién es Mimi Tachikawa?

—Nadie.— Respondió Yamato— Nadie.

—Ignora lo que dice Satomi...—Toshiko se acercó a la joven— ¡Está loca!

Satomi movió su cabeza— ¡No, no lo estoy!— Gritó— ¡Ella regresó! ¡Ella regresó!— Lágrimas de imotencia cayeron por sus ojos.

—¡Detén este escándalo!— Exclamó Hiroaki.

La esposa de Kousei movió la cabeza: —No estoy loca. Ella regresó. Y se vengará de todos. Por sus negocios y por todo lo que sucedió.

—¿De qué habla?— Preguntó Nene.

—De nada.— Respondió Yamato— No la escuches.— Dijo antes de voltear hacia la castaña.

No permitiría que continuara con esto. Estaba a nada de revelarle la verdad a Nene.

—Satomi, lo mejor será que te vayas.

—¡No!—Exclamó Satomi— ¡Mimi está!...

—¡Ya, vete!— Yamato la interrumpió—¡Vete de mi casa y no regreses!

—Pe-pero...

—Padre.—Izumi intentó hablar.

—¡Vete!— Exigió el rubio.

Fue así como la mujer observó con tristeza y a la vez con impotencia a su sobrino.

—¡Ya verán que tengo razón!— Gritó antes de caminar hacia el ascensor.

—Padre...—Nene movió su cabeza.

Izumi abrazó a Yamato— ¿En qué loca se convirtió nuestra tía Satomi?

El rubio suspiró y depositó su mano en el hombro de su hija mejor: —Ella lamentablemente perdió la cabeza.

—No tienen que colocarle atención.—Musitó Hiroaki depositando una mano en el hombro de Nene.


El nombre Mimi Tachikawa resonaba una y otra vez en la mente de Takeru como un eco implacable, cada repetición golpeando más fuerte que la anterior. Estaba sentado en la penumbra de su oficina, con las manos entrelazadas y los codos apoyados en las rodillas. Apenas se movía, su mirada fija en el suelo, donde los rayos de la luna se filtraban a través de las cortinas, proyectando patrones difusos sobre la alfombra. A pesar del silencio exterior, su mente era un caos.

Había escuchado aquella conversación por casualidad. Hiroaki e Yamato. Su padre y su hermano, sus voces tensas y cargadas de secretos. El nombre había surgido de los labios de Hiroaki con la gravedad de un martillo cayendo sobre un yunque, un peso que se sintió como una losa sobre su pecho. Mimi Tachikawa. La asesina de su madre.

La conexión tardó segundos en formarse, pero la incredulidad tardaba mucho más en disiparse. Mimi Tachikawa no era un nombre desconocido para él. Había oído rumores, historias fragmentadas en las reuniones de la corte, susurros sobre una mujer de gran influencia, alguien con una reputación que oscilaba entre la admiración y el desprecio, dependiendo de quién hablase. Pero nunca, ni en sus sueños más oscuros, habría asociado ese nombre con la tragedia que había destrozado su vida.

La imagen de su madre, dulce y sonriente, apareció en su mente. La imagen que no lograba recordar pero que veía a diario en la foto que tenía de ella en su escritorio. Esa imagen perfecta ahora se veía empañada por un rostro desconocido, una figura que no podía identificar del todo, pero que llevaba el nombre de Mimi Tachikawa.

El joven levantó la mirada hacia el techo, tratando de calmar el torbellino de emociones que lo sacudía. Rabia, confusión, tristeza... todo se mezclaba en un coctel amargo que no podía tragar. Necesitaba respuestas. Las palabras de Hiroaki habían sido vagas, casi crípticas. Yamato, por su parte, había guardado silencio, como si también luchara contra sus propios demonios.

Takeru se levantó de golpe y comenzó a caminar de un lado a otro en la oficina. Sus pasos eran rápidos y desordenados, reflejo de la inquietud que lo consumía. Una parte de él quería marchar directamente a su padre, exigirle que le dijera todo lo que sabía. Pero otra parte, más cauta, sabía que Hiroaki nunca revelaría más de lo necesario. Siempre había sido así: manipulador, controlado, midiendo cada palabra.

Su mirada se detuvo en el retrato de su madre que colgaba de la pared. Allí estaba, con esa expresión serena que tanto le dolía recordar.

El nombre volvió a resonar en su cabeza: Mimi Tachikawa. No podía sacárselo de la mente. ¿Quién era ella realmente? ¿Qué motivos había tenido para quitarle a su madre? ¿Era una asesina despiadada o había algo más detrás de todo esto? Takeru sabía que no podía quedarse en la incertidumbre. Cada momento que pasaba sin respuestas era una tortura más.

Se detuvo frente a la ventana, apoyando la frente en el vidrio frío. El rostro de Yamato apareció en su mente. Su hermano mayor había estado callado, pero algo en su expresión había revelado más de lo que quería admitir.

~Recuerdo~

—La única diferencia es que, yo logro cuidar el honor de mi familia, a diferencia de ti que haces todo mal. Y el ejemplo claro está en lo que sucedió con Rika es culpa netamente tuya y de Sora.—Declaró Hiroaki— ¡Nunca debieron adoptar a Rika!

—¡Ese tema no es tuyo!

—¡Claro que lo es!— Exclamó el castaño— Después de todo, solo está avergonzando a nuestra familia.

Yamato apretó el puño.

—Verdaderamente no sé ¡en qué! rayos estabas pensando cuando acogimos a una huérfana...—Declaró el Ishida— ¡Espera! Ya lo sé. Adoptaste a una huérfana para reemplazar a la hija que ibas a tener con Mimi Tachikawa.

Mimi Tachikawa

Otra vez ese nombre...

Takeru se escondió sigilosamente tras la pared, sin mirar, ni asomarse. Solo para escuchar lo que decían.

—¡No menciones a Mimi, mucho menos a mi hija!— Exclamó Yamato.

Yamato e Hiroaki estaban tan centrados en su conversación que, no se dieron cuenta que al lugar llegó Takeru, quien al escuchar esto se sorprendió al escuchar aquello.

—Fue tu culpa que ella perdiera a mi hija, yo te rogué que tuviera prisión condicional y tú no quisiste.—Sentenció el padre de Nene.

—¡No tuvimos opción! Esa mujer significaba un riesgo. Recuerda que Mimi Tachikawa ¡mató a tu madre!

¿Qué?

~Fin del recuerdo~

¿Yamato tuvo una relación con otra mujer aparte de Sora? ¿esperaba otra hija?...¡Esperaba una hija con la asesina de su madre!

Takeru frunció el ceño.

¿Yamato sabía más de lo que decía? ¿Había estado protegiéndolo o protegiendo a alguien más?

¡Necesitaba saber más!

Fue así como Takeru rápidamente tomó su laptop y comenzó a teclear.

¡Necesitaba encontrar información de Mimi Tachikawa!


Takeru se frotó los ojos cansados, pero el ardor no desaparecía. Frente a él, la luz tenue de la pantalla de su laptop iluminaba su rostro pálido y las profundas ojeras que se habían formado después de pasar toda la noche buscando información. El tiempo parecía haberse detenido, y el tic-tac del reloj en la pared era un recordatorio cruel de que no había dormido ni un segundo.

Había algo frustrantemente escurridizo en el nombre Mimi Tachikawa. Lo había buscado en todos los rincones de internet, pero apenas había encontrado algunas páginas, viejas y polvorientas en términos digitales, como si alguien hubiera borrado cuidadosamente cada rastro reciente de su existencia.

Con los codos apoyados en la mesa y las manos sosteniéndose la cabeza, Takeru repasaba una vez más las pocas líneas de información que había encontrado. Una antigua mención en un periódico sobre un evento de caridad, una foto borrosa en la que apenas podía distinguir un rostro, y una breve referencia en un foro olvidado que la describía como "una mujer que decía ser caritativa pero terminó siendo peligrosa". Nada parecía encajar del todo.

—¿Quién eres realmente? —murmuró para sí mismo, su voz ronca por la falta de descanso.

El joven pasó al siguiente enlace, solo para encontrarse con una página que ya no existía, reemplazada por el frío mensaje de "Error 404". Resopló con frustración, golpeando suavemente la mesa con los dedos. ¿Por qué era tan difícil encontrar información sobre ella? Era como si alguien hubiera intentado borrar deliberadamente cualquier rastro de su historia.

Otra página hablaba de una mujer con el mismo nombre que había asistido a una gala en un país extranjero, pero no había fotos claras ni confirmación de que fuera la misma persona.

"Es como un fantasma", pensó Takeru mientras cerraba una pestaña para abrir otra. En su mente, el rostro de su madre aparecía de nuevo, su expresión amable y amorosa ahora empañada por la sombra de esta mujer. ¿Cómo podía alguien tan importante para su tragedia personal ser, al mismo tiempo, tan invisible para el mundo?

El cansancio empezaba a hacer mella en él. Sus parpadeos se hacían más lentos, y cada vez que cerraba los ojos por un segundo, le costaba más volver a abrirlos. Pero no podía detenerse. Había algo ahí afuera, alguna verdad enterrada, y estaba decidido a encontrarla, aunque tuviera que buscar en cada rincón oscuro de la red.

El cansancio ya se estaba apoderando de él, pesando sobre sus hombros y aplastando su voluntad. Takeru parpadeó varias veces, luchando contra el sueño que lo envolvía como una marea imparable. Había pasado horas frente a la computadora, buscando cualquier indicio que pudiera ofrecerle respuestas sobre Mimi Tachikawa, pero todo lo que había encontrado eran ecos vacíos y pistas rotas. A cada minuto que pasaba, la frustración se apoderaba más de su mente, y el silencio de la habitación parecía amplificar la sensación de impotencia que lo consumía.

Con un suspiro pesado, se frotó los ojos, tratando de despejar la niebla que se acumulaba en su mente. Miró la pantalla una vez más, pero el brillo de la luz lo mareaba, y las letras en el monitor parecían danzar ante su vista. Intentó concentrarse, pero la fatiga lo arrastraba con más fuerza. Ya no podía pensar con claridad.

Su cabeza comenzó a inclinarse hacia adelante, sus párpados luchando por mantenerse abiertos. De repente, todo el ruido en su cabeza se desvaneció, reemplazado por un profundo y pesado silencio. La pantalla de la computadora se desdibujó, y Takeru, sin poder evitarlo, se dejó llevar por el sueño.

Se quedó allí, en la silla de su oficina, con la espalda encorvada y la cabeza descansando sobre sus brazos cruzados, completamente exhausto. Las últimas imágenes de su madre y el nombre de Mimi Tachikawa se desvanecieron en un rincón lejano de su mente mientras la oscuridad lo envolvía por completo.

El joven cayó en un sueño profundo y perturbador, un sueño lleno de imágenes fragmentadas, rostros borrosos y susurros que hablaban en un idioma que no podía entender. Entre esas sombras, el nombre de Mimi Tachikawa emergía una vez más, como un fantasma que lo acechaba desde lo más profundo de su subconsciente.

Pero por ahora, nada podía detenerlo. Necesitaba descansar, aunque fuera solo por un momento, antes de retomar su búsqueda implacable.


—¡Vaya, vaya! Así que Satomi enfrentó a Hiroaki y Yamato.—Comentó Koushiro luego de haber escuchado la grabación.

—¿Crees que haya sido buena idea haberle enviado el video?— Preguntó Mimi.

El pelirrojo suspiró: —No lo sé.—Musitó— Lo que sí sé es que es que esto ayudó a Satomi a darse cuenta que todo lo que dijiste era cierto.

Mimi se mordió el labio inferior— ¿Crees que, corra peligro?

Koushiro la observó— ¿Por qué dices eso?

—Porque se enfrentó directamente a Hiroaki y Yamato.

El pelirrojo se mordió el labio inferior: —Verdaderamente no lo sé. Ojalá que no.—Declaró— No nos conviene que eso ocurra. Satomi acabó de descubrir todo. Será cuestión de tiempo que lo revele.

—Pero, fue catalogada como loca, dudo que le crean.—Declaró Mimi.

—Puede que no.—Comentó Koushiro— Pero gracias a los informes que te envió tenemos mayor acceso a todo lo que conlleva a los Ishida y a sus propiedades.

Mimi asintió. De algún modo, les estaba siendo conveniente tener a Satomi de su lado, aunque, lamentablemente, actuaba por impulso.

Koushiro tecleó su computadora: —Los informes del contador nos será de gran ayuda.

—¿Crees que verdaderamente funcione?— Preguntó la castaña— Después de todo, ellos...—Refiriéndose a ese grupo— Tienen todo el poder.

—No te preocupes.—Declaró el pelirrojo—Ahora se ve lento, pero pronto caerán todos.

Mimi se mordió el labio inferior ante esto.

—Satomi actúa como una loca.

—No me sorprende.—Habló Koushiro— Después de todo, está bajo el efecto de sustancias.

Mimi alzó una ceja: —¿Qué?

—Lo que escuchaste, está bajo una sustancias.

—¿Por qué dices eso?

—Porque Kousei y Toshiko tuvieron una reunión con Hiroaki. Y escuché que Toshiko dijo que chantajeó a Layla para que le diera alucinógenas a Satomi en su comida.

—¿Qué?—Preguntó Mimi.

—Lo que escuchaste.—Respondió el pelirrojo— Layla le dio sustancias a Satomi para que delirara.

—Así que...Layla nuevamente siendo cómplice de esos bandidos...

Koushiro asintió.

Mimi se mordió el labio inferior, como pensó hace unos momentos, le alegraba por un lado que tuviera un poco de su propia medicina. Pero otra parte de ella le entristecía que terminara así.


~Al día siguiente~


Takuya se encontraba en el ascensor del edificio, con los ojos medio cerrados y la cabeza apoyada contra la pared metálica. Había tenido un día largo, y su cuerpo estaba completamente agotado. No había dormido más de tres horas en las últimas veinticuatro horas debido a su trabajo y a las responsabilidades que no podía eludir. Pero a pesar de todo, sabía que no podía rendirse. Tenía que seguir adelante. El dinero, las deudas… todo lo que tenía que pagar era más importante que el cansancio. De alguna manera, todo valía la pena.

El ascensor bajaba lentamente. Takuya podía sentir cómo sus párpados se volvían más pesados, cómo su cuerpo luchaba por mantener la conciencia. De repente, el sonido del ascensor indicando que había llegado al primer piso lo despertó por completo.

"Aquí voy," pensó, tomando aire con esfuerzo mientras se enderezaba, intentando no perder el equilibrio.

Con pasos lentos y pesados, salió del ascensor. El pasillo del primer piso estaba vacío, la luz cálida de los fluorescentes iluminaba las paredes, y el silencio era casi palpable. Takuya caminaba sin prisa, pero con determinación, en busca de la salida, aún con la mente borrosa por el cansancio. El dinero lo necesitaba más que nunca.

Pero al poco de dar unos pasos, escuchó el leve "ding" del ascensor del otro lado del pasillo. Miró hacia allí, y la puerta se abrió. Un resplandor de luz blanca salió de su interior, y Takuya entrecerró los ojos. Estaba tan distraído por el agotamiento que no se dio cuenta de inmediato de quién salía del ascensor.

Una figura apareció, con una maleta en la mano y los auriculares puestos, moviéndose con calma pero segura. Takuya frunció el ceño, observando un poco más de cerca. "¿Es… Damar?" Pensó, reconociendo a su vecina de vista.

Quiso saludarla, pero antes de que pudiera decir una palabra, se dio cuenta de que la joven no lo había escuchado. Tenía los ojos fijos en el teléfono móvil, como si estuviera completamente absorta en la música que escuchaba, moviéndose de manera automática, casi como si no estuviera en el mundo real.

—¡Eh! —dijo Takuya, levantando la mano con la intención de llamar su atención. Pero la chica no le prestó atención. Estaba totalmente concentrada en lo suyo.

Takuya observó, un poco desconcertado, cómo Damar caminaba hacia él, sin percatarse de su presencia. La chica avanzaba con pasos seguros, pero la distancia entre ellos se iba acortando rápidamente. Sin poder evitarlo, Takuya retrocedió un paso para dar más espacio, pero justo en ese momento, Damar se acercó demasiado, y sin querer, chocó con él.

—¡Oh! —exclamó Damar, dándose cuenta de su error cuando el choque la sacó de su ensueño musical.

Takuya, sorprendido por el impacto, casi pierde el equilibrio, pero logró mantenerse erguido. Sintió cómo la maleta de ella impactaba contra su brazo. Su cansancio era tal que no pudo reaccionar a tiempo para evitarlo.

—Perdón, no te vi —dijo Damar, mirando hacia arriba, finalmente quitándose un auricular de la oreja con una expresión de disculpa.

Takuya, que aún estaba adormilado, parpadeó un par de veces, tratando de recomponerse.

—No pasa nada… —respondió.

—En verdad ¡Discúlpame!...—Exclamó la castaña— Estaba muy pendiente en mis audífonos que no te escuché y mi vista estaba perdida en cualquier otra cosa que ¡no te vi!...

—Tranquila...

Damar suspiró— Por favor ¡Perdóname! Soy una persona que tiende a andar distraída por la vida.

—Así puedo percatarme.—Musitó Takuya cruzándose de brazos.

—En verdad lo siento.—Damar juntó sus manos.

El moreno sonrió ante esto: —No te preocupes.—Depositó su mano en su hombro—Esas cosas ocurren.

La chica también sonrió— Takuya ¿no?

—Sí.—Respondió el castaño— ¿Y tú, Damar?

—Yes...—Contestó la nombrada— Ese es mi nombre.

—Extraño ¿no?

Damar rió: —Mi madre usaba nombres poco comunes.

Sí, así se daba cuenta.

—¿Cómo va su estadía aquí?— Preguntó Takuya.

—Bastante bien.—Respondió la castaña.

—¿No te molestaron los ruidos en la noche?

Damar negó: —Con mis hermanos tenemos el sueño pesado.—Comentó— Ni lo sentimos.

—Eso es bueno.—Comentó el moreno— Ya sabes que, cualquier cosa pueden pedirnos ayuda a mi prima y a mi.

—Que bueno que lo dices, estimado vecino, ayer dije que te cobraría la palabra y aprovechando que te encuentro...—La chica abrió su maleta y sacó un montón de papelitos, pero solo uno se lo extendió a Takuya—Estoy repartiendo folletos.—Declaró— De mis servicios.

—¿Servicios?

La castaña asintió: —Realizo lifting, manicure, perfilado de cejas, maquillaje para días especiales. Todo a domicilio.

Takuya leyó todo eso en el folleto.

—Discúlpame, pero ¿qué es el lifting?— Preguntó.

Damar ladeó la cabeza divertida: —¿Nunca has escuchado la palabra lifting?

El moreno negó.

—Trabajas en una empresa de moda ¿y no lo sabes?— Se cruzó de brazos la chica.

Takuya alzó una ceja: —¿Cómo sabes eso?

Damar sonrió de lado— Tengo mis fuentes.

—¿Fue Ryo? ¿Cierto?

La chica asintió.

El moreno observó a la chica, totalmente sorprendido e intrigado.

—Disculpa, trabajo en una empresa de modas, pero a lo más sé sacar fotografías.—Declaró.

—Bueno, respondiendo a tu pregunta, lifting es un tratamiento que alarga y crea una ligera curva hacia arriba de manera natural y duradera.—Declaró Damar— Como los ojos son las ventanas del alma hay que tenerlos presentables ¿y qué mejor con unas buenas pestañas?

Takuya rió—Bueno, no creo que yo las necesite.—Comentó.

—¿Por qué?

—Porque tengo unos ojos perfectos que no necesitan arreglo.—Musitó el moreno.

Damar cruzó sus brazos: —¡Vaya! Eres un bromista ¿no?

—Quizás...—Takuya rió— No, broma.—Declaró— Es simplemente que, aunque trabajo en una empresa de modas, no me gusta mucho todo ese tema. Lo mío es netamente la fotografía. No creo que un chico deba arreglarse tanto, eso queda para ustedes, las chicas...—Comentó— Pero eso no significa que no te pueda ayudar.

Fue así como el chico extendió su mano hacia los folletos de Damar y sacó unos cuantos.

—Repartiré algunos de estos en mi trabajo y a algunos conocidos.—Declaró el moreno— ¿Te parece?

Damar sonrió aun más: —¡Pues claro! ¡Me ayudarías un montón!—Exclamó— Necesito conseguirme unos clientes, al menos, mientras encuentre un trabajo estable a tiempo completo.

—¿Trabajo a tiempo completo? — Preguntó Takuya.

La chica asintió.

—¿Por qué? — Cuestionó el moreno— Pensé que ibas a la preparatoria.

—¿Tengo cara de colegiala?—La castaña alzó una ceja.

—¿E?—Balbuceo Takuya— N-no...Solo que...lo pensé sin más...

Damar negó: —Tengo dieciocho, mi madre me ingresó antes a la escuela y salí un año antes.—Comentó— Así que, me dedico a trabajar. Y ya que soy nueva en la ciudad quiero funcionar con mi pequeño negocio de estilista. Pero si sabes de algo diferente en el cual obtenga mayores ingresos. Mejor...

—Bueno, si sé de algo, te lo diré.


Mientras tanto en la clínica. La sala de espera de la clínica estaba tranquila, un contraste con la ansiedad que se palpaba en el aire. Mimi se encontraba sentada en una de las sillas, nerviosa, con las manos entrelazadas sobre su regazo. Los nervios le recorrían el cuerpo, pero trataba de mantener la calma, de no dejar que su ansiedad la traicionara. Cada segundo que pasaba parecía una eternidad. Había esperado este momento durante tanto tiempo, y ahora que estaba tan cerca de obtener una respuesta, todo lo que podía hacer era esperar.

En el mostrador, la recepcionista, una mujer joven con el cabello recogido en una coleta, estaba ocupada con algunos papeles. Mimi observaba de reojo, como si pudiera ver a través de la pared de vidrio que separaba la sala de espera del área administrativa. Su respiración era más profunda de lo normal, y no podía evitar moverse de un lado a otro, balanceándose ligeramente sobre la silla.

Entonces, la puerta trasera se abrió con un suave chirrido y Koushiro apareció en la entrada, vistiendo su habitual camisa de botones y con el rostro serio. Mimi levantó la vista al instante, y sus ojos se encontraron con los de él. Sin decir una palabra, Koushiro caminó hacia el mostrador y se acercó a la recepcionista.

—El examen de la señora Anderson—, dijo Koushiro en voz baja, pero con firmeza, como si ya estuviera acostumbrado a este tipo de situaciones. La recepcionista asintió y, con una ligera sonrisa, comenzó a buscar en los papeles.

Mimi no podía apartar la vista de Koushiro mientras él esperaba, los músculos tensos en su cuello, su mente retumbando con pensamientos desordenados. ¿Qué diría el examen? ¿Sería lo que esperaba? La pregunta la atormentaba. La sala, silenciosa excepto por el sonido de los papeles moviéndose, parecía volverse más pequeña, más agobiante. No podía aguantar mucho más.

Finalmente, la recepcionista entregó a Koushiro un sobre manila con una etiqueta en la parte superior que llevaba el nombre de "Haruna Anderson". Koushiro lo tomó con las manos seguras, el sobre grueso y aparentemente inofensivo, pero para Mimi, se sentía como una sentencia que contenía su futuro. Sin decir nada más, él se acercó a ella, el sobre ahora en sus manos.

El pelirrojo se acercó a la castaña.

—Lo tengo—, dijo, y Mimi sintió que el mundo, por un instante, se detenía a su alrededor. La espera, la incertidumbre, todo eso estaba a punto de terminar.

Mimi con su mano temblorosa recibió el sobre. Cuando finalmente lo tuvo en sus manos, sintió que el alma se le iba del cuerpo. Mimi sostuvo el sobre en sus manos, sus dedos temblorosos traicionaban el nudo de nervios que tenía en el estómago. Aquella simple hoja de papel tenía el poder de cambiar su vida para siempre. Había esperado este momento durante tanto tiempo, aferrándose a la posibilidad de que Rika pudiera ser su hija, la niña que creyó perdida para siempre.

Mimi apretó los labios mientras sus ojos se fijaban en el sobre que tenía frente a ella. Sus manos temblaban de manera incontrolable, un reflejo de la tormenta que rugía en su interior. El sobre, tan simple en apariencia, parecía pesar toneladas en sus dedos. Su respiración era irregular, interrumpida por suspiros cortos y profundos como si tratara de encontrar un equilibrio imposible.

Su corazón latía con tal intensidad que podía sentirlo golpeando contra su pecho, y cada golpe resonaba en sus oídos, amplificando su ansiedad. Sentía un nudo en la garganta, tan apretado que le costaba tragar, y sus pensamientos eran un caos, desordenados e insistentes, como si cada uno intentara hacerse escuchar al mismo tiempo.

¿Y si realmente es ella? ¿Y si no lo es? ¿Podría soportar otra decepción?

Se preguntaba una y otra vez, mientras su mente le presentaba escenarios tan esperanzadores como devastadores. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, pero ella las contuvo, negándose a llorar hasta saber la verdad.

El sudor frío recorría su frente y su espalda, mezclándose con la sensación de calor que su ansiedad le provocaba. El sobre parecía pulsar entre sus manos, como si supiera el poder que tenía de definir su futuro. Mimi lo miró como si fuera un objeto sagrado, algo que podía darle la respuesta que había anhelado durante tanto tiempo, o romperla en mil pedazos.

Finalmente, cerró los ojos por un momento, inhaló profundamente, y trató de reunir el coraje necesario. Sus dedos acariciaron el borde del sobre, su tacto torpe y lento, mientras luchaba por enfrentar el miedo que la mantenía paralizada.

Koushiro, quien estaba a su lado, le apretó suavemente el hombro en un intento de ofrecerle consuelo. —Estoy aquí, Mimi. Pase lo que pase, no estás sola.

Mimi asintió, sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y miedo. Respiró hondo antes de romper el sello del sobre y sacar el documento que contenía los resultados del examen de ADN. Su corazón latía con fuerza, cada segundo se estiraba como si el tiempo mismo se hubiera ralentizado.

Desdobló la hoja y comenzó a leer. Al principio, sus ojos recorrieron las palabras rápidamente, buscando la respuesta que tanto ansiaba. Pero a medida que procesaba la información, su rostro comenzó a desmoronarse. Las palabras que había temido, pero nunca querido aceptar, estaban ahí, en blanco y negro.

—No puede ser.—Musitó la castaña y llevó su mano derecha a su boca.

—¿Qué ocurre Mimi?—Preguntó Koushiro.

Mimi pasó su mirada por el pelirrojo y luego volvió su mirada hacia el papel.

El resultado de la prueba de ADN era claro y conciso...Negativo.

La hoja cayó de sus manos, flotando hasta el suelo. Mimi sintió cómo el aire se escapaba de sus pulmones, como si de repente la habitación se hubiera quedado sin oxígeno. La realidad golpeó con fuerza, destrozando la esperanza que había alimentado durante tanto tiempo.

Koushiro, al ver su expresión, la abrazó con fuerza, permitiéndole apoyarse en él mientras las lágrimas comenzaban a caer. —Lo siento tanto, Mimi —susurró, su voz llena de compasión—. Lo siento de verdad.

Mimi enterró el rostro en el hombro de Koushiro, sollozando con una angustia que parecía no tener fin. —Yo... yo estaba tan segura —murmuró entre lágrimas—. Creí que Rika... que ella era mi hija. Pensé que Yamato me la había arrebatado. Todo parecía tener sentido...

—Es natural que te sintieras así —dijo Koushiro, acariciando suavemente su cabello—. Pero no puedes culparte por tener esperanza. Hiciste lo que creíste correcto, y eso es lo que importa.

—Pero duele tanto... —Mimi levantó la vista, sus ojos llenos de dolor—. Tenía tantas esperanzas... y ahora siento que he perdido a mi hija otra vez, aunque nunca fue mía para empezar.

Koushiro la sostuvo con más fuerza, permitiéndole liberar todo el dolor que había estado acumulando. —Estoy aquí para ti, Mimi. No tienes que pasar por esto sola. Llorar está bien, y tomará tiempo, pero te prometo que sanarás. No importa lo que pase, siempre estaré a tu lado.

Mimi asintió lentamente, aferrándose a esas palabras como a un salvavidas en medio de su tormenta personal. Aunque la esperanza que había albergado durante tanto tiempo se había desvanecido, sabía que no estaba sola en su dolor, y eso, al menos, le daba un pequeño consuelo en medio de su desolación.


El desayuno en el comedor era un evento tranquilo, pero ese día el ambiente estaba cargado de tensión. Yamato, Sora y sus hijas, Nene e Izumi, estaban sentados alrededor de la mesa, aunque el silencio que los rodeaba parecía ser mucho más ruidoso que cualquier conversación. Los rayos suaves de la mañana se filtraban a través de las ventanas, iluminando las tazas de té humeante y los platos de frutas frescas, pero ninguno de ellos parecía tener el ánimo para disfrutar del desayuno.

Izumi jugaba distraídamente con su tenedor, picando la fruta en su plato sin mucha atención, mientras su mente estaba en otro lugar. Cada vez que su tía Satomi se cruzaba por su mente, un nudo en su estómago se apretaba. El comportamiento errático de Satomi, sus palabras hirientes, sus acciones incomprensibles, todo eso se repetía una y otra vez en su mente, y le resultaba cada vez más difícil ignorarlo.

—¿Cómo durmieron chicas?— Preguntó Sora.

Izumi hizo una mueca ante esto.

—Bien.—Respondió Nene con seriedad.

—Mal.— Murmuró la oji-verde con voz baja pero suficientemente fuerte para ser escuchada.

Todos la observaron.

—¿Mal?—Cuestionó la pelirroja.

—¿Estás así por lo que ocurrió ayer con Satomi, verdad?—Nene le habló a su hermana.

La rubia asintió.

Nene suspiró molesta.

¡Como siempre! Izumi siendo débil.

—Izumi, debes ser fuerte. No dejes que lo que haga tu tía te afecte tanto —dijo con voz baja pero firme, intentando ofrecer un poco de consuelo.

Izumi levantó la vista y la miró, sus ojos reflejando una mezcla de frustración y tristeza.

—Es difícil, Nene —respondió con un suspiro—. Es nuestra tía. ¿Cómo puedo ignorar lo que hace?

Nene apretó los labios, mirando a su hermana menor con un brillo de determinación en sus ojos.

—Porque se volvió loca —dijo, sin vacilar, como si fuera lo más evidente del mundo.

Izumi frunció el ceño, sorprendida por la franqueza de Nene.

—No deberías decir eso —dijo, casi susurrando, con una expresión de incomodidad. No quería que su hermana se refiriera así a la mujer que, en algún momento, había sido una figura familiar y querida para ambas.

Nene la miró fijamente, sin inmutarse.

—Es verdad, Izumi. Satomi está loca. Nadie puede ser tan... —se detuvo un momento, buscando la palabra adecuada—. tan cruel sin estarlo. Y lo peor es que no parece que lo note.

Izumi quería replicar, pero las palabras no le salían. La idea de que su tía estuviera completamente fuera de sí le resultaba dolorosa, incluso si en el fondo sabía que Nene tenía razón. No podía ignorar lo que Satomi había hecho, las mentiras y las manipulaciones que había sembrado a su alrededor. Aun así, el simple hecho de pensar en lo que alguna vez fue una relación familiar rota por la locura de una persona cercana la desgarraba.

Justo en ese momento, Yamato levantó la mirada desde su taza de café, frunciendo el ceño al escuchar las palabras de Nene.

—Nene, no hables así de tu tía —regañó con severidad, el tono en su voz dejando claro que no estaba dispuesto a tolerar esa clase de comentarios sobre su familia. A pesar de todo lo que Satomi había hecho, ella seguía siendo su hermana, y su lealtad hacia ella, aunque puesta a prueba, seguía siendo firme.

Nene no se dejó intimidar y respondió rápidamente, sin levantar la voz pero con firmeza.

—¡Es la verdad, padre! Satomi está loca. ¿Qué más quieres que diga? —exclamó, sin importarle que su padre la regañara. La frustración que sentía por lo que había pasado con Satomi había llegado a su punto límite.

Izumi miró a su hermana, preocupada por la tensión que comenzaba a formarse entre Nene y Yamato, pero no dijo nada. Ella misma se sentía atrapada entre el amor familiar y el dolor causado por las acciones de Satomi.

Yamato, visiblemente molesto, se inclinó hacia adelante y apretó los labios, mirando a Nene con una intensidad que indicaba que no estaba dispuesto a discutir más sobre el tema.

—No puedes hablar así de tu familia, Nene. Satomi es parte de nuestra vida, y aunque sus acciones nos hayan afectado, eso no le da derecho a hablar de ella de esa manera —dijo, tratando de mantener la calma. Sin embargo, su tono de voz aún estaba cargado de descontento.

Nene lo desafió con la mirada, sin mostrar arrepentimiento.

—Entonces, ¿qué debemos hacer, papá? ¿Ignorar todo lo que hace? ¿Pretender que no vemos lo que está pasando? —preguntó, cada palabra llena de una mezcla de dolor y enojo. Sabía que Yamato intentaba proteger a su familia, pero las palabras y las acciones de Satomi habían dejado cicatrices demasiado profundas como para seguir fingiendo que todo estaba bien.

El ambiente en la mesa se volvió más pesado. Sora, que había estado en silencio hasta ese momento, tocó suavemente la mano de Rika, tratando de calmarla. Sabía que lo que estaban discutiendo en la mesa era doloroso para todos, pero especialmente para ella, que había sido testigo de las últimas actitudes de Satomi, quien, a pesar de ser su cuñada, había causado gran parte de las tensiones que había en la familia.

El silencio se prolongó unos segundos, hasta que el sonido del teléfono interrumpió la atmósfera. Layla apareció en la puerta del comedor con una expresión urgente, lo que hizo que Yamato se levantara de inmediato, dejando la discusión inconclusa.

—Señor Ishida —dijo Layla, con la voz entrecortada—, es una llamada para usted.

Yamato, evidentemente irritado por la interrupción, frunció el ceño.

—Diles que llamaré después. Estoy desayunando —respondió, pero Layla no se movió.

—¡Es urgente! —insistió ella, con una mirada nerviosa que hizo que Yamato se tensara aún más.

Con el rostro serio, Yamato se levantó, sin decir una palabra más, y salió del comedor rápidamente. Los demás lo observaron en silencio, esperando saber qué estaba ocurriendo. La atmósfera era densa y cargada de incertidumbre.

De repente, desde el pasillo, la voz de Yamato rompió el silencio.

—¿Qué?… ¿Murió? —La exclamación de sorpresa y preocupación resonó por toda la casa, dejando a todos los presentes aún más inquietos.

El nombre de Satomi, tan mencionado en la conversación, resonó en el aire. Todos se miraron entre sí, sabiendo que las noticias que Yamato recibiría podrían cambiar muchas cosas.


Mimi se arrojó sobre su cama, dejando que las lágrimas fluyeran libremente. El dolor era abrumador, como si su corazón se hubiera hecho pedazos. Se sentía vacía, rota por dentro, y por más que intentaba encontrar consuelo, todo lo que podía hacer era llorar.

Koushiro se sentó en el borde de la cama, su rostro lleno de culpa y preocupación. No podía soportar ver a Mimi así, sabiendo que no había nada que pudiera hacer para aliviar su dolor. —Mimi... lo siento tanto —susurró, su voz quebrada—. Me siento terrible por haber sospechado, por haberte apoyado en esto. Estaba tan seguro de que Rika podía ser tu hija, pero... me equivoqué.

Mimi sacudió la cabeza, su rostro aún enterrado en la almohada mientras seguía llorando. —No es tu culpa, Koushiro. No tenías manera de saberlo, y yo tampoco... En el fondo, creo que siempre supe la verdad. Mi corazón me decía que Rika no era mi hija, pero no quería escuchar. Me aferré a esa pequeña esperanza porque no quería aceptar lo que ya sabía.

Koushiro sintió una punzada de dolor al escucharla. La tristeza en su voz era casi insoportable. —Ojalá pudiera hacer algo, cualquier cosa, para cambiar esto... para aliviar este dolor.

Mimi se incorporó lentamente, secándose las lágrimas con la manga de su blusa. Su mirada estaba llena de tristeza, pero también de una comprensión resignada. —No podías haber hecho nada diferente, Koushiro. Has estado a mi lado todo este tiempo, apoyándome incluso cuando la situación era incierta. Eso es lo que realmente importa. El dolor no se irá de un día para otro, pero sé que con el tiempo podré seguir adelante.

Koushiro asintió, aunque las palabras no parecían suficientes. Se sentía impotente, pero sabía que estar allí para ella era lo mejor que podía hacer. —Estaré aquí, Mimi. No tienes que enfrentar esto sola.

Mimi lo miró con agradecimiento, tomando su mano entre las suyas. —Gracias, Koushiro. No sé qué haría sin ti.

Koushiro le apretó la mano suavemente, tratando de ofrecerle todo el consuelo posible. Aunque el dolor de Mimi era palpable, sabía que juntos podrían superar cualquier cosa, incluso esta devastadora realidad.

Mimi se recostó en su cama y tocó su vientre. Verdaderamente tenía esa esperanza de recuperar a su hija. En verdad quería que estuviese cerca...pero estaba lejos...y sin posibilidad de regresar a ella.

La habitación estaba en silencio, el único sonido era el suave suspiro de Mimi, que aún trataba de recomponerse mientras su mente seguía atrapada en la dolorosa realidad que acababa de aceptar. Koushiro se sentó junto a ella, observándola con el corazón encogido. El momento era pesado, cada palabra parecía añadir más peso a la atmósfera densa que los rodeaba.

De repente, la puerta de la habitación se abrió con suavidad, y la figura de Akari apareció en el umbral.

—Madrina, padre.—Lo llamó— ¡Menos mal llegaron!

Sus ojos estaban fijos en Mimi y Koushiro, pero había algo urgente en su porte, algo que no encajaba con la calma que ambos necesitaban.

—Akari… —Mimi levantó la mirada, la voz aún quebrada por el llanto—. ¿Qué pasa?

Akari no tardó en acercarse, pero su rostro mostraba una tensión que era difícil de ignorar. Koushiro, percibiendo la seriedad en la expresión de la joven, frunció el ceño.

—Necesito hablar con ustedes.

—No es momento, Akari —dijo Koushiro, su tono firme, pero con una clara preocupación en la voz—. Mimi necesita descansar, esto no puede esperar.

Akari lo miró fijamente, sin ceder ante su comentario. Sus ojos reflejaban una urgencia que no podía ocultar. —Lo siento, pero esto… esto no puede esperar. Es urgente.

Mimi, aún con los ojos enrojecidos, se incorporó ligeramente, confundida pero también alarmada por la actitud de Akari. —¿Qué sucedió? —preguntó, la voz temblorosa, aunque la intriga se colaba en sus palabras.

Akari respiró hondo, dando un paso hacia ellos, y luego, con la seriedad de alguien que acaba de recibir una noticia desgarradora, dijo lo que todos temían escuchar.

—¡Satomi ha muerto!

El aire en la habitación pareció volverse más espeso al instante. Mimi se quedó inmóvil, los ojos tan abiertos como el vacío de su corazón. La noticia la golpeó como una ola inesperada. Koushiro, al igual que ella, se quedó en silencio, sin poder procesar las palabras que acababan de salir de los labios de Akari.

—¿Satomi? —Mimi apenas pudo susurrar, como si esperara que las palabras no fueran reales, como si necesitara que todo fuera una mala broma.

—Es verdad. Salió en las noticias.


El sol se encontraba en lo alto, brillando con su habitual esplendor. Una brisa suave movía las hojas de los árboles y el bullicio de la ciudad parecía más distante en este espacio abierto, donde algunas personas paseaban tranquilamente mientras otras se sentaban en bancos disfrutando del día.

Damar estaba en una de las esquinas de la plaza, cerca de una fuente, observando a su alrededor mientras con una mano sostenía una carpeta llena de folletos y con la otra ofrecía a los transeúntes los papeles con una sonrisa brillante. Su look era sencillo pero llamativo: una camiseta de manga corta, unos pantalones ajustados y una bufanda ligera que le daba un toque de estilo. Llevaba su cabello recogido en una coleta alta, dejando que los mechones más cortos se deslizaran enmarcando su rostro. Aunque su actitud era relajada, sus ojos destilaban la energía de alguien que sabía lo que hacía y confiaba en su oferta.

—¿Alguien interesado en un cambio de look? —dijo, acercándose a una pareja que pasaba por su lado. La mujer, al verla, sonrió y miró el folleto.

—¿Qué tipo de servicios ofreces? —preguntó la mujer, mientras su pareja la observaba con interés.

Damar se enderezó con una sonrisa aún más amplia, con la confianza de alguien que sabe cómo atraer atención sin forzar la situación. —Ofrezco una gama de servicios a domicilio. Lifting, manicura, perfilado de cejas, y por supuesto, maquillaje para días especiales. Lo mejor es que me encargo de todo sin que tengan que salir de casa.

—¿A domicilio? Eso es bastante conveniente —respondió la mujer, dándole una mirada más detallada al folleto. El diseño de los papeles era sencillo, pero las fotos de los trabajos realizados eran impresionantes: mujeres con maquillajes sofisticados, peinados perfectamente realizados y manicuras que destilaban elegancia.

—Así es, —Damar agregó, siempre con un tono amigable—. Sé que todos tenemos vidas ocupadas, y a veces es complicado encontrar tiempo para ir al salón. Así que trato de hacer todo más sencillo para ustedes. Y si alguna vez tienen algo importante o solo quieren consentirse, no tienen que preocuparse por nada más que relajarse.

La mujer, tras mirar el folleto, asintió con una sonrisa. —Suena perfecto. Te tomaré tu contacto, por si acaso.

—Aquí tienes —respondió Damar, extendiendo una tarjeta personal con su nombre y número de teléfono. La mujer la aceptó, agradecida, y luego continuó su camino, mientras Damar observaba su partida con una sonrisa satisfecha.

A su alrededor, el flujo de gente continuaba, algunos paseaban sin prisa, otros se detenían en los puestos de venta cercanos. Damar, con su maletín ahora casi vacío, seguía ofreciendo folletos con una actitud amigable y profesional, nunca forzando, siempre abierta a una conversación, pero también dejando que el tiempo hiciera su trabajo.

Una pareja de jóvenes se acercó, ambos mirando sus teléfonos, pero la joven levantó la vista y se encontró con Damar, quien le ofreció una sonrisa amigable.

—Hola, ¿quieres saber sobre algunos servicios de belleza a domicilio? —preguntó Damar mientras extendía otro folleto.

—¿De verdad? —dijo la joven, algo escéptica pero curiosa. —A veces no tengo tiempo ni para ir a la peluquería.

—Es lo que intento evitar. Si no tienes que moverte, mejor, ¿no? Yo voy a ti. —Damar replicó con una risa ligera.

El joven miró el folleto y luego a la chica, sonriendo antes de decir: —¿Qué dices? Yo te acompaño.

La joven se mostró interesada y cogió el folleto. —¡Gracias! Tal vez te contacte, ¿te parece? —sonrió mientras lo guardaba en su bolso.

—Encantada, ¡y no dudes en llamarme si necesitas algo! —contestó Damar con entusiasmo.

El ambiente relajado de la plaza, las risas lejanas de los niños jugando en la cancha, y las conversaciones suaves de los adultos, creaban un contraste perfecto con la energía de Damar. Ella seguía repartiendo folletos, con una mezcla de confianza y amabilidad que parecía atraer la atención de aquellos que pasaban cerca de ella.

Después de un rato, la mayoría de los folletos que había traído se fueron agotando. Los miraba en la carpeta con una satisfacción tranquila, ya que había logrado conectar con varias personas. Aunque no todos tomaron el folleto, muchos mostraron interés, y eso le hacía sentirse como si su esfuerzo estuviera dando frutos.

Estaba en eso cuando su móvil sonó.

¡Bip, bip!

Damar al escuchar el smatphone rápidamente observó la pantalla.

"Número desconocido"

Damar hizo una mueca. Ojalá no fuera una de esas compañías ofreciéndoles un plan que, jamás contrataría, por lo caro que era.

—Funeraria Santa Lucía, su desgracia, nuestra alegría ¡Diga!— Exclamó la castaña.

¿Este era el nuevo emprendimiento del cual me hablaste ayer?— Preguntó una voz familiar al otro lado— ¿Trabajar con muertos?

Damar abrió los ojos sorprendida al reconocer la voz—¡Ups! Creo que me equivoqué.—Comentó— Disculpa, Rika, pero necesitaba una respuesta cómica. Como es un número desconocido, no sabía si era alguien importante o estos números de compañías que me ofrecen planes de internet.

Rika rió— Debí suponerlo.—Comentó— Aunque, me gustó tu respuesta, la tendré en consideración cuando me llamen números random.

Damar también río.

—Que bueno es escucharte, amiga.— Declaró— Al menos con humor.

Créeme, intento tener humor, aunque hoy, en mi casa, no hay mucho.—Habló Rika.

—¿Por qué?— Preguntó Damar.

Estamos de velorio.— Declaró Rika— Bueno, en realidad, mis padres y mis hermanas.

—¿Por qué?— La preocupación se dejó entrever en la voz de la castaña.

La pelirroja suspiró: —Murió.

—¿Quién murió?

La bruja...—Respondió Rika.

—¿La bruja?—Cuestionó la castaña—¿Cuál de todas las brujas que hay en tu vida?...

Lamentaba a sinceridad en sus palabras, pero era verdad, Rika en su vida tachaba a muchas personas como "bruja"

La bruja Minamoto.—Contestó la pelirroja.

"La bruja Minamoto"

Esas palabras resonaron en su mente y Damar supo al instante de quien estaba hablando.

—¿Qué?...Pero ¿cómo?...

No lo sabemos.—Comentó la Ishida—Pero Izumi está atacada llorando. Tú sabes lo unida que eran. Y mi padre está destrozado.

Sí, algo le había comentado Rika.

Las cosas están tensas por aquí. Takeru aun no llega, pero me imagino como será su reacción y no quiero dejarlo solo.

Damar hizo una mueca ante esto: —Necesitará todo tu apoyo, amiga.

—Sí. Es por eso que no creo que podré ir por esos lados. Sé que acordamos en juntarnos.

—No te preocupes amiga.—Respondió la castaña mientras ordenaba sus cosas en su pequeño carrito— La verdad es que hoy me dedicaré a repartir mis folletos y luego atenderé a una clienta que me contactó por Instagram.—Declaró— Pero ¿te parece si mañana nos vemos?

Rika asintió: —¡Claro! Mañana hay una exposición de artes en el centro comercial. Sé que no te gusta el arte pero será una buena excusa para vernos.

—Me parece...—Musitó Damar— Nos vemos.

Adiós.


Takeru estaba profundamente dormido en su escritorio, su cabeza descansando sobre los papeles desordenados y el teclado de su computadora. La luz tenue de la lámpara de escritorio iluminaba su rostro cansado, marcando las sombras bajo sus ojos. Había trabajado hasta tarde, como siempre, luchando contra el agotamiento, pero finalmente su cuerpo había cedido. En su estado de agotamiento, el sonido del teléfono o el murmullo de la oficina ya no lograban atravesar su mente. Todo a su alrededor se desvaneció mientras caía en un sueño profundo, incluso en medio de la presión constante.

Kouji entró a la oficina con paso firme, como siempre, con un café en mano, pero al ver a Takeru dormido en el escritorio, la taza casi se le cae de la mano. Era raro ver a su amigo tan fuera de lugar en la oficina. Takeru, normalmente siempre tan serio, controlado y atento, nunca se permitía descansar de esa manera.

Se acercó con cautela y, tras observarlo unos segundos, no pudo evitar sonreír levemente. Era evidente que Takeru estaba agotado, y aunque Kouji sabía que era incapaz de tomar un descanso, también sabía que esto no podía continuar. Después de un suspiro, decidió que era hora de despertarlo.

—Takeru —dijo, golpeando ligeramente el escritorio, la voz baja pero firme.

No hubo respuesta. Kouji suspiró nuevamente y acercó una mano al hombro de su amigo, dándole un pequeño empujón. El cuerpo de Takeru se movió ligeramente, pero aún no despertaba.

—Takeru, despierta —insistió, ahora con un tono más fuerte. Esta vez, la mano en su hombro fue más firme.

Finalmente, Takeru movió la cabeza, levantando la vista borrosamente mientras se frotaba los ojos. La expresión de agotamiento era obvia en su rostro.

—¿Eh...? ¿Kouji? —preguntó, aún medio dormido, mirando a su amiga con una mezcla de confusión y fatiga.

Takeru levantó la vista lentamente, parpadeando con dificultad para despejar el sueño que aún nublaba su mente. Observó a Kouji, que lo miraba con una mezcla de preocupación y ligera incomodidad.

—¿Eh...? ¿Kouji? —dijo en un susurro, rascándose la cabeza mientras aún intentaba procesar lo que sucedía a su alrededor.

Kouji lo observó con una mirada crítica, sin poder disimular la sorpresa en su rostro.

—¿Qué haces ahí? —preguntó, alzando una ceja. —¿Te quedaste toda la noche trabajando? —La pregunta era obvia, pero su tono era de leve reproche.

Takeru, todavía adormilado, simplemente bostezó mientras se estiraba en su silla. Un bostezo largo y audible que parecía no tener fin.

—Sí... —respondió Takeru, con la voz aún arrastrando el peso de la fatiga—. Me quedé avanzando unos trabajos.—Mintió. Sí, mintió.

Kouji suspiró: —No me digas que te quedaste toda la noche, ¿en serio? —su tono reflejaba algo entre incomodidad y preocupación.

Takeru asintió, sin vergüenza alguna.

—Sí, estaba atrasado con algunas cosas. —se encogió de hombros, como si fuera lo más normal del mundo. —Un par de horas más y habrá valido la pena.

Kouji lo miró un momento, entre incrédula y molesta. No podía creer que su amigo, como siempre, estuviera poniendo el trabajo antes que su propio bienestar.

—Tienes que parar con esto, Takeru. No puedes seguir haciendo esto. No deberías estar aquí, deberías estar en casa descansando —le dijo, apretando los dientes, sabiendo que no iba a cambiar de opinión fácilmente, pero también sin poder evitar regañarlo.

Takeru, que ya se había recostado nuevamente sobre su escritorio, levantó una mano en señal de paz.

—Fue solo una noche —dijo, como si no fuera gran cosa.

Kouji observó a su amigo un momento más, sintiendo que ya no podía seguir ignorando lo que veía. Su expresión se suavizó un poco antes de lanzar otra pregunta, con voz más baja y preocupada.

—¿Has hablado con tu familia? —le preguntó de repente, mirando de reojo a Takeru, como si fuera una cuestión de importancia.

Takeru levantó la cabeza inmediatamente, sorprendido por la pregunta. Su mirada se endureció, y su voz, cuando habló, se escuchó cargada de curiosidad.

—¿Por qué me preguntas eso? —su tono era algo cortante, pero la sorpresa lo invadía. —¿Qué pasa con mi familia?

Kouji lo observó, dudando un momento antes de responder. Parecía que algo no encajaba, y aunque quería evitar que su amigo se sintiera más agobiado, sabía que no podía callarlo por más tiempo. Finalmente, dejó escapar un suspiro y dejó que las palabras fluyeran.

—Takeru... —comenzó, titubeando un poco—. No sabes nada, ¿verdad?

Takeru frunció el ceño, totalmente perdido. No entendía a qué se refería Kouji con ese tono serio, como si algo muy importante estuviera pasando sin que él se diera cuenta.

—¿Qué quieres decir con eso? —respondió, con una creciente sensación de inquietud. —¿Sabes algo de mi familia?

Kouji apretó los labios, vacilando por un momento más. Finalmente, sus ojos se oscurecieron, y lo miró directamente a los ojos, dándole la noticia que sabía que cambiaría todo para Takeru.

—Satomi... —empezó, pero las palabras parecían atragantarse en su garganta. Finalmente, las dijo de una vez. —Satomi ha muerto.

—¿Qué?— Preguntó el rubio— N-no...no puede ser...

—Lo siento Takeru.—Respondió el Minamoto— Pero es verdad.

Al instante las lágrimas aparecieron en los ojos del rubio.

—N-no...no...

Las lágrimas cayeron y cayeron una tras otra.

—¡No!— Gritó antes de lanzar una carpeta contra la pared.


La capilla estaba silenciosa, salvo por los sollozos que llenaban el aire pesado. Izumi estaba arrodillada frente al ataúd cerrado de su tía Satomi, sus hombros temblando mientras las lágrimas caían sin cesar. Había flores a su alrededor, pero parecían insignificantes ante el vacío que sentía en su pecho.

—¿Por qué? —susurró entrecortada, mientras apretaba un pañuelo arrugado en sus manos—. ¿Por qué tenía que terminar así?

El dolor en su voz era palpable, y su cuerpo parecía colapsar bajo el peso de su pena. Haruna, conocida como Mimi, observaba desde un rincón, sus manos entrelazadas con nerviosismo. Ver a Izumi así le desgarraba el alma, pero también hacía que la culpa se clavara más profundamente en su ser.

Con paso vacilante, Mimi se acercó a su hija. A pesar de la distancia emocional que las separaba, no podía ignorar el sufrimiento de Izumi. Se arrodilló junto a ella, colocando una mano en su hombro tembloroso.

—Izumi… —comenzó con suavidad, pero su voz se quebró al ver cómo la joven la miraba, con los ojos hinchados y llenos de dolor.

—¡No me digas que va a estar bien! —gritó Izumi, apartándose de su toque—. ¡Nada está bien! ¡Ella… ella está muerta! ¡Se quitó la vida porque no pudo soportar lo que todos le hicieron!

Las palabras de Izumi eran un golpe tras otro para Mimi, quien solo podía escuchar en silencio, dejando que su hija expresara su dolor.

—¡Todos la abandonaron! —continuó Izumi, señalando con rabia las bancas casi vacías de la capilla—. ¿Dónde están sus "amigos"? ¿Dónde está toda esa gente que decía quererla? ¡Nadie está aquí! Solo yo… yo, porque la amaba de verdad.

Mimi sintió que el aire se volvía más denso, y sus manos comenzaron a temblar. Quería consolarla, pero sabía que sus palabras eran ciertas. Había sido ella quien, en su afán por "hacer justicia", había puesto en marcha las acciones que llevaron a Satomi a su límite.

—Izumi, lo siento tanto… —susurró Mimi, luchando por mantener la compostura.

—¿Tú qué puedes saber? —Izumi la miró con una mezcla de desesperación y rabia—. No entiendes lo que siento. Ella era mi tía, mi amiga, mi familia. Siempre me apoyó… y ahora no está.

La joven volvió a llorar, esta vez con más intensidad, cubriendo su rostro con las manos. Mimi no pudo evitarlo más. La rodeó con sus brazos, apretándola contra su pecho mientras ambas temblaban.

—Lo siento… —repitió Mimi, sus propias lágrimas comenzando a caer—. Si pudiera cambiar las cosas, lo haría.

Izumi no se resistió al abrazo, aunque su cuerpo seguía temblando por los sollozos.

—Ella no merecía esto… —murmuró Izumi—. No merecía terminar así. Solo quería ser feliz.

Mimi cerró los ojos, su corazón encogiéndose al escuchar esas palabras. Sabía que, aunque sus intenciones habían sido proteger a su familia, había cruzado límites que ahora tenían consecuencias devastadoras.

—No es tu culpa, Izumi —dijo finalmente, con la voz cargada de dolor—. Nada de esto es tu culpa.

Izumi levantó la vista, sus ojos llenos de lágrimas pero también de una profunda tristeza.

—¿Y de quién es la culpa entonces? —preguntó, casi en un susurro.

Mimi tragó con fuerza, incapaz de responder. Solo podía sostener a su hija, ofreciéndole un consuelo que sentía que no merecía dar.

La capilla permaneció en silencio después de eso, salvo por el llanto de Izumi, que resonaba como un eco de la tragedia que había ocurrido. Mientras Mimi sostenía a su hija, la culpa la devoraba, preguntándose si algún día podría enmendar el daño que había causado.


Los chicos de la banda se encontraban acomodados entre los instrumentos, calentando sus manos y afinando las guitarras. Sin embargo, una sensación extraña se había instalado en el aire. Takuya aún no llegaba.

—¿Dónde está Takuya? —preguntó Daisuke, mirando su reloj por quinta vez. La preocupación era palpable en su tono.

—No lo sé... Se supone que en este día hacemos los ensayos temprano porque sale temprano del trabajo ¿no? ¡Pero aun no llega! —Comentó Junpei.

Tomoki, sentado en el banco de batería, giró las baquetas entre sus dedos, claramente molesto por la tardanza de su amigo. —Esto no es normal. Si algo le hubiera pasado, seguro habríamos sabido algo.

Ken, que estaba en el teclado, también observaba la puerta con impaciencia. —Sí, me sorprende mucho. Takuya siempre está aquí antes que nosotros, listo para ensayar. Algo raro debe estar pasando.

Daisuke frunció el ceño, mirando a los demás. —No me gusta esto. Deberíamos llamarlo.

Ken asintió, sacando su teléfono y marcando el número de Takuya. La llamada comenzó a sonar, pero nadie la contestaba. Todos intercambiaron miradas, preocupados.

—¿Y si... algo le pasó? —sugirió Tomoki en voz baja, como si la sola idea de eso lo inquietara demasiado.

—No se preocupen —respondió Ken, intentando mantener la calma—. Tal vez se quedó atrapado en el tráfico o se retrasó por alguna otra cosa. Lo importante es que nos concentremos en lo que tenemos que hacer hoy. Es solo un ensayo, no es el fin del mundo.

Mientras los chicos seguían hablando entre ellos, sin poder quitarse la preocupación de la cabeza, unos pasos se escucharon en el lugar. Todos miraron en la misma dirección, esperando que finalmente fuera Takuya entrando, pero en lugar de eso, apareció una figura conocida: Damar.

Ella se acercó con una sonrisa amigable.

—¿Qué tal, chicos? —saludó Damar con energía, dirigiéndose hacia ellos. —¿Cómo va todo?

Los chicos al verla al instante sonrieron.

—¡Hola!— Exclamó Daisuke.

—¿Interrumpo algo?—Preguntó la joven.

—No.—Respondió Ken— Estamos acomodando las cosas para comenzar nuestro ensayo.

—Estamos esperando que Takuya llegue para iniciar.— Agregó Tomoki.

—¿Qué haces por aquí? —preguntó Junpei, mirando a Damar con curiosidad.

—Estoy repartiendo folletos sobre mis servicios. —respondió ella con una sonrisa.

—¿Tus servicios? —Ken levantó una ceja, intrigado.

Damar asintió con entusiasmo. —Sí, trabajo como estilista. Realizo tratamientos como lifting de pestañas, manicure, perfilado de cejas, maquillaje para ocasiones especiales… todo a domicilio.

—¿Lifting? —preguntó Tomoki, visiblemente curioso.

Damar soltó una ligera risa, recordando que Takuya también había hecho esa misma pregunta cuando se conocieron. —Es un tratamiento que levanta y alarga las pestañas naturales, desde la raíz, sin necesidad de usar extensiones ni postizas. Básicamente, embellece la mirada de manera más natural.

Los chicos se miraron entre sí, pensativos.

—Bueno, nosotros no necesitamos maquillaje —dijo Ken, sonriendo con algo de vergüenza.

—Lo sé, no era para ustedes —respondió Damar, riendo suavemente. —Pero seguro que conocen a alguien que sí podría necesitarlo. Tal vez una amiga, hermana o prima.

Los chicos intercambiaron miradas, pensando en ello.

—Le diré a mi madre y a mi hermana Jun para que se lo cuenten a sus amigas. —dijo Daisuke, asintiendo.

—Yo también le mencionaré a mi hermana. —agregó Ken, tomando nota mentalmente.

—Yo también se lo diré a algunas de mis amigas. —dijo Junpei, decidido.

—Yo igual... y también a algunas compañeras de mi clase. —Tomoki no se quedó atrás, también dispuesto a ayudar.

Damar sonrió ampliamente, agradecida. —Muchísimas gracias a todos, de verdad. No saben cuánto lo aprecio.

Con una sonrisa, Damar les entregó un par de folletos a cada uno.


La sala estaba impregnada de un silencio profundo, quebrado solo por los sollozos suaves de Izumi, quien se encontraba arrodillada al lado del ataúd de Satomi. Sus lágrimas caían sin cesar, empapando la tela que cubría las manos de su madre. Su rostro estaba cubierto por una tristeza indescriptible, como si el mundo mismo se le hubiera desplomado encima. Jamás había imaginado que algo tan terrible podría suceder, que su madre no volvería a abrazarla, a guiarla, a decirle que todo estaría bien.

A su lado, Yamato y Sora, los padres de Izumi, estaban visiblemente afectados. Aunque su rostro estaba impasible, la tensión en su postura y la forma en que sus miradas se entrelazaban denotaban la inmensa tristeza que sentían. Ninguno de los dos esperaba algo tan cruel, tan inesperado. La muerte de Satomi había llegado como un golpe certero y despiadado, dejando a la familia rota.

Yamato había pasado la mayor parte del día en silencio, su rostro como una máscara inquebrantable, pero sus ojos delataban el dolor que sentía. Sora, a su lado, no podía evitar sollozar en silencio, el lamento en su pecho apenas contenido.

Izumi, sin poder controlar sus emociones, sollozaba al lado del ataúd. A lo lejos, los murmullos de los asistentes al velorio parecían no llegarle. La presencia de su madre, aunque ahora en reposo eterno, se sentía palpable en el aire. La joven no podía aceptar que no volvería a ver su rostro, ni a escuchar su voz cariñosa, ni a sentir su calor. El vacío era inmeso.

De repente, la puerta del salón se abrió. Una figura entró, y todos los presentes la miraron con sorpresa al ver quién era. Era Haruna, o más bien, Mimi, quien había llegado con paso firme, pero con la expresión preocupada y afectada por la situación. Todos se quedaron en silencio, sorprendidos, especialmente Yamato, que la miraba con una mezcla de confusión y preocupación. Nadie esperaba su presencia allí, mucho menos en ese momento tan doloroso.

Haruna caminó con suavidad, sus pasos al principio vacilantes, pero su determinación le permitió llegar hasta donde estaba Izumi. La mirada de la joven no se despegó del ataúd, completamente sumida en su dolor, pero la presencia de Haruna se hacía cada vez más cercana.

—¿Haruna?—La voz de Yamato, que de repente cortó el aire, sonó en un tono bajo y serio, pero también cargado de emoción contenida. No esperaba que Haruna se presentara en ese lugar.

—Hola.—Saludó la castaña.

—¿Qué haces aquí?— Preguntó Sora.

Haruna los miró, sin apartar la vista de Izumi. Su rostro estaba serio, pero sus ojos mostraban una suavidad que rara vez se dejaba ver. La verdad era que nunca había querido que las cosas llegaran hasta ese punto, que la relación con Izumi y su familia llegara a este tipo de ruptura, pero la muerte de Satomi había sido un golpe tan fuerte para todos que sentía que ahora era el momento de dejar todo a un lado. Era el momento de demostrar que, a pesar de todo, ella también se preocupaba.

—Vengo a apoyarlos. —Respondió con voz suave, pero firme. No era un gesto de compasión vacía, sino una verdadera intención de estar allí, de ser un consuelo en medio del dolor.

Izumi, al escuchar la voz de Haruna, levantó la vista por primera vez. Su rostro estaba pálido, sus ojos rojos e hinchados por las lágrimas, pero al ver a la mujer que hasta hacía poco había sido una figura distante, algo en su interior se quebró aún más. La sorpresa en sus ojos era evidente, pero no pudo evitar dejarse envolver por una necesidad desesperada de consuelo. La figura de Haruna, que siempre había sido fuerte y distante, ahora parecía más humana, más cercana, como si pudiera comprender el dolor que sentía.

Haruna, sin esperar más, extendió sus brazos hacia Izumi, un gesto que sorprendió a todos los presentes, pero que fue tan natural como necesario. La joven, vacilante al principio, se levantó lentamente y, sin decir una palabra, se lanzó a los brazos de Haruna, abrazándola con fuerza. Era un abrazo lleno de tristeza, de desgarro, de una necesidad de sentirse acompañada en ese instante tan oscuro.

El llanto de Izumi se intensificó mientras se aferraba a ella, como si fuera la última oportunidad que tenía de encontrar consuelo. Haruna la sostuvo con firmeza, dejando que las lágrimas de ambas se entrelazaran. En ese momento, la brecha entre ellas parecía desvanecerse, como si el dolor compartido las uniera más allá de cualquier diferencia pasada.

Yamato observaba la escena en silencio, con los ojos entrecerrados. Aunque no lo expresó, algo dentro de él se movió al ver a Haruna ahí, abrazando a su hija, dándole el consuelo que tanto necesitaba.

Era increíble como...siempre estaba ahí.


El sonido del piano de Ken, la guitarra de Daisuke y el bajo de Tomoki llenaban la sala de ensayo, creando una atmósfera vibrante que parecía envolver a todos los presentes. Daisuke, con una energía contagiante, deslizó sus dedos sobre las cuerdas de su guitarra, aportando fuerza y dinamismo a cada acorde. Ken, concentrado y preciso, tocaba las teclas del piano, marcando la base melódica con su estilo único, mientras Tomoki, al fondo, marcaba el ritmo con su bajo, añadiendo profundidad y armonía a la canción. Los tres estaban completamente absorbidos en la música, como si cada nota fuera una extensión de lo que sentían. La conexión entre ellos era palpable, y cada instrumento parecía encajar perfectamente con el otro, como un engranaje perfectamente aceitado, creando una melodía que trascendía las palabras.

Damar estaba sentada a un lado, observando con atención. A pesar de que los chicos de la banda no parecían notar su presencia, ella no podía evitar admirar cómo tocaban. La música era buena, tenían una conexión evidente, pero algo faltaba. La voz principal de Takuya.

Cuando la canción terminó, Damar no pudo evitar aplaudir suavemente, impresionada por lo bien que lo habían hecho. Los chicos la miraron sorprendidos, notando por primera vez que estaba ahí.

—¡Wow! —exclamó Damar, sonriendo. —¡Ustedes tocan genial!

Daisuke, Ken y Tomoki sonrieron al ver que alguien les había prestado atención, y agradecieron el comentario. Sin embargo, había algo en sus expresiones que delataba una ligera inquietud, como si la falta de Takuya los estuviera persiguiendo, como si algo no estuviera completo sin él.

—Gracias, Damar —dijo Daisuke, con una sonrisa tímida—. Aunque… siempre falta algo cuando Takuya no está. Su voz es única.

—Sí —asintió Ken—. La verdad es que sí tocamos bien, pero cuando Takuya no está, la canción no suena igual.

Tomoki suspiró. —Lo sabemos bien. La voz de Takuya tiene algo especial. Sin ella, nos sentimos un poco incompletos.

Damar los observó atentamente, su mirada centrada en ellos. No pudo evitar sentir cierta admiración por la conexión que compartían, por la forma en que se entendían sin necesidad de hablar demasiado. A pesar de la ausencia de Takuya, la banda seguía sonando bien, y eso decía mucho de su talento y su esfuerzo.

—No se preocupen —les dijo con una sonrisa tranquila—. A pesar de que él no esté aquí, ustedes tocan muy bien.

Daisuke la miró agradecido, asintiendo. —Gracias, realmente lo necesitamos.

En ese momento, algo pareció cruzar por la mente de Damar. Su mirada se volvió más inquisitiva.

—Por cierto —comentó, con una ligera curiosidad—. ¿Por casualidad esta canción se las enseñó Ryo?

Los chicos se quedaron paralizados por un momento, mirando a Damar con sorpresa en sus rostros. Fue Ken quien rompió el silencio, frunciendo el ceño.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó, con algo de incredulidad.

Damar asintió con naturalidad, sin perder la calma. —Sí. Más de alguna vez escuché a Ryo cantar esta canción. Es una de sus favoritas.

Los chicos intercambiaron miradas.

—¡Vaya!— Exclamó Junpei—Al parecer, Ryo comparte sus canciones con todos.—Comentó— No seremos originales si esto sigue así.

—No digas eso.—Comentó Damar— Al contrario, es muy buena canción.

(Aliados - Cris Morena)

Damar: Aliados seré
Tu escudo seré
Tu seguro, tu protector
Quien despierte en ti el amor

Aliado seré
Tu ángel seré, Un aliado de tu destino
Pondré luz en tu camino
ohohooh

Justo en ese minuto unos pasos se escucharon y Takuya llegó al lugar.

—¡Hey! Un minuto que llego tarde y ya me están reemplazando.—Declaró cruzándose de brazos.

Daisuke sonrió: —¡Pues claro! ¿no decías tú que nos faltaba una voz femenina en el grupo?

—Es mucho mejor tenerla a ella.— Musitó Junpei.

—Es más agradable para los ojos.—Comentó Tomoki.

Damar rió.

—¡Hey! Tampoco deben ofenderme.—Declaró Takuya.

Los chicos rieron.

—Tranquilo, no quise reemplazarte.—Musitó la castaña con una sonrisa— Disculpa si te molestó.

—No te preocupes, no me molestó...¡Al contrario! me gustó mucho como cantaste la canción...—Declaró el moreno— Aunque, me sorprendió que la cantaras.

—¿Por qué te sorprendió?

—Porque es una de nuestra canciones nuevas...—Habló Takuya—Acaso ¿te la enseñó Ryo?

Damar asintió.

—Curiosamente eso nos estaba comentando.—Musitó Daisuke— Y de paso cantó un poquito.

Takuya dirigió su mirada el moreno: —Ya te lo habíamos dicho, pero te lo volverá a decir: Tienes buena voz.

—Gracias.—Damar sonrió aun más.

—¿Sabes? hace tiempo buscamos una voz femenina.

—¡Uh!— Exclamó la chica— Es bueno saberlo. ¿Están realizando audiciones o algo así?

—¡Pues claro! Estamos realizando casting...—Takuya siguió la broma, rápidamente rió— No...broma...no somos muy conocidos, todavía, para tener tantas personas que quieran participar en nuestra banda.

—Con lo bien que cantan debe haber más de alguno que quiera.

—Dinos ¿tú quieres?— Comentó Daisuke.

—Es tentadora la propuesta.—Musitó Damar— Pensaré en la audición, pero creo que será para otro día.—Musitó mientras observaba su móvil— Ahora tengo que irme. Tengo que una clienta que atender.—Hizo una mueca— ¡Me encantaría quedarme escuchando! Pero no podré.

—Bueno, un día de estos puedes venir.—Declaró Tomoki.

—Nosotros ensayamos seguido aquí.—Comentó Ken— Así que, eres bienvenida a escuchar.

—¡Gracias!—Declaró la chica antes de voltear— Ahora me voy. Adiós chicos.

—¡Adiós!— Exclamaron.

Fue así como Damar se fue.

—¡Vaya, Takuya! Al fin llegas.—Musitó Junpei.

—¿Por qué tardaste?—Preguntó Tomoki.

—Disculpen, chicos, venía a avisarles en persona que, no podré estar en este ensayo.—Declaró Takuya.

—¿Por qué?

—Con Hikari debemos ir a un velorio.—Respondió el castaño.

—¿Velorio?—Preguntó Daisuke.

—Eso explica el porqué estás vestido de esa forma.—Comentó Tomoki.

Takuya llevaba una camisa negra, unos pantalones negros, unas zapatillas negras y una chaqueta negra. Totalmente de luto.

—Murió la tía de Izumi, Satomi.

—¿Velorio? —preguntó Daisuke, sorprendido—. Vaya, no te esperábamos en esa onda. ¿No era solo una tía de Izumi? ¿Tan cercano eres a la familia?

—Sí... —Takuya respondió con una leve sonrisa, intentando aligerar el ambiente. Sabía lo que venía.

—¡Ah, claro! —Tomoki se rió—. Ahora entiendo, Takuya. Estás yendo a consolar a tu "amiga" Izumi, ¿verdad? Seguro que se siente muy triste, ¿no?

—Sí, claro, mucho... —Takuya respondió con tono sarcástico, pero la sonrisa traviesa de Tomoki no dejaba mucho espacio para la seriedad.

—Parece que te vas a ganar unos puntos con ella, Takuya —Daisuke comentó con una mirada cómplice—. Qué bueno que estés "apoyando" a Izumi. ¿No te tendrás que quedar mucho, verdad? No creo que te cueste demasiado consolarla... entre amigos, claro.

Takuya bufó y rodó los ojos. —No empiecen con eso, chicos.

—Jajaja, ¿qué pasa? —Ken rió—. Siempre has sido el chico "consolador", Takuya. Ya sabes cómo son esas situaciones. ¡Ahora sí que te van a admirar aún más!

—No lo haría si no fuera necesario —respondió Takuya, levantando las manos en señal de defensa—. Pero realmente, solo iré a dar el pésame y apoyar a la familia. Izumi no la debe estar pasando nada bien.— La molestia era obvia en su rostro y los chicos supieron que lo mejor era tomar seriedad.

—Entendemos Takuya.—Declaró Tomoki— Pero ¿tenías que venir hasta aquí?

—Pudiste enviar un mensaje.

—Lamentablemente mi celular quedó sin batería. Apenas tuve tiempo de ir por Hikari, venir y cambiarme. Pensé en enviarles un mensaje cuando estuviese en casa, pero ustedes saben que los ensayos de la banda, para mí, son muy importantes y serios. Correspondía que viniese a decírselos.— Respondió el Kanbara.

Era de esperarse...Como siempre...Takuya dándole seriedad a la banda, incluso antes que a su propia vida, demostrando su liderazgo.

—No te preocupes.—Musitó Tomoki.

Ken asintió: —Entendemos la situación.

—Además, un ensayo más o menos, no hará la diferencia.—Respondió Junpei.

Takuya sonrió: —Muchas gracias. Amigos.


El silencio pesado en la habitación parecía envolver todo, como una niebla densa que no dejaba espacio para las palabras. Izumi y Mimi permanecían inmóviles frente al ataúd de Satomi, la figura de la tía de Izumi, tan llena de vida en sus recuerdos, ahora reducida a una caja de madera rodeada de flores y silencio. La atmósfera en el cuarto estaba cargada de dolor y tristeza, pero era un dolor compartido por pocas personas, ya que la familia de Yamato y Mimi eran casi los únicos presentes en ese momento.

Izumi, con los ojos vidriosos, no podía apartar la vista del ataúd. Sus pensamientos se desordenaban, luchando por encontrar alguna explicación para lo que había sucedido. Aún no lograba comprender cómo una mujer tan llena de energía y vitalidad había partido tan repentinamente, dejándola atrás sin previo aviso.

—Verdaderamente no entiendo cómo esto ocurrió... —dijo Izumi, su voz quebrada por el dolor—. Mi tía siempre fue una mujer buena, llena de vida, no merecía morir tan joven... —hizo una pausa, sus ojos recorriendo el lugar vacío que había quedado en su vida—. Sin ser recordada.

Mimi no dijo nada al principio. Observaba a su hija con el rostro serio, tratando de contener la tristeza que sabía que se desbordaba en Izumi. Aunque no compartía el mismo dolor por Satomi, la veía sufrir de una manera tan profunda que su propio corazón se apretaba. No podía hacer mucho, pero deseaba que su hija pudiera encontrar algo de consuelo.

La voz de Izumi la sacó de sus pensamientos, y la rubia la miró con ojos llenos de dolor.

—Haruna... —la llamó con suavidad.

Mimi levantó la vista, ahora completamente centrada en su hija. A pesar de todo, seguía siendo la madre, y su hija necesitaba algo de consuelo. No sabía qué responder, pues el dolor de la pérdida de Satomi no la tocaba tan profundamente, pero lo que sí le dolía era ver el sufrimiento de su hija.

—¿Tú considerabas a mi tía una amiga? —preguntó Izumi, su voz más suave ahora, pero llena de una curiosidad melancólica.

Mimi, al escuchar la pregunta, dejó escapar un suspiro. Recordó aquellos tiempos pasados, los momentos en que había compartido con Satomi. Hubo una época en que fueron cercanas, sí, pero las cosas cambiaron con el tiempo. Sin embargo, las palabras que eligió fueron cuidadosas, tal vez no queriendo herir más a su hija.

—No precisamente... —comenzó, con una ligera mueca en su rostro—. Fuimos cercanas durante un tiempo...

Con esto no se refería precisamente ahora, también se refería al pasado, cuando Satomi aceptó su reación con Yamato.

Era lamentable que se dejara influenciar por los engaños de Toshiko e Hiroaki.

Lo que jamás esperó era que terminara en esto. Lógicamente quería justicia, movió un poco las piezas para que Satomi se diera cuenta de la verdad, pero no logró soportarla y se volvió loca.

El sonido de la puerta se abrió de repente, rompiendo el silencio en la habitación. Takeru, el hermano de Izumi y sobrino de Satomi, apareció en el umbral, su rostro al principio tenso, pero cuando sus ojos se posaron en el ataúd, su expresión se suavizó, como si una ola de emoción lo arrasara por completo. No pudo evitar que las lágrimas brotaran de inmediato. Sus pasos vacilaron ligeramente mientras avanzaba hacia el ataúd, pero cuando se detuvo frente a él, su rostro se contrajo y las lágrimas comenzaron a caer libremente.

Izumi, al ver a su tío, no pudo evitar un sollozo. En un impulso, se levantó rápidamente y, sin pensarlo, corrió hacia él. Se lanzó a sus brazos, buscando su consuelo en un abrazo que no parecía suficiente. El dolor de la pérdida era demasiado grande para ser comprendido en palabras.

—Tío… —solló Izumi, aferrándose a él. Sus lágrimas se mezclaban con las de él, y por un momento, parecía que todo el mundo se había reducido a esa habitación, a ese abrazo.

Takeru la abrazó con fuerza, sintiendo la misma desesperación, la misma incredulidad que su sobrina. Aunque siempre había sido el pilar en la familia, ahora se sentía tan vulnerable, tan roto. Satomi había sido su tía, una mujer que había estado allí cuando más lo necesitaba. No podía creer que ya no estuviera, que la vida de su tía, tan llena de luz, se hubiera apagado de repente.

—No podemos creer que nos haya dejado… —susurró Takeru, su voz quebrada, casi inaudible.

Izumi asintió, su rostro empapado de lágrimas. No podía dejar de pensar en todas las veces que había estado con su tía, los momentos que ya no volverían. El vacío en su corazón era inmenso, una sensación de desamparo que no se iba.

—¿Por qué? ¿Por qué tuvo que pasar esto? —preguntó Izumi, sollozando mientras se aferraba a su tío.

Takeru no sabía qué responder. Solo podía abrazarla más fuerte, deseando que la tristeza que sentía se desvaneciera, aunque sabía que no sería tan fácil. Los dos se quedaron así, abrazados, compartiendo un dolor tan profundo que no había palabras que lo pudieran aliviar.

Mimi observaba desde un costado, con el corazón apesadumbrado. Aunque su relación con Satomi no había sido tan cercana, ver a su hija tan quebrada y a Takeru tan vulnerable la conmovía profundamente. La pérdida de alguien tan cercano, incluso cuando no compartías el mismo vínculo, te dejaba una huella que no se borraba fácilmente.

Después de un largo momento de silencio, Takeru se separó lentamente de Izumi, secándose las lágrimas de su rostro. La tristeza seguía marcando su rostro, pero había algo en sus ojos que lo hacía más humano, más frágil que nunca. Miró a Izumi, luego a Mimi, y finalmente a las flores sobre el ataúd.

Sintió un nudo en la garganta.

Pensar que...la última vez que hablaron él discutió con ella por la forma en que trató a Hikari...y ahora nunca más volverían a hablar.


La sala estaba sumida en un silencio incómodo, roto solo por los suaves pasos de Nene que iba y venía, con los brazos cruzados y la mirada fija en el suelo. Kiriha estaba sentado en el sofá, observándola con una mezcla de paciencia y determinación. Sabía que convencerla no sería fácil, pero no pensaba rendirse.

—No voy a ir, Kiriha —dijo finalmente Nene, deteniéndose frente a él. Su tono era firme, pero había un rastro de inseguridad en sus ojos—. No veo por qué debería hacerlo.

Kiriha entrelazó las manos, inclinándose hacia adelante.

—Porque es lo correcto, Nene. Satomi siempre estuvo ahí para ti. No importa lo que haya pasado últimamente, no puedes ignorar todo lo que hizo por ti a lo largo de tu vida.

Nene bufó, dando un paso hacia la ventana. La luz del atardecer bañaba su rostro, pero no podía suavizar la dureza de su expresión.

—¿Lo que hizo últimamente? ¿Hablas de cuando acusó a mi abuela de adúltera frente a toda la familia? ¿O de los escándalos que nos hicieron quedar en vergüenza? —Se giró para mirarlo, sus ojos brillando con frustración—. Lo siento, Kiriha, pero no puedo olvidar todo eso.

Kiriha dejó escapar un suspiro, manteniendo la calma. Sabía que detrás de su enfado había dolor, y necesitaba llegar a esa parte de ella.

—Entiendo que te sientas así, y no voy a justificar sus errores. Pero no puedes reducir a Satomi solo a esos momentos. No puedes olvidar todo lo que hizo por ti.

Nene cruzó los brazos con más fuerza, su postura defensiva como un escudo.

—Fue buena conmigo cuando era niña, lo sé. Pero eso no cambia lo que pasó después.

Kiriha se puso de pie, acercándose lentamente.

—¿Solo cuando eras niña? —preguntó con suavidad, pero su tono cargaba un peso que no podía ignorarse—. Nene, ¿ya olvidaste todas las veces que te defendió, incluso cuando nadie más lo hizo? ¿Las veces que te dio consejos cuando estabas perdida, o las veces que te llamó solo para asegurarse de que estabas bien?

Nene abrió la boca para replicar, pero Kiriha no le dio tiempo.

—¿Y qué hay de cuando estuviste en el hospital hace un par de años? Fue la primera en llegar, incluso antes que tus padres. O de las veces que, sin importar lo ocupada que estuviera, se las arreglaba para estar en tus momentos importantes. Satomi no solo te dio amor cuando eras niña. Te quiso y te apoyó siempre.

El escudo de Nene comenzó a resquebrajarse. Los recuerdos que Kiriha evocaba llenaban su mente, uno tras otro. Recordó cómo Satomi siempre había estado allí, con una sonrisa, un consejo o un abrazo, incluso en los momentos más difíciles.

—Lo sé, pero... —murmuró, su voz temblando. Sus hombros se hundieron ligeramente—. Todo eso se fue al demonio con lo que hizo al final.

Kiriha negó con la cabeza, su voz volviéndose más suave.

—No, Nene. Lo que hizo al final no borra todo lo bueno. Las personas somos complicadas, cometemos errores, a veces enormes. Pero eso no define todo lo que somos. Satomi era mucho más que sus errores. Era alguien que te quiso incondicionalmente, alguien que siempre estuvo ahí para ti.

Nene apretó los labios, luchando con la mezcla de emociones que se agitaba en su interior. Cerró los ojos por un momento, intentando encontrar claridad.

—Es que me duele tanto, Kiriha... —susurró, dejando escapar una lágrima que rodó por su mejilla—. Me duele que haya terminado así, que se haya distanciado de todos con esas acusaciones absurdas.

Kiriha dio un paso más cerca, colocando una mano reconfortante en su hombro.

—Y eso es normal. Es parte del duelo. Pero estar allí, despedirte de ella, no significa que estés de acuerdo con lo que hizo. Significa que eliges recordar lo mejor de ella, todo lo bueno que te dio. Y creo que eso es lo que Satomi querría.

Nene respiró hondo, sintiendo cómo las palabras de Kiriha comenzaban a calar en su corazón. Finalmente, asintió, con los ojos llenos de lágrimas.

—Tienes razón... no sería justo para ella ni para mí recordar solo lo malo.

Kiriha le dio una leve sonrisa, apretando suavemente su hombro.

—Eso es todo lo que importa. Que honres lo que significó para ti, incluso con sus defectos.

Nene se limpió las lágrimas con la manga de su suéter, tomando aire para calmarse.

—Está bien. Iré...

Kiriha la miró con orgullo, sabiendo que había dado un paso importante. No sería fácil, pero al menos ahora Nene estaba dispuesta a enfrentarlo.

—Pero tienes que acompañarme.

El rubio se sorprendió ante esto.

Nene extendió su mano.

Kiriha observó esto y no dudó ni un instante en tomar su mano.

—Está bien. Iremos juntos.


El suave aroma del esmalte llenaba el aire mientras Damar inclinaba su rostro con concentración, deslizando el pincel con precisión sobre las uñas de Akari. El silencio cómodo entre ambas solo era interrumpido por el sonido ocasional del pincel al moverse sobre las uñas perfectamente cuidadas de su clienta. La luz natural que entraba por la ventana daba un brillo especial a la mesa de trabajo, donde descansaban pequeños frascos de colores vibrantes y herramientas impecablemente ordenadas.

—Así que… ¿eres nueva en la ciudad? —preguntó Akari, rompiendo la quietud con una sonrisa amable.

Damar levantó la vista un momento, devolviendo la sonrisa antes de volver a enfocarse en el diseño que estaba creando.

—Algo así—respondió con suavidad—. Era de aquí antes, pero regresé hace pocos días, después de estar un tiempo fuera.

Akari inclinó ligeramente la cabeza, mostrando interés mientras jugaba con el colgante de su collar.

—¿En serio? ¿Y qué te trajo de vuelta?

Damar soltó una ligera risa mientras sacaba un pequeño pincel más fino para detallar un diseño floral en una uña.

—Por unos proyectos que tienen mis hermanos.

—¿Hermano?— Preguntó la pelirroja—¿Tienes un hermano?

—Tengo dos.—Respondió Damar— Dos hermanos mayores.

—¡Genial!

—¿Tú tienes?

Akari hizo una mueca: —No...lamentablemente...soy hija única.—Declaró— Verás, mi madre murió cuando yo era muy pequeña y mi padre jamás quiso, o mejor dicho, jamás le interesó conocer a otra mujer, así que, jamás me dio un medio hermano o un hermano completo, porque mi madre no estaba para eso.

—Comprendo.

—Aunque me hubiese gustado tenerlos.— Declaró la pelirroja— Debe ser divertido tener compañía.

Damar sonrió: —Lo es.—Respondió—Soy muy suertuda de tenerlos.

Suavemente sacó una lija de uñas de su estuche.

—Bien...¿cómo era que me decías?—Preguntó Akari— ¿Qué regresaste por el proyecto de tu hermano?

Damar asintió: —Sí, regresamos por unos proyectos que él tiene.—Declaró— Y digamos que extrañábamos el lugar… y a algunas personas —dijo con un matiz nostálgico—. Aunque no estaba segura de cómo iba a reanudar todo aquí, me alegra que me hayas contactado.

—No tienes por qué agradecerme —replicó Akari, inclinándose hacia adelante para observar mejor las flores que Damar pintaba—. Al contrario, el destino fue sabio al permitirme encontrar tu página en Instagram. ¡Amé tus diseños!

Damar rió, agradecida por el halago, y le lanzó una mirada rápida.

—¿En serio? Eso significa mucho para mí. La verdad es que empezar de nuevo nunca es fácil, pero recibir mensajes como el tuyo hace que todo valga la pena.

Akari asintió con entusiasmo, observando sus uñas con fascinación.

—¡Claro que sí! Cuando vi tus fotos, supe que eras justo lo que buscaba. Además, es increíble ver cómo alguien convierte algo tan cotidiano como las uñas en arte. Tienes un talento increíble.

Damar agradeció con un leve rubor en sus mejillas.

—Gracias. Es algo que me gusta hacer. Me gusta pensar que las manos dicen mucho de una persona, y me encanta ayudar a que las mujeres se sientan más seguras y felices con algo tan pequeño como un diseño personalizado.

Akari sonrió ampliamente.

—Pues déjame decirte que has ganado una clienta fiel. Este será el primero de muchos diseños que quiero probar contigo.

—Eso me hace muy feliz. —Damar terminó de aplicar el brillo sellador y tomó una lámpara LED para asegurar el diseño—. Solo falta curar esto un minuto y estará listo.

Akari observó sus uñas con admiración mientras las colocaba bajo la lámpara.

—Definitivamente, valió la pena contactarte. ¿Tienes mucho trabajo por estos días?

—La verdad es que no mucho, recién llegué a la ciudad y poco a poco me haré más conocida. Estoy enfocándome en dar a conocer mi trabajo y, por supuesto, en conseguir clientas, por si quieres recomendarme ¡te lo agradecería un montón!—respondió Damar con entusiasmo.

—Pues déjame ayudarte con eso —dijo Akari con determinación—. También soy nueva en la ciudad, no tengo muchos conocidos, pero mi madrina sí. Te recomendaré con ella.

Damar dejó escapar una pequeña risa mientras apagaba la lámpara y aplicaba aceite para cutículas en las uñas recién pintadas.

—Bueno ¡muchas gracias!

—Gracias a ti por este hermoso diseño —respondió Akari, moviendo los dedos para admirar el resultado—. Creo que este es el inicio de una gran amistad.

Ambas compartieron una sonrisa cálida mientras el sol de la tarde iluminaba la habitación.


La sala estaba sumida en un silencio sombrío, un ambiente denso que parecía presionar el aire, envolviendo a todos en una pesada quietud. El ataúd de Satomi estaba allí, rodeado de flores blancas, con la delicada luz de las velas iluminando la escena. Takeru, Izumi y Mimi estaban de pie, al borde del ataúd, mirando en silencio el rostro de la tía que acababa de dejarlos. El dolor era palpable, las emociones contenidas por el respeto al entorno y el peso de la tragedia que acababan de vivir.

Takeru miraba fijamente al ataúd, su rostro serio, pero los ojos se le veían rojos, como si la tristeza lo hubiera tomado por completo. Izumi, de pie a su lado, no podía evitar mirar las flores, como si fueran la única cosa que podría aliviar su dolor. Mimi, por su parte, observaba el lugar con una mezcla de desesperanza y confusión, sin saber cómo dar consuelo ni a su hija ni a su cuñado. Las palabras no salían, no había nada que pudiera calmar esa pérdida tan brutal.

A unos pasos de ellos, sentado en una silla, Yamato, el padre de Izumi y hermano de Takeru, estaba en su propio mundo, aparentemente distante. Sus ojos no se alzaban del suelo, y su postura rígida denotaba que su mente estaba en algún lugar lejano, luchando con el mismo dolor que todos compartían, pero de una manera que él no quería dejar ver.

En ese momento, la puerta de la sala se abrió con suavidad y una figura apareció en el umbral. Era Sora, la esposa de Yamato, que llevaba en sus manos una taza de café. Caminó hacia su marido con paso firme, como si el gesto pudiera ofrecer algo de consuelo. Al llegar a su lado, le extendió la taza, observando cómo Yamato, sin mirarla, rechazaba el gesto.

—No quiero nada —dijo él en voz baja, casi apagada.

Sora, sin darse por vencida, tocó suavemente su hombro. La preocupación era evidente en su rostro, pero trataba de ser sutil, sin presionar demasiado.

—¿Has hablado con la policía? —preguntó con suavidad, tratando de mantener la calma mientras lo miraba con una expresión que reflejaba la comprensión, pero también la angustia.

Yamato suspiró pesadamente, como si el simple hecho de hablar de la situación lo agotara aún más. Miró hacia el ataúd, y por un segundo, su mirada se suavizó, pero rápidamente la tensión volvió a su rostro.

—No estoy de ánimos para hablar de eso ahora —respondió, levantándose de la silla con una decisión que no dejaba espacio para más palabras.

Sora lo observó, preocupada, mientras él caminaba hacia la puerta. La sombra de la frustración cruzó su rostro, pero no dijo nada más. Yamato salió de la habitación con paso firme, sin mirar atrás. Sora se quedó unos momentos, observando cómo su marido se alejaba. Fue entonces cuando Haruna, que había estado mirando la escena en silencio, pasó la mirada entre él y el ataúd, con una sensación de comprensión silenciosa. "Yamato no quiere demostrar que está sufriendo," pensó, dándose cuenta de que, a pesar de estar rodeado de todos, él se mantenía distanciado, como si la pena fuera algo que no podía compartir.

El silencio se instaló nuevamente en la sala, hasta que, de repente, el sonido de la puerta volviendo a abrir irrumpió en la tensión del momento. Hikari, la novia de Takeru, entró al lugar acompañada de Takuya. La mirada de Takeru se levantó al instante al escuchar el sonido, y sus ojos se fijaron en Hikari, sorprendido de verla allí. No la había esperado en un momento tan delicado, pero la vio acercarse a él con una sonrisa suave, aunque preocupada.

Takeru, en un impulso, se levantó y dio unos pasos hacia ella. Cuando la tuvo cerca, sin pensarlo ni dudarlo, la abrazó con fuerza. Hikari lo rodeó con sus brazos, apretando con ternura, sin que una sola palabra fuera necesaria. El abrazo lo consoló, aunque las emociones que Takeru sentía seguían siendo intensas y abrumadoras.

Hikari susurró suavemente cerca de su oído, su voz clara pero con un tono lleno de empatía.

—No importa lo que haya sucedido con Satomi, Takeru. Yo estoy aquí para ti. Siempre.

Las palabras de Hikari fueron como un refugio para él, algo que le permitió romper el control que había mantenido sobre sus emociones durante todo el tiempo. Takeru cerró los ojos, sintiendo cómo el nudo en su pecho se soltaba por fin. La presión de la tristeza, el dolor de la pérdida de su tía, todo lo que había estado reprimiendo, lo alcanzó en ese momento. Fue como si el simple acto de abrazarse a Hikari le permitiera liberar una tormenta de sentimientos que no había podido contener.

Las lágrimas comenzaron a caer sin cesar. Takeru no pudo detenerse. Sus sollozos fueron suaves al principio, pero pronto se convirtieron en algo más profundo, algo visceral. Hikari lo sostuvo con firmeza, sin soltarlo, permitiéndole llorar sin juicio ni palabras vacías. No había necesidad de explicaciones. Sabía lo que él sentía, y en ese momento, su sola presencia era el consuelo que necesitaba.

Izumi, que había estado observando la escena con los ojos llenos de tristeza, no pudo evitar sentirse conmovida. Al ver a su tío llorar, no solo la pérdida de Satomi se hacía más real para ella, sino también la vulnerabilidad de las personas que más amaba. Por su parte, Takuya observaba en silencio, sabiendo que, aunque Takeru intentaba ser fuerte, este momento era demasiado para él. Nadie era invulnerable a la pérdida.

El abrazo entre Takeru y Hikari se mantuvo por un largo rato. Takeru finalmente levantó la cabeza de los hombros de Hikari, sus ojos aún llenos de lágrimas, pero con una pequeña chispa de gratitud en su mirada. Se apartó levemente, pero no dejó de sostener sus manos, como si quisiera aferrarse a ella.

—Gracias... —dijo en voz baja, su voz quebrada, pero sincera.

Hikari le sonrió, sin dejar de mirarlo, como si todo lo que necesitaba saber era que él sabía que no estaba solo.

Sin decir una palabra, Takuya caminó hacia Izumi, deteniéndose a su lado. Ella lo miró, sorprendida por su presencia, pero sin perder la compostura. La rubia respiró hondo antes de hablar.

—¿Takuya?

—Hola Izumi.

La rubia lo observó sorprendida: —¿Qué-qué haces aquí?... no esperaba verte... —Su voz sonaba suave, rota por la tristeza.

Takuya, sin dudarlo, colocó una mano en el hombro de Izumi, ofreciendo un gesto de consuelo que la hizo sentir menos sola.

—No podía dejarte sola en un momento como este —respondió él, con una seriedad poco característica.

Izumi bajó la mirada por un instante, intentando controlar las emociones que amenazaban con desbordarla. Luego lo miró directamente a los ojos y asintió.

—Gracias... —dijo en voz baja, y aunque sus palabras eran simples, estaban cargadas de gratitud genuina.

Mimi observó la interacción en silencio, notando cómo la presencia de Takuya parecía aliviar parte del peso que Izumi llevaba


Akari se levantó de la silla, admirando por última vez el impecable diseño en sus uñas.

—Gracias, Damar. ¡Me encantó! En serio, estoy feliz de haberte encontrado. —Sonrió con gratitud mientras alisaba su blusa.

Damar guardaba los últimos utensilios en su maleta, asegurándose de que todo estuviera en su lugar antes de cerrar el pequeño compartimento.

—El gusto fue mío, Akari. Me alegra que te haya gustado el diseño. —Se levantó y tomó su maleta—. Bueno, ya terminé, así que me retiro.

—¡Te acompaño a la salida! —dijo Akari con entusiasmo, adelantándose hacia la puerta principal.

Damar asintió con una sonrisa agradecida. Ambas caminaron juntas hasta el portón. La conversación fluía ligera mientras avanzaban por el camino de piedra del pequeño jardín que separaba la casa de la calle.

Sin embargo, justo al llegar al portón, Akari se tropezó con una raíz saliente del camino.

—¡Ah! —exclamó, perdiendo el equilibrio.

En un instante, unos brazos fuertes la sostuvieron antes de que pudiera caer. Akari levantó la vista, sorprendida, y se encontró con un rostro masculino de rasgos definidos, una sonrisa apenas visible y unos llamativos ojos grises que la miraban con una mezcla de preocupación y diversión.

—¿Estás bien? —preguntó el joven con voz tranquila.

Akari sintió cómo su rostro se encendía. Se quedó inmóvil unos segundos antes de reaccionar.

—S-sí... gracias —murmuró, incapaz de sostenerle la mirada por más de un segundo.

Damar, que había observado la escena, dejó escapar una pequeña risa.

—Akari ¿estás bien?

La pelirroja asintió— Gracias a él, no caí.

—Mi hermano, como siempre, llegando a tiempo.

—¿Tu hermano?—Preguntó Akari.

Dama asintió: —Sí, mi hermano...—Respondió—Akari, te presento a mi hermano. Este es Taiki.

El castaño soltó a la pelirroja con delicadeza y se enderezó, ofreciéndole una sonrisa amable.

—Mucho gusto, Akari. —Extendió una mano en un gesto de cortesía.

Akari se apresuró a estrecharla, aún sintiendo las mejillas ardiendo.

—Igualmente... gracias por evitar que me cayera.

—No hay de qué. Fue pura suerte que estuviera justo aquí. —Taiki sonrió con un aire despreocupado. Luego miró a su hermana—. Damar, ¿estás lista?

—Sí, ya terminé aquí. —Levantó la maleta que llevaba en la mano—. Akari fue mi clienta del día.

Taiki asintió y luego volvió su atención a Akari.

—Bueno, espero que estés bien. Fue un placer conocerte. —Le dedicó una última sonrisa antes de girarse hacia Damar—. Vamos, hermana.

Mientras Damar y Taiki se alejaban, Akari se quedó de pie junto al portón, viendo cómo se alejaban. Sus pensamientos estaban completamente ocupados por el inesperado encuentro y los ojos grises del hermano de Damar.


Yamato se encontraba solo, apoyado contra el muro frío de piedra que rodeaba el edificio donde se realizaba el velorio. La ceremonia había terminado, y aunque había estado rodeado de personas todo el tiempo, se sentía más solo que nunca. La presión que sentía en el pecho, la necesidad de ser fuerte, lo estaba ahogando. Cada vez que pensaba en lo sucedido, su garganta se cerraba y las lágrimas comenzaban a acumularse. Pero se había prometido a sí mismo no llorar, no frente a nadie. No podía permitírselo. Después de todo, era el sultán, el líder, y no podía dar el ejemplo de debilidad.

Sin embargo, el dolor lo invadía por completo. La imagen de la mujer que había sido parte de su vida, el vacío que dejaba ahora, lo perseguía. Solo por un momento, en ese rincón apartado del bullicio del velorio, se permitió cerrar los ojos y sollozar en silencio, intentando ocultar los temblores de su cuerpo. Pero, como siempre, la tristeza se apoderaba de él con una intensidad imposible de evitar.

Justo en ese momento, una voz suave y conocida lo sacó de sus pensamientos.

—¿Cómo estás? —preguntó Haruna, acercándose lentamente, sin hacer ruido, como si supiera que él necesitaba tiempo para procesar.

Yamato, sorprendido pero aliviado por la presencia de Haruna, respiró hondo y trató de recomponerse. Se pasó una mano por la cara, limpiando las lágrimas rápidamente antes de girarse hacia ella.

—Estoy bien —dijo con una voz que sonaba más áspera de lo que había esperado. Intentó sonreír, pero la expresión se le congeló en los labios, como si su cuerpo se negara a mostrar lo que realmente sentía.

Haruna lo observó atentamente, leyendo entre líneas las palabras que no pronunciaba. Dio un paso hacia él, su rostro mostrando una mezcla de comprensión y compasión.

—No tienes que ser fuerte todo el tiempo, Yamato. —Su voz era suave, pero firme—. Sé que no lo estás, que estás pasando por mucho. No necesitas esconder lo que sientes.

Yamato apretó los labios, evitando mirar directamente a Haruna. No quería ser vulnerable, no en este momento, no frente a ella. No era que no confiara en ella, sino que simplemente no podía mostrar sus debilidades, no ahora. No frente a sus propios recuerdos y todo lo que había perdido.

—No debes sentirte triste —respondió, casi como un susurro, pero lo dijo con la esperanza de convencerla, de convencerse a sí mismo—. No es necesario.

Haruna se acercó más, sus ojos fijándose en los de él, buscando la verdad en su interior. Se detuvo cuando estuvo cerca, lo suficiente para sentir la tensión en su cuerpo, pero sin sobrepasar esa línea que él aún mantenía. Sin embargo, sus palabras eran claras, sin rodeos.

—Tienes todo el derecho a sentirte triste, Yamato. No eres menos por llorar, no eres menos por dejarte llevar por lo que sientes. —Sus palabras fueron suaves, pero llenas de un entendimiento profundo—. Sé que eres fuerte, pero nadie puede ser fuerte todo el tiempo. Todos tenemos nuestras vulnerabilidades, nuestras heridas.

Yamato miró a Haruna, y por un momento, vio algo en sus ojos que lo hizo sentirse visto, comprendido de una manera que pocas personas lograban. Era una mezcla de compasión y dolor, algo que le tocó el corazón de manera inesperada. No pudo evitar sentirse vulnerable ante ella. La emoción que había estado conteniendo durante todo el velorio, ese nudo en su pecho, comenzó a desbordarse.

Haruna, como si hubiera leído su mente, dio un paso más cercano, extendiendo sus brazos hacia él. Sin decir una palabra más, lo envolvió en un abrazo suave pero firme, como si estuviera esperando que él se derrumbara. Yamato no resistió más. Cerró los ojos y, por fin, permitió que las lágrimas cayeran sin control, el llanto que había estado reprimido durante todo el día saliendo con fuerza. No importaba cuánto lo intentara, no podía evitarlo. El peso de la pérdida, la soledad, la presión de ser el líder que no podía mostrar debilidad… todo eso lo estaba aplastando.

Haruna lo sostuvo, sin decir nada más, solo estando allí, dándole el espacio que necesitaba para llorar. Ella podía sentir el temblor en su cuerpo, el dolor que no podía escapar, y lo aceptó sin juzgarlo. Sabía que en ese momento no necesitaba palabras, solo estar cerca de él.

El abrazo se alargó, ambos permanecieron en silencio, con el sonido de su respiración y los sollozos de Yamato llenando el aire. Era como si, por fin, pudiera permitirse ser humano, sin la carga de la realeza, sin la imagen que siempre debía mantener. En ese momento, era solo un hombre, perdido en su dolor, y Haruna estaba allí, ofreciéndole la consuelo que tanto necesitaba.

Cuando finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Yamato se calmó un poco, sus lágrimas comenzaron a cesar. Se separó lentamente de ella, aunque sus manos aún permanecían unidas, casi como un ancla. Miró a Haruna con una mezcla de gratitud y vulnerabilidad.

—Gracias —susurró, apenas audible, pero sus ojos expresaban más de lo que las palabras podían decir.

Haruna le sonrió, aunque no era una sonrisa alegre, sino una sonrisa tranquila, llena de comprensión.

—No tienes que agradecerme, Yamato. Solo… permítete ser tú mismo. No necesitas ser perfecto todo el tiempo.

Ambos se quedaron en silencio un momento más, bajo el cielo gris de la tarde, mientras el sonido lejano de la ceremonia aún se hacía presente. Aunque el dolor no desaparecería por completo, Yamato sentía que, al menos por un instante, podía respirar un poco más fácil, sabiendo que no estaba solo en su tristeza.


La sala estaba en silencio absoluto, apenas interrumpido por el sonido ocasional de alguien caminando o el suave susurro del viento que entraba por la ventana. El ataúd de Satomi permanecía en el centro de la habitación, rodeado por flores blancas y velas encendidas, su presencia pesada y solemne. Takeru e Hikari estaban sentados cerca de él, en un rincón apartado, sus ojos fijos en la caja de madera pulida que contenía los restos de la tía de Takeru. El ambiente era sombrío, como si el aire mismo se hubiera detenido, impregnado por la tristeza que lo envolvía todo.

Takeru tenía la mirada fija en el ataúd, pero su mente no podía dejar de dar vueltas. El remordimiento lo consumía, y sus dedos se apretaban contra la tela de su pantalón mientras sus pensamientos lo atormentaban.

Hikari, sentada a su lado, observaba con preocupación. No tenía la misma relación cercana con Satomi, y la muerte de la mujer nunca la había afectado tanto como a Takeru, pero al verlo tan abatido, tan quebrado, no podía evitar sentir una punzada de tristeza también. Aunque Takeru se mostraba como una persona fuerte, en ese momento, toda esa fuerza parecía haberse desvanecido.

—Takeru... —dijo ella suavemente, tocando su brazo para que levantara la vista.

Él levantó lentamente la mirada, sus ojos rojos por el llanto que había contenido durante todo el día. El dolor en su rostro era palpable. Hikari, aunque no sabía exactamente qué palabras decir, sabía que tenía que estar allí para él.

—Estoy aquí —dijo con suavidad, tomándole la mano con delicadeza—. No tienes que enfrentarlo solo.

Takeru tragó saliva, intentando controlar las emociones que luchaban por salir. Pero no podía dejar de pensar en la última conversación que tuvo con Satomi, una conversación que no terminaba bien, y las palabras que no pudo decirle. La culpa lo carcomía.

—La última vez que hablé con ella... —comenzó, su voz quebrándose ligeramente—. Estaba tan enojado... no la traté bien. Le dije cosas que no debí... —se detuvo, las palabras atoradas en su garganta.

Hikari apretó su mano, ofreciéndole apoyo, sin juzgarlo, sin prisa. Sabía que la culpa que sentía lo estaba destrozando. Aunque su relación con Satomi no había sido cercana, sabía cuánto significaba para él.

—Takeru, todos cometemos errores... —dijo suavemente, tratando de consolarlo—. La gente a veces se pelea, o dice cosas que no quiere decir. Pero eso no define el amor que tienes por ella. No te castigues por eso. Ella lo sabía, Takeru.

Takeru apretó los ojos, sintiendo cómo el peso de la culpa lo aplastaba más con cada palabra. No podía sacarse de la cabeza la última mirada de Satomi, su última sonrisa, antes de que todo se fuera al caos. La duda lo invadía, preguntándose si ella sabía lo que realmente sentía, o si la había dejado con un mal sabor de boca. Eso era lo que más le dolía, no la muerte en sí misma, sino no haber tenido la oportunidad de hacer las paces, de decir las palabras que necesitaba decir.

—No... no estoy seguro de que lo supiera —murmuró con una voz temblorosa—. La dejé con rabia, Hikari... no le dije lo que debía. Ahora... ahora ya es demasiado tarde.

Hikari lo miró con un semblante serio pero comprensivo. Sabía que el dolor de Takeru no era solo por la pérdida, sino por la sensación de que había quedado algo inconcluso entre él y su tía. Algo que nunca tendría la oportunidad de resolver.

—Lo sé —respondió con calma, acariciando su mano—. Pero el hecho de que te duela tanto ahora, muestra que la querías mucho. Y eso es lo que importa, Takeru. No el último momento, no las palabras que no dijiste, sino lo que realmente sientes en el fondo. Ella lo sabía, lo sentiría, incluso si no lo expresaste.

Takeru bajó la cabeza, luchando contra las lágrimas. El remordimiento lo ahogaba, pero no podía escapar de él. Sus pensamientos no podían dejar de girar en torno a su tía, a todo lo que no pudo hacer, a todo lo que había dejado sin decir.

—No debí... —susurró, su voz rota—. No debí dejar que las cosas terminaran así...

Hikari no pudo evitar sentirse conmovida por el dolor de Takeru. Aunque no tenía la misma relación con Satomi, no podía dejar de pensar en lo mucho que le dolía verlo así. Sabe que la culpa y el arrepentimiento a veces son más difíciles de llevar que la misma pérdida.

—Takeru, tu tía sabía que la querías, lo sé. No hay duda de eso. Y aunque las palabras no fueron las adecuadas, el amor no siempre se expresa de la manera correcta. Ella lo sabía... te perdonaría por eso, te lo aseguro.

Takeru asintió, aunque en su corazón sentía que el perdón, si es que alguna vez existió, no era suficiente para calmar el dolor que sentía. Su mirada se desvió una vez más hacia el ataúd, y por un momento, el peso de la situación lo hizo sentir que no podía respirar.

La sala se sentía más opresiva, más pesada, y las lágrimas de Takeru comenzaron a deslizarse una vez más por su rostro. Él intentó contenerlas, pero era imposible. El dolor lo invadió por completo. No podía soportar estar allí, mirando el ataúd de su tía, sin poder cambiar nada, sin poder corregir los errores.

—No puedo estar aquí más... —dijo, con voz quebrada, levantándose de golpe.

Hikari lo miró, preocupada. Sabía que Takeru necesitaba espacio, pero también entendía que no podía quedarse allí más tiempo, enfrentando la muerte de su tía en silencio, con esa angustia tan profunda.

—Takeru... —susurró, pero él ya se estaba alejando hacia la puerta.

No podía quedarse. Necesitaba salir, tomar un poco de aire fresco, alejarse de esa atmósfera que lo asfixiaba. No importaba cuánto Hikari quisiera que se quedara, lo sabía. Él necesitaba enfrentarse a su dolor a su manera.

Sin pensarlo, Hikari se levantó rápidamente y lo siguió hacia la puerta. No dijo nada más, pero la decisión era clara. No podía dejarlo ir solo.

Izumi, que se encontraba a unos metros con Takuya, observó como su tío salía del lugar y suspiró.

—Creo que... Takeru no está soportando... —comentó, su voz quebrándose mientras se volvía hacia Takuya, que estaba a su lado—. Y no lo culpo... yo tampoco puedo creer que esto haya pasado... que mi tía ya no esté con nosotros.

Takuya observó a Izumi, su mirada suave pero llena de comprensión. Sabía lo mucho que Satomi había significado para ella, y aunque no pudiera comprender completamente el dolor que sentía, su empatía lo llevaba a querer consolarla. Los recuerdos que Izumi compartía con su tía, las sonrisas, los momentos felices... todo eso ahora se había desvanecido en la sombra de la muerte.

—Es difícil para todos —dijo Takuya, acercándose a ella—. La pérdida de alguien tan cercano... nos deja un vacío. Pero no estás sola en esto, Izumi. Estamos aquí, y aunque las palabras no sean suficientes, siempre puedes contar con nosotros.

Izumi lo miró, sus ojos llenos de tristeza pero también de gratitud. La tensión en su cuerpo era evidente, como si no pudiera soportar más el peso de sus emociones. Las lágrimas amenazaban con brotar de nuevo, pero esta vez no las contenía. La pérdida de su tía, la angustia de no haber podido resolver todo antes de su partida, la culpa de no haberle dicho lo que sentía... todo eso la estaba ahogando.

Takuya, viendo la lucha interna de Izumi, no dijo nada más. En lugar de palabras, extendió sus brazos y la abrazó con suavidad pero con firmeza. Izumi, sorprendida al principio, se dejó envolver por su abrazo. Era cálido, reconfortante, y por un momento, todo el dolor y la tristeza que había estado reteniendo pareció desvanecerse un poco.

—Está bien, Izumi —susurró Takuya mientras la sostenía, su voz tranquila pero llena de apoyo—. Está bien sentir dolor, está bien dejarlo salir. No tienes que cargar con todo esto sola.

Izumi enterró su rostro en el pecho de Takuya, dejando que las lágrimas cayeran libremente. El consuelo de su abrazo le dio la fuerza que necesitaba para llorar sin temor, para liberar las emociones que había estado reprimiendo durante tanto tiempo. Aunque la pérdida de su tía seguía siendo abrumadora, en ese momento, con el apoyo de Takuya, sentía que podía respirar un poco mejor.

—Gracias... —murmuró entre sollozos, su voz rota por el dolor—. Gracias por estar aquí.

Takuya no respondió con palabras. Simplemente la sostuvo más fuerte, permitiéndole sentir que, aunque el mundo a su alrededor se hubiera derrumbado, él siempre estaría allí para apoyarla. El abrazo se convirtió en un refugio, un lugar donde Izumi pudo encontrar consuelo, aunque fuera por un momento.

—¡Vaya! Creo que estoy interrumpiendo.—Una tercera voz se hizo presente en el lugar y todos al voltear se encontraron con nadie más y nadie menos que con...Kouji Minamoto.

¡Genial! Pensó Takuya al ver al novio de Izumi en aquel lugar.

—Kouji.—La rubia pronunció su nombre.

Kouji les dedicó una mirada seria—Veo que, ni siquiera en momentos como estos, pierdes tiempo para estar con ese chico.

—N-no...no es lo que piensas...— Declaró la rubia.

—Simplemente vine a darle mis condolencias.— Comentó Takuya.

—Si ¿cómo no?— Exclamó el oji-azul.

Izumi hizo una mueca ante la actitud de Kouji ¿por qué siempre tenía que ser así?

El Minamoto rodó los ojos y caminó en dirección al ataúd donde estaba Satomi.

Izumi se acercó a él.

Kouji observó el ataúd de quien un día, mejor dicho, por varios años fue su madrastra. Sin ninguna expresión en su rostro depositó una rosa negra en su ataúd.

Guardaba mucho rencor por esa mujer, la odiaba con su vida, pero necesitaba despedirse de ella. Aunque, nunca podría olvidarse de todo el daño que le causó.

—Me alegra que hayas venido.—Habló Izumi— Es lo menos que podías hacer por tu madre.

¿Lo menos que podía hacer? Por ¿su madre?

Este comentario molestó al oji-azul.

—No es mi madre.—Respondió Kouji con una frialdad que hizo a Izumi estremecer.

—Sé que no lo es, pero fue la mujer que te crio y, que estuvo contigo bastante tiempo. Y no solo contigo, sino que, también con tu padre.—Habló Izumi—Dime ¿él va a venir?

—Obvio que no vendrá.—Contestó el Minamoto.

—¿Por qué no?

—¿Después de todas las tonterías que ha hecho crees que lo merece?— Preguntó Kouji.

Takuya frunció el ceño ante esto.

¿Qué le sucedía a ese sujeto?

—Mi tía Satomi no hizo nada más que darle amor a tu padre.—Respondió Izumi.

¿Amor?

El Minamoto lanzó una carcajada.

—¿Por qué te ríes?— Preguntó la oji-verde.

Takuya depositó una mano en el hombro de Izumi— Zoe, no le hagas caso.

Por alguna razón, no tenía buen presentimiento.

Izumi dirigió su mirada hacia el moreno. Kouji simplemente dirigió su mirada hacia el ataúd.

Y sin miedo dijo lo siguiente: —Tú tía Satomi era una loca...—Comentó— Perdió el juicio hace tiempo. Era obvio que su locura la llevaría a su muerte.

Izumi bajó la mirada y dejó caer lágrima tras lágrima. Evidentemente sufría con esto.

—No digas tonterías.—Habló Takuya— ¿No ves que tu novia está sufriendo?

Kouji rodó los ojos— No te metas, Kanbara.

—Deberías callarte.

—¡Cállate tú!

—Basta, por favor... —dijo Izumi, entre sollozos, mirando a ambos hombres—. No es momento para esto. No quiero que nos peleemos.

Kouji no dijo nada, pero su mirada, aún llena de indiferencia, dejó claro que no estaba dispuesto a ceder ni un milímetro. Takuya, por su parte, suspiró con frustración y se alejó un poco, dándole espacio a Izumi. No podía entender a Kouji, no en este momento, no cuando se trataba de algo tan importante.

Izumi, mirando el ataúd de su tía, se permitió dejarse llevar por la tristeza. Ya no importaba lo que Kouji pensara. En ese momento, lo único que le importaba era la sensación de vacío que sentía por la pérdida de Satomi.

Takuya se acercó de nuevo, dejando que su enojo se disipara lentamente. Sabía que no podía hacer mucho por cambiar la actitud de Kouji, pero sí podía estar allí para Izumi.

—Izumi... —dijo suavemente, tocando su hombro—. Lo siento. Siento que todo esto esté siendo tan doloroso.

Izumi miró a Takuya, agradecida por su apoyo. A pesar de las tensiones con Kouji, él era el único que parecía entender el dolor real en ese momento.

—No tienes que sentirlo... —respondió entre sollozos, con la voz quebrada—. Kouji tiene razón. Mi tía se volvió en una...en una...—Dolía decirlo.

Izumi no aguantó más y salió del lugar.

—¡Izumi!— Takuya no dudó en seguirla.

Kouji pasó su mirada por ellos, pero no le importó, volvió su mirada hacia el ataúd.

~Recuerdo~

La luz de la lámpara en la sala apenas iluminaba los rostros tensos de Kouji y Satomi. Kouji estaba de pie frente a ella, con las manos apretadas en puños y los ojos llenos de súplica. Satomi, elegantemente sentada en el sillón, mantenía una expresión neutra, aunque su mirada mostraba algo de incomodidad.

—Satomi, por favor, ¡ayúdame! —exclamó Kouji, su voz temblorosa por la desesperación. Dio un paso hacia ella, inclinándose ligeramente como si así pudiera hacerla cambiar de opinión. —No quiero estar con Izumi, no la amo. No puedo... no puedo hacerle esto a...

—Kouji, entiendo que esto sea difícil para ti.— Satomi lo interrumpió mientra entrelazaba sus manos sobre su regazo— pero Izumi es un excelente partido. Es una mujer brillante, de buena familia, y puede ofrecerte un futuro sólido.

—¿Un futuro sólido? —repitió Kouji, incrédulo. Su voz aumentó en volumen mientras su frustración crecía. —¿Qué hay de lo que quiero? ¿Qué hay de mis sentimientos? Satomi, siempre me dijiste que me veías como tu hijo. ¿Por qué ahora no estás de mi lado?

El rostro de Satomi se tensó ante sus palabras, pero mantuvo su compostura. —Te lo dije, Kouji. Te lo dije porque siempre te he querido como tal. Pero esto no es algo que yo pueda cambiar. Kousei ya tomó una decisión, y él solo está pensando en lo mejor para todos.

—¡No es lo mejor para mí! —respondió Kouji, su voz quebrándose. Dio un paso atrás, llevándose las manos al cabello mientras intentaba controlar la ola de emociones que lo abrumaba. —¿Sabes lo que me estás pidiendo? Que sacrifique a la mujer que amo, que traicione lo que siento.

Satomi frunció el ceño, aunque su tono seguía siendo firme. —A veces en la vida debemos tomar decisiones que no queremos, Kouji. Izumi es familia, mi sobrina. Sé que puede darte estabilidad, algo que no encontrarás con... —hizo una pausa, como si dudara en pronunciar el nombre— con esa chica sin gracia.

—¿Con esa chica sin gracia? —interrumpió Kouji, con una risa amarga que no alcanzó sus ojos. —Esa chica sin gracia, como tú le dices, me ha hecho feliz.—Declaró— Muy feliz.

—Mi sobrina también te puede hacer feliz. Ella me ha dicho que le gustas y mucho.

—No me importa.—Comentó el Minamoto—Por favor, Satomi, tú siempre has dicho que me apoyarías en todo lo que hiciese. Ahora me dices que no vas a ayudarme netamente porque Izumi es tu sobrina. ¿Qué pasó con esa promesa de que siempre estarías ahí para mí?

Satomi desvió la mirada por un instante, pero luego volvió a fijar los ojos en él. —Kouji, no es que no quiera ayudarte. Es que no puedo ir en contra de lo que Kousei ha decidido. Él es tu padre, y sabe lo que es mejor.

Kouji negó con la cabeza, su pecho apretado por la decepción. —No puedo creer lo que estoy escuchando. —Hizo una pausa, con los ojos llenos de tristeza. —Toda mi vida te vi como una madre, alguien en quien podía confiar. Pensé que estarías de mi lado cuando realmente te necesitara.

Satomi pareció incómoda ante sus palabras, pero no respondió de inmediato. Kouji sintió que algo se rompía en su interior al ver su indiferencia.

—Ahora lo entiendo —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—. Nunca fui realmente tu hijo, ¿verdad? Solo eras buena conmigo porque era conveniente.

—No digas eso, Kouji —respondió Satomi, suavizando ligeramente su tono. —Lo hago porque quiero lo mejor para ti.

—¿Lo mejor para mí? —repitió Kouji, amargamente. —No, Satomi. Esto no es lo mejor para mí, es lo mejor para ti, para Kousei, para todos menos para mí.

—Lo siento.—Declaró la castaña— Pero esto debe ser así. Game Over.

Con esas palabras, Kouji se giró y salió de la sala, cerrando la puerta tras de sí con un golpe sordo. El sonido resonó en la casa, pero Satomi no se movió. Kouji caminó por el pasillo, sintiéndose más solo que nunca. La figura materna que había admirado toda su vida ahora se había convertido en alguien irreconocible para él.

Mientras salía de la casa, el aire frío de la noche le golpeó el rostro, pero no logró apagar el ardor de la decepción y el dolor que sentía en su pecho. Kouji supo, en ese momento, que no podía contar con nadie más que consigo mismo.

Cuando Kouji salió de la casa, el frío de la noche lo envolvió, pero no logró aliviar la quemazón en su pecho. Caminó sin rumbo por las calles iluminadas tenuemente, con las manos en los bolsillos y la mirada fija en el suelo. Cada paso era más pesado que el anterior, como si llevara el peso de toda su desilusión sobre los hombros.

"Siempre dijo que me veía como su hijo", pensó, apretando los puños dentro de su abrigo. "¿Pero cuánto de eso era verdad? ¿Realmente le importé alguna vez, o solo me soportó porque soy el hijo de Kousei?"

Esa idea lo golpeó con fuerza, como una ráfaga helada en pleno rostro. Satomi había sido una figura constante en su vida desde que era pequeño. Había estado ahí en momentos importantes: sus primeras competencias, los días en que la relación con su padre era insostenible, las pequeñas celebraciones familiares donde parecía que, por un instante, todo estaba bien. Pero ahora esas memorias se teñían de dudas.

"Tal vez nunca fue por mí", pensó, con una tristeza que lo ahogaba. "Tal vez solo intentaba mantener las apariencias, ser la esposa perfecta para Kousei, el hombre que siempre tiene el control de todo."

Recordó las veces que Satomi lo había defendido de las críticas de Kousei, las palabras de aliento que le había dado cuando fracasaba. En su momento, pensó que eran sinceras, pero ahora sentía que todo había sido una ilusión.

Se detuvo en un parque cercano, donde los árboles desnudos se mecían bajo la brisa nocturna. Se sentó en un banco, dejando que el silencio del lugar llenara el vacío que sentía.

"¿Por qué tiene que ser así?" Kouji se preguntó, su voz apenas un susurro. Miró sus manos, temblorosas de frustración, y cerró los ojos. "Primero Kousei, siempre exigiéndome que sea algo que no quiero ser. Y ahora Satomi, a quien pensé que podía acudir... pero ella también me da la espalda. ¿Hay alguien en esta familia que realmente se preocupe por mí y no por lo que represento?"

El pensamiento lo consumía, una espiral de dolor que parecía no tener fin. Durante años, se había aferrado a la idea de que, aunque su relación con su padre era complicada, al menos tenía a Satomi. Ella había sido un refugio, un consuelo. Pero ahora, ese refugio se sentía como un espejismo, algo que desaparecía justo cuando más lo necesitaba.

El viento nocturno acarició su rostro, haciendo que levantara la mirada hacia las estrellas. Por un momento, dejó que sus pensamientos se desvanecieran en el vasto cielo oscuro.

"Tal vez Satomi nunca me vio como su hijo", concluyó, con amargura. "Tal vez solo soy una carga más, un recordatorio constante de que no soy realmente suyo."

Se levantó del banco con un suspiro profundo, el aire helado llenando sus pulmones. Tenía que seguir adelante, aunque sintiera que el mundo entero se volvía en su contra. Kouji estaba acostumbrado a luchar solo, y aunque odiaba esa realidad, sabía que no podía depender de nadie más.

Mientras caminaba de regreso a su apartamento, una determinación amarga comenzaba a formarse en su interior. "No necesito que me acepten por ser su hijo. Algún día, les demostraré que no necesito a ninguno de ellos." Pero incluso mientras pensaba eso, no podía evitar que la tristeza persistiera, como una sombra que lo seguía a cada paso.

~Fin del recuerdo~

—Game over.—Declaró el pelinegro.

Y, con mucho gusto, le decía adiós. Pero con tristeza también. Porque por mucho tiempo si la consideró su madre.


La brisa de la tarde acariciaba suavemente las hojas de los árboles mientras Izumi se encontraba sentada en un banco del parque, con la cabeza entre las manos. Su cuerpo temblaba por los sollozos que no podía controlar. Las lágrimas corrían sin cesar por sus mejillas, dejando rastros de tristeza y frustración en su rostro.

Takuya, que había estado buscándola tras su abrupta salida del cementerio, se acercó en silencio. Al verla en ese estado, su corazón se encogió. No era la primera vez que veía a Izumi llorar, pero cada vez que ocurría, sentía una necesidad incontrolable de consolarla, de devolverle la sonrisa que tanto amaba ver en ella.

—Izumi… —dijo suavemente mientras se sentaba a su lado.

Ella no levantó la cabeza, pero sus hombros temblaron más al escuchar su voz.

—Déjame sola, Takuya —respondió entre sollozos, su tono débil pero firme.

—No puedo hacer eso —replicó él, decidido—. No puedo verte así y fingir que no me importa.

Izumi levantó la cabeza, sus ojos enrojecidos y llenos de lágrimas se encontraron con los de Takuya.

—¿Por qué te importa? No puedes arreglar esto.

Takuya suspiró y sacó un pañuelo de su bolsillo, extendiéndoselo.

—No puedo arreglarlo, pero puedo estar aquí para ti. Puedes llorar todo lo que necesites, pero no puedo quedarme de brazos cruzados mientras te destruyes por alguien que no lo merece.

Izumi lo miró con confusión y enojo.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Me refiero a Kouji —dijo con franqueza, aunque cuidando su tono—. No vale la pena que estés así por alguien como él.

Izumi negó con la cabeza, sintiendo un nuevo nudo formarse en su garganta.

—Tú no lo entiendes, Takuya. Es mi novio. Se supone que debe apoyarme, consolarme… Pero todo lo que hace es herirme con sus palabras frías.

Takuya apretó los puños, tratando de mantener la calma.

—¿Y por qué permites eso, Izumi? ¿Por qué dejas que alguien tan insensible tenga tanto poder sobre tus emociones?

Ella lo miró con incredulidad.

—Porque lo amo —susurró, aunque incluso para ella esas palabras sonaron huecas.

Takuya soltó una amarga risa, sacudiendo la cabeza.

—¿Eso es amor? Alguien que te hace llorar más de lo que te hace reír, alguien que no tiene la decencia de cuidar tu corazón... Izumi, tú mereces mucho más que eso.

Izumi bajó la mirada, sus lágrimas fluyendo de nuevo.

—Pero… no puedo simplemente rendirme con él.

Takuya se inclinó hacia ella, tomando su mano con cuidado.

—No estoy diciendo que sea fácil. Pero a veces, insistir en algo que te está destruyendo solo te lleva a un lugar más oscuro. Y tú no mereces eso, Izumi. Mereces a alguien que vea lo increíble que eres, alguien que esté ahí para ti en los momentos difíciles.

Ella lo miró, y en sus ojos vio una sinceridad que la conmovió profundamente.

—Siempre estás ahí para mí —murmuró—. No importa lo que pase, siempre estás a mi lado.

—Porque me importas —respondió Takuya sin dudar—. Y porque me duele verte así. Si fuera por mí, nunca volverías a derramar una lágrima por nadie.

Izumi sintió cómo su corazón se aceleraba. Había algo en la forma en que Takuya la miraba, en la calidez de su voz, que la hacía sentir segura, apreciada. Algo que hacía que todas las heridas que Kouji le había causado parecieran insignificantes.

Antes de darse cuenta, estaba inclinándose hacia él, siguiendo un impulso que no podía ignorar.

—Takuya… —susurró, apenas audible.

Izumi cerró los ojos y, sin dudar más, dejó que sus labios encontraran los de él. Fue un beso suave, lleno de emociones contenidas, una explosión de sentimientos que ambos habían reprimido durante demasiado tiempo.


+De a poco voy interiorizando algunos detalles.

BethANDCourt: Querida, me alegra leer tu comentario. No te preocupes, entiendo. Aunque debo admitir que me preocupé. Con tantos cambios dije ¡Oh no! Quizás no vio el capítulo nuevo. ¡Uh! Tenemos una teoría jsjsjs amo cuando hacen teorías jsjsjs Te estás tirando al agua, como dices no hay pruebas jsjsjs pero ya veremos si es así o no jajaja Aciertas al decir que a ambas les gusta la música. Pero a Takuya también le gusta y no es hijo de Mimi jsjsjs aunque jsjsjs puede ser jsjsjs puede que no jsjsjs ¡Ya veremos! Todo es posible en esta historia, lo que si ansío es ver si tu teoría se fortalece con el paso del tiempo o no. Takeru es demasiado bueno para ese mundo, pero ¡tranquilos! Takeru pronto sacará sus garas, solo estoy ayudando a que se dé cuenta en donde está. Jajaja ese cajón terminó siendo como muñeca rusa jajaja tranqui pronto veremos que hay dentro de él. Yamato no lo sabía, osea sí, más que nada lo sospechaba. Pero no es que no haya hecho algo porque sí lo ha intentado. Ya verán. Yamato tras las cuerdas planea algo. Satomi ya se destruyó. Y aunque muchos no lo crean esto traerá coletazo. Una cola larga jajaja Tengo para subir capítulos diarios pero como no quiero hacer mil capítulos prefiero hacer capítulos largos para ir subiendo cada cierto tiempo así les doy tiempo para leer y comentar jsjsjs Espero que te esté gustando. Gracias por leer y comentar. Espero que sigas leyendo y comentando. Te mando un gran abrazo.