20 años después, de nuevo en la clínica

Grant contemplaba la imagen de su esposa en sus pensamientos atormentados. Sufría, y él se sentía responsable de su dolor.

-Si tan solo no la hubieses conocido

Un hombre apareció tras la imagen que Grant había creado de Beth. Observó cómo Jimmy la abrazaba por la espalda y le acariciaba el rostro con una intimidad descarada. Beth mostraba incomodidad, y eso llenaba a Grant de impotencia, pero se sentía paralizado, incapaz de intervenir mientras era testigo de aquella escena desgarradora.

—¿Por qué me miras así? No soy yo quien la lastima —dijo Jimmy con una sonrisa maliciosa, acercando su rostro a ella, casi acariciándola.

—¡Déjala en paz! —exclamó Grant, abrumado por el enojo y la desesperación.

—¿Y qué harás si no lo hago? ¿lo mismo que hiciste por Anya?

La pregunta golpeó a Grant, llenándolo de consternación; la culpa era su mayor tormento. Bajo la mirada, avergonzado, mientras Jimmy esbozaba una sonrisa triunfante.

—Suéltala —dijo Grant, con un deje de vergüenza que lo hacía parecer sometido a la voluntad de Jimmy—. Por favor, déjala en paz —suplicó.

—Pero si yo no estoy haciendo nada malo, ¿verdad, Beth? —respondió Jimmy, al tiempo que apartaba el cabello de Beth y comenzaba a besar su cuello.

—¡Suéltala! ¡Suéltala! —repetía Grant, consumido por la desesperación e impotencia al ver cómo crecía la incomodidad de su esposa, sin poder hacer nada para evitarlo—. ¡Suéltala! ¡Maldito! ¡Maldito! —gritó, rompiendo en llanto.

Jimmy ya no estaba, pero su voz resonaba más viva que nunca en la mente de Grant. Sin embargo, lo que el capitán veía era solo un reflejo de la culpa que habitaba en su interior. Fuera de su mente, Beth solo pudo observar cómo, poco a poco, su esposo se agitaba en la camilla, sumido en una creciente desesperación.

-¿Grant?- pronuncio con preocupación

Beth escuchó lamentos que se proyectaban en forma de gemidos roncos. Observó cómo él movía la cabeza de un lado a otro, como si intentara liberarse de un tormento. Por un momento, se congeló, sin saber qué hacer. Levantó la mirada hacia la ventana de la habitación, que daba al pasillo. David, que estaba parado afuera, notó el rostro de preocupación de Beth ante la situación. Ese gesto fue suficiente para que corriera en busca de las enfermeras.

Las enfermeras y el doctor atendieron de inmediato el llamado, encontrando a Grant muy alterado en la camilla y a Beth, que estaba visiblemente asustada a su lado. Una de las enfermeras le pidió que saliera para poder proceder con mayor calma. Ella aunque no quería accedió y se dirigió con David hacia la ventana de la habitación, donde pudieron observar cómo los especialistas manejaban la situación. Solo pasaron unos pocos minutos hasta que todo estuvo bajo control. Beth miraba a través de la ventana, inmóvil, hasta que el doctor dejó la habitación.

—Ya todo está bien, solo fue una pequeña crisis —informó el doctor, con una expresión tranquila—. Le he suministrado un poco más de sedante para que pueda disminuir la agitación.

—Fue mi culpa —murmuró Beth automáticamente, sintiendo un nudo en el estómago mientras se pasaba una mano por el cabello.

—No, señora Curly —respondió el doctor, haciendo un gesto con la mano para tranquilizarla—. Es cierto que su estado mental es delicado. Nosotros imaginamos que algo así podría suceder, pero a este punto, cualquier factor podría detonar una crisis. Le sugiero que busque ayuda profesional para tratar el estrés postraumático que podría estar presentando… y también le recomiendo que sea muy paciente con usted misma.

Beth permanecía en silencio, como si solo viera los labios del doctor moviéndose sin escuchar una sola palabra. No estaba presente; su mente estaba atrapada en aquella escena donde veía a su esposo sufrir, sintiéndose impotente ante su dolor.

—Gracias, doctor —intervino David, al notar que Beth no decía nada—. Tomaremos en cuenta sus consejos.

—Bien, debo retirarme. Que tengan un buen día —respondió el doctor, asintiendo.

—¿Beth? —llamó David a su cuñada cuando la vio ensimismada.

Ella se tomó unos segundos para reaccionar, perdido en sus pensamientos.

—David... yo... necesito ir a casa a buscar algunas cosas —dijo en un tono de voz bajo, con la mirada perdida en el pasillo—. ¿Crees que podrías avisarme si...?

—Sí, claro, ve tranquila. Tómate tu tiempo —la interrumpió David, tratando de ofrecerle seguridad.

—Gracias —pronunció ella casi en un susurro, antes de emprender su camino por el pasillo, sintiendo cada paso como un eco de su preocupación.

Beth sentía que su entorno se había desvanecido, como si hubiera sido engullida por un vacío sin fin. Se imaginaba en un lugar oscuro, en medio de la nada, donde la oscuridad era tan intensa que parecía tener una presencia tangible. En su mente, solo habitaba un ruido ensordecedor que la abrumaba, un rugido constante que la hacía sentir como si estuviera a punto de ser consumida por él. Sin embargo, por fuera, su rostro permanecía inmutable, con una mirada vacía que no reflejaba el torbellino emocional que se estaba desatando en su interior.

Beth no tenía idea de en qué momento había salido de la clínica, ni siquiera cómo había logrado llegar a casa. Todo parecía haber sucedido en un estado de trance, como si su cuerpo hubiera seguido un camino automático mientras su mente se había quedado atrapada en aquella oscuridad.

Abrió la puerta, pero su perro Tex no la esperaba como siempre. Le había ido a buscar un vecino mientras ella no estaba. Parada en la sala, sumida en su oscuridad, Beth divisó las fotos en la pared. La de su abuelo con su madre, y al lado, la de Grant y ella, ambos felices el día de su boda. Beth se concentró en esa foto, y comenzó a recordar cada momento vivido con Grant.

Los recuerdos fluyeron como un río desbordado, y ella se dejó llevar por la corriente de emociones. Hasta que, después de resistirlo por tanto tiempo, las lágrimas comenzaron a brotar. Lágrimas de gran volumen, una tras otra, corriendo por sus mejillas como un torrente incontenible. El dolor y la tristeza que había estado reprimiendo finalmente encontraron salida, Beth se derrumbó y las lágrimas que seguían fluyendo sin cesar eran prueba de ello.

Los sollozos se intensificaban mientras sus recuerdos se entrelazaban entre el pasado y el presente. Sin poder evitarlo, se arrodilló en el suelo, envuelta en llanto. Las lágrimas y los sentimientos que había reprimido durante años afloraban en ese preciso instante. Era fuerte quien resiste, pero aún más poderoso es quien puede reconocer sus emociones, y Beth, en ese momento, asumió todo el dolor que la consumía.

La frustración se escapó en un grito desgarrador mientras sostenía su rostro empapado. No podía detener el llanto. Se dejó caer hacia atrás, sentándose en la alfombra que adornaba la sala. Intentó secarse las lágrimas, pero por cada una que lograba limpiar, más surgían; trató de contener los sollozos que le oprimían el pecho y dificultaban su respiración. Miró de nuevo la foto de Grant, pero antes de que el llanto la invadiera nuevamente, recordó la promesa que había hecho ante el altar:

"En la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe".

Él había regresado, y la necesitaba ahora más que nunca. No podía fallarle; no iba a hacerlo. Poco a poco, los sollozos comenzaron a apagarse. Buscó fuerzas en lo más profundo de su ser y se levantó, dispuesta a enfrentar lo que fuera por el hombre que amaba.


Les dije que empezaría el drama a partir de aquí

Pero no se preocupen seguiremos saltando en su pasado y poco a poco nos iremos acercando al final

Muchas gracias por leer