One Piece NO ME PERTENECE. Solo hago esto para su entretenimiento y mi diversión.


Chapter 3.1: De la fortaleza mental


Había pasado cosas peores en su vida que ser golpeada y encarcelada. Tequila Wolf no había sido tan malo, sacando la parte del frío y la esclavitud a la que estuvieron sometidos los habitantes. Gracias al cielo, ya no era la realidad y todos fueron rescatados por los revolucionarios, sus compañeros temporales, al menos, hasta que se cumpliese el plazo de dos años que su capitán había ordenado. A pesar de que los revolucionarios eran geniales, extrañaba a sus nakamas, muy a su pesar, a uno en particular.

Tal vez, era lo mejor para dejar atrás lo que sea que tiene por Roronoa Zoro. Era curioso si se analizaba: ella estaba consciente de la diferencia de edad, de la personalidad del chico y su inquebrantable deseo por ser el mejor. No era el más intelectual y mucho menos el que quisiera pensar demasiado las cosas. En teoría, no era su tipo, o lo que pensaba que era su tipo, pero entonces, entraban otras variables: determinado, atento, hasta cierto punto caballeroso y por sus acciones, una persona noble y de buen corazón. Varonil a un nivel donde se sentía segura y protegida. Era el primer hombre al que consideró genuinamente atractivo. Al primero que dejó hacer lo que quisiera con ella de manera consciente, en sus plenas facultades.

Porque si lo pensaba bien, Zoro fue el primero, al menos, consensuado en cuanto a que ella realmente se sentía emocionada de que pasara. Las otras veces, había sido su vano intento de sentirse viva, de experimentar porque alguien demostró quererle. Durante los años tuvo muchos encuentros desafortunados con hombres perversos que le habían irrespetado de maneras que no quería recordar. Con el espadachín, aunque no fue romántico ni sutil, fue alucinante. Traspasó lo físico, encendió algo de lo que no tenía conocimiento que podría sentirse durante el acto. Cada sensación fue genuina; el espadachín había despertado su apetito sexual y para su desgracia, solo le apetecía hacerlo con él.

Hasta ese punto, pensaba que seguía siendo una atracción. Luego pasó lo de Kuma. Cuando lo vio a punto de morir entre sus brazos fleur, supo que sus sentimientos eran mucho más fuertes. Sin importar lo que lógicamente pensaba, Robin se había enamorado de su nakama, del espadachín que desconfió de ella desde el primer momento, pero a la vez, le había salvado la vida innumerables veces. Nunca pensó que ella sería capaz de enamorarse. Le parecía antinatural.

― ¿Por qué estás tan distraída, Robin? ― fue el llamado de una voz femenina. Habían pasado seis meses desde que se separó de su tripulación. Robin había decidido que lo mejor era volverse más fuerte para que lo que pasó en Sabaody no se volviese a repetir. ― Sabo dijo que cien repeticiones.

―Sí, lo escuché, Koala. ― Hasta que los conoció, no tenía idea de que era un "símbolo de la revolución". Solo sabía que, hasta ese punto, habían sido muy amables con ella. El padre de Luffy no era el monstruo que muchos creían. Tampoco esperó conocer a Sabo y conocer un poco más de los años más tiernos de su capitán. Él y Koala eran los encargados de su entrenamiento, bastante exigente, dado el hecho de que su condición no era la mejor cuando llegó. El único verdadero ejercicio que hacía era en las batallas cuando tenía que correr o utilizar sus técnicas. Aun así, decidió no quejarse, era parte de lo que tenía que hacer por su tripulación.

Por eso, cada noche cuando llegaba con el cuerpo adolorido, pensaba que perder a uno de sus compañeros se sentiría infinitamente peor. Además, pensaba en él, todas las noches, sin excepción. Su estado no era el mejor la última vez que lo vio, le preocupaba dónde estaba y como estaría. Sabía que no estaba muerto, ya se hubiese sabido si el gran espadachín de los Sombreros de Paja hubiese muerto.

Extrañaba a Zoro de una manera diferente a sus demás nakamas. Lo extrañaba como hombre y quería genuinamente descubrirlo más a fondo. El argumento de la edad, de la inmadurez, estaban fuera de su radar por el momento. Y eso es lo que pasaba cuando una persona se enamoraba, un acontecimiento inédito para Nico Robin. No era una experta en el asunto, no sabía nada de "estar en una relación" más allá de lo que vivió unos cinco años atrás. Para su desgracia, genuinamente quería probar esa opción.

― Creo que ha sido suficiente por hoy. ― la voz de Sabo se esparció por el lugar, justo cuando el sol se disponía a marcharse. ― Tu agilidad sigue mejorando. ― Robin agradeció el cumplido con un asentimiento y una sonrisa amable. ― La cena estará lista muy pronto; creo que te dará tiempo de darte una ducha.

― Te lo agradezco, pero creo que hoy quiero relajarme…dormir temprano. ¿Podrían enviarme algo a mi habitación? Un sándwich estaría bien.

―Claro; no hay problema.

Estaba siendo un día particularmente intrigante para ella. No entendía por qué justo en ese momento, era incapaz de pensar en otra cosa que no fuese Zoro. Nico Robin, la imperturbable que sabía manejar sus emociones, no dejaba de ser una mujer con necesidades y el espadachín las había despertado abruptamente. Aun estando bajo las frías gotas de agua, disfrutando una merecida ducha, podía sentir el calor emanar de sus mejillas ante los recuerdos que compartía con el cazador de piratas. ¿Acaso tendría caso después de dos años? Seguía convencida de que, lo que Zoro sentía, era una fase, un capricho de un joven de diecinueve años que tenía las hormonas alborotadas. El tema era que Zoro no era un hombre común: había invertido todos sus años en lograr su meta, se atrevía a decir que era el más disciplinado de la tripulación. ¿Sería capaz de solo tener "una aventura"? Él no perdía el tiempo en cosas que no le trajeran resultados, con la excepción de beber alcohol y dormir…en cierta manera. ¿Podría ser que…lo que dijo aquella vez fuese en serio?

Suspiró, sabiendo que no había caso. No obtendría respuestas hasta que se reencontraran y para eso, faltaba tiempo. Se envolvió en una toalla; utilizó otra para secar su pelo. Una vez seca, se colocó un pantalón corto, y una blusa de tirantes. Su pelo, bastante más largo, se esparció por la cama cuando se dejó caer en ella. Estaba cansada tanto física como mentalmente; cerró los ojos, buscando el tan ansiado descanso. Cuando los volvió a abrir, se encontró de frente con el causante de sus desvelos, sus poderosos brazos a ambos lados de su cabeza para mantener su peso.

Robin sabía que no estaba allí. No era posible que así fuese; se mantuvo tranquila, esperando el siguiente movimiento de su delirio o sueño, lo que fuese que estuviese experimentando. Aun así, el deseo le ganó a la cordura. Esta versión de Zoro no llevaba camiseta, lo que dejaba al descubierto su escultural torso. Robin se atrevió a recorrer la piel descubierta, incluyendo la cicatriz que se mostraba como prueba de su compromiso. No tenía caso negar lo atrayente que era para ella.

El falso Zoro sonrió con esa mueca varonil que tanto le encantaba antes de flexionar los brazos y acercar sus cuerpos. Sus narices rozándose mientras la respiración de Robin se aceleraba. El fenómeno que ocurría frente a ella, se sentía muy real. Cuando le besó, comenzó a dudar si realmente el suceso no estaba ocurriendo. Sus labios se encontraron sin ningún tipo de vergüenza, las lenguas entraron en acción poco tiempo después. Robin sintió como el peso de Zoro era percibido por su cuerpo mientras este se dedicaba a explorarla. La estimulación comenzaba a acumularse en la fémina. Con besos y caricias, la tenía a su merced.

Zoro rompió el beso, dejando un pequeño mordisco en el labio de la arqueóloga. Se sentó en la cama, atrapando las piernas femeninas entre las suyas. Aun con la respiración agitada, Robin observó como las fuertes manos del espadachín levantaban su camiseta justo debajo del inicio de sus pechos. Roronoa acarició el vientre plano de la arqueóloga por lo que le pareció una eternidad. Regó una serie de besos húmedos sobre la piel descubierta, haciendo que Robin dejara salir el primer gemido de la velada. Sus besos iban direccionados al norte, al igual que el andar de sus manos con la prenda que cubría ese par de atributos ansiados por el espadachín. Al desaparecer la barrera de tela, Zoro no lo pensó. Atacó esos dos puntos sensibles como si no existiese mañana.

― Robin, ¿estás despierta? ― el llamado a la puerta hizo que se sentara de golpe en la cama. Observó la habitación, confirmando que había experimentado un muy vívido sueño. ― ¿Robin? ― el nuevo llamado a su puerta hizo que se incorporara de la cama, recibiendo a su visitante. ― ¿Estabas dormida?

―Sí, perdona las molestias. ― la joven dejó la bandeja sobre la mesita de noche.

― ¿Te encuentras bien? Tienes las mejillas sonrojadas. ― manteniendo su autocontrol lo mejor que podía, sonrió amablemente.

― Creo que me excedí durante nuestra sesión de hoy. ― la excusa sirve para apaciguar las inquietudes de su acompañante. Nueva vez en la soledad de la habitación, Robin sintió el latir desbocado de su corazón, al pensar en el espadachín.

Sin apetito, volvió a su lugar en la cama. Tal vez, lo que experimentaba era karma por haber roto un corazón noble en el pasado. No fue su intención, pero Robin no era capaz de dañar a una persona que genuinamente era buena y Rasa era un buen hombre. El problema era que ella no era la mujer para él. Lo intentó, con cada fibra de su ser. Fue su oportunidad de vivir una vida tranquila y no pudo hacerlo. Su incapacidad de lograrlo, le costó el lugar más seguro hasta ese entonces.

No te preocupes. Alguna vez fuimos una familia de piratas; el gobierno no es de nuestro agrado tampoco. Además, ¿cómo podríamos decirle que no a una chica dispuesta a trabajar?

En aquel entonces, Rasa era un hombre de 34 años que no lo aparentaba. De cabello rojo como el fuego y ojos verdes como el más brillante césped, y una personalidad jovial y optimista, no era el tipo de hombre con el que acostumbraba interactuar en ese entonces. Vivía con sus padres luego de enviudar a temprana edad. La familia de ex piratas manejaba un huerto de flores, donde aprendió todo lo que sabía en la actualidad sobre cultivar. Eran personas honradas que le brindaron trabajo, techo, comida y…una familia. Estando con ellos, su objetivo de conocer la verdad no parecía ser importante.

Rasa hizo todo lo que una pareja responsable haría: citas, conversaciones, afectos, regalos…Con él, perdió la virginidad y aprendió lo que sabía hasta ese entonces sobre el sexo y como complacer a un hombre. A pesar de que no podía quejarse en el aspecto entre las sábanas, no sentía nada más allá de cariño, como si se tratase de un amigo. Cuando él quiso que fuesen aún más serio, ella decidió marcharse. No corresponderle a él, era sinónimo de abandonar esa nueva vida y al mismo tiempo, hizo que pensara que realmente estaba rota.

Luego de aquello, las pesadillas de su pasado volvieron con fuerza, al igual que los ataques de pánico. Todos tenían razón, ella era el problema. Su existencia era un crimen. Todo lo que conocía era el abandono, la destrucción y la tristeza. Cuando la vida le envió una familia y el amor de un hombre que no fue capaz de devolver. Había tenido su oportunidad y no la aprovechó. A sus 24 años en ese entonces, consideró seriamente en quitarse la vida. En ese estado, la reclutó Crocodile mientras mecía un afilado pedazo de cristal sobre su descubierta muñeca.

Con el tiempo, había aprendido a apreciar su tiempo con los Barrocos. Su sueño se reanudó ante el interés de Crocodile por el arma. Consiguió techo, comida, recursos y hasta cierto poder. Esa organización le permitió obtener la confianza con la que sus nakamas la conocieron. Por mucho, lo mejor de los barrocos y Alabasta fue el conocer a sus amigos y…a él. Porque si era honesta, no sabía si la etiqueta de amigo era coherente por el momento.

Saliendo de sus pensamientos, se dirigió al baño, para refrescar su rostro y desaparecer lo que quedaba de su sonrojo. Se detuvo frente al espejo, analizando su reflejo. Por primera vez en su vida, su autoestima se encontraba sana. De manera lógica, sabía que era atractiva, mas no veía lo mismo que los demás. Luego de Enies Lobby, comenzó a apreciar más su ser. Nunca había experimentado la fase de ser "una jovencita". Esa de coquetería, de comprar accesorios y salir con chicos. Tenía entendido que Nami tampoco, pero las personalidades eran tan diferentes que, de alguna manera, lo sobrellevó mejor que ella. Envidiaba su confianza, y lo expresiva que era, a pesar de todo lo que sufrió.

Se estaba esforzando por explorar todas aquellas etapas que no había agotado, incluyendo su femineidad, su espontaneidad. Habían pasado 20 años, pero aun, tenía la oportunidad de vivir. Peinó su cabello de un lado a otro. Siempre lo había llevado igual desde los tiempos de Ohara. Tal vez, sería buena idea un cambio de look, al menos para probar, por ejemplo, un nuevo corte, un nuevo estilo. Puede que su paleta de colores también pudiese aceptar otros colores más brillantes. Su vestimenta podría ser más juguetona…Las posibilidades pasaban por la mente de la arqueóloga a mil por hora.

¿A él le gustaría aquello? ― pensó, recriminándose poco después. No debería ser un acontecimiento de importancia. Lo que sentía no era simple atracción, era más profundo y anhelante. Siendo la mujer inteligente que era, sabía lo que ocurría, pero pensaba que podría manejarlo. Tenía meses para hacerlo. Por su bien, debía superarlo. Cuando se volvieran a ver, habría pasado demasiado. El tiempo se encargaría de detener lo que sea que su corazón batallaba con su mente.