Gracias a mi cómplice Li por su lectura previa. Los errores siguen siendo míos.
Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
~º~Un Secreto Navideño~º~
4
― Se que quieres ir a dormir a la habitación de mi hermana.
Edward miró hacia el techo mientras uno de los mellizos se deshacía en hablar. Llevaba la hora parloteando sin permitirle conciliar el sueño.
Bostezó.
― Podemos ayudarte ―dijo el otro hermano.
Edward no se inmutó en saber quién era quién, tan solo levantó la cabeza tratando de ver los rostros juveniles en medio de la penumbra.
― ¿En qué forma? ―preguntó interesado y con el codo apoyado en el colchón.
La lucecilla del buró iluminó la habitación. El chico llamado Seth yacía tumbado en el sofá cama de la esquina, vestido con un mameluco de colores se levantó de un salto y empezó a pasear por la habitación.
― Tan simple como salir por esa puerta ―señaló― y caminar por el pasillo a la habitación del fondo que es el dormitorio de Bella.
Edward resopló.
― Hace rato lo intenté, le envié un mensaje a Bella y no respondió. Debe estar dormida.
Los hermanos se miraron entre ellos. Llegaron hasta Edward y parecían estudiarlo.
― ¿En serio eres así? ―indagó uno de los chicos.
― ¿Así como?
― Cuñado, ahora mismo quiero sacudir tus hombros y hacerte reaccionar ―comentó Jared―. Necesitas una buena dosis navideña, sacar tu energía y volverte el chico malo, porque eso les gusta a las mujeres y así Bella te amará más.
La sonrisa del cobrizo se extendió. Sus cuñados no eran tan desagradables como creyó.
Se quedó de pie bajo el marco de la puerta del dormitorio de los mellizos y observó de brazos cruzados como ellos daban de maromeras por el piso al puro estilo de el detective 007.
La imaginación fue tal que podía escuchar la música en su cabeza. Sonrió cuando vio que Seth rebotó de espalda en la pared y que Jared siguió rodando más allá de la puerta del dormitorio de Bella.
― ¿Qué esperas? ―instó Seth todavía con la panza en el piso.
― ¿Para qué? ―preguntó el cobrizo aún con la sonrisa amplia jugando en sus labios.
― Para rodar por el piso ―explicó Jared.
― ¿Por qué rodar? ―cuestionó acercándose con pasos silenciosos― si podemos caminar.
Uno de los mellizos resopló poniéndose de pie. Era Seth el más hablador de los dos chicos.
― Edward, eres el mariscal más importante de la NFL, el mejor pagado, ¿no puedes ser al menos más gracioso y con más chispa?
Edward miró a Seth en medio de la penumbra. ¿Qué había hecho mal? Se cuestionó.
― ¿Qué se supone que debo hacer?
Jared rechinó los dientes y terminó incorporándose de mala gana, sacudiendo con las palmas su pijama de dinosaurio.
― Puedes intentar ser más alegre y rodar por el piso ―sugirió.
Edward iba a protestar, pero terminó cruzándose de brazos. Estaba negado a hacer el ridículo.
― No lo haré, no hay razón válida para que me revuelque por el piso, no tengo diez años ―replicó.
― Seguro eres el ala a de las fiestas, ¿verdad? ―Seth se burló―. Tan solo inténtalo.
El resoplido de Edward fue más de coraje. Lentamente se hincó en el piso de madera frío y empezó a gatear.
― Edward, esfuérzate un poco ―pidió Seth en susurros― dale más dramatismo y retuércete en el piso y lentamente vas desplazándote hasta la puerta.
Él obedeció. Lo hizo tal cual lo había escuchado: empezó a rodar por el piso, era tan alto que su cabeza golpeó con la pared del estrecho pasillo y sus largas piernas se enredaban entre sí en el incómodo lugar. Aún así se esforzó por disfrutar el camino, rodando.
― ¿Edward? ¿qué estás haciendo?
La dulce voz de su novia lo hizo detenerse en seco.
La ubicó detenida bajo el marco de la habitación, vestida con su pijama de cuadros que era de él, le quedaba enorme ese pantalón y camisa de franela.
― Déjalo Bella ―intervino Seth―. Edward está teniendo un poco de diversión con nosotros.
― ¿Quieres dormir conmigo? ―invitó ella.
Él no dudó ni un instante. Se puso de pie como si de resorte se tratara y entrelazó los dedos a los de ella.
― No necesitas preguntar, claro que quiero.
.
― Chicos, gracias por traer a Edward. Pueden irse ―los despidió agitando la mano al aire.
Suspiró hondo una vez se fueron y cerró la puerta con pestillo. Se puso de puntillas y acunó la cara de Edward entre sus manos.
Empezó a repartir tiernos besos en los labios del cobrizo.
― Si no venías iría por ti ―dijo entre besos.
Él se alejó un poco, escudriñandola.
― Bella, ¿piensas que soy un amargado?
Ella frunció las cejas y continuó con su tarea que era repartir besos en todos lados del cuerpo, empezó a besar el duro pecho de Edward y deslizando con suavidad las manos en los bíceps fuertes.
― Nunca lo he pensado ―rumió mientras seguía besándolo.
Las ganas de pasar los labios en el musculoso cuerpo de su hombre la mantenía en constante deseo. Tenía ganas de tenerlo solo para ella.
Arremolinó la lengua en un hombro y se detuvo al darse cuenta que él no le correspondía.
― ¿Qué pasa?
Él recorrió con lentitud sus labios rosas.
― Somos tan distintos, Bella.
Suspiró. No entendió la connotación de las palabras de su chico.
Dejó caer los brazos a los costados y se mantuvo mirándolo fijamente.
― Sé que somos distintos. Considero que si fuésemos iguales no estaríamos hoy juntos ni en planes de casarnos.
― ¿Crees que lo nuestro funcionará?
A Bella le empezó a doler el estómago, sus tripas se retorcieron.
― ¿Tienes dudas? ¿No quieres casarte? ―su voz se entrecortó.
― No tengo ninguna duda ―sujetó su rostro―. Solo me gustaría ser más como tú, ser menos aprensivo y más arriesgado. Disfrutar más de la vida, así como tú lo haces.
Bella respiró con tranquilidad.
― No puedes cambiar lo que eres ―expresó―. Además, me gustas así.
― Mi amor… ―suavemente la alzó de la cintura de ella llevándola a la cama, ambos tumbados en el mullido colchón― no quiero que estando casados te aburras de mí, quiero hacerlo un cambio conmigo, quiero intentarlo.
Los dedos de ella se deslizaban como una caricia suave por la mandíbula cubierta por la barba creciente de él.
― Nunca me aburres, Edward. Te prometo que no es necesario que hagas ningún cambio, para mí eres perfecto.
― Soy el tipo más aburrido y sin gracia.
Bella sonrió sin detener sus dedos y recorrer el perfecto rostro masculino.
― Eres divertido ―confesó― solo que no te ves a ti mismo.
Arrastró la nariz fría contra la de ella.
― Quiero demostrarte que tan divertido puedo ser, ¿te gustaría?
Los vellos de la piel se erizaron imaginando miles de formas en que podía ser divertido. Probablemente compartiendo una ducha caliente o teniendo sexo en la parte trasera del Maserati.
Bella salió de su ensoñación y asintió con vehemencia. Estaba preparándose para la demostración que le haría.
― Sí, me encantaría.
― Era lo único que necesitaba saber ―dijo Edward encima de su cuello antes de succionar.
Bella cerró los ojos.
Ansiosa deseaba que empezara la diversión.
¿Creen que Edward y Bella estén hablando del mismo tema? Porque yo creo que no. ¿Qué opinan ustedes?
Ayer publiqué una divertida y corta historia navideña. Ojalá puedan leer
Gracias totales por leer ❄
