5
Geografía
Esa mañana, Candy despertó ojerosa, cansada y sintiendo que solo había dormido un par de minutos.
Apenas tuvo tiempo de asearse y vestirse con su uniforme, antes de correr a la habitación de Anthony como todos los días. Para su sorpresa, el muchacho no estaba.
—Fue a desayunar con su familia —le explicó Dorothy, que fue a limpiar la recámara—. Deberías comer algo también, Candy.
La pecosa no protestó, porque su estómago estaba haciendo ruidos extraños del hambre que tenía, así que fue a la cocina y encontró a los empleados reunidos y charlando animadamente.
—Buen día, ¿por qué están tan emocionados?
Una de las mucamas se rio nerviosa.
—Es que el señor Andrey vino a saludar —explicó, poniéndose roja igual que un tomate.
—Ya veo —dijo la pecosa, dándole un sorbito a la taza de café que le habían acercado.
—Es tan maravilloso ese señor Andrey. Ningún hombre de alcurnia se toma la molestia de visitar a sus empleados o enviar a un médico particular a la casa de uno —suspiró la misma chica.
—¿Ya fueron a revisar a la esposa del jardinero?
—Sí, Candy. Por lo que escuché ya no había nada de qué preocuparse, el señor Peters dijo que gracias a ti su esposa se salvó.
La pecosa no sabía cómo aceptar cumplidos y negó con la cabeza.
—Oh, no, yo no hice nada.
—¿Cómo no? Hiciste todo —insistió la mucama—. De todas maneras, qué gran gesto del señor Andrey. Mira que aparte de guapo, también es muy amable.
—Y rico, no olvides eso —agregó otra de las sirvientas con picardía.
Candy escuchó la conversación en silencio, pensando que después de conocer al hombre, estaba muy claro el por qué del cariño que todos le profesaban.
Un rato después volvió a buscar a Anthony y esta vez sí lo encontró en su recámara, fresco y contento.
—Buenos días, Anthony —lo saludó ella con una sonrisa—. Perdóname por llegar tarde, estaba desayunando.
Acto seguido, procedió a limpiarle las heridas que aún tenía en el rostro por su accidente con los vidrios del día anterior.
—No te preocupes. ¿Qué hay de nuevo con los empleados?
—Nada importante. Bueno, sí —sonrió juguetona—. Creo que más de la mitad de las mucamas están enamoradas de tu tío.
Eso le arrancó una sonrisa a Anthony.
—Siempre ha sido así. Van a estar muy decepcionadas cuando finalmente se case.
Candy no esperaba escuchar eso. Sin pensarlo, se detuvo a la mitad de cambiarle el vendeja del brazo a Anthony para mirarlo a los ojos.
—¿El señor Andrey está comprometido?
—Aún no. Pero en un par de meses cumplirá treinta años y la tía Elroy no deja de presionarlo para que siente cabeza.
—Treinta años es demasiado joven todavía.
—Tal vez, pero no para el patriarca de la familia. A su edad ya debió haber producido un heredero —le explicó Anthony, poniendo los ojos en blanco como si todo eso le pareciera ridículo—. Desde que se dio a conocer como William Andrey, todas las señoritas de sociedad no dejan de acosarlo.
Candy se estremeció.
—Debe ser muy estresante perder tu libertad de esa manera.
—Pero es el precio que debe pagar por su privilegio.
—Una de las ventajas de ser pobre es que nunca tendría que pasar por eso —bromeó Candy.
—Digo lo mismo. Es el lado positivo de ser un lisiado como yo.
Aunque trató de ocultarlo, en la voz de Anthony no había más que amargura y Candy palideció al escucharlo hablar de esa manera luego de tantos días en los que parecía haber mejorado.
—No digas eso.
—Es verdad, Candy. ¿De qué otra forma podría llamársele a alguien que está en una silla de ruedas como yo? Creo que "vegetal" tampoco sería el término correcto.
—Nada de eso, Anthony Brown —sentenció ella—. No voy a permitir que sigas diciendo estupideces. Si no tienes compasión por ti mismo, al menos tenla por los que se encuentran en una condición semejante. Ninguna persona merece que la deshumanicen utilizando esa clase de palabras, ¿me escuchaste? Sigue hablando así y te voy a abofetear.
Anthony observaba boquiabierto a su enfermera, y Candy por su parte no podía creer lo que había dicho.
—No pensé que esto te afectara tanto, Candy.
—Claro que me afecta, no creas que has sido mi único paciente —confesó, indignada todavía—. Es suficiente con las dificultades que vas a enfrentar con la gente allá afuera como para que tú seas el primero en odiarte. Ten más consciencia.
Después de su pequeño discurso ninguno de los dos dijo nada. El rostro de Anthony no mostraba ninguna emoción y solo la manera en la que sostenía la silla, con los nudillos blancos por la fuerza, delataba sus sentimientos.
—Es bueno saber tu opinión al respecto —murmuró el muchacho.
—Sé que me excedí.
—No serías tú si de vez en cuando no te pasaras de la raya.
Candy lo miró, tratando de averiguar si ya la había perdonado por su exabrupto.
—Entonces será mejor que te acostumbres, porque cada vez que digas estupideces voy a detenerte.
Los dos sonrieron y ese fue el final de la conversación. Candy le sugirió salir al jardín a visitar las rosas, pero Anthony se sentía un poco cansado y prefirió quedarse en su habitación. Le pidió que fuera a la biblioteca por un libro de historia que necesitaba para sus clases, y ella entendió que era una indirecta para decirle que la quería lejos por un rato.
A pesar de que llevaba más de un mes trabajando para los Andrey, no había tenido oportunidad de explorar la mansión más allá de los límites permitidos para una empleada como ella. Tardó un buen rato en ubicar el camino hacia la biblioteca, escondida entre interminables pasadizos y cuando por fin llegó y entró, escuchó a alguien detrás de ella.
—Vaya, vaya. Parece que mi querido primo al fin hizo una buena adquisición.
Candy se dio media vuelta para encontrarse con los ojos oscuros de un hombre de piel olivácea, cabello corto, castaño y facciones que le resultaron vagamente familiares.
—¿Cómo? —Preguntó ella tontamente.
—Nada, sólo decía que Anthony es afortunado de tenerte como su enfermera.
La chica tragó en seco, sintiendo un escalofrío subir por su columna ante las palabras cargadas de doble intención.
—Gracias.
El hombre se acercó lentamente, su andar como el de un depredador al acecho.
—Creo que no nos conocemos, ¿verdad? Mi nombre es Neal Leagan.
Candy reconoció ese apellido de inmediato.
—El hermano de Elisa…
—El mismo —sonrió—. Sé que mi hermana te ha dado problemas, pero no le hagas caso. Se pone celosa cada vez que conoce a una mujer más hermosa que ella.
Aunque parecía un cumplido, Candy no pudo evitar sentir nauseas al escucharlo, en especial porque la miraba de una forma extraña y se estaba acercando cada vez más.
—Vine por un libro, pero creo que no está. Será mejor que me vaya.
—¿Por qué tan rápido? Apenas nos estamos conociendo.
—Dejé a Anthony solo en su recámara.
—Tendré que decirle a mi primo que no sea tan egoísta y aprenda a compartir sus posesiones.
—¿Hablas de mí? Yo no soy un objeto.
Dentro de la biblioteca, con los muros pintados de un color beige desprovisto de vida y los estantes repletos de libros, Candy se sintió nerviosa de estar sola con alguien como Neal Leagan.
—Escuché que eres huérfana —comentó él repentinamente.
—Así es, ¿por qué?
—Por nada, es solo que me sorprende que una huérfana sea tan bella.
Candy resopló, conteniéndose las ganas de decirle que para ser alguien de buena familia, él era repulsivo.
—Anthony debe estar buscándome. Con permiso, señor Leagan.
La pecosa decidió irse de ahí lo antes posible, pero no contaba con la terquedad de Neal, que la asió de la muñeca, deteniéndola a medio camino.
—Es de mala educación dejar a alguien con la palabra en la boca, más si es superior a ti en todos los sentidos. ¿Acaso no te educaron en el orfanato de dónde saliste?
—No, solo me enseñaron malos modales. Suélteme, por favor.
—Te soltaré cuando vayamos a algún lugar más privado.
Con toda la confianza del mundo, Neal Leagan se inclinó y aspiró el aroma que desprendía el cabello de Candy. La pecosa estaba temblando por el asco que le provocaba el contacto con ese hombre, y se preparó para atestarle una patada en la entrepierna y salir corriendo, mandando al diablo su trabajo de ser necesario.
—¿Qué está pasando aquí?
Candy apenas pudo procesar lo que sucedió. Un minuto, Neal la estaba sosteniendo con fuerza y al siguiente la soltó como si quemara, mirando al recién llegado con un terror inusitado.
—¡Señor Andrey! —Exclamó Candy, sintiendo que el alma le regresaba al cuerpo.
En el poco tiempo que llevaba conociéndolo, la pecosa nunca lo había visto tan enojado como en ese momento. Estaba vestido de manera formal, con el cabello rubio y corto peinado hacia atrás, los ojos azules entrecerrados y con una expresión asesina.
—T-tío William —tartamudeó el chico, retrocediendo instintivamente.
—Neal, ¿qué estabas haciendo hace un momento?
—Nada. Solo estaba saludando a la enfermera de Anthony.
—¿De verdad?
—Sí, yo…
—No estoy ciego, sobrino —lo interrumpió el señor Andrey—, pero quizás tú sí. Dile a tu madre que te compre unas gafas si es que no puedes darte cuenta de que tus avances no son bien recibidos.
Neal parecía haberse olvidado de cómo respirar. Estaba púrpura y temblando.
—Lo siento, no quise ofender a la enfermera ni a usted.
El señor Andrey comenzó a caminar por la biblioteca con aire pensativo.
—Cuando eras un niño, la tía Elroy quien te castigaba, ¿no es así? Pues ahora yo soy quien pone las reglas del juego, y si llegas a molestar a cualquier persona en mi casa, las consecuencias serán terribles para los Leagan, ¿entiendes lo que estoy diciendo?
Neal asintió con pánico y sin esperar a que le dieran autorización, salió corriendo de la biblioteca.
Una vez a solas, Candy suspiró aliviada, reclinándose contra una silla y pensando lo cerca que estuvo.
—Señor Andrey, mi deuda con usted será eterna.
—Al contrario, lamento lo que pasó. Me avergüenza que Neal sea mi sobrino.
Candy asintió. No podía creer que dos personas tan antipáticas como los Leagan estuvieran relacionados con Anthony y el señor Andrey.
—Fue mi culpa por estar aquí sola.
—No le restes importancia a las acciones de Neal. Un hombre debería ser capaz de respetar y razonar, o no seríamos diferentes a los animales.
Candy sabía que él tenía razón, pero no podía sacudirse la sensación de haber hecho algo malo.
—En todo caso, muchas gracias. Creo que yo debería comenzar a pagarle por todas las veces que me ha ayudado.
Al escucharla los ojos del señor Andrey se iluminaron.
—¿Quieres pagarme? Entonces comienza a llamarme Albert desde ahora.
—No puedo…
—Candy, no me gusta utilizar mi poder de forma arbitraria, pero creo que no me queda de otra. ¿Cómo me llamo?
—William Albert Andrey —dijo la pecosa, mordiéndose los labios para reprimir una sonrisa.
—Respuesta incorrecta.
A sabiendas de que él no estaría satisfecho hasta escucharla decir su nombre, Candy se armó de valor, con la cara roja de vergüenza y dijo delante de él:
—Señor Albert.
—Eso está mejor —concluyó absolutamente satisfecho. Candy deseaba mostrarle la lengua como hacía en el Hogar de Poni cuando era más pequeña, pero había ciertos límites que ni ella se atrevía a cruzar—. Y bien, ¿qué estabas haciendo aquí?
—Oh, buscaba un libro para Anthony. Lo olvidé completamente.
Ignorando la mirada del señor Albert siguiéndola por todo el lugar, Candy se dispuso a buscar en la sección de historia, pero se distrajo al ver un libro disperso en una de las mesas y no pudo evitar hojearlo.
—¿Te interesa la geografía? —Preguntó el señor Albert.
—La verdad nunca tuve oportunidad de estudiarla. La verdad es que soy muy tonta.
—No lo creo. Se necesita inteligencia para convertirse en una enfermera como tú —le dijo.
—Solo tuve mucha suerte de pasar los exámenes.
—De ser así no habrías conseguido que la esposa del señor Peters mejorara un poco, mucho menos que mi sobrino haya cambiado tanto ahora que tú estás aquí. Él se ve diferente.
—¿Diferente? Más bien exasperado; es una sorpresa que Anthony no me haya corrido de aquí todavía.
El señor Albert la contempló intensamente.
—Eres una gran enfermera con un buen corazón. Me recuerdas un poco a alguien que conocí en África.
—¿Cómo? ¿Usted estuvo en África?
Él se rio al darse cuenta de lo emocionada que parecía.
—Sí, hace un par de años, cuando era un vagabundo con los bolsillos vacíos pero la cabeza llena de sueños.
Candy perdió la noción del tiempo, embelesada mientras el señor Albert le platicaba sobre los meses que trabajó en un zoológico de Londres y cómo terminó en África, en ese continente que pintó su piel del mismo color que los rayos del sol y donde trabajó en una pequeña clínica.
Le habló de sus pacientes, de sus nombres y rostros, y de aquel día que tuvo que asistir en un parto complicado y cómo la madre prometió llamar a su hijo Albert en su nombre y le contó sobre esa enfermera que se parecía ella en su espíritu alegre y desinteresado.
Pudo haberlo escuchado durante hora, a no ser porque recordó algo de repente.
—¡No puede ser! —Brincó de su silla—. ¡Anthony debe estar furioso!
El señor Albert se rio, pasándole el libro por el que había ido a la biblioteca en primer lugar, y acercándole otro, con una expresión gentil.
—Este es para ti. Nunca es tarde para estudiar geografía, ¿y quién sabe? Tal vez algún día viajes a alguno de esos continentes.
Conmovida, Candy aceptó el libro.
—Muchas gracias, señor Albert.
No esperó respuesta del joven empresario, porque prácticamente salió disparada y corriendo tan rápido como su propio corazón.
En la recámara, Anthony la esperaba impaciente.
—¿Por qué te tardaste tanto?
—No encontraba el libro que me pediste —se excusó, reprimiendo una sonrisita que Anthony alcanzó a percibir.
—Estás muy contenta.
—Solo estoy emocionada —y después, murmuró para sí misma—. Creo que me gusta la geografía.
Notas:
¡Sobreviví! La verdad es que esta fue una semana un poco pesada ya que por fin comencé mi servicio social y aparte de lo académico, la vida no quiere darnos ni un respiro, ¿verdad? Les agradezco con todo mi corazón sus comentarios y buenos deseos en la universidad. Me preguntaron que carrera estudio, y quiero compartirles que en la primavera del siguiente año me convertiré en abogada, ¡yay!
En fin, aquí está este capítulo que ahora es de ustedes. Tal vez no es lo mejor que he escrito, pero lo hice con todo el cariño que siento por estos personajes y por ustedes, esperando hacer que sientan algo. ¿Qué les parece? Cada vez que me llega una notificación de algún comentario suyo mi corazón se llena de gusto, así que no se detengan, amo escucharlas, así fuera para decirme que odian la historia jajajaja.
Este es el capítulo 5 y quiero agradecerles por estar conmigo, a todos los que siguen esta historia o leen anónimamente, pero en especial a ustedes, que han sido mis constantes: Gabriela, Mia8111, Sincity12345, YAGUI FUN, Rosario Barra, chidamami, Elizabeth, Mitsukat, Roxy Btta, Kristie, Mercedes, fabaguirre167, Clint Andrewm Maripili, Kat Laurendeau Mordock-Chia, Isa, Maribel, Lucía, CandyAlbertLove, Melissa, mcvarela, AnohitoAlbert, Faviola R, aliandrew, Eydie Chong, Salgaby, Anel, Kecs, Miokat, Isa, Celis, Key, Z, Guest (todos los Guest que comentan en cada capítulo, aunque no sepa distinguirlos bien jajajaja).
¡Gracias, mil gracias y bendiciones a todas (y todos)! Gracias por estar aquí y seguir a mi lado, ¿nos vemos después?
Posdata: si no mencioné a alguien les pido perdón :( estoy un poco ciega y a veces se me pierden los nombres)
