Aquí vamos otra vez…
Anotaciones:
Éste es, en teoría, el capítulo más corto hasta la fecha. Debería de serlo, ahora sí que sí. Tal vez no debería de escribir esta introducción previo a la escritura del capítulo en sí, pero estoy casi completa y absolutamente seguro de que éste será un episodio muy reducido en comparación con los demás.
A paso lento nos vamos acercando a los hechos que interesan. Muy lento… pero ya falta poco para los primeros giros divertidos...
Disfruten.
Alerta: En esta historia se narran variadas situaciones que catalogan como contenido adulto y que pueden ser muy sensibles para algunos. Todas (o casi todas) cuestiones tratadas en mayor o menor profundidad dentro del juego Cyberpunk 2077, y que también se tocarán en esta ficción. Si has jugado al juego, sabrás lo que te espera (e incluso así puede que te sorprendas). Leer con discreción.
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Un Pacto con la Muerte
~~Introducción~~
Capítulo 8: El Emperador
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Una rumazón se anteponía a la cálida bienvenida de luz solar, reemplazándose con el desabrido gris que impregnaba hasta en la roca más recóndita del terreno, en el grano perenne de la arena, en el residuo proveniente del océano. Esto era lo normal en un lugar tan alejado, tan olvidado por la gracia del Señor como lo eran las costas orientales siberianas.
En sus vastas costas el sedimento marrón ceniciento se apilaba con el paso de las eras y de los imperios. Quién sabe si entre esos restos de tiempos pasados se encontraban, como un informe aliento pesado, moribundo, los recuerdos y los anhelos de soldados rusos, dispuestos a morir por su zar, que zarparon para la victoria contra Japón. Fracasaron rotundamente, muriendo penosa y miserablemente.
No aprendieron la lección, ni con casi dos siglos de ventaja: seguían zarpando a las tierras extremo orientales con esperanzas enormes.
Caminaba, agotado, exhausto por el nado kilométrico que entumecía sus brazos y piernas, pinchando con agudo dolor. Agradeció que su madre lo apuntó a natación de chico; de no ser así, quizás habría sido alimento para los mutantes vivos del mar del Japón. Un traje de buzo a medio descartar, solo conservando el neopreno azulenco, húmedo y corroído por las aguas sucias. Con pies descalzos el hombre rubio, tiritante, avanzaba. Atrás quedaba un tanque de aluminio con menos de la mitad de un tercio de oxígeno y unas patas de rana amarillentas con líneas verdes, siguiendo a las estrías que simulaba al animal. Fue lo primero que pudo conseguir, el apremio de salir sin ser detectado de ahí, después de un presunto accidente turístico.
Nadie se haría cargo de la muerte de Christoff Wiesław Dymny. No encontrarían su cadáver. Ni siquiera aquel viperino ente que le puso sus ojos, decenas de ellos, encima desde que desembarcó en la isla. ¿Podría ser esta una victoria, o al menos un empate, que contara para el bando de los rusos? Dudable. La impresión que obtuvo del temiblemente maniático Hellman fue la que su galardonado nombre auguraba, y a él no se le escaparía ni el espíritu de un muerto en el ciberespacio, o en el espacio como tal, orbitando Marte o Júpiter.
De un momento para otro, las drogas consumidas, los potenciadores y estimulantes, dieron el empuje final, gastándose, revirtiendo en el doloroso caer que significaba la insuficiencia por la dependencia, el organismo incapaz de subsistir de manera normal luego de la copiosa y excitante inyección. Sus piernas cedieron, las rodillas se clavaron en la arena. Manos miradas cual lejana y surreal película (los largometrajes que vinieron antes de las danzas) en un garito de mala muerte en Kiev, de tramas austeras y deprimentes que no le importaban a nadie y que solo estaban allí, de fondo, para acompasar el ritmo febril de una juventud en decadencia y una adultez en ciernes. La perseverancia de Alinoshka a la tentación, magreando su suave carne y admirando sus curvas con unción, declarándole su ferviente intención; iban a hacer el amor. El reproductor se detuvo.
Rodillas nuevamente en playa, manos reconocidas en propio sistema nervioso central. Los cinco hombres que lo apuntaban con sus rifles de asalto también se tanteaban reales. Liderados por Bartosz iban, parado en mitad con lo que supuso que era su viejo uniforme, demacrado y rehecho para la ocasión. El chaquetón lo abrazaba y lo resguardaba del frío, del cual recién reparaba él.
"Dymitri…" Dijo el hombre mayor con clara tristeza, casi esperando encontrar su cuerpo ya caído en desgracia, exánime, para evitar las banalidades de un discurso patriótico y emocional que justificara su inevitable devenir.
Dymitri hizo el ademán de levantarse, y un soldado, ataviado con chaquetón pardo, de civil, lo encañonó. En la distancia dos pares de camionetas negras, con vidrios polarizados, ruedas enormes. El dedo en el gatillo, listo para acabar con él. Pero el mandamás alzó una mano en gesto pasivo y, añejos, sus dedos de la otra se escondieron tras su chaqueta.
"Has fracasado." Sentenció Bartosz. Amarga determinación. "Ya no volverás a sostener un arma, chico. Ese es mi deber luego de tu fracaso." Bartosz sacó su arma, de un bolsillo interior. Una antigüedad: un revolver de tambor centelleante cual gema en el páramo grisáceo; la empuñadura madera roja.
"Si ha de ser así." Respondió Dymitri sin temblor, aunque con un pánico imperando en su interior. Apenas modulaba. Puede que aún estuviere atrapado en la sala de proyecciones, mirando su propia película, gritando, tomando todo el aliento y arrojando sus alaridos de subversión. Qué adolescente.
Disparo. Unas aves, antes indivisibles, revolotearon, alzando vuelo en la distancia. Blancas eminencias de paz, de un ascenso en libertad. O simplemente vertebrados voladores que en probable extinción se hallan. Dymitri poco podía decir cuando el corazón le latía tan veloz. Bartosz escondió el arma, dio una orden y los soldados encubiertos le respondieron bajando la guardia y recurriendo al protocolo de rescate. Rescate para hombres vivos. El casquillo de una bala sin objetivo en la arena, donde Dymitri se sintió reflejado.
Lo cubrieron con una toalla, le dieron agua y unas tablitas proteicas. Le inyectaron, y aquello aumentó todas las revoluciones de su sistema, volviéndose a la normalidad con calma. Alguno se enlazó con su biomonitor y debió de visualizar el estado de su ciberware porque de inmediato anunció una serie de implantes a renovar. O es que aquello es lo que le iban a quitar. Bartosz dijo, y no mintió, lo detectó en su tono, que él no volvería a sostener un arma nunca jamás. Sea lo que sea a lo que se refiera, Dymitri se dejó atender.
Cuando en la camioneta lo subieron, con el caluroso y sofocante aire de dentro, pudo hablar con su jefe por fin. Se sentía como un pájaro que enjaulado llevaba décadas, liberado. Ese fue el efecto del opresor neopreno que lo abrazó durante toda la ruta marítima, hasta arriba de epinefrina y otros compuestos más, de los cuales desconocía sus nombres y funciones, que le habían recomendado usar en este género de situaciones.
"Felicidades: has alcanzado el retiro, Dymitri." Le festejó Bartosz con amplio orgullo y diversión. Su bigote con el mechón canoso en la izquierda perfilado hacia Dymitri. Ya llevaba puesto un simple atuendo de pantalones y camisa blanca, zapatos negros y un abrigo largo. "No muchos lo logran."
"¿Por qué? ¿Cuál es la razón de haberme dejado con vida si mi función requerida falló totalmente?" Dymitri interpeló. La vasta nada lo único perceptible en Siberia por las ventanillas oscurecidas.
"Fue tu decisión." Bartosz dijo al momento que sacaba un cigarro, del mismo modo y con igual naturalidad que con la que sacó el arma casi ejecutora. "En un principio, era de mi total potestad el decidir qué hacer contigo una vez regresaras. Si es que lo hacías. La operación ha sido un desastre. De la niña no sabemos nada más que, sorprendentemente, sigue con vida. Pero aquí estás tú. Vivo."
"Aquí estoy yo. Y me pregunto por qué." Mirando al espejo retrovisor, Dymitri intentó reflexionar y adivinar las razones de Bartosz.
"Porque demostraste estar verdaderamente dispuesto para con la nación, camarada." Declaraba Bartosz dando las primeras caladas. "Tú, en vez de llorar y pedir clemencia de ningún tipo, aceptaste los mandatos de los de arriba sin pestañear. Porque ese es nuestro deber y nuestra obcecación: proteger al pueblo llano y a sus intereses."
Dymitri entendió que solo fue un capricho del veterano. Que no le daba la gana de matarlo. Aunque, si no hubiese caído en la ilusión cinemática… Ya daba igual, supuso. Ahora era un exespía soviético. ¿Qué le quedaba?
"Irás a Crimea en tu retiro. Aprovéchalo." El humo salió expulsado de los pulmones vetustos, y, si no fuera por los reemplazos cibernéticos, tremendamente cancerígenos. "Por cierto, ¿sigues saliendo con esa chica…?" El hombre mayor enjauló su mirada en el espejo retrovisor, la mayoría negra de su bigote visible para Dymitri. La mancha blanca continuaba. "¿Magdalena se llamaba?"
~~o~~
Hace quince días nevó en Japón, Tokyo. Una rareza digna de pedir deseos. Él pidió los suyos. Vaya uno a saber si se cumplirían.
Hace quince días la nieve cubrió, opacó el neón de Tokyo (aunque tampoco tanto: seguían en verano), luego de una tormenta que se parecía al escenario más cercano vivible de un cataclismo. A causa de ello se atrasaron los exámenes unos quince días; Arasaka tenía que mostrarse comprensivo y colaborativo frente a la catástrofe que fue para los más infelices y pobres. Se dio la misma noche en que él y Lucy entraron a la realidad paralela de una pasión de lunas. Cuando jugaron libremente, desamarrados de todas sus ataduras: prejuicios y miedos. Se podría decir que, por vez primera, dejaron entrever lo que en verdad aguardaba detrás de sus ventanales del alma. Los secretos en sus ojos.
Tampoco planeaba cruzarse esa misma tarde con un ghostrunner que lo salvara de un plausible arresto. Y eso que se suponía que el nido de aquellos se hallaba en California, al otro lado del Pacífico. Pero bueno, al menos pudo sobrevivir para contarlo, y ni Lucy ni Hellman se percataron. De momento, prefería contener el pequeño secreto.
Hellman entró a la sala de la habitación en su silencio habitual, como si no quisiera despertar a un dragón durmiente, dispuesto a robar un gran tesoro. Aunque allí no había muchos tesoros, no más allá de una luna y un viaje a una de éstas.
Conectaron sus miradas durante un momento. "¿Y Lucy?" Preguntó el rubio.
"Mirando a la Torre Arasaka, seguramente." Dijo Naruto cuando regresaba su vista a la ciudad, una costumbre que llegaba a su fin dentro de poco. O no, dependía de lo que Hellman decidiera hacer con él una vez fallara.
"Bien. Eso nos deja una ventana para hablar."
"¿De qué quieres hablar?" Naruto no demostraba lo realmente reflexivo que estaba. Sin embargo, su animosa careta se desfiguraba en una extraña solemnidad pacífica.
"De nuestro trato." Hellman sacó un cigarro. Fumaba mucho últimamente. Y puede que el «últimamente» sobrara. "Han ocurrido cambios. Bastantes y muy tajantes." El niño le obsequió la interrogante en forma de cejas enarcadas. "Debes de aprobar. No hay de otra."
"¿Por qué?"
"Lucyna corre peligro."
"¿Me estás coaccionando?"
"Ojalá esto fuera una de mis artimañas coactivas. Pero no; aquí estamos hablando de un tercero que nos quiere ver caer. Me quiere ver muerto, y mis derredores quemados." El humo se implantó en la sala, se despejó y se acopiaba en el perfil de Hellman como un halo de misterio. "Takeshi Kushinada."
"Takeshi… ¿Kushinada?" Las palabras salieron de la boca de Naruto como una lengua extranjera irreconocible. Kushinada.
"Es el padre de Lucyna. Biológico." Hellman esperó a que Naruto realizara sus conjeturas, en sus amatistas amontonándose decenas de sentimientos encontrados por la terrible verdad. Lucyna, en realidad, tuvo un padre. Uno muy deleznable.
"Pensé que Lucy era huérfana como yo. Pero…"
"Sí. Así es. Se podría decir que no nació huérfana, pero se crio como una."
"Pero… ¿por qué?" El niño sonaba confundido. "¿Qué clase de persona…?" el niño hallaba sus propias respuestas a preguntas sin ellas.
"¿Quién es este Takeshi Kushinada?" Un poco de ira se rescataba del infante. Quería saber si lo conocía de sus idas a las oficinas corporativas de Arasaka.
"Te has cruzado con él. El día en que llegaste al Matsubara. Un hombre de ojos mercuriales, casi siempre ataviado de trajes oscuros. Preferentemente azul marino."
Sus ojos se agrandaron. Sus labios se entreabrieron levemente. Luego, los dientes se apretaron y su faz demostró emoción veraz: cólera.
"Lo sabía. Olía a basura desde la otra esquina del planeta."
Naruto parecía estar analizando el qué hacer, cómo proceder ante su nueva situación. El chico ya le había afirmado que no quería participar en los exámenes, o que, si lo hacía, fallaría apropósito.
"Y supongo que ahora él, viendo en quién se ha convertido su hija, la quiere devuelta para él. Como un arma. Un objeto reutilizable."
"Sí." Dijo sucintamente Hellman ante sus dudas. "¿Qué harás?"
"¿Sí o sí tengo que aprobar?"
"Si alguno de los dos falla, yo perderé toda responsabilidad sobre Lucyna. Volverá con su padre biológico. Es una orden directa del emperador, Saburo Arasaka. Irrefutable."
Quedaron ahí, murió la conversación. Uno pensando en el modo de convencer a garrapatas corporativas, y él otro debatiéndose desaforadamente sus inclinaciones. Naruto quería defender a Lucy, pero Naruto no quería ser parte de aquello denominado como Proyecto Hydrotech.
La puerta se deslizó. Alguien más entró a la G59. Naruto se giró y la vio. Y no le podía fallar.
"Oh. Ya estaban hablando. ¿Interrumpo algo?" Lucy preguntaba, sus lavandas ojos se extrañaron por la inquietud, imposible de esconder, que parpadeaba en los iris del bermejo, en su postura.
Naruto demostró su insigne gesto apaciguador: sonrió.
~~o~~
Durante el camino Naruto y Hellman hablaron de bombas atómicas, bombas de precisión y de todo tipo de bombas en general. Parecía un chiste de mal gusto en el que Lucyna quedaba apartada como la niña que solo juega con muñecas. Cuando ella en realidad podría haber participado si hablaran de cualquier cosa, menos de bombas, de lo que desconocía e ignoraba bastante. En un momento se rindió e inició un intercambio ameno con Kristina, sentada a su lado, un tanto ocupada en sus quehaceres de secretaria. Hablaron pese a no tener demasiados temas en común, pero es que el vuelo se le podría hacer infinito si escuchaba otro nombre ridículo de artilugios explosivos de la Tercera Guerra Corporativa.
Hoy eran los exámenes de admisión de Arasaka. En el VA personal de Hellman, a velocidad de crucero, se movieron a unas instalaciones ubicadas en Chiba, según parecía para realizar reajustes y configuraciones finales a su ciberware, el de ella y el de Naruto. Les hicieron sentarse en unas sillas de netrunning y posterior a eso les conectaron cables a sus puertos. Sintió la liviandad y la tremenda potencia en sus corrientes de datos, como si las cosas de derredor entraran en un campo estático. Se sintió bien. La visión mejoró. Allí se enteró que Naruto poseía todavía sus ojos orgánicos; y se sintió más que bien pensando que él era incapaz de soportar dicho implante y ella sí. Lo burló un poco.
Después volvieron al VA para salir, ahora sí que sí, a los próximos exámenes, en la Torre Arasaka de Tokyo. El cuerpo de Lucyna tembló un poco; literalmente antes de ir fue que Hellman dijo que era allí donde se llevarían a cabo las pruebas, en una de sus salas imperiales de altos vuelos reacondicionadas para la celebración de iniciación de prominentes novatos prestos a dar grandes pasos.
Naruto, como siempre, ni se molestó por el hecho de poner un pie en Arasaka, en la torre que fue su sede histórica. Más bien aparentaba tener algo de pereza por tener que hacerlo. Lucyna no lo comprendía, aun sabiendo el áspero rechazo del Uzumaki por todo lo corporativo (que ella percibió en su charla íntima en suelo lunar y en otros tantos momentos), irónico considerando en dónde había acabado. Aunque ellos no tuvieran elecciones, como bien dijo él. Simplemente avanzaron para sobrevivir. Creía que, en definitiva, estaba en sintonía con lo que Naruto pensaba y por qué actuaba de las maneras en que lo hacía, y, tal vez, lo respetaba incluso. Podía concederle sus puntos en algunos aspectos, francamente.
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Los motores rompedores de la gravedad, manipuladores de ésta a su entera disposición, atenuaron su ímpetu con tal de descender y aterrizar. El espacio aéreo más concurrido que vio jamás, y el más elegante: todas máquinas de última generación, todas con el logo reinventado y simple de los Tokugawa para representar a la que, probablemente, era una de las familias que cambió el curso de la historia japonesa, y la del mundo. Procedía azorarse, de manera inevitable.
Cuando pisó el suelo hormigonado del nivel bajo, con césped verde decorando los alrededores de los caminos pavimentados que llevaban a la torre principal, Naruto le posó una mano en el hombro y le ofreció una sus características sonrisas. Él confiaba en ella, y se lo hizo saber. Ella, contrariamente a cómo lo habría hecho antes, no denostó el aliento del bermejo con su clásica acritud. Eran un dúo de corredores, compañeros. La aceptación de ello fue un paso tan importante como difícil, pero ya lo había dado.
Para no llamar demasiado la atención sobre ellos, o tal vez para que los niños admiraran al detalle la tremenda estructura adónde podían llegar si se esforzaban lo suficiente, Hellman decidió que irían a su destino desde la planta base de la torre. Alertó que no se alejaran y perdieran. También dijo que no se angustiaran en demasía: es una construcción, titánica, pero una construcción al fin y al cabo. Lucyna no se convenció del todo. Para ella significaba muchísimo. ¿Cuántas noches soñó con siquiera acercarse a estos terrenos? ¿Cuántos dolores traspasó para finalmente acometer sus fieles deseos, incambiables, inalterables aspiraciones?
Plantados unos árboles verdes en las cercanías a la entrada, con hojas acariciadas tiernamente por rayos soleados. Dos torres imponiéndose en su magnífica gloria que a cada paso se agigantaba, tomaba mayor cantidad de cielo como sus dominios imperiales. Ese negro satinado de los indefinidos ventanales, tanto en número como en tamaño, meramente inmensos. El logotipo retroiluminado, que llevó a preguntarse Lucyna cómo se vería de noche, sin la luz natural del sol que engullía su artificialidad.
En las puertas acristaladas esperaba un escuadrón, con los mismos atavíos que cuando Naruto tuvo que ser rescatado tras el golpe último del neurovirus vencido, que se exponía allí de un modo de advertencia, o puede ser porque los días movidos de la catástrofe climatológica impulsara ataques terroristas a Arasaka, queriendo aprovechar la confusión y el caos del momento, disfrazándose en la calamidad para lastimar a los indolentes corporativos que contemplaban la desgracia desde salvaguardadas alturas de marfil y ónice. Quién sabe.
Ni hizo falta que los registraran, viendo a Hellman, y comprobando que es él a través de un código insospechado de miradas y someras palabras, dejándolo pasar como a un invitado de honor en una gala donde él era la estrella absoluta de la festividad, sus acompañantes recibiendo igual trato. En la brevedad, ya estaban dentro de la antesala corporativa, donde escalonados bloques negros en diagonal descendían en la arquitectura ornamental, dejando una rendija muy disminuida sobre un altozano que subía metro y medio desde el suelo. «Arasaka» escrito con letras físicas de metal lustroso cual diamante. Interrumpido el ancho camino por la megaestructura, a los costados dos pasillos para continuar.
En el fondo, en la zona de ascensores, entrevisto por las pasarelas de barandillas de cristal antibalas, un cartel que ponía «We are the future» en un cielo azul, despejado, intercalándose entre kanjis japoneses e inglés el prometedor mensaje. En el salón que era el núcleo de la corriente de trajeados, su caminata al ascensor fue detenida por el llamado de atención de un jovial y amistoso hombre. Uno con un traje de azul marino profundo, imitativo de una fosa inhabitable de mares corrompidos. Una marca de ciberware prominente en el mentón, pentagonal y plateado, y cabello azabache peinado con delicadeza. También con unos ojos del color del mercurio muy difíciles de omitir, de no rememorar.
"Un placer verlos de nuevo." Dijo el hombre, acercándose. Se paró delante del dúo de corredores, Hellman entre ambos, detrás.
Lucyna no lo detectó, pero Naruto se puso alerta. Hellman igualmente. Kristina los había dejado al apearse del VA, quedándose arriba de éste porque tenía tareas que cumplir.
"Takeshi." Respondió Hellman con no demasiadas ganas de hablar, no precisamente con él. "No pensaba encontrarte hoy."
"Supongo que así es. Pero, sin embargo, no podía reprimir la necesidad de pasar a saludar a un viejo colega." La confianza exudaba del hombre moreno, muy alegre. Un subliminal mensaje en sus labios. "Trabajamos en la misma empresa desde hace décadas. ¿Qué hay de malo en saludar?" Bajando el foco del mercurio inamovible, observó al par de niños con uniformes de corredores, con unas chaquetas con emblemas dorados de la corporación. "Además, he oído sobre tus jóvenes prodigios. Ustedes, ¿me recuerdan?"
"Eres el hombre que…" Naruto comenzó a responder, en blanco unos instantes. "…conocimos cuando llegamos al Matsubara. Tuvimos una charla olvidable."
"Así es. Y hubo otras cosas no tan olvidables." Dijo mirando a la peliblanca, quien se tensó un poco, sonrojada y abochornada por lo acontecido y la pillada in fraganti, apretando al Uzumaki.
A la mente de Lucyna arribó la situación cuanto menos curiosa en la que el hombre frente a ellos los atrapó. Se llamaba Takeshi. Lo supo recién. Su porte le mostraba la amabilidad de aquella vez. No se asemejaba a lo que algún mal hombre sería para ella. Aunque las apariencias engañan, y el peliescarlata a su costado fue el vivo ejemplo de eso.
"Pero, como sea, quería pasar a desearle buena suerte a tus muchachos."
"Gracias. No era necesario." Si uno lo conociera lo bastante, diría que Hellman no lo agradecía en verdad. Y un tonto no muy avispado puede que lo percibiera también. Alguien crédulo, no.
"Sé que era perfectamente necesario. Hay que inspirar a la legión de jóvenes hambrientos de gloria que mañana nos comerán, derribándonos de nuestros puestos en torres marfiladas. El rigor nos ayudará a trabajar mejor, a mantenernos al día." Takeshi, queriendo obtener un tacto de quien verdaderamente fue su hija, se acercó, plantándose delante de los niños. "Y nada mejor que foguear a futuras generaciones tan prometedoras. Me conmueve. Este ciclo."
Pretendió apoyar sus manos en los hombros de ambos pequeños, sin ver venir el agarrón fuerte, demasiado fuerte para un niño, del bermejo que obstruyó su siniestra mano dispuesta a tocar a Lucyna. Lucyna Kushinada. Le arrugó la manga del traje e, inclusive, le dolió ligeramente.
"No te lo recomendaría, Takeshi-san." Dijo el niño con una mueca amistosamente peligrosa. "No a todos nos gusta el contacto físico con desconocidos. Sepa entender." En sus ojos, en sus gemelas amatistas escondidas las dagas amenazantes que amputaban en el cuerpo del moreno con desparpajo, con osada fiebre arrasadora, saboreando en labios la sangre victimaria.
Allí y solo allí Takeshi comprendió lo realmente especial de Naruto Uzumaki, un niño-animal que con feroz determinación y fría letalidad protegía a su manada, a sus seres queridos. No era el primero de su especie que conocía, sí el primero que lo dejaba tan enclenque con las palabras, tan fuera de lugar. Prefirió retirarse.
Takeshi se irguió, se ajustó la chaqueta, inclinó la cabeza en reconocimiento y disculpa. "Mil perdones, Naruto-san, Lucyna-san. No lo contemplé de ese modo. Lamento haber podido generar una incomodidad."
"No hay de qué. De los errores se aprende." Dijo el ufano carmesí, escondiendo sabiamente el colmillo venenoso que asustó a la permutable serpiente de mercúrica mirada.
Fuera de la trifulca indivisible, Lucyna apreció la preocupación de Naruto por su retraimiento, pese a que encontró innecesaria tal abrupta acción para «defenderla». Pero le agradeció.
"De los errores se aprende." Repitió Takeshi. Devolvió un vistazo a Hellman, recuperando el control del momento. "Debes de estar orgulloso." Le dio una palmada al rubio cuando se iba, de pasada le susurró algo ininteligible para el par. Naruto lo seguía cercanamente, parado, atisbando cual cazador en amenaza debajo del divertimento superfluo.
Emprendieron a destino sin mucho decir. Se dirigieron a un ascensor de preciosas y pulidas puertas. Sin marcas y sin chicles pegados de hace siglos en el pad, nada de pinturas en aerosol, capa tras capa, superpuestas. Hellman dictó el piso mentalmente.
"¿Quién era?" Interrogó Lucyna a su responsable, subiendo plantas. El rubio la fijó.
"Un corporativo de Arasaka tan añejo como el vino…" Advirtió Hellman, palpando un bolsillo donde mechero con inscripciones en japonés se sacudía.
'Pero no tan bueno como éste.' Terminó en su fuero interno la frase.
Cuando el metal pulido se deslizó, del otro lado esperaba una pareja que anunciaba en dónde se encontraban. Hombre y mujer. Una mujer con cabello recogido en un moño, un simple vestido blanco sin hombros que abrazaba su delgado cuello, dedos cromados de oro inmaculado. El hombre de hirsuto pelo negro, camisa a rayas azules, celestes y blancas; chaleco y pantalones negros, lentes sobre su faz de nariz y boca prominentes.
"Yorinobu-sama. Hanako-sama." Hellman realizó una rápida y consuetudinaria reverencia que el japonés de alta escala promedio bien agradecería.
"Hellman." Dijo, o prácticamente ladró por lo bajo, Yorinobu. Patente desprecio, así como el flagrante acento japonés de alguien que apenas sabe de la existencia de los chips de idioma, o de la existencia de un idioma aparte del nipón. Pareció ser reprendido por la mujer que lo acompañaba, con el brazo entrelazado nupcialmente. Cuestión de etiquetas.
"Hellman-san." A su vez saludó con dedicado respeto Hanako, intentando ser lo más cordial y amable posible. "Un placer." Sus palabras tan fluidas y naturales como la cristalina agua de un arroyo artificial.
Hellman les dio el empujoncito necesario a los jóvenes, quienes se quedaron estupefactos (Lucyna no podía creer a quiénes veía y Naruto quedó hechizado ante el pésimo estilo de la elección de conjunto del presunto heredero de Arasaka), palmeando sus espaldas, para que estos se decidieran a avanzar, cayendo en la nada el encuentro. Así seguirían su sendero predestinado sin molestarse en reparar en lo transcurrido.
Se fueron y la pareja partió, en ascenso; ellos, Hellman y sus corredores, ya casi llegaban a destino.
En unos espacios amplios de suelos intercalados de madera y metal niquelado, con maceteros hexagonales y tremendos con plantas irrealmente verídicas, tras unos escalones gemelos, en el medio el omnipresente logo de Arasaka en blanco pulcro, y unas puertas automáticas, iguales a todas las anteriores, los esperaba en una amplia sala, previa al destino final, un hombre que difícilmente uno no reconocería al milisegundo.
Cuatro pilares de neón, que se asimilaban como baterías de varios pies, con cableríos incrustados expulsados de entre cuanta rendija tuviera, metiéndose devuelta en el suelo por conductos en teoría ocultos en el suelo (recientemente modificadas las conexiones de la zona. Quizá una medida para acondicionar el lugar de las pruebas), en el sendero marcado por neón blanquecino, encauzado en paralelo a ambos lados por pintura negra. Escaleras metálicas que llevaban a salas de control. Sin dudas el sitio que menos elegancia pregonaba, aunque ello se arreglaba con la eminente presencia en horizonte aproximante.
En mitad del camino, allí estaba parado, visualizando a la gente pasar, el emperador de Japón, como si nada extraño aconteciera, como si fuera un oficinista cualquiera de la vasta edificación, cual mero oficial controlador. Naturalmente, Hellman se rectificó en su pose de empresario, doblegándose ante la máxima eminencia. Saburo Arasaka le reconoció y lo saludó cálidamente, como a un hijo bienvenido. Los que lo escoltaban, un hombre trajeado de pelo largo atado, con cibernética destacable para la vista subiendo por su cuello, y uno de gafas de montura negra, moreno con flequillo, se pararon mirando desde un lado las interacciones de su señor. Quedaron entremedias de Saburo y Hellman el par de niños. El hombre y el anciano intercambiaron menudencias, aunque era conocido para Hellman lo que probablemente hacía Saburo ahí. Justo cuando se perpetraban las pruebas de admisión al Proyecto Hydrotech.
"Estos deben de ser tus muchachos." Afirmó más que preguntó mientras desentrañaba con experiencia al par curioso: un pelirrojo y una albina. "Naruto Uzumaki y Lucyna Kushinada, ¿verdad?"
Lucyna asintió rápido, nerviosa, incapaz de concebir el por qué estaba en presencia de Saburo Arasaka de la noche a la mañana, sin escalas de por medio, o sin demasiadas si contaba como una el cruzarse con los hermanos Arasaka hacía unos minutos. En su lugar, Naruto se rascó la nuca como un idiota y la mueca de fulgurosa diversión hizo temer a Lucyna.
"¿Así que sabes mi nombre…, abuelo?"
No creyéndoselo, Lucyna tuvo que contener el impulso salvaje, repentino, de enterrar la cabeza hueca del retardado Uzumaki doscientos metros bajo tierra tras su injustificada y procaz afrenta a una de las personas que podrían literalmente hacerlos desaparecer de la existencia. La incredulidad era tanta que realmente se cuestionó si no fue una pesadilla.
Hellman tragó un suspiro y resistió la predisposición a fumar, pero es que Uzumaki realmente lo obstaculizaba y lo sorprendía a partes iguales. Qué imberbe y solemnemente idiota podía ser un niño a veces, y Naruto peor.
El anciano no se mostró ofendido, quizá no viéndolo venir de un renacuajo pelirrojo. Sus guardaespaldas eran todo lo contrario, al menos uno de ellos: el de negro cabello atado frunció el ceño con gravedad ante la ofensa de llamar «abuelo» al líder de la corporación, dispuesto enseñarle al enano bermejo a respetar a sus mayores, y aún mejor a quienes se lo merecían con creces. Sin embargo, Saburo alzó una mano pacificadora, mandante, a él, diciéndole que no interviniera. Se atragantó con el deseo de aplastar esa sonriente soberbia del Uzumaki.
"Así que soy un abuelo, Naruto-kun." Dijo el hombre de avanzada edad con aparente indiferencia, le apoyó una palma pesada al hombrito de niño. Naruto admiró aquel miembro como si escondiere un secreto trascendental para la resolución de un misterio milenario. Lo tocó, sin pedir permiso, sin siquiera inmutarse por lo que fuera que pudiera hacerle aquel hombre vetusto si es que se tomaba de un modo muy personal su desmedida insolencia. Pero a Naruto, como es característico de él, poco le importó la autoconservación. ¿Qué era la autoconservación?
"Un cromo muy pesado, y posiblemente muy único. Me pregunto en qué batalla la habrás conseguido." Naruto consultó casi sin esperar réplica del halcón guerra.
"Ocurrió en el 42 del siglo pasado." Charló Saburo con el niño, detentaba apatía. "Estaba entre los pilotos de Zero, escoltando a unos bombarderos, cuando fuimos asaltados en el aire por varios Grumman, americanos. Rompimos la formación, y en el momento que iba por mi segunda baja del día, unos proyectiles me destrozaron el brazo y astillas de metacrilato y metal se colaron en mi ojo." Señaló uno de sus ojos que en su alrededor había una cicatriz. "Volví medio consciente a mi cuartel para realizar el respectivo informe."
"¿Tienes más de cien años?" Naruto alzó las cejas, sorprendido, un gesto lúdico incapaz de esconder. "Entonces creo que sí eres un abuelo. Un abuelo cuasi mitológico."
Hellman preparó el discurso de disculpas por las irremediables y continuadas incorrecciones y faltas de respeto de Naruto. Por suerte, previsualizó algún escenario similar en donde Naruto se enfrentaba a alguien, pero ese alguien no pensó que sería Saburo en específico. No obstante, no tuvo que hacerlo.
Audiblemente, Saburo soltó una carcajada entretanto palmeaba la cabeza bermeja de enmarañados cabellos. Esto descolocó a todos los presentes. Lucyna con los ojos como platos; Hellman no era menos incrédulo, aunque no se lo notaba tan alterado. Los guardaespaldas bajaron la guardia, sobre todo el de ciberware prominente, que suspiró en relajación; si su señor admiraba y le producía gracia la arrogancia del destartalado pelirrojo, no existían problemas.
El bermejo rio un poco, pese a estar inseguro de qué le causaba tanta diversión al emperador de Japón. Éste se movió a un costado, abriendo paso a los muchachos.
"Adelante, jóvenes. Arasaka espera grandes cosas de ustedes." Enfocó a la joven Kushinada, y ella se estremeció profusamente.
Los niños se adelantaron y entraron a la sala de pruebas. Hellman caminó, pero se paró justo a un lado del emperador. "Espero que no le haya ofendido los dichos de mi joven pupilo." Dijo.
"Descuida, Anders-kun. No me ha ofendido en lo más mínimo." A Saburo se le notaba una chispa lo bastante poco común como para que a Hellman le produjera turbación, lo tensara. "Tenías razón: él es muy especial. Uzumaki es tan singular como una nevada veraniega, y si no lo supiera mejor, diría que él es una en sí. Qué rarezas que tus sentidos detectan." El emperador sonreía, Naruto consiguió su congracia en menor tiempo que cualquier otro.
Naruto y Lucyna siguieron hasta unos salones enormes donde estaban decenas de corredores, con uniformes parecidos a los suyos, algunos también con la marca dorada en el pecho, esperando, enfilados, al inicio de los exámenes para ser admitidos en la corporación más grande y poderosa del mundo, con el inocente sueño de ser uno de sus afamados corredores.
El dúo dinámico, de cabezas roja y blanca, se alineó con los demás. En la segunda fila de la izquierda, en mitad un camino alfombrado lumínicamente con neón implantado debajo del suelo. Lucyna permaneció con la vista recta, tratando de digerir su antológica reunión con el ente vivo más famoso del planeta. Sus párpados, pintados de rojo coral, apenas se movían del shock. En cambio, Naruto ya estaba charloteando y engatusando a un nuevo sujeto, corredor, que iba a realizar las mismas pruebas que ellos y que inmutable se mostraba al costado de Naruto.
"Hola." Susurró el bermejo, repitiéndose (antes lo ignoró al completo). "¿Cómo te llamas?" El chico, un moreno con iris aguamarina, de similar peinado que Naruto, solo que no tan rebelde como el de éste, quiso evadirse de la conversación en un principio. Pero ante la perseverancia de Naruto no hay quien resistiese.
Postró su vista sobre el sobreexcitado niño pelirrojo, más allá una albina nipona bastante llamativa. "Karl." Respondió, lacónico. "Mason Karl." No era tan seco en el trato como cabría esperar de alguien que finge no oír cuando le hablan, al contrario, sonaba amigable pero reservado.
Si Naruto tuviese que apostar, diría que era estadounidense, sin temor a equivocarse. Quitando sus rasgos y manera de hablar, tenía ese algo que lo hacía desentonar en el ambiente. Un aura, un nimbo delator.
"Naruto. Uzumaki Naruto." Se tendieron la mano, saludándose; aún no había comenzado el acto ceremonial que daría por iniciado el examen, por lo que podían distraerse un rato con las formalidades. El chico era, efectivamente, de NUSA, en concreto de Nueva York. Venía de aprobar una convocatoria anterior en su país de origen, que lo posicionaba como alguien aceptable, servible para la megacorporación.
Al frente de ellos una niña rubia los miró de soslayo, clavó su rosado sílice, que definía muy bien sus pupilas negras, en la forma del pelirrojo. A Naruto le pareció muy linda. A la izquierda de ella un par de pelirrojos, menos flameantes y llamativos que Naruto, que se asemejaban tanto que podrían ser gemelos, hermanos por descartado. Atrás, en la tercera fila, una niña japonesa que le musitaba algo a un niño grandote de cabello muy corto y rubio, casi ceniciento. Por allí se veía a alguien de Asia Oriental, probablemente de los subyugados por el corporativismo chino, explotados indiscriminadamente por éste (y ni tanto como con los extintos uigures).
Nadie reparaba especialmente en ellos; eran todos bastante pintorescos, muy disimilares unos de los otros. Es lo que tenía juntar jóvenes de todo el mundo para ser «salvados» de su miseria; personas como ellos se contaban por miles. Naruto se dio cuenta del estadio de Lucy, le apoyó diciéndole que era la mejor, y que él había prometido ayudarla a cumplir sus metas. Terminó sonrojándola. Al menos, le quitó el nerviosismo de encima. La niña rubia del frente ahora delineaba hacia arriba la línea de sus labios, penetrándolo con los cuarzos rosados, descarada. De repente, se sintió ahora él en apuros. Pero, ¿por qué? Uno nunca sabe. Trató de centrar sus pensamientos para difusas sendas.
Después de aprobar, les esperaba una deliciosa cena en Madrid. Hellman lo prometió, como Naruto prometió hacer realidad todas las esperanzas de Lucy.
…Continuará…
~~x~~
Anotaciones Finales:
Por fin he escrito un capítulo con una duración menor a las 20k palabras, e inclusive uno menor a las 10k. Estoy feliz. Editarlo fue un placer, y no una tortura indefinida. Aunque tampoco es que me lo pase tan mal con los capítulos largos, simplemente me dan ganas de seguir escribiendo y comienzo a redundar en lo que supuestamente solo tengo que editar. Cosas que pasan.
De cualquier modo, esto a nadie le interesa.
Gracias por leer esta infame ficción (si es que sigues pretendiendo esperar algo de esto y, por lo tanto, continuas la lectura). Ojalá nos veamos pronto.
Adieu.
