FAMILIA
𝐃𝐢𝐚 𝐭𝐫𝐞𝐬, la Azucena: En el lenguaje de las flores se considera un símbolo de la unión familiar y la armonía, ya que sus flores se unen en un solo tallo, representando la unión de las miembros de la familia.
"Una familia no tiene que ser perfecta. Está conformada por un conjunto de eventos y sentimientos entre sus integrantes. Una familia no se basa en los lazos de sangre, sino en los lazos afectivos entre las personas que la conformaban, independientemente el género. Una familia tiene que ser considerada como un puerto seguro donde siempre se pueda regresar. Y tanto Shota como Hizashi están completamente de acuerdo en convertirse en una familia de verdad para poder proteger a su pequeña hija."
La noche se extendió como un manto oscuro salpicado de estrellas, con la luna llena brillando suavemente sobre el firmamento. Afuera, el murmullo típico de los estudiantes había sido reemplazado por el de las cigarras, presagiando ya la próxima temporada de lluvias. Aizawa sonrió un poco, al menos aquella noche parecía tan tranquila que le reconfortaba el alma, sobre todo al presenciar el semblante relajado que Eiri demostraba mientras dormía. Desde que Midoriya había hablado con ella referente a su don, había notado que la niña se había tranquilizado y tomaba las cosas con más calma. Aún le parecía una atrocidad que alguien tan pequeño, que debería de preocuparse solamente por aquello a lo que los niños hacen felices, tuviera que haber sufrido tanto.
Las múltiples cicatrices que rodeaban todo su cuerpo eran un recordatorio constante de todo lo que le había tocado vivir. Que pudiera sonreír a esas alturas y que aún conservara su inocencia era algo por lo que estaba infinitamente agradecido. Cuando aceptó convertirse en su tutor legal, nunca había llegado a imaginar que conseguiría sentirse de aquella manera. Cada día descubría una serie de nuevos sentimientos a los que no estaba acostumbrado. Sentimientos que nunca pensó que podría desarrollar por alguien, sobre todo esos sentimientos de protección y cuidado que Eiri despertaba en él. Porque sabía que sin importar las consecuencias haría lo que fuera necesario para poder preservar aquella pequeña sonrisa.
A veces, cuando su pesimismo le ganaba a su cordura, se preguntaba si en verdad podía sentirse con derecho para pensar de aquella manera. Pero, bastaba con ver a Eiri y sus ojos brillantes, expectantes de sus explicaciones, de la manera tan inocente en la que veía al mundo para que esos temores desaparecieran por completo. Se estaba encariñando bastante con la idea de convertirse en el padre de aquella niña, o al menos lo más cercano a una figura paternal que pudiera ofrecerle, lo sabía. Como también sabía que era un arma de doble filo, después de todo, ¿qué haría si en algún momento su abuelo despertaba de aquel coma? Entonces todos esos sueños le serían arrebatados y su alma quedaría por completo destrozada. Pero ¿cómo no amar a esa niña como a su hija?
Hija.
Tan solo pensar en decir esa palabra en voz alta llenaba a su corazón de una inmensa calidez y le resultaba imposible no sonreír ante la ilusión de que algún día aquella niña se sintiera con la confianza suficiente como para decirle papá. Tal vez era un sueño algo tonto, pero en verdad esperaba que Eiri en algún momento pudiera verle como su familia. Un ligero suspiro escapa de los labios del azabache mientras termina de arropar a Eiri. El silencio de la habitación, interrumpido solamente por los suaves suspiros y ronquidos infantiles que hace la niña, le resultaban reconfortantes. Sabía que las pesadillas que habían estado atormentado a la pequeña se habían ido hace mucho tiempo, algo que le alegraba. Verla sanar cada día, reconfortaba a su pobre corazón. Era tan pequeña y aun así poseía una fortaleza que ningún adulto poseía. Varios se habrían dado por vencidos fácilmente, pero Eiri había decidido levantarse una y otra vez. Agradecía enormemente que así fuera.
Con un beso sobre la frente de la pequeña, un gesto que había adoptado fácilmente para poder desearle dulces sueños se apartó de la cama, no sin antes asegurarse de dejar encendida una pequeña lámpara con forma de un oso de peluche que le otorgaba a la habitación una tenue y agradable iluminación. Afuera, apoyado contra el marco de la puerta se encontraba Yamada, mirándole con una sonrisa tierna que provocó que las mejillas de Aizawa se pintaran de un tenue color carmín. Aizawa agradeció la ligera oscuridad de la habitación, esperando que Yamada no notara lo que era capaz de provocar en su persona con tan solo su presencia.
— Hola, Shota. — Mencionó el rubio con una voz suave, haciéndose a un lado para permitirle al azabache abandonar la habitación y que así pudiera cerrar la puerta.
— Hola. — Respondió con su habitual tono desinteresado, aunque bastante curioso de la presencia del rubio a esa hora. — ¿Hoy no hiciste tu programa de radio?
Una pequeña sonrisa comenzó a dibujarse en el rostro de Yamada mientras se colocaba enfrente del pelinegro. Sus manos colocadas estratégicamente en su espalda, como si quisiera ocultar algo. — No sabía que te supieras mis horarios, Shota.
Aizawa blanqueó con suavidad sus ojos. — Me voy. — Susurró, intentando con todas sus fuerzas que el sonrojo en sus mejillas no quisiera regresar. Porque sí, no solo se sabía sus horarios, sino que también solía escucharlo mientras leía algún libro. Aquella era una actividad que disfrutaba hacer antes de dormir, una que nunca aceptaría en presencia de aquel rubio.
— Espera. — Mencionó el rubio con un cierto tono de desesperación en su voz, deteniendo a su amigo al tomar su muñeca con una mano. Después suspiró un poco antes de volver a sonreír. — Te traje un obsequio. — Continuó, poniendo frente al azabache un ramo de flores.
Aizawa parpadeó sorprendido ante el inusual regalo, no pudiendo evitar ahora sí el sonrojarse con ligereza mientras tomaba el ramo. Abrió la boca para hablar, pero al no poder hacerlo simplemente la volvió a cerrar. Observó las flores por un momento, luego a Yamada una vez más, así sucesivamente en un par de ocasiones más. — ¿Azucenas? — Preguntó mientras llevaba las flores a su nariz para poder apreciar más de cerca su agradable aroma.
Yamada llevó su mano libre a su nuca en un gesto nervioso mientras alborotaba su cabello. Su otra mano mantenía sujetando con suavidad la de Aizawa. El pelinegro nunca lo había visto tan nervioso en su presencia. — Sí, bueno… — Dudó un poco, tan solo un par de segundos antes de animarse a continuar hablando. — Tu sabes que existe el lenguaje de las flores, ¿verdad? — Aizawa asintió con ligereza, no entendiendo demasiado el punto del rubio. Sí, conocía que algunas personas les daban algún significado en especial a las flores, pero realmente no conocía dichos significados. — Bueno, las azucenas son consideradas como un símbolo de la unión familiar y la armonía. — Continuó ante la expresión estupefacta de su mejor amigo, adorando ese sonrojo cada vez más notorio que se extendía por sus habitualmente pálidas mejillas. — También sé que eres consciente de mis sentimientos por ti, nunca he sido muy discreto que digamos… y quiero suponer que no te desagrada mucho la idea. — Se acercó un poco más al pelinegro para poder acariciar con el dorso de su mano, la mejilla ajena. Aizawa simplemente no podía estar más sorprendido. ¿Aquel cosquilleo en su estómago eran nervios, quizás? ¿Cómo era posible que Yamada pudiera ponerlo tan nervioso? ¡Era un héroe profesional que se ha enfrentado innumerables veces al mal! ¿En serio se ponía tan nervioso ante lo que creía era una confesión? — Y sé que la pequeña Eiri se ha convertido en una parte importante de tu vida, te he visto como la miras y cómo la tratas, ella es tu hija, Shota. — Susurró, acercando sus labios al oído del pelinegro, reprimiendo una sonrisa cuando notó la piel de aquella zona erizarse. — Así que… permíteme estar a tu lado y ser parte de tu familia. Permíteme ser tu compañero, apoyarte… no, apoyarlos en todo lo que necesiten. Permíteme convertirme en tu pareja para que podamos criar juntos a esa pequeña, protegerla y hacerla feliz por el resto de nuestras vidas. ¿Qué dices?
Aizawa agachó la mirada, sintiéndose abrumado por todas las palabras que Yamada le estaba diciendo, por su cercanía, por la manera en la que su corazón parecía querer salirse de su pecho y por el sonrojo que para esas alturas ya cubría su rostro por completo. De manera inconsciente apretó el ramo de flores contra sí mismo, no sabiendo cuál era la mejor manera de controlar todos estos nuevos sentimientos. ¿Yamada había cancelado su programa de radio de esa noche solamente para poder confesarse? ¿Él que amaba tanto su programa? De alguna manera aquello le hacía sentir felicidad. Se sentía especial. Levantó la mirada solo para encontrarse con aquellos ojos verdes, mirándole aún con aquel cariño, pero también con cierto temor. Yamada le había abierto su corazón y no solo eso, no lo quería solamente a él, quería formar una familia con él y Eiri. — Digo que… tendrás que levantarte temprano porque a Eiri le gusta desayunar panqueques con fresa en las mañanas y leche con un ligero toque de chocolate, no mucho porque después tendrás a una niña con exceso de energía todo el día. — Yamada rio con suavidad mientras rodeaba la cintura ajena con cariño. — Y… también café, yo no puedo salir a dar clases sin una taza de café antes.
— Panqueques, leche con poco chocolate, café… anotado. — Mencionó Yamada con diversión, susurrando una vez más en el oído del azabache, deleitándose también con su aroma. — ¿Eso es un sí? — Preguntó, dejando un efímero beso sobre la piel de la mejilla caliente del que se estaba convirtiendo en su pareja.
Aizawa suspiró, llenándose de valor para finalmente asentir lento. — Sí. — Respondió finalmente, esperando que Yamada no fuera capaz de escuchar los fuertes latidos de su corazón.
— Gracias, Shota. — El rubio se apartó un poco solamente para poder apreciar los ojos de Aizawa antes de eliminar por completo la distancia entre los dos y así poder capturar los labios del azabache con los propios en un beso lento, dulce y cargado de todo el amor que sentía por aquel pelinegro que poco a poco se había adueñado de su corazón desde que eran unos simples adolescentes.
A fin de cuentas ¿qué era una familia? Una familia no tiene que ser perfecta. Una familia no se trataba solamente de lazos de sangre. Una familia se trataba de un conjunto de risas, ilusiones, sueños, pero también de lágrimas, temores compartidos, desafíos. Una familia estaba conformada por compromisos y promesas que mantenían unidos a todos sus integrantes. Una familia era amor y confianza. Quizás ni Shota o Hizashi compartieran sangre con Eiri, pero estaban dispuestos a sacrificarlo todo por protegerla, de amarla hasta el último día de sus vidas. Y Eiri no necesitaba nada más que eso para ser feliz.
Este escrito participa en la semana FlowerWeek 2025 organizada por las páginas de Facebook Little Star y Maleja-chan.
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