—¿Tiffany o Cartier? —ladea su rostro con duda mientras observa su mano— Aún no decido de dónde prefiero mi anillo...

—¿Ese no es el trabajo del novio? —menciona Himawari leyendo la revista en sus manos.

—¿Y de verdad crees que Kawaki se va a tomar el tiempo de ir él mismo a conseguirlo? —resopla con resignación— Aprendí que con tipos como tu hermano debo tomar la iniciativa.

—¿Entonces sólo le dirás el anillo que quieres y ya? —pregunta enarcando una ceja- Es lo menos romántico que he oído.

—Él no es del tipo romántico, jamás gritará una confesión de amor a los cuatro vientos o se pondrá de rodillas por alguien. —se encoge de hombros— Estoy bien con eso, siempre y cuando me dé mi lugar como su prometida.

Eso hizo que Himawari levantara la vista de la revista para mirarla y vio que Sumire tenía una mueca de disgusto en la cara.

—¿Lo dices por lo que sucedió en el hospital?

—¡Sigo sin creer que se haya comportado así! —espeta indignada— ¿Por qué parecía tan desesperado por ver a esa chica? Se supone que nunca tuvieron nada serio, pero parecía...

—No volveré a intentar comprender lo que sucedió entre ellos. —interrumpe la pelinegra sacudiendo la cabeza— Y tú tampoco deberías, no querrás llevarte más disgustos.

La pelimorada se cruza de brazos con irritación.

—Lo único que debería importarte es que mi hermano se casará contigo. —suspira, devolviendo la mirada a la revista— Serás su esposa ante la ley, así que ninguna otra tendrá relevancia en su vida.

Eso pareció tranquilizarla, pero aún tenía esa sensación en el pecho que le impedía dejar el tema por la paz. Lo que había sucedido en el hospital no era normal. Kawaki nunca se esforzaba por ver a nadie.

—¿Crees que está enamorado de ella? —frunce el ceño— Porque si es así, no sé si pueda competir con algo como eso...

La ojiazul se tomó unos segundos meditando su respuesta para finalmente negar.

—Mi hermano no ama a nadie. —más que a si mismo, quiso decir— Puedes estar segura de eso.

—No sé...

—Lo que sucedió entre ellos fue hace meses. —murmura la menor— Ella se casó con otro hombre. Además, para bien o para mal ni siquiera recuerda su relación turbulenta, eso debería cerrar el ciclo.

Una alarma le saltó en la cabeza al oír la elección de palabras que usó la Uzumaki. «Relación turbulenta». ¿Qué relación? Se suponía que lo que tuvieron fue sólo una aventura, algo meramente sexual.

—Tienes razón. —fingió una sonrisa— Ya no voy a preocuparme por eso. Me concentraré en los planes de boda y en buscar una hermosa locación para la ceremonia...

En el fondo sentía lástima por la chica Uchiha. Según lo que había oído, ella sí se enamoró de su prometido, pero él nunca pudo ofrecerle más que verse a escondidas. Y después estaba lo de su secuestro, la pérdida de su esposo y al parecer un bebé también.

Le habían sucedido cosas horribles, e intentaba convencerse de ser empática, después de todo, no podía culparla por amar a Kawaki y no ser correspondida. Pero había algo que le impedía sentir más que recelo por ella.

—Por cierto, he comprado un reloj precioso para tu padre. —exclama la pelimorada con una sonrisa— Te lo mostraré para que me des el visto bueno.

—Le gustará. —asiente la ojiazul— A papá le gustan todos los obsequios.

Su madre y su abuela habían organizado una fiesta sorpresa en Dublín en la residencia familiar de los Uzumaki, así que todos estarían viajando allí el fin de semana para festejar el cumpleaños de su padre.

Lo único que le ponía los nervios de punta era que sería la primera vez que se reunirían al completo, dado que ese mismo fin de semana comenzaba la gira de Sarada y los Uchiha estarían en la ciudad también.

(...)

—¿Cuánto tiempo estarás fuera? —pregunta Tatsumi haciendo un puchero.

—Poco más de tres semanas. —responde Sarada picoteando la ensalada frente a ella— Son dos funciones por semana y luego continúa la gira en Rotterdam, Frankfurt y París.

—El apartamento estará completamente amueblando en un par de semanas. —comenta la rubia recogiendo los platos una vez que la vio terminar de comer— ¿Quieres que te alcance después?

—Te llamaré para enviarte tickets de avión. —propone encogiéndose de hombros— Haré un viaje breve a Barcelona, alcánzame allí.

Tatsumi parpadea confundida, pero concluyó que tal vez se encontraría con Ichirōta para una reunión, así que solamente asiente mientras la pelinegra se pone de pie y sujeta el asa de su maleta con una mano.

—¿Quieres que te lleve al aeropuerto? —pregunta la rubia caminando junto a ella por el vestíbulo.

—Estoy bien, me iré con Ryōgi. —se encoge de hombros—Kaede también viene, así evito compartir vuelo con el resto del elenco.

—¿Tus padres no llegarían a Dublín pronto?

—Ya deben estar allá, pero no quisieron hospedarse en casa de los Uzumaki. —pone los ojos en blanco— La cercanía con el tío Menma aún le pone los pelos de punta a mi papá.

Tatsumi se rió por lo bajo. Sarada le había contado un resumen de la historia de su familia y le parecía increíble que a estas alturas su padre aún no soportara estar en la misma habitación que el pretendiente que tuvo su madre alguna vez.

Era gracioso. Y romántico. Porque eso demostraba que el amor entre ellos seguía tan vivo como siempre.

—Te veo en unas semanas. —se despidió la rubia tronando varios besos en la mejilla de la azabache— No te metas en problemas, por favor.

—No puedo prometerlo, los problemas me persiguen. —se mofa la Uchiha— Nos vemos después.

—¿En serio no prefieres que te lleve?

—No, de todos modos pienso hacer una parada antes de ir a casa de Ryōgi.

La ojiverde le lanzó un último beso antes de que las puertas metálicas del ascensor se cerraran por completo y la ve sacudir la mano con movimientos robóticos como despedida.

Esta Sarada era muy diferente a la que conoció en Estambul. No era muy expresiva, tampoco parecía emocionarse con ir de compras y le disgustaba que la cuestionaran.

Aún así, aprendió a quererla también con esta personalidad, descubrió que sólo era una chica herida que levantó miles de muros a su alrededor para que nadie viera su vulnerabilidad.

Por otro lado, Sarada se subió al Rolls-Royce negro y condujo por la ciudad con semblante pensativo. Supuso que era el momento de hacer lo que más había temido desde que regresó a la ciudad.

Sintió que el camino se volvió eterno conforme más se acercaba. Y cuando finalmente aparcó el auto sobre Swain's Lane frente al portón del Cementerio Highgate el cuerpo entero le comenzó a temblar.

Había estado evitando ese momento desde que regresó a Londres, pero sabía que no podía retrasarlo más. Así que aún medio aturdida se adentró por el pequeño camino pavimentado hacia el interior del cementerio y con el corazón retumbando rápidamente en su pecho.

No fue difícil encontrar lo que buscaba, pero su rostro se tiñó de nostalgia cuando leyó el grabado sobre el mármol blanco. Itachi Uchiha.

—Perdón por venir hasta ahora. —susurra pasando la punta de los dedos sobre el borde de las letras doradas— Estuve un poco... indispuesta estos últimos meses.

Una risita salió de entre sus labios y se agachó en cuclillas para poder dejar el pequeño ramo de camelias que compró de camino al cementerio. Sin embargo, algo llamó su atención en ese momento.

Ya había unas camelias allí.

Estaba segura de que no fueron sus padres porque ellos solían enviar flores a mediados del mes, y la mayoría de las veces eran lirios blancos que su madre hacía llegar de manera constante a a su casa para evitar fugas de información, es decir que las flores llegaban a Kensington para que pudiera llevarlas ella misma y no quedase ningún registro que pudiera seguir alguien más hasta el cementerio.

Por lo tanto, si no estaba ella para llevarle flores, nadie más tendría porqué hacerlo. Y también le sorprendió que no hubiera ni una mota de polvo en la tumba, era como si alguien recién la hubiese limpiado.

—¿Qué demonios? —se dijo a sí misma, desconcertada.

Se puso de pie tras dejar el ramo de camelias junto al otro y caminó de regreso por el sendero hasta la caseta de administración.

—¿Disculpa? —llamó al personal detrás de la ventanilla.

La mujer de mediana edad, con aspecto descuidado y uniforme de guardia la miró estrechando la mirada y cuando finalmente la reconoció abrió los ojos por la sorpresa.

—Señorita Sarada. —exclamó confundida— Hace meses que no viene por aquí.

—Estuve fuera de la ciudad por un tiempo. —explica brevemente— Pero hay alguien trayendo flores para mi tío sin tener conocimiento de ello. ¿Puedo saber quién es?

—Oh, claro, dijo ser un amigo suyo. —se concentra en la pantalla de su computador y asiente— Paga cada mes por mantener la lápida limpia y colocar flores específicas. Creí que usted lo habría dejado a cargo.

Sarada frunció el ceño.

—¿Desde cuándo ha estado pasando esto?

—Él vino aquí los primeros días de abril a preguntar por la tumba de su tío. —menciona con expresión pensativa— Le dije que no podía darle información al respecto, como usted lo solicitó.

—¿Entonces cómo supo que estaba aquí? —pregunta comenzando a impacientarse— Si no le dieron información, ¿Cómo...

—Buscó tumba por tumba hasta encontrarla. Tardó unas diez horas más o menos. —dice apenada— Como usted sabe, no podemos prohibir la entrada a nadie, así que...

—¿Y cómo es este sujeto? —insiste exasperada.

La mirada de la mujer cambia a una de ensoñación y se acerca más a la ventanilla.

—Es el hombre más guapo que he visto en mi vida. —dice en voz baja como si estuviera diciendo el secreto más grande de la historia— Es alto, muy alto, y tiene unos ojos grises preciosos.

Sarada parpadea confundida.

—¿Cuándo fue la última vez que vino ese hombre?

—Esta mañana. —sonríe fascinada— ¿Cómo podría confundirlo? Es alguien difícil de pasar desapercibido...

—¿Dio su nombre? —enarca una de sus cejas oscuras.

—Oh, no. —sacude la cabeza— Sólo he hablado con él la primera vez que vino a pedir información, dijo que era amigo suyo, y en cuanto a los servicios que paga para el mantenimiento mensual de la lápida dijo que prefería que los datos se mantuvieran de manera anónima.

Después de eso, Sarada regresó frente a la lápida de su tío aún más consternada que antes.

—Así que has tenido visitas todo este tiempo. —suspira, frunciendo el ceño— Y yo preocupándome por ti.

Se agachó en cuclillas y tras unos segundos se dejó caer en el césped perfectamente podado frente a su tumba. Estar ahí siempre sacaba su vulnerabilidad a flote.

—Lo siento. —dijo finalmente— No puedo seguir siendo lo que tú querías que fuera.

Se llevó la mano al pecho a la altura del corazón y la mantuvo ahí, intentando ralentizar su respiración agitada y los latidos alebrestados.

—Lo intenté, de verdad. —se muerde el labio inferior— Pero no puedo seguir así.

Hizo una pausa para mirar el cielo nublado de Londres y soltó un suspiro tembloroso en el momento que sus ojos se cerraron para imaginarse que él estaba allí. A su lado.

—Me rompieron. —la voz le salió entrecortada— Y todavía sigo buscando la manera de unir los pedazos rotos, pero me está costando...

Podía imaginar a su tío sonriéndole con dulzura y acariciando su mejilla con esa mirada que solía darle cuando algo no iba bien. Había días en los que lo echaba de menos mucho más que de costumbre, y hoy era uno de esos.

—Dijiste que me amarías sin importar nada. —abraza sus rodillas contra su pecho— Espero que sea verdad, porque lo que hice y lo que voy a hacer va contra todo lo que querías para mi vida.

Tenía un nudo atorado en la garganta que se sentía como hierro ardiente, pero con todo eso era incapaz de llorar. Ninguna lágrima salía de sus ojos, era como si estuviera seca, completamente vacía.

Como alguien sin un alma.

(...)

—Tienes que irte ahora. —se cruza de brazos la pelimorada— Ella no tarda en aparecer.

—¿Y? —enarca una ceja— No veo el problema. Si no me recuerda, mi presencia no tiene porqué alterarla.

Ryōgi se pellizcó el puente de la nariz. La visita de Kawaki había resultado ser de lo más inoportuna, y el destino parecía estar confabulando para que esos dos se encontraran lo antes posible porque él ni siquiera estaba enterado que Sarada pasaría por su casa para viajar con ellos a Dublín.

—¿No tienes un vuelo a Japón que debes alcanzar? —resopla Kaede poniendo los ojos en blanco— Ni siquiera sé para qué viniste.

—Necesitaba hablar con Ryōgi. —dice como si nada— Y no tengo que alcanzar un vuelo, el avión es mío y espera hasta que yo lo decida.

El pelirrojo alza ambas cejas al oír su excusa barata. Desde que se apareció en su estudio a primera hora de la mañana no había sacado ningún tema importante a colación, sólo había estado allí bebiendo.

—Estás ebrio. —le recuerda el inglés— No querrás que ella te vea en ese estado.

—Desearía estar lo suficientemente ebrio para que no me importe que esté viniendo. —frunce el ceño— Además, ¿Qué importa cómo me vea? Ella no me recuerda.

Kaede soltó un suspiro y se acerca a él para llevarse la botella de whisky sobre la mesa antes de dirigirse a la salida del estudio de su hermano.

—Sácalo de aquí antes de que Sarada llegue. —apunta al pelirrojo con el dedo y se va dando un portazo.

Una vez se quedaron a solas en la habitación, Ryōgi vio a Kawaki con desaprobación.

—Creo que Kaede tiene razón. —dijo en voz baja— Deberías irte.

—Vine a Londres a verla. —confesó de golpe— Pero al final, no fui capaz de buscarla.

—¿Por eso estás aquí? —sacude la cabeza— ¿Y qué pensabas hacer? ¿Ibas a decirle que estuvieron juntos, que le mentiste sobre tu compromiso y por eso ella huyó lejos poniéndose en una situación vulnerable que terminó en su secuestro? Gran idea.

Los labios de Kawaki se convirtieron en una fina línea. Más o menos ese era su plan.

—Deja las cosas como están. —insistió Ryōgi con hastío— Es mejor así. Sarada está siguiendo con su vida, si vuelves a meterte en su camino sólo le causarás problemas.

—No quiero causarle problemas. —espeta por lo bajo— ¿Crees que me gusta hacerle daño?

—Eso parece. —se encoge de hombros— ¿La echas de menos a ella o la manera en que sus sentimientos por ti inflaban tu ego?

—¡Siempre se ha tratado de ella! ¿Acaso no lo entiendes? —gruñe con desesperación— ¿Crees que habría puesto en peligro todos mis planes por algo tan inútil como el ego?

Su respiración agitada y el dolor en sus ojos grises hizo que Ryōgi desistiera de sus acusaciones.

—Vas a casarte, ¿no? —le recuerda— ¿De qué sirve que quieras desempolvar el pasado si no piensas hacer algo al respecto?

Kawaki estuvo a punto de responder, pero prefirió callar. En lugar de eso, se puso de pie frente a la mirada de su amigo.

—Me voy. —musita hastiado— No tiene caso que siga aquí.

Ryōgi se levantó también para encaminarlo a la salida principal para asegurarse de que cumpliera su palabra de irse. Sin embargo, al abrir la puerta apareció el motivo de la discusión bajando de su auto al final del camino empedrado.

Sarada Uchiha era la cúspide de la belleza femenina. Su silueta delgada y alta de curvas discretas, pero bien marcadas, y su rostro de rasgos absurdamente bellos eran más que suficiente para enloquecer a cualquier hombre.

Llevaba puestos unos pantalones negros de cuero ajustados, unas botas altas y una blusa oscura de manga larga con cuello tortuga. Era una vestimenta sencilla que en ella resultaba jodidamente sensual.

Y eso le recordaba que para él era imposible olvidarse de ella.

—Esperaba que llegaras más tarde. —el pelirrojo se aclaró la garganta en cuanto terminó de subir la escalinata hasta donde estaban ellos— Kawaki estaba a punto de irse, debe regresar a Japón antes de encontrarse con su familia en Irlanda.

A Kaede no le quedó otra opción que abrirse paso entre los dos hombres para saludar a la azabache con un breve abrazo, esperando poder distraer la atención hacia ella mientras el Uzumaki se iba.

Sin embargo, la Uchiha reparó en el hombre situado frente a Ryōgi quieto como una estatua y su primera reacción fue enarcar una de sus cejas oscuras.

—¿No es muy temprano para beber? —señala el vaso casi vacío con escocés que aún tenía en la mano— Hasta aquí puedo oler el alcohol proveniente de ti.

Kawaki tragó duro sin saber qué responder, así que simplemente dejó caer los hombros como restándole importancia y terminó lo que restaba de whisky para después dejar el vaso en las manos de Ryōgi que le observó con irritación.

—¿Y bien? —interviene Kaede con entusiasmo— ¿Estás lista para iniciar tu gira?

—Podría decirse. —contesta ella con tranquilidad, removiéndose incómoda por la mirada insistente del pelinegro sobre su persona— Aún faltan unos días.

—Es verdad. —asiente la pelimorada— ¿Por qué te vas ahora? Aún faltan unos cinco días para la primera presentación.

—Debo hablar con Boruto. —se encoge de hombros— Me ofreció asilo en su departamento.

Kaede miró de reojo hacia Kawaki, como temiendo que dijera algo indebido, pero sorprendentemente se mantuvo en silencio.

El Uzumaki tuvo que fingir que no le hervía la sangre después de lo que acababa de oír. ¿Así que a él lo había olvidado y de pronto regresó a la etapa de enamoramiento falso hacia su hermano? Él apenas podía pretender que no la conocía cuando lo único que quería hacer era tomarla en brazos y llevársela lejos mientras que ella hacía planes con Boruto.

—Yo me largo. —exclamó Kawaki de mal humor, dándose la vuelta para emprender el camino hacia su auto.

Ese era su momento para retirarse, sin embargo, el sonido del móvil dentro del bolso de Sarada lo hizo detenerse en el último minuto y ella formó una mueca de al ver el nombre en la pantalla. Afortunadamente logró recuperar sus contactos, pero desde luego no esperaba una llamada de esa persona en específico.

—No, estoy en Londres ahora. —contesta escuetamente a la persona en la otra línea— No te preocupes, estaré ahí.

Se quedó callada escuchando lo que tuvieran para decirle y Kawaki decidió aprovechar ese momento para irse sin dejar de preguntarse si la persona en el teléfono era su hermano. ¿Esa sería su vida a partir de ahora?

Tenerla cerca y no poder tocarla era el peor de los martirios. Le estaba costando una barbaridad no ceder al deseo de tomar su rostro y probar sus labios otra vez.

—Hey, tú. —gritó la Uchiha tras colgar la llamada— ¿Estás yendo a Japón?

Kawaki la miró desconcertado sobre su hombro. ¿Le estaba hablando a él? Tal vez era su cerebro ahogado en alcohol jugándole una mala pasada.

—Genial, voy contigo. —se colocó sus gafas oscuras y se volvió hacia los dos hermanos detrás suyo que la miraban como si le hubiesen salido dos cabezas.

—Sarada, no creo que sea buena idea... —balbucea Kaede sin saber cómo reaccionar— Tu familia está esperando que vayas con nosotros.

—¿Para qué quieres ir a Japón de todos modos? —pregunta Ryōgi confundido.

—Si preguntan mis padres, díganles que me solicitan en Okinawa. —dijo con seriedad— Ellos entenderán.

No les dio oportunidad de réplica, simplemente tomó su equipaje y se apresuró escaleras abajo donde yacía Kawaki observándola de la misma manera que los otros dos.

—Al menos sé cortés y abre la maletera. —enarca una ceja— ¿O qué? ¿Tu cerebro está muy entumido por el alcohol y no puedes presionar un botón? Debería conducir yo si ese es el caso.

-No estoy de humor para soportar tus insolencias, y no estoy tan ebrio para ignorarlas. -pone los ojos en blanco— Ni siquiera si son tuyas.

—Entonces búscate un tapón de oídos para el viaje. —responde la azabache encogiéndose de hombros— Menos mal sólo son unas horas.

—¿Y no puedes irte con alguien más? —contesta de la misma manera— Alguien que soporte tu irritante presencia, por ejemplo.

Aún así caminó hacia la parte trasera del auto para abrir el maletero y acomodó su equipaje haciendo mala cara. No obstante, para sorpresa de Ryōgi y Kaede, Sarada todavía con un ceño fruncido y una mueca en el rostro subió en el asiento de copiloto.

—¿Cuál es la probabilidad de que la historia se repita? —susurra el pelirrojo en voz baja— Parece que estoy teniendo un déjà vu.

—¿Por qué la trata así? —pregunta Kaede desconcertada— Se supone que está enamorado de ella, ¿no?

—Precisamente por eso. —dice Ryōgi metiendo las manos dentro de los bolsillos de su pantalón— Está intentando mantener una distancia entre ellos, aunque dudo que funcione.

La razón era evidente. Cuando se conocieron parecían ser enemigos naturales, justo como ahora, y aún así terminaron involucrándose.

Por otro lado, Kawaki sostenía el volante con el cuerpo completamente tenso, obligándose a mantener la vista en el camino y no en la mujer a escasos centímetros de distancia. Ninguno de los dos parecía querer romper el silencio que se formó en el interior del vehículo hasta que el móvil de la azabache volvió a sonar.

—¿No vas a contestar? —pregunta Kawaki sin siquiera mirarla.

—No, tampoco estoy de humor para atender otros asuntos. —resopla ella, relajándose en el respaldo del asiento— No quiero desviarte, así que llegando a Tokio me voy por mi cuenta.

Él no respondió, pero minutos después de arribar a la pista privada se metió a la cabina del piloto para avisar sobre el cambio de destino mientras Sarada se ponía cómoda en uno de los sillones acolchados y se cubría del frío con una manta.

Al regresar, Kawaki le miró con una ceja enarcada. Para él era evidente que le estaba dando vueltas a algo en esa cabecita suya, con amnesia o no, seguía siendo Sarada Uchiha, la mujer más complicada que había conocido en su vida.

—¿Quién te llamó? —pregunta él, sentándose frente a ella cuando el avión inició su despegue.

—Alguien que no conoces. —murmura la joven sin un ápice de emoción en la voz— Y que tampoco te incumbe.

—Estás en mi avión, al menos tengo derecho a preguntar.

—Y yo tengo derecho a no responder. —se encoge de hombros sin mirarle— ¿Siempre eres así de entrometido?

—¿Tú siempre eres así de insufrible?

Debía molestarle su actitud altiva, pero lejos de eso... le excitaba. Joder, todo este tiempo sólo había rogando poder discutir con ella así fuese por la más mínima cosa.

Lo que los demás no comprendían era que Sarada era capaz de despertar un montón de emociones en él al mismo tiempo con su simple presencia. Deseo, enojo, frustración, dolor, desesperación, miedo, ansiedad. Y las menos comunes: calma, euforia, regocijo... amor.

Para alguien como él, quien siempre se consideró atrofiado sentimentalmente, era complicado sentir todo ese cúmulo de emociones al mismo tiempo. Era como una pequeña represa agrietada intentando contener el cause de un río. y que en algún momento terminaría por reventar.

Al final decidió darse una tregua a sí mismo y cerrar la boca antes de decir algo que no debería. Entonces sacó su portátil y ocupó su mente en el trabajo pendiente, intentando ignorar que ella estaba ahí. Cosa que comenzaba a creer le resultaría imposible.

Unos minutos después levantó la vista de la pantalla de su portátil y tragó en seco al visualizar la expresión pacífica en su rostro al verla dormitar plácidamente en el mismo sitio que antes.

No tenía que ser adivino para concluir que estaba agotada. Ella jamás lo diría en voz alta porque significaba admitir algún tipo de debilidad, pero el que cayera dormida en cuestión de minutos era suficiente prueba de lo cansada que estaba.

Se refriega el rostro entre sus manos y se recuesta en el respaldo de su asiento con la vista puesta sobre ella, incapaz de retirar su mirada de los preciosos rasgos femeninos de su rostro.

Sabía que toda esa situación estaba mal. Ella no debió pedirle que la llevara, bueno, en realidad no lo pidió. Le avisó que iría con él. ¿Acaso nadie le había advertido que debía mantenerse alejada?

Se sirvió un nuevo trago de whisky con una mueca de molestia y apagó el portátil sin importarle dejar el trabajo a medias e hizo lo último que podía esperarse de él: se acomodó en su asiento para verla dormir como si temiera que pudiese desaparecer en cualquier momento como un espejismo.

Doce horas después el avión hizo su aterrizaje, de las cuales Sarada durmió al menos siete seguidas y el resto fueron en completo silencio mientras ella se entretuvo jugando solitario.

—Le pedí a Daemon que nos consiguiera un auto. —dijo Kawaki cuando finalmente el avión se detuvo— ¿Tienes algún sitio en mente para pasar la noche?

—¿Por qué estás hablando en plural? —frunce el ceño— Te dije que llegando a Tokio cada quien iba por su lado.

—Ese es el problema. —se puso de pie bajo su atenta mirada— No estamos en Tokio.

Sarada parpadea confundida y se levanta también sin sentirse ni un poco intimidada por la diferencia de alturas. Es decir, él era enorme e imponía un montón, pero ni eso la hizo retroceder.

—Estamos en Okinawa. —aprieta los labios. No era una pregunta, sino una afirmación— No te pedí que me trajeras.

—¿Crees que iba a permitir que viajaras tú sola después de lo que te sucedió?

—No necesito tu protección, ni la de nadie. —lo empuja al pasar por su lado para bajar del avión— En realidad, si quisiera pedirle ayuda a alguien no entrarías ni en la lista, apenas te conozco.

—No lo hago por ti. —ajá— Tus hermanos no querrían que te desaparecieras otra vez.

Ella lo ignoró, atravesando la pista hasta el jeep descapotable que supuso era el auto que les consiguió el hombre que mencionó antes y tomó las llaves sobre el capó.

Estuvo a punto de subir, pero la enorme mano de Kawaki se estampó en la puerta impidiéndole abrirla.

—¿Qué mierda quieres? —se volvió hacia él, levantando el rostro para verlo a los ojos con una rabia brillando en su mirada oscura— Me trajiste a salvo. Te lo agradezco. Ahora muévete y déjame ir.

—No vas a ir sola. —espeta con firmeza— No es una pregunta.

—No necesito un guardaespaldas. —frunce el ceño con fastidio— ¿Por qué te preocupa? No eres nada mío.

«No, pero tú lo eres todo», quiso decirle, pero en lugar de eso se mantuvo en silencio. No iba a ceder.

—¿Cuánto crees que te tomará lo que tengas que hacer? —pregunta dando un paso al frente, acorralándola con su cuerpo contra el vehículo— ¿Un día? ¿Dos? El avión estará aquí disponible para irnos, será más fácil y rápido.

—No planeaba pasar la noche aquí, sólo me tomará media tarde.

¿Por qué le estaba dando explicaciones?

—Vete. —repite ella— No es asunto tuyo y tampoco es tu responsabilidad cuidar de nadie.

Él se hizo el que no la oyó.

—Bien, voy contigo, espero en el auto a que termines y regresamos. —se encoge de hombros— No voy a irme de esta isla sin ti.

—¿Por qué insistes tanto? —sacude la cabeza con confusión— Ni siquiera mis hermanos son tan... insoportables.

—Es mi única oferta. —contesta él— No tienes otra opción.

—No me condiciones. —lo empuja con las manos sobre su pecho, logrando removerlo lo suficiente para escabullirse— No me costaría nada dejarte inconsciente.

—Hazlo. —se encoge de hombros— Pero en cuanto despierte desplegaré todo un ejercito por la isla hasta encontrarte. Okinawa es pequeño, y no olvides que estás en mis territorios, tengo ojos en todas partes.

Ella estrecha la mirada hacia él. No tenía tiempo para jugar al gato y al ratón, el viaje ya había sido demasiado largo.

—Como sea. —pone los ojos en blanco y logra hacerlo a un lado para abrir la puerta del conductor— Sólo no me estorbes.

El viaje en auto duró unas dos horas aproximadamente en donde ninguno de los dos habló, pero no resultó ser incómodo como se esperaron.

Kawaki no pudo evitar recordar los tiempos en los que deseaba taparle la boca para que se callase aunque fuera un minuto y se culpó a sí mismo por no valorar a la Sarada parlanchina que decía lo que pensaba sin ningún tipo de filtro.

Conforme iban alejándose de Naha y toda civilización, el camino se vio rodeado únicamente de vegetación y nubes oscuras. Ya no había edificios o casas a la vista, pero lo que le sorprendió más fue que Sarada no parecía ni remotamente perdida, ni siquiera cuando tomó una desviación de terracería que parecía conducir al medio de la nada.

Minutos más tarde una bifurcación apareció frente a ellos y la azabache giró a la derecha esta vez. Entonces, después de lo que le pareció una eternidad pudo ver un pequeño pueblo olvidado de la mano de Dios.

—¿Qué hacemos aquí? —cuestiona él cuando ella aparcó el vehículo junto a una pequeña casita alejada del resto.

—No estorbar incluye no hacer preguntas. —responde la azabache descendiendo del auto— Quédate o sígueme, pero no abras la boca.

Kawaki sonrió por lo bajo mientras bajaba de la Jeep para seguirla por el estrecho camino lateral de la casa. No podía borrar la estúpida sonrisa de sus labios. Sí, esa era la actitud de Sarada que le llamó la atención desde el primer momento.

La Uchiha deslizó la mano por la delgada puerta de madera antes de dar un par de golpes con los nudillos. De un momento a otro su actitud había cambiado, en especial cuando alguien abrió la puerta corrediza y se encontraron con unos ojos purpúreos enrojecidos.

—Sarada. —el rostro femenino de rasgos suaves adoptó una expresión abatida y se abalanzó contra ella en cuestión de microsegundos— Creí que no...

—Siempre vengo si llamas, Tsubaki. —suspiró, envolviendo los brazos alrededor de ella— ¿Dónde está?

La joven pelinegra se separó de ella tomándola por los hombros y hasta entonces notó la presencia del hombre detrás suyo.

—¿Quién es? —pregunta enarcando una ceja oscura.

Sarada miró sobre su hombro a Kawaki, que permanecía quieto con los brazos cruzados a la altura de su pecho y con un semblante serio.

—Amigo de la familia. —se encoge de hombros— Es más como un perro guardián.

—¿Acabas de llamarme perro? —interrumpe el aludido con indignación.

—¿Por qué necesitarías alguien para cuidarte? —exclama Tsubaki confundida.

Sarada resopla.

—Te lo explico después. —hace una mueca de disgusto— ¿Dónde está?

—Dentro. —señala el interior con la cabeza y se hace a un lado para darle el paso— Creo que sólo te estaba esperando a ti. Puedo ser su nieta, pero sigues siendo su discípula favorita.

Sarada sonríe mientras sacude la cabeza y deja una pequeña caricia en la mejilla de la chica. La llamaba de vez en cuando, y al menos una vez al año se comprometía a viajar hasta allí para visitarlos durante el periodo de vacaciones.

Su familia lo sabía, por eso nunca hacían preguntas cuando desaparecía por semanas enteras. Durante su secuestro, su madre admitió pensar que estaba con el anciano Mifune, su nieta Tsubaki y el aún irritable Hānzo, esa fue la razón por la que tardaron tanto en accionar.

Y no los culpaba en absoluto, ella tendía a irse sin dar explicaciones y se mantenía incomunicada durante el tiempo que decidía simplemente desaparecer. Lo que sucedió fue culpa suya, de nadie más. Y tenía que asumir las consecuencias.

—¿Sarada? —escucha la débil voz proveniente de la habitación continua— ¿Estás aquí?

—Lleva delirando las últimas horas. —aprieta los labios— Le dije que vendrías y no ha parado de llamar tu nombre desde entonces.

La Uchiha se tragó el nudo en la garganta y avanzó con pasos lentos hasta la habitación. Tsubaki abrió la puerta para darle acceso y la azabache finalmente se adentró en la oscuridad del sitio con el corazón latiendo desbocado.

—Estoy aquí, viejo Mifune. —dice en un tono bajo, sentándose sobre sus piernas junto al futón en el suelo— Te ves fatal.

El hombre sonrió y sus pupilas blanquecinas se movieron hacia el sonido de la voz femenina.

—Niña malcriada. —gira el rostro con lentitud— Tardaste mucho en llegar.

—Estaba en Londres. —suelta un suspiro— Fue un viaje largo.

—Y trajiste a alguien contigo. —su mirada se movió hacia la silueta bajo el umbral de la puerta— Es un hombre. ¿Quién es?

—Estás ciego, ¿cómo puedes saberlo? —se ríe la joven— ¿Ahora eres adivino?

—Siempre fui intuitivo. —comenta el mayor como si nada— ¿Vas a presentarnos o no?

—No es nadie. —ladea el rostro— No importa.

—Importa si le permitiste acompañarte. —enarca una ceja— Nunca traes a nadie que no sea Hoshi o los primos Aburame.

—Sí, bueno, los tres están muertos. —responde con sequedad— Sucedió hace unos meses, pero han pasado varias cosas desde entonces.

Mifune levantó la mano y la colocó sobre la suya a tientas.

—Pobre niña. —dice de manera compasiva— Has perdido mucho en poco tiempo. ¿Es por eso que tu energía se siente diferente?

—Mi energía está bien.

—Nunca has podido engañarme, ¿qué te hace creer que lo conseguirás en mi lecho de muerte? —se mofa con ironía— Es un insulto para la persona que te formó.

—Una de las personas. —lo corrigió— No le quites el mérito a Hanzō y al resto de mis mentores.

Mifune sonrió.

—A veces me recuerdas tanto a tu madre... —dice para sorpresa de la azabache— Kakashi estaría orgulloso de ti.

—También echo de menos a nonno. —se encoge de hombros— Habría querido que formara parte de mi entrenamiento.

—Lo hizo, de cierta manera. —asiente Mifune— Lo que aprendiste fue lo mismo que le enseñé a él y a tu madre.

Sarada se mordió el interior de la mejilla y apretó la mano de Mifune entre las suyas. Ellos nunca fueron del tipo que demostraba afectó, pero supuso que dada la situación era justificable.

—¿Y bien? —insiste el hombre señalando la entrada de la habitación— ¿Quién es?

—Vino hasta aquí para vigilar que no me meta en problemas. —resopla de nuevo— Me imagino que es el espía de mis hermanos.

—Kawaki Uzumaki. —habló por primera vez el aludido, dando un paso dentro de la habitación.

—El jefe de la Yakuza. —alza ambas cejas— Bonita compañía tienes, niña. ¿No te he enseñado a elegir mejor a tus amigos?

—Él no es mi amigo. —contesta la joven de inmediato— Y tú eres el menos indicado para juzgar a alguien.

—Es cierto. —acepta con una sonrisa— No dejes que mi legado muera.

—¿Ha entrenado a muchos? —se atreve a preguntar Kawaki recostándose en la pared.

Sarada lo fulminó con la mirada. ¿Acaso no le había dicho que mantuviera la boca cerrada?

—He tenido sólo cuatro discípulos. —menciona Mifune tras unos segundos— Kakashi, Sakura, Sarada y mi nieta.

—Sí, bueno, ella llevaba la ventaja porque era entrenada por otras cuatro personas al mismo tiempo. —interviene Tsubaki en la conversación— Aún así, no te envidiaba, siempre llegabas molida al día siguiente y eso me ponía unos puntos por delante.

—Pero nunca pudiste vencerme. —sonríe la Uchiha con altanería— Agotada o no, siempre te hacía morder el polvo.

—Lo único que no echaba de menos era tu ego. —pone los ojos en blanco— Juro que por un momento dudé que cupiera por la puerta al entrar.

Sakura soltó una risita suave y Kawaki no pudo evitar mirarla con fascinación. Hace mucho que no la oía reírse con esa frescura y sinceridad. Tsubaki se giró hacia él con una sonrisa divertida y la señaló con el dedo.

—¿Quieres escuchar sobre la vez que terminó embadurnada de estiércol por no poder mantener el equilibrio sobre la rama de un árbol?

—¡Cierra la boca, Tsubaki!

—Oh, pero tengo tantas historias divertidas que nadie sabe sobre ti. —dice levantando ambas cejas— Como la vez que...

—Esto era lo que quería. —murmura Mifune aclarándose la garganta— Era lo que necesitaba antes de irme.

La habitación se quedó en silencio de pronto y el ataque de tos hizo que Tsubaki se apresurara a socorrerlo desde el otro lado del futón.

—Quédense juntas. —les dijo a ambas una vez que se recuperó y giró su rostro hacia la voz de la Uchiha— Serás la única familia que le queda a mi nieta, no se separen.

—La llevaré conmigo. —prometió Sarada asintiendo con firmeza.

—No soy una niña que necesita protección. —replica Tsubaki frunciendo el ceño— Estoy lejos de ser una damisela en apuros.

—Seamos realistas, querida. —exclama el anciano— Tu vida giró entorno a esta pequeña isla. Sé que sabes cuidar de ti, pero es momento de que salgas al mundo exterior y conozcas algo más que armas y tácticas de pelea.

La de ojos púrpuras se quedó en silencio. Sarada levantó la vista hacia ella y asintió. Tsubaki hizo lo mismo.

—Está bien. —accedió finalmente— Lo prometo, abuelo, buscaré a Sarada cuando esté lista para dejar Okinawa.

Los ojos de Tsubaki se llenaron de lágrimas al ver el esfuerzo descomunal que parecía hacer para mantenerse despierto, se veía agotado, pero la sonrisa de genuina satisfacción no se borró de su rostro en ningún momento.

Un par de minutos después, la castaña le hizo un gesto con la cabeza al Uzumaki para que les diera un tiempo a solas para despedirse, así que el pelinegro la siguió sin rechistar hacia el pasillo.

—Puedes irte ahora, niña. —expresa Mifune con tono apacible— El final está cerca, y no quiero que estés aquí cuando suceda.

—Me quedaré justo aquí. —frunce el ceño— No me iré a ningún lado.

—No. —sentencia el mayor— Ese no será el último recuerdo que tengas de esta vieja alma.

—Eso es...

—Ve. —pidió en un suspiro— Hasta tú debes conocer tu límite.

La Uchiha permaneció en silencio mientras se ponía de pie, deteniéndose bajo el umbral de la puerta y mirándolo sobre su hombro una última vez.

—Gracias. —se tragó el nudo en la garganta— Por todo.

—Despídeme de tu madre. —le sonríe él, asintiendo con suavidad— Tenerlas a ambas de discípulas fue todo un honor.

Sarada afirma con la cabeza y cierra la puerta al salir de la habitación. Sentía esa conocida opresión en el pecho que no desaparecería pronto.

—Prepararé una habitación para ustedes. —se pone de pie la chica— Se quedarán, ¿cierto?

—No. —masculla la Uchiha recomponiendo su expresión— Hay un avión esperándonos para partir.

—El abuelo predijo que una tormenta se desataría en toda la isla. —hizo una mueca— Dudo que autoricen cualquier vuelo por el día de hoy.

—¿También es meteorólogo? —se mofa Kawaki enarcando una ceja.

Sarada caminó hacia la salida bajo la atenta mirada de Tsubaki con el Uzumaki pisándole los talones.

—¿Cuál es el plan ahora? —pregunta tras ella— ¿Le vas a creer al anciano moribundo? Sí, está nublado, pero dudo que sea más que una llovizna.

La azabache le miró mal, pero no le contestó. Y en ese momento escucharon un sonido estremecedor proveniente del exterior. Un trueno seguido por el destello de luz de un relámpago filtrándose por la pequeña ventana del vestíbulo.

—¿Qué decías? —exclamó Tsubaki cruzándose de brazos— Mi abuelo no se equivoca nunca. Pero eso Sarada ya lo sabe, por eso está explorando sus opciones.

—Estoy yendo a casa.

—Sabía que dirías eso. —comenta la castaña con obviedad— He estado visitándola de vez en cuando para limpiar el polvo. Todo está en buenas condiciones.

—Gracias. —dijo la Uchiha en un hilo de voz, dándole un apretón en la mano— Con suerte estaremos allí antes de que empiece la lluvia.

Pero Sarada ya debía saber que la suerte no había estado de su lado últimamente, porque veinte minutos después de echarse a andar a través del estrecho camino rodeado de vegetación, ella sintió las primeras gotas de lluvia caer sobre su cabeza.

—¿No pudimos ir en el auto? —se queja Kawaki cubriéndose la frente con el brazo.

—La única manera de llegar es a pie. —grita de vuelta, harta de su presencia— Vuelve a quejarte y te lanzo al río, no deberías estar aquí en primer lugar, no te pedí que vinieras.

Ella subió como pudo la enorme roca resbaladiza frente a sus ojos y saltó con cuidado a la siguiente, girando de vez en cuando hacia atrás para verificar que el imbécil seguía allí.

—¿No pudimos quedarnos con ellos?

—¿Por qué sigues hablando? —resopla la chica con fastidio— Cierra la boca de una buena vez.

La lluvia les había empapado de pies a cabeza y Kawaki tuvo que obligarse a pensar en otra cosa que no fueran las ropas apegándose al cuerpo femenino deliciosamente. Maldita sea, apenas podía concentrarse en no tropezar con sus propios pies.

Continuaron avanzando entre los arbustos, árboles frondosos y tierra húmeda que comenzaba a formar barro debajo de sus pies. Aún con todo eso, él no deseaba estar en otra parte.

Veinte minutos después, vio a lo lejos una pequeña casa estilo tradicional japonés, un riachuelo pasaba justo por un lado y estaba flanqueada por arbustos secos. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue que en la parte lateral había una especie de siluetas humanas hechas de bambú clavadas con firmeza en el suelo formando un círculo.

¿Eran... maniquíes de bambú?

La Uchiha tuvo que detenerlo en seco varias veces para evitar que pisara alguna trampa colocada estratégicamente en el suelo o en ramas cercanas y le advirtió que era mejor no activar ninguna a menos que quisiera morir.

Una vez se cubrieron de la lluvia bajo la marquesina de la casa, Sarada se quedó paralizada con la mano en la puerta y sin atreverse a entrar.

Kawaki quería preguntarle lo que sucedía, pero se obligó a mantenerse en silencio al ver la mirada de consternación y los labios temblorosos de la azabache.

—Hace más de diez años que no entro a esta casa. —habló en voz alta— Siempre que vengo de visita me hospedaba con Mifune y Tsubaki.

—¿Y por qué estamos aquí entonces?

—Porque quizás sea la última vez. —se aclara la garganta, deslizando finalmente la puerta y adentrándose al interior.

Era un sitio pequeño, tenía un recibidor que ocupaba la mayor parte del espacio, un mueble alto repleto de libros y una mesita en el centro con dos cojines de cada lado.

Había una cocineta en la esquina del salón con nada más que lo básico. Una estufa y una alacena vacía. Todo era muy austero.

—¿Ni un televisor? —dice de manera sarcástica— ¿O una nevera?

—No estaba aquí de vacaciones. —contesta ella con sequedad— No necesitábamos una nevera porque cazábamos la comida cada día.

—¿Cazar? —pregunta incrédulo— Estás bromeando, ¿no? Hay una ciudad a unas tres horas de aquí.

—Como ya te dije, no estaba de vacaciones. —el tono en su voz se volvió mordaz— Aprendí a sobrevivir pasando la noche en la intemperie, nos mudamos a esta casa cuando lo creyeron conveniente.

Su tío Itachi dijo que tenía una casa en la que ambos podían vivir, pero nunca mencionó que eso sería así hasta que cumpliera la primera etapa de entrenamiento.

«Si tu madre pudo, tú también podrás», le repetía constantemente los primeros días. Y también mencionaba la suerte que tuvo al estar en un sitio tropical y no pasando frío como el abuelo Kakashi obligó a su mamá.

La gran diferencia era que Sakura tenía diez por aquel entonces, ella sólo tenía siete. Sin embargo, antes de eso, ya había pasado por situaciones más complejas como lo fue Kamchatka, Bali y la masacre de los Hyūga, por lo tanto su inocencia se vio arrebatada tiempo antes de irse a entrenar.

—El baño está ahí. —señala el pasillo— Es la última puerta a la izquierda, debería salir agua caliente.

Su tío Itachi se había apiadado de ella el último año de su estancia en Okinawa y pidió instalar un sistema de calentador solar. Casi podía recordar lo mucho que anhelaba regresar a casa después de cada entrenamiento sólo para poder tomar una ducha.

—Úsalo tú primero. —responde el pelinegro cediéndole el paso, pero ella negó— Vas a resfriarte.

Sarada le ignoró, buscando en la parte baja de la alacena las dos lámparas de fuego que colocó estratégicamente en el salón para iluminar el sitio.

El torrencial de lluvia aumentó en intensidad y pronto el cielo se vio iluminado por destellos de luz.

—Una tormenta eléctrica. Genial. —suspira la joven— Tsubaki tenía razón, no permitirán que ningún vuelo salga de la isla.

Kawaki se encogió de hombros, pensando en lo ridícula y absurda que era la situación. ¿Por qué no le sorprendía que algún fenómeno natural confabulara para retenerlos juntos en un lugar?

La Uchiha coloca las manos en jarras en completo silencio y con la mirada puesta en la primera puerta del pasillo.

Ella seguía intentando reunir el valor suficiente para entrar en aquella habitación, pero no conseguía que sus pies siguieran las órdenes de su cerebro y se movieran hacia la puerta.

—¿Qué sucede?

De nuevo no respondió. ¿Por qué seguía allí? ¿Acaso no le dijo que fuera a ducharse?

—¿Qué hay ahí dentro? -pregunta de manera insistente.

Era la habitación que compartía con su tío Itachi. En el interior debía haber un par de futones y almohadas. También encontraría ropa suya que no le quedaría ni a empujones y prendas que alguna vez pertenecieron a él.

Todo sería más fácil si esa casa no estuviera llena de recuerdos, pero lo estaba, y durante años se resistió a enfrentarlos.

No supo la expresión que tenía en el rostro, pero lo que fuera hizo que Kawaki se acercara para tocar su hombro y sacarla del trance en el que se sumió. Él se sorprendió de sentirla temblar ligeramente y tocó su mejilla con los nudillos de la mano.

—Yo entro. —dice sin vacilar— Dime qué busco.

—No. —niega ella— Yo lo haré. Ve a la otra habitación y trae un par de lámparas más para el baño y la cocina.

El Uzumaki dudó en dejarla sola, pero al final se movió por el pasillo hasta la segunda puerta corrediza. La única luz allí era la del exterior que teñía tenuemente el interior de la habitación, pero aún así fue capaz de distinguir las paredes repletas de repisas y una vitrina rectangular en el centro empotrada al suelo.

Decir que estaba sorprendido por lo que encontró sería quedarse corto. Las estanterías llenas de armas punzocortantes de todo tipo yacían acomodadas según su tamaño, forma y peso.

Había desde espadas, katanas, dagas, cuchillas, karambit, tridentes, navajas, lanzas, sai, sables. Las armas más pequeñas estaban acomodadas cuidadosamente dentro de la vitrina central, mientras que varios arcos y ballestas colgaban de la pared contraria a las estanterías junto a un par de contenedores con sus respectivas saetas afiladas.

Todo en ese lugar era demasiado surrealista, desde las trampas alrededor de la casa, el bizarro campo de entrenamiento con figuras de bambú y ahora una armería que parecía más la de un samurai que la de un mercenario.

Decidió no hacer más preguntas, después de todo, no estaba convencido de querer saber las respuestas. Entonces visualizó en una esquina los objetos que había ido a buscar en primer lugar y cerró la puerta con sigilo al salir.

Iba de regreso al vestíbulo cuando vio la puerta de la primera habitación ligeramente abierta y por la pequeña rendija pudo visualizar la silueta femenina de Sarada de pie en el centro. Estaba de espaldas observando el armario del fondo en completo silencio mientras sujetaba contra su pecho una camisa vieja.

—Hey. —llamó desde abajo del umbral de la puerta— ¿Estás bien?

—Sí.

Pero su tono de voz parecía casi robótico. Así que terminó por adentrarse en la habitación también, deteniéndose sólo un par de pasos detrás suyo. Quería sacudirla por los hombros, obligarle a mirarlo, pero parecía tan perdida en sus pensamientos que ni siquiera había notado que se acercó.

El lugar se veía ordenado y limpio, nada parecía fuera de lugar, las paredes blancas estaban sobrias y sin ningún tipo de decoración, no había portarretratos o algo además de las prendas en el armario que pudiera delatar el hecho de que alguien vivió ahí alguna vez.

Eso era tan típico de su tío. Tenía una especie de obsesión con el orden.

—¿Así lo recordabas? —habló, rompiendo el silencio tras unos segundos.

—Todo sigue igual. —susurra la azabache frunciendo el ceño, paseando la mirada por los libros de botánica en el estante cerca de la ventana— Es como si no hubiera pasado el tiempo.

Ambos pudieron ver la intensidad de la lluvia a través de la ventana y cayeron en cuenta de que esto iba para largo. Fue así como Sarada se obligó a poner un pie delante del otro para moverse hacia el armario y abrir una de las puertas inferiores para sacar almohadas y dos futones que nunca llegaron a utilizar.

—Bien, ya que tanto quieres ayudar, lleva esto al vestíbulo mientras me doy una ducha. —empuja las cosas contra el pecho del hombre— Te ofrecí el baño y no tomaste la oportunidad, ahora tendrás que esperar.

—No tardes.

—No me digas qué hacer. —le mira sobre su hombro— Agradece que te dejo pasar la noche aquí y no bajo la lluvia.

—Muy amable de tu parte.

—¿Nadie te dijo que soy la madre Teresa de Calcuta? —exclama con sarcasmo— Deberían canonizarme y ponerme un altar.

Una sonrisa llena de ironía tiró de la esquina de sus labios y Kawaki se la devolvió mientras negaba con la cabeza tras verla marcharse. Por un momento olvidó que debía fingir que no la conocía y que no decidió venir a Okinawa por voluntad propia con el único propósito de verificar que estuviera a salvo.

Resulta que estar a solas con Sarada en una isla, refugiándose en una pequeña casa en medio de la nada, totalmente incomunicados y con una tormenta eléctrica que los obligaba a pasar la noche bajo el mismo techo era demasiado para su estabilidad mental.

Por milésima ocasión en lo que iba del día pensó que el destino era caprichoso. ¿Por qué si no les haría pasar por la misma situación dos veces?