La luz proveniente de los relámpagos en el cielo iluminó su silueta femenina recién salida del cuarto de baño y por instinto se llevó una mano al pecho al verla caminar por el pasillo con los pies descalzos y su delgado cuerpo cubierto únicamente por una camisa oscura que le quedaba enorme y apenas la cubría a mitad de los muslos.
—¿No tienes algo mejor que hacer además de vigilar cada cosa que hago? —enarca una ceja— ¿Tu familia sabe que eres un acosador?
Kawaki puso los ojos en blanco y pasa por su lado.
—Dejé una muda de ropa seca en el baño. —señala detrás suyo— Aunque tal vez me haya terminado el agua caliente.
Pero se dio cuenta de que mintió en cuanto abrió la regadera y el chorro de agua tibia cayó sobre su cabeza destensando sus músculos de inmediato. Le tomaron cinco minutos exactos terminar de ducharse y cuando salió se encontró con la joven Uchiha sentada sobre su futón abrazando las piernas contra su pecho y una manta cubriéndola por los hombros.
Tenía la mirada perdida en el diluvio de afuera a través de la amplia ventana rectangular que cruzaba la mitad de la pared frontal y su ceño permaneció fruncido hasta que él se aproximó a su lado en el otro futón.
—¿Cuánto crees que dure la tormenta? —pregunta el hombre mirándola de reojo.
—No lo sé, tal vez toda la noche. —dice en un suspiro— No hay recepción aquí, así que tendremos que regresar mañana temprano a la casa de Mifune para avisar que tuvimos que retrasar el vuelo por el clima.
—Himawari se pondrá rabiosa. —se burla Kawaki— Esperaba viajar a primera hora rumbo a Dublín.
—¿No se fue con tus padres?
—Ellos se adelantaron, tienen dos días en Irlanda. —explica con el ceño fruncido— Namida y Hima decidieron esperar por mí.
—¿Por qué harían eso? —hizo una mueca de confusión— Si estabas en Londres, ¿no era más fácil que ellas fueran por sí solas y te ahorraban un viaje de doce horas?
—No tienen idea de que estaba en Londres. —se encoge de hombros— Fue algo... de imprevisto.
Sarada arquea una de sus cejas oscuras, pero su atención se distrajo por el estridente sonido de un trueno. Apenas pudo reprimir la sonrisa en sus labios al ver los haces de luces iluminando el cielo como algo que podía considerarse como aterrador.
—¿Y dónde creían que estabas?
—En Tokushima resolviendo unos asuntos. —dice sin dejar de mirar su bonito perfil— Técnicamente no es una mentira, estuve allí antes de viajar a Londres.
Sarada sacude la cabeza con ironía.
—¿Y cómo piensas explicar que viajé contigo?
—No tengo porqué dar explicaciones de lo que hago. —responde con seriedad— No soy un adolescente.
La Uchiha suelta un suspiro, encogiéndose de hombros, sin hacer siquiera un esfuerzo por ocultar que toda aquella conversación le parecía aburrida.
Estuvieron unos minutos en silencio, los suficientes para que Kawaki, quien usualmente prefería el silencio, se planteara la idea de hablar.
—¿Cómo ha sido regresar a tu vida en Londres? —pregunta él, con los dedos hormigueándole por tomar el mechón suelto de cabello oscuro y colocárselo detrás de la oreja.
Estaban cerca, si estirara la mano podría tocarla. Necesitaba hacerlo. Pero finalmente se resignó a mantener los dedos quietos.
—Oye, no es que quiera ser grosera... —hace una mueca de fastidio— Pero no te importa lo que haga o no con mi vida. ¿Acaso no tuviste suficiente con entrometerte en mi viaje sin que te lo pidiera?
Él no pareció alterarse con su reclamo y simplemente se encogió de hombros.
—No. —dice como si nada— No estoy ni cerca de tener suficiente.
«De ti. No tengo suficiente de ti.», quiso decirle, pero en su lugar desvió la mirada al mismo sitio que ella miraba con insistencia.
—Tengo curiosidad.
—Pues ve y hazle preguntas a quien quiera darte respuestas. —pone los ojos en blanco— No pretendas que somos amigos y que nos conocemos más de esos cinco minutos que hablamos aquel día en la residencia Hyūga cuando casi te matan.
—Es más fácil hablar con un desconocido, ¿no? —gira su rostro para mirarla.
Esas dos líneas en su entrecejo le hicieron saber que lo consideró por al menos dos segundos antes de que su expresión volviera a ser tan impasible como hasta ahora.
—Dime lo que estás pensando. —insiste él— ¿Qué necesitas?
Ella se relame el labio inferior con mirada pensativa.
—Si te lo dijera, te sorprendería. —una sonrisa irónica tira de la esquina de su boca, abrazando más las rodillas contra su pecho— O te asustaría.
—Pruébame. —contesta con seguridad— Soy un mafioso, nada de lo que digas puede asustarme.
Sarada sacude la cabeza y suelta un suspiro.
—Si no fueras tan entrometido, me agradarías. —se encoge de hombros— Recuerdo a Boruto hablar sobre su hermano mayor cada que tenía la oportunidad. Era fastidioso.
—Sí, bueno, a mí me tocó la otra cara de la moneda. —resopla el Uzumaki— No hablaba de otra cosa que no fuera de ti.
La Uchiha sonríe, esta vez con genuino afecto y al mismo tiempo con un deje de nostalgia. Los años en los que vivieron en paz en la villa familiar en Palermo fueron divertidos y estresantes a partes iguales.
Por un lado, estaban las lecciones con su madrina Tsunade y las clases de ballet, por el otro el escaso tiempo libre que usaba ideando diabluras con Boruto, Shikadai, Mitsuki... y Kaito.
Luego de lo de Bali, Shinki se unió a su pequeña pandilla y se volvieron inseparables.
Kaede nunca se les unía, ella presumía ser muy mayor para juegos infantiles, así que creció rodeada de energía masculina. Sin embargo, eso no significaba que no podía tomarse un descanso de las tonterías de los chicos y decidir pasar el rato con Himawari y Namida, quienes estaban encantadas de formar su pequeño grupo de chicas.
Todo eso cambió después de la masacre de los Hyūga que desencadenó una serie de sucesos que desviaron el rumbo de su vida.
—Y aún así, no volvimos a coincidir nunca. —murmura ella con expresión calmada— Mismo entorno, mismo círculo social, y lo único que sé de ti es que eres jefe de la Yakuza.
Kawaki se tomó esa declaración muy en serio y enderezó la espalda con determinación. Bien, si ella no iba a hablar, él lo haría.
—Después del ataque a los Hyūga, los Uzumaki decidieron adoptarme a pesar de que mi padre fue el traidor que los entregó en charola de plata. —comienza a hablar— Al principio, creí que lo estaban haciendo para vengarse de alguna manera a través de mí.
—Imposible, el tío Naruto es la persona más honorable y generosa que conozco. —contesta Sarada recostándose en el futón, con los ojos fijos en el techo— Demasiado ingenuo hasta cierto punto por creer que la humanidad no está tan corrompida como sé que está, pero aún respeto su manera de pensar.
—Lo sé. —dice frunciendo el ceño— Pero en ese entonces lo creía. Así que intenté no apegarme a ellos por temor.
—¿Temor? —enarca una ceja y suelta una risita— ¿Creíste que te iban a abandonar en un parque?
—Todo era demasiado bueno para ser verdad. —continúa diciendo— Me inscribieron a una de las mejores escuelas de Tokio, me compraron ropa nueva, contrataron los mejores maestros particulares para que me dieran clases avanzadas e incluso me dieron la opción de elegir una actividad que me gustase de verdad.
Sarada se gira sobre su costado para mirarlo con atención y usó la palma de su mano para apoyar su cabeza.
—Habría elegido el piano. —confiesa en voz baja— Pero en su lugar, pedí continuar con mi entrenamiento de artes marciales mixtas.
Él vio la duda en su mirada, pero supo que no preguntaría.
—Mi madre biológica alguna vez le habló a mamá sobre mi habilidad para tocar el piano, así que ella creyó que pediría retomar las clases. —suelta un suspiro— Pero yo no quería traer nada de mi antigua vida a la nueva, así que rechacé la oferta al igual que todas las peticiones de tocar aunque fuese una única pieza.
La Uchiha captó de inmediato que la palabra mamá estaba destinada a Hinata Hyūga y no a la mujer que le dio a luz.
—¿Nadie te ha oído tocar el piano? —pregunta estrechando la mirada— ¿Estás seguro de que no lo estás imaginando y eres sólo un fraude?
Kawaki sonrió, negando con la cabeza. Sí, esa era la Sarada que recordaba.
—Lo hago de vez en cuando. —se encoge de hombros— Sólo para mí.
—Yo soy pésima para los instrumentos musicales. —comenta ella haciendo una mueca— Bueno, algún defecto había que tener, el universo debe tener un balance.
Joder. La había echado mucho de menos, a ella y su maldita actitud ególatra.
—¿Cuándo te diste cuenta de que no te dejarían a tu suerte?
—Cuando cumplí quince años y mi padre me confesó que tenía la opción de prepararme para tomar su cargo el día que estuviera listo o podría ser libre de escoger lo que quisiera ser. —responde frunciendo el entrecejo— Fue la primera vez que alguien se preocupó por mi futuro de verdad, no me estaban obligando a ser algo para beneficio de alguien más.
—Tu vida debió ser muy jodida para pensar así. —comenta Sarada con una sonrisa irónica— Es decir, la mía fue jodida por elección propia, a decir verdad.
—No merecías lo que te sucedió. —no podía siquiera mirarla a la cara— Tu secuestro, el accidente, nada de eso es tu culpa.
Si había que culpar a alguien, debía culpársele a él. De no haber sido por ese viaje a St. Moritz al que lo acompañó, Sarada no hubiese conocido a Kagura y por lo tanto no se habría convertido en su blanco.
—Claro que lo es. —pone los ojos en blanco— Todo fue consecuencia de una serie de malas decisiones mías que terminaron conmigo en una fosa veinte metros bajo tierra.
Ella hizo una mueca ante su propia declaración. Sonó demasiado dramática para su gusto. Exhaló de manera audible y volvió a recostarse boca arriba sin la más mínima intención de continuar con esa conversación.
Hubo un largo silencio en el que ninguno dijo nada hasta que otro suspiro escapó de los labios femeninos. Debía ser pasada la medianoche y no tenía ni una gota de sueño.
—¿Qué pasó después? —habla en voz alta, llamando la atención del pelinegro.
—¿Es curiosidad lo que capto en tu voz?
—No, pero quiero que hables. —estira los brazos— Usaré tu historia triste como cuento para dormir.
Él no pudo evitar sonreír y una ronca carcajada masculina cortó el silencio que se formó de pronto. Un comentario como ese desde luego habría ofendido a cualquier persona, porque a decir verdad, podría considerarse ofensivo.
Sin embargo, no dejaba de parecerle fascinante que aquel filtro entre el cerebro y la boca de Sarada seguía siendo prácticamente inexistente.
Se puso de pie para apagar las linternas que alumbraban el espacio del vestíbulo y cuando regresó la encontró recostada de lado, mirándole con expectación.
—Cursé negocios y economía en la universidad de Tokio a los diecisiete. —ignora la última declaración— Pero para ese entonces ya tenía el control de la Yakuza.
—Universitario y mafioso. —exclama con ironía— Por supuesto, ¿Quién iba a sospechar que el mayor criminal de Japón se camuflaba entre los estudiantes de una universidad prestigiosa?
La curiosidad de Sarada era algo que nunca cambiaría, podría ser una persona completamente diferente, pero la necesidad de conocer toda la información y las piezas faltantes de una historia era parte arraigada de su personalidad.
—Hice lo que se esperaba de mí.
—¿Pero lo hiciste por ti? —pregunta con su habitual expresión estoica— ¿Decidiste que querías ser jefe porque así lo querías o fue una manera de mostrar agradecimiento a la familia que te acogió como parte de los suyos?
Sí, el tacto seguía sin ser su fuerte.
—¿Y tú? —contraatacó él— ¿Usaste a Kagura como escudo para tu familia o tenías tus propios intereses?
La azabache sonríe por lo bajo.
—Si me conocieras de verdad, no tendrías que preguntar. —contesta ella, adoptando una posición más cómoda en el futón— Quiero dormir ahora, así que deja de hacer ruido.
Él le observó darle la espalda en silencio y tras soltar un suspiro hizo lo mismo, sin poder evitar pensar en lo mucho que las cosas podían cambiar en tan poco tiempo. Meses atrás, se hubiese metido en el mismo futón que ella y la habría estrechado contra su pecho para guardar mejor el calor.
Le habría besado hasta saciarse, disfrutando la sensación de su pequeño cuerpo enredado al suyo y la tranquilidad que le proporcionaba recostar su rostro en el valle de sus senos mientras sentía bajo su mejilla el latido rítmico de su corazón.
¿Y ahora debía conformarse con dormir a un metro de distancia?
Los párpados comenzaron a pesarle al poco rato y aunque quiso resistirse a caer en los brazos de Morfeo, no pasó mucho tiempo antes de que el sueño lo arrastrara a sus fauces.
«—Quieres a mi hermano, lo entiendo. —apunta él, con el ceño fruncido— Pero a mí me deseas. Tu mirada te delata.
—¿Y eso dónde nos deja? —dice ella con sarcasmo— El que yo lo quiera y a ti te desee me convierte en una zorra, y el que tú como su hermano desees a la mujer que quiere te hace un hijo de puta.»
«—Lo de ayer fue el calor del momento. —intentó zafarse de su agarre— Pero si accedo a lo que me propones ahora... sería demasiado bajo.
—Son sólo dos días. —sujeta su mentón para obligarla a verlo— Da igual lo que hagamos, la ofensa ya está hecha.»
«—Eres odiosa. —gruñó contra su boca— Mimada.
—Y caprichosa. —sonríe ella— Pero me importa un bledo.»
«—¿Estás bien, bambi? —se burló en su oído— Puedo llevarte en brazos si no puedes caminar.»
«—¿Qué demonios estamos haciendo? —gruñe contra sus labios
—No tengo ni puta idea.»
«Concédame esta pieza, Oyabun.»
«—Es la última noche, ¿lo sabes? —susurra ella elevando la mirada para verlo— Mañana se termina lo que sea que fue esto.»
«—Quiero continuar con nuestro acuerdo. —soltó de golpe— Extendamos la fecha de caducidad del trato.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta que uno de los dos quiera acabarlo.»
«—Nadie va a enamorarse aquí. —advierte— Míralo como una apuesta. El que se enamora pierde.
—Bien. Nunca pierdo una apuesta.»
«—Esto sería casi perfecto si tan solo nos agradáramos. —se ríe ella— ¿Podemos fingir que nos llevamos bien por diez minutos?
—Creí que ya nos llevábamos bien.
—Tener una buena química sexual no es lo mismo que llevarse bien. —contesta con ironía— A lo que me refiero es... a agradarte de verdad, como amiga o lo que sea...
—Podemos fingir por diez minutos. —tiró de su brazo finalmente y la atrajo hacia él con una mano rodeando su nuca— Así puedo decirte que la belleza del paisaje no es tan devastadora como la tuya.»
«—Ven conmigo. —propuso tomando su mentón para obligarle a verlo.
—¿Qué? —abre los ojos con incredulidad.
—Quiero que vengas conmigo.»
«La suite Hans Badrutt con vistas al lado está lista para recibirlos, señor y señora Uzumaki.»
«—Tienes una reunión de negocios. —le recuerda— ¿Piensas llegar tarde?
—El mundo entero puede esperar.»
«¿A dónde crees que vas, bambi? La pista de hielo está del otro lado.»
«—¿Me vas a llevar a esquiar?
—Sí.»
«—¿Irás a ver mi presentación en Tokio? —pregunta acariciando su brazo con la punta de su dedo.
—Tal vez. »
«¿Y qué tal si te quedas en Japón?»
«Quiero que vayas conmigo. Sé mi cita esta noche.»
«Me gusta como hueles. Puedo reconocer tu olor nada más entrar en una habitación.»
«—Aquí estoy, bambi. —se aclaró la garganta y acarició con suavidad su mejilla— Sigue respirando, ¿de acuerdo?»
«—Estoy enamorad...
—No te atrevas a terminar esa oración. —la interrumpe en un rugido que tronó en el silencio del lugar— No hay un tú y yo, nunca lo habrá, no te hagas falsas ilusiones.»
«Tienes razón, la que se equivocó fui yo.»
«Por eso te pido... Que si para ti sigue siendo un juego, entonces me dejes ir. Suéltame para que yo pueda soltarte de una vez por todas.»
«Que eres un imbécil. Y yo también por no dejar de sentir lo mismo por ti.»
«—Oye, tengo una gran idea para tu siguiente tatuaje. —balbucea con una sonrisa— Unas bonitas camelias rojas.
—¿Flores? —sacude la cabeza— Es ridículo.
—¡Dicen que son las rosas de Japón! —lo golpea en el hombro haciendo un puchero— ¡Y son mis favoritas!
—¿Y dónde debería tatuarme, cerebrito?
Ella sonríe, colando su mano debajo de su camisa provocando que todo su cuerpo se tensara, en especial al llegar a la altura de su pecho, justo encima de su cicatriz.
—Aquí. —dijo en voz baja para que sólo él la escuchase— Creo que es hora de borrar los malos recuerdos.»
«—Te amo. —repitió esta vez mirándole a los ojos— Pero está bien si tú no me amas.»
«¿Te gusta jugar, pequeño bambi?»
«—¿Qué es lo que quieres ahora? —se removió molesta entre sus brazos— ¿Por qué no me dejas en paz?
—Porque no puedo. —susurra cerca de sus labios, pero parecía estar hablando consigo mismo—Lo intento, pero soy incapaz de alejarme de ti.»
«—Te detesto. —musita ella con la mirada acuosa.
—Tú no me detestas. —niega él con una sonrisa, tomando su rostro entre sus manos— Tú me amas, Sarada Uchiha.»
«Mañana voy a irme después de la presentación. Y cuando regrese, todo rastro de ti será borrado de mí.»
«Te amo»
«¿Y qué pensabas? ¿Que algo que empezó siendo sexo sin compromiso iba a convertirse en un matrimonio feliz con dos hijos y un perro? No seas ilusa.»
«Admítelo, podrás ser buena para cualquier cosa, pero no serías buena esposa para nadie. Al menos no para mí.»
«No podías ofrecerme algo sin compromisos porque ya estabas comprometido.»
«Se acabó.»
Sintió una ligera presión en el pecho y al abrir los ojos se encontró con la mirada oscura de Sarada lo suficientemente cerca para hacerle parpadear confundido.
Ella estaba ahí, con su rostro a centímetros del suyo y usando una de sus manos para mantener el equilibrio apoyándose sobre suyo torso. Sus labios estaban a centímetros de los suyos, si tan sólo hiciera un ligero movimiento hacia adelante podría volver a probarlos.
Y justo en ese momento era lo que más anhelaba.
Él hizo el amago de susurrar algo, pero de inmediato la joven le tapó la boca con la mano libre.
Cállate y sígueme, alcanzó a leer en sus labios a pesar de la oscuridad y sólo hasta que asintió como respuesta ella se alejó.
No entendía lo que estaba sucediendo, en especial al verla avanzar hacia el pasillo casi en cuclillas, con todo el sigilo del mundo. A él le tomó unos segundos reaccionar y la siguió en silencio hasta la habitación que fungía como armería.
Ahí la vio agachada, retirando un tablón suelto de madera del suelo y mostrándole una variedad de armas largas. Ametralladora, carabina automática, escopeta monotino, rifle semiautomático, rifle de precisión, revolver.
—Ármate. —le dijo con un gesto de concentración, enfundando una glock 19 y un revolver ruger super redhawk junto a sus cargadores— Nos tienen rodeados.
—¿Cómo sabes? —enarca una ceja— Sólo se escucha la lluvia ahí fuera.
—Camuflan sus movimientos con el ruido de la tormenta. —le lanzó un cinturón porta armas— Activaron las trampillas.
—¿Cómo sabes que no es un animal?
—Porque se activaron seis al mismo tiempo. —contesta con cautela— Todas colocadas en lugares estratégicos. Créeme, no es un animal.
Ella ya se había colocado la misma ropa que traía antes y se ató el cabello con una rapidez sorprendente que lo desconcertó por unos segundos. Se movía por la habitación con destreza, tomando dagas cortas, cuchillos y colocando en su espalda un carcaj lleno de saetas afiladas.
—Muévete. —le ordenó, pasando por su lado para alcanzar un arco recurvo de la pared— Tenemos al menos un minuto antes de que se acerquen lo suficiente para atacar.
—Deben ser Las Triadas. —frunce el ceño mientras guardaba en el cinturón una Beretta M9 y tomaba entre sus manos una PKM— Tanuki Shigaraki no está conforme con la situación.
—¿Y por qué enviaría a alguien para asesinarte? —le mira de reojo— ¿No tenían una especie de alianza?
—La cual se establecería una vez se realizara la boda entre su hija y yo. —contesta con firmeza— Cosa que no ha sucedido, la he estado retrasado.
Sarada pone los ojos en blanco.
—Eso no tiene sentido. —sujeta una uchigatana de mango recto y hoja curva— Si te mata, se queda sin cliente al cual venderle su ganado.
—¿Qué?
Ella sacudió la mano para restarle importancia.
—Olvídalo, yo me entiendo. —su padre también lo entendería— De cualquier manera, sé que no son Las Triadas.
Él no estaba tan seguro de eso. Antes de viajar a Londres tuvo una reunión con Tanuki, el cual expresó su descontento por aplazar la fecha de la boda que inicialmente Sumire propuso. Ella quería una ceremonia durante las fiestas decembrinas.
—¿Por qué no te casas y ya? —pregunta con obviedad— Es un medio para un fin.
Eso lo hizo detenerse un momento para mirarla a los ojos con una punzada latente en el pecho.
—Yo lo hice. —se encoge de hombros— Y lo haría otra vez si me lo preguntas. Al final, lo que importa es cuidar tus intereses y los de tu familia.
Él entreabrió los labios para hablar finalmente, pero entonces una ráfaga de disparos se desató en el exterior y ambos cayeron en cuenta que de haberse demorado un par de minutos más en el vestíbulo habrían terminado acribillados.
—Será mejor que sepas cuidar de ti mismo. —señaló el arma entre sus manos con el mentón— Porque no pienso detenerme a cuidarte las espaldas.
—Voy a fingir que no oí eso. —contesta con sarcasmo, quitándole el seguro a la ametralladora.
La Uchiha puso de nueva cuenta los ojos en blanco y señaló la ventana en la parte superior de la habitación. No necesitó decir nada más, él se adelantó a salir primero como precaución e hizo el amago de ayudarla cuando fue su turno, pero se ganó una mirada amenazante de parte suya. Bien, no necesitaba su ayuda, captó la idea.
Ella se tomó un par de segundos para mirar a sus pies y sus labios temblaron un poco al ver los arbustos cubiertos de flores de un rojo vibrante. Tsubaki se había hecho cargo de plantar nuevas y cuidarlas.
Kawaki supo hacia dónde iba su mente y llamó su atención para sacarla de aquel trance en el que pareció sumirse de repente. En otro momento probablemente le habría dado su espacio para procesarlo, pero no ahora donde sus vidas estaban de por medio.
—Cubro el frente. —exclamó ella con determinación— Encárgate del lateral izquierdo.
—No. —replica él— El frente es abierto y debe estar asediado.
—Por eso mismo. —palmea su hombro— Despeja el resto para que pueda limpiar la zona frontal.
No tenía caso llevarle la contraria. Era la mujer más tozuda que conocía en su vida.
—Termino y te ayudo.
—Sí, sí. —comienza a caminar con él a sus espaldas— Sólo no me estorbes.
—Ten cuidado.
Ella le mira sobre su hombro con una ceja enarcada y finalmente se gira hacia el frente cuando lo ve irse del lado contrario para rodear la propiedad.
Se detiene a un par de pasos de la esquina, cubriendo la mitad de su cuerpo con el tronco de un árbol cercano y desde su posición pudo ver a tres sujetos aproximándose a la entrada.
No podía contabilizarlos, eran todo un ejército, y la lluvia y la oscuridad no ayudaban a la visibilidad. Aún así, estiró la mano hacia atrás para coger la primera flecha y apuntó directamente a la cabeza del primero.
Cualquier sonido que pudo hacer se vio amortiguado por las gotas de agua cayendo contra el piso y ella lo usó a su favor, disparando una flecha tras otra hasta quedarse sin una sola en el carcaj.
Un grupo de seis hombres salió de entre los arbustos con armas largas y capuchas negras, uno de ellos ladrando órdenes al resto en un idioma que no le costó nada identificar. Eran polacos. Pero eso ya lo intuía.
Una sonrisa se extendió por su rostro y la adrenalina comenzó a correr por todo su cuerpo.
Ellos no conocían el terreno como ella que podía caminar a ciegas por el espacio sin importar las condiciones climáticas. Sí, tenían superioridad numérica, pero ella tenía la ventaja.
No volvería a pasar por lo mismo dos veces.
Dejó caer el carcaj y el arco para liberar el peso extra que traía encima y observó con detalle a su alrededor en busca de una oportunidad. No tuvo que esperar mucho, al parecer Kawaki decidió crear una distracción poniéndose a sí mismo como carnada al contrarrestar fuego con fuego.
Tal vez él tenía razón, para su disgusto, atacar de frente equivalía a un intento de suicidio. ¿Qué podía hacer? ¿Que era lo más razonable?
Por muy bueno que fuera Kawaki combatiendo contra un grupo entero en algún momento se le terminarían las municiones. Y por lo que veía, Jigen envió a todo un maldito ejército para cazarla.
Quince hombres más se unieron al asedio, y supo que si querían salir vivos de esto, debía actuar ahora. Así que durante la siguiente ráfaga de disparos se echó a correr, internándose en el boscaje con una idea clara en mente: No morir.
Descubrió que a unos cien metros se concentraba la mayor parte de la unidad. Logró contabilizar al menos a treinta sujetos alistándose para brindar apoyo en caso de ser necesario.
¿Más de cincuenta hombres para su captura? Sí que dejó una buena impresión.
—Tráiganla viva, ¿me oyen? —ordenó el que parecía ser el líder del operativo— El jefe tiene planes para ella.
Era un hombre corpulento entre los cuarenta y tantos años, tenía un peculiar corte tipo mohawk de cabello encanecido, al igual que la barba que enmarcaba su rostro y un bigote arreglado.
—Al otro captúrenlo, vivo o muerto, me da igual. —espetó en voz alta— Su vida es irrelevante para nosotros.
Ella reprimió una sonrisa. Jigen esperaría sentado, porque no planeaba ser prisionera de nuevo. Sobre su maldito cadáver.
Desenfundó cinco pequeñas cuchillas de uno de los compartimentos y no demoró en lanzarlas a diferentes puntos estratégicos. Tres de ellas dieron en el blanco, mientras las últimas dos se clavaron en el globo ocular de uno y la yugular de otro respectivamente.
—¿Qué mierda? —reaccionó el líder, mirando a su alrededor en busca de su paradero, pero la oscuridad y la lluvia le estaban poniendo un trabajo difícil.
El resto del escuadrón apuntó sus linternas en diferentes direcciones esperando encontrarla, pero las condiciones los mantenían prácticamente a ciegas. Las otras tres cuchillas se habían clavado en el tronco de distintos árboles y en diferentes ángulos, por eso parecían confundidos.
Sarada sonrió de medio lado, deslizando la mano hacia el mango de la uchigatana y la blandió con una rapidez impresionante hacia el cuello del hombre más cercano a su escondite.
Se escucharon los disparos, pero ella estaba entretenida rebanando la garganta de un segundo objetivo desde la espalda y usando su cuerpo como escudo humano. Ellos se habían replegado en un círculo, disparando a todas partes con la esperanza de arrasar con cualquier amenaza que los rodeara sin saber que ella ya estaba atacando desde el centro.
—¡Es ella! —gritó el líder— ¡Atrápenla, malditos inútiles! ¡No la dejen ir!
La sangre salpicó su rostro, pero no le tomó importancia, siguió danzando entre la lluvia con una velocidad antinatural mientras los cadáveres caían uno a uno a sus pies.
Derribó a uno con una patada en el centro del pecho para tomar impulso y degollar por completo al sujeto detrás suyo, sólo entonces aterrizó con una rodilla en el suelo y aprovechó para clavar la katana en la parte baja del abdomen del primero para después hacer un corte vertical que desgarró la piel de su torso y dejó sus viseras expuestas.
Pero no se detuvo por mucho tiempo, corrió bajo la lluvia, derrapando fácilmente por el barro a sus pies, esquivando los disparos por poco.
—Creí que me querían viva. —se mofa en su idioma, empuñando la daga contra el muslo del hombre más próximo para hacerlo caer— Jigen se molestará si saben que atacan con intención de matar.
Sacó la misma daga que usó en su pierna para cortarle la garganta de tajo una vez que lo tuvo a su alcance en el suelo y rodó con su cuerpo para evitar los disparos del hombre detrás suyo.
Bien, según sus cuentas habían trece menos ahora. Sólo le faltaba poco más de la mitad.
Tres tipos se aproximaron con la intención de acorralarla y el primero la tomó por sorpresa sujetándola del cuello con un brazo con la intención de dejarla inconsciente. La creían contra las cuerdas, pero entonces ella tomó vuelo hacia atrás para hacerle perder el equilibrio y estampó la suela de su bota en el rostro del segundo.
Llevó la mano izquierda hacia el cinturón y sus dedos alcanzaron el tantō japonés de doble filo que le terminó clavando debajo de la mandíbula. El hombre se vio obligado a soltarla mientras intentaba no ahogarse con su propia sangre y Sarada aprovechó para recoger la uchigatana del suelo y abrir las gargantas de los otros tres con un rápido movimiento que casi pareció premeditado.
Uno a uno fueron cayendo como piezas de ajedrez hasta que en el centro del espacio sólo se encontró el que pareció ser el líder, y el cual levantó su arma con los ojos inyectados en sangre.
Iba a matarla, no importaba que la orden directa de su jefe fuera capturarla viva, no había otra manera.
—¿Qué? —la joven ladeó el rostro con una sonrisa llena de arrogancia— ¿Tienes miedo?
Desbloqueó el arma.
—Eso es hacer trampa. —señaló la beretta en sus manos con la punta de su katana— Ni siquiera he necesitado una como esa para acabar con todo tu escuadrón.
—Voy a matarte.
—Vas a intentarlo. —le corrige— Cobardemente, he de decir.
La apariencia de la chica era... perturbadora. De la cintura para abajo estaba manchada de barro, pero el torso, brazos y rostro yacía bañado en sangre.
—Hagamos algo. —deja caer la katana— Si me ganas, voy contigo sin oponer resistencia.
—Peso lo triple que tú, chica. —sonríe el hombre bajando el arma— No te conviene.
Ella se encoge de hombros.
—Pareces muy convencido de que vas a ganar. —sonríe la azabache— No me has preguntado qué sucederá si pierdes.
—No sucederá. —se jacta él con un brillo de ambición en el rostro— Pero digamos que sucede, ¿Qué es lo que quieres?
—Te lo diré cuando gane.
El montón de cuerpos apilados alrededor de la joven Uchiha debió decirle algo sobre lo que le esperaba, pero en cambio, el hombre botó su arma a un par de metros de distancia con una excitación apabullante en la mirada.
—Sabes quién soy, obviamente. —comenta la azabache levantando las manos para adoptar una pose defensiva— ¿Vas a decirme tu nombre?
—Boro. —responde en tono mordaz— Tendrás tiempo de grabártelo de camino a Katowice.
Sarada sonrió, evadiendo fácilmente su intento de derribarla con una patada.
—Supongo que eres... ¿Quién eres? —dice a modo de burla— Su mano derecha seguro que no. El hombre que acompañó a Jigen a mi fiesta de compromiso era un hombre de cabello blanquecino, con una pequeña verruga junto a la nariz y una barba tupida.
—Koji. —gruñe en voz baja— Esa sanguijuela siempre entrometiéndose.
—No me digas. —le apuntó con el dedo de manera burlona— ¿Se pelean por ser el preferido de Jigen?
—Eso terminará pronto. —contesta Boro lanzándose contra ella con todo su peso— Cuando te lleve con él, me ganaré su favor.
—¿Estás seguro de que eres el único en la carrera? —enarca una ceja— También oí hablar sobre un tal...
—¿Deepa? —la interrumpe, escupiendo el nombre con desagrado— Él no es más que un imbécil lameculos insoportable, cree que por abastecer el arsenal se convertirá en el segundo al mando.
Ella sonríe, echando su cuerpo hacia atrás para evitar ser alcanzada una segunda patada.
—No, no, me refería a un sujeto calvo.
—¿Garō? —pregunta desconcertado— ¿Qué va a saber él sobre los asuntos importantes? El muy idiota sólo dirige los puteros, la cabeza no le da para más.
—Por supuesto, Kagura mencionó algo al respecto. —mintió— Tenía un asunto personal con el asqueroso proxeneta que traficaba chicas menores...
—Víctor. —añadió con desagrado— El viejo decrépito no tiene escrúpulos para traficar con jovencitas, pero Jigen insiste en que es buen negocio.
—Claro. Víctor. —asiente, esquivando una vez más el puñetazo que iba directo a la cara— No lo conozco, pero debe ser una basura.
—Sería fácil reconocerlo, el tipo está tuerto. —se mofa Boro— Tal vez tengas la oportunidad de conocerlo, seguramente Jigen le dará permiso de venderte a sus clientes. La puta Uchiha, ¿Cómo te suena?
—Yo también querría tenerme. —menciona con una sonrisa en el rostro— ¿Acaso no me has visto?
La lluvia disminuyó hasta convertirse en un simple chisporroteo y la luz del alba iluminaba los ríos de sangre bajo sus pies. Podían verse ahora con claridad, frente a frente. Así fue como Sarada reparó en los ojos azules que le observaban con un profundo desprecio.
Los disparos de fondo también habían cesado minutos atrás, y por la expresión en el rostro de Boro, él acababa de darse cuenta también.
—Tu amiguito debe de estar muerto ahora. —sonríe él— ¿Quieres echar un vistazo? Tómalo como un gesto de buena fe.
—Si es lo suficientemente imbécil para dejarse matar, no vale la pena que regrese por él.
—Eres una chica peculiar, Sarada Uchiha. —estrecha la mirada— Si mi misión no fuera capturarte y no hubieses asesinado a casi todo mi escuadrón seguramente te habría invitado un trago.
—Y yo no habría aceptado. —se encoge de hombros— No salgo con hombres que acatan órdenes de alguien más.
A ella le había tomado dos míseros minutos analizar a su oponente. Tenía potencia para destrozar huesos de un sólo golpee, pero su corpulencia le restaba la velocidad que necesitaba para acertar sus ataques, también parecía tener una especie de entrenamiento militarizado.
Otro dato importante: era un idiota que soltaba información sin necesidad de sacársela a la fuerza. Ella jamás oyó a Kagura hablar sobre Víctor o cualquiera de los involucrados en la red de tráfico de Jigen. Simplemente soltó datos al azar y Boro picó el anzuelo.
¿Un hombre calvo? ¿Un proxeneta? Descripciones vagas que esperaba que encajaran. Y lo hicieron, el muy imbécil le dio una lista de nombres que en otras circunstancias le habría tomado semanas enteras recaudar dicha información.
—Bien, niña, ya me cansé de tus estúpidos jueguitos. —se abalanzó al frente— Terminemos con esto para poder llevarte con Jigen.
Sarada cambió su pose defensiva de puños cerrados a una con las palmas abiertas y dedos juntos. Él no le tomó importancia a ese detalle hasta que comenzó a repartir golpes secos en sitios específicos y de pronto no pudo sentir sus extremidades.
Cayó de espaldas en un ruido sordo sobre el barro sin poder moverse, con los ojos abiertos de la impresión y la respiración errática. ¿Qué demonios? ¿Por qué no podía moverse?
—¿Qué me hiciste? —gruñe con desesperación, completamente paralizado del cuello hacia abajo.
Sarada se agacha en cuclillas a su lado sin ningún tipo de expresión en el rostro y alcanza un compartimento de su cinturón para sacar un karambit con una hoja curva y corta de doble filo.
—Gané. —susurra con un tono de voz aterciopelado— Hora de reclamar mi premio.
—¿Qué haces, maldita perra?
—Dije que te diría lo que quiero después de ganarte. —le ignora la chica, deslizando la hoja por su mejilla sin llegar a cortar— Justo ahora, quiero tus ojos, pero tal vez en unos minutos quiera tu lengua...
Es fue la perturbadora imagen con la que se encontró Kawaki a lo lejos. Sarada se inclinó sobre el cuerpo del hombre con una sonrisa en los labios y una mirada brillante mientras usaba la hoja del cuchillo para extraer el globo ocular izquierdo del hombre sin premura.
Hizo lo mismo con el derecho, con un semblante de satisfacción absoluta. Parecía estar disfrutando cada segundo de ello, cada grito. Su alrededor no era más agradable, con montones de cuerpos inertes esparcidos por el barro y los charcos entremezclándose con los ríos de sangre.
Sin embargo, lo que le llamó la atención fue que ninguno de esos hombres parecía tener una sola herida de bala. Su muerte no fue rápida, fue violenta y dolorosa, la mayoría seguía desangrándose en el suelo, a excepción del hombre con las viseras expuestas que seguro debió morir al instante.
Y lo que más le preocupó fue esa mirada que tenía justo ahora. Esa de disfrute absoluto mientras sostenía los dos ojos del enemigo entre sus manos con los gritos agonizantes del hombre de fondo.
—¿Sarada?
Ella se giró para mirarlo con una ceja enarcada y tras soltar un suspiro dejó caer los globos oculares sobre el barro como si se tratara de nada. Antes de ponerse de pie, la Uchiha deslizó la hoja curva del karambit a lo largo del cuello de Boro para acelerar su deceso.
De pronto se hallaba de mal humor. Le arruinaron la diversión.
—Estás vivo.
—No luzcas tan sorprendida. —dijo con ironía, caminando hacia ella, esquivando los cuerpos en el suelo hasta alcanzarla.
La escaneó de arriba abajo con la mirada en busca de alguna herida, pero afortunadamente estaba ilesa, sin un sólo rasguño. Sin embargo, cada centímetro de su piel expuesta estaba manchado de sangre y barro, era un desastre sucio.
Por otro lado, él estaba impecable. No tenía ni una mancha en la ropa.
Sarada no respondió, en cambio se concentró en un ligero ruido detrás suyo y su sentido de alerta se activó en el momento en el que escuchó el sonido de alguien jalando el gatillo. De reojo vio a uno de los hombres en el suelo con una cuchilla incrustada en su ojo izquierdo levantarse lo suficiente para apuntar con su arma y por instinto se giró para lanzar la karambit en su dirección logrando acertar en la yugular.
Todo ocurrió en cuestión de segundos. El hombre cayó al suelo y ella pudo sentir el brazo de Kawaki aferrándose a su cintura tras recibir el impacto de bala en su costado izquierdo.
El disparo iba en su dirección, pero él se atravesó en la trayectoria. De nuevo recibió una bala por ella.
—¿Qué haces? ¿Estás loco? —exclamó con el ceño fruncido— Iba a evitarlo.
—No a tiempo.
—Eso no lo sabes. —replica con evidente molestia— Ya había predicho el ángulo de disparo, no iba a conseguir siquiera rozarme.
—Sólo di gracias. —la toma por el mentón con firmeza— Así no lo hubieras predicho, no iba a permitir que te alcanzara.
Sarada no supo qué decir, en cambio escudriñó cada micro expresión de su rostro con una mirada consternada y dio un paso hacia atrás para deshacerse del agarre que él mantenía sobre su cintura.
Ahí fue cuando reparó en la herida de su torso que cada vez agradaba más la mancha de sangre en su camisa. Si no hacía algo pronto iba a desangrarse.
—Regresemos a la casa. —dijo ella en un tono que no dejó lugar a replicas y tiró de su brazo alrededor de sus hombros para ayudarlo a caminar.
El rostro de Kawaki poco a poco perdía color y sus pasos se volvían un poco más torpes. Por eso apenas entraron a la casa, no discutió con ella cuando lo hizo recostarse en el mismo futón donde antes había dormitado.
—Necesito detener la hemorragia. —pensó la joven en voz alta y revisó el bolsillo de su pantalón— Mi móvil está muerto. ¿Qué hay del tuyo?
—También.
—Quítate la camisa. —le pidió ella mientras se ponía de pie para buscar el botiquín de primeros auxilios que solían guardar en el baño.
—¿Así nada más? —una sonrisa de medio lado tiró de sus labios— Al menos déjame llevarte a una cita.
—Cállate antes de que decida no salvarte la vida. —pone los ojos en blanco— Quítate la camisa para que pueda suturarte, no podemos quedarnos aquí por mucho tiempo.
Kawaki se enderezó en el futón y tiró de su camisa hacia arriba con dificultad. Entonces, Sarada se agachó a su lado para revisar la herida y se percató de que el proyectil seguía incrustado de manera superficial, es decir, no había perforado por completo. Aún así, estaba perdiendo mucha sangre de manera rápida.
—Tengo que suturarte. —frunce el ceño— Ahora recuéstate.
El Uzumaki la obedeció, reprimiendo un gruñido de dolor al tumbarse de espaldas. Sarada actuó rápido, esterilizando lo mejor que pudo unas pinzas que encontró en el botiquín y se puso guantes para inspeccionar alrededor de la herida.
—Voy a extraer la bala. —le mira a los ojos— Dolerá, pero no te muevas.
—Sólo hazlo. —exclama él con determinación— ¿Segura que sabes lo que haces?
—Mi madre es médico, nos enseñó lo básico. —se encoge de hombros— También debo desinfectar la herida.
Y antes de que él pudiera decir algo, vertió un chorro de alcohol sobre la herida y limpió con gasas lo mejor que pudo antes de sacar el proyectil calibre 22 en cuestión de segundos.
—Joder, pudiste haber avisado.
Su frente tenía una capa de sudor, misma que ella limpió con un trapo húmedo.
—Duele más si te lo esperas. —contesta con tranquilidad— Ahora, cierra la boca, no quiero que me desconcentres.
—¿Tienes lo necesario?
—No, pero usaré grapas estériles que servirán momentáneamente hasta que consigamos atención médica.
Kawaki se perdió en las bonitas facciones de su rostro lleno de concentración. Estaba tan perdido en ella que apenas sintió los pinchazos de las grapas perforando su piel.
El que estuviera cubierta de sangre de pies a cabeza no le restaba nada a su atractivo, justo ahora tenía una apariencia salvaje y fascinante que le hacía imposible dejar de verla.
—¿Por qué? —pregunta ella, rompiendo el abrumador silencio— Nunca conocí a alguien tan estúpido como para arriesgar su vida dos veces por alguien que apenas conoce.
Él no respondió, eso hizo que ella estrechara la mirada en busca de la cicatriz alargada que le dejó la cirugía del lado contrario de su torso.
—¿Te condicionaron mis hermanos? —le observa con seriedad— ¿Con qué te amenazaron para que arriesgues tu culo por mantenerme a salvo?
Eso sería un movimiento típico de ellos.
De nuevo silencio.
Y entonces la mirada oscura se detuvo en su pecho y sus ojos se abrieron al distinguir las líneas tinturadas cubriendo gran parte desde su hombro izquierdo hasta su pectoral, a la altura de su corazón.
Una filigrana de flores rojas. Eran camelias.
Las piezas del rompecabezas finalmente encajaron.
