PARTE 1 Esos Encuentros Importantes
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"Oye, Capitana, ¿de verdad tenemos que trabajar con ese demonio?" Preguntó una nerviosa Lazley mientras miraba de reojo la oscura figura que tomaba una siesta bajo un árbol.
"Órdenes del Barón, él la contrató como apoyo y se tomó la molestia de dejarla bajo mi mando", dijo Berling mientras se rascaba la nuca, incluso tenía preparado el pago de la chica. "Digo, si el Azote Sombrío es tan sólo la mitad de lo que dicen los rumores, entonces puedo minimizar pérdidas si la mando al frente a que haga lo suyo".
"Jo, sacrificarla en lugar de a nuestros compañeros", Getz casi rió. "Gracias por pensar en nosotros, Capitana, pero quién sabe si a ella le guste ser enviada al frente".
"No creo que le importe mucho", murmuró Shez, notando al Azote Sombrío dormir tranquilamente mientras abrazaba su carcaj. "La verdad me siento mal de que vaya sola al frente…" La chica parecía ser apenas mayor que ella, y Shez era la más joven del grupo tan sólo con diecisiete años.
"Oh, ¿entonces quieres acompañarla?" Preguntó Berling, divertida.
"Digo… Al menos para quitarle un enemigo o dos de encima y… ¡Quién sabe! No me molestaría ver en vivo si lo que dicen de la hija del Quiebraespadas es cierto".
"Si te sirve, yo vi pelear al Quiebraespadas hace años cuando era novata en otro grupo mercenario, más joven que tú ahora", contó Berling mientras hacía memoria. "Ese hombre hacía honor a su fama, era fuerte y hábil, grande como un oso, un gran estratega también", la mercenaria suspiró. "Cuando escuché que murió, créanme que me dolió".
"No es usual que un mercenario muera en paz y en su cama, supongo que es mejor que morir en el campo de batalla sin que nadie te llore", comentó Lazley.
"Bueno, si ustedes quieren llegar a viejos y morir en paz y en una cama suave, ¡entonces deben ser los más fuertes!" Berling animó a su gente y todos gritaron en respuesta.
El vigilante del grupo no tardó mucho en avisar que los bandidos a cargo del sádico Metodey se estaban acercando por la ruta esperada.
"¡Todos a sus posiciones!" Ordenó Berling y el grupo rápidamente se movilizó. "Deseo cumplido, Shez, acompañarás al Azote Sombrío, sólo no te arriesgues si no es necesario, aún estás verde, niña".
"Ya no soy una novata", se quejó Shez y enseguida sonrió. "Esos bastardos verán de qué estamos hechos".
"Así se habla. Ahora ve a despertarla, anda".
Shez, despreocupada como siempre, se acercó a la chica durmiente. La verdad era que la hija del Quiebraespadas no daba tanto miedo, de hecho tenía un atractivo difícil de ignorar.
"Hey, Azote Sombrío, despierta. A trabajar, ya vienen los bandidos".
El Azote Sombrío abrazó su carcaj más fuerte y masculló algo. Se cubría el viento nocturno con su propio abrigo largo de cuero negro.
"¡Anda, despierta, es hora de trabajar!" Insistió Shez y se llevó las manos al rostro. "Ugh, ¿esto es lo que siente Getz cuando debe despertarme? Perdón, colega, te invitaré un trago para compensarte…"
La hija del Quiebraespadas finalmente despertó y se estiró con pereza, no tardó en fijar su atención en Shez mientras se ponía su abrigo.
Shez no pudo evitar una rara sensación al ver a la otra mercenaria a los ojos… Nunca había visto una mirada tan poco expresiva. Una mirada vacía, un par de ojos del color del cielo nocturno. Shez sacudió la cabeza y se puso firme. "Los bandidos se acercan. Apenas lleguen a la zona de emboscada, nos toca entrar desde el lado del río. Atacaremos juntas a los que guían al grupo".
El Azote Sombrío asintió y se colgó el carcaj en la espalda, su arco en un hombro y sujetó su espada con la zurda. Sin mediar palabra alguna, se dirigió al punto que le correspondía junto con la otra mercenaria. Shez notó la gran calidad de la espada de hoja blanca de la chica a su lado, no le pasó desapercibido que trozos de cuero rodeaban la empuñadura y la base de la hoja, ¿quizá para mejor agarre?
Sea como fuere, Shez tenía en planes lucirse ante el Azote Sombrío con su técnica de dos espadas que siempre tomaba por sorpresa al enemigo, ¡ninguno sabía cómo reaccionar ni defenderse ante ella! Orgullosa, marchó hasta el punto que le tocaba.
Y esperaron.
La vanguardia del grupo de bandidos llegó a la zona del río y ese fue el momento para que el Azote Sombrío y Shez atacaran.
"Yo me encargo de los de la izquierda", indicó Shez y luego trató de decir palabras de apoyo o de coraje como era la buena costumbre en su grupo, pero no pudo, el demonio rápidamente se movilizó.
Usando sus dos mejores espadas, Shez corrió entre los bandidos con una velocidad que sus compañeros siempre le aplaudían, sus batallas cuerpo a cuerpo eran ruidosas, veloces y feroces mientras le propinaba salvajes cortes a sus oponentes para hacerlos caer de rodillas y poder dar el golpe de gracia a la primera oportunidad.
Por su lado, el Azote Sombrío hacía su trabajo con aterradora precisión, no desperdiciaba movimientos. Cada que blandía su brillante espada, un bandido caía con el corazón o la garganta atravesada. Los que corrían hacia ella ni siquiera lograban acercarse, la mercenaria cambiaba de arma con tal facilidad que los atacantes caían abatidos por una sola flecha.
La alarma de ataque sonó entre el grupo de bandidos y ese fue el momento para que el resto de los mercenarios de Berling atacaran.
"¡Lazley, conmigo! ¡Getz, dirige al segundo grupo!"
"¡A la orden!"
La emboscada funcionó, los mercenarios tenían por misión recuperar lo robado por los bandidos de Metodey: dinero, materiales, víveres y… Personas. El propio Metodey no estaba en ese grupo, era una lástima porque el tipo era buscado y la recompensa por él era enorme, pero el sujeto gozaba de un intelecto alto y una capacidad de organización y mando que lo habían convertido en un verdadero dolor de cabeza incluso para los Caballeros de Seiros.
Berling frunció el ceño cuando sus hombres le confirmaron que Metodey no estaba ahí… Por supuesto, ese cobarde no se presentaría para un trabajo pequeño como asaltar aldeas cuando necesitaba provisiones.
La pelea fue veloz, feroz y sanguinaria, los Mercenarios de Berling tenían una fama muy decente, fama en ascenso gracias a su ferocidad y capacidad de tomar por sorpresa a sus oponentes. La Capitana también notó, con satisfacción, que los bandidos que iban al frente del grupo, los mejor armados, no llegaron a apoyar a los demás, lo que quería decir que Shez y el Azote Sombrío hicieron bien su trabajo.
"¡Capturen a los que sigan respirando, nos pagarán bien por entregarlos!" Ordenó Berling. "¡Getz, Lazley, vamos a ver cómo le fue a nuestra pequeña Shez con el Azote Sombrío!"
Los tres corrieron hasta la zona del río, era importante moverse rápido.
"Diez monedas a que el Azote Sombrío hizo todo el trabajo", dijo Getz con voz burlona.
Lazley rió. "Eres un hombre horrible".
Berling también rió. "Hey, ténganle un poco más de fe a nuestra…" Pero sus palabras se quedaron atoradas en su garganta al ver los cuerpos tirados de los bandidos. Un solo corte, una sola flecha, un cuerpo tras otro en perfecta fila y en todos ellos quedaron rostros llenos de pavor con los ojos bien abiertos.
A esos pobres perros no los mató Shez, a esos desgraciados los mató el Azote Sombrío.
No tardaron en encontrar a Shez en un claro entre los árboles, sus espadas estaban manchadas de sangre, ella misma estaba manchada de sangre, sudor y lodo como el resto del grupo, también tenía heridas que no parecían ser graves; pero Shez no los notó llegar, seguía mirando al Azote Sombrío junto con otros mercenarios. El demonio tenía acorralado a un grupo de diez bandidos, enormes y musculados bandidos armados con inmensas hachas. Y todos ellos tenían la cola entre las patas, el miedo no los dejaba moverse.
Uno de ellos no pudo más, gritó de puro pavor y se lanzó contra el demonio, sólo para ser estocado en el corazón con silenciosa precisión. El cuerpo del bandido cayó al suelo y el demonio siguió avanzando. Berling y sus mercenarios no podían dejar de mirar la parsimonia y la frialdad con las que el demonio atacaba. La sangre goteaba de la brillante espada.
Berling no pudo más y sonó su silbato lo más fuerte que pudo. "¡El ataque ha terminado, aseguren a los bandidos restantes y pongan a salvo a los prisioneros!" Ordenó a todo pulmón y la voz se corrió rápidamente.
Shez, por su lado, volvió a respirar al ver que el demonio bajaba su espada al fin, les daba la espalda a los aliviados bandidos y ¡se dirigía hacia ella! Shez tuvo que reunir todo su valor mientras el demonio se le acercaba.
"¡Bu-Buen trabajo!" Shez gritó sin querer, estaba nerviosa, ¡estaba temblando!
El Azote Sombrío la miró de pies a cabeza antes de estirar su mano libre hacia ella, Shez no sabía qué quería hacer el demonio y estuvo a nada de correr, pero sólo sintió que la chica ponía su mano sobre una herida en su brazo que aún sangraba. El demonio la estaba curando con un hechizo.
"Mantén tus piernas más firmes", sonó la fría pero extrañamente suave y tersa voz del Azote Sombrío.
"¿Eh?" Shez le miró sin comprender sus palabras. Seguía descolocada por culpa de lo visto y de cómo la frialdad del demonio no concordaba con el suave y cálido tacto con el que la curaba.
"Eres rápida pero descuidas mucho tu defensa, mantén las piernas firmes y menos abiertas cuando ataques… Y no desperdicies movimientos, te cansas sola", continuó el demonio.
Shez tardó un poco en responder y… Sí, ella era la que estaba agotada, empapada en sudor, sangre y tierra; mientras que el Azote Sombrío ni siquiera se había despeinado.
"D-De acuerdo…"
El demonio asintió, terminó de curarla y fue a recuperar sus flechas.
Al ver a su capitana y a sus compañeros, Shez corrió hacia ellos y estuvo a nada de abrazarse a Berling, se detuvo a tiempo. "Yo…"
"Buen trabajo, Shez", dijo Berling, dándole una palmada en el hombro y la espalda a la chica para tranquilizarla. "Lávate en el río y ve a calmar a los prisioneros, anda", sabía que ese trabajo la ayudaría a quitarse los nervios de encima. "¿Sigues herida?"
"Ah…" Shez abrió un poco más los ojos. "No, no estoy herida… No me duele nada", dijo con sorpresa mientras se miraba a sí misma y movía brazos y piernas.
Berling tomó aire. "Bien, ve a hacer lo que te dije, anda", enseguida miró a Lazley y a Getz. "Ustedes dos, llamen a sus hombres y aseguren a esos desgraciados", indicó, señalando a los que se salvaron de la espada del demonio.
Los tres obedecieron de inmediato. Berling sabía lo que debía hacer. Fue con el Azote Sombrío, que recuperaba sus flechas de los cuerpos abatidos.
"Buen trabajo", dijo y el demonio la miró. Berling no pudo evitar notar el vacío en los ojos de la chica. "Ten, es tu pago como indica el contrato con el Barón", de entre su ropa sacó un costal de dinero. "Y gracias por curar a Shez", el demonio asintió mientras tomaba su pago y lo guardaba dentro de su abrigo sin siquiera contarlo. "Eres libre de irte cuando lo desees, no estás obligada a ayudar a mi gente con el resto del trabajo".
El demonio asintió una vez más.
Lo normal era que Berling tratara de contratar a las espadas solitarias como ella para aumentar la fuerza de su grupo, pero prefería mil veces quedarse con alguien que mostrara al menos furia, avaricia o sed de batallas en sus ojos… Y no un frío vacío como el de un cielo sin estrellas. Sin mayor ceremonia, Berling dio media vuelta para ir a dirigir a sus hombres y montar el campamento. Regresarían con el Barón por la mañana.
Nadie vio cuando el Azote Sombrío se fue.
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Byleth Eisner era un nombre que nadie conocía, todos la llamaban "demonio" o "Azote Sombrío". La última persona que la llamó por su nombre fue su padre en su lecho de muerte. ¿Y su madre? Lo único que recordaba de ella era su sonrisa, a veces soñaba con esa sonrisa mientras una calidez cómoda la abrazaba. Su madre Sitri murió cuando Byleth tenía tres años y pese a ello podía recordar bien su sonrisa y su aroma a flores.
Ojalá pudiera identificar el aroma de esas flores para poder buscarlas y olerlas. Hasta el momento no había tenido suerte… También sospechaba haberlas pasado de largo más de una vez cuando ni siquiera sabía de qué flores se trataban.
Pondría atención la siguiente vez… Y también debía poner atención a su sedal.
Byleth pescaba cerca de la aldea de Remire, sitio donde se estaba hospedando. Los habitantes de Remire tenían en buena estima a su padre y la recibieron bien aunque quizá no con los brazos abiertos como lo hubieran hecho con él. En esos momentos no estaba bajo ningún contrato y no era mala idea buscar alguno, pronto necesitaría más dinero.
"Podría construir una cabaña y dedicarme sólo a pescar", murmuró Byleth, pero nunca había tenido oportunidad de elegir esa opción, siempre terminaba en un campo de batalla. Siempre acababa peleando contra bandidos que la atacaban (sin saber quién era) o siendo contratada por algún grupo mercenario que la buscaba para una única misión y nada más. A veces ayudaba a viajeros contra ladrones de caminos pero nunca gratis, así les cobrara una hogaza de pan y una pieza de fruta.
El sedal se tensó y el gesto de Byleth brilló al sentir la fuerza con la que el pez peleaba. ¡Era uno grande! ¡Comería bien! No que le disgustara la comida de la posada, simplemente prefería preparar los guisos de pescado que aprendió de su padre.
A la mitad de la fiera pelea contra el pez, gritos de batalla cercanos la sacaron de concentración y su cena escapó. Eso la hizo fruncir el ceño.
Byleth no pudo evitar pensar que Remire estaba cerca y podría estar en peligro. A su padre no le gustaría eso así que de inmediato se puso en camino a ver qué sucedía. Podría ser simplemente una disputa o algún grupo mercenario haciendo su trabajo, de ser así no había necesidad de intervenir. De todos modos no llevaba ningún arma consigo, sólo su daga multiusos en la cintura.
Byleth decidió espiar lo que pasaba cerca en caso de que necesitara ir de regreso a Remire y armarse. Pero lo que no esperaba era ver algo que le removiera las memorias… Más que el rostro, eran los torpes, veloces y letales movimientos de batalla de cierta mercenaria lo que la hicieron reaccionar. No recordaba el nombre de la chica y su rostro le era vagamente familiar, pero sí reconocía esos movimientos que seguían igual de descuidados. No siguió sus consejos, era obvio.
Seguramente su grupo mercenario estaba en medio de un encargo. ¿Cuánto tiempo pasó desde que trabajó con ellos? Un par de años a lo mucho, o eso creía, a veces su memoria no era del todo confiable y por eso llevaba un diario, justo como su padre.
Y hasta ese momento notó que la chica estaba sola y era ella quien protegía a tres jóvenes que parecían rondar su edad. Dos chicos y una chica. Y fue la visión de la chica lo que hizo que Byleth se sintiera rara. No estaba segura del porqué, pero no podía dejar de mirarla.
La chica que acompañaba a la mercenaria de Berling (¡sí, ese era el nombre del grupo! Pudo recordarlo) usaba un hacha, el chico rubio usaba una lanza y el otro muchacho tenía un arco; todas las armas de simple hierro. Los tres se veían limpios y sus ropas se notaban caras incluso a distancia. Esos jóvenes no eran mercenarios ni por asomo.
"¿Les parece si avanzamos?"
Byleth pudo escuchar a la mercenaria, los tres jóvenes parecían dispuestos a seguirla. No sabía con exactitud qué estaba pasando, ¿quizá una misión de escolta? Los tres jóvenes obviamente eran nobles pero estaban armados.
"¡Rápido, maten a esos mocosos de una maldita vez!" Gritó una voz masculina y ronca.
Un grupo de bandidos atacó a la mercenaria y a los nobles y los cuatro pudieron repelerlos. Los nobles no eran guerreros experimentados pero al menos sabían defenderse y Byleth no podía evitar admirar la fuerza con la que la chica del hacha blandía su arma. Sin nada que perder, Byleth decidió seguirlos.
La pelea iba bien, pero Byleth notó que no había más mercenarios, sólo bandidos atacando al pequeño grupo.
"¿Corremos o acabamos con ellos?" Preguntó la mercenaria de las dos espadas, tenía una sonrisa confiada en el rostro.
"Dudo mucho que nos dejen huir", respondió el chico de la lanza. "Terminemos con ellos, el resto de nuestros compañeros estarán en riesgo si guiamos a los bandidos restantes al campamento".
"Apoyo la moción y los seguiré desde muy, muy atrás", dijo el arquero con tono juguetón. "El del arco soy yo, no sirvo en el frente".
"Entonces no perdamos el tiempo, los demás deben estar preocupados por nosotros", finalizó la chica del hacha con voz seria y severa.
Su voz es linda, pensó Byleth.
Lo que Byleth no esperaba era que el grupo se dividiera para abatir a los bandidos esparcidos alrededor y evitar que acudieran como refuerzos, no era una mala estrategia y los nobles parecían saber lo que hacían, pero eso no evitó que Byleth no resistiera el deseo, la necesidad, de seguir a la chica del hacha.
¡Y vaya que la chica sabía cómo pelear con esa hacha de hierro!
Pero al igual que con la mercenaria de las dos espadas, Byleth pudo ver las fallas en el estilo de combate de la chica. Era fuerte pero descuidaba su defensa, no aprovechaba por completo las posibilidades de su arma y constantemente perdía el balance… Y pese a ello, su forma de pelear era increíblemente… Hermosa.
La noble del hacha se las arregló para terminar con los bandidos desperdigados en esa zona y Byleth estaba sinceramente impresionada. Notó que la chica estaba lista para volver con sus compañeros y dio media vuelta, pero no avanzó mucho. Pasos pesados se escucharon, un hombre enorme apareció prácticamente de la nada.
"¡Me las pagarás por haber matado a mis hombres!"
Tanto la chica del hacha como Byleth percataron que ese sujeto era el líder del grupo de bandidos. La noble intentó atacar pero la habilidad y la fuerza del bandido eran claramente superiores y con un poderoso hachazo destrozó el arma ajena. Con un bruto manotazo mandó a la chica al suelo y ésta trató de levantarse lo más rápido posible… Sólo para ver que la inmensa hacha del bandido estaba a nada de partirla a la mitad.
El cuerpo de Byleth se movió solo.
Exprimió toda la fuerza de sus piernas, corrió hacia ellos y quitó a la chica del camino del hacha. Sintió dolor y mucho calor en su costado pero le importaba más la seguridad de la chica. Ambas rodaron por el suelo y en ese momento Byleth tomó la daga en su cintura. El bandido se notaba furioso por la interrupción.
"¿Vas a matar con ese abrecartas al gran Kostas?" Preguntó el bandido, burlón, pero su gesto no tardó en descomponerse al ver la fría mirada que le dirigía la chica. El maleante gruñó un poco y decidió atacar.
Byleth evadió los primeros hachazos del bandido y bastó un movimiento, sólo uno, para quedar en la espalda del hombre y clavarle su daga en la nuca. Kostas cayó al suelo sin vida y Byleth, quizá por primera vez en su vida, suspiró de alivio.
"¿Estás bien?" Preguntó la chica del hacha mientras corría hacia ella. "Por la Diosa, estás sangrando".
Byleth se miró a sí misma y puso un fantasmal gesto de enfado al notar algo.
"Ese tipo le hizo un agujero a mi abrigo", se quejó la mercenaria en voz baja.
La chica del hacha parpadeó un par de veces y luego negó con la cabeza. "¡Estás sangrando!" Repitió con apuro, ya la sangre estaba llegando a su pierna. Buscó en sus bolsillos pero no llevaba ninguna poción curativa, las tenían sus compañeros. "Ven conmigo, hay que curarte".
Byleth negó. "Puedo curarme sola", y dicho eso, tomó aire de manera profunda mientras apretaba su puño derecho.
La chica del hacha miró con asombro cómo el puño de la desconocida brillaba con luz blanca y con ese mismo puño se golpeaba el pecho. La técnica del Puño Sanador sólo podía ser aprendida y dominada por guerreros especializados en pelea cuerpo a cuerpo, la noble había leído sobre el tema, pero eso no evitó que se atreviera a invadir el espacio personal de la desconocida para revisar su costado. Del peligroso hachazo sólo quedó una cicatriz en la piel de su salvadora.
La persona que la salvó.
"Muchas gracias por salvar mi vida", agradeció la chica mientras se inclinaba.
Byleth no supo exactamente cómo responder a eso, así que dijo lo primero que tuvo sentido en su cabeza. "Peleas de manera hermosa y tienes mucho potencial, sería una pena que murieras".
La chica se descolocó un poco con la respuesta pero buscó componerse rápido.
"Permite que me presente, soy Edelgard von Hresvelg", dijo la chica e hizo una educada inclinación, estuvo a nada de recitar el resto de sus títulos pero no pudo.
"Edelgard…" Byleth repitió el nombre entre labios y también mentalmente. No tardó en mirar a la chica directo a los ojos. "Es un lindo nombre".
Edelgard no pudo contener un sonrojo. "Gracias". Y tampoco pudo contener la sorpresa, su salvadora no reaccionó a su nombre. Tampoco era obligatorio que todos conocieran a la heredera al trono del Imperio de Adrestia, pero al menos el apellido debía resonar, ¿verdad? Decidió dejar el tema de lado. "Me alegra que estuvieras en el sitio y en el momento exacto".
Byleth negó con la cabeza. "Los he estado viendo desde antes que se dividieran en el entronque", explicó con parsimonia. "Cuando se separaron, te seguí".
Fue el turno de la princesa de parpadear dos veces antes de ofenderse de graciosa manera. "¡Si sabes pelear, hubieras salido antes a ayudarnos!"
"Pensé que era una misión de escolta, la mercenaria que está con ustedes es muy capaz. Y como mercenaria, no puedo entrometerme en un trabajo que no es mío", explicó Byleth sin cambiar su tono de voz.
"¿Entonces por qué me seguiste?" Insistió Edelgard.
"Quería verte pelear", fue la sincera respuesta.
"Espero no haberte decepcionado luego de que éste bruto casi me mata", murmuró Edelgard, tratando de ocultar su vergüenza.
"No", Byleth decidió recoger el hacha del bandido caído y dársela a Edelgard. "Él era un guerrero con experiencia y a ti te falta mucho por aprender".
Edelgard no dijo nada a eso, suspiró y miró a su salvadora. "¿Puedo saber tu nombre?"
Byleth abrió la boca y estuvo a nada de presentarse con el apodo con el que todos la llamaban. Calló antes de decir nada y estiró su mano hacia Edelgard. "Byleth".
"Mucho gusto en conocerte, Byleth".
El apretón de manos fue cómodo y cálido a pesar de que Edelgard usaba guantes y Byleth sus protectores en las manos.
"Esto no es una misión de escolta ni hay contrato de por medio, es un rescate. Acompáñame a reunirme con mis compañeros y a volver a salvo a nuestro campamento, te compensaré por la ayuda y por salvar mi vida".
Byleth asintió.
"¿Estás bien sin un arma?" Preguntó Edelgard por simple curiosidad. La mercenaria seguramente era muy capaz de defenderse con sus propias manos si dominaba el Puño Sanador.
"Tomaré la espada de alguno de estos bandidos, no tengo mis armas conmigo", respondió Byleth mientras ambas se apresuraban a buscar a los acompañantes de Edelgard.
"Me siento obligada a preguntar por qué no traes tus armas si eres una mercenaria".
"Porque estaba pescando en un estanque cerca de aquí, mis armas se quedaron en la posada donde me estoy alojando".
"En Remire, supongo", era el sitio poblado más cercano después de todo. Byleth asintió.
El par apresuró el paso apenas escucharon el no tan lejano escándalo de una pelea. Los demás estaban cerca y no tardaron en verlos, pero la verdad era que había poco por hacer, ya sólo quedaban unos pocos bandidos que seguían pidiendo refuerzos y preguntando por su jefe.
"Si su líder es un hombre llamado Kostas, sepan que ya ha muerto", informó Edelgard en voz alta, mostrando el hacha del bandido. "Ríndanse".
"¡Edelgard!" Sus compañeros estaban felices de verla a salvo. No tardaron en notar a la otra persona.
Shez tampoco.
"¡Eres tú!" Exclamó Shez mientras el resto de los bandidos huía. Decidió no darles cacería, no valían la pena.
Byleth hizo un saludo simple con la cabeza.
"¿Se conocen?" Preguntó el curioso arquero.
"Sí, ella trabajó con mi grupo mercenario para una misión hace un par de años", explicó Shez.
"Me sorprende que se recuerden luego de todo ese tiempo", comentó el lancero.
"Es imposible olvidar al Azote Sombrío, créeme", dijo Shez mientras negaba con la cabeza.
Y entonces hubo silencio.
"¿El Azote Sombrío? ¿Ella es el Azote Sombrío? ¿El demonio de las batallas?" El lancero miró a la joven que acompañaba a Edelgard. "Espero no ser grosero con mis palabras, pero escuché que el Azote Sombrío era un guerrero grande y fuerte como un oso y feroz como un lobo rojo".
"¿Eso dicen los rumores?" Preguntó Byleth, curiosa.
"He escuchado peores, como que comes carne humana y bebes la sangre de tus enemigos", agregó Edelgard con desagrado. Claramente no era el caso.
"Yo no como carne humana", Byleth bajó ligeramente el rostro y frunció el ceño de manera apenas notoria. "Me gusta el pescado".
"¿Y qué estás haciendo aquí?" Preguntó Shez. "¿Algún trabajo?"
Byleth negó con la cabeza. "Me estoy quedando en Remire".
"Nosotros justamente buscábamos ese pueblo", rió el arquero. "Por cierto, creo que no nos hemos presentado con las señoritas mercenarias como es debido, comienzo yo si me lo permiten. Soy Claude von Riegan, nieto del líder de la Alianza de Leicester".
"¡Cierto! Lamento mis malos modales", continuó el lancero e hizo un educado saludo. "Mi nombre es Dimitri Alexander Blaiddyd, príncipe del Reino de Faerghus".
"Y yo no me he presentado contigo", dijo Edelgard dirigiéndose a Shez. "Yo soy Edelgard von Hresvelg, princesa del Imperio de Adrestia".
Shez abrió la boca pero no pudo decir nada por los siguientes cinco segundos. Luego lanzó un grito de triunfo. "¡Salvé a los herederos de las tres regiones de Fódlan!" Levantó los brazos y saltó a modo de celebración. "¡Los demás no me lo van a creer…! Oh, por cierto, soy Shez".
"Y yo soy Byleth".
"¿Te llamas Byleth?" Preguntó Shez con sorpresa. "No lo sabía".
Edelgard negó suavemente con la cabeza. "Byleth salvó mi vida", informó a sus acompañantes. "El líder de los bandidos casi me mata y ella intervino más que a tiempo", e iba a agregar que salió herida en el proceso, pero no había necesidad si ya se había curado.
"Estamos a salvo gracias a ellas dos, debemos recompensarlas", comentó Claude. "No traemos dinero con nosotros, pero si nos escoltan al campamento…"
"Creo que primero deberíamos darle caza al resto de los bandidos", comentó Dimitri. "Los restantes podrían seguirnos al campamento y dañar a nuestros compañeros".
Pero ni Claude ni Dimitri pudieron agregar nada más, se escucharon sonidos de cascos de caballos y pasos metálicos.
Los Caballeros de Seiros hicieron acto de presencia.
"¡Bendita sea la Diosa Madre! ¡Están a salvo!" Exclamó un caballero de bigote al ver a los tres nobles. Rápidamente miró al resto de sus soldados. "¡Aseguren el área y atrapen a los bandidos que sigan sueltos!" Ordenó con poderosa voz y rápidamente volvió su atención a los jóvenes, no tardó en notar al par de chicas. "¿Y éstas señoritas? ¿También se vieron envueltas en el alboroto?"
"Sí, Sir Alois, ellas son mercenarias y nos salvaron de los bandidos", dijo Edelgard.
"Yo los ayudé primero", presumió Shez. "Y se me prometió una recompensa por la ayuda".
"En mi caso, le debo mi vida a…" Edelgard miró a su salvadora y puso un gesto suave, "a Byleth", no pensaba presentarla como el Azote Sombrío.
"¡Y ambas serán recompensadas!" Exclamó Alois y se inclinó ante ambas chicas. "En nombre de la Orden de los Caballeros de Seiros, y en nombre de la Arzobispa Rhea, les ofrezco mi más sincero agradecimiento. Las recompensaremos adecuadamente por la ayuda".
Byleth sintió una molestia en el estómago. Los Caballeros de Seiros… Rhea…
"Jovencita, estás herida", dijo el caballero con horror al acercarse más y ver sangre en la mitad de su cuerpo.
Byleth negó. "Estoy bien".
Alois miró el rostro de la chica y en ese momento sus ojos se abrieron más al notar algo familiar en esas suaves facciones, en esos ojos grandes. "Te pareces a alguien que conocí hace mucho tiempo…"
Byleth se tensó, no que su cuerpo la delatara. Edelgard, sin embargo, lo notó.
"No necesito ninguna recompensa", dijo Byleth de repente y dio media vuelta, lista para irse.
"¡Espera!" Rogó Alois mientras le cerraba el paso. "Es importante que nos acompañes, por favor".
Byleth negó. "Mis cosas están en Remire".
"Mandaré a alguien por tus pertenencias", insistió Alois.
Eso definitivamente no lo podía permitir, volvió a negar. "No necesito la compensación".
Shez frunció el ceño. "Si ella quiere irse, déjala. Más dinero para mí".
"No es por el dinero", Alois suspiró y miró a las mercenarias. "¿Puedo hablar con ustedes dos en privado?"
Las mercenarias se miraron entre sí, Shez se encogió de hombros y Byleth tuvo que ceder. Mientras un par de caballeros cuidaban de los tres nobles, Alois se alejó con ellas para hablar del asunto verdaderamente importante.
"Les seré sincero, el ataque a estos tres jóvenes le traerá muchos problemas a la Iglesia de Seiros. Si se corre la voz de que estuvieron en peligro mortal bajo nuestra vigilancia…"
Shez chasqueó la lengua y se cruzó de brazos. "Oh, comprendo, quieren comprar nuestro silencio".
"Básicamente, joven Shez. Tendrán que acompañarnos a Garreg Mach y quizá tengan que firmar algunos documentos… ¡Por supuesto que se les recompensará por la ayuda!"
"Rayos, no podré presumirle a mi grupo que los salvé", se quejó Shez.
"Todo menos eso".
"Oye, si es por eso no diré nada, sé guardar secretos, pero si me desaparezco mucho tiempo, mi grupo se va a preocupar".
"¡Oh, podemos mandarles una carta de tu parte si lo necesitas!" Ofreció Alois.
Obviamente no les estaban dando la opción de irse, Shez así lo entendió, también Byleth.
"Mis pertenencias están en Remire y no quiero que nadie las toque", dijo Byleth con tono seco.
Alois cedió un poco. "Comprendo. Le pediré a un par de caballeros que te escolten, si no te molesta".
La idea no la emocionaba en lo absoluto a Byleth pero era mejor a que alguno de esos caballeros viera su espada, la espada de su padre. "Acepto".
"No tenemos más remedio", dijo Shez con un suspiro. "Firmaré lo que sea mientras reciba mi pago".
"Así será. Por ahora, les pido que nos acompañen a nuestro campamento".
"Prefiero ir por mis cosas ahora mismo, Remire no está lejos", insistió Byleth y Alois aceptó.
Quizá sólo tendría que firmar unos documentos y ya, ¿verdad? Eso pensaba Byleth, pero una parte de ella sentía la extraña necesidad de visitar el sitio donde sus padres se conocieron.
CONTINUARÁ…
