Capítulo 215. Jugando con el destino

En la era mitológica, doce hombres tuvieron la oportunidad de elevarse sobre sus semejantes y dar origen a las distancias inabarcables entre el oro y la plata, la plata y el bronce, el bronce y el hierro. La líder de aquellos fue todavía más lejos, convirtiéndose en la mortal más poderosa que alguna vez existió, cuya fama trascendía el mar de estrellas y causaba temor en los espíritus que guardaban el universo. Por contraste, el esposo de aquella mujer, habiéndose separado de ella y de los demás demasiado temprano, nunca pudo trascender los límites humanos del Séptimo y Octavo Sentido. Nunca se vio vistiendo el manto celestial de Escorpio. Y ahora lo lamentaba.

Aun con Niké, Gestahl Noah carecía del poder para combatir contra Titania de Urano por su propia cuenta. Las más de las veces, como ahora, el Sumo Sacerdote se quedaba junto a Cethleann, que los cubría a ambos con los cuatro pares de alas para que las emisiones de radiación cósmica pasaran de largo sin alcanzarlos. Tras la protección de Garreg Mach, percibió, sin ver con los ojos, vulnerables a la terrible luz de los ataques, que la astral estaba replicando uno de los más violentos fenómenos cósmicos. Un cuásar, el resultado de un agujero negro consumiendo la materia estelar de una galaxia y luego expulsándola como una oleada de energía y radiación a velocidades relativistas. Desde luego, la imitación de Titania estaba magnificada por el cosmos, el dunamis, o lo que fuera que usasen los Astra Planeta: el Blazar, como llamaba a aquella forma de ataque, funcionaba a una velocidad súper lumínica.

—¡Vas a necesitar mucho que eso para vencer a Garreg Mach, Astra Planeta! —desafió con enternecedor orgullo Cethleann, separando con fuerza las alas. Como en otras ocasiones, el nimbo en estas volvió la radiación circundante en algo inofensivo.

Era una guerrera poderosa, aquel ángel, pero Titania apenas les estaba prestando atención. Sentada en su trono, ni siquiera los miraba, siéndole más interesante ver las imágenes erráticas que se mostraban en el suelo, sobreponiéndose a la proyección del universo. Desde el primer Blazar, las burbujas que mostraban las experiencias en tiempo real de los nuevos argonautas fueron aniquiladas en un abrir y cerrar de ojos, o bien se derramaron hacia abajo. No era fácil definir qué tenía sentido y qué no en el dominio de uno de los Astra Planeta. Era cuestión de aceptarlo sin más, o volverse loco.

—Seguís vivos —dijo Titania, levantando la mirada. Gestahl Noah se aferró de inmediato a Niké con todas las fuerzas que tenía. Percibía que, sin la protección de la diosa de la victoria, esa mujer ya habría despegado cada una de las partículas subatómicas que lo conformaban, mandando cada una a un rincón distinto del universo—. Tal vez debería empezar a tomaros en serio.

No obstante lo dicho, se limitó a girar la muñeca y un nuevo Blazar llegó desde arriba. La valiente Cethleann, valiéndose de las divinas alas de la gloria, se alzó sobre Gestahl Noah y desplegó tan sagrada protección contra el chorro de energía cósmica, que fue desviado en todas direcciones, de modo que no podía verse nada más allá de cinco metros. Pero Gestahl Noah ya había bajado la mirada hacia el suelo, donde desde hacía rato quedaba reflejado el asalto final entre Tetis y Cichol, el padre de Cethleann.

«Si ese es el poder de un ángel de la Segunda Orden, la astral solo está jugando con nosotros —redundó Gestahl Noah, sintiéndose el más ridículo de los hombres. ¿Cómo no iba a estar jugando con ellos una mujer que ni los miraba, que atacaba desde su trono con sencillas emisiones de cosmos a las que daba nombre por capricho? Con todo, la esencia era cierta: Tetis, la más célebre entre las nereidas, era la campeona de los ejércitos del mar, con una fuerza capaz de eliminar a las Abominaciones y derribar a los Portadores en la guerra, con un poder inmenso que había sometido la ciudad de R´lyeh. En comparación, Cichol solo era un peso mediano de los cielos y le estaba dando muchísimos problemas—. ¿Hasta cuándo llegará tu protección, Niké?»

De todas las vidas que vivió, en primera línea en período de entreguerras y entre las sombras cuando la Guerra Santa llegaba a la Tierra, extrajo una respuesta: Niké garantizaba la victoria a quienes la merecían, quienes lo daban todo por ello. No podía, o bien no quería, convertir una probabilidad de cero en cien; para que lo imposible se tornara en posible, los santos de Atenea y la propia Atenea debían poner su parte. Bien lo sabían Hades y Poseidón, que en el cénit de su fuerza a punto estuvieron de inclinar la balanza en contra de los seres humanos. En consecuencia, él tenía que hacer su movimiento. Él, quien como padre de la humanidad se había impuesto el deber de proteger los destinos de todas las personas, lo que terminó siendo lo mismo que controlar. Apuntando hacia abajo, liberó incontables hilos de cosmos dorado. Vida.

El universo era algo más que un montón de planetas y estrellas formando un sinfín de galaxias. Era el tiempo, el espacio y las leyes físicas, una realidad once-dimensional que los humanos no podían comprender del todo. Sin embargo, los hombres que tenían la dicha de servir a los dioses poseían cierta ventaja; ellos sabían del microcosmos que latía en lo más profundo de sus almas, como un universo en miniatura. Conociéndolo, se lograba conocer diversos aspectos del universo: así aprendieron los mortales a alcanzar y superar la velocidad de la luz, así dominaron unos el Cero Absoluto y otros la teletransportación y el viaje ínter-dimensional. Siendo él el Sumo Sacerdote de la más poderosa generación de santos de oro que jamás hubo existido, quien vio a los dioses tal cuales eran, antes de que decidiesen emplear cuerpos humanos para involucrarse en las Guerras Santas, incluso si no había reunido el poder sin parangón de sus subordinados contaba con un conocimiento sobre la estructura del universo a la altura de los mejores de la actual generación, los santos de Géminis y Libra. Él había sentido de primera mano la influencia de Niké sobre el campo de batalla, sabía cuál era la dimensión omnipresente en que la probabilidad dejaba de ser mera matemática y se volvía algo físico, manipulable. Si la Muerte era el resultado de conocer todo el mal del mundo, la Vida era lo contrario: todo lo bueno que había, cada milagro imposible, nacido por la voluntad de los dioses y el esfuerzo de los hombres, estaba al alcance de quienes dominaban el campo cuántico. Diez mil años de experiencias y una conexión con el inconsciente colectivo humano resultaron en un hombre que sabía controlar la probabilidad hasta cierto grado, más que cero y menos que cien. Poseer Niké tornó esa sapiencia en poder, en un as bajo la manga que le permitiría incluso salvar a Cichol del portentoso ataque de una diosa dispuesta a sacrificar su herencia por la victoria.

—Lo lamento, dama Tetis —susurró Gestahl Noah—, necesitaremos toda la ayuda posible para vencer al Rey Durmiente. —Al mismo tiempo que hablaba, más para que Cethleann lo escuchase que porque imaginara a la nereida oyéndole a pesar de la distancia, se guardó un par de detalles que completaban esa verdad aparente. Lo que necesitaba era distraer a Aquel que se desliza en la oscuridad, y si parte de esa distracción no era la misma fuerza de choque que lanzaría contra Caronte, mejor.

Sintió un profundo estremecimiento cuando Tetis liberó el dunamis sobre la lanza de Cichol. Según decían la propia Tetis y los ángeles, muy amigos de presumir de su fuerza, las armas sagradas eran indestructibles a efectos prácticos. Golpes a la velocidad de la luz, destrucción de átomos, Cero Absoluto… Ninguna técnica convencional de los guerreros sagrados podía hacerles mella. Hacía falta un poder superior, un poder divino, y eso es lo que estaba conjurando. La fuerza de una diosa empleada como una corriente de energía pura, incomparable con el desganado Blazar de Titania. Deslumbrado por tan magnífica luz, hubo de cerrar los ojos y confiar en su propio cosmos potenciado por Niké como único medio para cambiar el destino de Cichol.

—¡Debí cerrar la boca! —lamentó Cethleann, alzando la voz por sobre el ruido de las alas al combarse por una presión descomunal—. Es como el castigo de Atlas.

El Sumo Sacerdote no pudo evitar una sonrisa. ¡Acababa de minusvalorar los ataques de una astral y ahora pasaba esto! Después de intentar alcanzarlos desde todas las direcciones posibles y luego abriendo vórtices en el tejido del espacio, conectados a todo el espectro once-dimensional, a fin de saltearse la protección de Garreg Mach se diría que a Titania no le quedaba otro remedio que tomarlos en serio y usar más de la fuerza que le correspondía como una de los nueve generales del cielo. Pero la regente de Urano estaba decidida a tratarlos como meras moscas revoloteando en el paisaje. Como primera fase del nuevo asalto, ejecutó un único Blazar que golpeó en todos los puntos posibles de la sin par defensa de Cethleann; después, justo cuando el Blazar era desviado a todas partes según el efecto de Garreg Mach, las paredes dimensionales se cerraron en torno al rayo cósmico, obligándolo a regresar contra el objetivo original.

Cómo resultaría eso, Gestahl Noah lo imaginaba. El Blazar estaría rebotando entre el peso de los cielos y Garreg Mach, hasta sobrecargar la gloria de información y energía. En el mejor de los casos, la armadura de Cethleann se rompería y todo quedaría en manos de Gestahl Noah y Niké; en el peor, la gloria estallaría en fuego sagrado, consumiéndolos a ambos y acaso obligando a Titania a ponerse sus gafas de sol.

Mientras, él se centraba en salvar al padre de la chica que tanto se esforzaba por protegerles. Tal vez era por los altísimos niveles de gravedad que los rodeaban, pero el tiempo fluía de un modo mucho más lento allí, en la Esfera de Urano, que en aquel universo oculto en la constelación de a eso, los quince segundos de sobreesfuerzo de Cethleann dieron a Gestahl Noah la oportunidad de apartar a Cichol no solo del rango del ataque de Tetis, sino de los sentidos de la nereida. E incluso así, no habría podido salvarlo si el Dunamis Pneuma no hubiese tenido que vencer primero la resistencia de la lanza del ángel.

—No puedo resistir más —dijo Cethleann, perlada de sudor y con las venas resaltando sobre su cuerpo. Las cuatro alas estaban tensas—. Voy a explotar. Márchate.

La primera impresión que Cethleann tuvo de ese hombre era que se trataba de un villano vil. La clase de cerdo avaricioso de los que su padre le advirtió cuando la trajo hasta la galaxia de los nabateos, capaz de vender a sus seres queridos por conocimiento, poder o supervivencia. No hizo mucho por cambiar eso: el sacerdote asesinó a sangre fría a su padre y varios de sus amigos. Después, además, cambió las tornas sin una disculpa: quienes eran enemigos, ahora no lo eran, por tanto, debían ser amigos. Así de fácil. A ella le incomodaba, sin embargo, en manos de una de las Astra Planeta y sabiendo que los planes de Macuil pasaban por una infame alianza con el Rey Durmiente, no le quedaba otra opción que apoyarse en él a fin de proteger la galaxia. Y el universo.

Habría estado muy bien que un hombre tan presumido y altanero tuviese una fuerza a la altura. Lo que ocurrió, en cambio, fue que el sacerdote se mantuvo bajo su protección mientras se acercaban al punto de aquel espacio conectado a donde su padre y la nereida combatían, primero un sector de la Otra Dimensión abierta por los disparatados terrestres, y luego un universo único bien oculto en una constelación. Ese pequeño triunfo la contuvo de replicarle que no estaba haciendo nada. Más adelante, la regente de Urano cambió la forma de ataque a una aterradora en que el mismo cielo caía sobre ella, y el hombre que nada había hecho más que acercarse a donde quería estar, empezó a de verdad hacer algo, demostrándole que en realidad siempre estuvo cuidándola.

Cosmos y magia se parecían. Una fuerza imitaba las fuerzas naturales, la otra las controlaba. Los hilos dorados que cayeron desde las manos del sacerdote, atravesando el espacio-tiempo hasta llegar a la constelación de Escudo, estaba en algún punto entre ambas, porque imitaba una ley física del universo para dominar una parte de la naturaleza: el destino. Su padre, Cichol, se vio envuelto en esos hilos invisibles que lo robaron del campo de batalla, arrojándole a otro punto distante en el universo. Todo mientras el ataque de Titania de Urano podía matarles en cualquier momento. Todo mientras aquel terrestre solo podía confiar en que ella resistiera lo suficiente. Gracias a Garreg Mach. Gracias a Niké. Los hilos dorados y la diosa de la victoria eran tan similares como el cosmos y la magia, el sacerdote entrelazaba unos y otros de tal forma que nadie podía saber dónde estaba la diferencia. Ni Cethleann podría decirlo con exactitud, solo empezó a sospechar que si Garreg Mach podía resistir quince segundos bajo el castigo de Atlas, tenía que deberse a la mediación de los dioses. De una diosa.

Por eso, porque el terrestre había salvado a su padre, decidió que estaba dispuesta a sacrificarse con tal de que se salvara. Al fin y al cabo, ella había vivido cinco mil años. Él tendría treinta, como mucho. Era normal que los mayores cayeran primero.

—Sin tu protección, me va a ir mal con la hija de mi mujer —respondió Gestahl Noah.

—¿Qué? —dijo Cethleann, permitiéndose la sorpresa en medio de la presión infinita que recaía sobre las alas de Garreg Mach.

—Titania de Urano es la hija de mi esposa, Pirra de Virgo, el Ángel Ensangrentado —respondió Gestahl Noah, sonriéndole. Debía estar intentando confortarla, pero era todo lo contrario. Tras regresar a la Tierra, Cichol había hablado del Ángel Ensangrentado, una humana de ambición desmedida a la que los regalos de los Reyes Durmientes no colmaban. A la que nada colmaba, siempre volviéndose más y más fuerte, siempre queriendo más y más—. Creo que es mi turno de impresionarla. ¿No crees?

Se lo preguntaba al báculo que sostenía con la mano derecha, mientras que los hilos dorados seguían bajando de entre los dedos de la izquierda hacia el suelo. Cethleann no podía saber qué estaba haciendo; abajo, el universo mandaba imágenes de las peripecias de Tetis, de nuevo en la Senda de Oro y corriendo bajo las aguas.

—¡Corre! —gritó Cethleann con todas las fuerzas que le quedaban.

Llevaba un minuto bajo el peso de los cielos. No aguantaría otro.

Conectado al rincón del universo al que mandó a Cichol, la constelación de Escorpio, recordó la primera técnica que conoció. Antes de que Gestahl Noah diera a la Vida la facultad de controlar el destino de una persona, antes de que Deucalión perfeccionara el arte del veneno en la Muerte reuniendo todos los pecados de sus hijos, antes de que tornara la experiencia en el arca en el primer sello ideado por los santos de Atenea, Nacimiento. Antes de todo eso, cuando él solo era un hombre escogido por los dioses, la primogénita de Zeus le enseñó las constelaciones que un día llenarían el firmamento que él comandaría. El poder de estas, las Ochentaiocho Puertas del Cielo, se volverían un poder divino, el heroísmo hecho dios, Almagesto. Durante la Guerra de Troya, transmitió tal realidad a Odiseo en una noche de copas, cuando el astuto rey de Ítaca, cansado de esa inútil aventura por el cornudo de Menelao, se planteaba la posibilidad de impulsar a todos a dar la espalda al rey de reyes: los héroes eran parte de un plan divino, con sus luces y sombras; quienes luchaban y morían por los dioses, eran inmortalizados en el firmamento. Troya no cayó por esa conversación, así los tiempos actuales quisieran apartar de la mayor guerra de la era mitológica la influencia divina, eran los inmortales los únicos garantes de la derrota o victoria de la ciudad sitiada, pero lo que sí ocurrió fue que nació el tercer Sumo Sacerdote de los santos de Atenea, Nadie, a quien sucederían cien hombres más de igual o inferior intelecto, de vidas más largas y más cortas, de mayor virtud y hasta de más infamia, hasta llegar a Shion, el usurpador Saga, Dohko, Kanon, Akasha y, finalmente, él. Generación tras generación, el Santuario fue transmitiendo el secreto de Almagesto, el arma definitiva de la humanidad que Atenea legaría a los santos para aquellos tiempos en que ella no pudiera andar más por la Tierra. En teoría, el santo de Libra era el responsable de transmitir esa información, para que el Sumo Sacerdote le diera uso en momentos de necesidad, pero la actual generación, surgida a partir de una más bien irresponsable, jugaba sus propias reglas. Kanon de Géminis transmitió la idea de Almagesto a la Suma Sacerdotisa, la Suma Sacerdotisa empleó la técnica legendaria, sellando al debilitado Caronte de Plutón.

Incluso si no podía replicar la técnica completa, seguía teniendo como Sumo Sacerdote una conexión especial con las constelaciones. Podía invocar el poder de una de ellas, justo la que le era más afín, bajo cuya luz nació.

Antares —susurró Gestahl Noah, llenándose de un cosmos oscuro—. ¡Nacimiento!

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Un remolino de poder lo llenó todo, contrarrestando la tremenda presión gravitacional del ataque de Titania. El universo se replegó, no por la aparición de un poder superior, sino reconociendo una parte de su alma. En cuanto al rayo cósmico que rebotaba entre las paredes dimensionales y Garreg Mach, fue consumido por el cosmos de Gestahl Noah, que poco a poco fue adoptando la forma de un corazón inmenso que los protegía de todo mal, Antares. A partir de esa estrella manifestada, fue formándose el mesosoma placa a placa en sentido dorsal y ventral, hasta cubrir una altura de doce metros. El cefalotórax, con su grueso exoesqueleto, surgió después, abriéndose una docena de ojos a la vez con un deslumbrante brillo rojizo. Bajo esa luz, se abrían y cerraban las gruesas pinzas, Graffias, lo bastante grandes cada una de ellas para aplastar por accidente el trono desde el que Titania veía sin asombro el eidolon que aparecía ante ella. Pero no fueron con esas armas que Escorpio atacó. Los cinco segmentos del metasoma se elevaron como el arma terrible que era la cola del escorpión, terminada en Las´ah, el aguijón. La Muerte voló a velocidad imposible sobre la confiada astral.

Titania, una vez más, ni siquiera tuvo que moverse. El aguijón se detuvo a tres metros de distancia de su asiento, vencido por un amplio control de telequinesis sin precedentes. No obstante, Escorpio seguía ejerciendo presión, consumiendo como si fueran golosinas las oleadas de poder que la astral le enviaba sin apartar la mirada.

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Cethleann despertó en los brazos de Gestahl Noah. Había perdido la consciencia en el último momento, cayendo como una muñeca rota. Por fortuna ya estaban en el interior de Antares, donde sobrevivirían incluso si Titania se decidía a tomarlos en serio y destruía el eidolon con alguna técnica de verdad. Tenían tiempo para prepararse para lo que vendría y quizás hasta para charlar un poco. Habían empezado con mal pie.

El ángel del Agua, empero, mostró horror y compasión al verlo. Gestahl Noah lo comprendía. Podía verse reflejado en aquel mar de clorofila que eran sus ojos: tenía un rostro avejentado, marcado por las arrugas y un nada apuesto cabello gris.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Cethleann.

—Las constelaciones son leyendas inmortalizadas por los dioses. Dunamis, en términos simples —explicó Gestahl Noah—. Hoy en día no es tan fácil trascender los límites humanos como en la era mitológica debido a las travesuras de mi esposa. —Sonrió, decidiendo que no se había vuelto tan viejo como había temido. No llegaba a los cincuenta—. Un medio es despertar el poder de la constelación guardiana, dormido en el corazón de cada santo de Atenea. Solo un cosmos de justicia en sintonía con la sangre de Atenea y el manto sagrado correspondiente puede lograr ese milagro, el milagro de Elíseos, que ni siquiera la Muerte puede matar.

—Si tal poder es posible, ¿por qué no lo usaste hasta ahora? —cuestionó Cethleann, confundida, hallando pronto la respuesta—. ¡Has acortado tu vida!

Gestahl Noah asintió, teniendo además la delicadeza de bajar al ángel, ya repuesta de la pérdida de consciencia, al suelo. Cethleann, honrando el valor presentado contra Titania de Urano, descendió con suma dignidad sin dejar de mostrar preocupación.

—Puede que mi esperanza de vida se haya reducido a la mitad, lo que no me molesta tanto como que mi Nacimiento diera a luz un simple eidolon.

¿Nacimiento?

—Desde que tengo memoria siempre he utilizado tres técnicas —dijo Gestahl Noah, alzando igual número de dedos que iba bajando según las enumeraba—. Las´ah era el veneno más doloroso del mundo, capaz de eliminar al más fuerte de los hombres, o al menos en teoría, porque nunca lo puse en práctica; evolucionó en la Muerte tras seis mil años de experiencias. Por una cuestión de misericordia, no fue esa técnica lo que legué a las futuras generaciones de santos de Escorpio, sino una variante que dosificaba la Muerte en quince golpes, la cual pude desarrollar gracias a mi discípulo, Jäger de Orión. Graffias era otra clase de veneno, psíquico, servía para paralizar al oponente causándole un dolor inimaginable, hasta el más fuerte de los hombres acabaría en cama si lo recibiese y de eso sí que viví algunos ejemplos; si todo lo malo que vi en mis viajes en la era mitológica lo transformé en un arma para matar, todo lo bueno lo torné en un medio para no tener que matar a nadie, para controlar a la gente, la Vida. Ninguno de mis sucesores pudo replicar eso; por miedo o incompetencia, la técnica quedó reducida a la Restricción, que causa una parálisis temporal. En cuanto a Antares, era otra herramienta para no matar, solo que a diferencia de Graffias podía ser permanente: envuelvo a mi enemigo con mi cosmos y lo someto a un sueño pacífico. Simula el vientre materno, por eso terminé llamándole Nacimiento.

—Tú no usas venenos —replicó Cethleann.

Eso fue una sorpresa. Si bien la gloria seguía intacta, el ángel del Agua reflejaba en el rostro agotado toda la lucha que debió realizar para que no los aplastaran. ¿Era posible que hubiese sido tan perceptiva todo ese tiempo? ¿Podía comprender algo tan complejo?

«Claro que puede —se dijo Gestahl Noah—. Es una guerrera celestial.»

—Mis técnicas se han ido alejando de los venenos originales del cuerpo, la mente y el espíritu —admitió el Sumo Sacerdote, sosteniendo Niké con especial fuerza: Titania había vencido el primer asalto contra Escorpio, mandando de un empujón psíquico al eidolon a volar cien metros. Pero la batalla seguía y ellos estaban a salvo de toda interferencia—. Lo cierto es que he comprendido la verdadera esencia de mi cosmos. Ahora lo hago de forma activa, mas pienso que en el pasado ocurría sin que yo me diera cuenta, que desde siempre he tenido una relativa influencia sobre el campo cuántico fruto de mi alma entendiendo las bendiciones de Atenea y Niké. Quizá es tiempo de que cambie los nombres de mis técnicas —sonrió el Sumo Sacerdote.

—Bueno, no es que sea nuestra prioridad ahora mismo… —trató de decir Cethleann.

Él no la escuchó. Habló con entusiasmo. La voz ahora enronquecida.

—El Arca de Cloto, capaz de tomar una imposibilidad y volverla posible, más o menos. Los Hilos de Láquesis, que doblegan la probabilidad en torno a un individuo. La Sentencia de Átropos, que puede eliminar cualquier cosa orgánica de un solo golpe. Cincuenta contra cincuenta si ha de pasar por la protección divina.

Una bofetada del ángel del Agua le obligó a dejar la diatriba.

—Perdóname —dijo Cethleann, todavía mirándolo con el rostro ceñudo—. Es que estamos en medio de una batalla, no es tiempo de parlotear sobre técnicas. ¡Además, es tonto y arrogante! ¿Cloto, Láquesis y Átropos? Eres un terrestre, un humano, mientras que hasta los Astra Planeta serían reticentes de intervenir en algo que han decidido las Moiras. No entiendo por qué en tu planeta se empeñan en poner nombres a todo. Nosotros no lo hacemos y nos va bien. Bueno, mi padre lo hace, mas estuvo ahí y…

—No es tiempo de parlotear sobre técnicas —replicó Gestahl Noah, haciéndola enrojecer casi tanto como roja estaba su propia mejilla—. Mas, querida amiga, tenemos que hacer tiempo hasta que tu padre deje de pelearse con los Hilos de Láquesis.

—¡La Vida!

—Eres una aguafiestas.

Y él se estaba volviendo senil. La sola idea bastó para que se estremeciera. La última vez que encarnó llegó a vivir muchísimo tiempo siendo un hombre muy activo. En todos los sentidos. Por fortuna, según la información que le transmitían los hilos, Cichol ya había empezado a ser receptivo en cuanto a lo que Gestahl Noah tenía que decir.

Usar el Arca de Cloto para manifestar el poder —una parte del poder— de Escorpio no había sido mera arrogancia. Cichol estaba ahora allí, por tanto, también estaba aquí.

Con un giro de muñeca, lo hizo aparecer. Rodeado de hilos, imposibilitado de poder hacer algún movimiento pues todos sus ataques estaban condenados a fallar siempre. Tenía los brazos extendidos y las piernas juntas en una postura de gran relevancia en la Tierra debido a la pura casualidad. Muy apropiado para un ser sagrado.

A ella no le importó nada de eso. Saltó hacia él llorando lágrimas de alegría.

—¡Padre! —gritó Cethleann, abrazándolo—. Estás vivo. ¡Vivo!

—Hija mía… ¿Qué haces aquí? ¿Dónde estamos? —dijo Cichol—. Eres tú de verdad —añadió al poco rato, relajando la expresión—. No eres ninguna ilusión, de verdad eres Cethleann. Temí que ese canalla te hubiese asesinado.

—Como si pudiera —dijo Cethleann, sonriéndole.

—Hicimos bien en confiarte la Garreg Mach —advirtió Cichol—. Le has dado un buen uso. Sé que Seiros estaría orgullosa de su sobrina.

Unas palmadas interrumpieron el feliz encuentro.

—Es enternecedor ver a una familia reencontrarse —dijo Gestahl Noah, siendo honesto—, el problema es que como le dije a tu hija solo he podido proyectar una fracción del poder de Escorpio. Estamos a salvo solo el tiempo que tarde nuestra enemiga, Titania de Urano, en sacar la artillería pesada.

Mientras que Cethleann giraba hacia él con la típica expresión de estar viendo al hombre más pesado del planeta, Cichol endureció el semblante.

—¿En qué lío has metido a mi hija, terrestre?

—Ya te lo he dicho, Macuil…

—¡No mencionaste que mi hija estaba enfrentada a uno de los Astra Planeta!

—… ha despertado a Aquel que se desliza en la oscuridad. Con toda probabilidad, aprovechando el encuentro con nosotros. Veo que no te sorprende.

Los ojos de Cichol no eran siquiera de espanto, sino resignación.

—Hace mucho tiempo, Macuil buscó ir más allá de la magia de los nabateos para revivir a nuestra madre, Sothis, el ángel del Origen. Aunque admitió haberlo logrado en complicidad con El anciano de los días, otro de los Reyes durmientes, Indech y yo convencimos a Seiros de que era lo mejor. Tal vez, estos quinientos años ha estado pensando que si pactar con uno fue de tanta utilidad, no había nada de malo en volver a aliarse con otro. Era tan consciente como yo de que sin un Gran Espíritu, el sello estaba condenado a romperse, quizás se dio cuenta antes que nadie y se lo calló.

—Tal vez, quizás… —repetía Cethleann con cierto grado de adorable irritación—. ¿No son muchas posibilidades? ¡Preguntémosle al tío Macuil de frente!

—Tienes razón, Cethleann. Es mi deber confrontarlo. Y si se ha vuelto loco…

—¡Primero hablaremos con él!

—Si siempre estuvo loco, desde aquel viaje más allá de nuestra galaxia, entonces es mi tarea darle muerte, así deba morir yo con él.

—Eso no será necesario, padre, porque él nos ayudará.

La cara con que Cichol respondió a las esperanzas de Cethleann era un poema. Miraba a Gestahl Noah, el hombre que lo había matado una vez, el líder de los terrestres que de forma temeraria pasaron cerca de uno de los sellos del Olimpo mientras marchaban a la guerra contra los Astra Planeta, pensando que si esa era la única esperanza que tenían tanto daba no tener ninguna. Ante eso, Gestahl Noah se limitó a encogerse de hombros.

—Soy lo mejor que tienes.

—Yo creo que es al revés. Pienso que nos necesitas, que quieres sacrificarnos.

—¡Padre! —exclamó Cethleann—. No es tiempo de peleas, sino de cooperar.

Por un largo rato, los ángeles del Aire y el Agua intercambiaron intensas miradas.

—Tienes razón —cedió al fin Cichol—. Os ayudaré en lo que pueda, terrestres. Mas he de ser yo el que se ocupe de Macuil. Es mi hermano, al fin y al cabo.

—Quizá el tío Macuil pueda ayudarnos a restaurar el sello —asintió Cethleann.

No era eso lo que Gestahl Noah tenía pensado, pero asintió de todos modos.

—Dime, Cichol, ¿tardarías mucho en viajar desde la constelación de Escorpio hasta nuestro barco? Puesto que has convivido con Aquel que se desliza en la oscuridad, dudo que te resulte difícil entrar en la Senda de Oro.

—Más de lo conveniente —dijo Cichol—. No obstante, de algún modo vuestra Senda de Oro sigue presente en el universo. Puedo usarla como atajo.

—Que así sea —aprobó Gestahl Noah, liberando al ángel del Aire. Los Hilos de Láquesis no podrían sostenerlo mientras viajaba por todo el universo, de todos modos. Un pensamiento errático le llegó de pronto, empero: la Senda de Oro tendría que haber sido destruida hora a hora. Además, desde que se desviaron e iniciaron los combates contra los ángeles y horrores, nadie había podido seguir construyendo el canal, a pesar de lo cual, el barco siguió navegando sin más percances que una interminable horda de monstruos saliendo de un río corrompido por el mal. Era como si el camino que recorrieron en un inicio hubiese pasado a ser la segunda mitad, por recorrer, aunque no se le ocurría quién estaría tan mal de la cabeza para tomarse tantas molestias—. ¿Vas a quedarte ahí viéndonos con esa cara de bobo? —Aun después de ser liberado, Cichol seguía flotando, pensativo, con los brazos cruzados—. ¡Vamos! Cuidaré de tu hija.

Eso estaba a años luz de tranquilizar a Cichol. Lo miró de nuevo con esa cara de estar viendo a la peor compañía inimaginable para una doncella de miles de años.

—Cuidaré de que no haga nada malo —dijo Cethleann—. Tú cuida de los del barco.

—Hace cinco mil años que no lucho junto a los seres humanos —respondió Cichol—. Son tan frágiles. Puede que los mate por accidente.

—Piénsalo de este modo: la última vez que luchaste junto a los humanos, yo nací. —Cethleann tomó las manos de su padre, sabiendo que eran solo una proyección, que el auténtico Cichol estaba de verdad en la constelación de Escorpio—. Pueden pasar cosas terribles cuando los espíritus y los mortales nos unimos, pero también cosas hermosas —sonrió el ángel, muy consciente de que se estaba echando flores.

—Tienes razón, Cethleann —dijo Cichol—. No todo lo que los mortales hacen es malo. Solo la mayoría —sentenció, lanzando otra vez la mirada de padre severo.

Esta vez Gestahl Noah no pudo evitar hacer una mueca. Le resultaba gracioso hasta un nivel inquietante, de modo que, con un giro de muñeca, hizo desaparecer a Cichol. No de inmediato, pues a Cethleann le dio tiempo de darle un último abrazo.

Era lo menos que podía hacer el padre de la humanidad por aquellos dos espíritus que habían decidido confiar en él. Darles la oportunidad de despedirse.

Notas del autor:

Shadir. Como puedes ver, al igual que en la guerra del volumen Urano, el volumen Venus mantiene un enfoque más coral que el habitual.

¡Caronte (el barquero) tiene su fama! Pero los santos de Atenea están hechos a prueba de aterrizajes sobrenaturales. Ya nos lo ha demostrado Seiya en el pasado.

Creo que todos merecen unas buenas vacaciones, entre unas y otras fuerzas antagónicas, los santos de Atenea y otros defensores de la Tierra nunca pueden descansar.

Carlotta. ¡Bienvenida! Me alegra que te esté gustando esta historia.

Lamento decir que no sé qué ha pasado en el foro SNK. Como tú, espero que sea algo temporal (ya ha pasado otras veces) y pueda regresar con toda su fuerza y ánimo.