La alarma estaba sonando, por los pasillos se encontraba una pelinegra de cabellera corta corriendo.
—¡Lady Tsunade!
—Lo sé. Han escapado.
—¿Qué vamos a hacer ahora? Lord Madara está cerca y ellas estando ahí afuera…
—Huyeron hacia la tierra, otra vez. Estas mujeres no entienden.
—¡¿A la tierra?! ¡Peligran más ahí!
—¿Y crees que no lo sé? ¡Soy la principal en saber cómo funcionan las gemas!
Hubo un silencio entre las dos mujeres mientras que el ruido de la alarma seguía sonando de fondo.
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—¡La lluvia está fuerte! —gritaba un castaño con una cicatriz horizontal por encima de la nariz.
—¡La lluvia está fuerte! —gritaba un castaño con una cicatriz horizontal por encima de la nariz.
—¡Asegúrate que la cosecha esté protegida! —mandaba un peliplata con una mascarilla puesta.
—¡Los animales están a salvo! —terminaba de cerrar el granero un pelinegro de barba.
—¡Bien! ¡Ahora vamos todos adentro! —tras que el hombre con chaleco verde dijo esto, los demás hombres se apresuraron en adentrarse a la casa.
Ya adentro, el pelinegro fue a encender la chimenea para entrar en calor rápido.
El peliplata fue a la cocina a poner té.
El castaño de coleta alta cerró las cortinas de la sala.
Y el último hombre se echó rendido en el sofá.
—Maito, deja de estar acostado siempre y haz algo productivo hoy. —se escuchó decir por parte del peliplata desde la cocina.
—Se te olvida que soy yo el encargado de procurar que los animales estén bien. ¡Todos los días!
—Ese es tu trabajo, deja de sentirte como si-
El hombre con barba fue interrumpido por un golpe en la puerta de entrada.
—¡Ayuda, por favor!
Era una voz femenina.
El castaño se apresuró en abrir la puerta, encontrándose a cuatro mujeres en la entrada. Cada una de ellas tenía heridas en sus brazos y piernas, y una en específico parecía estar desmayada.
Los dos hombres que estaban más cerca de la entrada ayudaron a cargar con la rubia, la cual presentaba heridas más graves en comparación con las otras.
—¿Pero qué pasó? —preguntó uno de los pelinegros.
—Estábamos caminando por el campo hasta que la tormenta nos envistió, —explicaba una azabache—corrimos por el bosque, pero…
La azabache se detuvo, mirando hacia las demás.
—Nos perdimos. —apresuró a decir la peliverde.
—Sí, eso fue lo que pasó, —le siguió una pelimorada de ojos azules—con tanta lluvia nos desorientamos y acabamos aquí.
—¿Qué pasa? —el peliplata salió de la cocina con ceño fruncido—¿Y qué hace esta mujer en el sillón?
—Oh, por favor, Kakashi, está herida, todas ellas lo están.
—Eso no es asunto nuestro, no tenían por qué dejarlas pasar sin mi permiso, recuerden que esta casa es mía y-
El peliplata fue interrumpido por un golpe en la mesa de madera, partiéndola en dos.
—¡Jade! —la azabache agarró de los brazos a la rubia que yacía en el sillón.
Pero la rubia con un movimiento logró quitarse de encima a la mujer, lanzándola hacia una esquina de la casa, golpeándose la espalda.
—¡¿Pero qué le pasa a esta tipa?!
—¡Son sólo reflejos! N-No se preocupen… —la peliverde intentaba calmar a los demás hombres, los cuales se pusieron en postura de guardia.
—¿Reflejos de qu-
El moreno había sido interrumpido tras caer al suelo.
—Esto ya fue suficiente. —el pelinegro sacó un arma y la apuntó hacia la rubia.
—¡No! —la ojiazul levantó la mano en señal de alto y unos cristales de color morado salieron del suelo, apenas rozando la nariz del hombre.
—¿Qué es eso?... —el castaño se quedó perplejo tras lo ocurrido.
Sin dejar tiempo para responder, la rubia de ojos color jade cargó en sus brazos el sillón como si se tratase de un plato, dispuesta a lanzárselo a los pocos hombres que quedaban en pie.
—¡Basta!
El peliplata tenía en sus manos una katana de filo fino, apuntando delicadamente hacia la espalda baja de la rubia.
—Si no bajas eso tú y tus amigas lamentarán haber entrado a esta casa.
La mujer bajó lentamente sus brazos y puso el sillón en su lugar, sin dejar de sentir el filo de la katana en su espalda.
—Ahora quiero que-
Pero sin darse cuenta, la rubia se encontraba atrás de él, como si se hubiese transportado mágicamente.
El hombre sintió un brazo sobre su garganta, por lo que el filo del arma ahora fue hacia atrás, pero la otra mano de la mujer detuvo en seco antes de que llegara con ella, doblando por completo la katana.
El peliplata sentía que le faltaba el aliento, empezando a ver borroso poco a poco.
Pero de pronto sintió libre su cuello, volviendo a respirar con normalidad.
La rubia de ojos jade estaba tirada en el suelo, inconsciente de nuevo.
—¿Alguien me puede explicar qué demonios pasa aquí?
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Hace años, cuatro rebeldes gemas habían ido a explorar al mundo de los humanos, pero se enamoraron y dieron a luz a sus hijas ahí mismo, siendo éstas las próximas en sustituirlas.
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Próximamente…
