Kagome permanecía inmóvil en el centro de la sala, rodeada por el silencio opresivo que había dejado Sesshomaru tras su partida. Sus palabras aún resonaban en su mente, como un eco interminable que la hacía estremecer. "Eres mía". Había algo aterrador en la manera en que lo dijo, pero también algo adictivo, una fuerza invisible que tiraba de ella hacia él, aunque intentara resistirse.
Con un suspiro tembloroso, se dejó caer en el sofá, abrazándose las rodillas mientras trataba de ordenar sus pensamientos. El hermoso atardecer frente a ella contrastaba con la nube gris que sentía dentro de sí. Había llegado a este mundo sin quererlo, sin buscarlo, pero ahora estaba atrapada en una red que Sesshomaru tejía con precisión escalofriante. Todo en él era un enigma; su mirada dorada, su porte elegante y su control absoluto sobre cada situación. Incluso cuando parecía estar en calma, había algo en él que recordaba a un depredador acechando a su presa.
El elevador de la puerta principal se abrió, sacándola de sus pensamientos. Miroku entró con una expresión seria, Kagome apenas lo había conocido ayer, cuando interrumpió en el despacho y la salvo como su ángel guardián.
Apenas tuvo tiempo de procesar las palabras de Sesshomaru cuando una voz los interrumpió desde la puerta, Kagome aun sentía el peso del Lord presionando contra el librero. Pero daba gracias por ser interrumpidos.
—¡Oh, disculpen la interrupción! — Miroku, entrando en la habitación con una sonrisa nerviosa y las manos alzadas en señal de paz—. No quiero ser inoportuno, pero… Necesito hablar con Sesshomaru en privado.
Kagome parpadeó, aturdida por el cambio repentino en el aire. Sesshomaru apenas giró la cabeza hacia Miroku, pero el destello en sus ojos dorados dejó claro que no estaba de humor para interrupciones.
— Lo que tengas que decir, dilo ahora y vete — Sin liberar a la chica de sus garras.
Miroku tragó saliva, claramente incómodo ante la presencia del vampiro. Sin embargo, mantuvo su postura, aunque sus ojos buscaron a Kagome con una mezcla de disculpa y urgencia.
—Es… algo delicado —insistió Miroku, su voz más baja esta vez—. Por favor, Sesshomaru.
El vampiro dejó escapar un suspiro pesado, como si estuviera concediendo un favor que no quería otorgar. Sus ojos se posaron en Kagome, y su mirada era tan intensa que ella sintió que la atravesaba por completo.
—Espera afuera —ordenó finalmente, su tono dejando claro que no aceptaría objeciones.
Kagome quiso protestar, pero algo en la forma en que Sesshomaru la miraba le hizo sentir que no tenía otra opción. Con un asentimiento vacilante, se levantó y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
El silencio que siguió fue como una cuerda tensada entre los dos hombres. Miroku se aclaró la garganta antes de hablar.
—Sesshomaru, creo que tenemos un problema — Miroku había cambiado totalmente su expresión.
— Ya sé que Inuyasha llego, estuvo a punto de morder a Kagome — Dijo mientras se movía grácilmente por el despacho hasta sentarse en su silla.
— No me refiero a eso precisamente — Miroku dudo un poco — Pero si tiene que ver con Inuyasha.
—suéltalo ya, ¿cuál es el misterio?
—Inuyasha convirtió a una chica, sin la debida solicitud a tus padres y sin las medidas correspondientes.
La cara de Sesshomaru fría como siempre, no mostro ningún cambio.
— ¿Dónde está la chica?
—No sabemos — Miroku le entrego el folder — La chica se llama Kikyo, la perdimos en el aeropuerto, fue muy escurridiza.
— Encárgate de ese asunto lo más rápido posible yo tengo que llevarme a Inuyasha unas semanas. Su naturaleza vampírica está lejos de estar bajo control, y no puedo permitir que pierda el control con Kagome cerca.
Miroku frunció el ceño, claramente preocupado por lo que eso implicaba.
—¿Y Kagome? —preguntó finalmente—. ¿Qué pasará con ella mientras tú estás fuera?
Sesshomaru lo miró fijamente, sus ojos dorados brillando con algo oscuro y posesivo.
—Tú la cuidarás —dijo con firmeza—. Pero escucha bien, Miroku: si algo le sucede mientras estoy ausente… si alguien se atreve a acercarse a ella o a lastimarla de alguna manera… te haré responsable personalmente.
La amenaza era clara como el cristal, y Miroku sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sesshomaru no era alguien cuyas advertencias se tomarán a la ligera.
—Además — continuó Sesshomaru, como si estuviera dictando una lista de tareas —, necesitaré que le entregues una tarjeta adicional a Kagome, de la cuenta empresarial para sus gastos, además necesito que le des 10,000 dolases para sus gastos en el tiempo que no estoy. También quiero que le compres un auto a Kagome. Algo seguro y confiable. No escatimes en gastos. Se que le gustan los jeeps. Encárgate.
Miroku parpadeó, sorprendido por la solicitud inusual.
—¿Un auto? —repitió, incrédulo—. ¿Estás… estás seguro?
Sesshomaru lo miró como si acabara de hacer la pregunta más estúpida del mundo.
— ¿Parezco alguien que no está seguro de lo que quiere? — respondió con frialdad —. Hazlo. Y asegúrate de vigilarla constantemente mientras yo no esté cerca.
— Si te parece bien, me gustaría contratarle seguridad adicional — sugirió con cautela —. Alguien de confianza.
Sesshomaru asintió después de un momento de deliberación.
—De acuerdo. Pero solo alguien en quien confíes plenamente.
Miroku asintió lentamente, aunque no pudo evitar sentir una punzada de incomodidad ante el tono posesivo del vampiro. Sesshomaru siempre había sido así; frío, calculador y absolutamente implacable cuando se trataba de proteger lo que consideraba suyo.
Cuando Kagome volvió a entrar en la habitación después de unos minutos, Sesshomaru se acercó a ella con pasos elegantes y fluidos. Su mirada se suavizó apenas un poco al posarse en ella, pero seguía habiendo algo oscuro y dominante en sus ojos dorados.
—Me iré por un tiempo —le informó sin preámbulos—. Pero recuerda esto, Kagome: nadie tiene derecho a tocarte ni a acercarse a ti en mi ausencia. Eres mía… y siempre lo serás.
Kagome sintió un nudo formarse en su garganta ante la intensidad de sus palabras. Había algo aterradoramente definitivo en ellas, algo que no dejaba espacio para dudas ni protestas.
Sesshomaru levantó una mano y acarició suavemente su mejilla con los dedos fríos como el mármol, su toque enviándole un escalofrío por todo el cuerpo.
—No olvides eso —susurró antes de apartarse y dirigirse hacia la puerta—. Volveré pronto… y espero encontrar todo tal como lo dejé.
Con esas palabras finales, salió del departamento, dejando a Kagome sola en medio del silencio abrumador. La chica se llevó una mano al pecho, intentando calmar su corazón desbocado mientras las palabras del vampiro resonaban en su mente: "Eres mía… y siempre lo serás."
—Kagome —dijo Miroku con voz suave, pero firme—. Necesitamos hablar.
Ella levantó la mirada desde la taza de té que sostenía entre las manos, sus ojos reflejando una mezcla de confusión y cansancio.
—¿Qué sucede? —preguntó con un suspiro.
Miroku se sentó frente a ella, apoyando los codos en las rodillas mientras entrelazaba las manos. Su expresión era seria, como si estuviera eligiendo con cuidado cada palabra.
— Sesshomaru me pidió que me encargara de tu seguridad mientras él está fuera —comenzó, con un tono que intentaba ser tranquilizador —. Y quiero que sepas que haré todo lo posible para protegerte. Pero también necesito que entiendas algo… Este mundo al que te has visto arrastrada no es sencillo ni seguro. Y Sesshomaru… bueno, él no es alguien común.
Kagome dejó escapar una risa amarga, bajando la mirada hacia su taza.
—Créeme, ya lo sé —respondió con sarcasmo—. No hay nada común en un vampiro que te dice que eres suya como si fueras un objeto.
Miroku la observó en silencio por un momento. Había algo en Kagome que también lo había impresionado; su fortaleza, su capacidad de resistir incluso cuando las circunstancias parecían aplastarla. Sin embargo, sabía que enfrentarse a alguien como Sesshomaru requería más que fuerza; requería un coraje que rozaba lo temerario.
—Él no lo ve así —dijo finalmente—. Para Sesshomaru, protegerte es su forma de demostrar… afecto. Aunque su manera de hacerlo sea… intensa.
Kagome alzó una ceja, incrédula.
—¿Afecto? —repitió con ironía—. Si esto es afecto, no quiero imaginar cómo sería si no le importara en absoluto, ¡me compro!
Miroku sonrió levemente, aunque su expresión seguía siendo seria.
— Sé que es difícil de entender — admitió —. Pero Sesshomaru no es como nosotros. Su mundo está regido por reglas diferentes, y para él, tú eres importante. Más de lo que probablemente imaginas. No lo veas como una compra, ve como que pago tu libertad.
Antes de que Kagome pudiera responder, el sonido del vibrar de su teléfono rompió el silencio. Lo tomó con manos temblorosas y leyó el mensaje que acababa de llegar.
"No olvides lo que te dije. Nadie debe tocarte ni acercarse a ti."*
No había necesidad de firmar; sabía perfectamente quién lo había enviado. El nudo en su garganta se apretó aún más mientras miraba la pantalla, sintiendo como si las palabras estuvieran grabándose directamente en su piel.
Miroku notó el cambio en su expresión y suspiró.
—¿Es él? —preguntó suavemente.
Kagome asintió sin decir nada, dejando caer el teléfono sobre la mesa como si quemara. Miroku se inclinó hacia adelante y colocó una mano sobre la suya en un gesto de consuelo.
—Escucha, Kagome —dijo con seriedad—. No voy a mentirte, Sesshomaru puede ser aterrador. Pero también es alguien que cumple sus promesas.
Ella lo miró a los ojos, buscando alguna señal de mentira o duda, pero no encontró ninguna. Miroku era sincero, y aunque eso le daba algo de consuelo, no podía ignorar el peso de las palabras de Sesshomaru ni la sombra que parecía proyectar sobre todo lo que la rodeaba.
Esa noche, Kagome intentó dormir, pero el sueño no llegaba. Cada vez que cerraba los ojos, veía los de Sesshomaru dorados como el oro fundido, intensos y llenos de una posesión que la hacía sentir pequeña e indefensa. Finalmente, se levantó y caminó hacia la ventana del departamento, mirando la ciudad iluminada bajo la oscuridad del cielo nocturno.
De repente, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se giró rápidamente, convencida de que había alguien detrás de ella, pero la habitación estaba vacía. Aun así, la sensación persistía, como si estuviera siendo observada desde algún lugar invisible.
"Soy mía", pensó con determinación, apretando los puños. Pero incluso mientras lo decía en su mente, no podía ignorar el hecho de que una parte de ella ya no estaba segura de si eso era verdad.
A la mañana siguiente, Miroku llegó temprano con las llaves de un auto nuevo, una tarjeta bancaria a nombre de Kagome y un fajo de billetes cuidadosamente ordenados. Ella lo miró incrédula mientras él le explicaba las instrucciones que Sesshomaru había dejado.
—Esto es demasiado — protestó Kagome —. No puedo aceptar algo así. Ya estoy viviendo en su departamento; no necesito tarjetas ni dinero.
Miroku suspiró con paciencia infinita.
— Créeme, no aceptar no es una opción cuando se trata de Sesshomaru — respondió con calma —. Si devuelves esto o actúas como si no lo quisieras… bueno, digamos que no quieres saber cómo reaccionará.
Con resignación, Kagome tomó las cosas que Miroku le ofrecía. Antes de que pudiera decir algo más, él hizo un gesto hacia alguien detrás de él.
—Antes de que lo olvide… este es Koga —dijo señalando al joven que acababa de entrar en la sala—. Estará contigo todo el tiempo.
Kagome levantó la vista para encontrarse con un hombre joven de cabello oscuro y desordenado que caía sobre su rostro esculpido. Sus ojos azules brillaban con una mezcla de determinación y confianza. Su postura atlética y relajada le daba un aire protector.
—Miroku… —comenzó Kagome con cierta duda en su voz—. ¿Eso quiere decir que puedo salir del departamento?
Miroku asintió con una sonrisa tranquilizadora.
—Kagome, no eres una prisionera — respondió —. Tal vez la actitud de Sesshomaru te haya dado esa impresión, pero eres libre de ir y venir como te plazca.
Hizo una pausa y miró alrededor del departamento antes de agregar:
— Incluso podrías invitar a tus amigas a quedarse aquí contigo si quisieras.
Kagome parpadeó sorprendida; no esperaba tal respuesta después de todo lo ocurrido.
—Eso sí… —sentenció Miroku con firmeza— Koga estará contigo siempre.
Kagome suspiró profundamente y miró al joven que ahora sería su sombra constante. Aunque aún tenía muchas preguntas sin respuesta y una sensación persistente de inquietud en el fondo de su mente, decidió aceptar esta nueva realidad por ahora. Después de todo, tal vez Koga sería algo más que un guardián; tal vez sería un aliado en este extraño y oscuro mundo al que había sido arrastrada sin previo aviso.
