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Capítulo 38

La Cierva de Plata

El agua oscura se seguía agitando en el punto en dónde Laurel se había zambullido. Las olas oscuras iban a estrellarse hasta el peñasco desde donde Remus esperaba desesperado que la mujer resurgiera.

—Mierda —maldijo por lo bajo mientras empezaba a quitarse su chaqueta, dispuesto a ir en su búsqueda.

—No saltes, Remus —. Laurel había resurgido un par de metros más allá. — Está helado.

La mujer nadó rápidamente hasta alcanzar la orilla, los pies desnudos parecieron no ser afectados por los guijarros. Su cabello empapado le cubría parte del rostro enrojecido por el frío, la larga túnica negra se le pegaba al cuerpo dejando en evidencia las distintivas curvas de su figura.

Remus sintió un leve tremor en sus piernas al ver como la mujer iba hacia él, mirándolo con una sonrisa pícara mientras se peinaba con sus manos, liberándose de algunas algas y pequeñas ramitas atoradas en su largo cabello. Era seductora, peligrosamente seductora.

Respiró hondo, aspirando el olor de los Akardos, asegurándose de que la aparición frente a él no fuera un Kelpie, un espíritu de los lagos escoceses conocido por hipnotizar y arrastrar a sus víctimas al fondo de aguas oscuras. Se quedó mirando sus pies, esperando por si se convertían en pezuñas.

—¿Qué les pasa a mis pies? — preguntó Laurel al notar la mirada de Remus.

—Pensé… —El mago sacudió su cabeza y descendió de la roca. —No importa.

Laurel comenzó a temblar mientras hacía todo lo posible para escurrir el agua de la túnica, sus uñas se volvieron lentamente azules.

Remus sacó su varita y susurró algunas palabras, secando su ropa.

—Es una pena que no puedas hacer mucho por mi cabello —rio entre dientes.

—¿Que estabas pensando? ¡Te congelarás! — exclamó, acercándose a ella y colocando su chaqueta de lana sobre sus hombros, abrazándola con fuerza.

Laurel abrió los ojos, sorprendida por la repentina cercanía física. Dejó pasar un par de segundos antes de intentar zafarse de su abrazo.

—Gracias, pero ya me voy —dijo, removiéndose el abrigo, pero él se lo impidió.

—Saltar de la nada a un lago helado no es un comportamiento racional, Laurel. Debes decirme que está pasando.

—Ya te lo he dicho…

—Sé que no está relacionado con Harry —. Lupin dudó en decir lo siguiente. — ¿Severus está siendo cruel contigo? ¿Maltratándote?

—Quería deshacerme de ese horrendo jugo de calabaza, eso es todo. —Laurel puso una sonrisa falsa y se abrazó a sí misma, mirando a Remus. — Sobre Sev, no veo por qué debería importarte.

—Me importa. ¿Te parece justo que te cuente todos mis problemas con Dora mientras que tú no te preocupas de compartir los tuyos? Créeme, si te viera feliz, no me molestaría en preguntar, pero recientemente pareces bastante triste.

—Él no me maltrata. — Laurel sintió un repentino calor en sus frías mejillas. — Es adusto. Lo conoces.

—Si no estás feliz en una relación, ¿por qué sigues empecinada? Es el hombre más frío que conozco. Ustedes dos no encajan.

Laurel se encogió de hombros.

—Tonks no tenía muchas opciones de quién enamorarse. Tu tampoco. Simplemente sucede, ¿sabes? Yo quisiera…. — Laurel dejó escapar una risa nerviosa. — Mira, estás asumiendo que tenemos algo serio, estable… pero en realidad no es así. No tenemos planes, ni sueños de futuro.

—Él no puede. No cuando es la mano derecha de Ya-Sabes-Quién. No hay nada para ti en su vida, Laurel.

—Sí. Probablemente tengas razón, Remus. — Sintió una sensación de ardor en la parte posterior de la garganta, sus ojos se pusieron rojos. — ¿Tal vez estoy poniendo demasiadas esperanzas en él? A veces me siento ridícula, especialmente porque sé que sigue comparándome…

Laurel se detuvo en seco y dejó escapar un suspiro trémulo. Miró a Remus con ojos tímidos.

—No soy suficiente para él.

Él la abrazó y ella lo permitió esta vez, su cabello mojando el suéter andrajoso del mago.

—Estás equivocada. Eres demasiado para él. — Murmuró, respirando profundamente su dulce aroma. — Un poco de separación quizás sea bueno. Puedo pedirle a Dumbledore que te deje quedarte en Hogsmeade. El Cabeza de Puerco no es lujoso, pero podemos arreglar una habitación decente.

—No creo que sea necesario. Soy feliz donde estoy.

—Él no merece tu amor.

Laurel miró los ojos ámbar de Remus con incredulidad.

—¿Cómo puedes decir tal cosa? Tú entre todos los demás, Remus. Te crees indigno, pero ahí está Tonks, amándote incondicionalmente. Todos merecemos amar y ser amados.

—Es diferente.

—No, no lo es. — Laurel se separó de los brazos del hombre lobo. — Realmente creo que deberías ir con Tonks. Sería una gran sorpresa para ella y sus padres.

—Pero...

—Déjame con mis problemas. Igualmente tendré que quedarme en el castillo —. Ella sonrió levemente. —La maduración del nuevo lote de Lupinaria se completará a tiempo para la próxima lunación. Y eso me recuerda...

La mujer hurgó en su túnica hasta que encontró el kit de pociones que le habían dado ese mismo día. Ella dio un suspiro de alivio al ver que la pequeña cartera y su contenido estaban intactos, pero, sabiendo lo cauteloso que siempre era Severus, no le sorprendió mucho.

—Creo que puedo preparar un analgésico para tus dolores nocturnos. —Mezcló algunos ingredientes y le entregó la pequeña botella a Lupin. — Le pediré a Severus algo más fuerte luego. Debe estar muy ocupado con Dumbledore.

—Gracias — dijo, metiendo la botella en el bolsillo. Luego, mirando hacia el castillo, suspiró:

—Siempre tan ocupado. Siempre tan reservado. Es una pena que no le quede mucho tiempo libre para compartir contigo. Esta vista en verdad es maravillosa.

—Cosas de la Orden, supongo —Laurel suspiró también, sintiendo nuevamente aquella quemazón en los ojos.

—Mi invitación sigue en pie, ¿sabes? Hogsmeade no queda muy lejos, Dumbledore y Severus estarán muy ocupados y una buena cerveza de mantequilla te hará sentir mejor.

Laurel se quedó en silencio por un largo momento; La suave brisa regresó y los rayos del sol se debilitaron. Se volvió para buscar sus zapatos.

—Vamos.

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La tarde iba cayendo con sorprendente rapidez mientras Remus y Laurel entraban y salían de las diferentes tiendas de Hogsmeade. La Akardos caminaba feliz entre las calles de cantos rodados, su cabeza girando en todas las direcciones, hechizada por la belleza del pintoresco pueblo y sonriendo tanto que le empezaban a doler las mejillas.

Honeydukes se estaba quedando vacío a medida que se acercaba la hora de cerrar, los dos adultos eran los únicos que quedaban en la esquina más alejada de la tienda. Un cartel anunciaba:

SABORES ÚNICOS

—A que no puedes comértelo entero —. Remus señaló un enorme cono de papel lleno de lo que parecían ser cacahuates caramelizados con la etiqueta: Cucurucho de Cucarachas.

—Y yo te apuesto que tu no podrías comer ni uno solo.

—Adelante. La cerveza de mantequilla corre por mi cuenta si lo haces.

—Acepto el reto, Remus.

Laurel sintió como se le revolvía el estómago al primer bocado, pero hizo todo lo posible por mantener la cara seria.

—Realmente tienes gustos extraños —dijo Remus con una mezcla de diversión y disgusto en su voz.

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Las Tres Escobas era una taberna diminuta, ruidosa y llena de humo.

Fueron hasta la barra donde una mujer curvilínea, de rizos dorados y una cara muy guapa saludó a Remus con una cálida sonrisa. Sin embargo, no extendió el amable gesto hacia Laurel. La mujer la miró de pies a cabeza con la desaprobación dibujada en el rostro.

—¿Dónde está Dora?

—Está con sus padres. Volverá pronto —contestó Remus, sonrojándose débilmente. —Ésta es Laurel…

—¿Lo mismo? —Lo interrumpió Madam Rosmerta, aparentando total indiferencia hacia Laurel.

Remus asintió y pronto dos jarras de espumosa cerveza de mantequilla caliente estuvieron frente a ellos.

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—Ya es suficiente de tus chistes, Remus, ya es hora de volver al castillo —rió Laurel al tiempo que se ponía de pie.

—Espera, ¿Cuál es la prisa?

—Es tarde, Sev debe estar preocupado.

—Aún debe estar con Dumbledore.

—¿Cómo sabes eso?

Lupin se encogió de hombros y miró con disimulo su reloj de pulsera.

—¿Qué tal otra ronda?

—Respóndeme, Remus.

—No lo sé, es tan sólo una suposición. Si no ha tenido el interés de venir a buscarte es porque debe estar muy ocupado, ¿no?

Laurel palideció y se sentó de nuevo junto a Remus, tomando un trago de cerveza de mantequilla para pasar el mal sabor que le había aparecido de repente en la boca.

—Y es sobre Severus de quien me gustaría hablar. Sé que estás enamorada de él. Aunque yo no lo pueda entender... Me parece que necesitas establecer límites. Él podría respetarte más como una relación seria si lo haces. Creo que necesitas hablar con Dumbledore.

—¿De qué estás hablando? —Laurel miraba a Remus con el ceño fruncido.

—¿Dónde vas a pasar el verano, por ejemplo? No tienes planes, ¿verdad? Dependes demasiado de él. Mira, él necesita ver que eres capaz de valerte por ti misma. Demuéstrale que no eres la niña secuestrada, todavía bajo su protección. —Lupin estiró el cuello, vacilante. — Habla con Dumbledore.

—He pensado en eso. Podría pedirle al director que me permita quedarme en el castillo.

—¡Así es! —sonrió. — ¿Qué tal otra ronda para celebrar…?"

Pero antes de que Remus pudiera llamar a Madame Rosmerta, una repentina, hermosa e inquietante melodía silenció por completo el estruendo de la taberna. Aquel canto duró apenas unos segundos, pero Laurel tuvo la impresión de que le había inundado el alma entera.

—¿Qué fue eso? —preguntó una vez el canto se apagó y la algarabía reanudó.

—Fawkes —murmuró el hombre. — Creo que deberías ir y hablar con Dumbledore ahora. Ven, te llevaré a su oficina.

—¿No dijiste que podría estar ocupado? —Laurel se sorprendió al verlo levantarse abruptamente. —Es muy tarde, puedo ir mañana.

—¡No hay mejor momento que el presente!

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Lupin estaba sosteniendo su mano, guiándola a través del castillo. Los pasillos estaban vacíos y oscuros, y Laurel tenía un nudo en el estómago. ¿Por qué se sentía tan inquieta? No era la primera vez que hablaba con Dumbledore en su oficina, pero ella no tardó en notar que Lupin también parecía bastante aprensivo, cada vez más pálido y sudoroso a medida que se acercaban a la oficina del director.

Se detuvieron al llegar frente a la fea gárgola de piedra que custodiaba la entrada. Para sorpresa de Laurel, la gárgola se hizo a un lado sin necesidad de mencionar contraseña alguna.

—Nos veremos pronto, Laurel —susurró Remus. —Mucha suerte.

—Pero pensé que… —Laurel miró extrañada como el hombre se alejaba rápidamente.

Tragó saliva y titubeante puso un pie sobre la escalinata circular y muy lentamente ésta empezó a subir hasta alcanzar las puertas de roble.

La mujer tomó aire y estuvo a punto de tocar cuando una voz familiar le llegó a los oídos. Se acercó despacio y notó que las puertas no estaban totalmente cerradas. Espiando por la rendija pudo ver la espalda de Severus, de pie frente a Dumbledore. Parecían encontrarse en medio de una discusión,

Estuvo a punto de darse la vuelta e irse, pero la curiosidad se apoderó de ella cuando escuchó aquel nombre.

—He espiado por usted, he mentido, me puse en peligro mortal por usted. Se suponía que todo debía ser para mantener a salvo al hijo de Lily Potter. No puedo tomar parte en esto. No lo haré… — Severus enterró su cabeza entre sus manos, su voz abatida.

—Eso es conmovedor. ¿Tu encaprichamiento por Laurel te ha vuelto blando, Severus? ¿Te has dado cuenta de que hay más en la vida que derrotar a Voldemort? ¿Te ha hecho olvidar el sacrificio de Lily?

—Nunca… No… Yo no… —Severus se puso de pie, alejándose de Dumbledore, con los ojos cerrados por el horror.

—¿Amas a esa mujer lo suficiente como para hacerte olvidar que fue debido a tus acciones que Voldemort marcara a Harry como su igual?

—¡No! Toda mi vida, sólo he vivido por Lily, y nada cambiará eso. — La voz de Severus se quebró — "Expecto Patronum"

De la punta de su varita salió una cierva plateada: Aterrizó en el piso, saltó una vez a través de la oficina y salió disparada por la ventana.

Dumbledore la vio alejarse volando, y cuando su brillo plateado se desvaneció, se volvió hacia Snape, y sus ojos brillaban.

—¿Después de todo este tiempo?

—Siempre. —dijo Severus.

Laurel cerró la puerta tan suavemente como sus manos temblorosas se lo permitieron.