Capítulo 44
La Torre Alcanzada por el Rayo
—¿Hablar con Dumbledore?
Trelawney apretó los labios, sus ojos se entrecerraron tras los enormes lentes que le daban el aspecto de un insecto.
— El director ha insinuado que preferiría menos visitas mías —dijo con frialdad. — No soy quien para imponer mi presencia ante quienes no la valoraran. Dumbledore no hace más que ignorar las advertencias de las cartas.
La profesora sujetó la muñeca de Harry con fuerza, acercando su rostro hacia él y sacó de debajo de sus chales una baraja de cartas con dramática teatralidad:
—Una y otra vez, no importa como las tire… La Torre alcanzada por el Rayo… Calamidad. Desastre. Cada vez más cerca…
—Yaaa… — Harry se soltó de su agarre y se alejó un poco de ella. —Bueno, sigo pensando que debería contarle a Dumbledore lo que le sucedió. Podría ser importante, seguro que el director la escuchará si yo corroboro su historia.
—¿Eso crees? — La profesora Trelawney pareció considerar el asunto por un momento, pero Harry se dio cuenta de que a ella le gustaba la idea de volver a contar su pequeña aventura. —Oh, bueno, en ese caso… —Se agachó, recogió sus botellas de jerez y las arrojó sin contemplaciones en un gran jarrón azul y blanco que había en un nicho cercano.
—Recuerdo bien mi primera entrevista con Dumbledore — continuó la profesora Trelawney, mientras se agarraba del brazo de Harry y empezaba a caminar hacia la oficina del director. —Quedó profundamente impresionado, por supuesto, profundamente impresionado… En esa época me alojaba en el Cabeza de Puerco, lo cual, dicho sea de paso, no recomiendo (chinches, querido muchacho), pero los fondos eran escasos. Dumbledore tuvo la cortesía de visitarme en mi habitación. Me cuestionó… Debo confesar que, al principio, pensé que parecía poco dispuesto hacia la Adivinación… y recuerdo que me empezaba a sentir un poco enferma, no había comido mucho ese día… pero entonces…
Y por primera vez Harry estaba prestando atención a las palabras de su profesora porque sabía lo que había sucedido entonces: Sybill Trelawney había hecho la profecía que había alterado el curso de toda su vida, la profecía sobre él y Voldemort.
"Él Único con poder para derrotar al Señor Tenebroso se acerca…
Nacido de los que lo han desafiado tres veces, vendrá al mundo al concluir el séptimo mes…
Y el Señor de las Tinieblas lo señalará como su igual, pero el tendrá un poder que el Señor Tenebroso no conoce…
Y uno de los dos deberá morir a manos del otro, pues ninguno de los dos podrá vivir mientras siga el otro con vida…"
—… ¡Pero entonces fuimos bruscamente interrumpidos por Severus Snape!
—¿Qué?
—Sí, hubo una conmoción afuera de la puerta y ésta se abrió de golpe, y estaba aquel tosco camarero agarrando a Snape por el cuello. El muchacho estaba diciendo que se había confundido de camino, pero era evidente que estaba escuchando nuestra conversación por la rendija de la puerta. Verás, él mismo estaba buscando trabajo en ese momento, ¡y sin duda esperaba recibir algunos tips de mi entrevista con Dumbledore! Bueno, después de eso, ya sabes, Dumbledore parecía mucho más dispuesto a darme un trabajo, y no pude evitar pensar, Harry, que era porque apreciaba el marcado contraste entre mis buenos modales y mi talento innato, en comparación con el ofensivo, codicioso comportamiento de un joven que estaba dispuesto a todo, incluso a escuchar por el ojo de las cerraduras... ¿Harry, querido?
La profesora Trelawney miró a Harry, quien había dejado de caminar. Su rostro estaba pálido como la muerte. Oleada tras oleada, el shock le iba embargando, haciéndolo olvidar todo. Tan sólo aquella nueva información invadía ahora su mente.
Fue Snape quien escuchó la profecía. Fue Snape quien le llevó la noticia de la profecía a Voldemort. Snape y Peter Pettigrew, juntos habían enviado a Voldemort a cazar a Lily, James y su hijo…
—¿Harry? — repitió la bruja con incertidumbre. — Harry, ¿pensé que íbamos a ver al director juntos?
—Quédese aquí —dijo Harry con los labios entumecidos.
—Pero querido… Iba a contarle cómo me agredieron en la Sala de...
—¡Quédese aquí! — repitió Harry enojado.
Dumbledore le debía una explicación.
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El cielo de medianoche se había transformado con siniestra belleza. El viento llevaba el olor de la tormenta inminente. El aire estaba cargado de electricidad, el lejano estruendo de un trueno resonaba en los pasillos vacíos de un Hogwarts dormido.
Draco Malfoy estaba completamente vestido, con su varita lista y sus oídos atentos al leve crujido dentro del Armario Evanescente.
—¡Draco, cariño! No sabes lo orgullosa que estoy.
Bellatrix Lestrange fue la primera en aparecer. Su túnica negra y desgarrada se arrastraba por el suelo, su cabello rizado y alborotado enmarcaba su rostro sonriente.
Amycus y Alecto Carrow le siguieron.
Luego Corban Yaxley.
Draco habló con voz firme, a pesar del enorme peso que sentía en el estómago, a pesar de la adrenalina que le dejaba los músculos tensionados:
—Ha salido de Hogwarts. El plan es conjurar la Marca Tenebrosa en el cielo, sobre la Torre de Astronomía, así Dumbledore irá directamente…
El joven mago detuvo su discurso al ver como la puerta del Armario se abría nuevamente y de adentro surgía la descomunal forma de Fenrir Greyback.
—¿Qué haces aquí? Yo no te he llamado.
—Tengo asuntos pendientes —gruñó el hombre lobo, dirigiendo su mirada hacia Bellatrix
—A pesar de que el Señor Tenebroso lo permita, no hay nada en el mundo que yo quisiera más que borrarle a Snape esa sonrisa de suficiencia que carga últimamente. Greyback me ha prometido que se encargará de eso, querido.
—No —. Draco miró a su tía desafiante. —Arruinará mis planes. No lo quiero suelto en la escuela. Han venido a dar apoyo por si los Aurores aparecen, pero el objetivo principal en esta misión será exclusivamente Dumbledore.
—Oh Draco, hablas como un verdadero líder —. La irónica sonrisa de Bellatrix se ensanchó aún más. —Seguiremos tus pasos, cariño.
Draco asintió y se volvió para guiarlos fuera de la Sala de los Menesteres, pero sin embrago, pudo ver por el rabillo del ojo como su tía le guiñaba un ojo a Greyback, quien sonrió levemente.
Draco sabía exactamente la razón por la cual Greyback habría insistido en ir a Hogwarts, su madre ya le había informado de aquella enfermiza obsesión por la Akardos.
Aunque temía estar poniendo en peligro toda la operación al informar a Snape, sintió la necesidad de advertirle. Draco estaba seguro de que encontraría la manera de proteger a Laurel. Furtivamente colocó su varita sobre su marca tenebrosa.
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Severus estaba encorvado, calificando aburridos ensayos, cuando escuchó un ronquido leve y exhausto que provenía de la mesa vecina. Laurel estaba desplomada sobre la mesa de trabajo, con la cabeza descansando sobre sus brazos. La tinta fresca de sus anotaciones le manchaba la ropa, pero la mujer no se daba por enterada.
Severus se acercó silenciosamente hacia ella, extendió una mano y le apartó un mechón de pelo, susurrando su nombre suavemente:
—Laurel.
Pero ella estaba profundamente dormida, completamente inconsciente de su presencia.
—Levántate, Laurie —. Severus acercó sus labios a su oído y la llamó nuevamente, esta vez con un toque más de urgencia —Vamos, es hora de ir a la cama.
Laurel se agitó, pero no despertó, sus párpados temblaron brevemente antes de volverse a dormir tranquilamente.
Suspirando Severus decidió que no podía dejarla dormir sobre el frío mármol y la levantó suavemente en sus brazos, llevándola hasta su recámara. Le retiró los zapatos y acomodó las sábanas sobre ella. Sus ojos oscuros escanearon su rostro, admirando la forma en que sus rasgos se suavizaban mientras dormía. Ella se movió en sueños, encogiéndose ligeramente, y Snape no pudo evitar acariciar su mejilla, inclinándose para plantarle un beso de buenas noches. Pero antes de que sus labios pudiesen alcanzar la tibia piel de la Akardos un dolor agudo le recorrió el antebrazo.
Draco
Había llegado el momento. Un escalofrío abrupto y punzante recorrió su columna, haciendo añicos sus huesos y causando estragos en su mente. El aire a su alrededor se volvió oscuro, podía sentir la presencia inequívoca de Magia Oscura en la escuela.
¿Por qué Draco lo alertaría? Hasta ahora el joven mortífago se negaba a recibir cualquier tipo de ayuda de su parte. Debía haber algo más. Una advertencia. Algo se estaba saliendo de control.
Severus lo sabía, tenía que ir a su encuentro inmediatamente, pero permaneció sentado en el borde de la cama. Su mirada no podía dejar a Laurel. Sintió que una sensación de irrealidad descendía sobre él. Quizás nunca más la volvería a ver, ella nunca entendería el motivo de sus acciones, podría correr un terrible peligro si la dejaba sin su protección. Severus se acercó a ella y no pudo evitar notar que parecía muerta, como si le hubieran pintado la cara sobre el cráneo. El corazón dolorido en su pecho latía con fuerza por el miedo, por la desesperanza. La sacudió para despertarla, esperando ver sus ojos brillantes mirándolo fijamente.
"¿Qué…?" — La Akardos se sentó, frotándose los ojos.
—Tienes que ir a las cocinas —. La voz de Severus era lenta y baja. — Debes permanecer allí, sin importar lo que escuches. Los elfos te protegerán. Quédate con ellos hasta la mañana o hasta que yo regrese. ¿Lo entiendes, Laurel?
—¿De qué estás hablando? ¿Por qué?
—Haz lo que digo. —Dijo levantándose y poniendo a Laurel de pie. —Ve tan rápido como puedas.
Las protestas de Laurel cayeron en oídos sordos cuando él la agarró firmemente del brazo, guiándola fuera de su oficina y por el pasillo.
—¡Severus, debes decirme qué está pasando!
Pero Severus ya estaba a unos metros, su larga capa ondeó cuando se volvió hacia ella por última vez, su voz resonó con una última orden severa:
—¡Ve!
Laurel lo vio desaparecer entre las sombras del pasillo.
Snape corrió hacia la Sala de los Menesteres, seguro de que encontraría allí a Draco. Sin embargo, al mirar por una de las ventanas del corredor divisó un enorme símbolo dibujado en el cielo. La marca tenebrosa se levantaba ominosa justo sobre la Torre de Astronomía. Severus sintió como el corazón le dio un vuelco. ¿Habría sido demasiado tarde? ¿Habría Draco cometido lo impensable?
Severus cambió de curso, girando sus talones abandonó deprisa aquella ala del castillo, encaminándose hacia la Torre de Astronomía. En su prisa no pudo ver como una enorme figura se hallaba oculta en un nicho en el pasillo. Greyback observó como Snape se alejaba y se relamió los labios. Olfateando, pudo discernir en el aire electrificado el dulce olor de la Akardos. No estaba muy lejos.
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Finalmente había llegado a las escaleras que subían hasta la cúspide de la torre. Snape afinó sus sentidos: alcanzaba a oír murmullos de voces sobre el crujir de la madera bajo sus pies. Sacó su varita al tiempo que contenía su respiración. Alcanzó el aro de hierro y al abrir la puerta lo primero en lo que sus ojos se posaron fue en un pálido y debilitado Albus Dumbledore.
El director lucía tremendamente enfermo. Severus recordó el día en que había vuelto, casi muerto, tras haberse puesto el anillo maldito. El mortífago bajó su mirada hacia la mano ennegrecida del Dumbledore y no pudo evitar notar que el anciano estaba desarmado.
Sus negros ojos escanearon rápidamente a los presentes: Draco, Bellatrix, Yaxley, los Carrow. Todos se quedaron en silencio, mirándole, expectantes, sus varitas todas apuntando al director. Una fría corriente de aire agitó su capa. Sus manos sudaban frío.
—Tenemos un problema, Snape— dijo el Amycus. —El muchacho parece incapaz...
Pero alguien más había pronunciado el nombre de Snape, en voz muy baja.
—Severus…
Él no contestó, pero caminó hacia adelante y empujó a Malfoy bruscamente fuera del camino. Los cuatro Mortífagos retrocedieron sin decir una palabra. El mago alzó sus ojos hacia Dumbledore y notó como su rostro estaba empapado en sudor, su alta figura estaba encorvada y sus ojos azules estaban apagados, húmedos. El director dejó que su rostro finalmente reflejara todo el dolor que sentía, su absoluta fragilidad. Con su débil voz suplicó a Severus por lo único que pudiera que pudiera ayudarlo en aquel momento: Compasión.
—Severus… por favor…
Su mente se adormeció, pero no era Oclumancia. Levantó su varita y apuntó directamente a Dumbledore, pero a pesar de que lo estaba mirando fijamente, Severus solo tenía una persona en el centro de su mente. La única persona que con seguridad lo amaba incondicionalmente.
Severus tragó saliva, sintiendo la inminente necesidad de gritar, correr, lastimar. Albus Dumbledore estaba frente a él y no le había dejado otra opción. Lo había convertido en un asesino. Había repulsión y odio grabados en las duras líneas del rostro de Severus cuando abrió la boca:
—Avada Kedavra!
Un chorro de luz verde salió disparado del extremo de la varita de Snape y golpeó a Dumbledore directamente en el pecho, lanzándolo por los aires. Durante una fracción de segundo, pareció quedar suspendido bajo la brillante calavera verde, y luego cayó lentamente hacia atrás, como un gran muñeco de trapo por encima del parapeto y fuera de vista.
—Todos. Fuera de aquí. Rápido. —dijo Snape con el odio reflejado en la voz.
Draco se había quedado paralizado, su mirada aún pegada al sitio desde donde Dumbledore había caído, esperando que volviera, esperando que mágicamente levitara y llegara hasta ellos pero el brusco agarre de Snape contra su nuca le hizo volver a la realidad.
—Muévete.
Snape lo obligó a ir escaleras abajo, los demás mortífagos riendo y cacareando detrás de ellos.
