Ranma 1/2 no me pertenece. Todos los derechos están reservados a su autor original, Rumiko Takahashi. Esta obra es escrita sin fines de lucro.
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Nieve de cristal
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Sentía en su piel el agua fría empaparla por completo. El uniforme le pesaba horrores, y su cabello perdía el peinado pulcro que mantenía antes de ser sumergida sin su consentimiento. Pataleaba y movía los brazos insistentemente, buscando un poco de libertad. Los pulmones cada vez más resentían la falta de aire. Trató de cerrar la boca para que el líquido no traspasara, aunque fue misión fallida. Todo lo sucedido antes ya poco le importaba, porque solo quería no hundirse en el agua. Mal momento para no saber nadar.
Se perdía en la alberca gigante, sin poder evitar su destino. Las lágrimas comenzaron a salir gracias al susto, porque nadie salía a ayudarle. Pensó que Ryoga vendría a su rescate, sin embargo, no sucedía nada. Maldijo a la amiga del que era su ex mejor amigo. Y de paso, lo maldijo a él.
Pero, tan pronto como pensó en ese chico...
Unos ojos azules, tan preciosos como el mismo cielo, y profundos tal como el océano, se le presentaban ahí. Ella abría y cerraba la vista, pero podía distinguirlo con claridad. Iba bajando hacia ella, quien se hundía más y más en el agua.
El pelo azabache, amarrado en una coleta se movía grácilmente por el agua, y el tacto de su mano sosteniéndola se sentía diferente. No recordaba la última vez que la había tratado así de delicado. De hecho, jamás había tenido ese trato con ella. Ni siquiera cuando eran niños. Todo lo contrario, solía ser un poco rudo con ella. Sintió como se impulsaban los dos hacia la superficie.
Y entonces, volvió a respirar.
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Capítulo 1.- Como la manzana y la canela.
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—Buenos días.
Toda la familia observó a la jovencita de pelos largos que se acercaba al comedor. Su pelo amarrado en un pulcro rodete contrastaba con su cara llena de apatía. A pesar de ser hermosa, a veces transmitía una vibra atemorizante, quizá por el simple hecho de tener que trasnochar a veces para practicar. Ellos ya se habían acostumbrado a aquello, pero la demás gente no. En fin. Suponían que eso sería parte de su formación como bailarina profesional de ballet.
—Dios, que horror tu cara, Akane.
Nabiki Tendo, su hermana de en medio, solía ser burlesca y a veces un tanto aprovechada. También resultaba ser una chica coqueta, quien se tomaba muy en serio la cuestión de lucir hermosa todo el tiempo. Es por ello que, cada vez que tenía la oportunidad, le recalcaba a su hermana como debía de ser.
—No todas podemos ser así de vanidosas siempre, Nabiki.— Dijo mientras tomaba asiento. Comenzó a comer la porción que le fue servida. No era lo ideal, pero aunque muchas de sus compañeras cuidaran su peso tratando de no comer mucho, ella hacía lo contrario. La comida no se desperdicia, era su mantra. No deseaba dejar a un lado los manjares solo por la insana obsesión de muchas bailarinas con respecto a su peso. Akane consideraba que con el ejercicio y la practica era suficiente. Las dietas estrictas simplemente no estaban diseñadas para ella.
—Vaya, creo que si tienes mucha hambre hoy.— Kasumi, la mayor de las hermanas, era un ángel. En realidad, cuidaba de todos, como si fuese la segunda madre de la familia. Aunque fuese servicial y acomedida, seguía siendo una mujer que trabajaba diligente como cuidadora en una guardería. Ella no tenía aspiraciones tan grandes como Nabiki y Akane. Aún así, su felicidad se hallaba en lo cotidiano y en lo simple.
—Dejen en paz a su hermana. Saben de sobra que a veces no es fácil para ella lidiar con su carrera.— Como olvidar a su madre. La señora Naoko Tendo, una mujer muy elocuente y de gran personalidad. Amorosa y dedicada a su familia, siempre ha sido su confidente. Es dueña de un pequeño puesto de mochi cercano a su casa, algo que siempre ha realizado desde hacia mucho tiempo. Desde temprano se dedicaba a realizar labores del hogar. A partir de medio día, vendía mochis. Por las noches, veía a su familia y cenaban en armonía. Akane siempre le guardó respeto por ser multitareas.
—Gracias, mamá.— Dijo mientras mantenía el bocado de comida dentro de ella.
—Pero no comas de ese modo, hija. Así no conseguirás un marido.— Soun Tendo, su padre, era alguien demasiado centrado en lo tradicional. Quería lo mejor para sus hijas, pero a veces tendía a sobreprotegerlas y exigirles de más. Como ahora. Que si no era femenina, que si era demasiado efusiva. A veces le exasperaba un poco, pero seguía queriéndole muchísimo. Soun estaba en un eterno bucle, llevando una vida de asalariado promedio. Ya no entrenaba artes marciales, porque la energía ya estaba baja, y su condición física ya no daba para nada más. Era una pena, pues realmente se había ilusionado por seguir ejerciendo como instructor. Hasta tuvo que alquilar el dojo que les correspondía para pagar facturas.
—¡Papá! Ya no estamos en el siglo diecinueve. Los chicos comen de esta forma y nadie les dice nada.
El patriarca suspiró. —Me resignaré a no tener nietos.
Nabiki comenzó a reír escandalosamente. —Anota a dos hijas. Lo de hoy ya no es formar una familia tradicional, padre.
La joven del rodete miró su celular. Alarmada, saltó de su asiento. —¡Oh, mierda! ¡Ya es tarde!
Naoko rodó los ojos. —Esa boca, Akane.
—¡Lo siento!
Se apresuró, despidiéndose de todos los integrantes de su hogar con premura. Salió al exterior, donde el viento de otoño le recibió gustosamente, provocado que la piel se erizara y que sus mejillas y nariz se tornaran un poco rojas. Se acomodó la gabardina y comenzó a correr en dirección a la estación de tren.
Akane Tendo. Veintidós años, y estudiante de ballet clásico en la prestigiosa academia de danza Sakuranba. Su pasión era la danza clásica. Desde niña, solía mirar por horas las películas en donde el ballet predominaba por completo. Su amor al arte podría parecer agobiante y excesivo para algunas personas, pero el ballet resultaba ser lo que llenaba por completo su existencia. Si ella perdía el amor por la danza, sería tan catastrófico como el fin del mundo. Es más, si le preguntabas cuál era su canción favorita, en vez de decirte cualquier melodía pop, pegajosa o de moda, ella te respondería que el Pas de deux.
Aunque, en el fondo de su corazón guardaba celosamente una canción que encontraba dulce pero llena de recuerdos amargos. Tal vez, si esa canción no la hubiese marcado tan profundo, podría decir que le encantaba.
Suspiró profundamente.
Ese sueño se volvía a repetir en su cabeza de forma constante. Ya había pasado mucho tiempo desde que le vio por última vez, y de todos modos seguía recordándolo. Pero también, una intensa dualidad le decía que eso había sido hace mucho, y que a estas alturas de la vida no lo volvería a ver. Que no valía la pena seguir enfrascada en el pasado.
No supo cuánto tiempo pasó, pero el tren llegó a la estación en la que debía descender. En cuanto bajó del vagón, siguió su recorrido a gran velocidad. No podía darse el lujo de llegar tarde a la clase, ya que su profesora tendía a ser estricta en exceso, y Akane necesitaba mantener la beca que tanto trabajo le había costado conseguir.
Atravesó el portal y se dirigió a los vestidores. Cambió sus ropas usuales por un maillot con mangas y cuello en transparencia de color azul, su favorito. Colocó las delicadas medias color piel en su lugar, los calentadores y las mangas en los brazos y piernas. Finalmente, alistó sus zapatillas de baile y se dirigió hacia el salón donde le correspondía ensayar.
Entró y se relajó al ver que aún no llegaba la profesora. Dejó sus pertenencias, y se acercó a su grupo de amigas. Las adoraba. Desde los quince años había entrado a esa academia de baile. Ahí las conoció. Ahora las consideraba como una segunda familia. Se apoyaban mutuamente, algo que no era muy común en ese mundillo del ballet.
—Por fin llegas, Akane.
Yuka, una de sus amigas, se encontraba realizando estiramientos antes de la rutina. Del grupo de amigas, ella era la más estricta. Resaltaba mucho el profesionalismo que se debía tener al estudiar algo como esto. Su madre había sido bailarina también. Tal vez por ello les recalcaba a las chicas lo que debían o no hacer.
Akane rodó los ojos, y le imitó. —Basta, Yuka. Llegué a tiempo, no pasa nada.
—Déjala, Yuka.— Sayuri, otra de las jóvenes, terminaba de amarrar sus zapatillas. La chica, hija de un CEO, no se preocupaba por mantener su desempeño académico. Akane parecía ser relajada, pero Sayuri le daba la vuelta y se pasaba de tranquila, recibiendo muchos regaños por parte de los profesores. —Está bien que seas la protagonista del ballet de mañana, pero no debes pegarnos tu nerviosismo.
—Oigan, esto es importante. Akane tiene una beca que mantener, no puede estar llegando tarde, y menos cuando la profesora confía en nosotras para presentar este ballet.
—Buenos días, señoritas.
La voz severa de la profesora Ninomiya resonó imponente. Cada chica tomó el lugar correspondiente, mirando con atención a la señorita frente a ellos. Hinako Ninomiya, una bailarina de a penas cuarenta años, y considerada la mayor exponente de la escuela Sakuranba. Tendía a ser estricta con todas las alumnas, pero lo hacía por un bien común. Aún así, a veces a Akane le parecía una tirana de lo peor.
—Buenos días, señorita Ninomiya.— Respondieron a coro todos.
—Recuerden que mañana tenemos que actuar el ballet de La cenicienta en el auditorio. Hoy es nuestro último ensayo, así que ahora mismo nos enfocaremos en calentar, recordar pasos y dentro de una hora nos moveremos al auditorio. ¿De acuerdo?
—Si, señorita.
Todas tomaron su lugar correspondiente. Luego, ante la atenta mirada de la profesora, comenzaron a ensayar arduamente la obra que presentarían al día siguiente.
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—Anda, Ryoga. ¡Acompáñame mañana!
La joven de pelo teñido hacía pucheros a su novio, mientras tomaba su brazo y lo zarandeaba sin delicadeza alguna. Tenía puesto su delantal clásico, y aunque en su otra mano sostenía un pequeño botecito con decolorante, poca delicadeza demostraba ante el chico frente a ella.
—Pero... es que... ¿no se supone que vas solo por trabajo a ese lugar?— Arrugó la nariz gracias al potente aroma de lo que sea que estuviese sosteniendo su novia. Ya se había acostumbrado un poco a los olores de las cosas de estilismo, pero a veces, no toleraba algunos otros.
Hizo otro puchero. —Me dieron un par de boletos para asistir. Yo me quedaría en vestidores, pero tu podrías estar en gradas.
—Pero, Akari...
—¡Anda!— Deshizo su pequeño berrinche, y luego, en su rostro se dibujó un gesto pícaro. —Si vas, te prometo que no saldremos de tu cama en toda la noche.
Una propuesta bastante interesante. Sonrojado por el atrevimiento de la chica, tragó duro y sostuvo los hombros de ella. —¿To... toda la noche...?
—Si...— La mano libre fue escalando, acariciando la barbilla del joven de forma provocativa. —Tu sabes que si cumplo mis promesas, Ryoga...
De acuerdo. Akari sabía como convencerlo. —¡Bien! ¡Iré mañana!
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Eran las cuatro de la tarde, y el avión había aterrizado en Tokio. Arrastraba sus dos maletas, mientras que en su espalda cargaba el morral gigantesco y lleno de sus pertenencias más preciadas. Respiró profundamente al llegar a la terminal, observando el mar de gente que iba y venía. En el aeropuerto, las letras japonesas le dieron la bienvenida. Nada de cosas chinas, ahora todo correspondía con su idioma natal.
Por fin se encontraba de vuelta en su hogar.
Sonrió contento, caminando con decisión a dónde se supone le esperaba uno de los automóviles dispuestos por su abuela, la señora Umeko Saotome.
Oh, su abuela. Eso le amargó un poco el ánimo.
La vieja le había dicho que la siguiente semana debía acomodar su nuevo horario en la universidad. Al ser transferido desde China, muchas materias se tendrían que amoldar según el plan de estudios de la carrera. Eso no le animaba en lo absoluto.
Odiaba su carrera. La abuela le había obligado a escogerla, diciendo que eso le convertiría en un hombre exitoso. Ella detestaba las artes marciales, porque las consideraba una distracción, algo sumamente efímero, y que no le aseguraba una vida llena de comodidades y seguridad. En cambio, al estar estudiando administración de empresas, su futuro ya no parecía tener algo incierto. Él se encargaría de llevar las riendas de la empresa de licor de su abuela.
Si, Ranma Saotome estaba siendo instruido para ser el sucesor de una compañía líder japonesa. Normalmente muchos estarían encantados con aquello, suponiendo las grandes cantidades de dinero que podría percibir. Pero para él, no existía peor castigo que el ser impuesto a hacer algo que no deseaba.
En realidad, su sueño era competir en circuitos de artes marciales mixtas. Pero se veía tan lejano aquello, y simplemente su determinación a desafiar a su abuela estaba dormida. Más que nada, lo hacía por su madre.
Nodoka Saotome vivía un infierno al ser la nuera de Umeko. La anciana parecía no tener ninguna pizca de empatía con ella. Siempre, desde que tenía consciencia, había presenciado cada desplante por parte de su abuela. Es por ello que no desafiaba a Umeko, ya que si lo hacía, seguramente se iría contra su madre.
Se hizo paso entre la gente, respirando el frío otoñal. Estar ahí le trajo ciertos recuerdos incómodos. Cuando se fue, su abuela le apagó el teléfono, dejándolo incomunicado hasta el día siguiente. Y cuando quiso hacer algo, ya no pudo.
Miró uno de los letreros de los puestos. Uno tenía el nombre de ella.
Akane.
¿Qué habrá sido de ella? ¿Se encontraría bien? ¿Qué estará haciendo de su vida? ¿Sería feliz? Aunque claro que lo sería. Después de todo, él le hizo daño por error. Le debió de haber servido el hecho de que él tuviese que irse a China. Y, seguramente, ya lo había superado por completo. Tan solo pensar en ello, le hizo doler el corazón.
—Ranma, supérala. Hace tiempo que no la ves. Recuerda, ya no sientes nada por ella.— Susurró para engañarse a si mismo.
Atravesó la entrada, y ni bien salió, divisó el auto que le recogería. Pero su sonrisa se amplió al notar como una señora salía de ahí. Envuelta en un tradicional kimono, su madre salía a recibirlo con gusto. Corrió hacia ella, y soltando las maletas abrazó a su progenitora. Mientras tanto, el chofer metía las pertenencias en la cajuela.
—¡Mamá!
—¡Oh, hijo!
Deshicieron el agarre, y finalmente subieron al automóvil juntos. Ranma hizo a un lado su enorme mochila, respirando de alivio al notar como su madre parecía estar bien. A pesar de tener cuarenta y cinco años, la vida le había golpeado muy duro al afrontar el fallecimiento de su padre, sin mencionar el convivir con una suegra muy peculiar.
—¿Cómo estás, mamá?— Preguntó sincero.
Nodoka le sonrió. —Aún lo extraño. Pero el tiempo ha pasado, y finalmente puedo hablar de él sin romper en llanto.— Tomó la mano de Ranma, acariciándola. —La pregunta aquí es, ¿tú realmente te encuentras bien con la decisión de tu abuela?
—Sí.— Mintió. No deseaba disgustar a su madre. —Todo bien con ello. Por lo menos me permitió regresar a Japón.
—Me sorprendió que lo hiciera, pero también me alegró muchísimo. Ya te extrañaba, hijo.
Tal vez se debía al papel de madre que realizaba, pero Nodoka Saotome siempre se caracterizó por ser intuitiva. Sabía que su hijo mentía. Le había visitado muchísimas veces en China, y en todas esas ocasiones, Ranma parecía no estar feliz con lo que hacía. Si, sonreía y hacía vida normal. Pero también era consciente de que la señora Umeko Saotome le obligaba a hacer cosas que no deseaba hacer. Lo peor, es que ella estaba en la misma condición. No se le permitía llevarle la contraria a la señora, y tenía sus razones. Aún así, si no le gustaba lo que decía, tenía que obedecer sin rechistar.
Ranma miraba el paisaje otoñal. Las hojas de los árboles caían en picada. Así se sentía durante todos esos años, como si cayera en una espiral de irremediables decisiones tomadas por terceros. Pero también, esas decisiones le habían costado una cosa en específico. —Mamá... tú... ¿ya no has sabido de...?
—¿De quien?— Preguntó curiosa.
Negó. —No, nada. Olvídalo.
Eso es lo que debía hacer el. Olvidarla de una buena vez.
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Akane regresó a su hogar a partir de la medianoche. Los ensayos siempre acababan a las diez, pero al ser la función al día siguiente, muchas veces tendían a alargarse las jornadas. Suspiró, moviendo su cuello de un lado a otro, mientras dejaba su calzado en el recibidor. Pudo escuchar ruidos en la cocina. Le extrañó un poco, pues normalmente a esa hora ya todos estaban en cama.
—¿Hola?— Comentó mientras se acercaba.
Cuando llegó, miró que era su madre. Estaba sentada en la mesa, tomando una pequeña taza de té. Seguramente también había llegado a esa hora, algo muy usual pues su puesto era de los más populares de la zona.
—Ah, hola hija.— Pronunció un poco cansada. Naoko miró como su hija se acercaba y tomaba asiento al lado de ella. Tomó su mano con cariño, y le observó. Estaba orgullosa de ser madre de tres mujeres que luchaban por lograr sus metas. Agradecía haberlas tenido. —¿Cómo te fue hoy?
Akane bufó. —La profesora Ninomiya a veces es mala. Aunque Yuka ya tiene el papel para mañana, no deja de presionarla de forma constante. Que si engordó un poco, que si la postura no es la correcta. Que si se adelanta en el tempo. A veces le tengo compasión a ella.
—¿Y contigo? ¿Cómo es esa profesora?— Preguntó, mientras se levantaba por una taza para su hija.
—Pues es peor. Akane, rigidiza tu espalda. No te encorves. Akane, la posición tiene que ser más fluida. Ni se te ocurra engordar. No comas chucherías. Haz bien la pirouette, o parecerás una bola rodante.— Puso los codos sobre la mesa, mientras que tocaba su cabeza. —De verdad que no la soporto. No entiendo por qué es así.
Naoko llegó con la taza, y comenzó a servir el líquido caliente. —Tal vez es porque en ti ve potencial.
Negó. —No sé que me ve de especial. Mamá, soy de las alumnas más grandes en esa academia. La mayoría entró a estudiar a los nueve años, en cambió yo entré tardía. Y peor aún, me falta un año más para titularme por fin. Yuka me da la vuelta por completo.
La madre extendió la taza, tomando asiento nuevamente. Su hija a veces tendía a subestimarse. —Akane, pasaste el examen cuando lo presentaste. Te dijeron que eras uno de esos casos excepcionales y todos los jueces se pararon de pie en cuanto terminaste tu rutina.
—Si, pero de igual forma. La profesora Ninomiya solamente me empuja al límite. Y no quiero que eso ocurra, porque entonces perdería el amor a lo que hago. Ya sabes lo que dijo Martha Graham, Un bailarín muere dos veces. Una de ellas, cuando deja de danzar, y esta primera muerte es la más dolorosa. No creo que quiera experimentarlo.— Tomó un sorbo de la taza de té. —Dios, haces el mejor té del mundo.
Acarició el pelo de su hija. Akane amaba el ballet, y ese miedo siempre lo había manifestado. Al ser su mayor pasión, también le aterraba el final, algo completamente normal. —Akane, escucha. Debes confiar más en ti. Sabes que eres capaz de eso y mucho más. No perderás el amor al arte solo por los regaños de una profesora.
Akane le miró. Su madre se había convertido en su lugar seguro. Si algo le sucediera, no lo soportaría. Tomó la mano de ella, y también la apretujó. —Mamá, gracias. Tienes razón, debo confiar más en mi. Lo haré, lo prometo.
Naoko le sonrió, y cuando estaba a punto de levantarse de su asiento, un mareo le asaltó. Akane se dio cuenta, por lo que se adelantó a ayudarle. La tomó de los brazos, esperando que recobrara el equilibrio por completo.
—¿Estas bien, mamá?
Naoko asintió, frunciendo un poco el ceño. —Si, es solo el cansancio. No te preocupes, hoy fue un día muy agotador. Clientes por aquí y por allá, además de muchos encargos.
—¿Segura?
—Si, descuida. Mejor anda a descansar, que mañana tienes un recital en el cual actuar.
—Irán a verme, ¿verdad?
—No nos lo perderemos por nada del mundo.
Akane besó tiernamente la mejilla de su madre. —Hasta mañana, mamá. Descansa.
En cuanto salió de la cocina, Naoko suspiró. Necesitaba más que un simple descanso. Preocupada, miró hacia la ventana. ¿Cuándo caería la nieve? Esperaba que pronto.
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Ranma y Nodoka desayunaban en el comedor de la gran mansión de los Saotome. Había sido una noche un poco pesada, pues se la pasó acomodando sus cosas en su cuarto. Cuando entró a ese lugar, la alegría y la nostalgia le invadieron por completo. Ahí había pasado por muchas cosas, y volver a estar en su hogar le sentaba de maravilla.
Hablaban de todo y de nada. Le contaba sobre sus aventuras en China, claro, lo que le podía contar, porque la mayoría de cosas ya las conocía. Una mañana muy agradable y amena, como las tantas que solía pasar cuando era más pequeño. Hasta la comida le sabía mil veces mejor. En China si comía bien, pero nada como la comida japonesa.
—Buenos días.
La voz de la temida anciana se hizo presente. Umeko Saotome, madre de Genma, resultaba a veces una molestia para mucha gente. Sin embargo, tenía madera para los negocios, no por nada era dueña de una de las compañías de licor más prestigiosas de Japón. Jusenkyo Enterprise había pasado de vender pocos ejemplares de un solo licor, a ahora tener un imperio en el sector de bebidas alcohólicas. Entre ella y su difunto esposo lograron levantar ese legado que ahora pasaría a manos de Ranma.
—Buenos días, señora Saotome.— Nodoka se levantó de inmediato. A Umeko no le agradaban las faltas de cortesía, por ello prefería hacer eso. Para no tener que pasar por la humillación de su suegra. —¿Amaneció bien?
—Si, mejor de lo que esperaría. Cada día me vuelvo más anciana.— Mencionó mientras se sentaba junto a la familia.
Ranma rodó los ojos. Le fastidiaba que su madre hiciera eso, porque siempre parecía que la abuela tenía el control de todos. Al menos en eso no la respetaba. Si se adueñaba de su vida, entonces él tenía el derecho de poder ser más descortés con ella.
Umeko observó a Ranma. —¿Y a mi no me saludas?
Le miró de vuelta y por unos pequeños segundos. —Abuela.
No le dio importancia. Mientras le servían la comida, decidió hablar. —Quiero aprovechar para hablar sobre el porque decidí traer a Ranma hasta Japón.— Ambos pusieron especial atención. —He tomado una decisión sabia para él. Pero, esa decisión se las haré saber hasta dentro de una semana. Por ahora, solo quiero que acomode sus horarios en la universidad. Además, quisiera que el día de hoy asista a observar una obra de ballet con nosotras.
Que aburrido. Él rehuía a todos los planes que la abuela le sugería. Lo había obligado a asistir a múltiples operas, ballets y demás. Ya estaba harto de aquello, pero jamás pudo escaparse de cada evento. Solo una ocasión lo intentó, y eso le valió una reprimenda severa.
—¡Que maravilla!— A Nodoka si le encantaban esos eventos. Solía disfrutar de ellos con su difunto esposo, Genma. —Hace un tiempo que no asisto a una obra. ¿En donde es?
—En el auditorio de la academia de baile Sakuranba. Hinako Ninomiya, la famosa bailarina profesional, nos ha invitado cordialmente en respuesta a un favor que le hice. Sus estudiantes presentarán como un examen la obra de La cenicienta. Es importante que yo esté ahí, pero para que Ranma haga un debut correcto en el mundo empresarial, deberá acompañarnos a nosotras dos.
—Paso. No me gusta el ballet ni esas mierdas.
—Ranma, por favor.— Protestó Nodoka.
—Cuida tu lengua, muchacho.— Tomó de su taza de té de forma elegante. —No te he preguntado si querías o no. Vas a ir, y punto. Suficiente tengo con dejarte que tengas esa trenza tan extraña en tu pelo, como para que rechaces mis planes con ese vocabulario tan soez, digno de un indigente.
Apretó los puños, tratando de contener la ira hacia ella. Cada vez que le decía aquello, Ranma sentía las ganas de responderle de forma ácida. La mano de Nodoka se afianzó en su brazo, tratando de contenerlo. No debía exaltarse, por su bienestar. Ante eso, calmó su temple, y finalmente asintió. —Si, abuela.
—Saldremos a las cinco de la tarde. La función es a las siete. Y después de eso, iremos a cenar con unos amigos.
Por dentro, Ranma simplemente luchaba por no asquearse con la situación. Le esperaba una tarde muy incómoda y dolorosamente aburrida.
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Las bailarinas se encontraban en el vestuario, alistándose para la función. Entre todas hablaban animadamente, con el fin de deshacer los nervios que aumentaban con el pasar del tiempo. Las estilistas se les unían a la platica, pues las conocían a la perfección. El salón de estilismo contratado por la academia ya llevaba mucho tiempo trabajando con ellos, por lo que ya todas se conocían. La amistosa conversación les daba un respiro ante la severidad de la profesora Ninomiya, quien desde muy temprano solo se dedicaba a exigir hasta lo más mínimo.
—Y entonces, me besó. Y me dijo que le gustaba.— Pronunció Sayuri, mientras estaba siendo peinada por una de las estilistas.
Akane sonrió. Era feliz escuchando las anécdotas de cada una de las chicas. Sayuri era un par de años menor que ella, pero lo agradecía, pues traía una vibra muy alegre al grupo entero.
—Aww, que tierno.
Akari Unryu se volvió una de sus mejores amigas. Daba la casualidad que Akane y ella compartían la misma edad. Sin embargo, la joven Unryu eligió el camino de la belleza. Estudió arduamente y el año pasado se recibió como estilista profesional. La conoció durante un recital del año pasado. Ahora, ambas eran demasiado cercanas.
—¿Verdad que si? Fue tan romántico.
—Por favor, eso suena como si hubieses dado tu primer beso.
—Pues no lo fue.
Akari miró a su amiga, a quien peinaba con esmero. —Akane, ¿cómo fue tu primer beso?
Se escandalizó un poco. —Ah... bueno... ¿para que quieren saber?
—Porque nunca nos has contado.
—Anda, dinos.
Miró a cada una de las chicas en el lugar. Sabía que nunca desistirían de saber lo que querían, pero cielos, ¡Le daba un poco de nostalgia volver a recordarlo! Aún así, para que la dejaran en paz comenzó a contar el momento.
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Era un veintiocho de noviembre. La primera nevada estaba pronosticada para ese mismo día. Era martes, día de escuela. Ante el pronóstico, las actividades se habían cancelado, esperando reanudarlas el miércoles, si es que no empeoraban las condiciones meteorológicas.
Salí de mi casa, y junto a un amigo, fui al centro comercial. Sabíamos que era algo imprudente, pero no había nevado para ese momento. Aún las calles se encontraban sin el manto blanco.
Fue un día fantástico. Jugamos en el arcade, y comimos en un delicioso restaurante. A decir verdad, nos sentíamos como la manzana y la canela. Nos complementábamos a la perfección. Cuando éramos más pequeños, nos habíamos vuelto amigos. Pero por ciertas cuestiones nos enemistamos.
Después, me enamoré de un compañero en común, Ryoga Hibiki. Aunque, fue un amor platónico e imposible. A Ryoga jamás le gusté, nunca me dio señales de esto. Y luego, pasó lo de la alberca, cuando me ahogué en ella por culpa de otra chica.
Ranma se interpuso entre mi y Ryoga. Deshizo todo lo que alguna vez sentí antes.
Él me rescató de ahogarme en la alberca escolar, y a partir de ese momento, retomamos nuestra amistad. Sin embargo, no podía hacerme la tonta.
Los sentimientos por él cambiaron. Ahora me gustaba. Y demasiado.
Ese día, salimos del restaurante con los estómagos llenos. Caminamos un buen rato, esperando por la primera nevada. Deseábamos ver la nieve blanca inundando los alrededores. Como si estuviéramos viviendo en el mismo lugar donde se desarrollaba El Cascanueces. Llegamos al parque, en donde nos subimos a los columpios para jugar un rato más.
—Ranma, colúmpiame, por favor.
—De acuerdo. Pero no te quejes.
Lo hizo tan fuertemente, que salí volando. Era un tonto conmigo. A veces solía ser brusco. Cuando éramos amigos, él y yo peleábamos mucho, pero en broma. Y en ese momento en el que caí al suelo, él me ayudó a levantarme. Tendió su mano, y, con mucho cuidado, me puse de pie.
—¡Fue tu culpa!
—No, tonta. Fue la tuya, por pedirme que te columpiara.
El viento soplaba fuertemente, y eso me provocó unos escalofríos muy evidentes. Me hice pequeña, tratando de recuperar el calor corporal. Ante eso, Ranma me dejó su chaqueta, esperando que me calentara. En ocasiones, la dulzura en el salía a flote. A veces me cuidaba y me procuraba, y resultaba más que evidente cuando un chico cualquiera se me acercaba. Eso fue lo que me hizo caer por él.
—Gracias.
—No creas que lo hago por que seas linda.
—Ya lo sé. No soy linda. Por eso te gusta Shampoo, ¿no es así?
—Ella no me gusta. Ya ni siquiera es mi amiga.
—¿Y entonces, quien te gusta?
—No tengo por que decírtelo.
—A mi... ya no me gusta Ryoga.
Me miró atentamente. Algo en lo que dije le había inspirado a hacerlo. La nieve comenzó a caer, dejando los blancos copos en mi pelo, y adornando el entorno para hacerlo parecer una bella pintura. Entonces, sentí un roce de labios en mi boca.
Los primeros besos suelen ser incómodos, pues no sabes como hacerlo. Ranma no supo que hacer, al igual que yo. Simplemente plantó sus labios contra los míos, en una especie de pico. Su aliento olía a manzana con canela. Ese postre que comimos le dio el sabor y el aroma adecuados.
Sentí... mariposas. O es lo que pienso que eran, porque mi estómago se revolvió por completo. La vergüenza me alcanzó, y me abochorné severamente. Cuando se separó, sentí esa falta de un algo, como un huequito pequeño que se hacía paso en mi. Sin embargo, lo incómodo nunca se fue.
—Me alegro que sea así.
El bobo se retiró así como así, dejándome parada, en mitad de un parque, con la mirada perdida, la nieve cayendo y un pequeño vuelco en mi corazón.
Si tuviera que describir mi primer beso, lo llamaría como un postre. Tal vez, pie de manzana. Tierno como la fruta, pero un poco condimentado y tosco como la masa crujiente. Ranma era como la canela. Y yo, la manzana.
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—Si... así es como fue...— Su mirada se había perdido.
Recordar de nueva cuenta aquél incidente removió los sentimientos guardados. Sonaba tan bello, que le parecía algo inverosímil el hecho de que haya pasado mucho tiempo desde aquello. Las ilusiones de una joven pequeña, sin lugar a duda, se desvanecían una vez crecías.
Todas sintieron una vibra muy melancólica. Nadie habló, y solamente suspiraron.
—¿Cómo vamos con los preparativos?— Preguntó la profesora.
—Vamos bien.
—Recuerden que deben estar listas antes de las seis. En caso de que no lo estén, sus notas bajarán. No me decepcionen, o si no, seré más estricta.
Ante la advertencia, todas siguieron en su labor, riendo y hablando entre ellas. Akane trató de ignorar el pequeño dolor que nació en ella. Últimamente había muchas cosas que le recordaban su presencia. Pero debía desecharlas por completo.
Ya no eran nada. No estaban destinados a ser algo, y debía aceptarlo.
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Los Saotome llegaron al recinto, en donde mucha gente entraba. La señora Umeko saludaba a diestra y siniestra a cada persona importante que se cruzaba por su camino. Mientras tanto, Ranma lucía demasiado abrumado. Las presentaciones iniciaron, y no habían pasado más que solo unos cuantos segundos para que el pobre resintiera todo.
Lo frívolo de la gente que se codeaba con su abuela le asqueaba, sentía mucha repulsión por ello. Incluso, cuando estaba en el colegio en China, no había podido lograr hacer una amistad sincera. Cada uno se movía por conveniencia. Y por el dinero, claro.
Nodoka se dio cuenta de la incomodidad en su hijo, por lo que apretó su brazo con cariño.
—Espero podamos cenar algún día.
—Claro, señor Matsumoto. Será un placer.
El hombre junto a su esposa se despidieron, emprendiendo el camino hacia sus asientos en la parte de los palcos. Y enseguida ese hombre se alejó, Umeko puso cara de fastidio.
—El señor Matsumoto es odioso. Ranma, grábate bien sus mañas.
—Si, abuela.— Soltó en un suspiro.
—¿Ranma?
Los tres voltearon, encontrándose con un joven peculiar. Vestía un traje elegante, al igual que él, pero esa mirada juguetona y sonrisa tonta delataba de quien se trataba. Hacia muchos años que no lo veía, y gratamente estaba sorprendido por venir a encontrarlo en ese lugar.
—¡Ryoga!
El joven desconocido para las dos señoras se acercó a Ranma, apretándolo en un amistoso abrazo. Ambos rieron, felices de volver a verse. La vida cambió por completo al chico, quien ahora simplemente lucía maduro.
—¿Qué haces aquí? Pensé que estarías en China aún.
Ranma negó. Y luego, recordó que tenía compañía no muy grata. —Oh, Ryoga. Supongo que recuerdas a mi madre.
Nodoka sonrió con calidez. Que Ranma haya encontrado a un viejo amigo significaba un peso menos para ella. Su hijo era un lobo solitario en China, pero ahora podría retomar una vieja amistad que le ayude a sobrellevar los problemas con su abuela.
—Mucho gusto. Soy su madre, Nodoka Saotome.
—Y ella es mi abuela. Umeko Saotome.
Ryoga hizo una leve inclinación a modo de saludo. Umeko, la vieja anciana vestida de forma elegante, le correspondió aunque no de buena manera. Ranma se avergonzó un poco por ello, pero decidió ignorar ese pequeño desplante.
—¿En donde te sentarás, Ryoga?
—A decir verdad, tengo un boleto para las gradas. A mi novia le regalaron un par, pero ella estará siendo la estilista de las bailarinas.
Fue entonces que a Ranma se le ocurrió una idea asombrosa. —¡Ven con nosotros! Tenemos espacio en el palco, no creo que nadie se de cuenta. ¿Verdad, abuela?
Umeko solamente frunció un poco sus labios. —De acuerdo. No queda de otra.
Comenzaron a caminar, sin embargo, Nodoka se excusó, diciendo que iría al sanitario. Mientras los demás se adelantaron, ella fue al servicio.
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Kasumi, Naoko y Soun llevaban un ramo fresco de tulipanes para su pequeña hija. Cuando eran invitados a las funciones les ofrecían ocupar los asientos de la parte de enfrente. La primera fila se destinaba a los profesores, quienes se encargaban de evaluar el desempeño de los estudiantes. Después, los familiares ocupaban las filas posteriores hasta donde indicaran. El resto era el público general. Y los palcos se destinaban a los más exclusivos invitados.
—¿Qué asiento nos toca, padre?
Soun leyó la invitación. —Fila A, asientos uno a cuatro.
—Es una pena que Nabiki no haya podido asistir al evento.— Dijo Kasumi, realmente triste.
Naoko estaba pensativa. Sin embargo, no le dijo nada a nadie. —Vayan apartando los asientos, por favor. Debo ir al sanitario.
—Claro, querida.
Caminó hacia el servicio, con su cabeza en otro lado. Ese día amaneció con los ánimos bajos. Lo normal, claro. Pero, ¿Qué podía hacer ante eso? No era algo inevitable, y saberlo le producía un poco de amargura. Estaba tan entrada en sus pensamientos, que chocó contra una mujer.
—Oh, disculpe... ¿Nodoka Saotome?
La castaña observó a quien clamó su nombre. —¿Naoko Tendo?
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La función estaba por comenzar, y eso no podía importarle menos a Ranma. Al menos, Ryoga le había hecho la existencia más llevadera. Conversaron mucho y de forma escandalosa, según su abuela. Pero, ¿Qué esperaba? Si habían pasado mucho tiempo sin verse. Resultaba obvio que si juntabas a dos chicos que habían pasado por muchas cosas, sus bocas no pararían de hablar.
—Entonces, tu novia es estilista, ¿Eh?— Codeó a su amigo.
—Si, y es la mejor en su trabajo.— Guardó silencio. —Oye... ¿y que hay de ti?
—¿De mí?
Ryoga conocía a la perfección la historia. Él fue uno de los testigos. De hecho, el más cercano. —Si... bueno, ya sabes. Después de...
—Perdón la demora.— Nodoka llegó, y tomó asiento al lado de Ranma. —Me perdí en el baño.
Umeko se desesperó, pero nunca perdió el temple. En realidad, jamás perdía la compostura. —Viniendo de ti, no me sorprende. Ahora, silencio. Ya va a iniciar.
Las luces se apagaron, y la orquesta comenzó a interpretar las melodías. Ranma no conocía nada de ese mundillo, y por poco se dormía. Contrario a él, Ryoga estaba fascinado con cada cosa en la puesta de escena. Los movimientos de cada bailarina resultaban precisos, y estrictamente calculados.
Miró a su alrededor. Su madre lucia un poco rara después de volver al palco, pero decidió no darle importancia.
Un cambio de escena se hizo presente. La Cenicienta, un cuento clásico y bobo para él. Un príncipe que se enamoraba de una criada. Vaya tonterías.
La locación era el palacio del príncipe, lugar donde se efectuaría el dichoso baile para encontrar una esposa. Conocía el cuento de pi a pa, pero porque alguien se lo había contado una y otra vez. Los bailarines de fondo aparecieron.
Y entonces, su corazón se aceleró, y sus sentidos despertaron.
En el escenario, portando un sencillo vestido de color azul cielo, con vuelo en la falda y un pulcro rodete, estaba una joven que le cautivó. Desde el palco no observaba bien el rostro, pero había algo en ella que le inspiraba encanto.
La canción sonó. Una melodía alegre y sencilla que marcaba el ritmo al que debían acostumbrarse las bailarinas. Cada una hacía los movimientos finos, pero esa chica en particular, reparaba en crear un espectáculo impresionante. Su pareja no le guiaba, más bien, ella era quien lideraba el baile. Las piruetas que ejercía las hacía con maestría, desplegando cierta delicadeza que muy pocas veces había visto en su vida.
Ligera como una pluma, y precisa como un compás.
Sin siquiera quererlo, se reclinó en su asiento, intentando grabar en su mente el delicioso espectáculo.
¿Quién sería ella? ¿Y por qué se sentía atraído, como si tuviese un imán pegado?
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Akane bailaba con la melodía, sintiéndose libre. Amaba la música clásica porque le permitía desplazarse a las historias que interpretaba. Miró a sus padres y hermana, sentados en las primeras filas. Sonrió ampliamente, y decidió dar lo mejor de si. Era un personaje menor, una simple muchacha que aparecía en el baile del príncipe y en la escena final, en la boda. Pero, a pesar de ello, estaba decidida a dejar su piel en la interpretación.
Su compañero de baile también le ayudaba. Una pirueta, y luego, unos cuantos pasos cortos, dando vuelta a su compañero. Después, le cargó, y entonces, el solo de las mujeres comenzó. Pirueta tras pirueta, pasos tras pasos, giros tras giros. Cada una dejaba su alma en el baile, pero Akane se fundía.
Ella había nacido para bailar, para sentir el incesante aire después de girar. Ese era el amor que desbordaba cada fibra de su ser. Y sin importar la magnitud de sus papeles, en cada interpretación dejaba su huella.
Los profesores anotaban cada cosa, y Akari, desde las bambalinas, admiraba la pasión que su amiga sentía.
Y, claro, Akane no era consciente de que lograba encantar a las personas con cada movimiento que hacía. No sabía que destilaba magia pura, y que gracias a lo hipnótico de su baile, un par de ojos azules no despegaban su vista de ella.
Finalmente, la escena concluyó con la irrupción de su amiga Yuka como cenicienta. Entonces, todas las bailarinas desaparecieron, dejando brillar a los protagonistas. Cuando Akane llegó a los vestidores, fue aplaudida por todas sus amigas.
En cambio, el chico de los ojos zafiros se lamentó de no poder volver a ser testigo del increíble espectáculo.
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La función había acabado, y mucha gente salió del recinto, impresionados por la calidad artística de la escuela Sakuranba. Los Saotomes quedaron fascinados, en especial, Ranma. Sentía la curiosidad de saber quien era esa bailarina en específico. No entendía del todo, pero en ella encontró algo en particular. Esos movimientos le resultaban familiares, pero no recordaba exactamente el por que.
Se encontraban ya bajo las gradas, esperando en la sala de estar por la profesora Ninomiya. Nodoka se percató del estado de Ranma. Le alegraba que le hubiese gustado el ballet, después de todo, se trataba de un arte hermoso.
—Disculpe la demora, señora Umeko.
Le habían comentado que esa bailarina profesional era la mejor de Japón. Pero no le agradaba. Se le notaba estricta, al igual que su abuela. Tal vez es por ello que se llevaban tan bien.
—No se preocupe, señorita Ninomiya. Le presento a mi nuera, Nodoka. Y él es mi nieto, Ranma.
—Mucho gusto. Evaluaremos a las chicas. Por favor, le invito a pasar a la oficina.
—Disculpe, ¿en donde están los sanitarios?— Preguntó Ranma. Realmente deseaba perderse un rato para no escuchar a su abuela parloteando horas sobre negocios y esas mierdas.
La profesora Hinako le indicó una dirección. —De ese lado.
Ranma agradeció, comenzando a caminar por el lugar. Cuando llegó a un punto ciego, desvió su camino. Lo que estaba haciendo era malo, lo sabía. Pero deseaba encontrar a la mujer que le había dejado con el cerebro frito y completamente ido.
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Akane fue al sanitario. Realmente había sido una obra exhausta, pero se alegraba enormemente del desempeño de todas. Cada una había hecho un magnífico trabajo, en especial Yuka. La mejor cenicienta de la historia.
Tarareaba la melodía que bailo, mientras que lavaba sus manos. Se miró al espejo, encontrando una imagen muy linda de ella. Cuando comenzó a estudiar ballet, dejó crecer su cabello para poder llevar los rodetes que observaba en otras obras. Sin embargo, a veces extrañaba su cabello corto, porque al menos no le dolía la cabeza por tener un peso extra todo el día.
Nabiki siempre le recalcaba que no era femenina. Pero en ese reflejo notó lo contrario. El tenue maquillaje realzaba sus facciones, y el vestido hermosamente confeccionado para la puesta en escena le encantaba. Se sentía linda y espectacular. Sonrió.
Tenía una familia maravillosa, y estudiaba lo que le apasionaba en una escuela prestigiosa, con una beca conseguida por mérito propio. Podía considerarse afortunada.
Salió del servicio, caminando por los pasillos y mirando su celular. Los mensajes de felicitaciones en el chat familiar llegaban como pan caliente. Sus padres habían tenido que irse más temprano, al igual que Kasumi, pero al menos pudieron darle el ramo de tulipanes en el vestuario.
Sin embargo, sintió como chocó contra un cuerpo distinto. Masculino. Pero no precisamente el de un bailarín. Si fuese así, hubiera sentido las telas vaporosas y el aroma a planchado. En cambio, un olor amaderado le recibió.
—Lo lamen...to...
Ambas voces se manifestaron, y luego, quedaron sumidos en silencio.
Los ojos, familiares para ambos, se miraban fijamente, abiertos por la sorpresa e incredulidad. Se reconocieron de inmediato. Como no hacerlo, si cada uno dejó una huella impregnada en su ser.
—Akane...
—Ranma...
Para Ranma, Akane lucía diferente, pero familiar. Una dualidad bastante poderosa, que doblegó su corazón. El paso del tiempo solo acentuó la belleza de la joven. La examinó de pies a cabeza, descubriendo el por qué le resultaba familiar la forma de moverse de la bailarina. Entonces, un recuerdo pequeño se asomó en su mente.
•••
—¿Quieres estudiar ballet?
Akane caminaba junto a él, de regreso a casa. Cada vez que la acompañaba, su corazón se sentía dichoso. A pesar de ese beso que le robó, las cosas no cambiaron mucho. A excepción de la confianza que se tenían.
Akane asintió. —Me encanta el ballet.
Entonces, sin que él lo esperara, Akane comenzó a moverse de forma grácil. A pesar de tener una indumentaria que no permitía el libre movimiento, la chica, con pericia, hacia lo posible por mantener un buen estado de ejecución. Ranma, asombrado por cada posición, sintió de pronto un entumecimiento en su ser. Delicada y frágil como una pluma, Akane Tendo se movía. Pirueta, giro, salto y luego pirueta. Hasta que, finalmente, dejó su ejecución en paz.
—Seré bailarina en un futuro. Me aseguraré de serlo.
•••
Por eso se sintió así. Akane Tendo era la bailarina que le hechizó por completo. Todos los movimientos realizados por ella tenían su sello personal.
Akane no evitó que la incomodidad le invadiera. Frunció el ceño, completamente insegura de que hacer. —¿Que... que haces aquí?
De acuerdo, notó cierto resentimiento en su voz. Carraspeó como reflejo de lo inconveniente de la situación. Le había dolido que le escupiera las palabras de ese modo tan hostil. —Vine con mi abuela y mi madre.— Silencio. Al notar que se estaba alargando la pausa, decidió hablar de nuevo. —Estaba buscando el baño, pero... yo... me perdí...
—Tsk.— Akane debía admitir que cuando chocó con él, las mariposas se le habían alborotado. Pero, luego recordó lo que hizo. Entonces, la ira volvió en ella. —Siempre fuiste un idiota. Por eso te perdiste. Sigues siendo un idiota. Por lo que veo, las cosas no han cambiado mucho.
Un idiota. ¡UN IDIOTA! —Oye, sé que... que lo que nuestro terminó mal, pero...
—¿Lo nuestro? ¡Ja!— Comenzó a reír escandalosamente. —Lo nuestro... ¿Qué cosa? Si ni siquiera empezamos algo serio. Además, no terminó mal. Terminó fatal.
Tragó duro. Estaba costándole horrores disculparse, pero ella no se lo ponía fácil. —Podrías ser más amable conmigo.
Akane cruzó sus brazos. —¿Amable?
—Si, no sé... decirme Hola, ¿Cómo estas? ¿Qué tal te ha tratado la vida en China?
—¡¿Quieres amabilidad?! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!— Movió su cuerpo de forma expresiva, y sus ojos rodaron, casinos. —La amabilidad se gana, al igual que el respeto. ¿O ya se te olvidó lo que hiciste hace años?
Si antes era terca, ahora resultaba ser mucho peor. Ya empezaba a desesperarse, porque no le estaba dejando explicarse. Tal como hace años, cuando ella lo eliminó de sus contactos. —Akane, escucha. Todo tiene un motivo, y yo...
—No me llames Akane. No me llames de ese modo tan familiar porque claramente no lo somos. Saotome, no necesito tus explicaciones de niño de primaria que no acepta su culpa. Madura ya, y deja de ser el peor cretino del mundo.
La ira se apoderó de él. Frunció su ceño, y entonces, escupió todo el vómito verbal que pudo. —Tendo, veo que sigues siendo la peor mujer del mundo. Eres increíblemente grosera y antipática. Jamás había visto a alguien tan falta de modales como tú.
—Mira quien lo dice, Saotome.
—Tendo, déjame decirte algo.— Comenzó a sonreír burlonamente. —¿De verdad crees que bailas bien?
Frunció su ceño, delatando cierta incredulidad. —¿Disculpa?
Puso sus dedos en su sien, adoptando una pose de mofa absoluta. Lo que iba a decir no es lo que pensaba realmente, pero, ¡Por favor! Ella le había hecho un desplante muy cruel. —No eres la mejor bailarina. Te hace falta clase. Además, es cierto. Nunca tuvimos nada. No pasó nada entre nosotros, así que no tengo por qué disculparme. Yo no borré a nadie de mis contactos, y yo no actué de forma inmadura, evadiendo los problemas.
—Eres un...
—¡Ranma! ¿Dónde te habías metido? Tu madre y abuela me ordenaron buscarte... Oh... Akane...
La muchacha miró a Ryoga por un segundo, pero eso no la inmutó en lo absoluto. Seguía riñendo al chico de la peculiar trenza con la mirada. Que desagradable encuentro tuvieron.
—¡Akane! La profesora Ninomiya...
Akari y Ryoga se observaron, incrédulos. Y luego, miraron al par de chicos que simplemente no despegaban las iracundas miradas de ellos. Luego, se observaron de nueva cuenta.
—¿Se conocen?— Preguntaron al unísono.
Ryoga se acercó a Akari, y la arrastró momentáneamente a un lado. —Ellos son de quien te hablé.
La muchacha echó un vistazo al par. Y luego, se dirigió de nuevo a su novio. —Se odian mucho. Creo que debemos separarlos.
—Si, estoy de acuerdo.
Akari tomó a Akane del brazo, intentando llevarla al lugar donde debía ir. Sin embargo, ella no se dejaba arrastrar. —Akane, por favor, ya debemos irnos...
—Si, hazle caso. Después de todo, te dirán la verdad que yo te dije.— Soltó ácido.
Ryoga se espantó. —Ranma, ya basta...
—Te dirán lo pésima bailarina que eres, y entonces, solo así espero te des cuenta de lo poco grácil que eres.
Akane abrió los ojos. Y, como si estuviese poseída, se adelantó al cuerpo del chico. La mano se movió por si misma, podía jurarlo. Y la piel de Ranma se vio marcada por un enorme moratón color rojizo. El impacto no fue tan doloroso para él, pero si le marcó el corazón.
—¡Pedazo de imbécil! ¡Ojalá no te vuelva a ver en la puta vida!
Salió de ahí hecha una bestia total, seguida de una Akari que simplemente miraba a Ryoga con cara de circunstancia.
—¡Idiota poco linda!
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Ya en su recámara, Akane se concentró en patalear su cama de forma graciosa. Tomó la almohada y comenzó a golpearla con sus puños fuertemente. ¡¿Cómo se atrevía a decirle aquello?! Ojalá el idiota hubiese estado en el momento en el que la profesora Ninomiya le entregó sus resultados. Se tragaría sus palabras el desgraciado.
Terminó de hacer su berrinche, y se desplomó en su cama.
Pensándolo bien, ella tampoco le había dado cabida para explicarse. ¿Pero como pretendía que eso sucediera, si le hirió tan solo siendo una pequeña de catorce años?
Suspiró. No podía negar que volvió a sentir un vuelco en su corazón al verle ahí. Los años le cambiaron por completo, volviéndolo más guapo. Pero tan pronto como lo pensó, se deshizo de todo ello. Antes eran como la manzana y la canela, pero ahora ya no había cabida para el condimento en su vida
Esperaba no volverlo a ver de nuevo.
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Ranma salió a dar una caminata por toda la ciudad, intentando despejar los sentimientos mezclados que le habían nacido después del rencuentro con aquella chica. Deseaba disculparse de forma sincera, pero no le hacía fácil el trabajo.
Cuando eran más pequeños, todo parecía más complicado. De adultos, se suponía que la madurez les daría la oportunidad de arreglar y limar asperezas. Entonces, ¿por que no era así? ¿La huella que le dejó realmente era muy grande?
Suspiró.
Su vida estaba siendo un completo asco.
De pronto, se cruzó por una escuela de artes marciales mixtas. Ya estaba cerrado, pero le llamó fuertemente la atención. Si había algo que envidiaba de Akane, era su persistencia en cumplir su meta de ser una gran bailarina. Ojalá el pudiese tener el coraje de desafiar a su abuela.
Se detuvo. ¿Y si lo hacía a escondidas de ella? Solo para probar si era su verdadera vocación.
Anotó el contacto de aquella escuela, y lo guardó en su móvil. Luego, siguió su camino, sintiendo el frío del otoño en su piel.
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Nodoka miraba su celular con aquél contacto guardado. Dubitativa, miraba a través del gran ventanal de su habitación el paisaje. Si Genma estuviese vivo, tal vez no se sentiría nerviosa por la decisión que estaba a punto de tomar.
Ranma le odiaría, posiblemente.
Escribió el texto, y finalmente, lo envió. Dejó el celular en la mesita de noche, y salió al balcón a admirar el cielo nocturno de otoño.
Sra. Naoko.
¿Le parece bien si tomamos un café mañana?
¡Hola a todos!
¿Qué tal les ha parecido este primer capítulo? A decir verdad, ya moría por escribirlo, porque este AU ya estaba en mi cabeza. Sera del tipo invernal, es decir que todo transcurrirá en finales de otoño e invierno. Y, bueno, aunque aún no está la trama pesada, tendrá momentos melancólicos más adelante que, posiblemente, les hagan soltar unas cuantas lágrimas.
Si han leído muchos de mis escritos, normalmente varios tienden a tener algo humano impregnado en ellos. Me gustan mucho las historias en las que los problemas van más allá de los líos amorosos. Soy adicta a los k dramas, y actualmente muchos tocan temas familiares, o la lucha constante por alcanzar los sueños, además de enfrentar problemas emocionales y traumas.
Este AU será algo así. No solo me enfocaré en la relación de Ranma y Akane. También quiero ahondar en problemas más complejos, porque es lo que me apasiona y lo que me gustaría ver en esta historia. Espero que eso sea de su agrado, y que me acompañen en esta travesía.
El capítulo está inspirado en la canción de Utada Hikaru llamada Apple and Cinnamon. Es una canción melancólica, pero agradable, por si gustan escucharla. También, durante la escena del ballet, me puse a escuchar una canción llamada Boy with luv, pero en versión orquesta por el canal de Youtube Leeplay orchestral. Es una sugerencia.
Por cierto, si me quieren seguir en X pueden hacerlo. Mi user es Sandy_97sandia. Normalmente reposteo cosas de Ranma y de mi otro vicio, BTS jaja. Si desean amigar, con gusto me encuentran ahí.
Les agradezco mucho su apoyo a esta historia. Si son nuevos siguiéndome o leyéndome, pueden entrar a mi perfil. Así mismo prometo actualizar pronto Entre amores y karate. Realmente espero no tardar.
¡Que tengan un gran día!
Con amor, Sandy.
