El rugido del dragón en un mundo ajeno
La mazmorra estaba tan silenciosa que Falin podía escuchar el sonido de su propia respiración, entrecortada por la tensión del momento. Había algo extraño en ese lugar: una quietud que no era natural. Las mazmorras siempre estaban llenas de vida, aunque fuera la vida monstruosa que acechaba en la oscuridad. Pero aquí, en esta cámara de piedra, las paredes estaban libres de arañas gigantes, no había ratas correteando por las esquinas, y los ecos habituales de las profundidades estaban ausentes.
No era difícil entender por qué.
En el centro de la habitación, sobre un altar rústico, descansaban los restos de Laios Touden. Incluso en la muerte, el aura del antiguo rey, aventurero y héroe seguía siendo tan imponente que las criaturas más osadas rehuían su presencia. Los fragmentos de su esqueleto, aún cubiertos por escamas doradas, irradiaban una energía que hablaba de su conexión con los dragones, de sus gestas pasadas y del sacrificio que había hecho por su pueblo. Pero para Falin, esos huesos no eran símbolos de leyenda. Eran los restos de su hermano.
Cerca del altar, Marcille trabajaba incansablemente, ajustando los símbolos del círculo mágico que había dibujado con polvo de mithril. Su grimorio estaba abierto, lleno de páginas marcadas y garabateadas con anotaciones. El cabello plateado de la elfa estaba desordenado, y sus manos temblaban ligeramente al colocar los últimos cristales necesarios para el hechizo. A pesar de todo, la confianza en sus ojos era inquebrantable.
-Marcille... -dijo Falin en voz baja, rompiendo el silencio-. ¿Estás segura de que esto es buena idea?
La elfa se detuvo por un momento, levantando la mirada hacia ella.
-Sí, estoy segura -respondió con firmeza-. He preparado este ritual durante años. Cada símbolo, cada palabra del conjuro, cada fragmento de este altar ha sido cuidadosamente elegido.
Falin dudó. Miró el corazón cristalizado que latía débilmente en el centro del altar, una reliquia de magia que Marcille había creado como receptáculo del alma de Laios. Había algo inquietante en su brillo, como si fuera un faro que atrajera algo más que el alma de su hermano.
-Pero... ¿y si algo sale mal? -preguntó Falin, apretando las manos contra su pecho.
Marcille suspiró, poniéndose de pie para mirarla a los ojos.
-¿Recuerdas cuando te traje de vuelta? -dijo, con un tono que oscilaba entre el reproche y la paciencia-. Tus huesos estaban destrozados. Tu cuerpo había sido devorado por el dragón, y aun así, logré devolverte a la vida.
Falin asintió lentamente, recordando ese día.
-Sí... pero las cosas no salieron perfectamente.
-¡Y aun así lo logré! -interrumpió Marcille, su voz elevándose ligeramente-. ¿Sabes cuántas noches pasé encadenando al dragón dentro de ti, sellándolo en las profundidades de tu subconsciente? Fue mi hechizo el que evitó que te consumiera por completo. Ahora solo puede manifestarse en tus sueños, y aun así, ni siquiera puede hablar claramente. Solo murmullos.
Falin sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Había sido cierto que el dragón no había podido tomar el control, pero siempre estaba ahí, en lo más profundo de su mente. En las noches más oscuras, cuando estaba demasiado cansada o demasiado débil para mantener sus defensas, podía escucharlo susurrar, como una sombra constante que nunca la abandonaba.
Flashback
Habían pasado años desde la resurrección de Falin. Su hermano, convertido en rey, estaba ocupado defendiendo las fronteras del reino de los ataques de naciones vecinas que codiciaban los recursos y las riquezas que habían descubierto en las profundidades. Laios siempre había sido un líder entusiasta, pero la carga de la corona y las constantes amenazas lo mantenían al borde del agotamiento.
Falin había decidido no decirle nada cuando sucedió por primera vez.
Estaba sola en la biblioteca del castillo, tratando de distraerse con libros de botánica. Pero entonces, un peso extraño cayó sobre ella, como si una presencia invisible se hubiera instalado en la habitación. Un escalofrío recorrió su espalda, y de pronto, lo escuchó.
Una voz, baja y gutural, que resonaba no en sus oídos, sino en lo más profundo de su mente.
-¿Crees que puedes ignorarme para siempre, niña?
Falin dejó caer el libro de sus manos, mirando alrededor con los ojos abiertos de par en par. Pero no había nadie más allí.
-¿Quién... quién eres? -preguntó, aunque en el fondo ya lo sabía.
La voz rió, un sonido áspero y burlón.
-Soy una parte de ti, ¿o lo has olvidado? Marcille cree que puede mantenerme encadenado, pero yo siempre estaré aquí. En tus sueños, en tus pensamientos más oscuros... Yo soy el dragón.
Falin se llevó las manos a la cabeza, tratando de silenciarlo, pero no pudo. La voz continuó.
-Tu hermano. Ese pobre tonto. ¿Crees que soportaría saber que estoy aquí? ¿Que el dragón aún vive dentro de ti? Oh, Falin... Sabes tan bien como yo que él abandonaría todo para protegerte. Su reino, su gente, sus amigos. ¿No es así?
Falin apretó los dientes, luchando contra el miedo y la ira.
-¡No le diré nada! -gritó, más para sí misma que para la voz.
El dragón rió de nuevo, pero su presencia comenzó a desvanecerse lentamente.
-Sabia decisión... pero no olvides, niña, que algún día, necesitarás mi poder. Y cuando llegue ese momento, yo estaré aquí, esperando.
Falin volvió al presente, sacudiendo la cabeza como si intentara borrar esos recuerdos. Marcille estaba terminando de ajustar el círculo mágico, su confianza inquebrantable.
-Si pude contener al dragón dentro de ti, puedo hacer esto, Falin. Confía en mí.
Falin quería creerle, pero no podía ignorar la sensación de que algo, en lo más profundo, estaba a punto de salir mal.
La mazmorra vibraba con energía mientras Marcille pronunciaba cada palabra del conjuro. La luz azul del círculo mágico crecía, expandiéndose por las paredes y reflejándose en los cristales que colgaban del techo como espinas de hielo. A pesar de la confianza de Marcille, Falin no podía sacudirse una sensación de inquietud.
-Estos son los preparativos,despues de esto no puede haber interrupciones- Marcill dijo para que si va hacer algo falin que lo haga ahora.
De pie al borde del altar, observó los restos de Laios. Por un momento, se permitió recordar todo lo que habían vivido juntos antes de que él se convirtiera en rey, antes de que sus vidas se transformaran para siempre.
-¿Sabes? -dijo Falin de repente, rompiendo el silencio tenso-. Él nunca quiso ser rey, aunque nunca fue un secreto con verle la cara era más que suficiente para saberlo.
Marcille no respondió de inmediato, enfocada en el hechizo de preparación, pero Falin continuó, como si estuviera hablando más para sí misma que para la elfa.
-Cuando salimos de la mazmorra, después de todo lo que pasó, Laios tenía un solo deseo: explorar más. Conocer el mundo, encontrar más criaturas que pudiera estudiar. Pero el pueblo lo necesitaba, y él no pudo negarse.
La responsabilidad no le permitió ser más feliz.
Una pequeña sonrisa cruzó el rostro de Falin al recordar.
-Recuerdo cuando las cosas apenas comenzaban. Había tantas amenazas en las fronteras, y él insistía en liderar personalmente a los soldados. Los consejeros le decían que se quedara en el castillo, que era demasiado peligroso, pero ya sabes cómo era. "¿Cómo puedo protegerlos si no sé lo que enfrentan?", decía.
Marcille finalmente levantó la mirada un instante, sus ojos brillando con un destello de ternura.
-Siempre fue terco.
Falin asintió, sus ojos perdiéndose en el resplandor del círculo mágico.
-Hubo un momento en que las tropas estaban rodeadas por bandidos. Laios se quedó atrás para cubrir la retirada. Se enfrentó a una manada de lobos monstruosos él solo, y cuando finalmente llegaron los refuerzos, lo encontraron cubierto de sangre, pero sonriendo como si hubiera sido una simple cacería. Lo regañé tanto esa vez... -Falin dejó escapar una risa amarga-. Pero siempre encontraba la manera de hacer que pareciera que todo estaba bien, incluso cuando no lo estaba.
El aire en la mazmorra se volvió más pesado, y la luz del círculo cambió de azul a un dorado brillante. Las runas en el suelo comenzaron a girar lentamente, como si algo más allá del mundo físico estuviera respondiendo al llamado de Marcille.
-¿Y tú? -preguntó Marcille de repente, sin dejar de observar el corazón cristalizado-. ¿Qué fue lo que más recuerdas de esas épocas?
Falin se quedó en silencio por un momento.
-La primera vez que vi a Laios llorar -dijo finalmente, su voz apenas audible-. Fue cuando uno de nuestros mejores amigos en la guardia murió en una emboscada. Él siempre decía que estaba preparado para perder a las personas que protegía, que era parte del deber de un rey. Pero esa noche, lo encontré en su habitación, abrazando el casco de ese soldado, llorando como un niño.
Marcille tragó saliva, intentando no distraerse de su trabajo, pero las palabras de Falin le hicieron apretar los labios.
-Y, aun así, nunca dejó de intentar protegernos a todos. -Falin se cruzó de brazos, su mirada endureciéndose mientras el dragón dentro de ella susurraba desde lo más profundo de su mente-. Pero por protegernos, nunca se cuidó a sí mismo.
Marcille alzó una ceja, pero antes de que pudiera preguntar, el altar emitió un pulso de energía que las hizo retroceder.
-¡Ya casi está! -dijo Marcille con entusiasmo, levantando las manos para estabilizar el hechizo.
Pero Falin no podía quitarse de la mente el recuerdo de su hermano. Sabía que Laios se emocionaría al verla viva, rejuvenecida incluso, pero también sabía lo que pasaría después. Se lanzaría a protegerla de cualquier peligro, incluso si eso significaba descuidar todo lo demás. Ese era el problema con Laios. Su terquedad, su bondad, siempre lo ponían en situaciones imposibles.
Y ahora... ¿sería capaz de volver a enfrentarse a todo eso, en un mundo que ya no era el suyo?
Marcille continuaba revisando cada detalle del círculo mágico, pero su atención no podía evitar desviarse hacia Falin. Había algo en la manera en que ella miraba los restos de su hermano que la llenaba de dudas, aunque jamás lo admitiría en voz alta. Las luces mágicas bailaban sobre las paredes, pero la conversación seguía impregnada de una cierta pesadez.
-Falin, estás muy callada -comentó Marcille, sin apartar la mirada de sus notas.
-Solo estoy... pensando -respondió Falin, sin girarse-. Es inevitable pensar en todo lo que pasamos juntos cuando lo veo así.
Marcille sonrió levemente, dejando su grimorio a un lado por un momento.
-¿Quieres saber algo curioso? Una vez, cuando Laios estaba borracho, me confesó algo... extraño.
Falin alzó una ceja, interesada.
-¿Qué cosa?
-Fue durante una de nuestras cenas en el castillo, cuando aún estabas... ausente.Él bebió demasiado, decía que era para calmar los nervios, pero esa noche parecía diferente, más... melancólico.
Falin cruzó los brazos, girándose para escuchar con más atención.
-¿Qué dijo?
Marcille tomó un pequeño respiro, como si estuviera organizando sus pensamientos antes de continuar.
-Dijo que, cuando estábamos buscándote en las profundidades de la mazmorra, hubo un momento en que el grupo fue atacado por súcubos... yo lo recuerdo fue vergonzoso para mi... pero para tu hermano fue... bueno tu sabes... el tenia gustos... cuestionables...-
Falin solo levanto una ceja en respuesta, ella tiene casi los mismos gustos que su hermano.
- ¿Y esos gustos cuales serian?-
Ignorando la pregunta de Falin, Marcil continuo - Deja te cuento desde el inicio, cuando estábamos siendo atacados por los súcubos yo me encontraba con Chilchuk, para el los súcubos tomaron forma de su ex-esposa o similares, cuando las vencimos apareció el sucubo que tenia mis... gustos, y aun recuerdo cuando chilchuk se rie cada vez que nos acordabamos de ese suceso.. mi súcubo llego montando en un caballo blanco, era un elfo con una belleza increible, tenia una cicatriz que le pasaba por el ojo derecho con una forma de rayo y estaba tapado por un parche negro... en ese entonces era mi fantasia hecha realidad y no pude atacarlo.
Fue gracias a Izutsumi que salimos vivos, pero tambien fue hay donde laios... me vio, el dijo que apareci de la nada como un fantasma, que me hacerque a el con cuidado mientras el hablaba de otras cosas, que esa falsa yo lo trato de besarlo, por un segundo el no se movió pero a diferencia de mi, el no se dejo engañar y tomo a mi falsa yo por el cuello, me dijo que tenia más miedo de lo que fuéramos a pensar de el, que casi de inmediato trato de matara esa marcill, pero ella con palabras dulces se libero de el y luego tomo otra forma en la que pudiera ser más atractiva para el, y esa marcill se transformo..
-¿En que se trasformo?- estaba muy inmersiva en la historia incluso un poco avergonzada.
En una version mounstruo de mi... dijo que tenia el cabello suelto y sobresalían orejas de lobo como las de Izutsumi y pelaje que cubría mi cuello hacia abajo a acepción de mis brazos y en mis caderas sobre salían seis cabezas de lobos blancos y mi cuerpo hacia abajo era el de un lobo... tu hermano me llamo ¡GIGA MULTI-CAZAS MARCIL!..
Nunca pensó que aun despues de muerto podia sentir verguenza por las cosas que hacia su hermano... pero ahora sabe que si es posible.
Al final el tambien cayo en los... encantos de los súcubos, pero Izutsumi lo salvo.. a todos nosotros y podimos seguir con la misión.
Ninguno nunca me conto eso de cuando me estaban buscando.
-No es algo que se cuenta... es más como un pequeño secreto del grupo, pero solo quedamos vivos tu, yo... y si todo sale bien tambien laios.
El ambiente se volvió más denso a medida que las palabras flotaban en el aire, como si cada una de ellas tuviera un peso invisible. Falin seguía mirando los restos de Laios, su mente llena de preguntas sin respuesta, su corazón apesadumbrado por el mismo dolor de siempre. Marcille, por su parte, ya había vuelto a sus cálculos, pero sus dedos se movían lentamente, como si cada trazo de la magia estuviera ligado a algo más profundo que no podía explicar.
Falin rompió el silencio nuevamente, esta vez con una pregunta que llevaba rondando su mente desde hacía mucho.
-Marcille... -dijo en voz baja, casi como si temiera la respuesta-. ¿Qué sentías por Laios?
Marcille no levantó la vista, pero sus manos se detuvieron, como si la pregunta hubiera golpeado algo dentro de ella. Por un momento, la habitación se llenó de un silencio palpable, como si hasta la misma mazmorra estuviera esperando la respuesta.
Finalmente, Marcille suspiró, guardando su grimorio con un gesto lento, como si estuviera reuniendo las palabras adecuadas.
-Es complicado... -respondió, su voz suave pero cargada de emociones que Falin no podía leer completamente. Luego, se giró para mirarla, sus ojos fijos en los de Falin-. Laios fue muchas cosas para mí, pero nunca fue fácil. Él... tenía esa forma de ser, de hacer todo parecer tan sencillo, tan claro. Pero siempre lo vi como un ser que cargaba más de lo que podía llevar. Y me preocupaba.
Falin la observaba con la cabeza ligeramente inclinada, sintiendo una mezcla de curiosidad y algo más, algo que no sabía nombrar.
-¿Te preocupaba? -preguntó, su tono curioso pero también un poco ansioso-. ¿Por qué?
Marcille se pasó una mano por el cabello, dándose cuenta de que esta conversación era más profunda de lo que había planeado.
-Porque él nunca pedía ayuda. No quería que nadie lo viera como débil. Incluso cuando se sentía inseguro, siempre ponía esa cara de confianza. No quería que le viéramos como un rey vulnerable. Y yo... yo veía eso y deseaba poder ayudarlo. Quería decirle que no tenía que cargar con todo solo, pero nunca tuve la oportunidad de hacerlo.
Falin guardó silencio por un momento, sus pensamientos girando en torno a las palabras de Marcille. Sabía, por experiencia, lo que significaba cargar con el peso de un reino y las expectativas de todos. A veces, incluso ella misma sentía el vacío que Laios debía haber sentido: la presión de tener que ser más fuerte de lo que realmente era.
-¿Y qué más? -preguntó Falin, esta vez con un tono más suave, casi con una curiosidad que la sorprendió a sí misma-. ¿Lo amabas?
Marcille dio un pequeño respingo, como si la pregunta la hubiera pillado por sorpresa. Pero no hubo enojo en su rostro, solo una especie de confusión mezclada con algo más profundo, algo que Falin no pudo descifrar.
-Es difícil de explicar... -dijo finalmente, con una pequeña sonrisa amarga-. ¿Amarlo? Tal vez. Pero no solo de la manera en que lo hacen los demás. Mi cariño por él era diferente, más complejo. Yo... no podía simplemente ser otra persona en su vida que le diera consuelo. No cuando él estaba tan centrado en ser el rey, en ser la persona que todos esperaban que fuera. Y tal vez eso era lo que más me molestaba. Que él nunca dejó que nadie lo viera por completo. No te preocupes, Falin, yo siempre fui consciente de todo eso.
Falin sintió que una ola de tristeza la invadía, pero al mismo tiempo, la declaración de Marcille le daba una nueva perspectiva de todo lo que había sucedido entre ellos. No se trataba solo de amor o amistad. Había una carga, una tensión invisible que nunca se había resuelto, algo que había quedado suspendido en el aire entre ellos, algo que Marcille no había podido entender completamente ni durante el tiempo en que estaban juntos.
-¿Tú también lo quieres? -Falin no pudo evitar preguntarlo. La duda, más que la curiosidad, parecía apoderarse de su mente.
Marcille se quedó en silencio por unos segundos, su mirada fija en el suelo. La pregunta le parecía tan directa, tan sincera, que no pudo evitar sentir una leve punzada en el pecho.
-Es más complicado que eso -repitió, esta vez con una sonrisa triste-. A veces, las personas que más te importan no son las que te entienden completamente, sino las que te hacen enfrentarte a la persona que eres. Y Laios me hizo eso. Me hizo ver cosas sobre mí misma que no quería ver. Y, por eso, tal vez lo quise, tal vez lo respeté más de lo que debía.
Falin, aún confundida pero comprendiendo, asintió lentamente. Sabía que había algo más, algo profundo en lo que Marcille decía. Y en ese momento, Falin se dio cuenta de que, aunque las palabras pudieran ser confusas y complicadas, los sentimientos que Marcille tenía por Laios eran igual de complejos y sinceros que los propios de Falin hacia su hermano.
El ambiente en la mazmorra seguía impregnado de la misma tensión. El círculo mágico estaba casi listo, pero por un momento, tanto Marcille como Falin se quedaron en silencio, como si la magia que envolvía el lugar no fuera la única que necesitaba ser entendida, sino también la conexión entre ellas y los recuerdos de un pasado lleno de desafíos, pérdidas y cosas no dichas.
-Lo siento -dijo finalmente Falin, rompiendo el silencio con una voz suave-. No debería haber insistido en preguntar.
Marcille la miró por un instante antes de responder con una leve sonrisa.
-No es necesario. A veces, es más difícil no hablar de lo que sentimos.
Falin asintió, y por un breve momento, se sintió aliviada por la vulnerabilidad que Marcille había mostrado. Aunque las palabras no eran suficientes para deshacer el enredo de emociones, la conversación había logrado abrir un pequeño resquicio en su relación.
-Entonces... -Falin susurró-. ¿Crees que podremos traerlo de vuelta?
Marcille la miró fijamente, su rostro decidido.
-Lo haremos. Porque, aunque el pasado esté lleno de complicaciones y de cosas no dichas, esto es algo que Laios merece. Y lo haremos por él, Falin.
Falin se quedó en silencio, aún procesando las palabras de Marcille. Había algo en el aire, una fricción que no podía ignorar. Las palabras de Marcille le habían hecho reflexionar, pero había algo más que la incomodaba profundamente. La mirada de Marcille, su cercanía, y cómo siempre había estado allí para Laios... todo eso seguía dándole vueltas en su mente.
Ella no entendía del todo lo que sentía. No podía ser celos, ¿verdad? No podía ser celosa de Marcille. Pero algo en su interior le decía lo contrario. Y, por primera vez, ese sentimiento la sorprendió. El hecho de que, aunque se encontraba al lado de Marcille en este momento, una parte de ella seguía pensando en cómo ella y Laios se entendían en silencio, en sus complicidades, en cómo parecían tener siempre una conexión que Falin no podía alcanzar.
-Me molesta... -murmuró, sin darse cuenta de que había hablado en voz alta, y antes de que pudiera detenerse, ya las palabras habían salido.
Marcille la miró, sorprendida por el tono, pero no dijo nada al principio. Se acercó un paso, pero esta vez con más cautela, como si estuviera tratando de comprender algo que no alcanzaba a ver claramente.
-¿Te molesta? -preguntó, su voz tranquila pero con un atisbo de inquietud, como si estuviera esperando una explicación.
Falin desvió la mirada, sintiendo cómo su pecho se tensaba.
-Es solo que... -se detuvo, buscando las palabras-. Ustedes dos... siempre estuvieron tan cerca, pasando tanto tiempo juntos, y yo... me sentía... excluida. Como si... como si yo no encajara ahí.
El silencio que siguió fue más denso que nunca. Falin apenas pudo mirarla, pero en su pecho había algo extraño, una sensación que no podía colocar, algo entre la incomodidad y una inquietud que no sabía cómo expresar.
Marcille se quedó en silencio también, sus ojos suavemente fijos en Falin, mientras la veía luchar con sus propios pensamientos.
-Lo siento... no quería... -Falin comenzó a disculparse, pero Marcille la interrumpió con un gesto de su mano, evitando que se justificara.
-No tienes que disculparte. -Marcille sonrió suavemente, pero su mirada reflejaba algo más profundo, algo que Falin no lograba identificar-. Entiendo lo que dices, Falin. Yo... nunca quise que te sintieras apartada.
La respuesta no era lo que Falin esperaba. Por un momento, pensó que Marcille diría algo que la haría sentirse mejor, o que al menos aliviaría ese malestar en su pecho. Pero no, las palabras de Marcille no eran un consuelo inmediato, sino algo más complejo, algo que parecía abrir más puertas en su mente, puertas que Falin no estaba lista para explorar.
-Pero... -continuó Marcille, sus ojos reflejando una comprensión que Falin no lograba procesar del todo-. Laios y yo... no era lo que piensas. Nuestra relación siempre fue complicada. Nunca fue sencilla. Él... siempre estuvo tan centrado en su reino, en sus responsabilidades, que a veces ni siquiera podía ver lo que pasaba a su alrededor. Yo... solo estaba allí para él, no por mí, no por lo que quería. Solo para ayudarle a cargar con lo que le costaba llevar.
Falin la miró, un poco sorprendida por la sinceridad de Marcille. Su rostro reflejaba una vulnerabilidad que no esperaba. Por un momento, las palabras de Marcille parecían llenar el vacío de incomodidad que Falin sentía, aunque no lo resolvían por completo.
-No me malinterpretes -continuó Marcille, su voz suavizándose aún más-. Yo no quería que te sintieras así. Pero siempre había algo en Laios que... no se podía compartir. Había algo que solo él podía llevar, y yo... solo trataba de ayudarle a soportarlo.
Falin respiró profundamente, tratando de procesar lo que Marcille decía. En el fondo, sabía que tenía razón. Laios había sido un rey tan dedicado que no le había dado espacio a nada ni a nadie. Él siempre había sido el centro de todo, y Marcille había sido su sombra. Pero aún así, la sensación de ser excluida seguía ahí, como una espina clavada en su corazón. No era solo por Laios. Era por algo más.
Un pensamiento cruzó la mente de Falin, uno que la hizo vacilar. Tal vez no solo era la cercanía entre Marcille y Laios lo que le molestaba. Tal vez... tal vez todo esto tenía que ver con lo que sentía hacia Marcille.
Falin no estaba lista para reconocerlo, no aún. Pero una parte de ella se daba cuenta de que había algo allí, algo que no quería admitir.
Marcille, al notar el cambio en la expresión de Falin, dio un paso atrás, no por desinterés, sino como si estuviera dándole el espacio necesario para pensar.
-Lo siento, Falin. No quise hacerte sentir peor.
Falin no dijo nada al principio, pero después de unos segundos, finalmente la miró. Su voz era baja, casi un susurro.
-No es eso... Es solo que no sé cómo explicarlo.
Marcille la observó con una mezcla de comprensión y paciencia. No dijo nada, solo esperó, sin presionar, dejándola tomar su tiempo.
Y en ese momento, Falin entendió que las palabras no eran necesarias para aclarar todo. No lo podían hacer, no en este momento. Tal vez algún día. Pero no hoy.
-Cuando Laios se fue... cuando se unió al ejército... yo... yo era solo una niña pequeña -dijo, su tono bajo y lleno de nostalgia-. Recuerdo que, todos los días, esperaba que regresara. Sentía que, si no estaba allí, algo no iba bien, como si el mundo no estuviera completo.
Marcille la miró, comprendiendo perfectamente lo que sentía. Sabía que Laios había sido una persona comprometida con su deber, pero también sabía lo que significaba la ausencia para una hermana pequeña. El vacío que dejaba su hermano cuando se iba a su entrenamiento, a la guerra, o a cumplir con sus responsabilidades, siempre parecía ser más grande de lo que Falin podía soportar.
-Pasaba tanto tiempo en la casa, sola, esperando a que regresara... cada vez que oía un caballo o los pasos en el pasillo, mi corazón se aceleraba. Pero nunca era él. Siempre... siempre me quedaba esperando, como si de alguna manera, si yo seguía esperando, él regresaría por mí -Falin hizo una pausa, sus manos apretadas a su costado, como si al tocarse pudiera aferrarse al recuerdo, a la pequeña niña que aún esperaba a su hermano-. Nunca me dijo que me extrañaba, nunca me dijo que lo necesitaba, Marcille... y cuando yo veía a nuestros padres, ellos ya sabían que su destino estaba allá, en el ejército, y se resignaban... pero yo... yo no podía. Siempre pensaba que si no lo esperaba, si dejaba de hacerlo, él no regresaría. Y lo peor es que... no sabía cómo decirlo, no podía explicarlo.
Marcille, al escucharla, sintió un nudo en su garganta. Falin había sido una niña que, a pesar de su valentía y su fuerza, había estado esperando la mirada de su hermano, su consuelo, algo que le dijera que su existencia también importaba para él. Pero Laios estaba enfocado en sus deberes como príncipe y futuro rey, y no podía ver el vacío que dejaba en su hermana pequeña.
-Me sentía tan sola -continuó Falin, su voz aún más suave-. Aunque había sirvientes en la casa, aunque mis padres trataban de distraerme, yo solo quería estar con él, con Laios. Quería que regresara, solo para no sentirme sola en un mundo que no entendía del todo.
Falin miró a Marcille, su rostro aún marcado por la melancolía, pero ahora con una chispa de algo más: un destello de gratitud.
-¿Sabes, Marcille? -comenzó Falin, su tono ya más ligero, aunque aún con un atisbo de vulnerabilidad-. Si no fuera por todo eso, si no fuera por lo que ocurrió con Laios y todo lo demás, tal vez nunca te habría conocido...
Marcille la miró sorprendida, sin entender completamente, pero Falin continuó sin dejar que la duda la interrumpiera.
-Nunca te habría conocido en la escuela de magia, nunca habríamos compartido tantas cosas... -Falin sonrió, aunque su sonrisa tenía algo de tristeza-. Lo que más me duele de todo esto es que, en esos momentos, solo me centraba en la ausencia de Laios, pero nunca vi lo que tenía frente a mí. Si no hubiera sido por todo lo que pasó, tal vez... tal vez no habría tenido a alguien como tú a mi lado.
-Eres la mejor amiga que jamás imaginé tener -dijo Falin, sus ojos brillando con una emoción que no podía esconder-. Solo tú pudiste entenderme de la manera en que lo hiciste, incluso cuando yo estaba tan cerrada a los demás. Si no fuera por todo lo que sucedió, por la escuela de magia, por todo... tal vez nunca habría conocido esa amistad tan pura que encontré en ti.
Marcille, sorprendida, sintió cómo un nudo en su garganta se deshacía al escuchar esas palabras. Falin había sido tan cerrada, tan distante en su niñez, que escucharla decir eso era como ver una puerta que se abría de par en par, dejando entrar una luz cálida.
-No tienes que agradecerme, Falin. -Marcille sonrió con suavidad, tocando su brazo-. Siempre estaré aquí para ti, siempre lo he estado.
Falin la miró, una mezcla de emociones cruzando su rostro. Su corazón, que antes había estado lleno de un vacío profundo, ahora parecía menos solitario, como si las palabras de Marcille hubieran logrado llenar un rincón que había estado vacío durante tanto tiempo.
-Gracias -dijo Falin, esta vez con una sonrisa genuina, más ligera, como si el peso de sus recuerdos no fuera tan pesado de repente-. Si no fuera por ti... no sabría qué sería de mí. Y, por más que me duela todo lo que pasó, al menos pude encontrar una amiga, una amiga que no me abandonó, aunque a veces no lo mereciera.
Marcille asintió, comprendiendo más de lo que las palabras podían decir. La amistad que habían forjado en la escuela de magia había sido un refugio para ambas, un lazo que las unía más allá de cualquier sacrificio o dolor. Aunque la historia de Falin estaba llena de momentos difíciles, también había momentos de luz que la habían guiado hacia este momento, hacia la relación que tenían ahora.
Falin dio un paso atrás y miró a Marcille con una mirada más tranquila, algo que hacía mucho tiempo no mostraba. La niñez, con sus heridas y su soledad, ya no parecía tan densa. La compañía de Marcille había hecho la diferencia, y por primera vez en mucho tiempo, Falin podía ver algo positivo en su dolor.
-Entonces, no todo fue en vano, ¿verdad? -Falin dijo, la sonrisa más fuerte en su rostro ahora-. Si todo eso no hubiera pasado... no habría conocido a la mejor amiga del mundo.
Marcille, tocada por las palabras de Falin, la miró con una expresión de cariño sincero.
-No hay nada que lamentar, Falin. A veces, las cosas suceden como tienen que suceder. Y, aunque fue difícil, aquí estamos ahora.
Falin estaba parada al lado, nerviosa, su corazón latiendo con fuerza mientras observaba los preparativos de Marcille. La atmósfera que la rodeaba era pesada y tensa, algo dentro de ella -algo mucho más grande que ella misma- sentía la gravedad del acto que estaban a punto de realizar. No podía evitarlo, su mente no dejaba de repetir lo mismo:¿Estaba esto bien? ¿Era esto lo que Laios quería?
Marcille, con sus ojos fijos en la mesa, parecía una figura distante, concentrada solo en el poder que había invocado para revivir a Laios. En sus manos, una serie de cristales se alineaban perfectamente sobre la superficie de la piedra, destellando con una luz azulada que parecía vibrar en sincronía con la energía arcana que recorría el aire. Un círculo de runas brillantes rodeaba la mesa, iluminando la oscuridad de la mazmorra, mientras la energía mágica se concentraba alrededor, preparada para ser liberada.
-Falin... prepárate. -La voz de Marcille estaba grave, cargada de determinación, aunque un toque de duda se asomaba en su mirada.
La magia flotaba en el ambiente, cargada de una fuerza que hacía que la piel de Falin se erizara.
Marcille estaba concentrada, recitando las palabras antiguas del hechizo con una voz grave y poderosa. El brillo en sus ojos era intenso, sus manos temblaban levemente mientras manipulaba los cristales y las energías arcánicas, invocando la magia que podría traer de vuelta a Laios. En sus manos, la luz de los cristales danzaba, reflejándose sobre la piedra con un resplandor azul que apenas se contenía.
Falin, por otro lado, no podía evitar sentir la presión creciente sobre su pecho. Era como si algo dentro de ella, algo mucho más grande y antiguo que ella misma, estuviera despertando.El dragón... ese poder que compartía con su hermano, ese ser ancestral que había permanecido dormido, comenzaba a moverse inquieto, como si percibiera la magia que Marcille estaba desatando. Cada palabra que la joven pronunciaba parecía hacer que el dragón se agitara más, provocando un dolor creciente en la cabeza de Falin.
Un tirón visceral atravesó su pecho y su mente, como si el dragón se retorciera dentro de ella, agitado por la energía mágica que fluía a través de la sala."No... no, esto no está bien,"pensó, intentando ignorar el dolor. Pero era imposible. La presión aumentaba, y un dolor punzante comenzó a atravesar su cabeza. Se llevó una mano a la sien, intentando aliviar la punzada que amenazaba con destruir su concentración. La sensación era insoportable, como si su cerebro estuviera a punto de explotar.
Marcille, absorta en el ritual, no pareció notar la lucha interna de Falin. La magia era más fuerte, más poderosa, mientras los restos de Laios comenzaban a moverse. La carne muerta de su hermano, que había permanecido inmóvil durante tanto tiempo, comenzó a regenerarse lentamente, como si cada célula de su cuerpo estuviera siendo reactivada. Los huesos se alinearon, la piel creció sobre ellos, y poco a poco, el cuerpo que había quedado deshecho recuperaba su forma, tan joven como cuando Falin lo recordaba.
Un respiro. Laios respiró profundamente por primera vez en mucho tiempo, como si regresara a la vida. Los ojos que antes estaban vacíos, apagados, se abrieron con un brillo tenue de vida. Pero algo estaba mal. Aunque su cuerpo era el mismo, la energía que rodeaba el ritual no parecía haberse disipado completamente.Laiosse incorporó, confuso, mirando a su alrededor sin entender qué estaba pasando. Los recuerdos parecían fragmentados, y el dolor que acompañaba la resurrección era más fuerte de lo que esperaba.
Falin, sin embargo, apenas podía pensar en eso. El dragón dentro de ella era una tormenta creciente. Cada segundo que pasaba, el dolor se intensificaba. Su cabeza latía con fuerza, como si su cerebro estuviera siendo aplastado por un peso invisible. El dragón, agitado, parecía moverse con más violencia, y con cada movimiento del hechizo, el malestar de Falin se incrementaba.El dragón estaba inquieto, desesperado. No podía quedarse quieto, y eso la estaba destruyendo. El dolor le atravesaba el cráneo, la garganta, y por más que trataba de concentrarse en su hermano, solo sentía la presión del monstruo en su interior.
A pesar del dolor que la atravesaba como una tormenta incontrolable, Falin no podía quedarse quieta. El dragón en su interior seguía retorciéndose con desesperación, pero en ese mismo instante, sus ojos encontraron los de Laios. Un lazo antiguo, uno que compartían desde su nacimiento, los unió en un destello de reconocimiento.
Sin pensarlo, Falin se levantó con determinación, empujando el dolor hacia lo más profundo de su ser. Sus piernas tambaleaban, pero aún así corrió hacia él, hacia su hermano. Necesitaba abrazarlo. Necesitaba sentir su calor, su vida, aunque sabía que algo estaba mal, que el precio que se estaba pagando por esta resurrección era demasiado alto.
Laios la miró con confusión, su expresión vacía y sin comprender completamente lo que sucedía. Pero, al ver a Falin, una chispa de algo familiar brilló en su mirada, y de alguna manera, sin palabras, comprendió lo que ella quería hacer. Falin extendió los brazos y, finalmente, los rodeó con fuerza, apretando a su hermano contra su pecho, sintiendo cómo su cuerpo regenerado latía con vida. El dolor en su cabeza parecía calmarse por un segundo, como si el toque de Laios pudiera ahogar el caos dentro de ella.
Pero en el instante en que la abrazó, un ruido bajo y ominoso rompió el silencio en la sala. Marcille, que hasta ese momento había permanecido en silencio, observando el ritual, comenzó a moverse hacia ellos."¡Laios!"Su voz se quebró con una mezcla de asombro y alivio, dispuesta a unirse al abrazo, a sentir que todo había valido la pena.
Fue entonces cuando todo cambió.
El altar que había sostenido el cuerpo de Laios, la misma estructura que había resistido el paso del tiempo y la magia, comenzó a crujir como si estuviera hecho de cristal. Una grieta apareció en su centro, y de ella emergió una sombra oscura y retorcida, como si la propia esencia del ritual hubiera traído algo más allá de lo esperado.Algo... no humano.
De las grietas del altar, unas garras enormes y viscosas, cubiertas por escamas de un tono grisáceo, emergieron con una rapidez aterradora. Las garras se estiraron hacia los hermanos, tan rápidas que ni siquiera pudieron reaccionar antes de que fueran atrapados. La oscuridad que emanaba de las garras parecía devorar la luz a su alrededor.
Falin, instintivamente, intentó defender a su hermano. Con todas sus fuerzas, le dio un golpe a las garras con la espada que aún llevaba, una espada que había sido testigo de tantas batallas. Pero el golpe fue inútil. La garra lo absorbió todo, como si fuera de pura niebla. No hubo resistencia.Nada. Solo la fría sensación de impotencia que se apoderaba de su ser.
"¡Laios!"gritó Falin, mientras las garras arrastraban a ambos hermanos. El dolor de su cabeza, la sensación de estar siendo destrozada por dentro, empeoró en ese momento, pero no hubo tiempo para pensar en eso. Su hermano estaba siendo arrancado de sus brazos, y ella no podía hacer nada.
Marcille, que finalmente había alcanzado a los hermanos, extendió las manos, tratando de intervenir, pero la oscuridad que rodeaba a los hermanos creció aún más, como una cortina pesada. Ella quedó paralizada, observando con horror cómo el altar se rompía por completo, como si fuera vidrio quebrado.
Y fue entonces cuando el tiempo se detuvo.
Todo a su alrededor parecía desmoronarse. Los cristales rotos flotaban en el aire, suspendidos en un silencio absoluto. La atmósfera había quedado completamente inmóvil, como si el mundo entero hubiera dejado de existir en ese instante. Marcille no podía moverse. Ni un músculo se movió en su cuerpo. Ella miraba, pero nada respondía a su voluntad. Todo lo que podía hacer era ver.
Solo los hermanos se mantenían conscientes, luchando, pero con poca esperanza. El poder que los había rodeado, el altar que había traído de vuelta a Laios, ahora los absorbía. Y antes de que Falin pudiera hacer algo más, antes de que pudiera pedir ayuda o siquiera reaccionar, la luz se desvaneció por completo.
En un parpadeo, los dos desaparecieron, como si nunca hubieran estado allí. La sala se quedó en completo silencio, la oscuridad tragándose todo lo que quedaba.
Solo Marcille quedó, inmóvil, atrapada en un vacío de tiempo que parecía no tener fin.
/
Hola jajaja se que les debo muchos capítulos de muchas historias, pero hice esta... ¿historia? para recalibrara la imaginación, y tener ideas frescas para pronto actualizar las nuevas historias-capitulos, asi que... que opinan.
/
VOTEN
Y
COMENTEN
JAMESBLAFKING
