Solas bebió del vino, aburrido, mientras observaba como los elfos no dejaban de danzar, al son de la música, dando vueltas y vueltas, mientras sus vallaslin brillaban bajo la luz de la enorme lampara movida por magia. Su armadura, del color del oro, brillaba bajo la misma luz. Los trazos de color azulado, indicando que era un invitado de Mythal, en cambio, no brillaban apenas, cubiertos por la capa de pelo de Lobo de sus hombros. Su máscara de lobo ocultaba sus ojos violetas, que miraban con reproche la fiesta, descontento por el motivo de celebración.
Los elfos no deberían celebrar su esclavización a los evanuris. Nunca.
Un gruñido subió por su pecho, furioso, pero una mano lo detuvo en su furia, evitando que rompiese el vaso.
A su lado, Mythal lo miró con reproche. Su mascara, del color de la plata, imitando al rostro de un dragón, brilló cuando se giró a mirarlo, clavando esos ojos azules llenos de reproche en él.
—Solas. No hagas un escándalo ahora. No es el momento —le pidió, con tensión.
Solas bufó, descontento, desviando la vista de nuevo al baile, mientras se apoyaba en la barandilla.
—No es justo, Mythal. Esto…está mal —le dijo, bajando la voz. Ella se colocó a su lado, asintiendo con pena.
—Lo sé, Lobo. Pero debemos aguantar; buscaremos la manera de que esto no siga así.
Solas volvió a gruñir, levemente. Dejo el vaso en una de las mesitas colindantes y se giró, dispuesto a irse.
—No voy a participar más en esta farsa. Me marcho.
Escuchó como Mythal suspiraba pesadamente detrás suya, pero la dejo atrás, apresuradamente.
No quería estar más en ese sitio. Sentía como las paredes se le venían encima, como la furia no dejaba de crecer en su pecho.
Una farsa. Un engaño. Eso era todo lo que representaba los Evanuris como dioses.
Y su gente no dejaba de creerla, como si fuesen autómatas sin pensamientos.
Súbitamente, un golpe en su pecho lo distrajo. Sintió como su camiseta se mojaba, haciendo que un escalofrío lo recorriese sin remedio por el frio, pero alzó los brazos, sujetando al elfo que se había tropezado con él.
Una copa cayó de la mano de con quién había tropezado, rompiéndose en mil pedazos a su alrededor, como si se tratase de una decoración del propio baile, los cristales brillando bajo las lunas, ambas llenas. Solas gruñó, bajando la cabeza hacia la persona con quien había tropezado, con la molestia en su pecho.
Unos ojos de color violeta lo miraron, como una pequeña Halla asustada. Su rostro no estaba cubierto, revelando el vallaslin de Mythal en su rostro, dándole un bonito color dorado contra su piel algo bronceada.
El elfo retuvo el aliento en sus brazos, como si temiese que Solas fuese a comerlo, lo que hizo que una pequeña sonrisa se dibujase en su rostro. Solas lo miro, de arriba a abajo, con cierto calor acumulándose en su entrepierna, quizás producto del alcohol que había bebido.
Este elfo no estaba nada mal. Su cuerpo era musculado, como si no perdiese el tiempo solo en bailes, como si entrenase cada mañana, bajo el sol del bosque, cubierto de sudor. Su pelo era de un hermoso castaño, como las hojas en otoño, con ese marrón tan característico y pardo. Su rostro era definido, masculino, pero con cierta suavidad que a Solas le gustaba.
Entonces, el elfo empezó a temblar ligeramente bajo su escrutinio, como si tuviese miedo de él, de la reacción que pudiese tener por haber manchado su traje de baile, casi más una armadura que un atuendo formal. Solas dejó que la sonrisa se ampliase, mostrando sus colmillos afilados, mientras dejaba que sus ojos, de un color violeta más profundo, brillasen bajo la luz de su magia verde.
—No temas, pequeña halla. No te voy a comer —le susurró, acercándose a su oído, teniendo que agacharse para poder alcanzar esa oreja puntiaguda.
Entonces, como si fuese el sonido del viento en una pradera de verano, el sirviente salto algo parecido a una risa, haciendo que Solas se echase para atrás, sorprendido ante esa reacción repentina, sus ojos parpadeando como si no creyese lo que escuchaba y veía.
El elfo no dejaba de reír, mirándolo con un ojo cerrado, mientras lo señalaba, divertido, y con su otra mano se agarraba el estómago.
—Seria irónico que el Lobo Terrible me comiese—le dijo, entre risas, a lo que Solas alzo una ceja, curioso ante su diversión.
—¿No me crees capaz acaso, Da'len? —le inquirió Solas, el enfado de antes creciendo en su pecho ante este pequeño descarado que se reía en su cara.
Si eso es lo que quería…
Lo empujó, apoyándolo bruscamente contra la pared en un golpe seco. El elfo volvió a aguantar el aire ante el movimiento tan brusco, que hizo que soltase un pequeño grito de sorpresa. Solas alzó una mano, quitándose la máscara, mientras sus ojos violetas se clavaban en los del elfo. Tiró la máscara al suelo en un movimiento rápido, mientras un gruñido se alzaba en su pecho, acercando su boca al cuello del pequeño descarado. Lamió lentamente, haciendo que el elfo gimiese en alto, casi como si no quisiese contenerse, como si quisiese que todo el mundo supiese que un lobo estaba cazándolo.
Pequeño descarado, repitió Solas en voz baja, que sintió como su polla reaccionaba ante el sonido, contenta y sus ojos se dilataban, con excitación. Solas se acercó a su oreja puntiaguda, que empezaba a sonrojarse de la pasión, mientras apoyaba su cadera contra la suya, sintiendo también su polla crecer contra la suya, en un saludo apasionado.
—¿Cómo te llamas, pequeña halla? —le preguntó, dejando que su aliento cayese en la punta de la oreja, haciéndola tambalear de nuevo. El elfo gimió, pero la pequeña halla tenía agallas, como ya había demostrado antes.
—Felassan, señor. Mi nombre es Felassan —le contestó, en no más que un hilo de voz, pero con desafío en su voz al llamarlo "señor".
Solas sonrió, dejando que sus colmillos rozasen la oreja, en un tímido toque. Bajo un poco más, volviendo a su cuello, restregando esos colmillo de arriba a abajo, haciendo que volviese a gemir. Entonces, sin que lo esperase, lo mordió.
Fuertemente.
Felassan gimió, mientras sentía el mordisco en todo su ser, que tembló. Solas gimió a su vez, ronco, mientras lamía la sangre que había salido de la herida, en una caricia perezosa. Después, rozo su polla con la de él, haciendo que las dos saltasen, presurosas.
Pero Solas se separó, dejando que Felassan viese como se lamía la sangre de su colmillo, con cierta pereza actuada. Y, entonces, Solas le sonrió, como el depredador que era, mientras daba otro paso hacia atrás y le dedicaba una pequeña reverencia.
—Espero que esta noches disfrutes con mi recuerdo, Felassan.
Acto seguido, se marchó, dejando su mascara brillante en el suelo y a un elfo atrevido arrodillado en el suelo, con nada más que el recuerdo del Lobo Terrible en su cabeza, y el deseo en todo su cuerpo, caliente, avivada por el temible Fen'Harel, que sonreía con triunfo ante esta batalla ganada, aunque su corazón aún llorase por la guerra que vendría.
Una guerra que tendría que ganar, a toda costa, para poder salvar a su gente.
Una guerra que ganaría por pequeñas hallas valientes como Felassan, que se merecían libertad.
Solas apretó los puños, mientras sus ojos se iluminaban de deseo, del verde de su magia.
Lo haría, aunque le costase todo su mundo conseguirlo. Y al diablo las consecuencias.
