LOS PERSONAJES DEL MUNDO CANDY CANDY LES PERTENECEN A SUS CREADORAS Y ESCRITORAS MISUKI E IGARASHI, ALGUNOS SON DE INVENCION PROPIA.

¿A QUIÉM AMAR?

Capítulo 13.

SENTIMIENTOS CRUZADOS.

CANDY.

¿Era feliz? Si, muy feliz, el motivo, la razón y causa, la tenía entre sus brazos, era un hermoso niño, tan bello como su padre, ese niño que acurrucaba en sus brazos era la confirmación del amor que sentía por Albert, ahora que veía el rostro de su hijo, la ilusión de un futuro la embargó, se imaginaba sus primeros dientes, sus primeros pasos, su primera vez en el kínder, era toda una lista de ilusiones que iba tejiendo con amor, ahora que tenía a su bebé entre sus brazos, por el momento solo eran ella y su bebé, se miraban con verdadera adoración, en tan pocos días el pequeño Albert se había acostumbrado al calor de sus brazos, a su aroma, María y George salieron un momento dejándola sola, Annie y Rose llegarían en la noche y sus suegros no estaba segura, pero de algo si lo estaba, amaba a ese angelito como a su propia vida, no se cansaba de observar esa carita de ángel, acariciaba sus rizos rubios sin poder evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas, le encantaba acariciar la suavidad de su espaldita, de sus mejillas y aun así no se cansaba de descubrir lo grandioso que era ser la madre de su hijo, llevaba tres días hospitalizada y ya era una experta en cambiar a su niño y en darle de comer, nunca se imaginó que tal amor podría existir, no tenía palabras para hacerlo, lo dejó en su cunita para que descansara un poco, ambos lo necesitaban, el teléfono sonó, y su intento por descansar quedó de lado, tomó su celular y al verlo, su corazón brincó de alegría al reconocer la cancioncilla que le avisaba que era Albert.

¡mi amor! ¡Albert! ¿Qué…?

Candy… – su voz sonaba cansada.

Mi amor ¿Qué pasa? – lo que veía en la pantalla, no era el mismo hombre que hace un mes se fue.

Apenas voy llegando… han sido días difíciles… tu padre me dejó algunos mensajes… yo… lo siento mi amor… ¿Cómo estás? Perdóname por no haberte hablado hace días… yo… ¡Dios! No puedo justificarme con nada… pero yo…

Amor… pero lo estás haciendo… me estás llamando y eso es lo importante…

Como… ¿Cómo estás? ¿y el bebé? Nuestro hijo – le preguntó en una medio sonrisa con lágrimas mojando sus mejillas – Candy enfocó su celular en el rostro de su bebé, escuchó unos sollozos.

Albert, mi amor…

Lo siento tanto… perdóname… daría lo que fuera por estar a tu lado… ha sucedido una desgracia – y vió como las lágrimas se escondían en la crecida barba de él.

Albert… sea lo que sea lo superaremos juntos…

¿sea lo que sea?

Por supuesto mi amor… ¿Albert que pasa?

¿de verdad? ¿me lo prometes? Prométeme que jamás me dejarás… que nunca te apartarás de mi lado…

Mi amor…

Por favor – le pidió casi en un ruego.

Te lo prometo mi amor…Te lo juré ante Dios mi amor… y yo cumplo mis promesas.

Estar aquí… me ha hecho valorar lo que significas en mi vida…

Albert… – él negó con la cabeza.

Ya no más Albert… por favor – le dijo casi suplicando, vió a través de la pantalla como él agachaba la cabeza sobre sus brazos cruzados – no… no puedo mi amor…

William… por favor, dime que pasa.

Pensé que podría con todo esto, pero él… sin él… – no lograba controlar su llanto – perdóname, soy tan egoísta… estás tan bella… mi hijo… su… – y solo se la quedó mirando – déjame verlo otra vez – y cuando Candy lo enfocó una vez más, él acarició la pantalla de su dispositivo.

Se quedaron un buen rato platicando, Candy trataba de levantarle el ánimo sin mucho éxito, en los hermosos ojos de su esposo solo había tristeza, su sonrisa no llegaban al cielo azul que ella tanto adoraba.

Tus padres y Rose han estado conmigo, desearía que tu también lo estuvieras… tú y Eliza… te amo Albert… y en ésta distancia solo he podido confirmar mi amor por ti.

Candy… yo… necesito decirte algo… yo no soy… – y en ese momento se escucharon un par de golpes, él volteó – ¡maldición! permíteme mi amor – Candy solo asintió tratando de ver que pasaba, movió la cabeza para ver quién estaba con él y sonrió así misma por su ocurrencia, vio que regresaba apresurado – mi amor… te dejo…

¡Albert nooo! ¿Qué le ha pasado a tus manos? – él inmediatamente las sacó de su vista.

Nada amor…

Albert… ¡no puedes dejarme así! – le dijo molesta.

Amor… te juro que no pasa nada… te amo Candy… nunca dudes de mi amor por ti…

William… Regresa mi amor… por favor – le dijo angustiada.

Mi vida… te juro que voy a regresar… no quiero saberte triste… no pasa nada ¿de acuedo?

Mi amor… Cuídate…

Te amo Candy…

Te amo Albert… – le contestó ella y colgó antes de que él dijera algo, tocó su pecho, pero extrañamente hablar con Albert le hizo sentirse tranquila, estaba preocupada por él, pero ya no sentía esa angustia y desesperación que la acuciaron por varios meses, se acercó a su bebé tomándolo entre sus brazos – mi amor – le dijo besando su cabecita – papi estará pronto con nosotros.

Momentos después, sus padres llegaron rebosantes de alegría, María llegó hasta ella y tomó a su nieto, acunándolo con inmensa ternura.

Mi ángel… ya nos podemos ir a casa – le dijo con una gran sonrisa a Candy, dándole un beso en la mejilla a su hija.

¿de verdad? – miró a su padre con alegría, él asintió mientras se acercaba a ella para abrazarla.

Si mi ángel… por fin estaremos en casa ¿Cómo te sientes?

Feliz papi… – se separó un tanto de él – Albert… él me ha llamado – George solo pujó – papi… me dijo que le llamaste.

Si cariño… él debería de estar aquí… contigo… con mi nieto…

Nuestro nieto mi amor – le dijo con fingida molestia María, los tres rieron, Annie entró en ese momento.

¿Cómo está mi sobrino consentido? – dijo dirigiéndose a María que tenía al bebé entre sus brazos – ¿me permite cargarlo?

¡claro que si hija! – ambas mujeres sonreían con ternura, fue hasta Candy, la abrazó dándole un beso en la mejilla.

¿lista? – Candy asintió entre nerviosa y alegre.

Mi amor… te traje ropa, he coordinado todo lo que vayas a hacer durante el día y las próximas semanas para que no se te dificulte atender a mi nieto… – le decía María casi parloteando sin pausa.

Gracias mami, no era necesario…

Nuestro nieto amor – le dijo George acercándose a ella y besando sus labios.

Lo es mi amor, éste pequeño angelito – besó su cabecita – necesitará a tiempo completo a su mami… y tú mi amor… necesitarás de nuestro apoyo ¿de acuerdo? – Candy asintió abrazándose a sus padres.

Gracias… gracias por todo… los amo tanto.

Y nosotros a ti mi amor – le dijo George, se soltaron cuando vieron entrar a la enferma que estuvo a cargo.

Sra. Andley ¿desea que le ayude a cambiar su hijo? – le preguntó muy amable.

No gracias… entre mi madre y Annie lo haremos – la joven se retiró sonriente.

Familia… las dejo por un momento.

Si amor… no demoraremos mucho.

Cuando salieron del hospital, Candy se veía adorablemente hermosa, su hermoso cabello e increíblemente largo lo sostenía una diadema que María le regaló, llevaba en sus brazos a su niño arropado con la frazada que Annie le hiciera, ser madre la cambió en todos los sentidos, a sus casi 19 años mostraba una madurez que jamás se imaginaron podría tener, había una sonrisa perpetua en su rostro, había inocencia, ilusión, expectativa en lo que le esperaba, pero todo lo hacía con una sonrisa en su rostro y su acostumbrada alegría.

George se personó en hacer el traslado a casa junto a su hija y su esposa, así como lo hiciera hace veinte y cuatro años cuando Tom, su hijo mayor nació, ella y su hermano Tom eran la alegría de sus vidas y ahora con un miembro más a la familia, no se lo perdería por nada ni por nadie, cada minuto lo exprimiría para poderlo pasar con su bello ángel, y eso mientras regresaba su yerno. Cuando llegaron, la familia de Albert los esperaba en la mansión, todo estaba preparado para recibir al nuevo integrante de la familia Andley, por un momento, Candy se sintió abrumada, pero sentir el amor y apoyo de la familia de su esposo le hizo renovar su cariño a ellos, pero aun así, estando rodeada de tanta gente, se sentía sola, le hacían falta Albert y Eliza.

Candy, cariño… te presento a mis sobrino, él es Archivald – le dijo Pauna, él le sonrió con cariño.

Archie tía – la miró intencionalmente – vaya ¿puedo cargar a mi sobrino? – Candy se sintió un tanto invadida en ese momento.

No seas bruto Archie… el niño necesita estar con su madre ¿verdad cuñada? – le preguntó Rose con una sonrisa.

Por supuesto que si – contestó una voz femenina.

¡Annie! Mi amor… – y toda su atención fue para ella olvidándose del bebito.

¿Por qué no me dijiste que venías?

¡Sorpresa! – él la levantó dándole vueltas – ¿me extrañaste?

¿tu que crees? – se dieron un beso tan largo que no quisieron darse cuenta de que estuvieran en medio de tanta gente.

¡Archivald Cornwell! ¿Qué son esos modos? – los jóvenes se separaron al escuchar esa voz, dejando a Annie un tanto mareada sostenida de su brazo.

¡abuela! – fue hasta ella y con él Annie, se soltó por un momento para abrazarla – ¿Cuándo regresaste de Inglaterra?

Tus tíos me invitaron hace unas semanas… me han dicho que es un niño hermoso ¿Dónde está? – Pauna llegó hasta ella con su nieto entre sus brazos.

Elroy… – la mujer lo tomó entre sus brazos, no era tan mayor como Candy pensaba, sus rubios cabellos estaban recogidos en un chignon simple pero elegante, su vestido en color azul marino era una exquisitez, miró a su suegro y no había diferencia entre ellos, sus ojos eran tan azules como los de Albert y Rose.

Es muy hermoso – sonriéndole a Candy – y tu niña ¿eres la esposa de mi sobrino verdad?

Si… – le contestó con timidez.

Me dijeron que eres muy bella… pero todo lo que me hayan dicho, no le hace honor a tu belleza hija – se acercó a ella y le entregó a su hijo, acariciándole su mejilla – lo eres de verdad… soy tu tía Elroy… hermana de tu suegro – Candy se iba a levantar pero ella se lo impidió – no es necesario hija, debes descansar, deja que los demás celebremos la vida de tu hijo ¿de acuerdo? – Candy agradeció que esa mujer dijera eso, por que al momento su padre se acercó y la tomó en brazos para llevarla a su recámara, Candy se sentía un poco abochornada.

Papi… no…

Déjate consentir hija… es el primer nieto de muchos y el orgullo que hay en el rostro de tu padre, lo dice todo – le dijo Elroy.

Antes de ir a la cama se cercioró que su niño no estuviera mojado, María puso a lado de su cama él moisés que ella misma tejió.

Mami… ¡Está hermoso! ¿Cuándo lo empezaste a hacer que ni cuenta me di?

Mi amor… es el mismo que tu usaste y el que usó tu hermano antes de ti, solo que ahora le hice algunos cambios…

Gracias mami… se ve muy cómodo y suave…

Bueno… eso lo sabré cuando mi nieto esté dentro de el… anda ponlo adentro para que tu puedas descansar – George y María salieron dejando a su hija y nieto descansar.

Mientras las horas pasaban, Candy no era consiente de lo que había a su alrededor, era ella y su bebé, todos los invitados se fueron mientras ella era ajena al convivio que sus padres prepararon para la bienvenida que le dieron al pequeño Albert, y entre cada toma, pareciera que el tiempo pasaba volando, porque dos horas después y con el cuerpo descansado Candy se levantó para atender a su hijo que lloraba exigiendo ser atendido como cualquier bebé, lo cambió y se sentó en un reposet que sus padres seguramente dispusieron para ella y mientras le daba de comer de su pecho, se sintió afortunada que en esos momentos contara con el apoyo de sus padres, pensó en Albert, pero ya no con esa angustia que apenas hace unos días la hacía sentir desesperada y triste, sentía calma, mucha tranquilidad, toda su atención y felicidad estaba concentrada en ese pequeño bultito que tenía abrazado, nada podía empañarlo, y mientras su bebé tomaba de su leche, Candy tarareaba una canción de cuna que no hacía mucho aprendió, los ojitos de su bebé se abrían cada vez que ella se callaba, y así pudo interpretar lo que su bebé necesitaba cuando lo tenía en el calor de sus brazos.

10 DÍAS DESPUÉS DE QUE NACIERA Albert.

Y como lo prometió, William le hablaba todos los días, en algunas ocasiones ella le hacía saber lo diferente que lo veía y él solo le respondía que era la carga de trabajo, lo observaba taciturno, antes de que se casaran era muy comunicativo, pero ahora, podía ver tristeza en sus ojos, una tristeza que no podía saber si era por encontrarse lejos de ella y su bebé o por todo lo que ha pasado en Brasil, la muerte lo estaba rondando continuamente y eso era lo que más le estaba mortificando, en sus conversaciones, él vacilaba si contarle o no todo lo que estaba cargando, no quería angustiarla, mas ahora, pero aun así no se sentía ligero, cargaba en su conciencia muchas cosas que ha hecho… pero pensar en su hermano era el juicio mental que lo martillaba noche y día, Candy no lo cuestionó sobre los días que no le habló, sabía que él estaba bien, porque ya no sentía esa opresión en el pecho que la hacía pensar y preocuparse por él.

Esa mañana se fue a la oficina para hacer legal la pérdida de la infraestructura hotelera, William logró responsabilizar al seguro por la calidad de los materiales, les haría ganar millones de dólares, era algo que ya dominaba, pero los días que estuvo en prisión le hicieron ser más cauto a sus impulsos, pero al menos sí desquitó su rabia.

EL DÍA QUE NACIÓ EL PEQUEÑO Albert.

Ahora si tienes el camino libre Andley – aventando sobre el escritorio un folder con algunas fotografías, las tomó y al ver cada una de ellas, su corazón se rompía en mil pedazos, una rabia aun desconocida para él, comenzó a hervir en su pecho, sus músculos se tensaron al punto de romper su camisa – ahora si no tienes nada de que preocuparte… la mujer de tu hermano, será completamente tuya… por fin – y en ese momento no pudo aguantar más, con una velocidad inusitada rodeó el escritorio y comenzó a golpearlo, él hombre no vió venir lo que esperaba y cayó de espaldas sobre el suelo, lo miró sorprendido a la cara y era la viva imagen del dolor y la rabia juntas, intentó levantarse, pero William ya lo tenía tomado de la solapas de su camisa y volvió a golpearlo, acorralándolo sobre la pared.

¡maldito Andley! – respondiendo a los golpes del rubio.

¡no te imaginas cuanto! – ambos hombres se enfrascaron a golpes, y volvió a molerlo a golpes hasta dejarlo casi inconsciente – ¡mírame imbécil! Quiero que recuerdes mi rostro… y que sepas que jamás permitiré que le hagas daño a mi familia ¡¿ENTENDISTE?! Si me buscas… te aseguro que me encontrarás… – le gritó en el oído hasta que vió cuando el hombre asintió, tomó el teléfono y pidió que llegaran dos guardias y esperó – llévenlo a su auto, alguien vendrá por él, trató de tranquilizarse y le marcó a Candy, se sentía desesperado, triste y muy angustiado, necesitaba verla, escuchar su voz.

Momentos después y mientras platicaba con ella, el estrepito ruido que hizo la puerta lo hizo voltear.

¡maldición! Permíteme mi amor… – le bajó el volumen al dispositivo y regresó a ella nada más para despedirse, un hombre como de unos sesenta años abrió de un golpe la puerta, era un hombre tan alto como él, William le dio una mirada y volvió para sentarse atrás de su escritorio volviendo la vista a los documentos que tenía en sus manos, el hombre pudo ver los cortes que tenía en los nudillos a causa de los golpes que había dado.

¿me puedes explicar que significa esto? – le dijo señalando sus manos y el desastre que había en la oficina, William recostó su espalda sobre la silla y le regaló una sonrisa siniestra, que hizo que al hombre se le estremeciera la piel.

Me dieron una sola condición… y no cumplieron… – tomó las fotografías y se las aventó al rostro – ¡no soy el estúpido de nadie! – el hombre las tomó y comenzó a verlas una por una – ¡solo tenían que retenerlo! – le gritó, el hombre no salía de su asombro.

¿sabes a quien golpeaste?

¿a un imbécil? Supongo yo… no cumplieron… ahora me toca a mi…

¡muchacho estúpido! El imbécil que dices… es un militar de alto rango…

Para lo que le sirvieron – le dijo tranquilo.

Tendrás que enfrentar con la justicia…

Sería el peor de los errores… si no estoy yo… no se libera nada… todo irá a parar a las favelas… que mucha falta les hace…

¿Qué haz hecho?

Lo mismo que haría usted… protegerme… mi vida vale los miles de millones que he ganado para ustedes… sin ella… no hay dinero, así que mas les vale sacarme de donde quiera que me lleven… yo no soy mi hermano… conmigo no van a jugar – en ese momento la puerta se abrió de golpe, unos hombres vestidos de militar lo arrestaron esposándolo en ese momento – ya sabes que hacer – le dijo en francés al hombre, se dio la vuelta y sin que necesidad de que lo forzaran subió a la patrulla que lo esperaba fuera de las oficinas centrales.

Pasaron apenas una semana cuando salió por su propio pie de la prisión, respiró hondo, llenado sus pulmones de aire y liberando el olor putrefacto de donde se encontraba hace unos momentos, un auto lo esperaba a las afueras y subió pidiendo ir a la cabaña donde se hospedaba, entró y directamente fue al baño a quitarse toda la inmundicia que sentía sobre su piel, había pasados dos noches sin dormir pensando en ella, en su hermano, se fue a su recámara y se sentó sobre la cama, tomó su celular y volvió a leer los mensajes que George le había mandado anunciando el nacimiento de su hijo… – "mi hijo" – pensó con remordimientos, unas lágrimas se unieron a la humedad de su piel – Albert… lo siento tanto – su pensamiento estaba en él, en su hermano, pese a todo, lo amaba, compartieron tanto, que ahora encerrado en esas cuatro paredes no aceptaba que él estuviera muerto – ¡Dios! ¿Qué le diré a papá y a mamá? – se preguntaba como si estuviera platicando con su hermano, pero no hubo respuestas, solo el silencio de esa cabaña que estaba en medio de la nada, pero así lo prefería él, se acostó y ya no supo más de sí hasta entrada la noche, despertó apresurado pensando en ella, buscó su teléfono y lo encontró junto a él, marcó y ahí estaba ella… tan bella… tan hermosa… ¿debía decirle la verdad? Era algo que él ya no podía ni debía sostener, pero el inmenso miedo de perderla lo detuvo – cobarde – se pensó, la miró por largo tiempo, ella era todo lo que amaba… ella era la mujer de su hermano… su esposa.

Albert… mi amor, te estoy hablando ¿Qué te pasa?

Nada cariño, me acabo de levantar, ¿Cómo estás? Mi… ¿nuestro hijo? – sintió un gran nudo en la garganta.

Te he extrañado… Al… William… te veo cambiado, diferente…

No es nada cariño… hay mucho trabajo, pero estoy bien… quisiera poder estar ahí… contigo… con ustedes…

Entonces vuelve…

Pronto mi amor… ¿Cómo está nuestro hijo? – vio como ella desapareció de la pantalla pero regresó inmediatamente acompañada de su bebé.

Míralo por ti mismo… Cada día se parece a ti… es tranquilo y casi no llora, tiene tus ojos, tus labios… eres tu… pero en bebé – Candy le sonreía mientras describía a su hijo, él solo la observaba y suspiraba mientras ella describía a su hermano era todo lo que él no era, él y William eran como el día y la noche… tan diferentes, así era él… tranquilo… y así debía de ser su hijo, ahora de él… Pronto estaré con ustedes mi amor…

¿de verdad? Al… William… – ¿sabes? ya no me digas cuando vas a venir… no quiero ilusionarme y luego saber que no podrás… cuando decidas hacerlo… llámame y te estaré esperando mi amor – él solo le sonrió.

Pero nada era como él lo había planeado, todo se ponía en su contra, había tantas cosas que hacer y aclarar, ahora más que nunca necesita pruebas de lo que hace unas semanas le habían dado… aquellas fotografías lo desmoronaron, pero cuando estuvo encerrado, llegó a la conclusión de que algo escondían… no era propio de la milicia hacer algo así, él les hizo creer de lo que era capaz y cada día que pasaba se convencía más.

Al otro día regresó a la zona de desastre, estaba descubriendo lo que hace meses enterró, se llevó las manos a la cabeza, una vez más las cosas se ponían en su contra, golpeó el escritorio con sus puños ¿Cuánto tiempo tenía que esperar? El rostro de Candy llegaba a él… una vez más le fallaría, ahora comprendía lo que ella le dijo, se mesó el cabello, se sentía enojado consigo mismo, tanto que ha hecho en esos últimos meses por nada.

Sus investigaciones no dieron el resultado que él esperaba, el tiempo pasaba tan rápido que no perdonaba sus sentimientos y deseos… y él estaba ahí, atrapado en medio de un desastre que parecía que no tenía fin, hizo cuanto pudo y estaba en sus manos para dejar todo ordenado, nada ni nadie lo detendría, por fin se liberaría, ya lo tenía decidido y nadie lo iba a detener o al menos es lo que él pensaba.

Llegó a Chicago y se fue directamente a la casa de sus padres, necesitaba aclarar todo lo que había sucedido, ahora que él no estaba, necesitaba cumplir con la promesa que le hizo a su hermano, pero como en otras ocasiones nadie lo recibió, él les había avisado personalmente que llegaría, lo estaban evitando y él ya no podía más, negó con la cabeza y se retiró una vez más del hogar que había sido de él, pero el aroma a rosas lo detuvo, regresó sobre sus pasos y se encontró con el Sr. Whitman, el fiel jardinero de sus padres.

Joven William – lo llamó el anciano – bienvenido a casa…

Buenas tardes Sr. Whitman… no me quedaré, parece que no hay nadie, el anciano agachó la cabeza algo apenado – me dio gusto saludarlo… cuídese.

¡espere! – el anciano se separó de él, adentrándose al rosedal que había en medio de ese océano de flores, dejando a William parado en medio de aquel gran jardín, poco después vió como el hombre regresaba con algo entre sus brazos.

Para la señora Candy, joven… ella ama pasar tiempo en el jardín cuando viene, y vale la pena que usted llegue ante ella con una ofrenda de amor por su ausencia – le dijo sabiamente el anciano.

Gracias Sr. Whitman – las tomó con la misma delicadeza con las que el anciano se las entregaba.

Aunque triste y decepcionado, salió de la casa de sus padres con una esperanza renovada, vería a Candy, eso era lo único que importaba ya, George lo recibió con un gesto de indiferencia, la verdad no entendía como podía ser inmune a su hija, ella es todo amor y dulzura, mientras él, la abandonaba como si se tratara de un mueble ¿pero que podía hacer? El amor de Candy por su yerno era ilimitado.

¿y Candy? – le preguntó esperanzado.

Antes hablarás conmigo muchacho…

No soy un muchacho… hace mucho tiempo dejé de serlo… vine por mi esposa.

¿tu esposa? Dime Albert ¿Por cuánto tiempo? ¿crees que mi hija merezca tenerte por ratos? Y no me digas que es por el trabajo… ¡a mi no me vengas con eso! Me he detenido por ella, es mi hija y respeto la relación de ustedes… pero esto… ya es insostenible… muchas veces tuve que detenerla para no ir hasta ti…

George… no voy a darle ninguna explicación, y por deferencia a Candy, no voy a caer en sus provocaciones.

Cuando quiera provocarte… lo sabrás… lo único que te exijo, es que a mi hija no la hagas sufrir más… ella no lo merece.

Créame que es lo último que le haría a Candy… ojalá entendiera – suspiró – no se preocupe George… amo a su hija, de eso tenga la plena seguridad.

Fue escueto y claro con respecto a lo que pensaba y decía, salió del despacho de su suegro y subió las escaleras, en pocas ocasiones había estado en casa de sus suegros, pero sabía de memoria la recámara de su esposa, abrió la puerta y desde donde estaba la vió dormida sobre su cama, se acercó sin hacer ruido, caminó y dejó sobre una cómoda el ramo de rosas, se quitó los zapatos y se recostó a su lado, cerró los ojos y la atrajo hacia él, Candy solo gimió y sonrió, constantemente soñaba que Albert la tomaba de la cintura y la abrazaba hasta pegarla a su cuerpo, pero cuando despertaba… él no estaba ahí y una lágrima salía de sus hermosos ojos verdes.

Momentos después abrió sus ojos, la noche anterior no pudo dormir, el pequeño Albert sufrió de cólicos durante casi toda la noche, gracias al cielo, María llegó a ella para apoyarla, y solo bastaron algunos ejercicios para que el bebé durmiera como si nada, pero Candy se sentía acabada, al menor ruido se levantaba hasta que dejó a su niño con su estomaguito lleno y satisfecho, que a sus tres meses ya lo había convertido en el centro de su universo, cada día lo amaba más, lo miraba y cada rasgo era de él… de Albert, cada noche dormía y despertaba con su rostro, él era su sueño constante, deseaba con toda el alma que un día llegara para no irse nunca más, con los ojos todavía cerrados sonrió al sentirlo tan real, sintió como tantas veces, una presión en su cintura, suspiró y abrió poco a poco sus ojos, bajó la vista y dos brazos fuertes la aprisionaban divinamente, sollozó y lo tomó de las manos, con dificultad se volteó para tenerlo frente a ella, y cuando lo logró, tomó su rostro con sus manos y besó suavemente sus labios, él le sonrió y abrió los ojos, lo miró, pero no pudo traspasarlo como cuando lo conoció, algo había en ellos, pero su amor pudo más y se abrazó a él.

Mi amor… – había asombro en su hermoso rostro, tomó con sus manos sus mejillas, acariciándolo con ternura, reía y lloraba al mismo tiempo, y se dejó abrazar por él, se apartaba por momentos, nada más para besar su rostro – te amo Albert… te amo tanto.

Mi vida… – la acercó más a su cuerpo abrazándola con pasión, con amor, con ansias y supo en ese momento, que ya no podría vivir sin ella.

Creí que eras un sueño más… pero eres real – ambos se besaban, tocándose y acariciando sus cuerpos.

Tu lo eres también… cada día deseaba poder tenerte entre mis brazos, estar contigo… tenerte así, junto a mi… no soportaba verte a través de una pantalla – besó sus labios una vez más, tenía la ansiedad y el hambre de besar sus labios, de acariciar su hermosa y lozana piel, se sentían tan conmovidos, tan hambrientos que no dejaban de prodigar todo el amor que se debían.

La abrazó una vez más y un pinchazo a su conciencia llegó a él, todo cuanto tenía en ese momento, no le pertenecía, sabía que no debía… pero ahora sin él…

Por ti… por mí… por ella – fue él pensamiento que le dedicó al superyó que poseía, y con ese abrazo se prometió amarla y protegerla con su vida.

Hola chicas, chicos, una vez más GRACIAS por sus mensajes, GRACIAS por el apoyo a ésta historia, valoro las críticas y opiniones que me regalan… espero lo disfruten.

Lili.

Carol Aragón.

MaríaGpe22.

Nancy Reyes.

MadelRos.

Amelv048.

Guets1.

Castro Karol.

Ster star.

Si Dios lo permite, nos leemos hasta el próximo capítulo… GRACIAS por todo.

19032023