Tanto la historia como los personajes de esta historia no me pertenecen, yo solo me divierto adaptándola.
Cap 3
Seis meses más tarde
—Oh —es todo lo que dice mi madre. Da una vuelta sobre sí misma, examinando el local. Pasa un dedo por el alféizar de la ventana que le queda más cerca, llevándose el polvo y tratando de sacudírselo luego entre los dedos—. Es…
—Hay mucho trabajo por hacer, ya lo sé —la interrumpo. Señalando el aparador que tiene a su espalda, añado—: Pero fíjate en los escaparates. Tienen potencial.
Ella los examina, asintiendo. Tiene la costumbre de hacer un ruidito con la garganta. Como asintiendo, pero con los labios apretados. En realidad, cuando emite ese ruido lo que quiere decir es que no está convencida. Y acaba de hacerlo, dos veces. Dejo caer los brazos desanimada.
—¿Crees que he hecho una tontería?
Ella niega con la cabeza.
—Todo dependerá del resultado, Bella—responde.
El local era antes un restaurante y todavía está lleno de mesas y sillas viejas. Se acerca a una de las mesas, aparta una silla y se sienta—. Si las cosas salen bien y la floristería es un éxito, la gente dirá que fue una decisión valiente, atrevida; que tuviste buen instinto empresarial. Ahora bien, si fracasa y pierdes el dinero de la herencia...
—La gente dirá que fue una decisión absurda.
Mi madre se encoge de hombros.
—Siempre pasa lo mismo; ya lo sabes, eres diplomada en Empresariales.
—Hasta un máster tengo —murmuro, mientras ella lo observa todo lentamente, como si se imaginara cómo estará todo dentro de un mes.
—Asegúrate de que sea una decisión valiente y atrevida, Bella.
Sonrío. Me parece un buen consejo.
—Aún no me creo que lo haya comprado sin pedirte consejo antes.
Me siento a su lado en la mesa.
—Ya eres adulta; estás en tu derecho —replica, aunque no puede disimular del todo la decepción.
Creo que darse cuenta de que ya no la necesito la hace sentirse más sola. Han pasado seis meses desde la muerte de su marido y, aunque mi padre no era buena compañía, igualmente ha tenido que acostumbrarse a la soledad. Consiguió trabajo en un colegio de primaria de Boston y se mudó. Está viviendo en un barrio tranquilo de las afueras. Se compró una casita muy mona en una calle sin salida. Tiene dos habitaciones y un patio trasero enorme. Me gustaría plantar un jardín allí, pero eso requeriría que me pasara a cuidarlo todos los días y mi límite de visitas está en una a la semana; dos como máximo.
—¿Qué vas a hacer con todos estos trastos?
Tiene razón. El local está lleno de trastos. Tardaré media vida en despejarlo.
—No lo sé. Supongo que tendré que romperme la espalda vaciando el local antes de pensar en decorarlo.
—¿Cuándo dejas de trabajar en la empresa de marketing?
Sonrío.
—Ayer.
Ella suspira, sacudiendo la cabeza.
—Oh, Bella. Ojalá las cosas te salgan bien.
Nos levantamos y oigo que la puerta se abre. Hay estanterías enfrente de la puerta, así que ladeo la cabeza para ver quién es. Es una mujer, que mira a su alrededor hasta que me ve.
—Hola. —Me saluda, levantando la mano.
Se la ve maja. Va bien vestida. Demasiado. Lleva pantalones piratas de color blanco, un potencial desastre en este nido de polvo.
—¿Puedo ayudarte?
Ella se coloca el bolso debajo del brazo y me ofrece la mano.
—Soy Alice—responde, mientras se la estrecho.
—Bella.
Señala con el pulgar por encima del hombro.
—Hay un cartel en la puerta. Pone que buscan personal. Miro hacia donde señala y levanto las cejas.
—¿Ah, sí? «Yo no he puesto ningún cartel.»
Ella asiente, pero se encoge de hombros.
—Aunque parece viejo. Probablemente lleva allí un tiempo. He salido a pasear y, al ver el cartel, me he asomado, por curiosidad.
Me ha caído bien desde el primer momento. Tiene una voz agradable y una sonrisa que parece sincera. Mi madre me apoya una mano en el hombro y se inclina hacia mí para darme un beso en la mejilla.
—Tengo que irme —me dice.
—Esta noche lo celebramos —le recuerdo mientras sale. Luego me vuelvo hacia Alice—. La verdad es que todavía no tengo previsto contratar a nadie. —Señalo a mi alrededor—. Voy a montar una floristería, pero tardaré un par de meses en abrir, por lo menos. Sé que no debería dejarme llevar por los prejuicios, pero esta mujer no parece de las que se conforman con el salario mínimo. Ya solo su bolso debe de costar más que este edificio. Se le iluminan los ojos.
—¿En serio? ¡Me encantan las flores! —Da una vuelta en redondo—. Este local tiene muchísimo potencial. ¿De qué color piensas pintarlo?
Cruzó un brazo ante el pecho y me agarro el codo. Balanceándome sobre los talones, respondo:
—No lo sé aún. Me han dado las llaves del local hace una hora, así que todavía no me ha dado tiempo a pensar en la decoración.
—Bella, ¿verdad?
Yo asiento con la cabeza.
—No tengo estudios de diseño, Bella, pero decorar es lo que más me gusta en la vida. Si necesitas ayuda, lo haré gratis.
Ladeo la cabeza.
—¿Trabajarías gratis?
Ella asiente.
—No necesito trabajar. He entrado por un impulso, porque reconozco que a veces me aburro. Me encantaría ayudarte en lo que necesites: limpiar, decorar, elegir colores. Soy una yonqui de Pinterest; estoy enganchada. — Señala hacia algo que queda a mi espalda—. Esa puerta rota, por ejemplo. Podría renovarla y quedaría espectacular. En realidad, casi todo lo que hay se podría aprovechar con un buen lavado de cara.
Yo miro a mi alrededor, sabiendo que el trabajo me queda grande. No voy a ser capaz de hacerlo sola. La mitad de los objetos son demasiado pesados para moverlos sin ayuda. Voy a tener que contratar a alguien antes o después.
—No voy a consentir que trabajes gratis, pero podría pagarte diez dólares la hora si realmente estás interesada. Ella aplaude y estoy segura de que, si no hubiera llevado tacones, se habría puesto a dar saltos.
—¿Cuándo puedo empezar?
Bajo la vista hacia sus pantalones blancos.
—¿Te va bien mañana? Supongo que querrás ponerte algo más sufrido.
Ella hace un gesto con la mano, quitándole importancia, y deja el bolso de Hermès sobre una mesa cubierta de polvo.
—Tonterías. Mi marido está viendo un partido de los Bruins en un bar que hay más abajo. Si a ti te va bien, prefiero quedarme contigo y empezamos ya.
Dos horas más tarde estoy convencida de que acabo de conocer a mi nueva mejor amiga. Y no exageraba: es una yonqui de Pinterest. Escribimos GUARDAR y TIRAR en pósits y los pegamos en todos los objetos del local. Como yo, es una firme defensora de reciclar de manera creativa, y acabamos con ideas para reutilizar el 75 por ciento de las cosas que dejaron en el restaurante. Dice que el resto lo tirará su marido cuando tenga tiempo libre.
Una vez que hemos decidido qué vamos a hacer con las cosas, cojo una libreta y un boli, y nos sentamos en una de las mesas a anotar ideas para la decoración.
—Bien —dice, echándose hacia atrás en la silla. Me aguanto la risa porque tiene los pantalones pirata llenos de polvo, pero a ella no parece importarle—. ¿Te has marcado algún objetivo? —pregunta, mirando de nuevo a su alrededor.
—Sí, tengo uno: que sea un éxito.
Ella se echa a reír.
—De eso no me cabe duda: será un éxito, pero necesitas una idea de conjunto.
Pienso en lo que me ha dicho mi madre: «Asegúrate de que sea una decisión valiente y atrevida, Bella». Sonriendo, enderezo la espalda.
—Quiero un local valiente y atrevido —le digo—. Quiero que sea diferente, quiero arriesgarme. Ella entorna los ojos y mordisquea la punta de su bolígrafo.
—Pero vas a vender flores. ¿Cómo puede ser una floristería valiente y atrevida?
Miro a mi alrededor, tratando de expresar lo que digo en conceptos concretos, pero me cuesta porque ni siquiera tengo clara la idea. Me estoy poniendo nerviosa, como cuando estás a punto de tener una revelación importante.
—¿Qué palabras te vienen a la cabeza cuando piensas en flores? —le pregunto.
Ella se encoge de hombros.
—No sé. Son adorables, ¿no? Están vivas, así que me hacen pensar en vida. Y en el color rosa. Y en la primavera.
—Adorables, vida, rosa, primavera —repito, y un instante después, exclamo—: ¡Alice, es genial, brillante! —Me levanto y camino de un lado a otro—. ¡Tomaremos lo que a todo el mundo le gusta de las flores y haremos justo lo contrario!
Ella esboza una mueca, dejándome entender que no me sigue.
—Vale, a ver. Qué te parece si, en vez de mostrar el lado bonito y adorable de las flores, destacamos su lado más canalla. En vez de elegir flores de color rosa, nos centramos en tonos más oscuros, como el púrpura o incluso el negro. Y en lugar de limitarnos a la primavera y la vida, celebramos también el invierno y la muerte.
Alice abre mucho los ojos.
—Pero... ¿qué hacemos con los clientes que quieren flores rosas?
—Pues les damos lo que quieren, por supuesto, pero también les venderemos cosas que todavía no saben que quieren.
Ella se rasca la mejilla.
—Entonces, ¿tu idea es vender flores negras?
Parece preocupada, y no me extraña. Solo está viendo la parte oscura del proyecto. Me siento y trato de llevarla a mi terreno.
—Alguien me dijo una vez que no hay malos y buenos. Todos somos personas que a veces hacemos cosas malas. La frase se me quedó grabada porque es muy cierta. Todos tenemos nuestra parte buena y nuestra parte mala. Quiero que ese sea el lema de la tienda. En vez de pintar las paredes con tonos empalagosos, las pintaremos de color púrpura con toques negros. Y en lugar de colocar las flores de siempre en aburridos jarrones de cristal que hacen que la gente piense en vida, les daremos un toque provocador, atrevido y valiente. Mostraremos centros de flores más oscuras, o ramos atados con cuero o cadenas de plata. Y nada de jarrones de cristal; en todo caso de ónix negro o..., qué sé yo..., jarrones forrados con terciopelo púrpura y adornados con tachuelas plateadas. Las posibilidades son infinitas. —Vuelvo a levantarme—. Floristerías para gente que adora las flores hay en todas partes, pero ¿qué pasa con la gente que odia las flores? ¿Quién piensa en ellos?
Alice negó con la cabeza.
—Nadie —susurra.
—Exacto, nadie.
Nos quedamos observándonos en silencio unos momentos, hasta que no puedo más. Estoy a punto de estallar de nervios y alegría, y me echo a reír como una niña pequeña. Alice se contagia y ríe conmigo. Da un salto y me abraza.
—Bella, ¡es tan retorcido que resulta brillante!
—¡Lo sé! —Me siento cargada de energía—. Necesito un escritorio para poder ponerme a hacer el plan de negocio, pero ¡mi futuro despacho está lleno de cajas de verdura!
Ella se dirige hacia la trastienda.
—¡Pues venga, vamos a sacarlas de ahí y a comprarte un escritorio!
Nos apretamos en el futuro despacho y empezamos a sacar las cajas una a una. Me subo a una silla para apilar las cajas que sacamos y así tener más sitio para movernos.
—Estas cajas son perfectas para los expositores que tengo en la cabeza.
Me alcanza dos más y se aleja. Me pongo de puntillas para colocarlas en lo alto de la pila, pero esta se vence y se me cae encima. Trato de agarrarme a alguna parte, pero el montón de cajas me desequilibra y me caigo de la silla. Al chocar contra el suelo noto que el tobillo se me tuerce y el pie me queda en una postura nada natural. Un instante después, el dolor me sube por la pierna.
Alice vuelve corriendo y me quita un par de cajas de encima.
—¡Bella! ¡Ay, Dios! ¿Estás bien?
Me siento, pero ni se me ocurre apoyar peso en el pie. Negando con la cabeza, respondo:
—El tobillo. Ella me quita el zapato y se saca el móvil del bolsillo. Marca un número y me mira.
—Sé que es una pregunta tonta, pero ¿no tendrás una nevera con hielo por aquí?
Niego con la cabeza.
—Me lo imaginaba. —Conecta la función «manos libres» y deja el teléfono en el suelo para levantarme la pernera de los pantalones. Hago una mueca, no tanto de dolor como de rabia.
No me creo que haya sido tan idiota. Si me he roto el tobillo, estoy jodida. Acabo de gastarme la herencia de mi padre en un edificio que ni siquiera podré renovar hasta dentro de meses.
—Eeeeh, Ali—murmura una voz profunda al otro lado del teléfono—. ¿Dónde estás? Ya ha acabado el partido.
Ella coge el teléfono y se lo acerca a la boca.
—En el trabajo. Escúchame, necesito...
El tipo la interrumpe.
—¿En el trabajo? Nena, tú no tienes trabajo.
Alice sacude la cabeza.
—Jasper, que me escuches. Es una urgencia. Creo que mi jefa se ha roto el tobillo. Necesito que traigas hielo.
Él vuelve a interrumpirla riendo a carcajadas.
—¿Tu jefa? Nena, te recuerdo que no tienes trabajo —repite.
Alice mira al cielo con resignación.
—Jasperl, ¿estás borracho?
—Es noche de pijamas —responde, arrastrando las palabras—. Ya lo sabías cuando nos dejaste en el bar, Ali, cerveza gratis hasta...
Ella suelta un gruñido.
—Dile a mi hermano que se ponga.
—Vale, vale —murmura Jasper.
Salen ruidos del teléfono hasta que otra voz habla.
—¿Sí?
Alice le da nuestra dirección.
—Ven aquí ahora mismo, por favor. Y trae una bolsa de hielo.
—Sí, señora. —El hermano también suena un poco bebido, francamente. Se oyen risas y a alguien que dice «está de mal humor» antes de colgar.
Alice se guarda el móvil en el bolsillo.
—Iré a esperarlos a la puerta; el bar se encuentra muy cerca. ¿Estarás bien aquí? Yo asiento y trato de agarrarme a la silla.
—Tal vez debería probar si puedo caminar.
Alice me empuja el hombro para que vuelva a apoyarme en la pared.
—No, no te muevas. Espera a que lleguen, ¿vale?
No sé qué van a poder hacer por mí dos tipos borrachos, pero asiento. Mi nueva empleada se ha puesto en modo autoritario y me da un poco de miedo ahora mismo. Espero en la trastienda unos diez minutos y al fin oigo abrirse la puerta.
—Pero ¡qué demonios! —exclama una voz masculina—. ¿Qué haces tú sola en este edificio destartalado?
Alice responde:
—Está ahí.
Se acerca a mí seguida de un tipo que lleva un pijama de una sola pieza. Es alto, más bien delgado, guapo, con cara de niño, ojos grandes de mirada sincera y el pelo oscuro, alborotado y bastante, pero bastante largo. Ha traído una bolsa de hielo.
«¿He mencionado que lleva un pijama de una pieza?» Un pijama que parece de bebé, pero en talla de adulto, con dibujos de Bob Esponja.
—¿Es tu marido? —le pregunto a Alice, alzando una ceja.
—Desgraciadamente —responde ella, con expresión sufrida.
Se vuelve hacia él y, en ese momento, otro tipo —que también lleva pijama de una pieza— hace su aparición. No me fijo en él porque Alice me está contando por qué van vestidos así un miércoles cualquiera.
—Hay un bar aquí al lado que sirve cerveza gratis a todos los que se presenten con pijama de una pieza cuando juegan los Bruins. —Se acerca más a mí y hace un gesto a los hombres para que la sigan—. Se ha caído de la silla y se ha hecho daño en el tobillo —le dice al que no es su marido.
Él rodea a Jasper y lo primero en lo que me fijo es en sus brazos. «¡Joder! Yo esos brazos los he visto antes.» Son los brazos de un neurocirujano. «¿Alice es su hermana?» ¿La hermana que es la dueña de la última planta entera de su bloque y cuyo marido trabaja en pijama desde casa y gana una millonada al año?
Cuando nuestros ojos se encuentran, su cara entera se transforma en una sonrisa. No he visto a Jacob desde hace —«Dios mío, ¿cuánto ha pasado ya?»— seis meses. Durante ese tiempo he pensado bastante en él, pero nunca me imaginé que volveríamos a vernos.
—Jacob, ella es Bella. Bella, mi hermano, Jacob—nos presenta—. Y él es mi marido, Jasper.
Ryle se acerca y se arrodilla ante mí.
—Bella —me dice, dirigiéndome una sonrisa—. Encantado de conocerte.
Es obvio que se acuerda de mí, se nota en su sonrisa, pero, al igual que yo, está fingiendo que es la primera vez que nos vemos. No me apetece nada explicar las circunstancias en que nos conocimos, y supongo que a él le pasa lo mismo.
Jacob me levanta el tobillo y lo examina.
—¿Puedes moverlo?
Yo lo intento, pero una punzada de dolor agudo me recorre la pierna. Inspiro hondo entre los dientes apretados y niego con la cabeza.
—Aún no; me duele.
Jacob le hace un gesto a Jasper.
—Busca algo donde poner el hielo.
Alice sigue a Jasper cuando este sale de la trastienda. Cuando se van, Jacob me mira y sonríe.
—No te cobraré, pero solo porque estoy un poco borracho —me dice, guiñándome el ojo.
Ladeo la cabeza.
—La primera vez que te vi ibas colocado; ahora estás borracho. No sé si vas a llegar a ser un neurocirujano demasiado cualificado.
Él se echa a reír.
—Supongo que te he dado esa imagen, pero te prometo que no me coloco casi nunca y hoy es mi primer día libre en más de un mes. Necesitaba una cerveza. O más bien cinco.
Jasper regresa con el hielo envuelto en un trapo viejo. Se lo da a Jacob, que lo presiona contra el tobillo.
—Voy a necesitar el botiquín que tienes en el coche —le pide a Alice.
Ella asiente y se lleva a Jasper de la mano. Jacob apoya una mano en la planta del pie.
—Empuja contra mi mano —me ordena. Yo sigo sus instrucciones. Me duele, pero soy capaz de desplazar su mano.
—¿Está roto? Él mueve el pie de un lado a otro antes de responder:
—No, no lo creo. Esperemos un par de minutos y probaremos a ver si aguanta tu peso.
Asiento y lo observo ponerse cómodo frente a mí. Se sienta con las piernas cruzadas y apoya mi tobillo en su regazo. Mira a su alrededor antes de volver a mirarme a los ojos.
—Y ¿este local? ¿Qué es?
Le sonrío con entusiasmo; tal vez excesivo.
—Es Bella Swans y será una floristería dentro de unos dos meses.
Te juro que su cara entera se ilumina de orgullo.
—No me lo puedo creer. ¿En serio? ¿De verdad vas a abrir tu propio negocio?
Yo asiento.
—Sí. He pensado que más me valía intentarlo ahora que soy joven y aún puedo recuperarme si sale mal.
Una de sus manos aguanta la bolsa de hielo, pero la otra la tiene alrededor de mi pie desnudo y me lo está acariciando con el pulgar, como si fuera lo más normal del mundo, pero no lo es. Noto con mucha más intensidad el contacto de su mano que el dolor en el tobillo.
—Estoy ridículo, ¿no? —pregunta, echándole un vistazo a su pijama de una pieza, que es rojo, liso.
Me encojo de hombros.
—Al menos el tuyo no tiene dibujos animados. Te da un aspecto algo más maduro que el de Bob Esponja.
Él se echa a reír, pero la sonrisa se le borra de la cara cuando apoya la cabeza en la puerta que queda a su lado. Me examina y dice:
—Eres aún más bonita a plena luz del día.
En momentos como este, odio con todas mis fuerzas ser pelirroja. Soy tan pálida que cuando me ruborizo no se me nota solo en las mejillas, sino en toda la cara, en el cuello y también en los brazos. Apoyo la cabeza en la pared a mi espalda y le sostengo la mirada.
—¿Quieres oír la pura verdad?
Él asiente.
—He querido volver a tu azotea más de una vez desde aquella noche, pero tenía miedo de encontrarte allí. Me... me alteras.
Él deja de acariciarme el pie.
—¿Me toca?
Yo asiento. Con los ojos entornados, baja la mano a la planta del pie, que me recorre desde la punta de los dedos hasta el talón.
—Sigo teniendo muchas ganas de follarte.
Alguien contiene el aliento y no soy yo. Jacob y yo miramos a la vez hacia la puerta. Alice está boquiabierta, con los ojos como platos, señalando a Jacob.
—Pero ¿qué...? —Mirándome a mí, se disculpa—. Lo siento mucho, Bella. —Le lanza a Jacob una mirada furibunda—. ¿Acabas de decirle a mi jefa que quieres follártela?
«Ay, madre.» Jacob permanece en silencio, mordiéndose el labio inferior. Jasper se asoma por detrás de Alice.
—¿Qué pasa? —pregunta.
Ella mira a Jasper y vuelve a señalar a Jacob.
—¡Acaba de decirle a Bella que quiere follársela!
Jasper nos mira a los dos. No sé si echarme a reír o si esconderme debajo de una mesa.
—¿Le has dicho eso? —le pregunta a Jacob, que se encoge de hombros.
—Eso parece.
Alice esconde la cara entre las manos.
—¡Dios bendito! —exclama, y me mira—. Está borracho. Los dos lo están. Por favor, no me juzgues a mí por las gilipolleces de mi hermano.
Sonriendo, hago un gesto quitándole importancia a lo sucedido.
—No pasa nada, Alice. Hay un montón de gente que quiere follarme. —Miro a Jacob, que sigue acariciándome el pie como si nada—. Al menos tu hermano es sincero. No hay muchas personas capaces de reconocer lo que están pensando.
Jacob me guiña el ojo y aparta el tobillo de su regazo con cuidado.
—Vamos a ver si puedes apoyar peso en ese pie. —Entre Jasper y él me ayudan a levantarme. Jacob señala una mesa situada a un par de metros, contra una pared—. Vamos a intentar llegar hasta esa mesa para que pueda vendártelo.
Me rodea la cintura firmemente con un brazo para asegurarse de que no me caigo. Jasper se coloca al otro lado, pero no hace gran cosa; solo me da seguridad con su presencia. Apoyo un poco de peso en el pie y me duele el tobillo, pero no es un dolor insoportable. Soy capaz de ir dando saltitos hasta la mesa con mucha ayuda de Jacob, que me levanta hasta que me siento a la mesa y apoyo la espalda en la pared, con la pierna estirada delante de mí.
—La buena noticia es que no está roto.
—Y ¿la mala? —le pregunto.
Mientras abre el botiquín, responde:
—Que vas a tener que reposar unos días, sin apoyar el pie en el suelo. Al menos una semana; tal vez un poco más según lo que tarde en curarse.
Cierro los ojos y apoyo la cabeza en la pared.
Pero tengo tantas cosas que hacer —me lamento. Él empieza a vendarme el tobillo con delicadeza. A su espalda, Alice lo observa.
—Tengo sed —dice Jasper—. ¿A alguien le apetece beber algo? Hay una tienda aquí enfrente.
—Yo nada, gracias —dice Ryle.
—Yo me tomaría un agua —respondo.
—Sprite —dice Alice.
Jasper la agarra de la mano.
—Tú te vienes conmigo.
Alice se suelta y se cruza de brazos.
—No voy a ningún lado; no me fío de mi hermano.
—Alice, no pasa nada —le aseguro—. Estaba bromeando. Ella me mira en silencio unos instantes antes de quedarse satisfecha.
—Vale, pero prométeme que no me despedirás si vuelve a hacer alguna gilipollez.
—Te prometo que no te despediré.
Convencida al fin, recupera la mano de Jasper y se marchan. Sin dejar de vendarme el tobillo, Jacob me pregunta:
—¿Mi hermana trabaja para ti?
—Sí; la contraté hace un par de horas.
Él busca en el botiquín y saca esparadrapo.
—¿Eres consciente de que mi hermana no ha tenido un empleo en su vida?
—Sí, ya me ha avisado —respondo. Me fijo en que tiene los dientes apretados y no parece tan relajado como hace un rato. Se me ocurre que tal vez piense que he contratado a su hermana para acercarme a él—. No tenía ni idea de que era tu hermana hasta que te he visto entrar en la tienda. Lo juro.
Él me mira un momento antes de volver a concentrarse en el vendaje
—No lo he pensado —me asegura, mientras coloca el esparadrapo sobre la venda.
—Ya lo sé, pero por si acaso. Odiaría que creyeras que quiero cazarte o algo así. Nuestros objetivos en la vida son distintos, no sé si te acuerdas.
Asintiendo, él deja el pie delicadamente sobre la mesa.
—Lo recuerdo. Yo soy de citas de una noche mientras que tú vas en busca del santo grial.
Me echo a reír.
—Tienes buena memoria.
—Cierto —me dirige una sonrisa lánguida—, pero también es cierto que no eres fácil de olvidar.
«Por Dios.» Tiene que dejar de decir estas cosas. Apoyo las manos en la mesa y bajo la pierna.
—Se avecina una pura verdad.
Él se apoya en la mesa y dice:
—Soy todo oídos. Me lanzo de cabeza.
—Me atraes mucho —admito—. No hay casi nada de ti que no me guste. Y teniendo en cuenta que tú y yo buscamos cosas distintas en la vida, si volvemos a encontrarnos te agradecería que dejaras de decirme cosas que se me suben a la cabeza. No me parece justo.
Él asiente una vez.
—Ahora yo. —Apoya la mano en la mesa, cerca de la mía, y se inclina un poco hacia mí—. A mí también me atraes mucho; no hay casi nada de ti que no me guste, pero prefiero que no volvamos a encontrarnos nunca, porque no me gusta pasar tanto tiempo pensando en ti. Que en realidad no es tanto, pero es más de lo que desearía. Así que, si sigues sin estar interesada en una sola noche, creo que será mejor que nos esforcemos en no volver a coincidir, porque no va a ser fácil para ninguno de los dos.
No sé cómo hemos acabado tan cerca. Su proximidad hace que me resulte difícil prestar atención a las palabras que salen de su boca. Él baja la vista hacia mis labios, pero en cuanto oye que se abre la puerta de la tienda, se aleja rápidamente. Cuando Alice y Jasper llegan, se encuentran a Jacob apilando las cajas que se habían caído.
Alice baja la vista hacia mi tobillo.
—¿Y bien? ¿Cuál es el veredicto?
La miro poniendo morritos.
—Tu hermano, el médico, dice que no puedo apoyar el pie en el suelo durante unos días.
Ella me da el agua que les he encargado.
—Menos mal que me tienes a mí. Puedo ocuparme de despejar esto y limpiarlo mientras tú reposas.
Doy un trago y me seco la boca.
—Alice, te nombro empleada del mes.
Ella sonríe y se vuelve hacia Jasper.
—¿Has oído eso? ¡Soy su mejor empleada!
Él la rodea con el brazo y le da un beso en la coronilla.
—Estoy orgulloso de ti, Ali.
Me gusta que use ese diminutivo para Alice. Me pregunto si alguna vez conoceré a alguien que me ponga un diminutivo empalagoso.
—¿Necesitas ayuda para llegar a casa? —me pregunta.
Bajo de la mesa e intento apoyar el pie.
—Tal vez hasta el coche. Como es el pie izquierdo, supongo que podré conducir sin problemas. Ella se acerca y me rodea la cintura con el brazo.
—Si quieres dejarme las llaves, cerraré la tienda y volveré mañana para seguir limpiando.
Los tres me acompañan hasta el coche, aunque Jacob deja que Alice sea la que haga casi todo el esfuerzo. Casi parece que le dé miedo tocarme.
Cuando estoy dentro del coche, Alice mete mi bolso y mis otras cosas en la guantera y se sienta a mi lado, en el asiento del copiloto. Saca mi móvil del bolso y anota su número en él.
Jacob se asoma a la ventanilla.
—No olvides ponerte hielo en el tobillo tanto rato como puedas durante los próximos días. Los baños de agua fría también van bien.
Asiento.
—Gracias por la ayuda.
Allysa interviene.
—¿Jacob? Tal vez deberías acompañarla a casa y volver en taxi, por si acaso.
Él me mira y niega con la cabeza.
—No creo que sea buena idea. Puede volver sola. He bebido más de la cuenta; es mejor que no conduzca.
—Al menos podrías acompañarla hasta su casa —insiste Alice, pero él vuelve a negar con la cabeza y, tras dar unos golpecitos en el techo del coche, se da la vuelta y se marcha.
Todavía estoy observándolo cuando Alice me devuelve el móvil y me dice:
—Ahora en serio, siento mucho lo de mi hermano. Primero te tira los trastos y luego se comporta como un capullo egoísta. —Baja del coche, cierra la portezuela y sigue hablándome por la ventanilla—. Por eso se quedará soltero toda la vida. —Me señala el móvil—. Envíame un mensaje cuando llegues a casa. Y llámame si necesitas algo. Los favores no te los facturaré como horas de trabajo.
—Gracias, Alice.
Ella sonríe.
—No, gracias a ti. Hacía mucho tiempo que mi vida no me parecía tan apasionante. Concretamente desde el concierto de Paolo Nutini al que fui el año pasado. Se despide con la mano y se dirige hacia donde Jasper y Jacob la están esperando.
Los observo alejarse calle abajo por el retrovisor. Cuando dan la vuelta a la esquina, veo que Jacob se gira y mira en mi dirección. Cierro los ojos y suelto el aire. Las dos ocasiones en que he estado con Jacob han coincidido con días que preferiría olvidar: el funeral de mi padre y la caída que ha acabado con un esguince de tobillo.
Aunque, para ser sincera, su presencia ha hecho que las dos desgracias fueran más llevaderas. «Odio que sea el hermano de Alice. Sospecho que esta no será la última vez que nos veamos.».
—-
Tienen algún día que deseen borrar de sus memorias? Yo tengo un par :)
Será que recibió algún review? Nos vemos en la próxima actualización
