Tanto la historia como los personajes de esta historia no me pertenecen, yo solo me divierto adaptándola.

Cap 5

Jacob acertó.

Con unos cuantos días de reposo, el tobillo se recuperó lo suficiente como para poder apoyar el pie y caminar un poco. Sin embargo, he esperado una semana entera para salir de casa. No tenía ganas de volver a torcérmelo.

Por supuesto, lo primero que he hecho ha sido ir a mi floristería. Cuando he llegado, Alice ya estaba allí. Decir que me he quedado sorprendida es quedarme muy corta. Estaba todo tan cambiado que parecía otro local. Todavía hay que hacer miles de cosas, pero Jasper y ella se han librado de todo lo que marcamos como trastos para tirar. Lo demás lo han dividido en distintos montones.

Han limpiado los cristales y fregado el suelo, y también han despejado el cuartito que voy a usar como despacho. He ayudado durante unas horas, pero Alice no me ha dejado hacer nada que requiriera caminar, así que básicamente me he dedicado a planificar. Hemos elegido los colores para la pintura y fijado una fecha para la inauguración, que será dentro de unos cincuenta días.

Cuando Alice se ha ido, he hecho todas las cosas que no me ha dejado hacer mientras ella estaba allí. Me ha sentado de maravilla volver al trabajo, pero ¡madre mía! Estoy agotada. Y esa es la razón por la que me estoy preguntando si merece la pena levantarme del sofá para abrir la puerta a la que acaban de llamar. Rose vuelve a estar en casa de Emmet y hace apenas unos instantes he hablado con mi madre por teléfono, así que sé que no es ninguna de las dos.

Voy hasta la puerta y miro por la mirilla antes de abrir. Al principio no lo reconozco porque tiene la cabeza agachada, pero luego la levanta y mira a la derecha y me da un vuelco el corazón.

«¿Qué está haciendo aquí?»

JAcob vuelve a llamar y yo hago un patético esfuerzo de chafarme el pelo con los dedos, pero es una batalla perdida. Me he partido el culo trabajando y voy hecha un desastre, así que necesitaría al menos media hora para ducharme, maquillarme y vestirme. Pero no tengo media hora, así que va a tener que conformarse conmigo tal como estoy. Cuando abro, su reacción me sorprende.

—Joder —dice, apoyando la cabeza en el marco de la puerta. Respira con dificultad, como si viniera de correr, y en ese momento me doy cuenta de que no tiene mejor aspecto que yo. Lleva barba de dos días, es la primera vez que lo veo sin afeitar, y no va peinado como habitualmente. Podría definir su pelo como... errático, igual que su mirada—. ¿Tienes idea de a cuántas puertas he tenido que llamar para encontrarte?

Niego con la cabeza porque no tengo ni idea. Pero ahora que saca el tema... «¿Cómo demonios ha sabido dónde vivía?»

—Veintinueve —dice. Levanta las manos y me muestra la cifra con los dedos, mientras susurra—: Dos... Nueve. Lo recorro con la vista. Va vestido con pijama de quirófano. ¿No podría llevar otra cosa? Le queda mejor que el pijama de una pieza y mucho mejor que la camisa Burberry.

—Y ¿por qué has llamado a veintinueve puertas? —le pregunto, ladeando la cabeza.

—Porque no me dijiste cuál era tu piso —responde como si fuera obvio —. Dijiste que vivías en este edificio, pero ni siquiera recordaba si habías mencionado la planta. He estado a punto de empezar por la tercera. Si hubiera hecho caso a mi instinto, te habría encontrado una hora antes.

—¿Por qué has venido?

Él se frota la cara con las manos y señala por encima de mi hombro.

—¿Puedo pasar?

Yo también miro por encima del hombro y abro un poco más la puerta.

—Supongo. Si me dices qué quieres.

Cuando él entra, cierro la puerta. Mira a su alrededor, demasiado sexy con el dichoso pijama de quirófano, y se lleva las manos a las caderas cuando se vuelve hacia mí. Se le ve decepcionado, pero no sé si conmigo o consigo mismo.

—Se avecina una pura verdad de las grandes —me advierte—. Prepárate.

Me cruzo de brazos y espero mientras él inspira hondo, preparándose para hablar.

—Estos dos meses que vienen van a ser los más importantes de mi carrera. Necesito estar concentrado. Estoy a punto de acabar mis años como médico residente y ya solo me faltará el examen final para obtener la especialidad. —Camina de un lado a otro del salón, gesticulando frenéticamente con las manos—. Pero, durante esta última semana, no he podido pensar en otra cosa que no seas tú. Y no lo entiendo. En el trabajo, en casa... Solo puedo pensar en lo bien que me siento cuando estoy a tu lado. Necesito que pongas fin a esta locura, Bella. —Deja de caminar y se detiene frente a mí—. Por favor, haz que pare. Solo una vez. No necesito más, te lo juro.

Me clavo los dedos en el brazo. Jacob sigue jadeando un poco y su mirada sigue siendo frenética, pero también suplicante.

—¿Cuándo dormiste por última vez? —le pregunto.

Él me dirige una mirada exasperada, como si no lo estuviera entendiendo.

—Acabo de salir de una guardia de cuarenta y ocho horas —responde desdeñosamente—. Céntrate, Bella.

Asiento y repaso mentalmente lo que acaba de decirme. Si no fuera porque no puede ser, casi pensaría que... Inspiro hondo.

—Jacob —digo, con cautela—. ¿En serio has llamado a veintinueve puertas para contarme que pensar en mí es una tortura y que debería acostarme contigo para que puedas olvidarte de mí? ¿Me tomas el pelo?

Él frunce los labios y, tras unos cinco segundos de reflexión, asiente lentamente con la cabeza.

—Bueno, sí. Pero suena mucho peor cuando lo dices tú.

Dejo escapar una risa exasperada.

—Porque es ridículo, Jacob.

Él se muerde el labio inferior y mira a su alrededor, como si quisiera salir huyendo. Abro la puerta y le muestro el camino, pero no se va. Baja la vista hasta mi tobillo.

—Tiene buen aspecto —dice—. ¿Cómo va?

Yo alzo las cejas con resignación.

—Bien. Hoy ha sido el primer día que he podido ayudar a Alice en la tienda.

Él asiente y parece que va a marcharse, pero, cuando pasa por mi lado, se vuelve bruscamente hacia mí y apoya las manos en la puerta, a ambos lados de mi cabeza. Contengo el aliento tanto por su cercanía como por su persistencia.

—Por favor... —me ruega.

Yo niego con la cabeza, aunque mi cuerpo se está pasando al enemigo y le está rogando a mi mente que se rinda.

—Se me da bien, Bella—me tienta, sonriendo—. No tendrás que hacer casi nada.

Se me escapa la risa, pero su determinación es tan divertida como molesta.

—Buenas noches, Jacob.

Deja caer la cabeza y la sacude de lado a lado. Aparta las manos de la puerta y yergue la espalda. Sale al rellano pero, en vez de alejarse, se deja caer de rodillas ante mí y me abraza por la cintura.

—Por favor, Bella—me pide, riéndose de sí mismo por lo absurdo de la situación—. Por favor, acuéstate conmigo. —Me está mirando con ojos de corderito mientras me dirige una sonrisa patéticamente esperanzada—. Te deseo mucho, no te imaginas cuánto. Si te acuestas conmigo, te prometo que no volverás a saber nada más de mí; nunca.

Ver a un neurocirujano de rodillas a mis pies suplicándome sexo me resulta curiosamente sexy. Si él es patético, yo no me quedo atrás.

—Levántate —le ordeno, librándome de sus brazos—. Estás haciendo el ridículo.

Él se levanta lentamente, deslizando las manos por la puerta hasta que vuelve a tenerme atrapada entre sus brazos.

—¿Eso es un sí?

Su pecho está rozando el mío. Sentirse tan deseada es increíble. Sé que no debería gustarme, pero cuando lo miro me cuesta respirar. Sobre todo cuando me dirige esa sonrisa tan sugerente.

—Jacob, no me siento nada sexy ahora mismo. Me he pasado el día trabajando, estoy agotada, huelo a sudor y a polvo. Si te esperas a que me duche, tal vez vuelva a verme lo bastante sexy como para acostarme contigo.

Él empieza a asentir como un poseso antes de que acabe la frase.

—Dúchate. Tómate el tiempo que necesites. Te espero.

Lo aparto de un manotazo y cierro la puerta. Él me sigue hasta el dormitorio y le pido que me espere en la cama. Por suerte, limpié la habitación ayer. Normalmente tengo ropa tirada por todas partes, libros apilados en la mesita de noche y zapatos y sujetadores que no guardo en el armario, pero hoy todo está ordenado. Incluso he hecho la cama antes de ir a trabajar; no faltan ni los horribles cojines guateados que mi abuela zurció para todos los miembros de la familia. Echo un vistazo a mi alrededor para asegurarme de que no hay nada embarazoso que pueda llamarle la atención. Él se sienta en la cama y lo observo mientras mira a su alrededor. Desde la puerta del baño, le doy una última oportunidad para cambiar de idea.

—Dices que quieres acostarte conmigo para poder olvidarme, pero te lo advierto, Jacob, soy como una droga. Acostarte conmigo solo va a hacer que tengas más ganas, pero no habrá más oportunidades. Me niego a convertirme en una de esas chicas que usas para..., ¿cómo lo dijiste? ¿Satisfacer tus necesidades?

Él se reclina y se apoya en los codos.

—Tú no eres como esas chicas, Bella. Y yo no soy de los que necesitan más de una vez, así que no hay nada por lo que debamos preocuparnos.

Cierro la puerta del baño, preguntándome cómo me he dejado convencer por este tipo. Es el pijama de quirófano. El pijama de quirófano es mi debilidad. No tiene nada que ver con él. «Me pregunto si podría dejárselo puesto mientras lo hacemos.» Nunca tardo más de media hora en ducharme, pero esta vez paso casi una hora en el baño. Me he afeitado más zonas de las que eran estrictamente necesarias; he estado unos veinte minutos al borde de un ataque de pánico, a punto de salir y decirle que se fuera. Sin embargo, ahora que tengo el pelo seco y estoy más limpia que nunca, creo que tal vez sea capaz de hacerlo.

Sí, puedo liarme con alguien una noche; al fin y al cabo, ya tengo veintitrés años. Abro la puerta y veo que sigue en mi cama. Me siento un poco decepcionada al ver que se ha quitado la casaca de quirófano, que está tirada en el suelo. No veo los pantalones, así que supongo que los lleva puestos, pero como está tapado con la colcha no puedo asegurarlo.

Cierro la puerta a mi espalda y espero a que se dé la vuelta hacia mí, pero no lo hace. Doy unos pasos hacia él y es entonces cuando me doy cuenta de que está roncando. Y no son los ronquidos ligeros de alguien que acaba de dormirse; es el tipo de ronquido del que está en medio de una fase REM.

—Jacob... —susurro, pero no reacciona ni siquiera cuando lo sacudo.

«¿Me está tomando el pelo?»

Me tumbo en la cama, sin andarme con cuidado. Me da igual si se despierta o no. Acabo de pasarme una hora preparándome para él tras partirme el lomo en la tienda... y ¿me lo paga así? Sin embargo, no puedo enfadarme con él, sobre todo al ver lo tranquilo y relajado que está. No puedo imaginarme el esfuerzo que debe de suponer hacer una guardia de cuarenta y ocho horas. Además, mi cama es muy cómoda. Tan cómoda que puede provocar que una persona se quede frita después de haber dormido una noche entera del tirón.

«Debería habérselo advertido.»

Compruebo la hora en el reloj. Son las diez y media de la noche. Pongo el móvil en silencio y me acuesto a su lado. Su teléfono está en la almohada, al lado de su cabeza. Lo cojo y nos enfoco a los dos, asegurándome de que mi escote está en un ángulo favorecedor. Nos saco una foto para que vea lo que se ha perdido. Apago la luz y me río en silencio porque me hace gracia pensar que voy a dormir al lado de un hombre semidesnudo al que ni siquiera he besado.

Noto sus dedos ascendiendo por mi brazo antes de abrir los ojos. Disimulo una sonrisa y finjo seguir durmiendo. Me acaricia el hombro y se detiene en la clavícula, antes de llegar al cuello. En ese punto tengo un pequeño tatuaje que me hice en la universidad. Es el contorno de un corazón, ligeramente abierto por arriba. Noto que rodea el tatuaje con los dedos antes de inclinarse sobre mí y apoyar los labios sobre él. Cierro los ojos con más fuerza.

—Bella —susurra, rodeándome la cintura con el brazo. Gimo ligeramente, tratando de espabilarme, y me tumbo de espaldas para mirarlo. Cuando abro los ojos, lo encuentro observándome. Por la luz que entra por la ventana, calculo que aún no son ni las siete de la mañana. —Soy el hombre más despreciable que conoces, ¿no?

Me río, pero asiento.

—Si no el que más, te acercas mucho.

Sonriendo, me aparta el pelo de la cara. Se inclina sobre mí y me besa la frente. Odio que lo haga, porque ahora seré yo la que se pasará las noches sin dormir, recordando este momento una y otra vez.

—Tengo que irme, se me hace tarde —se excusa—, pero quería decirte tres cosas. Una: lo siento. Dos: esto no volverá a pasar. Es la última vez que me ves el pelo, te lo prometo. Y tres: lo siento mucho, más de lo que te imaginas.

Me obligo a sonreír, pero sin ganas, porque odio la número dos. Confieso que no me importaría que lo repitiera. En ese momento, mi mente me recuerda que buscamos cosas distintas en la vida, y me alegro de que se quedara dormido y de que nunca nos hayamos besado, porque si me hubiera acostado con él vestido con pijama de quirófano habría sido yo la que se hubiera plantado en su puerta, de rodillas, rogándole más. Mucho mejor así. Como arrancarse una tirita; mejor de golpe.

—Que te vaya bien en la vida, Jacob. Te deseo todo el éxito del mundo.

En vez de responderme, se me queda mirando en silencio, con el ceño fruncido, hasta que finalmente dice:

—Sí. Lo mismo te deseo, Bella.

Se da la vuelta en la cama y se levanta. No soy capaz de mirarlo, así que doy media vuelta y le doy la espalda. Lo oigo ponerse los zapatos y coger el móvil. Cuando se hace el silencio, sé que me está mirando. Cierro los párpados con fuerza hasta que oigo cerrarse la puerta de la calle de un portazo.

Noto un calor revelador en las mejillas, pero me niego a deprimirme, así que me obligo a levantarme. Tengo mucho trabajo que hacer. No pienso desanimarme por no ser lo bastante importante como para que un tipo se replantee sus objetivos vitales. Además, yo también tengo los míos. Y me hacen mucha ilusión. Tanta que no tengo tiempo para un hombre en mi vida ahora mismo. No tengo tiempo. No. Soy una chica ocupada. Soy una mujer de negocios valiente y atrevida a la que le importan una mierda los hombres vestidos con pijama de quirófano.

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Les ha gustado este capítulo? quien se quedo con ganas de que Jacob no se hubiese quedado dormido?

Espero sus comentarios :)