Tanto la historia como los personajes de esta historia no me pertenecen, yo solo me divierto adaptándola.

Disculpen la demora en publicar, diversos problemas no me lo permintieron, pero hoy les dejo doble tanda.

Quiero agradecir a Adriana Molenoa y OnlyRobpatti por sus comentarios en anteriores capitulos, tambien a esas lectoras silenciosas que se que estan ahi.

Cap 7

—Estate quieta —me ordena James.

—Estoy quieta.

Él me toma del brazo y me conduce hacia el ascensor.

—Sí, como un avispero. No vuelvas a tirar del vestido para taparte el escote; pierde toda la gracia. —Me agarra el escote del vestido y vuelve a tirar de él hacia abajo. Luego mete la mano por dentro y me recoloca el sujetador.

—¡James! —Le doy una palmada en la mano y él se echa a reír.

—Relájate, Bella. He tocado tetas mejor puestas que las tuyas y sigo siendo gay.

—Ya, pero seguro que esas tetas pertenecían a gente con la que quedas a menudo; no como a mí, que me ves un par de veces al año.

replica, riendo:

—Y ¿de quién es la culpa? Fuiste tú la que nos dejó tirados para ir a jugar con flores.

James era uno de mis colegas favoritos en la empresa de marketing donde trabajaba, pero no puede decirse que fuéramos amigos íntimos. Esta tarde se ha pasado por la floristería y Alice y él han congeniado enseguida; tanto que lo ha invitado a la fiesta. Y como a mí no me apetecía ir sola, me he unido a Alice y le he rogado a James que me acompañara. Me aliso el pelo con las manos y trato de verme en el espejo del ascensor.

—¿Por qué estás tan nerviosa? —me pregunta.

—No estoy nerviosa; es que no me gusta ir a sitios donde no conozco a nadie.

James me dirige una sonrisa cómplice y me pregunta:

—¿Cómo se llama?

Yo suelto el aire que estaba conteniendo. ¿Tan transparente soy?

—Jacob. Es neurocirujano y tiene muchas, pero muchas ganas de acostarse conmigo.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque se puso de rodillas, literalmente, y dijo: «Por favor, Bella, acuéstate conmigo».

James alza una ceja.

—¿Te lo suplicó?

Asiento con la cabeza.

—No fue tan patético como suena. Normalmente está más sereno. El timbre del ascensor nos anuncia que hemos llegado. Cuando las puertas empiezan a abrirse, oigo música al final del rellano. James me toma las dos manos y las aprieta.

—Dime, ¿cuál es el plan? ¿Tengo que darle celos?

—No —respondo, negando con la cabeza—. No estaría bien. —Aunque, bien pensado, Jacob nunca deja pasar la oportunidad de recordarme que no quiere volver a verme—. ¿Tal vez un poquito? —Arrugo la nariz—. ¿Una pizca de nada?

James aprieta la mandíbula y responde:

—Dalo por hecho. —Apoyándome una mano en la parte baja de la espalda, me escolta hacia la única puerta que hay en el pasillo y, una vez allí, llamamos al timbre—. ¿Por qué hay solo una puerta?

—Porque todo el ático es suyo.

James se echa a reír.

—Y ¿trabaja para ti? Caramba, tu vida se pone cada vez más interesante.

La puerta se abre y siento un gran alivio cuando veo que es Alice la que sale a recibirnos. A su espalda se oye música mezclada con risas. Lleva una copa de champán en una mano y una fusta de montar en la otra. Cuando me ve observando la fusta con cara de no entender nada, se libra de ella lanzándola por encima del hombro y me toma la mano.

—Es una larga historia —comenta, riendo—. ¡Pasad, pasad!

Tira de mí y yo agarro la mano de James para que nos siga. Alice sigue tirando de nosotros hasta que llegamos al otro extremo del salón.

—¡Eh! —Aferra el brazo de Jasper para avisarlo de mi llegada.

Él se vuelve, me sonríe y me da un abrazo. Yo aprovecho para mirar disimuladamente a nuestro alrededor, pero no veo ni rastro de Jacobe. Tal vez ha habido suerte y ha tenido que trabajar. Jasper le ofrece la mano a James, que se la estrecha.

—¿Qué hay, tío? ¡Me alegro de conocerte!

James me rodea la cintura con el brazo.

—¡Soy James! —grita, para hacerse oír por encima de la música—. El compañero sexual de Bella.

Me echo a reír y le doy un codazo antes de decirle al oído:

—Él es Jasper. Buen intento, pero te has equivocado de hombre.

Alice me agarra del brazo y me aleja de James, que está hablando con Jasper. Yo alargo la mano hacia él mientras tiran de mí en dirección contraria.

—¡Todo irá bien! —me grita James.

Sigo a Alice hasta la cocina, donde ella agarra una copa de champán y me la pone en la mano.

—Bebe —me dice—. ¡Te lo mereces!

Le doy un sorbo, pero no soy capaz de apreciarlo como se merece porque me faltan ojos para asimilar todo lo que veo en la habitación, que es de tamaño industrial. Hay dos cocinas con tipos de fuego distintos y un frigorífico más grande que mi apartamento.

—Joder —susurro—. ¿De verdad vives aquí?

A ella se le escapa una risita.

—Lo sé. Y pensar que ni siquiera me casé con él por dinero. Jasper tenía cuatro perras y conducía un Ford Pinto cuando me enamoré de él.

—¿El mismo Ford Pinto que tiene ahora?

Ella suspira.

—Sí, es que guardamos muy buenos recuerdos de ese coche.

—¡Puaj! Ella levanta las cejas.

—Pero cuenta. Ese James es muy mono.

—Sí, pero probablemente le atrae más Jasper que yo.

—Vaya, qué decepción. Y yo pensando que estaba haciendo de celestina cuando lo he invitado a venir.

La puerta se abre y es James.

—Tu marido te está buscando —le dice a Alice, que sale de la cocina riendo y haciendo piruetas—. Me encanta. —¿A que es genial?

James se apoya en la isleta central y me dice:

—Creo que acabo de conocer al «suplicante arrodillado».

El corazón se me dispara en el pecho, aunque creo que «el neurocirujano» suena mejor. Doy otro trago al champán antes de hablar.

—¿Cómo sabes que es él? ¿Se ha presentado?

Él niega con la cabeza.

—No, pero oyó que Jasper me presentaba a alguien como «la pareja de Bella» y ha estado a punto de incinerarme con la mirada que me ha lanzado. Por eso he venido aquí a esconderme. Me caes bien, pero no estoy dispuesto a morir por ti.

Me echo a reír.

—No sufras. Estoy segura de que la mirada asesina que te ha dirigido no es más que su sonrisa habitual. Casi siempre van juntas.

La puerta vuelve a abrirse y me tenso, pero se trata de un camarero. Respiro aliviada.

—Bella.

—¿Qué?

—Pareces a punto de vomitar —me acusa, en tono decepcionado—. Te gusta de verdad.

Pongo los ojos en blanco, pero enseguida me hundo de hombros y finjo estar llorando.

—Ya lo sé, James. Me gusta, pero no quiero que me guste.

Él me arrebata la copa, la vacía de un trago y me coge del brazo.

—Vamos a socializar —me ordena, sacándome de la cocina en contra de mi voluntad. En el salón hay más gente que antes. Tiene que haber más de cien personas. Yo creo que no conozco a tanta gente, contando a todos mis conocidos.

Damos una vuelta por el salón, charlando con unos y con otros, aunque en realidad es James quien habla. Hasta ahora ha encontrado al menos un contacto en común con cada una de las personas con las que ha conversado. Tras media hora estoy convencida de que se ha propuesto encontrar a un conocido común con todo el mundo. Yo estoy a su lado, pero no presto demasiada atención a lo que dice, porque estoy pendiente de si encuentro a Jacob. No lo veo por ninguna parte y empiezo a dudar de que el tipo que James ha visto antes fuera él.

—Es curioso —comenta una mujer—. ¿Qué crees que es?

Sigo la dirección de su mirada y veo que está contemplando un cuadro en la pared. Al fijarme mejor, me doy cuenta de que se trata de una fotografía ampliada y enmarcada. Ladeo la cabeza para examinarla mejor.

La mujer arruga la nariz.

—No entiendo por qué se han tomado la molestia de enmarcar esa imagen. Es tan borrosa que no se distingue lo que es.

Se aleja indignada y me alegro de perderla de vista. Sí, vale, el cuadro es un poco raro, pero ¿quiénes somos nosotras para juzgar los gustos de Alice?

—¿Qué te parece? —Su voz es grave, profunda, y está justo detrás de mí. Cierro los ojos e inspiro profundamente antes de soltar el aire despacio y en silencio, esperando que no note el efecto que causa en mí su voz.

—Me gusta. No sé lo que es, pero es interesante. Tu hermana tiene buen gusto.

Él me rodea y se coloca a mi lado, mirándome. Da un paso más y queda tan cerca de mí que me roza el brazo.

—¿Has traído pareja? —Lo dice en tono desenfadado, pero sé que no es sincero. Al ver que no respondo, se inclina sobre mí y me susurra al oído. Repite la frase, pero esta vez no es una pregunta—. Has traído pareja.

Me armo de valor para mirarlo, pero me arrepiento al instante. Lleva un traje de color negro que me hace olvidarme del pijama de quirófano. Tengo que tragar saliva para deshacer el nudo que se me ha formado en la garganta; solo así logro decir:

—¿Algún problema con que haya invitado a alguien? —Aparto la mirada y vuelvo a fijarla en la fotografía que cuelga de la pared—. Estaba tratando de ayudarte, ya sabes, para hacer que esto pare.

Él sonríe con ironía y se bebe el resto de la copa de un trago.

—Qué considerada, Bella.

Lanza la copa vacía hacia una papelera que hay en la esquina. Acierta el tiro, pero la copa se rompe al caer al fondo. Miro a mi alrededor, pero nadie se ha dado cuenta de lo sucedido. Cuando me vuelvo hacia Jacob, veo que se aleja por el pasillo y que entra en una de las habitaciones.

Yo me quedo quieta, observando la fotografía una vez más. Y, justo en ese momento, lo reconozco. La imagen es borrosa, por lo que cuesta darse cuenta al principio, pero reconozco ese pelo: es el mío. Y también reconozco la tumbona de polímero para barcos en la que estoy reclinada.

«Es la foto que me sacó en la azotea la noche en que nos conocimos.»

Tiene que haberla ampliado y distorsionado para que nadie me reconozca. Me llevo la mano al cuello; siento que la sangre me hierve y burbujea en las venas.

«Hace mucho calor aquí.»

Alice aparece a mi lado.

—Es rara, ¿eh? —comenta, mirando la foto.

Me rasco el pecho.

—Hace mucho calor aquí, ¿no crees?

Ella mira a su alrededor.

—¿Ah, sí? No me había dado cuenta, pero es que estoy un poco borracha. Le diré a Jasper que suba el aire acondicionado.

Vuelve a desaparecer y yo sigo observando la imagen. Cuanto más la miro, más me enfado.

Jacob ha colgado una foto mía en su piso, me ha regalado flores y se muestra molesto porque he venido acompañada a la fiesta de su hermana. Está actuando como si hubiera algo entre nosotros..., y ¡ni siquiera nos hemos besado! Todo se junta. El enfado, la irritación, la media copa de champán que me he tomado en la cocina. Estoy tan cabreada que no razono.

Si tenía tantas ganas de acostarse conmigo, ¿por qué se quedó dormido? Si no quiere que suspire por él, ¿por qué me regala flores? Y ¡¿por qué cuelga en su pared fotos enigmáticas en las que salgo yo?!

Aire fresco. Necesito aire fresco. Por suerte, sé dónde encontrarlo. Momentos después, irrumpo en la azotea. No estoy sola, hay otros invitados a la fiesta. Tres están sentados en las tumbonas. Sin hacerles caso, me dirijo directamente a la baranda con las buenas vistas y me inclino sobre ella. Inspiro hondo varias veces tratando de calmarme. Quiero bajar y enfrentarme a él, decirle que se decida de una puta vez, pero sé que debo tener la cabeza clara para eso.

El aire es frío y, no sé por qué, le echo las culpas a Jacob. Esta noche, le echo las culpas de todo. Pero todo todo. Las guerras, las hambrunas, los tiroteos, todo es culpa de Jacob, estoy segura.

—¿Nos dejáis unos minutos a solas?

Me doy la vuelta y veo a Jacob cerca de los otros invitados. Los tres asienten y se levantan para darnos privacidad. Yo levanto las manos y les digo:

—Un momento. —Ninguno de ellos me mira—. No hace falta; en serio.

Jacob aguarda estoicamente con las manos en los bolsillos mientras uno de los invitados murmura:

—No pasa nada, no nos importa.

Cuando desaparecen por la escalera, pongo los ojos en blanco, exasperada, y regreso a la baranda.

—¿Todo el mundo hace siempre lo que tú quieres? —le pregunto, sin disimular el enfado.

Él no responde, pero se acerca con paso lento y firme. El corazón me empieza a latir como si estuviera en una de esas rondas de citas rápidas. Vuelvo a rascarme el pecho.

—Isabella.

Me vuelvo hacia él y con las dos manos agarro la baranda, que ahora queda a mi espalda. Cuando él baja la mirada hacia mi escote, tiro del vestido hacia arriba para que no vea más de la cuenta y me agarro otra vez a la baranda. Él se ríe y da otro paso hacia mí hasta que casi nos tocamos. Mi cerebro se ha convertido en puré. Es patético. Soy patética.

—Tengo la sensación de que quieres decir muchas cosas —comenta—, así que voy a darte la oportunidad de que me digas la pura verdad.

—¡Ja! ¿Estás seguro?

Él asiente con la cabeza, así que me preparo para soltarle lo que pienso. Le doy un empujón en el pecho y ocupo el lugar donde estaba. Ahora es él quien está apoyado en la baranda.

—¡No sé lo que quieres, Jacob! Y cada vez que empiezo a pasar de ti, vuelves a aparecer en mi vida. Te presentas en el trabajo, en la puerta de mi casa, en las fiestas...

—Vivo aquí —se excusa, lo que me enfurece aún más.

Con los puños apretados, grito:

—¡Aaah! Me estás volviendo loca. ¿Me deseas o no?

Él se aparta de la baranda y da un paso hacia mí.

—Oh, sí. Te deseo, Bella. No lo dudes ni por un segundo. Lo que pasa es que no quiero desearte. Suspiro con todo mi cuerpo al oír su comentario, en parte de frustración, y en parte porque todo lo que dice me provoca escalofríos. Odio que me haga sentir así. Y me odio por permitírselo.

—No lo entiendes, ¿verdad? —le digo, sacudiendo la cabeza y bajando el tono de voz. Siento que he perdido la batalla y que no puedo seguir gritándole—. Me gustas, Jacob. Y saber que solo me quieres para una noche me pone muy muy triste. Tal vez hace unos meses podríamos haber tenido una noche de sexo y nada más. Tú te habrías marchado y yo habría podido seguir adelante con mi vida, pero ahora ya no. Has esperado demasiado y ahora estás demasiado involucrado en mi vida. Por eso te pido por favor: no sigas jugando conmigo. No cuelgues fotos mías en tu piso y no me envíes flores. Porque no me haces sentir bien, Jacob. Al contrario, esas cosas me duelen.

Estoy agotada y desmoralizada; quiero irme de aquí, pero él me está observando en silencio y le concedo tiempo para que rebata mis argumentos. Sin embargo, no lo hace. Se da la vuelta, se apoya en la baranda y clava la mirada en la calle, como si no me hubiera oído. Cruzo la azotea y abro la puerta, esperando que me llame y que me pida que no me vaya, pero cuando llego al piso, pierdo las esperanzas. Me abro camino entre la gente y al fin encuentro a James tras recorrer tres habitaciones.

Él solo necesita verme la cara para saber que algo va mal. Asiente y viene hacia mí.

—¿Quieres irte ya? —me pregunta, tomándome del brazo.

Yo asiento con la cabeza.

—Sí, cuanto antes.

Encontramos a Alice en el salón principal. Me despido de ella y de Jasper con la excusa de que todavía estoy exhausta por la apertura de la tienda. Ella me da un abrazo y nos acompaña a la puerta.

—Nos vemos el lunes —me dice, dándome un beso en la mejilla.

—Feliz cumpleaños —le deseo.

James abre la puerta, pero antes de que salgamos al rellano de la escalera, oigo que gritan mi nombre. Es Jacob, tratando de abrirse camino entre la multitud.

—¡Bella, espera! —grita, acercándose con dificultad.

El corazón me late de manera errática. Jacob, cada vez más frustrado, sortea a la gente que se interpone en su camino. En un trozo menos abarrotado del salón vuelve a establecer contacto visual conmigo y ya no lo rompe mientras sigue avanzando hacia mí. Al acercarse, no afloja el ritmo, y Alice se aparta al verlo llegar con tanto ímpetu. Por un momento, pienso que va a besarme o al menos a defenderse de mi ataque de la azotea, pero, en vez de eso, me sorprende haciendo algo que no esperaba. Me levanta en brazos.

—¡Jacob! —grito, aferrándome a su cuello, por miedo a caerme—. ¡Bájame!

Me sujeta con un brazo por debajo de las piernas y otro rodeándome la espalda.

—Necesito que me la prestes esta noche —le pide a James—. ¿Algún problema?

Miro a James con los ojos muy abiertos y niego con la cabeza. Él nos dirige una sonrisa irónica y responde:

—Ningún problema; sírvete tú mismo.

«¡Será traidor!»

Jacob se da la vuelta para regresar por donde ha venido. Cuando pasamos junto a Alice, ella me mira sin entender nada.

—¡Voy a matar a tu hermano! —grito.

Todo el mundo nos está mirando. Siento tanta vergüenza que entierro la cara en el pecho de Jacob mientras él cruza el salón camino de su dormitorio. Una vez dentro, cierra la puerta y me deja en el suelo lentamente. De inmediato le grito y lo empujo, tratando de apartarlo de la puerta, donde está bloqueándome el paso. Pero él me da la vuelta y me empuja contra la puerta. Se apodera de mis muñecas y las clava en la pared, a lado y lado, un poco por encima de mi cabeza.

—¿Isabella?

Su mirada es tan intensa que dejo de resistirme y contengo el aliento. Su pecho me presiona, manteniéndome pegada a la puerta, y al fin su boca cubre la mía, invadiendo mis labios con su cálida presión. A pesar de su fuerza, sus labios son suaves como la seda. Me sorprendo a mí misma al oírme gemir y me sorprendo más todavía cuando separo los labios, exigiendo más. Cuando su lengua se desliza sobre la mía me suelta las muñecas para agarrarme la cara. Se hunde más profundamente en mi boca, pero no es suficiente y lo agarro del pelo, tirando de él para acercarlo más a mí, sintiendo el beso en todo mi cuerpo.

Nos convertimos en un amasijo de gemidos y jadeos a medida que el beso nos empuja a rebasar todos los límites. Nuestros cuerpos quieren más de lo que nuestras bocas pueden ofrecer. Jacob baja las manos, me agarra por las piernas y me levanta del suelo para que le rodee la cintura con las piernas. Por Dios, cómo besa este hombre. Es como si se lo tomara tan en serio como se toma su profesión. Cuando me aleja de la puerta, reacciono y me doy cuenta de que, aunque tiene una gran habilidad con la boca, no la ha utilizado para responder a lo que le he dicho en la azotea.

Si seguimos adelante, sentiré que me he rendido; que le he concedido lo que quería: un rollo de una sola noche. Y, francamente, no creo que se lo merezca. Me separo de él, rompiendo el beso, y le doy un empujón en los hombros.

—Bájame.

Él sigue caminando en dirección a la cama, por lo que se lo repito:

—Jacob, déjame en el suelo ahora mismo.

Él se detiene y me suelta. Me giro y me alejo unos pasos para recobrar la capacidad de pensar. Mirarlo mientras aún siento sus labios en los míos es más de lo que puedo soportar. Noto que me rodea la cintura con los brazos y apoya la cabeza en mi hombro.

—Lo siento —susurra. Me da la vuelta, me apoya una mano en la mejilla y la acaricia con el pulgar—. Es mi turno, ya lo sé.

Yo permanezco impasible ante sus caricias, con los brazos cruzados ante el pecho, a la espera de oír lo que tiene que decir.

—Amplié la foto al día siguiente de sacártela. Lleva meses en el piso, porque eres lo más hermoso que había visto nunca y quería verte cada día.

«Oh.»

—Y ¿la noche que me planté en tu puerta? Fui a buscarte porque nunca nadie se me había colado bajo la piel del modo en que lo hiciste tú. En toda mi vida. Te colaste allí y te negabas a marcharte. No sabía qué hacer... Y la razón por la que te mandé flores es porque estoy muy orgulloso de ti por haber llevado a cabo tu sueño. Aunque si te mandara flores cada vez que siento ganas de hacerlo, no cabrías en el piso, porque me paso el día pensando en ti, Bella. Sí, tienes razón. Te estoy haciendo daño, pero a mí también me duele, y hasta esta noche no sabía por qué.

No sé de dónde saco las fuerzas para hablar después de eso.

—¿Por qué te duele?

Él deja caer la frente sobre la mía antes de responder:

—Yo qué sé. No tengo ni idea de lo que está pasando. Tú haces que quiera ser distinto, pero y ¿si no sé ser como tú necesitas que sea? Todo esto es nuevo para mí y no sé cómo demostrarte que te quiero para mucho más que una sola noche.

Se le ve tan vulnerable en ese momento que quiero creer que su confesión es genuina, pero ha insistido tanto en que busca justo lo contrario que ahora tengo miedo de entregarme a él y que luego desaparezca.

—¿Qué puedo hacer para que me creas, Bella? Dímelo y lo haré.

No lo sé. No sé casi nada de él, aunque lo conozco lo suficiente para saber que acostarme con él una vez no será suficiente. Pero ¿cómo sé que quiere algo más aparte de sexo? Lo miro a los ojos y le digo:

—No nos acostemos.

Él se me queda mirando con una expresión que soy incapaz de descifrar, hasta que parece entender lo que le estoy pidiendo y asiente con la cabeza.

—De acuerdo. —Sigue asintiendo—. Acepto. No me acostaré contigo, Isabella Swan.

Me rodea para volver a la puerta del dormitorio y cerrarla. Apaga la luz general y deja solo una lamparita encendida. Luego se dirige hacia mí mientras se quita la camisa.

—¿Qué haces?

Él lanza la camisa, que va a parar a una silla, y se quita los zapatos.

—Vamos a dormir.

Echo un vistazo a la cama y vuelvo a mirarlo a él.

—¿Ahora?

Él asiente y llega hasta mí. Con un ágil movimiento, me quita el vestido por encima de la cabeza, dejándome en medio de su dormitorio cubierta solo con la ropa interior. Trato de taparme, pero él no me mira. Tira de mí hacia la cama y levanta el cobertor para que me meta debajo. Mientras rodea la cama para entrar por el otro lado, me dice:

—Total, ya hemos dormido juntos antes sin que pasara nada. Está chupado —dice, haciéndome reír.

Se acerca a la cómoda y conecta el móvil al cargador. Mientras tanto, yo echo un vistazo al dormitorio. No es el tipo de habitación de invitados donde he dormido alguna vez. Aquí cabrían tranquilamente tres dormitorios como el mío. Hay un sofá en una pared, una butaca delante de un televisor y un área de despacho con una librería que va del suelo al techo. Todavía estoy curioseándolo todo cuando él apaga la luz.

—Tu hermana es rica que te cagas —comento, mientras él nos tapa a los dos—. ¿Qué hace con los diez dólares a la hora que le pago? ¿Limpiarse el culo?

Riendo, él me toma la mano y entrelaza los dedos con los míos.

—No creo que ingrese los talones —admite—. ¿Lo has comprobado?

No lo he hecho y ahora siento curiosidad.

—Buenas noches, Bella.

Sonrío como una boba porque esta situación es ridícula. Pero me encanta.

—Buenas noches, Jacob.

Creo que me he perdido. Todo está tan blanco e inmaculado que resulta cegador. Cruzo uno de los salones arrastrando los pies, en busca de la cocina. No he encontrado mi vestido esta mañana, así que me he puesto una camisa de Jacob. Me queda por debajo de las rodillas y me pregunto si tendrá que comprárselas alguna talla más grande para que le quepan los brazos.

Hay demasiados ventanales que dejan pasar demasiado sol, por lo que tengo que cubrirme los ojos mientras sigo en mi incansable búsqueda de café. Empujo la puerta de la cocina y al fin encuentro una cafetera.

«Gracias, Dios mío.»

La conecto y voy en busca de una taza cuando la puerta se abre a mi espalda. Al darme la vuelta, me consuela ver que Alice no está siempre perfectamente maquillada y enjoyada. Lleva el pelo recogido en un moño enredado y tiene las mejillas manchadas de rímel.

—Voy a necesitar un poco de eso —me dice, señalando la cafetera.

Se sienta en la isleta y deja caer los hombros hacia delante.

—¿Puedo preguntarte algo? Ella apenas tiene fuerzas para asentir con la cabeza. Señalo a mi alrededor con la mano. —¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo demonios has conseguido que la casa vuelva a estar impecable después de la fiesta de anoche? ¿Te has pasado la noche limpiando?

Ella se echa a reír.

—Hay gente que se ocupa de eso —responde.

—¿Gente?

—Sí. Hay gente que se ocupa de todo. Te sorprendería. Ya verás; piensa en algo, lo que sea. Seguro que tenemos a alguien que se ocupa de ello.

—¿La compra?

—La hace alguien.

—¿Los adornos de Navidad?

Ella asiente.

—También. Se ocupa alguien.

—Y ¿los regalos de cumpleaños? ¿Los personales, para los miembros de la familia?

—Pues sí, también. Hay gente que se ocupa de que cada miembro de mi familia reciba un regalo y una tarjeta de felicitación sin que tenga que mover un dedo.

Sacudo la cabeza con incredulidad.

—Vaya. ¿Cuánto tiempo hace que eres tan rica?

—Tres años. Jasper le vendió a Apple unas cuantas aplicaciones que había desarrollado y le pagaron un montón. Además, cada seis meses crea paquetes de actualizaciones y también se los vende.

El café empieza a caer más despacio. Cojo una taza de asa y la lleno.

—¿Le echo algo a tu café? ¿O ya tienes a gente que se ocupa de ello?

Alice se echa a reír.

—Te tengo a ti, así que ponme azúcar, por favor.

Sigo sus instrucciones y le llevo la taza a la isleta antes de servirme otra para mí. Le añado crema de leche y aguardo en silencio a que saque el tema de Jacob. La conversación es inevitable.

—¿Podemos sacarnos de encima el tema incómodo? —no tarda en preguntar.

Yo suspiro aliviada.

—Sí, por favor. Odio esta sensación. —Me vuelvo hacia ella y doy un sorbo al café.

Ella deja la taza a un lado y se agarra a la encimera de la isleta.

—¿Cómo ha podido pasar?

Yo sacudo lentamente la cabeza, tratando de no sonreír como una boba enamorada. No quiero que piense que soy una soñadora o que estoy loca por rendirme ante él.

—Lo conocí a él antes de conocerte a ti.

Ella ladea la cabeza.

—¿Quieres decir antes de que tú y yo nos conociéramos bien o te refieres a cuando nos vimos por primera vez?

—Lo segundo. Nos conocimos una noche, unos seis meses antes de que entraras en la tienda.

—¿Quieres decir... que tuvisteis un rollo de una noche?

—No. Ni siquiera nos habíamos besado antes de anoche. No sé, me cuesta explicarlo. Teníamos un rollito extraño, un coqueteo inocente..., hasta que anoche se convirtió en algo más. Y eso es todo.

Ella recupera la taza y bebe lentamente. Tiene la vista clavada en el suelo y me da la sensación de que está un poco triste.

—¿Alice? No te habrás enfadado conmigo, ¿no?

Inmediatamente niega con la cabeza.

—No, Bella. Es solo que... —Vuelve a dejar la taza en la isleta—. Conozco a mi hermano. Y lo quiero mucho, en serio. Pero...

—Pero ¿qué?

Alice y yo nos volvemos hacia la puerta a la vez. Jacob nos está mirando con los brazos cruzados ante el pecho. Lleva unos pantalones de chándal de color gris que le cuelgan a la altura de las caderas. Y nada más. Este modelo sube muchos puntos en la lista de conjuntos de Jacob. Sí, los tengo todos catalogados en mi cabeza. Él se adentra en la cocina, se acerca a mí y me arrebata la taza. Se inclina sobre mí, me besa en la frente y le da un trago al café, mientras se apoya en la encimera.

—No quería interrumpir —le dice a Alice—. Por favor, acaba lo que estabas diciendo.

Ella pone los ojos en blanco y dice:

—Para.

Jacob me devuelve la taza y va en busca de otra para él. Mientras la llena, añade:

—Me ha parecido que estabas a punto de hacerle una advertencia a Bella. Tengo curiosidad por saber qué ibas a decirle.

Alice baja de la isleta de un salto y lleva la taza al fregadero.

—Es mi amiga, Jacob. Y tú no tienes un historial demasiado brillante en lo que se refiere a las relaciones. —Enjuaga la taza y, al acabar, se vuelve hacia nosotros y apoya la cadera en el fregadero—. Y, como amiga suya, tengo derecho a darle mi opinión sobre los tíos con los que sale. Para eso están las amigas.

La tensión aumenta entre ellos, haciéndome sentir incómoda. Jacob ni siquiera ha probado su café. Se acerca a Alice y lo tira por el fregadero. Están muy cerca, pero ella no lo mira a la cara.

—Bueno. Como hermano tuyo, me gustaría que mostraras un poco más de fe en mí. Para eso están los hermanos.

Se marcha de la cocina, abriendo la puerta de un empujón. Cuando ya se ha ido, Alice inspira hondo. Sacudiendo la cabeza, se lleva las manos a las mejillas.

—Siento lo que ha pasado. —Se obliga a sonreír—. Necesito una ducha.

—¿No tienes a nadie contratado para que se ocupe de eso?

Alice sale de la cocina riendo. Lavo la taza y regreso al dormitorio de Jacob. Al abrir la puerta, lo encuentro sentado en el sofá, consultando el móvil. Como no levanta la cabeza al oírme entrar, pienso por un momento que también se ha enfadado conmigo. Pero enseguida tira el móvil sobre el sofá y se echa hacia atrás.

—Ven aquí —me dice.

Me toma la mano y tira de mí para que me monte sobre él, con una pierna a cada lado. Une su boca a la mía y me besa con tanta fuerza que me pregunto si está tratando de convencerme de que su hermana no tiene razón. Cuando deja de besarme, se echa hacia atrás y me contempla de arriba abajo.

—Me gusta cómo te queda mi ropa.

—Por desgracia, debo ir a trabajar, así que tendré que quitármela —le respondo, sonriendo.

Él me retira el pelo de la cara y me dice:

—Tengo que prepararme para una operación muy importante, lo que significa que no podré verte hasta dentro de unos días.

Trato de disimular la decepción. Tengo que acostumbrarme a estas situaciones si realmente él está dispuesto a iniciar una relación. Ya me advirtió que trabaja muchísimo.

—Yo también estoy ocupada. La inauguración oficial es este viernes.

—Oh, nos veremos antes del viernes. Te lo prometo.

Esta vez no escondo la sonrisa.

—Vale.

Él vuelve a besarme, esta vez durante un minuto por lo menos. Me inclina hacia el sofá, pero de pronto se detiene y me aparta de él.

—No. Me gustas demasiado para conformarme con meterte mano.

Me tumbo en el sofá y lo observo mientras se viste para ir a trabajar. Como si quisiera alegrarme la vista, se pone el pijama de quirófano.

—-

¿Quién tiene las mismas dudas que Alice? alguna suele dar sus comentarios o miedos sobre las parejas de sus amigas….

Mis amigas no solian guardarse nada dentro y cas siempre tenia que tener el probado del grupo.

algun comentarios, nos vemos en la próxima actualización.