Tanto la historia como los personajes de esta historia no me pertenecen, yo solo me divierto adaptándola.
Cap 8
—Tenemos que hablar —dice Rose, sentada en el sofá, con el rímel corrido por las mejillas.
«Oh, mierda.»
Suelto el bolso y corro hacia ella. Cuando llego a su lado, se echa a llorar.
—¿Qué pasa? ¿Emmet ha roto contigo?
Cuando ella niega con la cabeza empiezo a preocuparme de verdad. Por favor, que no sea cáncer. Le tomo la mano y en ese momento me doy cuenta.
—¡Rose! ¿Estás prometida?
Ella asiente.
—Lo siento. Sé que aún nos quedan seis meses de contrato de alquiler, pero Emmet quiere que me vaya a vivir con él.
Me la quedo mirando un buen rato.
«¿Por eso está llorando? ¿Porque quiere irse del piso?»
Coge un pañuelo de papel y se seca los ojos.
—Me siento fatal, Bella. Vas a quedarte sola. Yo me mudo con mi novio y tú no tienes a nadie...
«Pero ¿qué demonios?»
—¿Rose? Em... Estaré bien, te lo prometo.
Ella me dirige una mirada esperanzada.
—¿En serio?
«¿Por qué demonios tiene esa idea de mí?»
Vuelvo a asentir.
—Sí, no estoy enfadada; me alegro por ti.
Ella me echa los brazos al cuello y me abraza.
—¡Oh, gracias, Bella! —Se ríe mientras siguen cayéndole lágrimas por las mejillas. Cuando me suelta, se levanta de un salto y grita—: ¡Tengo que contárselo a Emmet! ¡Estaba tan preocupado por que no me dejaras irme hasta que se acabara el contrato...!
Coge el bolso y los zapatos, y se marcha. Tumbada en el sofá, me quedo mirando el techo.
«¿Acaba de manipularme descaradamente?»
Me echo a reír porque hasta este momento no me había dado cuenta de lo mucho que deseaba que pasara lo que acaba de pasar.
«¡Todo el piso para mí!»
Lo mejor de todo es que, cuando decida montármelo con Jacob, podremos hacerlo aquí sin tener que preocuparnos por el ruido. La última vez que hablé con Jacob fue cuando me fui de su casa el sábado. Acordamos darnos un periodo de prueba, sin compromiso. Solo un ensayo, tantear el terreno, para ver si los dos nos sentimos cómodos con una relación. Ya estamos a lunes por la noche y estoy algo decepcionada porque todavía no se ha puesto en contacto conmigo.
Le di mi número de teléfono antes de irme, pero no sé cuál es el protocolo en estos casos, sobre todo en los periodos de prueba. Una cosa tengo clara: no pienso ser la primera en escribirle. Así que decido pasar la noche con mi rabia adolescente y con Ellen DeGeneres.
Me parece una opción mucho mejor que estar esperando a que me llame un tipo con el que ni siquiera voy a acostarme. Aunque no sé qué me hace pensar que leer sobre el primer chico con el que me acosté va a hacer que no piense en el chico con el que no me estoy acostando.
Querida Ellen:
Mi bisabuelo se llamaba Ellis. Durante toda mi vida pensé que era un nombre muy molón para alguien tan viejo. A su muerte, leí su obituario y entonces me enteré. ¿Te quieres creer que Ellis no era su nombre auténtico? En realidad, se llamaba Levi Sampson, pero yo no tenía ni idea. Le pregunté a mi abuela de dónde había salido el nombre de Ellis y me contó que, como sus iniciales eran L. S. y todo el mundo lo llamaba por sus iniciales, con el paso del tiempo el nombre fue desvirtuándose y acabó sonando como algo parecido a Ellis. Y por eso acabaron llamándolo así.
Estaba mirando tu nombre y recordé la historia. ¿Es Ellen tu nombre real? Porque a lo mejor estás haciendo como mi bisabuelo, usando las iniciales para despistar. ¿Son L. N.? ¡Ajá! Te he pillado, «Ellen», guiño, guiño. Hablando de nombres, ¿te parece que Edward es un nombre de gente vieja? Un poco sí, ¿no? Ayer, mientras veíamos tu programa juntos, le pregunté de dónde venía su nombre y me respondió que no lo sabía. Sin pensar, le dije que debería preguntarle a su madre por qué se lo puso. Él me miró unos segundos antes de responderme que era un poco tarde para eso. No sé a qué se refería. No sé si su madre murió o si lo dio en adopción.
Hace ya varias semanas que somos amigos y aún no sé casi nada de él. Ni siquiera sé por qué no tiene dónde vivir. Se lo preguntaría, pero no sé si confía lo suficiente en mí. Le cuesta confiar en la gente y, francamente, no me extraña. Me preocupa. Esta semana ha empezado a hacer frío en serio y está previsto que la semana que viene todavía haga más.
Si no hay electricidad, la caldera no funciona. Espero que al menos tenga mantas. ¿Te imaginas lo mal que me sentiría si se muriera de frío? Sería horroroso. Terriblemente horroroso, Ellen. Esta semana buscaré mantas y se las daré.
Bella
—-
Querida Ellen:
Va a empezar a nevar pronto, por lo que he decidido que esta tarde dejaré listo el huerto para el invierno. Ya había recogido los rabanitos, así que solo pensaba echarle una capa de mantillo y abono, lo que no debería haberme llevado mucho tiempo, de no ser porque Edward se ha empeñado en ayudarme.
Me ha hecho muchas preguntas sobre jardinería y me ha gustado que se interesara por mis aficiones. Le he enseñado a colocar el abono y el mantillo sobre la tierra para que la nieve no la castigue demasiado. Mi huerto es pequeño; mide unos tres metros por cuatro, pero es el trozo de jardín trasero que mi padre me deja usar.
Edward ha cubierto todo el terreno mientras yo lo miraba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas. No ha sido por pereza. Él ha querido hacerlo y yo se lo he permitido. Se nota que es muy trabajador; tal vez mientras trabaja se olvida de sus problemas y por eso siempre quiere ayudarme. Al acabar, se ha acercado y se ha sentado a mi lado en la hierba.
—¿Qué te impulsó a cultivar un huerto? —me ha preguntado.
Me he vuelto hacia él y he visto que también había cruzado las piernas y que me observaba con curiosidad. En ese momento me he dado cuenta de que probablemente es el mejor amigo que he tenido, a pesar de que no sé casi nada de él.
Tengo amigos en el colegio, pero no me dejan invitarlos a casa por razones obvias. A mi madre le da miedo que pueda pasar algo y que todo el mundo se entere de los problemas de mi padre. Tampoco voy nunca a otras casas y eso lo entiendo menos. Tal vez sea porque mi padre no quiere que vea cómo un buen marido trata a su mujer. Probablemente quiere que piense que su modo de tratar a mi madre es lo normal. Edward es el primer amigo que ha estado en mi casa. Y también es el primero que sabe lo mucho que me apasiona el huerto. Y ahora es el primero que me pregunta por qué me gusta tanto.
He arrancado una mala hierba y la he partido en trozos pequeños mientras le daba vueltas a la pregunta, buscando la respuesta.
—Cuando tenía diez años, mi madre me suscribió a una web llamada Semillas Anónimas —le he respondido—. Cada mes me llegaba un paquete de semillas sin etiquetar con instrucciones sobre cómo plantarlas y cuidarlas. No sabía lo que había plantado hasta que la planta asomaba al exterior. Cada día, al salir del colegio, volvía corriendo a casa para comprobar el progreso de las plantas. Era mi ilusión; me pasaba el día esperando que llegara ese momento. Cultivar plantas para mí es una recompensa.
Sin apartar la mirada de mí, me ha preguntado:
—¿Una recompensa por qué?
Me he encogido de hombros.
—Por amar bien a las plantas. Ellas te recompensan según la cantidad de amor que les das. Si las tratas con crueldad o no las cuidas como debes, no te darán nada. Pero si las cuidas correctamente y les das amor, te recompensan con frutas, verduras o flores.
Ha bajado la vista hacia la mala hierba que yo estaba haciendo pedazos. Ya casi no quedaba nada y me he desprendido del trozo que quedaba catapultándolo con el índice. No quería volverme hacia él, porque sentía que seguía observándome, así que me he quedado observando el huerto, cubierto ya de mantillo.
—Somos iguales —ha dicho él.
Lo he mirado de reojo.
—¿Tú y yo?
Él ha negado con la cabeza.
—No, las personas y las plantas. Las plantas necesitan que las quieran bien para sobrevivir, pero los humanos también. Necesitamos a nuestros padres desde que nacemos. Sin ellos no podemos sobrevivir. Si nos cuidan y nos quieren, nos convertimos en buenos seres humanos, pero si nos descuidan... —Ha bajado la voz hasta convertirla en un susurro triste. Frotándose las manos en las rodillas para librarse de la tierra, ha añadido—: Si nos descuidan, acabamos tirados en la calle, incapaces de hacer nada que valga la pena.
Sus palabras me han hecho sentir como el abono que acababa de esparcir. Ni siquiera sabía qué decir. ¿Es esa la opinión que tiene de sí mismo? Parecía estar a punto de levantarse, pero lo he impedido llamándolo y le he señalado la hilera de árboles que resigue la valla en la parte izquierda del jardín.
—¿Ves ese árbol de ahí?
En medio de la hilera de árboles, que eran todos iguales, destacaba el único que era distinto: un roble, más alto y robusto que el resto. Edward ha localizado el árbol y lo ha recorrido con la mirada hasta llegar a lo más alto.
—Ajá.
—Pues creció solo. Muchas plantas necesitan de cuidados para subsistir, pero algunas de ellas, como los árboles, pueden hacerlo por sus propios medios.
No sabía si Edward entendía lo que trataba de decirle de manera indirecta, pero quería que supiera que pienso que es lo bastante fuerte para sobrevivir por su cuenta, pase lo que pase. No lo conozco demasiado, pero me consta que es un tipo resiliente, con mucho más aguante del que tendría yo en sus circunstancias.
Él seguía observando el árbol sin pestañear, inmóvil. Ha tardado un buen rato en reaccionar. Cuando al fin lo ha hecho, se ha limitado a asentir ligeramente y a bajar la mirada hacia la hierba. Cuando ha fruncido los labios, pensaba que iba a fruncir también el ceño, pero, en vez de eso, ha sonreído.
Ha sido una sonrisa pequeña, casi invisible, pero suficiente para hacerme sentir que lo había hecho resucitar.
—Somos iguales —ha dicho, repitiéndose.
—¿Las plantas y los humanos?
Él ha negado con la cabeza.
—No, tú y yo.
Me he quedado sin aliento, Ellen. Espero que no me haya oído conteniendo el aire, pero es que ¿qué podía responder a eso? Me he quedado sentada, bastante incómoda, hasta que él se ha levantado en silencio y se ha girado en dirección a la casa.
—Edward, espera.
Cuando ha bajado la vista hacia mí, le he señalado las manos y le he dicho:
—Será mejor que entres a darte una ducha rápida antes de irte. El abono está hecho con caca de vaca. Él se ha mirado las manos y luego ha paseado la mirada por su ropa sucia de abono.
—¿Caca de vaca? ¿En serio?
He asentido, sonriendo. Él se ha echado a reír y, sin avisarme, se ha dejado caer al suelo a mi lado y ha empezado a frotar sus manos por todo mi cuerpo, como si quisiera limpiarse en mí. Mientras nos reíamos los dos, ha metido la mano en el saco de abono y me lo ha esparcido sobre los brazos. Ellen, estoy segura de que la frase que estoy a punto de escribir no ha sido escrita ni pronunciada en voz alta nunca antes, pero el caso es que nunca había estado tan excitada como cuando me rebozaba en mierda de vaca.
Poco después, estábamos los dos tumbados en el suelo, riendo y jadeando.
Finalmente se ha puesto de pie y me ha ayudado a levantarme. Sabía que tenía que darse prisa si quería ducharse antes de que llegaran mis padres. Mientras él se duchaba, yo me he lavado las manos en el fregadero de la cocina y me he quedado dándole vueltas a sus palabras. No sabía exactamente qué quería decir con eso de que éramos iguales, pero me lo he tomado como un halago.
¿Ha querido decir que yo también soy fuerte? Porque yo no suelo sentirme fuerte. En esos momentos, pensar en él me hacía sentir débil. Me he empezado a preguntar qué voy a hacer con los sentimientos que me despierta. Me pregunto también cuánto tiempo voy a conseguir mantener su existencia en secreto, sin que se enteren mis padres. Y cuánto tiempo se va a quedar en la casa de enfrente. En invierno, en Maine, el frío es insoportable. No sobreviviría sin calefacción, o sin muchas mantas.
Eso me ha hecho pensar y he ido a buscar todas las mantas que he encontrado. Iba a dárselas cuando saliera de la ducha, pero ya eran las cinco y se ha ido corriendo. Se las llevaré mañana.
Bella
—-
Querida Ellen:
Harry Connick Jr. es muy gracioso. No sé si lo has invitado alguna vez porque odio admitir que me he perdido alguno de tus programas desde que empezaste, pero si no lo has invitado nunca, deberías hacerlo.
¿Has visto alguna vez el programa de la noche de Conan O'Brien? Sale un tipo llamado Andy, que actúa cada noche. Ojalá Harry fuera tu colaborador y saliera cada día. Sus respuestas son la risa. Verlos a los dos juntos sería épico.
Quería darte las gracias. Ya sé que no haces tu programa con el objetivo de hacerme reír solo a mí, pero a veces me lo parece. A veces tengo la sensación de que he perdido la capacidad de reír o incluso de sonreír, pero entonces veo tu programa y da igual si estoy de buen humor o de mal humor, siempre me siento mejor cuando se acaba. Así que sí: muchas gracias.
Supongo que quieres que te ponga al día sobre Edward y lo haré enseguida, pero primero necesito contarte lo que pasó ayer. Mi madre es maestra auxiliar de primaria en el colegio Brimer. No está cerca de casa, por eso no llega nunca antes de las cinco. Mi padre trabaja a tres kilómetros de casa y suele llegar justo pasadas las cinco. Tenemos un garaje, pero solo cabe uno de los coches, porque mi padre lo tiene lleno de trastos, así que mi padre aparca en el garaje y mi madre deja su coche delante de casa. El caso es que ayer mi madre llegó un poco antes. Edward se encontraba todavía en casa; estábamos acabando de ver tu programa cuando oí que la puerta del garaje empezaba a abrirse. Edward salió de casa por la puerta de atrás y yo me apresuré a recoger las latas de refresco y las bolsas de aperitivos.
Ayer al mediodía empezó a nevar en serio y mi madre tenía muchas cosas en el coche; por eso lo dejó en el garaje para descargarlas directamente por la puerta que da a la cocina. Eran cosas del trabajo y bolsas de la compra. Yo la estaba ayudando a meterlo todo cuando mi padre llegó. Al ver que no podía entrar en el garaje, empezó a tocar la bocina como un loco. Supongo que no quería bajar del coche en medio de la nevada. Es la única razón que se me ocurre para que quisiera hacerla salir del garaje tan deprisa, en vez de esperar a que acabara de descargar.
Y, ahora que lo pienso, ¿por qué siempre aparca mi padre en el garaje? ¿No debería dejar que mi madre se quedara con la mejor plaza? En fin. El caso es que mi madre se asustó mucho al oírlo tocar la bocina y me pidió que llevara sus cosas a la mesa mientras ella sacaba el coche. No sé exactamente qué pasó cuando llegó al garaje. Oí un golpe y luego ella empezó a gritar, así que fui corriendo al garaje pensando que tal vez había resbalado en el hielo y se había caído. Ellen..., no sé ni cómo contarte lo que pasó a continuación.
Aún sigo en shock. Cuando abrí la puerta del garaje, no vi a mi madre. Solo vi a mi padre, detrás del coche, haciendo algo. Al acercarme, me di cuenta de por qué no veía a mi madre. Mi padre la había empujado sobre el capó y le estaba apretando el cuello con las manos. ¡La estaba estrangulando, Ellen! Solo de pensarlo, me echaría a llorar. La estaba mirando con muchísimo odio, mientras le gritaba que no tenía respeto por él ni por lo mucho que trabajaba. En realidad no sé por qué estaba tan furioso, porque lo único que recuerdo es el silencio de mi madre, que luchaba por respirar.
No me acuerdo bien de los siguientes minutos; todo está confuso en mi mente, pero sé que empecé a gritarle a mi padre. Me monté sobre su espalda de un salto y lo golpeé en la cabeza... hasta que dejé de hacerlo. No sé qué pasó exactamente; supongo que él se me quitó de encima. Solo sé que estaba montada en su espalda y que de repente me encontraba en el suelo y la frente me dolía horrores. Mi madre estaba sentada a mi lado, sujetándome la cabeza y diciendo que lo sentía mucho.
Miré a mi alrededor, buscando a mi padre, pero no estaba allí. Cuando vio que me había dado un golpe en la cabeza, se subió a su coche y se largó. Mi madre me dio un trapo y me dijo que me lo apretara con fuerza en la frente porque estaba sangrando. Me ayudó a subir a su coche y me llevó al hospital.
Durante el trayecto, solo me dijo una cosa: «Cuando te pregunten, diles que has resbalado en el hielo». Al oírla, miré por la ventanilla y me eché a llorar. Por unos instantes, creí que esta sería la gota que colmaría el vaso. Pensé que mi madre lo dejaría, ahora que él me había hecho daño a mí también, pero en ese momento me di cuenta de que mi madre no lo abandonaría nunca.
Sentí una tremenda decepción, pero estaba demasiado asustada y no le dije nada. Tuvieron que darme nueve puntos en la frente. Todavía no sé con qué me golpeé, pero eso es lo de menos. Lo importante es que mi padre fue el culpable y ni siquiera se quedó para ver cómo estaba. Nos dejó tiradas en el suelo del garaje y se largó. Anoche llegué a casa tardísimo y me dormí al momento por la medicación que me habían dado.
Esta mañana, cuando me he encontrado a Edward, camino de la parada, he tratado de no mirarlo a la cara para que no me viera la frente. Me había peinado cubriéndome los puntos con el flequillo, y al principio no se ha fijado.
Cuando nos hemos sentado juntos en el autobús, nuestras manos se han rozado mientras dejábamos las cosas en el suelo. Como el hielo. Sus manos eran dos bloques de hielo, Ellen. En ese momento he caído en que me había olvidado de darle las mantas que había sacado para él, porque mi madre volvió a casa antes de lo previsto. El incidente del garaje hizo que me olvidara de todo lo demás, incluso de él. Ha estado toda la noche nevando, a temperaturas bajo cero, y él la ha pasado en esa casa a oscuras y a solas. Y por la mañana estaba tan congelado que no entiendo cómo podía moverse. Le he tomado las manos entre las mías y le he dicho:
—Edward, estás helado.
Él no ha respondido nada. Le he frotado las manos para calentárselas, he apoyado la cabeza en su hombro y luego he hecho algo vergonzoso: me he echado a llorar. No suelo llorar mucho, pero seguía muy afectada por lo que pasó ayer, y me he sentido tan culpable por haberme olvidado de darle las mantas que me ha salido todo de golpe. Él no ha dicho nada. Ha retirado las manos para que dejara de frotarlas y las ha colocado encima de las mías. Y así hemos pasado el viaje hasta el instituto, con las cabezas y las manos juntas. Me habría parecido bonito si no hubiera sido tan triste.
Durante el camino de vuelta a casa es cuando finalmente se ha fijado en mi frente. Francamente, me había olvidado de los puntos. En el instituto nadie me ha preguntado nada, y cuando él se ha sentado a mi lado, ni siquiera he tratado de disimularlo con el pelo. Se me ha quedado mirando fijamente y me ha preguntado:
—¿Qué te ha pasado en la cabeza?
No he sabido cómo responderle. Me he tocado la herida con los dedos y he mirado por la ventanilla. Llevo tiempo tratando de ganarme su confianza para que me cuente por qué no tiene un sitio donde vivir, y me ha dado mucha rabia tener que mentirle, pero tampoco quería contarle la verdad. Cuando el autobús se ha puesto en marcha, me ha dicho:
—Ayer, cuando me fui de tu casa, oí que pasaba algo. Hubo voces. Te oí gritar y luego vi que tu padre se iba. Fui a tu casa para asegurarme de que estabas bien, pero a medio camino vi que te marchabas con tu madre.
Debió de oír la pelea en el garaje y nos vio salir hacia el hospital. No me puedo creer que se atreviera a venir a casa. ¿Sabes lo que le haría mi padre si lo encontrara allí vestido con su ropa? Me he alterado mucho porque creo que no es consciente de lo que mi padre es capaz de hacer. Mirándolo a los ojos, le he advertido:
—¡Edward, no vuelvas a hacer eso! ¡No se te ocurra venir a casa cuando estén mis padres!
Él ha guardado silencio unos instantes antes de decir:
—Te oí gritar, Bella.
Lo ha dicho como si el que yo estuviera en peligro fuera más importante que todo lo demás. Y eso me ha hecho sentir fatal. Sé que solo quiere ayudarme, pero si llega a aparecer por ahí durante la pelea, las cosas se habrían puesto aún más feas.
—Me caí —le he respondido al fin.
En cuanto lo he dicho, me he sentido muy mal por mentir. Y él me ha mirado decepcionado. Ambos sabíamos que no estábamos hablando de una simple caída. Edward se ha levantado la manga de la camisa y me ha mostrado el brazo. Ellen, se me ha caído el alma a los pies. Tenía el brazo lleno de cicatrices pequeñas. Algunas parecían quemaduras de cigarrillo. Ha girado el brazo para que viera que las cicatrices se extendían también por el otro lado.
—Yo también solía caerme a menudo, Bella.
Se ha bajado la manga y no ha añadido nada más. He estado a punto de decirle que mi caso no era igual, que mi padre nunca me hace daño y que solo trataba de quitárseme de encima, pero me he dado cuenta de que eso sería usar las mismas excusas que utiliza mi madre.
Me ha dado vergüenza que supiera lo que pasa en mi casa y me he pasado el resto del trayecto mirando por la ventanilla porque no sabía qué decirle. Cuando hemos llegado a casa, el coche de mi madre ya estaba allí. Frente a la casa, claro, no en el garaje. Y eso significa que Edward no ha podido venir a ver tu programa conmigo.
Quería decirle que luego iré a llevarle mantas, pero se ha bajado del autobús y se ha ido sin despedirse, como si estuviera enfadado conmigo. Ahora ya ha anochecido y estoy esperando a que mis padres se acuesten, pero luego iré a llevarle mantas.
Bella
—-
Querida Ellen:
Estoy metida en un buen lío. ¿Alguna vez has hecho algo que sabes que está mal, pero que al mismo tiempo sabes que está bien? No sé cómo explicarlo de manera más clara. Ya sé que solo tengo quince años y que no debería dejar que un chico pasara la noche en mi cuarto, pero si sabes que alguien necesita un sitio donde dormir, ¿no es tu responsabilidad como ser humano ayudarlo?
Anoche, cuando mis padres se acostaron, me escapé por la puerta de atrás para llevarle las mantas a Edward. Cogí una linterna porque estaba muy oscuro. Seguía nevando con fuerza y, cuando llegué a su puerta, estaba helada. Llamé y, en cuanto abrió, le di un empujón a la puerta para entrar y resguardarme del frío. Pero... no logré escapar del frío. De algún modo, sentí que era aún más intenso dentro de la vieja casa.
Con la linterna, enfoqué a mi alrededor. Distinguí el salón y la cocina, pero ¡no había nada, Ellen! Ni sofá, ni sillas, ni colchón. Le di las mantas y seguí mirando a mi alrededor. Había un gran agujero en el tejado, sobre la cocina, por donde entraban la nieve y el viento. Mientras iluminaba con la linterna, vi sus cosas en un rincón del salón: su mochila y la que yo le había dado. Había un pequeño montón de cosas, como la ropa que yo le había dejado y también dos toallas en el suelo. Me imaginé que una era para tumbarse encima y la otra para taparse.
Me sentí tan horrorizada que me tapé la boca con la mano. ¡Llevaba semanas viviendo así! Edward me apoyó una mano en la espalda y trató de llevarme hacia la puerta.
—No deberías estar aquí, Bella. Podrías meterte en líos.
Agarrándole la mano, le dije:
—Tú tampoco deberías estar aquí. —Tiré de él hacia la puerta, pero él apartó la mano. Sin pensarlo, dije—: Puedes dormir en el suelo de mi habitación esta noche. Cerraré la puerta con llave. No puedes quedarte aquí, Ed. Hace demasiado frío, pillarás una pulmonía.
Él me miraba sin saber qué hacer. Estoy segura de que la idea de que lo descubrieran en mi dormitorio le daba tanto miedo como morir de pulmonía. Echó un vistazo rápido al rincón del salón donde tenía sus cosas y dijo:
—Vale.
Así que dime, Ellen. ¿Hice mal en dejarlo dormir en mi casa anoche?
A mí no me pareció. Me pareció que hacía lo correcto. Pero sé que, si nos hubieran pillado, nos habríamos metido en un buen lío. Durmió en el suelo, es decir, que no estamos hablando de nada raro, solo le dejé dormir en un lugar caliente. Y también descubrí algo nuevo sobre él anoche. Tras meterlo en casa y en mi habitación, cerré la puerta con pestillo y le preparé un camastro en el suelo, cerca de mi cama. Puse la alarma a las seis y le advertí que debería salir de casa antes de que mis padres se levantaran, ya que mi madre a veces viene a la habitación a despertarme. Me metí en la cama y me acerqué al borde para poder mirarlo mientras charlábamos un rato. Le pregunté cuánto tiempo pensaba que iba a quedarse en la vieja casa y me dijo que no lo sabía. Y entonces le pregunté cómo había ido a parar allí.
Tenía la lamparita encendida y hablábamos en susurros, pero cuando le pregunté eso se quedó en silencio un rato, observándome, con las manos detrás de la nuca. Luego respondió:
—No conozco a mi padre; nunca se ocupó de mí. Mi madre y yo vivíamos solos, pero hace unos cinco años volvió a casarse con un tipo con el que nunca me llevé bien. Discutíamos mucho. Cuando cumplí los dieciocho, hace unos meses, me echó de casa. —Inspiró hondo, como si no quisiera seguir hablando, pero luego siguió haciéndolo—: Desde entonces, he estado viviendo con un amigo y su familia, pero a su padre lo trasladaron a Colorado y se mudaron allí. No podían llevarme con ellos. Ya habían sido muy amables permitiéndome que me quedara con ellos tanto tiempo, así que les dije que había hablado con mi madre y que iba a volver a casa. El día que se fueron, no sabía adónde ir. Así que volví a casa y le pedí a mi madre que me dejara quedarme allí hasta que me graduara. Pero me dijo que no, que no quería molestar a mi padrastro.
Se volvió de lado y se quedó mirando la pared.
—Fui vagando sin rumbo unos cuantos días hasta que vi esta casa y decidí quedarme aquí hasta encontrar algo mejor o hasta graduarme. Me he alistado en los marines, pero empezaré en mayo. Tengo que aguantar hasta entonces como sea. Faltan seis meses para mayo.
Ellen. Seis. Cuando acabó de hablar, se me saltaban las lágrimas. Le pregunté por qué no pedía ayuda a nadie, y me dijo que es mucho más difícil conseguir ayuda cuando eres mayor de edad y él ya ha cumplido los dieciocho. Me contó que le habían dado el teléfono de unos albergues. Se ve que hay tres albergues en un radio de veinticinco kilómetros, pero dos eran para mujeres maltratadas. El otro acogía a personas sin hogar, pero no había camas para todos los que las necesitaban. Hay que hacer mucha cola. Dijo que fue una vez, pero que no se sintió seguro. Y que, además, le quedaba muy lejos para ir cada día al instituto desde allí, de modo que prefiere la casa abandonada.
Como la niñita ignorante que soy en este tipo de situaciones, insistí.
—Pero ¿no hay otras opciones? —pregunté—. ¿No puedes hablar con el consejero del instituto y contarle lo que ha hecho tu madre?
Él negó con la cabeza, diciendo que es demasiado mayor para ir a una casa de acogida. Al cumplir dieciocho años, su madre no tiene obligación de acogerlo en su casa. Me dijo también que había tratado de obtener bonos de comida, pero que no tenía dinero para ir hasta el lugar donde la repartían. Tampoco tiene coche, por descontado, y eso hace que le resulte muy difícil encontrar trabajo. Me dijo que lo había intentado; que cuando se va de mi casa a las cinco pregunta en locales y tiendas, pero que, al no poder dejar un teléfono o una dirección, era casi imposible. Te juro, Ellen, que cada vez que le proponía algo, él ya lo había intentado. Era como si hubiera probado todas las posibles salidas para no verse en esta situación, sin obtener ningún resultado. Parece que nadie piensa en las personas como él. Me enfurecí tanto que le dije que estaba loco por alistarse.
—¿Por qué demonios quieres servir a un país que ha permitido que acabes en esta situación? —grité.
Y ¿sabes lo que me respondió, Ellen? Con los ojos más tristes que le he visto en mucho tiempo, dijo:
—No es culpa de este país que a mi madre yo le importe una mierda. —Apagó la lamparita de la mesilla de noche—. Buenas noches, Bella.
Pero no pasé una buena noche. Me costó mucho dormir después de aquello. Estaba furiosa, y ni siquiera sé exactamente a quién echar la culpa de mi furia. Me quedé dándole vueltas a las injusticias del mundo en general y de nuestro país en particular. No entiendo que las personas no nos ayudemos más entre nosotras. No sé en qué momento los humanos empezamos a preocuparnos solo de nosotros mismos. Tal vez siempre haya sido así.
Me pregunté cuánta gente habrá en el mundo en la misma situación que Edward. Por primera vez me pregunté si habría más chicos sin hogar en el instituto. Voy a clase todos los días y protesto por tener que ir; nunca se me había ocurrido que el instituto podría ser el único hogar para algunos chicos. Es el único lugar donde Edward puede conseguir comida. No voy a ser capaz de respetar a los millonarios nunca más, sabiendo que prefieren gastar sus fortunas en objetos materiales en vez de ayudar a otras personas.
No te ofendas, Ellen. Tú eres millonaria, pero no hablaba de gente como tú. Te he visto ayudar a muchas personas desde tu programa y sé que colaboras con muchas asociaciones benéficas, pero hay muchos millonarios egoístas en el mundo. A ver, que no hace falta ser millonario para ser egoísta; puedes ser egoísta siendo pobre... o de clase media. Mira mis padres, por ejemplo. No somos ricos, pero desde luego podríamos ayudar a otras personas. Y, que yo sepa, mi padre nunca ha donado nada a ninguna organización benéfica.
Recuerdo una vez que íbamos a entrar en una tienda de comestibles. En la entrada había un anciano sacudiendo una campana y pidiendo dinero para el Ejército de Salvación. Le pregunté a mi padre si podíamos darle algo y me dijo que no, que trabaja muy duro para ganarse el sueldo y que no pensaba ir regalándolo por ahí; que no era culpa suya que otras personas no quisieran trabajar. Se pasó todo el rato que estuvimos en la tienda contándome todos los trucos que usa la gente para abusar de las ayudas del gobierno. Dijo que hasta que el gobierno no dejara de auxiliar a esa gente, el problema no se resolvería. Y yo me lo creí, Ellen.
Han pasado tres años desde entonces, y durante este tiempo he creído que la gente que duerme en la calle son todos drogadictos o perezosos que no querían trabajar como los demás. Pero ahora sé que no es verdad. Sí, alguno habrá, no lo dudo, pero mi padre estaba usando como excusa los peores casos. No todo el mundo elige estar en la calle; muchos simplemente no han encontrado a nadie que les eche una mano. Y la gente como mi padre empeora las cosas. En vez de ayudarlos, los acusan de cosas espantosas para excusar su propio egoísmo y avaricia. Nunca seré como él, te lo juro. Cuando crezca, voy a hacer todo lo que pueda para ayudar a los demás.
Seré como tú, Ellen, aunque probablemente no tan rica.
Bella
—-
En este capítulo, volvemos a presenciar hechos de violencia, recuerda que siempre habrá alguien que esté dispuesto a ayudarte.
Nos vemos en el próximo capitulo.
