Tanto la historia como los personajes de esta historia no me pertenecen, yo solo me divierto adaptándola.
Gracias a MaryLuna por su comentarios y a todos esos lectores silenciosos que se que estan por ahi!
Cap 14
Cuando suena el teléfono, miro quién es y me sorprendo al ver que es Jacob. Es la primera vez que me llama. Hasta ahora siempre nos hemos comunicado por mensajes. Sé que es raro, pero durante estos tres meses nunca le he oído la voz por teléfono.
—Hola.
—Hola, novia —me dice.
Se me pone una sonrisa bobalicona en la cara al oír su voz.
—Hola, novio.
—¿Sabes qué?
—¿Qué?
—Mañana tengo el día libre. Los domingos no abres la floristería hasta la una. Voy de camino a tu casa con dos botellas de vino. ¿Quieres que tu novio se quede a dormir en tu casa, emborracharte con él, embriagaros de sexo y dormir hasta tarde?
Me avergüenzo del efecto que me causan sus palabras. Sonriendo, respondo:
—¿Sabes qué?
—¿Qué?
—Voy a prepararte algo especial para cenar. Me pondré un delantal.
—¿Ah, sí?
—Y nada más —respondo antes de colgar.
Unos instantes después recibo un mensaje de texto.
Jacob: Foto, por favor.
Yo: Ven pronto y hazla tú mismo.
Estoy terminando de preparar el guiso que voy a acabar de cocinar en el horno cuando se abre la puerta. Vierto los ingredientes ya mezclados en una fuente de cristal y no me doy la vuelta cuando lo oigo entrar en la cocina. Dije que solo me pondría un delantal y no iba de farol; ni siquiera llevo bragas. Lo oigo contener el aliento cuando me inclino para meter la fuente en el horno. Es posible que me haya inclinado más de la cuenta, pero ya que estoy puesta, lo doy todo. Cierro la puerta del horno, pero sigo sin darme la vuelta. Cojo un trapo y limpio la puerta del horno, moviendo las caderas con entusiasmo, y suelto un grito al notar un pinchazo en la nalga derecha. Me doy la vuelta y me encuentro a Jacob sonriendo, con una botella de vino en cada mano.
—¿Me has mordido?
Él me dirige una mirada inocente.
—No tientes al escorpión si no quieres que te pique. —Me mira de arriba abajo mientras abre una botella. Antes de servir el vino, la levanta y me la enseña—. Es vintage.
—Vintage —repito yo, en tono burlón—. ¿Qué celebramos?
Él me ofrece una copa y responde:
—Que voy a ser tío. Que tengo una novia que está buenísima. Y que probablemente el lunes participe en una separación de siameses craneópagos; una de esas operaciones que solo se ven una vez en la vida.
—¿Craneo-qué?
Él se bebe el vino de un trago y se sirve otra copa.
—Craneópagos: unidos por el cráneo —responde. Se señala la coronilla y se da golpecitos—. Justo por aquí. Los hemos estado estudiando desde que nacieron. Es una cirugía nada habitual, se ve muy poco.
No lo niego, me pone muchísimo verlo en su papel de médico. Admiro su motivación y su dedicación, pero verlo tan entusiasmado por lo que no deja de ser su trabajo me resulta de lo más sexy.
—¿Cuánto crees que durará la operación?
Él se encoge de hombros.
—No te lo puedo decir exactamente. Son pequeños, por lo que no es aconsejable que pasen demasiado tiempo con anestesia general. —Levanta la mano y sacude los dedos—. Pero esta mano es muy especial. Ha recibido una educación valorada en casi medio millón de dólares, tengo mucha fe en ella.
Me acerco y le doy un beso en la palma.
—Yo también le tengo cariño a esta mano.
Él me acaricia el cuello y luego me da la vuelta, dejándome apoyada contra la encimera. La sorpresa me hace contener el aliento.
Me embiste por detrás y lentamente me acaricia el costado. Yo apoyo las manos en la encimera de granito y cierro los ojos, notando ya los efectos del vino.
—Esta mano —susurra— es la más firme de todo Boston.
Me empuja por la nuca, inclinándome más sobre la encimera. Me acaricia la pierna por dentro, a la altura de la rodilla, y va ascendiendo. Lentamente. Santo Dios. Me separa las piernas y cuela sus dedos en mi interior. Gimo y busco algo a lo que agarrarme. Tengo que conformarme con el grifo, lo único que encuentro cuando él empieza a hacer magia con sus dedos. Y entonces, como si realmente fuera un mago, hace desaparecer su mano. Lo oigo alejarse y lo veo pasar frente a mí, al otro lado de la isleta. Me guiña el ojo, vacía el vino que le quedaba en la copa y me dice:
—Voy a darme una ducha rápida.
«Y ¿me deja así, con el horno precalentado?»
—¡Capullo! —le grito.
—No soy un capullo —chilla él desde mi habitación—. Soy un cirujano con una extraordinaria formación.
Riendo, me sirvo otra copa de vino.
Ya le enseñaré yo lo que es dejar a alguien precalentado.
Cuando sale de la habitación, yo voy ya por la tercera copa de vino. Estoy hablando por teléfono con mi madre y lo observo desde el sofá mientras se dirige a la cocina y se sirve otra copa.
«Este vino está de muerte.»
—¿Qué vais a hacer esta noche? —pregunta mi madre. Tengo el móvil en modo altavoz, por lo que Jacob nos oye hablar, apoyado en la pared.
—Poca cosa. Voy a ayudar a Jacob a estudiar.
—Eso no suena demasiado interesante —replica ella.
Jacob me guiña el ojo.
—En realidad sí que lo es. Lo ayudo a menudo, sobre todo a practicar la psicomotricidad fina de las manos. Es posible que nos pasemos la noche practicando.
Estoy juguetona por culpa de las tres copas de vino. No me creo que esté coqueteando con él mientras hablo con mi madre.
«¡Qué asco!»
—Tengo que colgar —le digo—. Mañana saldremos a cenar con Alice y Jasper, así que te llamaré el lunes.
—Oh, ¿adónde vais a ir?
Pongo los ojos en blanco. Esta mujer no sabe captar las indirectas.
—No lo sé. Jacob, ¿adónde iremos?
—Al sitio que fuimos con tu madre. El Bib's, creo que se llama. He reservado mesa para las seis.
Noto que el corazón trata de escabullírseme del pecho mientras mi madre exclama:
—¡Oh, buena elección!
—Ya, si te gusta el pan revenido. Adiós, mamá. —Cuelgo y miro a Jacob—. No quiero volver a ese restaurante. No me gustó, probemos en otro sitio.
No le digo la auténtica razón por la que no quiero ir, pero ¿cómo se le dice a un novio recién estrenado que estás tratando de evitar a tu primer amor?
Jacob se aparta de la pared.
—Te gustará. Alice tiene muchas ganas de comer allí; le he contado lo bien que comimos.
«Tal vez tenga suerte y Edward no trabaje mañana.»
—Hablando de comida —añade Jacob—, me muero de hambre.
«¡El guiso!»
—¡Oh, mierda! —exclamo riendo.
Jacob se dirige a la cocina corriendo y yo lo sigo. Entro justo cuando él abre la puerta del horno y sacude la mano para disipar el humo.
«Insalvable.»
Me he levantado tan deprisa que me da vueltas la cabeza. Las tres copas de vino tampoco ayudan. Me sujeto en la encimera, a su lado, y él mete la mano en el horno para retirar el guiso.
—Jacob, tienes que sacarlo con...
—¡Mierda! —grita.
—Una manopla.
Suelta la fuente de cristal, que cae al suelo y se rompe en mil pedazos. Levanto los pies para evitar cortarme con los cristales y quemarme con las salpicaduras del pollo y las setas. Me echo a reír, porque me parece muy gracioso que no se haya acordado de usar la manopla. Tiene que ser el vino.
«Este vino pega más fuerte de lo que parece.»
Jacob cierra la puerta del horno de golpe, abre el agua fría y mete la mano debajo del grifo, sin dejar de soltar insultos. Trato de no reírme, pero el vino y lo absurdo de la situación que acabamos de vivir me lo ponen difícil. Al mirar al suelo, veo el desastre que vamos a tener que recoger y se me escapa la risa otra vez. Sigo riéndome al inclinarme sobre el fregadero para echarle un vistazo a la mano de Jacob. Espero que no se haya hecho mucho daño.
De golpe, dejo de reír. Estoy en el suelo, con la mano apoyada en la comisura del ojo.
Bruscamente, Jacob me ha golpeado con el brazo, haciéndome caer hacia atrás. Me ha apartado con tanta fuerza que he acabado en el suelo. Y, al caer, me he golpeado la cara con el tirador de uno de los armaritos.
Siento un dolor intenso en el ojo, cerca de la sien.
Y luego siento el peso; un peso que me presiona por todas partes. La gravedad es tan fuerte que me aplasta incluso las emociones. Y todo se hace añicos.
Las lágrimas, el corazón, la risa, mi alma. Todo roto como si fueran trozos de vidrio cayendo a mi alrededor.
Me cubro la cabeza con los brazos y deseo que los últimos diez segundos de mi vida den marcha atrás y desaparezcan.
—Joder, Isabella—lo oigo decir—. No es gracioso; esta mano es mi puta carrera.
No levanto la cara hacia él. Su voz no me acaricia, al contrario; siento que cada una de sus palabras es una espada afilada que se clava en mí. Y luego se sienta a mi lado, y me apoya su jodida mano en la espalda.
Y me la frota.
—Isabella. Oh, Dios mío, Bella.
Trata de apartarme los brazos de la cabeza, pero me resisto.
Niego con la cabeza, y sigo deseando con todas mis fuerzas que los últimos quince segundos desaparezcan. Quince segundos. Suficiente tiempo para cambiar la vida de una persona por completo. Quince segundos que nunca volverán.
Me abraza y me besa la coronilla.
—Lo siento. Yo... me he quemado la mano y me ha entrado el pánico. Tú no parabas de reír y... Lo siento mucho; todo ha pasado muy deprisa. No quería empujarte, Bella. Lo siento.
Pero no oigo la voz de Jacob esta vez; estoy oyendo la voz de mi padre.
«Lo siento, Renne. Ha sido un accidente. Lo siento mucho.»
—Lo siento, Isabella. Ha sido un accidente. Lo siento mucho.
Lo único que quiero es que se vaya, joder. Usando todas mis fuerzas, lo empujo con brazos y piernas para apartarlo tan lejos como puedo.
Él se cae de espaldas y se apoya en las manos para parar el golpe. Al principio, su mirada transmite dolor, pero luego cambia y me mira con... ¿preocupación? ¿Pánico?
Lentamente, levanta la mano derecha. Está cubierta de sangre, que le cae por la palma y se desliza por la muñeca y el brazo. Bajo la vista y veo el suelo lleno de trozos de cristal roto.
«Su mano.»
Acabo de empujarlo a un suelo cubierto de cristales rotos.
Él me da la espalda y se levanta. Vuelve a poner la mano bajo el chorro del agua fría, esta vez para limpiar la sangre. Al levantarme, veo que se arranca un trocito de cristal de la palma y lo lanza sobre la encimera.
Estoy furiosa, pero, aun así, me preocupo por su herida. Cojo un trapo de cocina y se lo pongo en la mano. La mano derecha. Hay sangre por todas partes.
«Y la operación es el lunes.»
Trato de ayudarlo a contener la hemorragia, pero tiemblo demasiado.
—Jacob, tu mano.
Él echa la mano herida hacia atrás y con la otra me alza la barbilla.
—A la mierda la mano, Isabella. Me da igual la mano. ¿Estás bien?
Me mira a los ojos, examinándome el golpe y buscando si hay más.
Los hombros me tiemblan de manera incontrolable, tan incontrolable como las lágrimas que me caen por las mejillas.
—No. —Sigo un poco en shock, pero sé que él puede oír cómo se me rompe el corazón al pronunciar esa sencilla palabra, porque yo la oigo retumbar en todos los rincones de mi cuerpo—. Oh, Dios. Me has empujado, Jacob. Tú... —Tomar conciencia de lo que acaba de pasar es mucho más doloroso que el golpe.
Jacob me abraza por el cuello y me pega a su pecho con desesperación.
—Lo siento mucho, Bella. Dios, cómo lo siento. —Entierra la cara en mi pelo, estrujándome y transmitiéndome todas las emociones que lo inundan —. Por favor, no me odies. Por favor.
Su voz vuelve a sonar como siempre. Ya no oigo a mi padre. Y en ese momento me doy cuenta de algo. Su carrera depende de esa mano y, sin embargo, está más preocupado por mí que por ella. Eso tiene que significar algo, ¿no? Estoy muy confusa.
Han pasado muchas cosas en un momento: el humo, el vino, los cristales rotos, las salpicaduras de comida por todas partes, la sangre, la furia, las disculpas. Es demasiado.
—Lo siento mucho —repite. Me aparto para mirarlo a los ojos. Están rojos. Nunca lo había visto tan triste—. Me he dejado llevar por el pánico. No quería empujarte. Ha sido el pánico. Solo podía pensar en la mano y la operación del lunes y... Lo siento mucho. U
ne su boca a la mía y nuestros alientos se funden.
«No es como mi padre. No puede serlo. No se parece en nada a ese cabrón insensible.»
Nos besamos, disgustados, confundidos, tristes. Nunca había sentido algo así..., tan feo y doloroso. Pero de alguna manera difícil de entender, el único que puede arreglar el dolor que me ha causado es él mismo. Su dolor mitiga mis lágrimas, y mis emociones se calman al sentir su boca sobre la mía y su mano agarrándome como si no quisiera soltarme nunca.
Me abraza por la cintura y me levanta en brazos. Con cuidado, se abre camino y sale de la cocina. No sé si estoy más disgustada con él o conmigo misma. Con él por perder los estribos o conmigo por dejarme consolar por sus disculpas.
Mientras me lleva al dormitorio no deja de besarme en ningún momento. Sigue haciéndolo cuando me deja sobre la cama y susurra:
—Lo siento, Bella.
Lleva los labios al lugar donde me he golpeado con el tirador y lo besa.
—Lo siento mucho.
Vuelve a buscarme los labios con su boca, húmeda y caliente, y no sé ni por dónde me da el aire. Mi alma llora, pero mi cuerpo anhela la disculpa que me da con sus manos y con su boca. Quiero gritarle y reaccionar como siempre deseé que mi madre reaccionara cuando mi padre le hacía daño, pero en lo más hondo de mi alma quiero creer que ha sido un accidente, que Jacob no es como mi padre, que no se parecen en nada.
Necesito sentir su dolor, su arrepentimiento, y él me los entrega en forma de besos. Cuando separo las piernas, me entrega su dolor de otra forma. Con cada embestida, lenta y cuidadosa, me entrega una disculpa con todo su cuerpo. Cada vez que entra en mí susurra una disculpa. Y de un modo casi milagroso, cada vez que se retira de mi interior, parte de mi enfado se va con él.
Me está besando el hombro, la mejilla, el ojo. Sigue sobre mí, acariciándome con delicadeza. Nunca me habían tocado así, con tanta ternura. Trato de olvidarme de lo que acaba de pasar en la cocina, pero no puedo quitármelo de la cabeza.
Me apartó de un empujón.
«Jacob me empujó.»
Durante quince segundos, vi una parte de él que no era él. Aunque yo tampoco era yo. Me reí de él cuando debí haberme mostrado preocupada. Él me empujó, aunque no debería haberme tocado. Yo también lo empujé y se cortó la mano.
Fue horrible. Todo. Los quince segundos fueron absolutamente horribles. No quiero pensar en ello nunca más.
Todavía tiene el trapo en la mano, completamente empapado en sangre.
Le empujo el pecho para que me deje levantarme.
—Ahora vuelvo —le digo.
Él me besa antes de apartarse. Voy al baño y cierro la puerta. Cuando me miro en el espejo, ahogo una exclamación.
Hay sangre. Tengo sangre en el pelo, en las mejillas, en el cuerpo. Y es toda suya. Me la limpio un poco con una toalla y luego busco el botiquín debajo del lavabo. No tengo ni idea de lo que voy a encontrarme. Primero se ha quemado la mano y luego se ha hecho un corte profundo. Justo después de contarme lo importante que era esta operación para él.
«El vino. Nunca más. No vamos a probar vino del bueno nunca más.»
Con el botiquín en la mano, regreso al dormitorio. Él llega al mismo tiempo que yo. Ha ido a la cocina a buscar una bolsa de hielo.
—Para el ojo —dice, levantando el hielo.
—Para la mano —digo yo, levantando el botiquín.
Sonriendo, nos sentamos en la cama. Se reclina contra el cabecero mientras me llevo su mano al regazo. Y, mientras yo le curo la mano, él apoya la bolsa de hielo en mi ojo con la otra mano.
Me pongo un poco de pomada antiséptica en los dedos y la aplico en las quemaduras. No tienen tan mal aspecto como me temía, lo que es un gran alivio.
—¿Podrás evitar que te salgan ampollas? —le pregunto.
Él niega con la cabeza.
—No, si la quemadura es de segundo grado.
Quiero preguntarle si podrá operar con ampollas en los dedos, pero no saco el tema. Estoy segura de que él no piensa en otra cosa.
—¿Te pongo pomada en el corte?
Él asiente. Ha dejado de sangrar. Sé que, si necesita puntos, se los darán, pero creo que no hará falta. Saco una venda elástica del botiquín y le envuelvo la mano con ella.
—Bella —susurra, y lo miro. Tiene la cabeza apoyada en el cabecero y parece a punto de llorar—. Me siento muy mal. Si pudiera borrarlo todo...
—Lo sé —le interrumpo—. Lo sé, Jacob. Ha sido espantoso. Al empujarme, me has hecho replantearme todo lo que pensaba que sabía sobre ti, pero sé que lo sientes. No podemos hacerlo desaparecer, así que prefiero que no volvamos a hablar del tema.
Le ajusto el vendaje y cuando acabo lo miro a los ojos.
—Pero una cosa te digo, Jacob. Si alguna vez vuelve a pasar algo así, sabré que lo de hoy no ha sido un accidente. Y te dejaré sin dudarlo ni un momento.
Él se queda mirándome en silencio un buen rato, con el ceño fruncido en una mueca de arrepentimiento. Se echa hacia delante y me besa.
—No volverá a pasar, Bella. Te lo juro. No soy como él. Sé que eso es lo que estás pensando, pero te juro que...
Niego con la cabeza, para que pare. No soporto el dolor que desprende su voz.
—Ya sé que no eres como mi padre, pero..., por favor, no me hagas dudar de ti nunca más. Te lo pido por favor.
Él me retira el pelo de la frente.
—Eres lo más importante de mi vida, Bella. Quiero ser la persona que te haga feliz, no la que te haga sufrir. —Me besa y se levanta, aplicándome el hielo en la cara—. Sostenlo así durante unos diez minutos. Evitará que se inflame.
Hago lo que me dice y le pregunto:
—¿Adónde vas?
Él me besa en la frente antes de responder:
—A recoger el desastre de ahí afuera.
Se pasa los siguientes veinte minutos limpiando la cocina. Oigo que vacía las botellas de vino por el fregadero y tira el vidrio a la basura.
Vuelvo al baño y me doy una ducha rápida para quitarme su sangre de encima. Luego cambio las sábanas. Cuando acaba de recoger la cocina, regresa al dormitorio con un vaso en la mano.
—Es refresco de cola —me dice—. La cafeína te irá bien.
Doy un trago y noto las burbujas estallándome en el cuello. Justo lo que necesitaba. Doy otro sorbo y dejo el vaso en la mesilla.
—¿A qué ayuda exactamente? ¿A quitar la resaca?
Jacob se mete en la cama y nos tapa con el cobertor. Sacudiendo la cabeza, responde:
—No, no creo que tenga efecto sobre la resaca, pero mi madre siempre me daba un refresco de cola cuando había tenido un mal día; me hacía sentir un poco mejor.
Sonrío.
—Es verdad. Funciona.
Él me acaricia la mejilla. Su mirada y el modo en que me toca me convencen de que se merece otra oportunidad. Siento que, si no lo perdono, le estaré haciendo pagar los pecados de mi padre.
«Él no es mi padre.»
Jacob me quiere. Nunca me lo ha dicho con todas las letras, pero sé que me quiere igual que yo le quiero a él. Estoy segura de que lo que ha pasado esta noche en la cocina no volverá a suceder; solo hace falta ver lo disgustado que está por haberme hecho daño.
Todos cometemos errores. Lo que determina el carácter de una persona no son los errores que comete, sino cómo aprovecha esos errores para transformarlos en lecciones en vez de en excusas.
Su mirada se vuelve más intensa y más sincera. Se inclina para besarme la mano y luego se tumba de lado. Compartiendo almohada, permanecemos en silencio, contemplándonos mutuamente y sintiendo cómo nos inunda esta energía que llena todos los huecos que la noche nos ha provocado.
Unos minutos después, me aprieta la mano.
—Isabella —me dice, acariciándome el pulgar con el suyo—, estoy enamorado de ti. Siento sus palabras en cada célula de mi cuerpo.
—Yo también te quiero —susurro, y es la verdad más pura que ha salido de mis labios.
Les dejo aca un nuevo capítulo.
Siento que los accidentes pueden ocurrir, pero también siento que Jacob es una persona llena de Red Flags y puede que por la manera en que Bella fue criada sienta que algunas cosas estan normales o siente que puede ser diferente, solo por ser una personas diferentes.
Siento que es importante en cualquier tipo de relación definirse a uno mismo los "No negociables" para uno poder sentirse seguro con uno mismo y evitar las manipulaciones.
Espero sus comentarios.
