Tanto la historia como los personajes no son de mi propiedad, solo soy una persona que disfruta adaptando la historias para que llegue a más personas.

Muchas gracias por sus comentarios, tambien a los lectores silenciones.

Cap. 17

No llego a casa hasta pasadas las siete de la tarde. Jacob llamó hace una hora para decirme que no vendría a casa esta noche. La separación de los congriogalápagos (o como demonios se llamen) ha sido un éxito, pero va a quedarse en el hospital para asegurarse de que no hay complicaciones.

Al llegar al piso, me recibe el silencio. Me pongo mi silencioso pijama y me como un silencioso sándwich. Y luego me tumbo en mi silencioso dormitorio y abro mi libro nuevo, confiando en que me ayude a acallar mis emociones.

Efectivamente, tres horas más tarde, con el libro casi acabado, estoy mucho más calmada. Coloco un marcapáginas para no perder el punto y cierro el libro, aunque me lo quedo mirando un buen rato. Pienso en Jacob, pienso en Edward, y pienso en que, a veces, sin importar lo convencida que estés de que las cosas van a fluir de determinada manera, todo cambia tan drástica e implacablemente como la marea.

Dejo el libro que Edward me ha regalado en el armario donde guardo mis diarios y cojo la libreta que está llena de sus recuerdos. Ha llegado el momento de leer la última entrada de ese diario. Solo entonces podré despedirme de él para siempre.

Querida Ellen:

Normalmente me alegro de que no sepas que existo. Y me alegro de no haberte enviado nunca las cosas que te escribo. Pero algunas veces, como esta noche, me gustaría poder hablar contigo. Necesito contarle a alguien cómo me siento.

Han pasado seis meses desde la última vez que vi a Edward ; no sé dónde está ni cómo le va la vida. Han sucedido muchísimas cosas desde la última vez que te escribí, cuando Edward se mudó a Boston. Pensé que iba a ser la última vez que lo vería en mucho tiempo, pero no fue así.

Volví a encontrarme con él una vez más, varias semanas después de que se mudó. Era mi cumpleaños, cumplía los dieciséis, y cuando lo vi aparecer, pensé que era el mejor día de mi vida.

Pero luego se convirtió en el peor.

Habían pasado exactamente cuarenta y dos días desde que Edward se marchó a Boston. Contaba los días, como si fuera a servir de algo. Estaba tan deprimida, Ellen... Aún lo estoy. La gente dice que el amor de los adolescentes no es equiparable al de los adultos. En parte me lo creo, pero no soy adulta y no puedo comparar. Supongo que son amores distintos. Seguro que hay más fondo en el amor de dos adultos. Probablemente haya más madurez, más respeto, más responsabilidad. Pero todo esto no me parece tan importante. Creo que cada amor tiene un peso específico en la vida de una persona, y que ese peso no depende de la edad. Es algo que sientes en los hombros, en el estómago y el corazón, sin importar los años que tengas. Y lo que siento por Edward pesa mucho. Cada noche lloro hasta quedarme dormida, y antes de dormir susurro: «Sigue nadando». Pero es muy difícil nadar cuando sientes que estás anclado en el agua.

Ahora que lo pienso, probablemente he estado experimentando todas las fases del duelo. Negación, rabia, negociación, depresión y aceptación. La noche de mi cumpleaños estaba profundamente sumida en la fase depresiva. Mi madre había hecho lo que había podido para que fuera un buen día. Me compró suministros de jardinería, preparó mi pastel favorito y las dos salimos a cenar juntas. Pero cuando me metí en la cama esa noche no podía librarme de la tristeza.

Estaba llorando cuando oí los golpecitos en la ventana. Al principio, pensé que empezaba a llover, pero luego oí su voz. Me levanté de un salto y corrí hacia él, con el corazón desbocado. Estaba allí, en la oscuridad, sonriéndome. Levanté la ventana y lo ayudé a entrar. Él me rodeó con sus brazos y no me soltó mientras yo lloraba.

Olía tan bien... Mientras lo abrazaba me di cuenta de que había ganado parte del peso que tanta falta le hacía durante las seis semanas que llevaba sin verlo. Se echó hacia atrás y me secó las lágrimas que me caían por las mejillas.

¿Por qué lloras, Bella?

Sentí vergüenza por estar llorando. Durante ese mes había llorado mucho, probablemente era el mes en que más lo había hecho en toda mi vida. Probablemente eran mis hormonas adolescentes, mezcladas con la tensión de ver cómo mi padre trataba a mi madre. Tener que despedirme de Edward fue la gota que colmó el vaso.

Cogí una camiseta del suelo y me sequé los ojos. Luego nos sentamos en la cama. Me atrajo hacia su pecho y se apoyó en el cabecero.

¿Qué haces aquí? —le pregunté.

Es tu cumpleaños. Sigues siendo mi persona favorita... y te echaba de menos.

Debió de llegar hacia las diez de la noche, pero charlamos tanto que cuando volví a mirar la hora ya eran pasadas las doce. No recuerdo sobre qué hablamos, pero recuerdo perfectamente cómo me sentía. Edward parecía muy feliz. Nunca le había visto los ojos tan brillantes. Era como si al fin hubiera encontrado su hogar.

Me dijo que quería contarme algo y se puso muy serio. Me recolocó sobre su regazo, porque quería mirarme a los ojos mientras me contaba lo que quería decirme. Pensé que me diría que tenía novia o que había decidido alistarse en el ejército antes de lo previsto, pero lo que me contó me sorprendió mucho más.

Dijo que, cuando entró en la casa abandonada de los vecinos, no lo hizo buscando un lugar donde dormir.

Entró para suicidarse.

Me cubrí la boca con las manos, porque no sabía que lo había pasado tan mal, hasta el punto de no querer seguir viviendo.

Espero que nunca sepas lo que es sentirse tan solo en el mundo, Bella.

Me contó que, durante la primera noche, sentado en el salón con la cuchilla cerca de la muñeca, vio encenderse la luz de mi dormitorio.

Apareciste como un ángel iluminado por la luz del cielo —me dijo —. No podía dejar de mirarte.

Me observó moverme por la habitación. Me observó cuando me tumbé en la cama y escribí en el diario. Y soltó la cuchilla. Dijo que llevaba un mes sin sentir nada, y que verme le despertó sentimientos. Lo justo para salir de la apatía en que había caído, lo justo para no matarse esa noche. Un par de días más tarde le dejé comida en la puerta y el resto ya lo conoces más o menos.

Me salvaste la vida, Bella—me dijo—. Y ni siquiera eras consciente de lo que acababas de hacer.

Se echó hacia delante y me besó en su lugar favorito, entre el cuello y el hombro. Me gustó que volviera a besarme allí. En general, mi cuerpo no me gusta mucho, pero ese punto en concreto se ha convertido en mi parte favorita.

Me tomó las manos y me confirmó que iba a entrar en el ejército antes de lo previsto, pero dijo que no podía irse sin pasar a darme las gracias. Me dijo que estaría fuera cuatro años, y que lo último que quería era pensar que había una chica de dieciséis años que no estaba viviendo su vida al máximo por culpa de alguien a quien no iba a poder ver.

Emocionado, añadió:

Bella, la vida es algo muy raro y curioso. Solo tenemos unos cuantos años para vivirla, así que debemos hacer todo lo posible para llenarlos al máximo. No debemos perder tiempo en cosas que tal vez sucedan algún día o que tal vez no sucedan nunca.

Entendí lo que me estaba diciendo. Que se alistaba en el ejército y que no quería que me aferrara a su recuerdo en su ausencia. No estaba rompiendo conmigo porque ni siquiera estábamos juntos. Solo éramos dos personas que se habían ayudado cuando se necesitaban y cuyos corazones se habían fusionado por el camino.

Fue duro sentir que me soltaba antes de haberme agarrado por completo. Durante todo el tiempo que compartimos, creo que ambos supimos que lo nuestro no iba a ser una historia para siempre. Y no sé por qué, porque no me costaría seguir amándolo como lo hago. Probablemente, si nuestras circunstancias fueran normales, podríamos seguir juntos como la típica pareja adolescente que vive una vida normal, en un hogar normal. Podríamos ser una pareja que no experimenta lo cruel que puede ser la vida cuando se interpone entre dos personas.

Ni siquiera traté de hacerle cambiar de opinión. Siento que tenemos ese tipo de conexión que ni siquiera el fuego del infierno sería capaz de romper. Siento que da igual si se alista en el ejército. Yo, mientras tanto, viviré mi vida de adolescente y luego todo volverá a su sitio cuando sea el momento adecuado.

Voy a prometerte algo —me dijo—. Cuando mi vida sea lo bastante buena para que formes parte de ella, iré a buscarte. Pero no quiero que me esperes porque ese día podría no llegar nunca.

No me gustó su promesa. Edward pensaba que tal vez no regresara con vida del ejército, o que tal vez su vida nunca sería lo bastante buena para mí. Y aunque para mí su vida ya era lo bastante buena, asentí y me obligué a sonreír.

Si no vienes, seré yo la que vaya a buscarte. Y ese día te vas a enterar, Edward Cullen.

Él se echó a reír ante mi amenaza.

Bueno, no te costará demasiado encontrarme. Ya sabes dónde estaré.

Mi sonrisa se hizo más amplia.

Donde todo es mejor.

Él me devolvió la sonrisa.

Exacto. En Boston.

Y entonces me besó. Ellen, sé que eres adulta y que sabes lo que vino a continuación, pero igualmente, no me siento cómoda entrando en detalles, así que dejémoslo en que nos besamos mucho. Y reímos mucho. Amamos mucho y respiramos mucho. Mucho. Y los dos tuvimos que taparnos la boca y guardar silencio para que no nos pillaran.

Al acabar, me abrazó y permanecimos unidos, piel con piel, corazón con corazón. Me besó y, mirándome fijamente a los ojos, me dijo:

Te quiero, Isabella. Amo todo lo que eres. Te quiero.

Sé que son palabras que los adolescentes dicen a menudo, muchas veces de manera prematura y sin estar demasiado justificadas. Pero cuando él las pronunció supe que no se estaba declarando. No me estaba diciendo que estaba enamorado de mí; no era ese tipo de «te quiero».

Imagínate a todas las personas que conoces a lo largo de la vida. Son muchísimas. Aparecen en forma de oleaje; unos vienen y otros se van con las mareas. Algunas olas son más grandes e impactan con más fuerza que otras. Algunas de estas olas vienen acompañadas por cosas que arrastran desde lo más profundo del mar y que lanzan en tu orilla, dejando una marca que demuestra que esas personas han estado allí, aunque haga mucho tiempo que la marea retrocedió.

Y eso era lo que Edward me estaba transmitiendo al decir «te quiero». Me estaba diciendo que yo era la ola más grande con la que se había topado. Y que había dejado tantas cosas en su orilla que mi marca siempre permanecería en su playa, aunque la marea se retirara.

Después me dijo que tenía un regalo de cumpleaños para mí y me enseñó una bolsita marrón.

No es gran cosa, pero es todo lo que me pude permitir.

Abrí la bolsita y saqué el mejor regalo que me han hecho nunca.

Era un imán con las letras BOSTON en la parte superior. En la parte inferior, en letras diminutas, ponía: DONDE TODO ES MEJOR. Le dije que lo guardaría siempre y que cada vez que lo viera me acordaría de él.

Al empezar esta carta te he dicho que el día en que cumplí los dieciséis fue uno de los mejores días de mi vida. Y, hasta ese preciso momento, lo fue. Pero los minutos siguientes no lo fueron.

Edward apareció por sorpresa. No esperaba su visita y por eso no cerré la puerta con pestillo. Mi padre me oyó hablar con alguien en la habitación y abrió la puerta. Al ver a Edward en mi cama, se enfureció como nunca. Y Edward estaba en desventaja, porque no estaba preparado para lo que vino a continuación.

Por muchos años que viva, nunca olvidaré lo que sentí cuando mi padre se abalanzó sobre Edward con un bate de béisbol. El sonido de sus huesos al romperse era lo único que lograba oír más allá de mis gritos.

Aún no sé quién llamó a la policía. Estoy segura de que fue mi madre, pero han pasado seis meses y todavía no hemos hablado de lo que pasó esa noche. Cuando la policía entró en mi habitación y apartó a mi padre de Edward, estaba tan cubierto de sangre que no lo reconocí.

Estaba histérica.

Histérica.

No solo tuvieron que llevarse a Edward en ambulancia, tuvo que venir otra a buscarme a mí porque no podía respirar. Ha sido el primer y único ataque de pánico que he tenido en la vida.

Nadie me decía dónde estaba Edward; ni siquiera me contaban si estaba bien. Y a mi padre, por supuesto, no le pasó nada. No solo no lo arrestaron, sino que acabó convertido en un héroe. Se corrió la voz de que Edward era un sin techo que se había alojado en la casa abandonada, y a mi padre le llovieron los elogios por salvar a su niñita de las garras del desaprensivo sin techo que había abusado de ella.

Mi padre me dijo que yo era la vergüenza de la familia por darle a la gente algo con lo que criticarnos. Y lo peor es que no le falta razón, sigue siendo fuente de cotilleos. Hoy mismo he oído a Angela contarle a alguien en el autobús que ella trató de advertirme sobre Edward. Ha dicho que ella se había dado cuenta de que ese chico era problemático desde la primera vez que lo vio, lo que es una gilipollez. Si Edward hubiera estado a mi lado, probablemente me habría callado y habría actuado con madurez, como él me enseñó. Pero no estaba a mi lado, así que me he vuelto hacia ella y la he mandado a la mierda. Le he soltado que Edward es mejor persona de lo que ella será nunca y que, si vuelvo a oírle decir algo malo sobre él, lo lamentará.

Ella ha puesto los ojos en blanco y me ha dicho:

Por Dios, Isabella, ¿te lavó el cerebro? Era un chico sin techo, un sucio ladronzuelo que probablemente se drogaba. Te usó para conseguir comida y sexo..., y ¿todavía lo defiendes?

Ha tenido suerte de que el autobús se ha parado delante de mi casa en ese momento. He cogido la mochila, me he metido en mi habitación y me he pasado tres horas llorando. Ahora me duele la cabeza, pero sabía que la única manera de sentirme un poco mejor iba a ser volcarlo todo sobre el papel. Llevaba seis meses resistiéndome a escribir esta carta.

No te lo tomes a mal, Ellen, pero me sigue doliendo la cabeza. Y el corazón. Tal vez más que antes. Esta carta no me ha ayudado una mierda.

Creo que voy a dejar de escribirte durante una temporada. Escribirte me hace pensar en él, y me duele demasiado. Hasta que él vuelva a por mí, voy a seguir fingiendo que estoy bien. Seguiré fingiendo que nado, cuando en realidad lo que hago es flotar, y me cuesta horrores mantener la cabeza fuera del agua.

Bella

—-

Vuelvo la página, pero está en blanco. Esa fue la última vez que escribí a Ellen.

Tampoco volví a saber nada de Edward y no me extrañó. Mi padre estuvo a punto de matarlo; a mí tampoco me habrían quedado ganas de volver.

Sabía que estaba vivo y que se encontraba bien porque de vez en cuando me podía la curiosidad y lo buscaba en internet. No había demasiada información, pero al menos sabía que estaba vivo y que seguía en el ejército.

Nunca logré quitármelo del todo de la cabeza. El tiempo suavizó las cosas, pero, de vez en cuando, me encontraba con algo que me recordaba a él y me alteraba mucho. Un día, cuando ya llevaba dos años en la universidad y estaba saliendo con alguien, me di cuenta de que quizá Edward no estaba destinado a desempeñar un gran papel en mi vida. Tal vez simplemente era una etapa.

Quizá el amor no siempre tiene un final cerrado. Tal vez sea como las mareas, como las personas que entran y salen de nuestras vidas.

Durante una noche en que la soledad me resultaba particularmente dura de sobrellevar, fui sola a un estudio y me hice tatuar un corazón donde él solía besarme. Es un corazón pequeño, como la huella dactilar de un pulgar, que se parece al que él talló en madera de roble. No está cerrado del todo por arriba y me pregunto si Edward lo haría así expresamente, porque así es como mi corazón se siente cada vez que pienso en él. Como si tuviera un agujero que deja escapar todo el aire.

Cuando acabé la universidad me mudé a Boston y no exclusivamente porque esperara encontrármelo, sino porque quería comprobar con mis propios ojos si todo era realmente mejor allí. Plethora ya no tenía ningún aliciente para mí y quería alejarme todo lo posible de mi padre. Aunque estaba enfermo y ya no suponía una amenaza para mi madre, su sola presencia me despertaba ganas de salir huyendo del estado de Maine, y eso fue lo que hice.

Ver a Edward en su restaurante por primera vez me despertó unas emociones tan intensas que no supe procesarlas. Me alegró ver que estaba bien y me hizo muy feliz comprobar que tenía un aspecto muy saludable, pero mentiría si dijera que no me rompió un poco el corazón darme cuenta de que no había tratado de encontrarme tal como me prometió.

Le quiero. Aún hoy, y sé que siempre le querré. Fue una ola gigante que dejó un montón de marcas en mi vida, y sentiré el peso de ese amor hasta que me muera; lo tengo asumido.

Pero las cosas han cambiado mucho. Después de que salió de mi despacho hace un rato, he pensado mucho en nosotros y creo que nuestras vidas están donde deben estar. Yo tengo a Jacob, y Edward tiene a su novia. Ambos hemos logrado nuestros trabajos soñados. Y que no hayamos acabado formando parte de la misma ola no significa que no formemos parte del mismo océano.

La relación con Jacob es todavía bastante reciente, pero los sentimientos son igual de profundos que los que tenía con Edward. Noto que me quiere como me quería Edward y sé que, si Edward llegara a conocerlo, él también se daría cuenta y se alegraría por mí.

A veces, una ola llega de manera inesperada, te traga y se resiste a escupirte de nuevo en la playa. Jacob es mi tsunami inesperado y ahora mismo estoy surfeando su bonita cresta.

—-

Hasta aca este capítulo, espero que se les haya escapado alguna lagrima durante esta última entrada del diario. ¡Que fuerte! la manera en que se debió sentir Edward para querer poner fin a su vida.

Lo otro que me entristece es que su historia quedo inconclusa después de ese episodio con el padre de Bella.

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