Ni los personajes ni esta historia me pertenecen , solo me divierto adaptandola para que llegue a mas personas.

Hoy amaneci generosa, y decidi publicar. Muchas gracias a MaryLuna por tu comentario.

Cap 19

—Ya han pasado seis semanas, mamá. Supéralo de una vez.

Mi madre suspira al otro lado del teléfono.

—Eres mi única hija. No puedo evitarlo; llevaba toda la vida soñando con tu boda.

Todavía no me lo ha perdonado, y eso que asistió. La llamamos justo antes de que Alice comprara los billetes de avión. La sacamos de la cama, igual que a los padres de Jacob, y los subimos a todos en un vuelo de medianoche a Las Vegas. No trató de hacerme cambiar de idea, porque se dio cuenta de que Jacob y yo estábamos convencidos, pero no deja pasar una oportunidad para recordármelo. Ha estado soñando con una gran boda, con ir a probarse vestidos conmigo y con elegir juntas la tarta desde que nací.

Subo los pies al sofá.

—Y ¿si te lo compenso? —le pregunto—. ¿Qué te parece si, cuando decidamos tener un bebé, lo hacemos a la manera tradicional y no lo encargamos en Las Vegas?

Mi madre se echa a reír.

—Con tal de que me des nietos algún día, lo superaré.

Jacob y yo sacamos el tema durante el vuelo a Las Vegas. Quería asegurarme de que no era un tema tabú, antes de sellar el compromiso de pasar el resto de mi vida con él. Él dijo que, por supuesto, podríamos planteárnoslo más adelante. Y luego hablamos de un montón más de asuntos que podrían resultar problemáticos en el futuro. Le dije que quería que tuviéramos cuentas separadas, pero que, como él gana más dinero que yo, iba a tener que hacerme muchos regalos para tenerme contenta. Estuvo de acuerdo.

Me hizo prometerle que nunca me haría vegana. Fue una promesa fácil de hacer; me gusta demasiado el queso para renunciar a él. Le dije que tendríamos que fundar una organización benéfica o, al menos, hacer donaciones a las favoritas de Jasper y Alice. Me dijo que ya donaba, y eso hizo que me entraran aún más ganas de casarme con él. Él me hizo prometer que votaría. Dijo que podía votar a los demócratas, a los republicanos o a candidatos independientes, pero que votara. Se lo prometí con un apretón de manos.

Cuando el avión aterrizó en Las Vegas, estábamos de acuerdo en todo. Oigo que alguien abre la puerta y me tumbo de espaldas.

—Tengo que colgar —le digo a mi madre—. Jacob acaba de llegar. —Él cierra la puerta y, sonriendo, digo—: Un momento, déjame reformular la frase, mamá. Mi marido acaba de llegar a casa.

Mi madre se echa a reír antes de despedirse y de colgar. Dejo el teléfono a un lado, levanto un brazo y lo apoyo lánguidamente en el reposabrazos. Luego acomodo la pierna en el respaldo del sofá, permitiendo que la falda me resbale por los muslos y se me arremoline en la cintura. Jacob me repasa de arriba abajo y sonríe mientras se acerca a mí. Se deja caer de rodillas en el sofá y se encarama lentamente sobre mí.

—¿Cómo está mi mujer? —susurra, besándome alrededor de la boca.

Cuando lo noto presionando entre las piernas, echo la cabeza hacia atrás y él me besa el cuello.

«Esto es vida.»

Los dos trabajamos casi todos los días. Él trabaja el doble de horas que yo y solo llega a casa antes de que me meta en la cama dos o tres noches a la semana. Pero, durante las noches en que estamos juntos, procuro que él pase todo el tiempo posible enterrado profundamente en mi interior.

Y él no se queja.

Elige un punto en mi cuello y lo besa con tanta fuerza que duele.

—¡Au!

Él se deja caer sobre mí y murmura, con la cara enterrada en mi cuello:

—Te voy a hacer un chupetón; no te muevas.

Riendo, le dejo hacer. Tengo el pelo largo, así que podré tapármelo si hace falta. Además, nunca me habían hecho un chupetón.

Sus labios permanecen en el mismo punto, succionando y besándome hasta que deja de dolerme. Está pegado a mí, y noto su erección presionando los pantalones. Se los bajo lo justo para que pueda deslizarse dentro de mí. Sin dejar de besarme el cuello, lo hacemos aquí mismo, en el sofá.

Él se duchó primero y, en cuanto acabó, ocupé su lugar. Le dije que teníamos que quitarnos de encima el olor a sexo antes de ir a cenar con Alice y Jasper.

Alice sale de cuentas dentro de unas semanas; por eso insiste en que hagamos cenas de parejitas a menudo, para aprovechar el tiempo. Tiene miedo de que, cuando nazca el bebé, dejemos de visitarlos, lo que es absurdo. Sé que los encuentros serán aún más frecuentes. Ya quiero a mi sobrina más que ellos. Bueno, tal vez no tanto, pero casi.

Trato de no mojarme el pelo, porque ya vamos tarde. Cojo la maquinilla de afeitar y estoy a punto de depilarme las axilas cuando oigo el ruido de algo que se rompe.

—Jacob...

Nada.

Acabo de depilarme y me aclaro el jabón.

Otro ruido.

«¿Qué demonios está haciendo?»

Cierro el agua, cojo la toalla y me seco rápidamente.

—¡Jacob!

Sigue sin responder. Me pongo los vaqueros a toda prisa y abro la puerta mientras me pongo la camiseta.

—Jacob...

La mesita de noche que hay junto a la cama está tumbada. Voy al salón. Está sentado en el borde del sofá, con la cabeza apoyada en una mano, mirando algo que sostiene con la otra mano.

—¿Qué haces?

Me mira, pero no soy capaz de descifrar su expresión. No entiendo qué está sucediendo. No sé si acaba de recibir malas noticias o...

«Ay, Dios. Alice.»

—Jacob, me estás asustando. ¿Qué pasa?

Él me muestra mi teléfono y me mira como si eso lo explicara todo. Cuando sacudo la cabeza, sin entender nada, me muestra un trozo de papel.

—Qué curioso —dice, dejando el móvil en la mesita baja—. Se me ha caído tu teléfono, sin querer. Se le ha salido la carcasa y he encontrado este número escondido dentro.

«Oh, no. No, no, no.»

Aprieta el puño, arrugando el papel.

—He pensado: «Qué raro. Isabella no me esconde nada». —Se levanta y coge el teléfono—. Así que he llamado al número. —Aprieta el móvil con rabia—. Por suerte para él, ha saltado el puto buzón de voz.

Lanza el móvil con todas sus fuerzas. Este choca contra la pared y cae en pedazos al suelo.

Durante unos segundos, pienso que las cosas pueden tomar dos rumbos:

Me va a dejar.

O me va a hacer daño.

Se pasa una mano por el pelo y se dirige a la puerta.

«Me va a dejar.»

—¡Jacob! —grito.

«¿Por qué demonios no tiré el número?»

Abro la puerta y corro tras él, que baja los escalones de dos en dos. Lo alcanzo en el rellano de la segunda planta. Me coloco ante él y le agarro la camisa con las dos manos.

—Jacob, por favor, deja que te lo explique.

Él me agarra las muñecas y me da un empujón.

—Estate quieta.

Siento sus manos sobre mí, firmes pero delicadas. Estoy llorando y, por alguna razón, las lágrimas me escuecen.

—Isabella, por favor, no te muevas —me dice en tono tranquilizador. Me duele la cabeza.

—¿Jacob?

Intento abrir los ojos, pero la luz es demasiado intensa. Noto una punzada en la comisura del ojo y me encojo de dolor. Trato de incorporarme, pero él lo impide apoyándome una mano en el hombro.

—Tienes que estarte quieta hasta que acabe, Isabella.

Abro los ojos y reconozco el techo de nuestro dormitorio.

—¿Hasta que acabes con qué? —Me duele la boca al hablar.

Levanto una mano y me la cubro con ella.

—Te has caído por la escalera —responde—. Te has hecho daño.

Lo miro a los ojos y leo en ellos preocupación, pero también dolor. Y enfado. Él siente todas esas cosas a la vez, pero yo solo me siento confundida.

Vuelvo a cerrar los ojos, tratando de recordar por qué está enfadado, por qué se siente herido.

Mi teléfono.

El número de Edward.

La escalera.

Lo agarré por la camisa.

Él me empujó.

«Te has caído por la escalera», me ha dicho.

Pero no es verdad, no me he caído.

Él me ha empujado. Otra vez.

Y ya van dos.

«Me empujaste tú, Jacob.»

Los sollozos me asaltan y empiezo a temblar violentamente. No sé si las heridas que tengo son graves, pero me da igual. No hay dolor físico que se pueda comparar a lo que mi corazón está sintiendo ahora mismo. Le golpeo las manos para que se aparte de mí. Él se levanta de la cama y yo me hago un ovillo.

Espero que él me consuele como la última vez que me hizo daño, pero no es eso lo que sucede. Lo oigo dar vueltas por el dormitorio. No sé lo que hace. Sigo llorando cuando al fin se arrodilla frente a mí.

—Es posible que tengas una contusión —dice, como si nada—. Tienes un corte pequeño en el labio y te he vendado el corte del ojo. No necesitas que te den puntos —añade en tono distante—. ¿Te duele en alguna otra parte? ¿Los brazos? ¿Las piernas?

Suena como un médico, no como un marido.

—Tú me empujaste —lo acuso, llorando.

No puedo pensar en nada más.

—Te caíste —me rebate calmado—. Hace unos cinco minutos, justo después de que descubrí que me había casado con una mentirosa de mierda. —Deja algo en la almohada, a mi lado—. Si necesitas algo más, siempre puedes llamar a este número.

Miro el papel arrugado donde está anotado el número de Edward.

—Jacob —sollozo.

«¿Qué está pasando?»

Oigo que sale de casa dando un portazo.

El mundo se derrumba a mi alrededor.

—Jacob —susurro, aunque no hay nadie. Me cubro la cara con las manos y lloro como nunca he llorado. Estoy destrozada.

«Cinco minutos.»

Solo hacen falta cinco minutos para destrozar por completo a una persona.

Pasan unos cuantos minutos. No sé cuántos, tal vez diez.

No puedo parar de llorar. No me he movido de la cama.

Me da miedo mirarme en el espejo. Yo... tengo mucho miedo.

Oigo que la puerta de la calle se abre y vuelve a cerrarse de un portazo. Jacob aparece en la puerta y no sé si debo odiarlo.

O sentirme aterrorizada.

O sentir lástima por él.

¿Cómo puedo estar sintiendo las tres cosas a la vez?

Jacob apoya la frente en la puerta y lo veo darse de cabezazos, una, dos, tres veces. Se vuelve bruscamente, se acerca corriendo y se deja caer de rodillas junto a la cama. Me coge las manos y las aprieta.

—Isabella —me dice, con la cara contraída en una mueca de dolor—. Por favor, dime que no ha pasado nada. —Me acaricia la cabeza y noto cómo le tiembla la mano—. No puedo soportarlo, no puedo. —Se inclina sobre mí y me besa la frente, presionando con fuerza. Luego apoya su frente en la mía —. Por favor, dime que no os estáis viendo. Por favor.

No sé si voy a ser capaz de decírselo, porque no puedo ni hablar.

Él sigue pegado a mí, con la mano fuertemente enredada en mi pelo.

—Me duele tanto, Isabella... Te quiero tanto...

Yo niego con la cabeza, y me fuerzo a contarle la verdad porque quiero que se dé cuenta del enorme error que ha cometido.

—Me olvidé de que estaba ahí —le digo, en voz baja—. El día después de la pelea en el restaurante... vino a la tienda. Puedes preguntárselo a Alice. Solo estuvo cinco minutos. Cogió el móvil y puso el número en la funda porque pensaba que no estaba segura a tu lado. Me olvidé de que estaba ahí, Jacob. No lo he mirado ni una vez.

Él, tembloroso, suelta el aire y asiente aliviado.

—¿Me lo juras, Isabella? ¿Me juras por nuestro matrimonio y nuestras vidas y por todo lo que eres que no has vuelto a hablar con él desde ese día?

Se aparta un poco para poder mirarme a los ojos.

—Lo juro, Jacob. Has reaccionado desproporcionadamente sin darme la oportunidad de explicarme —respondo—. Y ahora vete, lárgate ahora mismo de mi casa.

Mis palabras lo han dejado sin respiración. Lo veo de cerca y en detalle. Se deja caer hacia atrás hasta que la pared lo para y me mira en silencio; en shock.

—Isabella —susurra—. Te has caído por la escalera.

No sé si trata de convencerme a mí o a sí mismo.

—Vete de mi casa —repito calmada.

Él permanece inmóvil. Me siento en la cama y me llevo la mano al ojo, donde noto un dolor punzante. Él se levanta del suelo y, cuando da un paso adelante, me echo hacia atrás en la cama.

—Estás herida, Isabella. No pienso dejarte sola.

Cojo una almohada y se la lanzo, como si pudiera dañarlo con ella.

—¡Largo! —grito mientras él atrapa la almohada. Cojo la otra, me levanto de la cama y lo ahuyento a golpes de almohada, gritando—: ¡Largo, largo, largo!

Cuando oigo que se cierra la puerta de la calle, tiro la almohada al suelo.

Corro hasta la entrada y, tras cerrar con llave y pestillo, regreso al dormitorio y me dejo caer en la cama; la cama que comparto con mi marido, la cama en la que él me hace el amor.

La cama en la que me tumba cuando tiene que poner orden en el caos que deja.

—-

aca les dejo un nuevo capitul, que opinan? Jacob pierde nuevamente la cabeza y lo que creo peor es que hace pasar a Bella como loca diciendo que se ca ha caido y no que el la ha empujado.

Como siempre no permitan que ninguna personas, las aga sentir menos y mucho menos permitan que agredan contra ustedes son importar que "importante" sea esta persona para ustedes.

les quiero y nos leemos en el próximo capitulo.