La historia y los personajes no son de mi autoría. Solo soy una persona que disfruta de adaptar historias para llegar a mas personas.
Muchas gracias a Maryluna y al anonimo (tu sentimineto es un poco el de todos, pero siento que las personas que estan pasando por un relacion llena de violencia hasta que no esten listas, no saldran de ese ciclo) por sus comentarios y por agregar la historia en sus favoritos y alertas.
Los proximos capitulos les advierto que seran una gran montana rusa.
Cap 21.
—Me voy a ir. ¿Necesitas que haga algo más?
Levanto la vista del papeleo y niego con la cabeza.
—Gracias, Serena. Hasta mañana.
Ella asiente y se marcha, dejando la puerta del despacho abierta.
Alice dejó de trabajar hace dos semanas. Se pondrá de parto en cualquier momento. Ahora tengo dos empleadas a jornada completa, Serena y Rose. Sí, esa Rose.
Se casó hace un par de meses y vino un día a buscar trabajo. La verdad es que se ha integrado bien. Se esfuerza mucho y, cuando coincido con ella, cierro la puerta del despacho para no oírla cantar.
Ha pasado casi un mes desde el incidente de la escalera y, a pesar de lo que Jacob me contó sobre su infancia, me costó bastante perdonarlo.
Sé que Jacob tiene un temperamento explosivo; lo vi desde el primer momento, desde antes de que cruzáramos las primeras palabras. Lo vi la espantosa noche de la cocina y volví a verlo cuando encontró el número de teléfono en la funda del móvil.
Pero también veo las diferencias entre Jacob y mi padre. Jacob es generoso y hace cosas que mi padre nunca habría hecho, como donar a organizaciones benéficas. Se preocupa por los demás y me pone a mí por delante de todo. A Jacob no se le ocurriría hacerme aparcar en la calle mientras él deja el coche a cubierto.
Tengo que ir recordándome esas cosas. A veces la niña que vive en mí —la hija de mi padre— es muy tozuda. Me riñe y me dice que no debería haberlo perdonado. Me dice que debería haberme alejado de él a la primera de cambio. Y, a veces, la escucho. Pero otras veces escucho la voz que me dice que ningún matrimonio es perfecto. Yo lo sé y Jacob lo sabe. Hay momentos que ambos miembros de la pareja lamentan. Y me pregunto cómo me sentiría ahora si hubiera roto con él tras el primer incidente. Él no debió empujarme, pero yo también hice cosas de las que no me siento orgullosa. Y abandonarlo ¿no habría sido ir en contra de los votos matrimoniales? Nos juramos amarnos en lo bueno y en lo malo, y me niego a rendirme tan fácilmente.
Soy una mujer fuerte, que ha vivido en un entorno donde los malos tratos eran el pan de cada día. No voy a acabar como mi madre, lo tengo muy claro. Y sé que Jacob no se convertirá en mi padre. Creo que lo que pasó en la escalera fue necesario, ya que, gracias a eso, se decidió a contarme lo que le había ocurrido de niño y así ahora podemos afrontarlo juntos.
La semana pasada volvimos a discutir. Me asusté, ya que las dos veces anteriores acabaron mal y sabía que esta iba a ser la prueba de fuego que demostraría si iba a ser capaz o no de ayudarlo a controlar su ira.
Estábamos hablando sobre su carrera profesional. Acaba de terminar la residencia, y hay un curso de tres meses en Cambridge, en Inglaterra. Ha presentado la solicitud y pronto le comunicarán si le han admitido. Pero no fue esto lo que me molestó. Es una buena oportunidad para él y nunca le pediría que renunciara. Estamos tan ocupados que tres meses pasan volando. Lo que me molestó fueron sus planes para luego, para cuando regrese de Cambridge.
Le han ofrecido una plaza en Minnesota, en la Clínica Mayo, y quiere que nos mudemos allí. Me dijo que el Hospital General de Massachusetts ocupa la segunda posición del ranking mundial en neurología. La Clínica Mayo está en primer lugar.
Me dijo que su plan nunca había sido quedarse en Boston. Yo repliqué que habría estado bien que me lo comentara durante el vuelo a Las Vegas, cuando hablamos sobre nuestros planes de vida. Yo no puedo irme de Boston. Mi madre vive aquí. Alice vive aquí. Él me dijo que solo hay cinco horas de avión y que podríamos visitarlos cuando quisiéramos. Yo respondí que era difícil llevar un negocio de floristería a varios estados de distancia.
La discusión fue ganando intensidad; los dos estábamos cada vez más enfadados. En un momento dado, él golpeó un jarrón lleno de flores, que acabó en el suelo. Los dos nos lo quedamos mirando en silencio unos instantes. Entonces tuve miedo y me dije que me había equivocado al pensar que podría ayudarlo a controlar sus ataques de ira. Él inspiró hondo y dijo:
—Me voy. Estaré fuera una hora o dos. Creo que me vendrá bien. Seguiremos hablando cuando vuelva.
Se marchó y, tal como había dicho, regresó al cabo de una hora, mucho más calmado. Dejó las llaves en la mesa y se acercó a mí. Tomándome la cara entre las manos, empezó a hablar:
—Te dije que quería ser el mejor en lo mío, Isabella. Te lo dije la primera vez que te vi, en la azotea; fue una de mis verdades. Pero si tengo que elegir entre trabajar en el mejor hospital del mundo o hacer feliz a mi mujer..., te elijo a ti. Tú eres mi mayor éxito. Mientras tú seas feliz, no me importa trabajar en un sitio o en otro. Nos quedaremos en Boston.
En ese momento supe que había elegido bien. Todos nos merecemos otra oportunidad; especialmente las personas que son importantes para nosotros.
Desde ese día ha pasado una semana y no ha vuelto a salir el tema de la mudanza. Me siento mal, como si hubiera frustrado sus planes, pero el matrimonio se trata de ceder y comprometerse; de hacer lo que sea mejor para la pareja en conjunto, no por separado. Y quedarnos en Boston es lo mejor para su familia y para la mía.
Hablando de familia, le echo un vistazo al móvil porque acaba de entrarme un mensaje de Alice.
Alice: ¿Has acabado de trabajar? Necesito tu opinión sobre unos muebles.
Yo: Estaré allí dentro de quince minutos.
No sé si se debe al inminente parto o a que ya no trabaja, pero creo que he pasado más tiempo en su casa que en la mía esta semana.
Cierro la tienda y me dirijo a su piso.
Cuando salgo del ascensor, encuentro una nota pegada en su puerta. Leo mi nombre en la nota, así que la despego de la puerta.
Bella:
En la séptima planta, apartamento 749.
Alice :)
¿Tiene un piso solo para guardar los muebles que le sobran? Sé que son ricos, pero incluso así me parece un poco excesivo.
Vuelvo al ascensor y aprieto el botón de la séptima planta. Cuando las puertas se abren recorro el pasillo hasta encontrar el apartamento 749. No sé si se supone que tengo que llamar o entrar directamente. Tal vez viva alguien aquí; probablemente una de las personas a su servicio.
Llamo y oigo pisadas del otro lado.
Me quedo pasmada cuando la puerta se abre y es Jacob.
—Hola —lo saludo confundida—. ¿Qué haces aquí?
Él se apoya en el quicio de la puerta, sonriendo.
—Vivo aquí. Y ¿tú? ¿Qué haces aquí?
Miro el número que hay junto a la puerta y vuelvo a mirarlo a él.
—¿Qué quieres decir? Pensaba que vivías conmigo. ¿Has tenido tu propio piso todo este tiempo?
Tener un piso es una de esas cosas que uno suele comentar con su mujer en algún momento. Me resulta enervante.
No, para ser sincera, me parece indignante. Me siento engañada. Creo que estoy francamente enfadada con él ahora mismo.
Jacob se aparta de la puerta, riendo. Con la mano en el marco, por encima de su cabeza, llena el hueco de la puerta por completo.
—La verdad es que no he tenido tiempo de mencionártelo teniendo en cuenta que he firmado los papeles esta mañana.
Doy un paso atrás.
—Un momento... ¿Qué?
Él me toma la mano y tira de mí para que entre en el piso.
—Bienvenida a casa, Bella.
Me detengo en el vestíbulo.
Sí, no he dicho recibidor, he dicho vestíbulo; hay un vestíbulo.
—¿Has comprado un piso?
Él asiente lentamente, pendiente de mi reacción.
—Has comprado un piso —repito.
Él sigue asintiendo.
—Sí, lo he hecho. ¿Te parece bien? Pensé que, como ahora vivimos juntos, nos vendría bien tener más espacio.
Doy una vuelta sobre mí misma, despacio. Cuando veo la cocina, me detengo. No es tan grande como la de Alice, pero es igual de blanca y casi igual de bonita. Hay fresquera para el vino y lavaplatos, dos cosas que no tenemos en mi casa. Entro en la cocina y lo miro todo sin atreverme a tocar nada.
«¿Es mi cocina? No puede ser mi cocina...»
Me desplazo al salón, que tiene techos altos como catedrales y unos enormes ventanales con vistas al puerto de Boston.
—Bella... —oigo su voz a mi espalda—. No estás enfadada, ¿verdad?
Me doy la vuelta y, al mirarlo, me doy cuenta de que lleva esperando mi reacción varios minutos, pero es que me he quedado sin habla.
Negando con la cabeza, me llevo la mano a los labios.
—Creo que no —susurro.
Él se acerca a mí, me toma las manos y las levanta.
—¿Solo lo crees? —Parece preocupado y confuso—. Por favor, dime la pura verdad, porque estoy empezando a pensar que no ha sido buena idea querer darte una sorpresa.
Bajo la vista hacia el suelo de madera noble. Es madera noble, nada de laminados.
—Vale. —Lo miro a los ojos—. Me parece una locura que hayas comprado un piso así, sin encomendarte a nadie. La verdad es que creo que deberíamos haber tomado la decisión juntos.
Él asiente. Parece estar a punto de disculparse, pero no he acabado de hablar.
—Pero la pura verdad es que... es perfecto. No sé qué decir, Jacob. Todo está tan limpio... que tengo miedo hasta de moverme. No quiero ensuciar nada.
Él suelta el aire bruscamente y me abraza.
—Puedes ensuciar lo que quieras, nena. Es tuyo. Puedes ensuciarlo todo lo que te dé la gana.
Me da un beso en la cabeza y sigo sin poder darle las gracias. Me parece una respuesta insignificante para un gesto tan grande.
—¿Cuándo nos mudamos?
Él se encoge de hombros.
—¿Mañana? Es mi día libre. Y tampoco es que tengamos muchos trastos. Podemos comprar muebles nuevos.
Asiento, tratando de recordar qué tenía que hacer mañana. Nada. Sabía que Jacob tenía el día libre, así que no había hecho planes.
De repente siento la necesidad de sentarme. No hay sillas, pero, por suerte, el suelo está limpio.
—Necesito sentarme.
Jacob me ayuda a sentarme en el suelo y luego se pone frente a mí, sin soltarme las manos.
—¿Lo sabe Alice? —le pregunto, y él asiente, sonriendo.
—Está tan contenta, Isabella... Hacía tiempo que le daba vueltas a la idea de comprar un piso en el bloque y, cuando decidimos quedarnos en Boston, me lie la manta a la cabeza para darte una sorpresa. Ella me ayudó, pero tenía miedo de que se le escapara algo antes de poder enseñártelo yo.
Sigo sin hacerme a la idea. ¿Vivo aquí? ¿Alice y yo vamos a ser vecinas? Por alguna razón, siento que la idea debería preocuparme, pero lo cierto es que estoy encantada.
Él sonríe y me dice:
—Sé que necesitas tiempo para procesarlo, pero es que aún no has visto lo mejor, y me muero de ganas de enseñártelo.
—¡Hazlo!
Sonriendo, me ayuda a levantarme. Cruzamos el salón y recorremos un pasillo. Él va abriendo puertas y me va indicando qué hay detrás de cada una de ellas, pero no me da tiempo de echarles un vistazo. Cuando llegamos al dormitorio principal, he contado que hay tres habitaciones y dos baños. Y un despacho.
Ni siquiera me da tiempo a apreciar la belleza del dormitorio porque él tira de mí hasta la otra punta. Llega a una pared cubierta por una cortina y se vuelve a mirarme.
—No es un jardín, pero si colocas unas cuantas macetas, será algo parecido.
Corre la cortina, dejando a la vista una gran terraza. Lo sigo al exterior y empiezo a visualizar todas las plantas que me cabrán ahí.
—Tiene las mismas vistas que la azotea. Podremos disfrutar del mismo paisaje que la noche en que nos conocimos.
Me ha costado un poco, pero al fin reacciono y lloro.
Jacob me atrae hacia su pecho y me abraza con fuerza.
—Isabella —susurra, acariciándome el pelo—. No quería hacerte llorar.
Me echo a reír sin dejar de sollozar.
—No me puedo creer que vaya a vivir aquí. —Me separo lo justo para mirarlo a los ojos—. ¿Somos ricos? ¿Cómo puedes permitirte este piso?
Él se echa a reír.
—Te has casado con un neurocirujano, Bella. No vamos apurados de dinero precisamente.
Su comentario me hace reír y luego me echo a llorar otra vez. Y entonces tenemos la primera visita, porque alguien empieza a aporrear la puerta.
—Es Alice—dice Jacob—. Está esperando en el rellano.
Corro a la puerta y, en cuanto la abro, nos fundimos en un abrazo. Gritamos y luego lloro todavía con más ganas.
Pasamos el resto del día en el piso nuevo. Jacob pide comida china a domicilio y Jasper baja a cenar con nosotros. Todavía no tenemos mesas ni sillas, por lo que los cuatro nos sentamos en el suelo del salón y comemos directamente de las cajas. Charlamos sobre la decoración, sobre las cosas de vecinos que haremos juntos, sobre el inminente parto de Alice.
¡Qué pasada!
¡Qué ganas tengo de contárselo a mi madre!
—-
Hasta acá este nuevo capítulo.
cómo se siente con respecto a esta sorpresa de Jacob? ¿Cómo sería un día si vivieran en el mismo edificio de su mejor amiga? Espero sus comentarios.
