Ni la historia, ni los personajes me pertenecen, solo me divierto adaptando la historia para llegar a más personas.
Pido mil disculpas en por el retraso, volver a estudiar no ha sido facil, pero aca les dejo un regalito.
28
Después de que Jacob me dejó las llaves, estuve dudando sobre si volver a casa o no. Llegué incluso a pedirle al taxista que me llevara allí, pero, una vez ante la puerta del edificio, no fui capaz de bajar del coche. Sabía que, si iba a casa, probablemente me encontraría con Alice en algún momento y no me siento preparada para hablar sobre los puntos que llevo en la frente. Como tampoco estoy lista para entrar en la cocina donde Jacob me hizo tanto daño con sus palabras. Y mucho menos para entrar en el dormitorio donde me destrozó por completo.
Así que, en vez de volver a mi casa, le di al taxista la dirección de Edward. Es el único lugar donde me siento a salvo ahora mismo. Mientras estoy allí no tengo que enfrentarme a la situación.
Edward ya me ha enviado dos mensajes hoy para saber cómo estoy, así que cuando recibo un mensaje poco antes de las siete, asumo que es suyo, pero no lo es: se trata de Alice.
Alice: ¿Has llegado ya a casa? Sube a hacernos una visita. Me aburro.
Se me cae el alma a los pies al leerlo. No tiene ni idea de lo que ha pasado. Me pregunto si Jacob le habrá contado que se va a Inglaterra. Empiezo a redactar una respuesta, la borro y lo vuelvo a intentar, tratando de encontrar una buena excusa para mi ausencia.
Yo: No puedo. Estoy en urgencias. Me he dado un golpe en la cabeza con el dichoso estante del trastero. Me están poniendo puntos.
Odio mentirle, pero eso me evitará tener que darle explicaciones sobre el corte, aparte de servirme de pretexto para justificar que no estoy en casa.
Alice: ¡Oh, no! ¿Has ido sola? Jasper puede acercarse a hacerte compañía, ya que Jacob no está.
Vale, sabe que Jacob se ha ido a Inglaterra, algo es algo. Y piensa que las cosas entre nosotros van bien. Mejor así, porque eso me da al menos tres meses de plazo antes de tener que afrontar las cosas.
Pues sí, aquí estoy, escondiendo los trapos sucios debajo de la alfombra, igual que hacía mi madre.
Yo: No, estoy bien. Habré acabado antes de que Jasper llegue. Iré a verte mañana después del trabajo. Dale un beso a Sammy de mi parte.
Dejo el móvil en la cama. Ya es de noche, y veo unas luces que se acercan y alguien que aparca en el caminito de acceso a la casa. Sé que no se trata de Edward, porque él entra por el otro lado y deja el coche en el garaje. El corazón se me acelera por el miedo. ¿Será Jacob? ¿Habrá descubierto al fin dónde vive Edward?
Instantes más tarde, alguien llama a la puerta con el puño. Varias veces. También llama al timbre.
Me acerco a la ventana, de puntillas, y aparto la cortina lo justo para echar un vistazo. No veo quién está en la puerta, pero hay una camioneta en el caminito. No es de Jacob.
¿Podría ser la novia de Edward?
Con el teléfono en la mano, recorro el pasillo hasta llegar al recibidor. La persona que está fuera sigue llamando al timbre y aporreando la puerta al mismo tiempo. Quienquiera que sea es ridículamente impaciente.
—¡Edward! —grita una voz masculina—. ¡Abre la puta puerta!
Otra voz, también masculina, grita:
—¡Se me están helando las pelotas! Las tengo como uvas pasas, tío. ¡Abre la puerta!
Antes de abrir la puerta y decirles que el dueño no está en casa, le envío un mensaje a Edward, esperando verlo aparecer en cualquier momento para que se ocupe del asunto personalmente.
Yo: ¿Dónde estás? Hay dos hombres en la puerta y no tengo ni idea de si debo dejarlos pasar o no.
Espero mientras los tipos siguen llamando al timbre y aporreando la puerta, pero Edward no me responde. Al final, me acerco y la abro, pero dejo la cadena puesta.
Uno de los tipos es alto, debe de medir un metro ochenta o más. A pesar de su aspecto juvenil, tiene el pelo moreno salpicado de canas. El otro es algo más bajo, tiene el pelo castaño claro y cara de niño. Ambos parecen tener veintimuchos años; tal vez treinta y pocos.
El más alto hace una mueca al verme.
—Y ¿tú quién eres? —me pregunta, asomándose a la puerta.
—Isabella. ¿Quién eres tú?
El más bajo aparta al otro de un empujón.
—¿Está Edward? —pregunta.
No quiero decirles que no está, porque entonces sabrán que me encuentro aquí sola. Y esta semana en concreto no me fío especialmente de la población masculina.
Mi teléfono empieza a sonar y los tres nos sobresaltamos. Es Edward. Le doy al botón de «responder» y me llevo el móvil a la oreja.
—Hola.
—No pasa nada, Bella. Son amigos míos. Me olvidé de que era viernes. Jugamos al póker todos los viernes. Ahora los llamaré y les diré que se marchen.
Miro a los dos hombres que siguen ahí, observándome. Me sabe mal que Edward tenga que cancelar sus planes solo porque yo estoy ocupándole la casa. Cierro la puerta para soltar la cadena y vuelvo a abrir. Con un gesto, les indico que pasen.
—No hace falta, Edward. No cambies tus planes. Yo estaba a punto de acostarme igualmente.
—No, no. Voy de camino. Les diré que se larguen.
Con el teléfono en la oreja, veo entrar a los dos hombres en el salón.
—Hasta ahora —me despido de Edward, y cuelgo el teléfono.
Los siguientes instantes son algo incómodos: los tipos me examinan a mí y yo los examino a ellos.
—¿Cómo os llamáis?
—Yo soy Demetri—responde el alto.
—Alec —dice el más bajo.
—Isabella —me presento yo, aunque ya les había dicho mi nombre antes—. Edward llegará enseguida.
Voy hacia la puerta para cerrarla y veo que se relajan un poco.
Demetri se dirige a la cocina y se sirve lo que quiere de la nevera.
Alec se quita la chaqueta y la cuelga.
—¿Sabes jugar al póker, Isabella?
Me encojo de hombros.
—Hace mucho que no juego, pero solía hacerlo con mis amigos en la facultad.
Los dos se dirigen a la mesa del comedor.
—¿Qué te ha pasado en la cabeza? —me pregunta Demetri, mientras se sienta.
Me lo pregunta sin darle importancia, como si ni se le ocurriera que detrás de la herida pudiera haber una historia sórdida.
No sé por qué siento el impulso de responderle la pura verdad. Tal vez sea curiosidad por saber cómo reacciona alguien al enterarse de que me lo ha hecho mi marido.
—Lo que pasó fue... mi marido. Discutimos hace dos noches y me golpeó con la cabeza. Edward me llevó a urgencias. Me pusieron seis puntos y me dijeron que estaba embarazada. Y ahora estoy aquí mientras decido qué hacer con mi vida.
El pobre Demetri se ha quedado de piedra, inmóvil, sin acabar de sentarse. No tiene ni idea de cómo responder. Por la forma en que me mira, diría que piensa que estoy loca.
Brad aparta una silla y se sienta.
—Deberías ponerte Rodan and Fields —me aconseja, señalándome—. Se aplica con rodillo y va genial para las cicatrices.
Me echo a reír al oír su consejo, del todo inesperado.
—Por Dios, Alec—exclama Demetri, cuando al fin logra sentarse—. Eres peor que tu mujer con esto de la venta directa. Eres un anuncio con patas.
Alec alza las manos.
—Eh, no estoy tratando de venderle nada —se defiende en tono inocente —. Estoy siendo sincero. Esas cosas funcionan. Lo sabrías si lo usaras para curarte ese dichoso acné.
—Que te den.
—Es como si quisieras seguir siendo adolescente toda la vida — murmura Alec—. El acné no mola cuando llegas a los treinta.
Alec aparta la silla que hay a su lado mientras Demetri baraja las cartas.
—Siéntate, Bella. Uno de nuestros amigos decidió hacer la tontería de casarse la semana pasada, y ahora su mujer no le deja venir a la noche de póker. Puedes sustituirlo hasta que se divorcie.
Había llegado con la idea de esconderme en la habitación, pero estos dos me lo están poniendo difícil. Me siento junto a Alec y alargo la mano.
—Pásame las cartas —le pido a Demetri, que las está barajando como si fuera un bebé manco.
Él alza las cejas y empuja las cartas sobre la mesa. No conozco muchos juegos, pero sé barajar como una profesional.
Separo las cartas en dos pilas y las mezclo, presionando las puntas con los pulgares mientras observo cómo se entrelazan creando un bonito efecto. Demetri y Alec tienen la vista fija en las cartas cuando alguien llama. Esta vez la puerta se abre sin esperar y entra un tipo que lleva una chaqueta de tweed de aspecto caro. Lleva también una bufanda al cuello, que empieza a desenrollar en cuanto cierra la puerta. Me señala con la cabeza antes de pasarse por la cocina.
—¿Quién eres tú? —me pregunta.
Es mayor que los otros dos, debe de tener unos cuarenta y cinco. La verdad es que los amigos de Edward forman un surtido interesante.
—Es Bella—responde Alec—. Está casada con un capullo y acaba de enterarse de que está embarazada del capullo. Bella, él es Carlisle, pomposo y arrogante.
—Pomposo y arrogante son lo mismo, idiota —lo corrige Carlisle. Aparta la silla que hay junto a Demetri y señala la baraja de cartas con la cabeza—. ¿Te ha traído Edward para desplumarnos? ¿Qué tipo de persona sabe barajar así?
Sonriendo, empiezo a repartir.
—Supongo que tendremos que jugar una partida para comprobarlo.
Vamos por la tercera ronda cuando al fin llega Edward. Cierra la puerta y se nos queda mirando. Alec dijo algo gracioso justo antes de que Edward entrara, así que cuando nuestras miradas se encuentran, estoy en medio de un ataque de risa. Él señala la cocina con la cabeza y se dirige hacia allí.
—No voy —digo, dejando las cartas sobre la mesa antes de levantarme para seguirlo.
Cuando llego a la cocina, lo encuentro en un punto que no es visible desde la mesa del comedor. Me acerco a él y me apoyo en la encimera.
—¿Quieres que les pida que se vayan? —me pregunta.
Niego con la cabeza.
—No, no lo hagas. Me lo estoy pasando bien. Mientras juego, no pienso en otras cosas.
Cuando él asiente, me llega el aroma a hierbas aromáticas que desprende, específicamente a romero. El olor me despierta el deseo de verlo en acción en su restaurante.
—¿Tienes hambre? —me pregunta.
Vuelvo a negar con la cabeza.
—La verdad es que no. Me comí hace un par de horas un plato de pasta que sobró.
Tengo las manos apoyadas a lado y lado, sobre la encimera. Él da un paso hacia mí, apoya una mano sobre la mía y la acaricia con el pulgar. Sé que lo hace para darme ánimos, pero, cuando me toca, su piel me transmite muchas más cosas. Una oleada de calor me asciende por el pecho mientras bajo la vista hacia nuestras manos unidas. Edward deja de acariciarme, como si él también lo sintiera. Retira la mano y retrocede un paso.
—Lo siento —murmura, volviéndose hacia la nevera, como si fuera a buscar algo, aunque es obvio que solo trata de ahorrarme la incomodidad por lo que acaba de pasar.
Regreso a la mesa y cojo mis cartas para la siguiente partida. Un par de minutos más tarde, Edward se une a nosotros y se sienta a mi lado. Carlisle baraja y reparte una nueva ronda de cartas para todos.
—Dinos, Ed. ¿De qué os conocéis Bella y tú?
Edward coge sus cartas una por una.
—Bella me salvó la vida cuando éramos unos críos —responde sin dudar.
Me mira y me guiña el ojo, y una ola de culpabilidad me ahoga por todo lo que ese gesto me hace sentir, especialmente en estos momentos tan complicados. ¿Por qué me está haciendo esto mi corazón?
—Oh, qué monos —comenta Alec—. Primero Bella te salvó la vida a ti y ahora tú se la salvas a ella.
Edward baja las cartas y fulmina a Alec con la mirada.
—¿Perdona?
—Relájate —dice Alec—. Bella y yo ya somos íntimos. Ella sabe que estoy de broma. —Brad me mira—. Puede que tu vida sea una mierda ahora mismo, Bella, pero todo mejorará. Créeme, he pasado por ello.
Demetri se echa a reír.
—¿Te han pegado, te han dejado embarazado y has tenido que esconderte en casa de otro hombre? —le pregunta a Alec.
Edward deja las cartas sobre la mesa de un golpe y se echa hacia atrás, arrastrando la silla.
—¿Qué demonios te pasa? —le grita a Demetri, pero yo lo agarro del brazo y aprieto para que se tranquilice.
—Cálmate —le digo—. Nos hemos hecho amigos antes de que llegaras. De verdad que no me importa que se rían; le quita gravedad a la situación.
Él se pasa una mano por el pelo, en un gesto de frustración, mientras niega con la cabeza.
—Es que no lo entiendo. Os habéis conocido hace diez minutos.
Me echo a reír.
—Puedes descubrir mucho sobre otra persona en diez minutos. —Trato de redirigir la conversación—. Y ¿vosotros? ¿De qué os conocéis?
Demetri se echa hacia delante y se señala.
—Soy el sous chef del Bib's. —Señala a Alec—. Él es el lavaplatos.
—De momento —lo interrumpe Alec—. Iré ascendiendo en la empresa.
—¿Y tú? —le pregunto a Carlisle.
—Adivínalo —responde, con una sonrisa irónica.
Por su modo de vestir y por los comentarios de los demás, que lo han llamado pomposo y arrogante, supongo que debe de ser el...
—¿Eres el maître?
Edward se echa a reír.
—Es el aparcacoches.
Miro a Carlisle con la ceja alzada. Él apuesta tres fichas sobre la mesa y dice:
—Es verdad. Aparco coches a cambio de propinas.
—No dejes que te engañe —comenta Edward—. Trabaja como aparcacoches, pero solo porque es tan rico que se aburre.
Sonrío porque su historia me recuerda a la de Alice.
—Yo tengo una empleada como tú. Trabaja porque se aburre, y la verdad es que es mi mejor empleada con diferencia.
—Por supuesto —murmura Carlisle.
Echo una ojeada a mis cartas porque es mi turno y lanzo tres fichas sobre la mesa. El móvil de Edward empieza a sonar y él se lo saca del bolsillo. Estoy a punto de subir las apuestas con otra ficha cuando Edward se excusa y se levanta de la mesa para atender la llamada.
—Me planto —dice Alec, dejando las cartas ruidosamente sobre la mesa.
Yo miro hacia el pasillo por el que ha desaparecido Edward a toda prisa y me pregunto si hay alguien más en su vida. Sé a qué se dedica, sé que tiene al menos tres amigos, pero no sé nada de su vida amorosa.
Demetri expone sus cartas. Póker. Yo muestro mi escalera de color y me apodero de todas las fichas mientras Demetri protesta con un gruñido.
—¿No viene la novia de Edward a las noches de póker? —pregunto, tratando de sonsacarles la información que no me atrevo a preguntarle directamente a él.
—¿Novia? —pregunta Alec.
Asiento, mientras apilo mis ganancias ante mí.
—¿No tiene pareja?
Darin se echa a reír.
—Ed no tiene novia. Hace dos años que lo conozco y nunca ha mencionado a ninguna.
Empieza a repartir nuevas cartas, pero yo estoy tratando de asimilar la información que acabo de recibir. Cojo las primeras dos cartas cuando Edward vuelve a entrar en el comedor.
—Eh, Ed—lo llama Carlisle—. Por qué nunca hemos oído hablar nunca de tu novia?
«¡Oh, mierda!»
Me muero de la vergüenza. Agarro las cartas con más fuerza y trato de evitar la mirada de Edward, pero la sala cae en un silencio tan intenso que es imposible mantenerme así.
Edward está observando a Carlisle. Este le devuelve la mirada. Alec y Demetri me están observando a mí.
Edward frunce los labios durante un momento y luego admite:
—No hay ninguna.
Nuestras miradas se encuentran durante un segundo, pero es tiempo suficiente para ver la verdad en ellos.
Nunca hubo una novia.
Me mintió.
Edward se aclara la garganta antes de seguir hablando.
—Chicos, debería haber cancelado la reunión. Esta semana ha sido... un poco... —Se frota la boca con la mano y Carlisle, al verlo, se levanta. Aprieta el hombro de Edward y se despide diciendo—: La semana que viene en mi casa.
Edward asiente agradecido. Los tres se ponen a recoger las cartas y las fichas. Alec me arrebata las cartas haciendo una mueca de disculpa porque yo me he quedado como congelada, agarrándolas con todas mis fuerzas.
—Me ha encantado conocerte, Bella—me dice.
No sé de dónde saco las fuerzas para sonreír y levantarme. Les doy abrazos de despedida y, cuando cierran la puerta, Edward y yo nos quedamos solos.
«Sin Novia.»
Una novia nunca ha estado en este comedor porque no existe.
«¿Qué demonios?»
Edward no se ha movido de donde estaba, cerca de la mesa. Yo tampoco. Está muy tieso, con los brazos cruzados sobre el pecho. Tiene la cabeza un poco agachada, pero me clava la mirada desde donde se encuentra, al otro lado de la mesa.
«¿Por qué me mintió?»
Jacob y yo ni siquiera éramos pareja oficial cuando me encontré con Edward en el restaurante por primera vez.
Joder, si Edward me hubiera dado alguna pista que me hiciera creer que lo nuestro tenía alguna posibilidad, sé que lo habría elegido a él en vez de a Jacob. Por aquella época, apenas conocía a Jacob.
Pero Edward no dijo nada. Me mintió al contarme que llevaba un año de relación con alguien. ¿Por qué? ¿Por qué haría algo así a menos que no quisiera que yo pensara que teníamos alguna posibilidad?
Tal vez he estado equivocada todo este tiempo. Tal vez nunca me quiso, y se inventó a la tal novia para mantenerme apartada de su vida.
Y, sin embargo, aquí estoy. Invadiendo su casa. Confraternizando con sus amigos. Comiéndome su comida. Usando su ducha.
Siento que las lágrimas me empiezan a asomar a los ojos y lo último que quiero ahora mismo es echarme a llorar delante de él. Rodeo la mesa y trato de sortearlo, pero no llego muy lejos porque me agarra la mano.
—Espera.
Me detengo, pero sigo dándole la espalda.
—Háblame, Bella.
Lo noto a mi espalda, y sigue sin soltarme la mano. Tiro de ella para liberarme y camino hasta el otro extremo del comedor.
Cuando me doy la vuelta para mirarlo, la primera lágrima me cae por la mejilla.
—¿Por qué no volviste a buscarme?
Él parecía estar preparado para cualquier cosa excepto para lo que acaba de salir de mi boca.
Se pasa una mano por el pelo, se acerca al sofá y se sienta. Tras soltar el aire lentamente, me mira con expresión cautelosa.
—Lo hice, Bella.
El aire permanece quieto en mis pulmones, sin entrar ni salir, mientras yo trato de procesar la respuesta.
«¿Volvió a por mí?»
Él cruza las manos entre sus rodillas.
—Cuando me licencié en los marines, la primera vez, fui a Maine con la intención de buscarte. Preguntando, descubrí a qué universidad habías ido. No sabía qué iba a encontrarme porque, para entonces, ya no éramos los mismos. Llevábamos cuatro años sin vernos y sabía que muchas cosas habrían cambiado, tanto por tu parte como por la mía.
Se me doblan las rodillas, así que me acerco a la silla que hay a su lado y me siento.
«¿Volvió a buscarme?»
—Pasé un día entero dando vueltas por el campus, buscándote. Finalmente, a última hora de la tarde, te encontré. Estabas en el césped, con un grupo de amigos. Te estuve observando un rato, armándome de valor para acercarme a ti. Estabas riendo, se te veía feliz. Nunca te había visto tan vibrante. Nunca me había alegrado tanto al ser testigo de la felicidad de otra persona. Saber que estabas bien...
Hace una pausa y yo me llevo las manos al estómago porque me duele. Me duele saber que estuve tan cerca de él, sin enterarme.
—Cuando al fin empecé a caminar hacia ti, alguien apareció a tu espalda. Un tipo. Se dejó caer de rodillas a tu lado y, cuando lo viste, sonreíste y le echaste los brazos al cuello. Y luego lo besaste.
Cierro los ojos. Era un chico con el que salí seis meses. Nunca me hizo sentir ni una pequeña parte de las cosas que sentí por Edward. Él suelta el aire bruscamente y sigue hablando.
—Después de aquello, me fui. Cuando comprobé que eras feliz, experimenté al mismo tiempo el peor y el mejor sentimiento que puede experimentar una persona. En aquella época, yo aún pensaba que mi vida no era lo bastante buena para ti. Lo único que tenía para ofrecerte era mi amor, y siempre pensé que te merecías más que eso. Al día siguiente, me reenganché en los marines. Y ahora... —Hace un gesto vago con el brazo, como si su vida no fuera impresionante.
Yo hundo la cara en las manos porque necesito tiempo para procesar lo que acaba de contarme. Necesito unos instantes de duelo para llorar lo que pudo haber sido y no fue. Para asumir cómo son las cosas. Cómo nunca van a ser. Me llevo los dedos al tatuaje de la clavícula y me pregunto si alguna vez seré capaz de llenar el hueco del pequeño corazón.
Me pregunto también si Edward se habrá sentido alguna vez como me sentía yo cuando decidí hacerme el tatuaje: como si todo el aire se me escapara del corazón.
Sigo sin entender por qué me mintió cuando nos vimos en el restaurante. Si sentía lo mismo que yo, ¿por qué tuvo que inventarse algo así?
—¿Por qué me dijiste que tenías novia?
Él se frota la cara y leo en su rostro el arrepentimiento antes de que empiece a hablar.
—Lo dije porque... parecías muy feliz esa noche. Cuando te vi despedirte de él, me dolió como una puñalada, pero al mismo tiempo me alivió verte tan bien. No quería que te preocuparas por mí. Y no sé... Supongo que estaba un poco celoso. No sé, Bella. Me arrepentí de decírtelo desde el primer momento.
Me cubro la boca con la mano. Mi mente da vueltas a la misma velocidad a la que late mi corazón, presentándome un montón de posibilidades, preguntándose qué habría pasado si hubiera sido sincero conmigo, si me hubiera confesado sus auténticos sentimientos.
«¿Cómo serían las cosas ahora?»
Quiero preguntarle por qué lo hizo; por qué no luchó por mí, pero no necesito hacerlo porque ya sé la respuesta. Pensó que me estaba dando lo que yo quería, porque siempre ha deseado mi felicidad por encima de todo. Y, por alguna estúpida razón, nunca ha creído que pudiera conseguirla a su lado.
«Edward, siempre tan considerado.»
Cuantas más vueltas le doy, más me cuesta respirar. Pienso en Edward, en Jacob, en esta noche, en dos noches atrás.
Es demasiado. Me levanto y me dirijo al dormitorio de invitados. Cojo el teléfono y el bolso, y vuelvo al salón. Edward no se ha movido.
—Jacob se ha marchado a Inglaterra hoy —le digo—. Creo que debería irme a casa. ¿Podrías llevarme?
Sus ojos me miran con tristeza y, en ese momento, sé que estoy tomando la decisión correcta. Ninguno de los dos ha superado lo nuestro; no sé si alguna vez lo lograremos. Empiezo a pensar que lo de pasar página en una relación no es más que un mito. Estoy confusa, pero sé que quedarme aquí mientras proceso todo lo que está pasando en mi vida no me ayudará a ver las cosas más claras. Debo eliminar toda la confusión posible y, ahora mismo, mis sentimientos por Edward ocupan la primera posición de la lista.
Él frunce los labios durante un instante, asiente y coge las llaves.
Ninguno de los dos dice nada mientras nos dirigimos al piso. Una vez allí, no me deja en la puerta. Aparca y baja del coche.
Me quedaré más tranquilo si me dejas acompañarte —me dice.
Asiento y subimos en ascensor hasta la séptima planta, manteniendo el mismo silencio que en el coche. Me sigue hasta la puerta del piso. Busco las llaves y no me doy cuenta de que me tiemblan las manos hasta el tercer intento fallido de abrir la puerta. Calmado, Edward me quita las llaves, mientras me hago a un lado para que abra él.
—¿Quieres que me asegure de que no hay nadie? —me pregunta.
Yo asiento. Sé que Jacob no está aquí porque se ha ido a Inglaterra, pero reconozco que la idea de entrar sola me da un poco de miedo.
Edward entra delante de mí y enciende la luz. Luego explora el resto del piso, entrando en todas las habitaciones y dejando todas las luces encendidas. Cuando vuelve al comedor, se mete las manos en los bolsillos de la cazadora. Inspira hondo y me dice:
—No sé qué quieres que hagamos ahora, Bella.
Sí que lo sabe, pero no desea admitirlo, porque ambos sabemos lo mucho que duele decirnos adiós.
No soy capaz de mirarlo a los ojos porque la expresión de su cara me rompe el corazón. Cruzo los brazos sobre el pecho y fijo la vista en el suelo.
—Tengo muchas cosas que procesar, Edward. Muchas. Y me temo que no sería capaz de hacerlo si estuvieras en mi vida. —Lo miro a los ojos—. Espero que no te lo tomes a mal, porque te aseguro que lo digo en el mejor de los sentidos.
Él me mira sin añadir nada durante unos segundos, pero no parece sorprendido. Noto que quiere contarme muchas cosas. Yo también querría contarle un montón de cosas, pero los dos somos conscientes de que hablar de lo nuestro en este momento no estaría bien. Estoy casada. Estoy esperando un bebé de otro hombre. Y nos encontramos en el comedor de un piso que ese otro hombre compró para mí. No me parecen las mejores circunstancias para decirnos las cosas que debimos decirnos hace mucho tiempo.
Mira un momento hacia la puerta, como si estuviera dudando entre irse o hablar. Tiene la mandíbula tan apretada que le salta un músculo. Vuelve a mirarme para responderme:
—Si me necesitas, llámame, pero solo si es una emergencia. No soy capaz de mantener una relación informal contigo, Bella.
Sus palabras me toman por sorpresa, pero enseguida reacciono. No esperaba que lo admitiera ahora, pero tiene toda la razón. Desde el día en que nos conocimos, no ha habido nada informal en nuestra relación. Hemos ido con todo o no hemos ido. Por eso él insistió en cortar cuando se alistó en el ejército. Sabía que una amistad informal no funcionaría entre nosotros; habría sido demasiado doloroso.
Y, al parecer, todo sigue igual.
—Adiós, Ed.
Pronunciar esas palabras me duele casi tanto como la primera vez que tuve que hacerlo. Haciendo una mueca, él se da la vuelta y se dirige a la puerta a toda prisa. Cuando sale, cierro con llave y apoyo la cabeza en la madera.
Hace dos días me estaba diciendo que era imposible que mi vida fuera mejor de lo que era. Hoy me pregunto si podría ser peor.
Me sobresalto cuando alguien golpea la puerta. Solo han pasado diez segundos desde que Edward ha salido, así que sé que es él. Giro la llave, abro la puerta y, de repente, me encuentro pegada a una superficie suave. Edward me abraza con fuerza, casi con desesperación, y me besa la cabeza.
Cierro los ojos y dejo caer las lágrimas que llevaba tiempo conteniendo. He soltado tantas lágrimas por Jacob durante los dos últimos días que no entiendo cómo me puede quedar alguna para Edward, pero el caso es que me quedan, porque me están cayendo por las mejillas como si fueran dos cataratas.
—Bella —susurra, sin dejar de abrazarme con fuerza—. Sé que es lo último que necesitas oír ahora, pero tengo que hacerlo porque ya son demasiadas las veces que me he separado de ti sin decirte lo que realmente deseaba decirte.
Se aparta un poco para mirarme y, cuando ve las lágrimas que me bañan las mejillas, me las acaricia.
—En el futuro, si por algún milagro las circunstancias te permiten volver a enamorarte de alguien..., enamórate de mí. —Me besa en la frente—. Sigues siendo mi persona favorita, Bella. Siempre lo serás.
Me suelta y se aleja, sin esperar respuesta.
Cuando vuelvo a cerrar la puerta, me dejo caer deslizándome hasta el suelo. Siento que mi corazón quiere rendirse, dejar de latir, y no lo culpo. Ha sufrido dos desengaños en dos días.
Tengo la sensación de que va a pasar mucho tiempo antes de que ninguno de los dos empiece a sanar.
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Hasta aca esta nuevo capitulos, un monton de cosas estan pasando, que creen que hubiese pasado si Ed se acercaba a ella en la universidad? yo literalmente ahora tengo el corazon roto por ellos. parece que el destino no los quiere juntos.
