Rewrite

Capítulo 2: Bosque azul

Aun recostado en el futon, y placenteramente aplastado bajo el pesado cobertor, podía sentir la fría mañana en la punta de su nariz, al igual que el aire gélido lastimándole la garganta. El sol ya había salido, pero el calor escapaba en la península de Shimokita, donde la temperatura era tan baja que el vidrio de la única ventana de su nueva habitación lucía una brillante y opaca escarcha matinal.

Contaría hasta cien y se levantaría, prometió, tomando valor. Mientras, con la vista clavada en el techo, escuchaba a alguien moverse por la casa con paso agitado y decidido. Estando su abuela convaleciente y en constante reposo, la madrugadora no podía ser otra persona más que su madre.

Y para ser tan temprano, vaya que estaba activa. Ambos habían ido a la cama muy tarde la noche anterior, después de una bienvenida y una trivial charla sobre el viaje, intercambiada en susurros para no alterar la quietud nocturna de la posada. Había tenido suerte por ser tan de noche, pero sabía que en cuanto se presentara la ocasión, ella le haría un sinfín de preguntas para ponerse al día con su vida. Y serían tan incómodas de responder como de escuchar.

Un poco agobiado por ese pensamiento, había olvidado que debía contar, y puso los pies en el suelo cuando dedujo que su cuenta invisible debía haber llegado casi a mil. El tatami parecía haberse congelado un poco y crujía suavemente mientras se dirigía a la parte principal de la casa, sin ninguna razón es particular, salvo la de explorar un poco el lugar donde se hospedaría por un tiempo.

Descubrió que con la luz del día ésta no era tan lúgubre. Pero era una vieja casa de una vieja propietaria; estaba poblada densamente con muebles antiguos, muchos en abandono. En cuanto al estilo, era muy parecida a su casa natal solo que con los espacios empequeñecidos y más habitaciones de las que se necesitaban en realidad. Su abuela era una persona solitaria, y aunque tenía entendido que en una época vivía con sus alumnas, hace muchos años había abandonado su carrera de maestra por achaques de la edad.

Cuando llegó a la salita descubrió además una estufa encendida. Ciego del alivio avanzó hasta el aparato y extendió las manos sobre el aire caliente que despedía. Lo único que le impedía abrazar el hierro incandescente era el peligro de prenderse fuego la ropa.

-Acabo de encenderla –informó la voz de Keiko cuando entró a la habitación y vio al joven casi jorobado sobre la estufa. –En un momento estará confortable y podrás quitarte la casaca.

Su madre se refería al viejo abrigo que se había colocado sobre la yukata de dormir. Dejar el futon había sido un proceso traumático. Le agradeció y aprovechó para saludar a la anfitriona.

-Buenos días. Ven, el desayuno está listo –le informó ella. Y energética, lo condujo hacia la cocina donde la mesa estaba puesta y rebosante. Yoh se acercó a inspeccionar de cerca. Tenía arroz para repetir al menos cuatro veces y combinarlo con huevos, sopa de miso, pollo, pequeños trozos de pescado o tofu; además de té, jugo y fruta. Muchos de los alimentos de su preferencia y más. La comida entró humeante y seductora por sus ojos y llegó a su estómago abriéndole el apetito que no tenía desde días atrás.

Se sentó, y comenzó a comer con ansias un poco de todo.

Al contrario de como esperaba , ella no lo hizo, si no que quedó de pie apoyada de espaldas a una mesada. Y muy a diferencia de él, su madre estaba vestida coquetamente, pulcramente peinada y servicialmente dispuesta. Notó cómo Yoh la miraba con intriga, con un trozo de pescado alojado en la boca.

-Esperamos visitas –explicó, leyéndole la mirada. –Vendrán amigas de tu abuela, y al parecer se quedarán por unos días también –suspiró agotada por la idea. –No lo especifiqué en mi carta, pero es por eso que te he pedido que vinieras.

Él asintió, todavía mascando. De pronto entendió la urgencia, estar a cargo de visitas y una persona enferma debía ser agobiante. Removiéndose de pie en el mismo lugar, su madre tenía toda la apariencia de desear un cigarro con fuerzas. Había comenzado a enumerar cosas desconocidas para él, ayudándose de los dedos de la mano, y cuando terminaba se mordía las uñas.

Al parecer la casa estaría muy animada, muy al contrario de cómo se había imaginado su estadía.

Casi se atraganta furiosamente cuando un hombre anciano como el mundo y translúcido como una bombilla apareció sentado a su lado.

-La señora la necesita –informó con voz lúgubre. Y Keiko desapareció al segundo.

Yoh pensó en saludar a su abuela más tarde en ese día, aprovechando que estaba despierta, y terminó de comer junto a su nueva y silenciosa compañía. Agradeció a los dioses por no darle tiempo a su madre de sentarse a tener una conversación real con él, que era una de sus mayores inquietudes, pero al mismo tiempo le daba pena ver lo atiborrada de tareas que estaba.

Si su función allí era de ayuda, podía imaginarse cual sería. Y comprobó que sus suposiciones eran acertadas cuando Keiko volvió y colocó un mapa frente a él, alisándolo en un lugar despejado de la mesa.

Debido a que era muy tarde en la noche, no había apreciado el lugar en su arribo a la estación, ni siquiera por la ventana del taxi que lo había llevado hasta la casa Asakura. De modo que apareció ante él, en forma de cuadrados amarillos y calles grises, el primer panorama real del pueblo. Era en verdad muy pequeño. Yoh miraba distraídamente cada cuadrante del mapa y al mismo tiempo seguía las indicaciones de su madre, que encerrando en un círculo color rojo, le indicaba las tiendas donde debía ir y anotaba aparte la mercadería que debía comprar.

-¿Algo más? –preguntó cuando ésta finalizó, tratando de mantener encerrada en su cabeza toda la información nueva.

Ella negó con la cabeza, y le sonrió.

-Es bueno tenerte cerca –reveló, con tanta amabilidad que lo tomó desprevenido.

En su primer paseo como "chico de los recados", descubrió que el pueblo estaba dividido en dos. Tenía una parte moderna en el centro, con sencillos edificios y un moderado ir y venir de gente, con un toque campestre que aumentaba a medida que la población se adentraba a las montañas. En la periferia, las casas eran pequeñas y muchas de ellas de fachada antigua, como era el caso de la pensión de su abuela. En su mapa aparecían además varios templos muy dispersos alrededor de una gran mancha azul oscuro que indicaba la presencia de un lago.

Todo transcurría tan lenta y rutinariamente que una vez vista una escena, significaba haberlo visto todo. Era como si el frío hubiera congelado el deseo de vivir de los habitantes; los gestos inalterables se repetían una y otra vez en el constante fondo blanco del paisaje nevado.

Pero a pesar de la excesiva paz del lugar, él estaba conforme, manteniendo la mente ocupada de un recado a otro. No pensaba en Tokio en absoluto, sólo se concentraba en caminar con paso avivado para contrarrestar el frío ya que su chaqueta no lo defendía eficazmente del clima. Pero apartando eso, casi podía afirmar que se sentía bien. Aomori era un lugar inusualmente agradable, incluso se había acostumbrado al constante olor a azufre del aire. Terminó sus mandados en un par de horas, y regresó a la casa sin problemas. El mapa podía obviarse con facilidad, era imposible perderse.

Cuando entró en la casa, si el oído no le fallaba, había voces que en la mañana no estaban. Provenían de la salita de la estufa. No tenía deseos de unirse a una conversación con los recién llegados aún, pero supuso que al menos sería correcto avisar a su madre que ya estaba de vuelta.

Su cabeza se asomó tímidamente por la puerta. Un cuarteto de bulliciosas ancianitas estaban bien ubicadas en torno a la mesa baja, cada una con una taza de té en sus manos. Hablaban entre sí con el tono que solo puede salir de una señora con casi ocho décadas encima.

-Este frío…

-Si.

-El gobierno…

-Una pena.

-Una vergüenza.

-Umm…madre –aún desde la puerta y con voz queda, intentó llamar la atención de Keiko, que estaba justo al lado de la viejita más alejada, limpiando algo de la superficie de madera.

Pero su voz había sido indicador de su presencia y además de la mujer más joven, otros cuatro rostros arrugados giraron hacia él, escudriñándolo detrás de cuatro pares de anteojos oscuros.

-Nieto de Asakura –habló una inesperadamente. Su voz untuosa no podía augurar nada bueno. –Es lamentable que una familia legendaria como la tuya haya educado a su último miembro en vano.

-Los jóvenes de hoy –opinó de inmediato otra.

-Lo que me recuerda a alguien que no está aquí.

-No vendrá.

-Tiene que hacerlo. Especialmente ella.

-Fue criada para ser caprichosa.

Quedó en una pieza. Lo que menos esperaba de las viejecitas era un ataque en masa contra su persona, y que además de ser sujeto de broncas, ser casual testigo de cómo se habían disparado más quejas efusivas incluso contra alguien que ni siquiera estaba allí. El coro fue tan inesperado que no supo qué hacer o responder. Lo que tenían de ancianas y maltrechas, lo tenían de carácter irascible.

-Se equivocan con Yoh, señoras –Keiko se apresuró en defenderlo y se ubicó a su lado. –Estoy segura que mi hijo estaba por saludar –y pellizcó el antebrazo de Yoh, que automáticamente hizo una profunda reverencia, hasta quedar mirando directo a la esterilla. Sin embargo se hizo el silencio.

-¿Y bien?

Con una serie de violentos y mudos ademanes, Keiko le recordó que eran ciegas. Como un autómata, Yoh descargó la perorata más formal que se le ocurrió decir, con una mezcla de disculpas, agradeciendo la visita, deseándoles una buena estadía y hasta una vida larga y plena. Tanto palabrerío las dejó no tanto conformes pero al menos calladas.

La mujer lo arrastró fuera, hacia la galería, encontrando un momento para descansar. Todavía le sujetaba con firmeza el brazo, de modo que el chico solo quedó de pie viéndola tomar aire una y otra vez, como si juntara fuerzas y al mismo tiempo contuviera otras.

-Bueno...–a continuación susurró, cediendo el agarre. –No les hagas caso. El mal clima les provoca dolores articulares…Ah, ¿puedes alcanzarme una toalla del baño? Una de ellas ha derramado té en la mesa…

Obedeció, todavía frustrado por la reprimenda. Al entrar al rústico baño, se dirigió directamente a un mueble constituido de estantes, donde se veían a simple vista las toallas organizadas. Tomó una al azar, justo cuando por el rabillo del ojo algo en el espejo llamó su atención, reparando por el vistazo descuidado que la superficie de vidrio se había tornado extraña al pasar frente a ella.

Se asomó, y vio directamente su reflejo, tan quieto como él, pero comprobando con consternación que nada era como debía verse. La persona que aparecía del otro lado tendría diez años menos, vestía un pesado abrigo gris con frondosa piel negra en el cuello, sostenía el mango de un filo enorme, y no menos llamativo, estaba bañado en...

-¿Sangre...?

El corazón le latió con fuerza en el cuello, desconociendo por completo su imagen y al mismo tiempo reconociéndola de inmediato; no podía ser otro que él mismo. Sus rasgos eran idénticos a como los recordaba en su niñez, llevaba los auriculares naranjas que solía usar sin cansancio, y sus idénticos ojos marrones miraban a la versión adulta con furia, con los labios comprimidos en una fina línea tensa. Una gota de sangre resbaló por la pequeña mejilla, y se llevó la mano a su propio rostro, sintiendo el cosquilleo caerle hasta el mentón.

Tambaleó, sosteniéndose de la pared a último momento cuando toda la habitación dio un confuso vuelco y perdió todo sentido del equilibrio. El niño ensangrentado había desaparecido con ese último movimiento, y ahora Yoh adulto lo observaba, aferrándose a la madera y con el rostro blanco del terror.

-Gracias, hijo –agradeció la mujer tomando con prisa la prenda, sorprendiéndolo a la salida del baño.

-¿Mamá...? Necesito salir un momento –dijo, con la voz ahogada a pesar de sus intentos por sonar normal. Por su gesto fugaz de preocupación, ella lo había notado, lo supo. Sin embargo asintió sin indagar.

-No regreses tarde.

Atravesó el umbral. Y caminó, llevado por el movimiento rítmico de sus piernas, con la mirada turbia y fija en el suelo frío.

Lo siguiente que vio fue oscuridad, moteada suavemente de blanco. Las manchas eran difusas y caían zigzagueando frente sus ojos, sobre el fondo de la noche. Tardó mucho en volver a sus sentidos y darse cuenta que estaba nevando y que estaba sentado directo en la tierra, contra un árbol de un desolado bosque.

Se puso de pie, asustado por el evidente paso del tiempo, y más importante, tratando de orientarse. El escenario no le era familiar en absoluto. Giró en redondo, encontrándose con más árboles. El follaje perenne de los pinos era sacudido por el viento, brindándole un concierto de murmullos largos y monótonos que llenaban el lugar. Aparte de ese sonido, no se oía nada. La zona estaba totalmente abandonada y casi consumida por la oscuridad.

Su cabeza comenzó a maquinar con furia, buscando un argumento que le sirviera para explicar cómo había terminado en ese lugar. Y aunque una decena de situaciones pasaban por su cabeza, se dio cuenta que no tenía sentido intentar dar con una respuesta al ciento por ciento fiable, porque apenas recordaba qué estaba haciendo antes de aparecer allí. Sabía que mas temprano había conocido el pueblo, y a un grupo de itakos en la pensión, pero ese recuerdo era tan lejano que le costaba creer que había sucedido ese mismo día. Y quiso creer que no había estado perdido más de ese tiempo.

Se dispuso a tratar de encontrar entonces, sin muchas esperanzas, un camino de regreso al pueblo. En una segunda inspección, mas detallada, descubrió muy profunda en la negrura dos pequeñísimas luces, como un par de ojos gatunos, que alumbraban la entrada de un imponente edificio de varios pisos. Era un templo. Confortado por el hallazgo, caminó atontado hacia su dirección, sabiendo que estaría vacío como lo estaba el resto del área, pero era por el momento la única estructura que señalaba una zona medianamente urbanizada. Una eternidad después, llegó hasta la planicie de asfalto de la parte delantera. Pero antes pasar por debajo del atrio, notó que algo se movía a lo lejos, entre los árboles.

Otra luz, contrastando fuertemente, se movía suspendida en el aire, oscilando vagamente como una luciérnaga gigantesca. Al principio dudó en seguirla, sospechando que debía tratarse de un fantasma, o incluso podía ser otra mala pasada de su mente, como la que lo había puesto en ese lugar. Pero la súbita idea de que podría tratarse de un empleado del templo, debido a lo cerca que estaba de éste, terminó por convencerlo y se puso en marcha.

Todavía aturdido, comenzó así una persecución penosa. Una vez mas con los pies sobre la superficie de tierra, se sujetaba de cada tronco que pasaba cerca, mientras veía a su probablemente única salvación a la vista alejándose sin piedad. Cada vez que la luz quedaba eclipsada tras un árbol, su corazón se detenía, temiendo a que desapareciera por completo. Corrió lo más veloz que pudo, en un correteo torpe, tropezando con las ramas y rocas del suelo que ni siquiera podía distinguir, por mantener la vista en la luminiscencia amarilla.

Pero a pesar de no ser muy veloz, se desvanecía con más rapidez con la que él podía avanzar. No la alcanzaría.

-¡O-oye! –gritó, sin aliento. -¡Aquí, para, por favor!

Entonces la luz se agitó, balanceándose en su soporte, y entendió que era una lámpara. Esta vez se mantuvo en su lugar, y le fue más fácil llegar hasta ella cuando notó que la persona lo aguardaba alertada por sus gritos.

-Estoy perdido –explicó cuando estuvo cerca, apoyando sus manos en las rodillas e intentando recuperar el aliento, voluminosas nubes de vapor salían con cada exhalación. Señaló el templo que había quedado a sus espaldas -¿Q-qué templo es éste? ¿Estoy cerca del ryokan Asakura?

Mientras esperaba la respuesta y boqueaba con fuerza, quiso observar al dueño de la lamparita, que si no había visto mal, se trataba de una mujer. Pero la joven bajó la luz para alejarla de su rostro, lo que le pareció un intento de mantenerse en la sombra y que al mismo tiempo, intencionalmente o no, consiguió cegarlo. Protestó, llevándose una mano a los ojos dañados.

-¿Qué..?

-Templo Oeste –la escuchó decir secamente. –El ryokan que dices está bajando derecho por el camino, bordeando el lago. Al menos un kilómetro.

Un kilómetro.

Yoh se irguió lentamente, abrumado por la información. Había abarcado esa distancia enorme a pie y sin recordar absolutamente nada, sin ser consciente de su propio cuerpo, en un trance sin precedentes que ahora, estando en sus cabales, lo descomponía de la impresión.

Con voz casi inaudible emitió un 'gracias', dio la media vuelta, y avanzó tal como le había indicado, hasta que la negrura lo digirió.

-Espera –lo llamó. Y tuvo que hacerlo repetidas veces hasta que él reaccionó y se volvió.

Esta vez, sostenía la lámpara a una cómoda distancia y pudo verle el rostro. Todo en ella era pálido; piel, ojos, y el cabello que se escapaba de la caperuza blanca.

–No puedes volver –le advirtió, viéndolo con dureza, como si le apuntara algo obvio.

-¿Eh? ¿Por qué-?

-La tormenta. No llegarás a ningún lado –puntualizó.

Yoh notó entonces el cielo tumultuoso y de un azul negro. El viento que hacía un momento era suave, ahora adquiría carácter; los copos de nieve que apenas habían tocado el suelo, volaron en espiral nuevamente hacia arriba, llevados por una repentina ráfaga. Así y con el vendaval encima, la joven estaba muy tranquila, y lo observaba con cuidado mientras, a pesar de la amenaza, él aún resolvía regresar cuanto antes.

-Será más fuerte que esto –aclaró de pronto. De verdad intentaba convencerlo que no debía intentar volver, y sin dejar de mirar el cielo, consideró por un instante que podría tener razón. No conocía el camino con exactitud y todo lo que la lamparita no llegaba a alumbrar era de un negro intimidante. ¿Debería quedarse en el templo hasta que mejorara el clima? En ese momento, ella le dio la espalda y avanzó un par de pasos, indicándole con una rígida mirada, que debía acompañarla.

Finalmente lo hizo, cuando el viento sopló más fuerte esta vez, alborotándole el cabello y colándose helado entre sus ropas.

Pero en lugar de dirigirlo hasta el santuario, sus pasos se desviaron un poco hacia una dirección desconocida. Tras un corto trayecto el refugio apareció, una casita detrás del templo, escondida medrosa entre los árboles. Ni una cerca la rodeaba; no había límite entre la propiedad y el inmenso bosque, como si hubiera caído del cielo y aterrizado en el apretado claro entre los pinos.

Cuando ingresaron a la pequeña vivienda, dejó un cubo de madera en la entrada, que por el ruido tosco que hizo sospechó que debía ser muy pesado de cargar. Apenas había notado que lo llevaba cuando se habían encontrado, o cuando lo iba conduciendo a la casa, por preguntarse internamente qué podría estar haciendo ella en un sitio como ése, con esa nevisca, y tan de noche.

Dio un respingo cuando los ojos inexpresivos se clavaron en él un momento, y a continuación caminó por un corto pasillo para entrar al cuarto contiguo, donde sintió ruidos típicos de loza y agua. Regresó con el mismo paso impasible y le tendió una taza llena de líquido caliente. Se dio cuenta de cuán frío estaba su cuerpo cuando por instinto acercó el recipiente a su pecho. No había notado lo peligrosamente cerca que había estado de la hipotermia, después de tanto tiempo en la intemperie...

-¿Cuánto tiempo has estado allá afuera? –preguntó ella, aunque el interés que denotaba su voz era nulo. Yoh deseaba conocer la respuesta también. ¿Cuánto tiempo pasa exactamente desde que el sol está en lo alto hasta que lo suplanta la luna?

-Muchas horas, aparentemente –conjeturó, ácidamente. –¿Estás encargada de ese templo? –se animó a preguntar con genuina intriga. Su aparición todavía le era una incógnita.

-No –fue la seca respuesta. Pasó a su lado y abrió un mueble pequeño del que sacó un futon. –Puedes ponerlo allí –y le señaló un sitio libre en el extremo del estrecho comedor, justo donde estaba de pie.

-Gracias –dijo recibiéndolo, turbado. Al parecer no solo le brindaba resguardo; también pasaría la noche allí, lo que en cierto modo lo tranquilizó cuando sintió la tormenta afuera, estremeciendo toda la casa y haciendo traquetear cada tornillo suelto. Aunque se sentía afortunado por haber encontrado un lugar seguro, al mismo tiempo estaba contrariado por la frialdad de la joven, una actitud extraña que nadie se esperaría por parte de alguien que lo invita a su casa después de insistir tanto. Parecía demasiado molesta.

A continuación, se movió en un rápido recorrido revisando las aberturas de la casa, cerrando un pestillo olvidado y corriendo cortinas. Mientras estaba descuidada, se animó a observarla con un poco más de detenimiento. Se había quitado el abrigo y llevaba puesto un sencillo kimono blanco con figuras celestes, en alguna clase de dibujo que no pudo identificar con totalidad porque la larga melena cubría muchas porciones del bordado.

Terminó su tarea y giró para verlo una última vez; su expresión de confusión no había cambiado desde que había atravesado la puerta. Con el pesado futon bajo un brazo, y la taza en la otra mano, permanecía inmóvil en medio de la sala, vacilante de moverse y evidentemente incómodo. Pero ella había hecho su trabajo y él estaba allí. Tomó de vuelta el cubo y deslizó una puerta de una habitación, abriéndola.

-D-descansa –dijo Yoh, cuando la vio dispuesta a marcharse. Pero no hubo un saludo de vuelta. La puerta se cerró tras ella.

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Ryokan es algo muy parecido a un minshuku, con alguna diferencia en los servicios.

Bueno, aca es cuando comienza a armarse la historia. Gracias por los reviews del primer capitulo! Aprovecho para decir tambien, ... que hace poco me di cuenta cómo se hace para responder los reviews por privado. Big fail mío.

Adios!