Rewrite
Capítulo 3. El nido
Era una extenuante caminata de vuelta a la civilización, especialmente para alguien que había tenido pocas horas de descanso.
Acostado en la desolación de esa sala de estar desconocida, con la sola compañía del golpeteo de una madera rebelde aquí y allá, y el ulular del viento en los recovecos más pequeños, esperaba el sueño con su habitual costumbre de mirar el techo. No pasó mucho hasta que esto sucedió, y se entregó derrotado por el cansancio, al tiempo que sus huesos dolorosamente congelados comenzaban a recibir el calor cobijo extraño.
Un sonido salvaje, como un gruñido bajo, jadeó muy cerca de su oído cuando estaba muy cerca al sueño profundo. Se agitó entre sueños, renuente a despertar. Podía tratarse de su imaginación, o del viento que había encontrado un sitio por dónde colarse. Pero la leve sensación de que era observado vendría después, e hizo que abriera los ojos con pereza, para ver entre las rendijas de sus párpados a medio cerrar, la salita tan quieta y oscura como esperaba. Le pareció reparar por un segundo una agitación inusual entre las sombras, y le había dirigido su atención un instante, pero somnoliento, finalmente atribuyó las visiones al cansancio, hasta que acabó por dormirse de nuevo, con el arrullo bajo del viento ronco aún muy cerca.
Esa había sido su noche, y un amanecer sin sol le dio la oportunidad para escabullirse fuera de la casita, donde le había quedado claro anteriormente que su presencia no era grata. Su dueña no lo extrañaría demasiado, pero su escape también significaba deberle un merecido agradecimiento. Eso hizo que plegara el futon con extremo cuidado y colocara con aprensión la taza vacía en la mesita baja. No había tenido el valor de lavarla; casi seguro que adentrarse más en la casa para hacerlo también sería un motivo de disgusto para la joven.
El solitario trayecto era un poco tenebroso. Aunque ya no estaba rodeado por un irremediable reino de penumbras, la tormenta había dejado un paisaje exótico con un cielo inconcluso que se debatía en esos momentos entre la luz y la oscuridad, y las mismas nubes habían descendido a nivel del suelo bañando la superficie con una húmeda niebla. Con su visión tremendamente empobrecida, solo podía confiar en la línea recta del camino hacia su casa -según la chica le había indicado- e iba siguiendo la rústica carretera que corría a su lado, con la vista enfrentada horizonte turbio.
Después de media hora de caminar, quiso creer que estaba acercándose a la villa, cuando adivinó entre la niebla los perfiles de algunas casitas salpicando los costados de la carretera. Sus habitantes debían dormir, al igual que todo Aomori en ese momento.
Arrastraba tanto los pies que no era consciente de la huella en forma de rieles perfectos que dejaba tras sí, profundos en la nieve, pero nunca había sido un buen madrugador y le faltaban las fuerzas hasta para mantenerse despierto. Lo primero que haría al llegar a la casa sería recuperar las energías que las emociones de la noche anterior le habían quitado.
Paró en seco cuando una voz salió desde las profundidades de su memoria. "No regreses tarde", le había pedido su madre. Ella estaría profundamente preocupada en esos momentos y él, en problemas.
-¡Ey! ¡Detente!
El chirrido de un motor deteniéndose a su lado lo asustó un poco, y miró con curiosidad al par de hombres uniformados de azul apearse del auto y caminar decididamente hacia él. Tal vez los problemas llegarían antes de que pisara su casa.
Adivinó de inmediato porqué lo habrían llamado. Ver una figura errando como él lo hacía a esas horas de la mañana tenía una sola explicación, y alzó las manos sobre su cabeza, exclamando desesperado;
-¡No estoy ebrio, no lo estoy!
Temía que la situación pasara a física sin poder evitarlo, pero el par se limitó a examinarle el rostro brevemente, lo mismo que su apariencia en general. Yoh se inquietó. Si se basaban en eso para determinar si estaba embriagado o no, lo más probable era que terminara en el calabozo. Su viejo abrigo negro -el cual no se había quitado para dormir- estaba completamente arrugado, sabía que su cabello necesitaba una buena acicalada, y ni hablar de las ojeras que estaba seguro que lucía.
A juzgar por sus expresiones, sin duda habían advertido su aspecto mendigo, y uno de ellos le preguntó sin mucho convencimiento.
-¿Eres Yoh Asakura?
Cuando Keiko abrió la puerta no se extrañó al ver a su hijo siendo escoltado. Lo recibió con una calma que hasta sorprendió a los oficiales, y les agradeció repetidas veces antes de despedirlos, y tras haber de jalado a Yoh al interior.
-No estás sorprendida de verme –apuntó el castaño cuando la puerta se cerró. Keiko suspiró liberando su fastidio.
-Claro que no. Desapareciste hace doce horas, ¿qué pretendías que hiciera? Consulté a los espíritus. Tenía que saber dónde estabas y en qué condiciones –explicó cruzando los brazos. –Son muy útiles, deberías usarlos para ahorrarme el trabajo, la próxima vez que quieras esfumarte así –agregó, e Yoh recibió ese comentario como una bofetada. Ella sabía que simplemente no estaba acostumbrado a interactuar con espíritus.
-No fue algo intencional –refutó molesto, pero pensado de inmediato una excusa con tal de no mencionar su episodio de amnesia. –Quise explorar un poco y me alejé hasta perderme. De todas formas, si los espíritus te dijeron lo necesario, ¿porque te enfadas?
-El problema es otro, y es por eso recurrí a la policía para que te buscaran –dijo. De pronto su tono exaltado se atenuaba. –Los espíritus me dijeron que te encontrabas bien, pero no dónde estabas. No quisieron responder, esquivaban mi pregunta una y otra vez, por alguna razón.
No sabía cómo funcionaba la comunicación con espíritus del otro mundo, o la clase de cosas que eran tan comunes para el resto de su familia. En realidad, su experiencia con fantasmas se limitaba a responderles sólo si ellos le hablaban. Pero viendo la consternación de la miko, que un espíritu se rehúse a contestar algo no debía ser ni bueno ni normal.
Keiko se calló y lo enfrentaba expectante. Era turno del castaño de dar explicaciones, pero no supo qué decir. No había hecho nada fuera de lo común en su ausencia, ¿por qué era culpable de la rebeldía de algunos fantasmas?
-Niño. Dónde estuviste.
No se había percatado que había alguien más en la sala. Una de las viejas itako se había acercado sigilosamente y lo increpaba a distancia. Con prudencia, como si tuviera frente a una fiera sin cadenas. Sus labios temblaron al hablar.
-Estuviste con ella, ¿verdad? Contesta –inquirió nuevamente.
-¿"Ella"? –de pronto Yoh tuvo la convicción de que se refería a la joven que le había dado asilo, no podía ser de otra manera. Y aunque no tenía idea de cómo había llegado la vieja a esa conclusión tan acertada, finalmente respondió para evitar que su impaciencia creciera –Bueno, sí, la tormenta me sorprendió y no tenía dónde ir… –balbuceó mirando a una y otra mujer. No entendía cuál había sido su falta, pero lo que sea que había hecho y que las había puesto en alerta, lo había hecho sin intención.
-Apestas a demonios –sentenció, como si olisqueara algo de verdad repugnante. –Onis. Toda tu aura esta manchada – y a pesar de ser ciega, trazó con la punta del bastón un perfecto ovalo en torno a Yoh.
Se sonrojó, humillado. Aunque sin entenderle totalmente, la forma en que le habló era insultante. No le sorprendía viniendo de la anciana, ya conocía su particular carácter, pero miró profundamente intrigado a su madre, que luego de haber escuchado eso parecía tan asombrada como él. Finalmente ella asintió, confirmándole con pena palabras de la itako.
-Supongo que no podía ser de otra manera. Estuviste en ese lugar después de todo –concluyó la mujer apretando las manos en el mango del bastón hasta alisar sus arrugas.
Las preguntas se colmaban en su cabeza. Pero antes de poder desprenderse de alguna, una mano lo tomó de la muñeca.
-Con permiso, señora Shizu. Me haré cargo de él ahora.
Entonces Keiko lo arrastró por el pasillo hasta una habitación donde no había entrado antes. Era exactamente como las demás, tal vez más limpia en cierto punto. Aparte de un almohadón, un par de cajas y una alfombra situada en centro, no había nada más. Desconocía porqué lo había llevado hasta allí o qué se había referido con "hacerse cargo", pero pudo darse una idea con solo ver esos objetos.
-¿En verdad estoy…machado? –antes de responder, la mujer le señaló la alfombra. Se sentó obediente.
-Bastante. ¿No sientes nada? –Yoh negó con un gesto, preocupándose cada vez más.
-¿Es porque pasé la noche en esa casa? ¿Por qué estar allí me produciría esto?–indagó mientras su madre tomaba lugar en el almohadón y extraía varios elementos de un estuche. Encendió incienso y una buena cantidad de velas.
-Ya te dijo ella el porqué...y ahora entiendo por qué tuve problemas en mi sesión de espiritismo; ellos evitan todo lo que les significa un peligro. Pero nunca imaginé que llegarías...así –miró rápidamente a un perplejo Yoh. –Escuché a las señoras hablar sobre ella. También es itako, pero trabaja de una forma diferente –mientras hablaba se colgaba al cuello un rosario blanco. Luego continuó repasando. –Fue alumna aquí hasta que se fue por su cuenta a los quince. Su nombre es Kyouyama.
Finalizó su relato cerrando los ojos con solemnidad, y el chico aguardó con igual silencio, entendiendo que no debía hablar por el inminente comienzo del ritual. Concentrada, ella sacudió una campana, cuyo sonar dio inicio a una oración monótona. Como no le había dado ninguna orden en especial, se mantuvo sentado tratando de asimilar la nueva información, mientras el humo del incienso se concentraba densamente sobre sus cabezas.
La ceremonia duró muy poco; con una sacudida más de la campana y un par de aplausos cortos, había terminado, y Keiko volvía a hablar como antes.
-Aunque te hayas infectado un poco, me alegro que te haya alojado. Era peligroso si volvías con ese clima. ¿Te sientes mejor verdad? Tu aura ya no está tan viciada.
-En realidad no siento ningún cambio –confirmó Yoh nuevamente. Comenzaba a sentirse como un idiota.
-Deben ser tus poderes. Están un poco dormidos –razonó ella. Era una respuesta lógica, pero no terminó de convencerle. Caviló un momento, recordando el suceso extraño que había experimentado durante la noche.
-Los onis… ¿cómo son?
Ella contestó cuando terminó de soplar la última vela.
-Solo los conozco por algunos bosquejos de hace mil de años. Tienen muchas formas, pero cuando ves uno, por alguna razón sabes lo que es. Qué bueno que eso no haya ocurrido.
Aturdido, Yoh estuvo a punto de relatarle lo que le había ocurrido en la casita, ahora seguro que nada había sido producto del viento o un juego de sombras, pero lo pensó dos veces. Su madre parecía feliz de tenerlo a salvo, y tragó sus palabras, decidido a no angustiarla más.
–He estado ocupando esta habitación para uso personal, pero como ves, esas cajas viejas están en medio. ¿Puedes llevarlas al piso superior? En cualquier habitación está bien, después de todo, las ancianas duermen juntas aquí abajo. Más cerca de tu abuela, ya sabes.
El par de cajas que le señalaba no eran pesadas, y las cargó apiladas una sobre otra, escaleras arriba. Tal como le dijo ella, ingresó en una habitación al azar para dejarlas. Pero cuando estaba por hacerlo, tropezó con una porción rota de la esterilla y trastabilló hacia adelante un gran trecho de la habitación, sin soltar su cargamento y sin llegar a caer, pero estando muy cerca.
Aunque muchos objetos de la caja superior no tuvieron tanta suerte. Simplemente se deslizaron hacia afuera mientras él estaba en un peligroso ángulo, y se desparramaron por el suelo.
Ya firme sobre sus pies, observó el desastre y suspiró.
La mayoría eran papeles. De cuclillas, juntó uno a uno percatándose lo viejos que eran, muchos de ellos ilegibles. Cuadernos, hojas sueltas, libros escolares… Estos últimos llamaron su atención. Eran libros de escuela elemental; recordaba haber usado el mismo material cuando era niño. Nostálgico, tomó uno en sus manos, sacudiéndole el polvo, y al pasar algunas hojas, descubrió el nombre de su antiguo propietario.
-Anna Asakura –leyó. Pero miró contrariado la caligrafía, no conocía ningún pariente con ese nombre.
Su madre irrumpió en la habitación.
-Encontré esto –informó, emocionada, sujetando a su vista un abrigo grueso gris oscuro. Lo sacudió un poco y las partículas de polvo volaron en todas direcciones. Con polillas y todo, obligó a Yoh a pararse para medirlo por encima de su ropa. -¡Ja! Como supuse, te queda perfecto.
-¿Cómo sabías que necesitaba un abrigo nuevo? –aunque lo de "nuevo" no era tan correcto. A pesar de estar en buenas condiciones, debía tener varios años. Miró su pecho, evaluando el gris predominante, salvo por un bordado blanco en forma de árbol abstracto en la solapa izquierda.
-Una madre sabe todo –dijo con superioridad. –Era de tu padre –explicó con la mente ausente en un recuerdo, pinchando un dedo en el símbolo que Yoh había notado. –Está muy ocupado ahora, siendo la cabeza de la familia…, pero le hubiera gustado verte.
Mikihisa había pasado de escalar montañas a tiempo completo, a manejar la familia a tiempo completo, y no lo veía desde hace meses. Su antigua prenda era una buena adquisición y la recibió ilusionado, sintiéndose más que listo para combatir el frío mordaz.
Aun complacido y todo, bostezó largamente, y Keiko lo envió a la cama con insistencia, a lo que no hubo protesta alguna. Resolvió que al despertar pasaría por la habitación de Kino para -finalmente- verla. Pero después de su siesta reparadora y estando muy cerca de la habitación de su abuela, fue interceptado por las cinco ancianas. Sin decir nada, le extendieron un sobre, tras rodearlo como una bandada de buitres.
-Puedes ser útil en algo y entregar esto –Yoh lo recibió de mala gana, sin poder rechazar la orden. Después de todo, esa era su función en Aomori.
-¿A quién? –y no tuvo tiempo de comprobar si el sobre tendría escrita su respuesta, porque lo que ellas le dijeron luego le dio un claro indicio de a dónde debía dirigirse.
-Si vuelves sucio te limpiaremos nosotras.
-Asegúrate que lo lea.
No se había imaginado que el momento de estrenar la prenda de su padre llegaría tan pronto, ni tampoco había previsto hacer nuevamente ese largo recorrido a través del páramo congelado. Pero al menos le tomó menos tiempo, o eso le pareció. Tal vez porque iba mentalizándose que las viejas lo "limpiarían" más tarde en la casa, como habían prometido. Ese pensamiento no le agradaba en absoluto.
Con el templo a la vista, descubrió algo que no encajaba. Un brillante auto negro y lujoso estaba aparcado en la única porción asfaltada. No había nadie dentro. Pasó a su lado sin prestarle mucha atención, pero sorprendido por el hallazgo y continuó por tierra adentrándose en el bosque, descubriendo un sendero bien marcado que no había visto la vez anterior. La nieve estaba acumulada a los lados y la tierra había sido prensada con fuerza, lo que hizo su trayecto hasta la casita mucho más cómodo.
Unos minutos después la construcción apareció. Se la veía muy pequeña junto a la altura de los pinos. En el último tramo hasta la puerta, se ocupó en repasar las palabras exactas que diría al entregar su carta. ¿Debería tocar la puerta o anunciarse desde lejos? No estaba seguro qué molestaría menos el delicado carácter de la joven, pero no pudo decidir si lo haría de una u otra forma, porque la sensación de que había alguien más lo detuvo.
Miró a su alrededor hasta descubrir a un hombre joven, de traje fino y cabello negro muy corto. Apoyado contra un árbol lejano, e inhalando un cigarro largo, lo observaba con detenimiento. Yoh lo observó a su vez. Sin duda era el dueño del auto.
El muchacho exhaló el humo, los ojos negros aún fijos en él, como si observara una presa a la que tenía asegurada. Se notaba a la legua que no estaba precisamente complacido por la presencia de Yoh, pero el castaño no buscaba problemas con nadie y decidió ignorar la mirada tan poco amigable que le era dedicada, y puso su atención en la puerta, aun indeciso de cómo llegar hasta ella.
Pero el extraño habló.
-Bueno, bueno. Hola tú –saludó entre risas exageradas. Se acercaba de a poco. –No puedo evitar notar que nunca te he visto por aquí, así que dime niño… ¿quién mierdas eres?
Su aspecto intimidante iba perfecto con la hostilidad de su voz. Sin interés en entablar una conversación con el sujeto, alzó un muro entre ambos, entregándole la vista de su perfil endurecido con la vista fija hacia la casita.
-¿Qué es eso que tienes ahí? –insistió él.
-Debo entregar algo –contestó con la misma seriedad que pintaban sus ojos.
-¿Para quién?
Una pregunta redundante. Nadie más vivía en esa casa.
-¿Para la chica? Bueno, eso es raro –rió, tras haberse contestado. –Nunca recibe nada de nadie. Solo yo traigo las cosas que necesita.
Sin querer el extraño le confirmaba la vida aislada que llevaba la joven, algo que Yoh había sospechado antes con solo ver lo alejada que estaba su casa. De todas formas, se estaba cansando de estar del mismo lado de la puerta con tal compañía, y puso un pie en el pórtico de madera finalmente decidido a tocar la puerta. Pero de un salto fugaz, el hombre se puso en su camino.
-¿Qué demonios haces? –inquirió. –Están ocupados… mi jefe y ella –agregó con tono cómplice. Yoh abrió los ojos con desconcierto, sin poder creer lo que el hombre le indicaba entre líneas, con tanta convicción, que olvidó por un momento que ella no era más que una itako. La situación debió causarle gracia al hombre, porque lanzó una carcajada.
-Tu cara lo dice todo, niño. Es broma, no es prostituta. Aunque eso sería interesante –añadió pensativo, saboreando su idea, pero se volvió hacia él. –Si no sabes que pasa allí dentro ¿qué haces aquí?
Yoh se recuperó de la mala broma sin interés en repetirle su misión, y decidió por darle la espalda. Si ella estaba ocupada, la esperaría en un lugar más apartado posible, lejos de toda desagradable presencia. Pero la mano con el cigarro lo tomó bruscamente del hombro, obligándolo a enfrentarse, y antes de que pudiera evadirlo, le aferraba su abrigo con un puño prieto, manteniéndolo cerca de su rostro sudado y aliento a humo.
-No me estas agradando, mocoso. Es la tercera pregunta que no me respondes. Sé que me estás mintiendo, no tienes nada que entregar aquí ¿no? Así que suéltalo ya, ¿quién te envía? ¿Komamushi? ¿Los Handa? ¿Los Oyamada? –una risotada llegó a escupirle el rostro. –En serio están tan desesperados…nunca serán competencia digna de nosotros. Nuestra compañía es…
-Ikeda, ¿qué sucede?
Un hombre bajo y corpulento, entrado en sus cincuenta había aparecido en el umbral de la casa, frente a la puerta abierta.
-¿Quién eres tú? Responde –exigió al desconocer a Yoh, sin importarle que estaba siendo atrozmente sometido a pesar no oponer resistencia. Pero el castaño estaba ya demasiado enfadado como responder a cualquiera de los dos personajes.
-Déjenlo –la joven emergió del interior de la casa. –Su nombre es Yoh Asakura. No es un espía.
-¿Lo conoce? –Ikeda preguntó aún con desconfianza. Captándolo desprevenido, Yoh lo empujó para lograr zafarse, y se apartó varios pasos cuando estuvo libre. Su captor protestó por el movimiento brusco y avanzó dispuesto a aleccionarlo nuevamente, pero el hombre viejo lo detuvo.
-¿Qué clase de comportamiento es ese? Ya te dijo ella que no es una amenaza – entonces el joven quedó inmóvil en su posición de ataque, bufando. –Siento mucho el escándalo, señorita Kyouyama. Ikeda, termina por hoy.
Con una última mirada de odio a Yoh, el muchacho recompuso algo de la elegancia que había perdido en el enfrentamiento y caminó hasta la rubia, sacando sin cuidado un grueso fajo de billetes de su bolsillo.
-En realidad he bajado el monto –previno ella, notando la cantidad.
-Sus servicios nos son muy útiles, retribuirle como se lo merece es un placer –dijo el viejo. Ikeda insistió hasta que ella tuvo que aceptar el paquete.
Entonces satisfecho, el jefe se alejó en dirección al sendero que lo llevaría al carro. Al pasar junto a Yoh, le palmeó el hombro, en lo que supuso que era una forma muy pobre de pedir disculpas. Pero su enfado se disipó cuando notó al hombre más joven todavía hablando con la itako, y observó estupefacto cómo la mirada de ojos oscuros revoloteaba sobre figura de ella de pies a cabeza, y mantenía una sonrisa ladina mientras pronunciaba palabras que no llegaba a escuchar.
Por suerte el desagradable flirteo fue muy breve, y ella respondió fríamente a su despedida. Al igual que el sujeto anterior, se encaminó por sendero sin siquiera fijarse en Yoh, ocupado en encender un nuevo cigarro. El castaño se sintió aliviado en parte, y esperó a que desapareciera para tomar su turno de hablarle a la rubia, que seguía de pie en el pórtico, esperándolo.
-Ah…
Pero antes de que pudiera formular correctamente sus palabras, hizo algo inesperado. Tendió la mano hacia él, mostrando la palma. Evidentemente había visto el sobre que Yoh estrujaba en sus manos. De inmediato se acercó y lo colocó en la mano extendida.
-Es de la señora Shizu... umm… es importante que la leas, según me dijo…que te dijera –explicó torpemente.
-Lo más probable es que no lo haga –dijo ella, mirando el papel con desinterés y luego guardándolo en el cinto de su kimono.
-¿A…no? –preguntó con desaliento.
-Ya sé lo que dice y no puedo hacer nada al respecto –meditó un segundo deteniéndose mientras se giraba para ingresar a la casa. –Diles que dije eso.
-No soy un mensajero –refutó Yoh, molesto por haber hecho el trayecto hasta allí en vano y por la afrenta con los empresarios que había tenido que soportar.
-Ya viniste hasta aquí y eso es un comienzo. Además tienes mucho tiempo libre ¿no es así?
Se encogió, frunciendo el ceño en silencio, sin querer darle la razón.
-Este es mi lugar de trabajo y mi casa. Si no estás aquí para pagar o por exclusiva cortesía de mi parte, puedes irte.
Cuando ella había dado un paso en la vivienda, la detuvo, recurriendo a todo su valor.
-Espera –suplicó. –Hace unos momentos dijiste mi nombre ¿cómo supiste quién soy?
La joven lo miró un momento.
-Te pareces a tu abuela.
-¡No nos parecemos en nada! –exclamó, ofendido por la obvia mentira. Súbitamente Yoh conectó las piezas; recordando que estaba frente a una alumna de Kino, y las protestas de las itakos del día anterior… –Esas mujeres quieren que vayas a acompañar a mi abuela también, ¿verdad?
-Y les dirás lo que ya te dije. Si no lo haces tu trabajo estará incompleto. Entregas un mensaje, envías la respuesta. Sabes cómo funciona eso, ¿no? Ahora, vete –y nuevamente hizo el intento de entrar en la casa, aunque sabía que él no se marcharía teniendo un asunto pendiente.
-Señorita Kyouyama –lo escuchó hablar, llamándola por su nombre por primera vez, no sin un poco de vergüenza. –Gracias por lo de anoche –soltó.
No le sorprendió que ella no respondiera, pero agradeció que no hubiera hecho otro intento de echarlo. No mientras tuviera un mar de inquietudes que solo ella podría aclararle.
-Sabes…cuando estaba ahí dentro, creí ver algo –explicó con cautela. Ella guardó silencio, sabiendo perfectamente a qué se refería. –Al principio creí que era mi imaginación, pero ahora sé que no fue así. Dime, ¿por qué hay onis en este lugar?
Ella volteó definitivamente. Vio que él que mantenía un gesto tranquilo por fuera, pero en realidad estaba bastante tenso.
-Eres una molestia. Perdiendo la conciencia por ahí esperando que alguien más te salve –siseó. Odiaba haber tenido que exponerlo a la constante presión del ambiente de su casa por una razón tan estúpida. –Por mí podías haber muerto congelado, pero eres nieto de mi antigua maestra, por eso te dejé entrar. Solo que debías soportar estar con ellos. Y veo que estas en pie ahora, de modo no te fue tan mal.
Yoh tragó grueso al escuchar esas palabras.
-Pero mi madre me dijo que era imposible confundirse al reconocer uno, y no entendí lo que quiso decir. Sé lo que vi pero al parecer algo en mí no reaccionó como debía –declaró reflexivo, sin notar repentina la confusión de ella. –Pero además… ¿cómo sabías quién era? Al igual que hace un momento –Yoh comenzaba a frustrarse, a cada instante que pasaba tenía más preguntas que respuestas.
De pronto las imágenes aparecieron ante ella. El ritual al que se había sometido al llegar a su casa con el aura corrompida, el escándalo de las itakos y su madre, y por sobretodo, cuan desorientado estaba, inmutable ante todo lo que significaba enfrentarse cara a cara con un oni.
-Hay solo una cosa que no sé –dijo, mientras caminaba celosamente hacia él. – ¿Por qué no estas asustado?
-¡Lo estoy! –exclamó. –Me asustan las cosas que no entiendo, las cosas que la gente me oculta y no tienen sentido para mí. Todo lo que pasó desde que llegué a Aomori, y todo de este lugar –dio una ojeada a la casa entera. –Estoy involucrado ahora y ni siquiera recuerdo cómo llegué hasta aquí –desesperó al recordar cómo se encontró en ese bosque anteriormente. –Explícame…
-Qué molesto.
Un gran trozo de nieve cayó del cielo, justo a su lado. Se apartó con un sobresalto y miró hacia arriba, donde las copas de los árboles se agitaban frenéticamente de un lado a otro, haciendo que se desprendieran porciones de nieve de entre la frondosidad. Observó absorto el inusual movimiento, no había una pizca de viento en ese momento, y sin embargo las copas agudas se bamboleaban como sacudidas por un torbellino. Más trozos de nieve cayeron, junto con ramas y hojas. Con un estudio más exhaustivo descubrió la causa.
Agazapados como monstruosos gatos salvajes, erguidos orgullosos como gárgolas, y camuflados entre los troncos, las figuras grotescas invadían el mundo sobre él. Al menos media centena, y cada uno de ellos lo contemplaba a su vez, con tres ojos, cinco, o hasta tres pares de miradas blancas y muertas. Altos, pequeños y medianos, saltaban con increíble agilidad de rama en rama, aproximándose desde los árboles más lejanos.
Continuaban llegando, no solo saltando en las alturas, algunos también se revelaron entre los arbustos y por el techo de la casa. Garras, cuernos y colmillos luciéndose en diferentes combinaciones.
-¿Tienes miedo ahora? –le preguntó con calma.
-Creo que…si –respondió sin apartar la vista. –Se ven aterradores, son muy diferentes a cualquier espíritu que haya visto antes…
-No me refiero a esa clase de miedo.
La miró. Estaba a unos pocos pasos, ignorando las monstruosas apariciones que se ubicaban a sus lados, tan altas como el alero de la casa.
-¿Qué es? –preguntó sin voz. – ¿Qué se supone que deba sentir?
Caminó la poca distancia que restaba hacia él, el par de demonios siguiéndola obedientemente. De pronto estuvo tan cerca a su pecho que le fue difícil mantener su mirada. Ella lo provocó desde su altura desventajosa, sus ojos convertidos en dos flamas amarillas.
-Como si murieras por dentro.
Esperaba con eso haber despertado su reacción, pero además de impresionarlo profundamente, no había ocurrido nada. Él se sentía más atraído a buscar respuestas que a huir de lo desconocido. Aun así, ¿por qué era inmune a los onis? Lo observó quietamente unos momentos más, pero no podía leerlo. No había nada que pudiera justificarlo.
Entrecerró los ojos, decepcionada. Luego se giró decididamente y se metió en la casa con un portazo.
Yoh volvió a respirar.
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Quería subir este capítulo el 20 de este mes, que fue el aniversario de bodas de mis queridos tórtolos! Pero tuve un examen y UGH ni siquiera estaba pulido al 100%...(el capítulo, no el examen. Ah esperen, el examen también..)
De nuevo, gracias por los reviews! Cualquier opinión de la historia es bienvenida.
