Rewrite
Capítulo 4. Maldición
Cerró la puerta de su casa tan fuerte como pudo, empujándola con ambas manos y sosteniéndola como si de esa forma pudiera mantener la frustración del otro lado.
¿En qué estaba pensando? Nunca antes se le había ocurrido reunir a los onis en un mismo lugar. Había sido irracional hasta un nivel inaudito y se lo reprochó avergonzada, sin atreverse a imaginar qué hubiera sucedido si perdía el control.
Sus manos se aplastaron contra la madera aún más. Pero ni con la fuerza opresora de una multitud de demonios rodeando al chico había descubierto el secreto tras su insensibilidad a los onis.
Pero, ¿cómo obtener la respuesta de alguien que no la sabe? Asakura era despistado, no especialmente fuerte físicamente, exhibía un furyoku mediocre. Era absurdo, ni siquiera leyendo su mente había tenido éxito, sólo había encontrado cuán confundido estaba por la situación. Y que él, al igual que ella, deseaba saber lo mismo.
Un par de minutos después, Asakura abandonaba con lentitud el patio de su casa, dejando a Anna finalmente sola -después de tantas visitas ese día- con sus pensamientos abocados al nieto de Kino. Ridículo, alguien como él ni siquiera valía su fastidio.
Pero aun así, no tenía energía para pensar demasiado. Era la primera vez que se adentraba tan profundamente y a voluntad en la mente de alguien; sentía la frente cubierta de sudor a causa del esfuerzo. Y no lo había notado antes, pero su cuerpo estaba tensándose, como si estuviera cubierto por cintas muy ajustadas. Cada músculo era comprimido por esa fuerza invisible y un dolor nuevo pero a la vez muy familiar nacía desde el interior de su cabeza.
-¿Tan pronto? –protestó recargándose en la puerta. La última vez había sido unas pocas semanas atrás, no era usual que regresara con tanta antelación. Cerró los ojos, respirando hondo mientras tomaba fuerzas para ir a su habitación, maldiciendo por lo bajo a las pulsaciones que incrementaban en su sien.
La casita estaba silenciosa. Las cuatro paredes de madera que componían la sala encerraban la oscuridad de la tarde que comenzaba a caer. Los sillones sencillos y los pocos adornos se convirtieron rápidamente en sombras apenas distinguibles, y reaparecieron nuevamente cuando encendió la luz para no adentrarse por el pasillo a ciegas.
Primero hizo una parada en la cocina para tomar una pastilla para el dolor de cabeza, que esperaba hiciera efecto rápido. Cada paso que daba era más difícil que el anterior y tras la corta distancia hasta su habitación, se encontró tan exhausta que por un momento pensó en recostarse con el atuendo que llevaba puesto. Pero el kimono sería molesto, y optó por sacar una prenda más liviana del guardarropa.
Se desvistió, examinando su cuerpo semidesnudo. Como suponía; las tradicionales motas oscuras ya afloraban en algunas porciones de su piel, tendría que lavarlas luego, pero por el momento decidió cubrirlas con una camisa y pretender que no existían. Si continuaba un segundo más en pie no tendría fuerzas para caminar hasta la cama.
A pesar de lo arduo que era, siempre había sido consciente que se trataba de un proceso "normal" en su vida, pero que no podía evitar ni controlar. Soportaba como un deber la repentina debilidad, la aplastante migraña y el frío que nacía en su pecho, cuando el reishi le exigía más de lo que su cuerpo podía tolerar y la obligaba a descansar.
Recostada, se llevó los dedos índice y pulgar a cada ojo, apretándolos mientras sentía arder su interior. No importaba cuántos años pasaran, estaba lejos de acostumbrarse a la ciclicidad de su poder. Su único consuelo era que unos pocos días serían suficientes para recomponerse.
Había olvidado la luz encendida. Sin ánimos de levantarse, habló al aire.
-Apágala.
Un oni apareció junto a su cama. Muy delgado y de altura humana, parecía simplemente un hombre con un disfraz muy original de día de brujas. Una garra excepcionalmente larga se apoyó en el interruptor y con un click, el ambiente estuvo listo para su descanso.
Hecha un ovillo, de inmediato quedó dormida.
-Buenos días –fue lo primero que dijo al entrar en la sala en la mañana cuando se encontró con el habitual cuarteto de ancianas, reunido a mitad de su desayuno. Su saludo fue respondido con solitarios y amargos "buenos días", aunque realidad sonaban muy lejos de desearlo.
-¿Cómo te sientes? –preguntó Keiko cuando su hijo apareció en la cocina, arrastrando los pies y masajeándose la nuca. –Es muy temprano. Pensé que te levantarías más tarde.
-Creo que dormí lo suficiente –garantizó Yoh con una sonrisa afectada mientras tomaba una taza de un estante. Un simple té bastaría para que no desfalleciera en ese momento, y tal vez era todo lo que su estómago podría soportar en esos momentos.
El cuerpo aun le molestaba, como si le hubieran arrancado toda la piel y colocado una nueva a la que tardaría adaptar a su forma. Era solo una sensación, nada que fuera imposible de lidiar mientras iba de un lado a otro de la casa y comenzaba el trajín matinal, pero de todas formas estaba muy lejos de sentirse normal.
Y era el tercer día que esa incomodidad persistía. Coincidía perfectamente con el día en que las viejas itakos lo habían sometido a la "limpieza", después de su última visita a la casa de aquella chica. Y no tenía duda de que ése ritual había desencadenado todo. Desde que había entrado a la habitación del ritual había tenido un mal presentimiento; nada de campanitas tintineantes ni humo aromático como la vez con Keiko, solo un semicírculo de miradas frías que desaparecieron en trance y susurraron un coro de oraciones ahogándolo hasta la indisposición.
-El ritual fue un éxito. No te preocupes, los efectos desaparecerán en unas horas –le aclaró despreocupada Shizu-san cuando lo vio gatear hasta la puerta, tratando de huir con las fuerzas que le quedaban.
-Podríamos haber usado agua –escuchó opinar a otra mujer justo cuando casi abandonaba la habitación. Yoh no se contuvo en mirarla frívolamente dentro de su agonía, recordando las numerosas veces que había visto a su abuelo purificarse bajo el agua de cascada, mucho tiempo atrás.
Pero ya era muy tarde para un baño. Vomitó en la nieve sucia, en un rincón abandonado del jardín, lejos de las viejas. Tuvo suerte de llegar al futon antes de desmayarse, y que su largo sueño casi ininterrumpido de dos días solo haya sido percibido por su madre como un signo de cansancio extremo. Por supuesto que las itakos no se molestaron en brindarle ninguna explicación a la hija de Kino. La consigna desde el principio había sido mantener en secreto todo el asunto.
Yoh no tuvo tiempo de cuestionarse el porqué de la decisión de las ancianas porque cuando despertó y se sintió levemente lúcido, tuvo que lidiar con el sabor amargo de ciertas pesadillas que volvieron a él.
Estando inconsciente había soñado con Tokio. Era extraño haber olvidado momentáneamente la metrópoli, todo le parecía tan lejano como si se hubiera tratado de una vida pasada, o como si mirara a través de una cámara la película de aquel chico extraño e insignificante en un mundo que a pesar de ser tan grande no tenía lugar para él.
Pero ahora recapacitaba, ¿qué haría luego de sus "vacaciones" en Aomori? ¿Regresaría a Tokio para seguir con su rutina? Ni siquiera había avisado a su jefe sobre su ausencia y ya habían pasado varios días desde su llegada al norte. Ya podía considerarse desempleado.
Pero si lo pensaba dos veces, no le importaba. Era fácil abandonar algo que nunca había tenido valor y, de todas formas, ya había estado dispuesto a renunciar cuando tuvo el frasco de píldoras en su mano. Preocuparse era absurdo.
Solo una cosa le molestaba, y era el silencio de Keiko. Ni una sola pregunta sobre su trabajo en la tienda o vida personal. No se quejaba precisamente, pero no podía evitar pensar que la falta de interés de su madre no le sentaba a su usual personalidad sobreprotectora. Debía haber un buen motivo para que ella se rehusara a investigar todos los aspectos de su vida de la manera que solía hacer. De seguro era el trabajo de llevar una casa con invitados, sumado al estado de su abuela.
Miró a la sonriente Keiko rápidamente. No podía sentir rencor hacia su madre por suponer que todo estaba bien con él, en realidad, era mejor así, prefería mantener Tokio sellado. Era mejor pretender que nada alteraba sus vidas y que podían preparar el desayuno en paz, tarareando una vieja canción de la radio y endulzando el café sin contar las cucharadas. Más tarde, ella le pediría los favores diarios mientras atendía a las huéspedes, e Yoh estaría satisfecho con eso.
Asear, comprar, ordenar, eran un buen método para apagar su mente.
Necesitaba estar ocupado.
-No tendrás que hacer tareas de la casa hoy, lo prometo –dijo de pronto Keiko, contradiciendo sus pensamientos. –Pero tengo un deber para ti. Esta vez es especial.
Yoh no entendió hasta que ella le tendió una bandeja con una ración completa recién preparada y lista para entregar.
La puerta de la habitación de su abuela estaba abierta, y una agradable luz blanca cubría todas las superficies. Se sintió entrando al paraíso cuando puso un pie dentro de la cámara luminosa, y apenas lo hizo, la silueta sentada en la cama habló;
-Tantos días que te alojas en mi casa y recién vienes a verme hoy.
No había una nota de enojo ni de reproche, solo un relajado sarcasmo que invitó a Yoh a avanzar hasta el lecho, sonriendo por el inusual saludo.
-Estuve ocupado –se disculpó, depositando la bandeja a un lado de Kino y deteniéndose a verla por primera vez en años.
Había pasado mucho tiempo. Tal vez su último encuentro había sido un cumpleaños de Mikihisa o en el funeral de su abuelo, no recordaba bien, pero habían pasado al menos ocho años. Las diferencias con la Kino de entonces no eran muchas con la Kino actual, pero sí bastante marcadas; las arrugas se profundizaban y manchas nuevas color café moteaban la piel del rostro y cuello. La mujer fuerte y activa de antaño estaba recluida en la cama, encorvada y pequeña. Se había soltado el cabello y el manto platinado le rozaba despreocupadamente los hombros.
-¿Cómo estás? –preguntó ella, apenas girando la cabeza en su dirección. Yoh se sobresaltó por escuchar en sus labios la pregunta que él quería formular. –Keiko me dijo que en dos días apenas si te levantaste y no probabas bocado.
-Estoy bien ahora, creo que tantos deberes me cansaron un poco –mintió él con soltura, incluso atreviéndose a reír para disipar la preocupación de la anciana. Pero el ceño de su abuela se arrugó aún más y exhaló con impaciencia.
-¡Ha! Es gracioso que creas que puedes engañarme así. No puedo salir de esta cama ni hacer nada por mí misma, pero nada sucede en esta casa sin que yo me entere. Hace unos días tu –se detuvo, escogiendo sus palabras –…trajiste algo contigo. Y Keiko se hizo cargo de eso. ¿Verdad?
Era admirable cómo los 92 años de su abuela habían dejado intacta la sagacidad que la distinguía.
-Sí… –confesó cuando estuvo acorralado. Después de todo no tenía sentido intentar ocultárselo.
-Y lo que sucedió hace dos días fue por el mismo motivo –continuó, decidida a demostrarle que la había subestimado. –No estabas cansado ni nada parecido. Estabas contaminado –tajó. –Yo también pude sentirlo.
Incluso dentro de sus cuatro paredes, tenía conocimiento de lo que había sucedido, desde esa extraña esencia que se le había "pegado" accidentalmente dos veces, hasta qué habían hecho su madre y las itakos para deshacerse de ello. Era como si tuviera ojos en toda la casa, solo que en realidad bastaba con sentir la oscura energía que despedía.
-¿Verdad que no puedes negarlo? –preguntó con petulancia cuando su contraparte se hundió en silencio.
-Lo siento. Vine aquí a ayudar, pero creo que no estoy haciendo las cosas bien –soltó con un suspiro. – ¿También te afectó algo de eso...verdad? Mamá y las demás estuvieron muy extrañas, aunque no entiendo por qué exactamente. En realidad ni siquiera sabía que algo así podía ocurrir.
-Tonterías. No es muy agradable de experimentar, y aunque no puede hacer mucho daño, la limpieza es necesaria. Pero lo que hicieron ellas es imperdonable, absurdo –se refería a las demás viejas. –Ese es un ritual muy antiguo, corrosivo hasta para el alma más fuerte, no entiendo por qué lo hicieron. Esas mujeres nunca me agradaron.
Con que corrosivo. Esa debía ser la causa de los pensamientos amargos que había tenido últimamente.
-Haha sí,…son terroríficas.
-Luego les diré alguna palabra o dos. Pero… entre nosotros, ese sentimiento fue casi nostálgico.
-¿Nostálgico?! –Yoh parpadeó. Kino sonreía como si su memoria evocara algo placentero y no un aura demoníaca.
–La conociste ¿no es cierto? A Anna.
-¿Anna? –Ah. Debe ser el nombre de esa chica. Yoh se sintió estúpido por no saberlo a pesar de haberse encontrado con ella dos veces, pero de todas formas no se habría atrevido a preguntárselo. Kino asintió.
-¿Cómo está ella? –preguntó. Él tardó en reaccionar, observando cómo de pronto los ojos neblinosos de la mujer comenzaban a brillar, como dos perlas gigantes.
Yoh procesó la pregunta nuevamente. No podría saberlo porque apenas la conocía, pero hizo un intento por conformar a su abuela.
–Bueno, creo que la conoces bien. Ella es –trató de no pensar en la última vez que los ojos amarillos lo habían desafiado. Es linda, pensó cuando recordó la intensidad de su mirada. –…es fuerte –puntualizó en cambio. –Si no estuviera bien creo que de todas formas no lo demostraría –concluyó, encogiéndose de hombros, sintiéndose como un idiota por la respuesta tan vaga. Pero a su abuela pareció no molestarle.
-Ummh, tienes razón –otra vez la sonrisa nostálgica apareció en los finos labios. –Parece que te causó una fuerte impresión ¿no? –Kino rio. –Ella suele hacer eso, es inevitable.
Era muy curioso de escuchar a su abuela, una mujer siempre prejuiciosa y severa hasta la médula, hablando a favor de alguien.
-Shizu-san le pidió que viniera –Yoh le explicó las circunstancias de su último encuentro. La carta, el mensaje y la tajante respuesta. Kino escuchó con atención y gesto inmutable.
-No las culpo por su intención porque no saben nada de Anna –dijo ella cuando finalizó. –Y como no podía ser de otra forma, ella no vendrá.
-¿Está enojada contigo? –inquirió extrañado. – ¿Por eso se fue de la casa?
-Claro que no. No soporta a la gente, es decir, prefiere mantenerse lejos del pueblo.
-Por esos onis –se aventuró Yoh, creyendo estar en lo correcto. –Puede invocarlos…
-Anna no invoca onis, los crea. Es un poder…, no, una maldición con la que nació.
-¿Una maldición? ¿Ella crea onis sin su voluntad? –Yoh tragó grueso, recordando a los demonios que había visto. Eran demasiados, y demasiado aterradores como para concebir que eran traídos al mundo por ella. –Entonces son tan peligrosos como se ven…
-No es necesario tenerles miedo –su abuela refutó con violencia. –Anna se marchó por precaución, ahora puede controlarlos perfectamente.
¿Ahora?
-Lleva una vida muy solitaria –caviló Kino para sí misma. Sus puños sujetaron fuertemente la sábana blanca que la cubría.
Entonces Yoh se dio cuenta que el lazo maestra-aprendiz estaba formado por algo más que sesiones de entrenamiento; Kino le tenía genuino afecto y le era doloroso ver el destino que los poderes oscuros habían elegido para ella.
-Abuela, ¿le mostraste una foto de mí? –recordó de pronto.
-No tengo fotos tuyas, por lo menos actuales.
-Qué raro, cuando me vio supo quién era –le explicó Yoh, pensando cómo pudo haberlo reconocido. Lo que dijo su abuela después no le fue de mucha ayuda. Parecía algo que decía para ella misma, y la frase quedó suspendida en el aire sin ninguna conexión con la realidad.
-Para ella las palabras no significan nada.
No había hablado de Anna en mucho tiempo y se sorprendió diciendo más de lo necesario. Yoh era su nieto, confiaba en él, pero la privacidad de su antigua alumna también pesaba en ella. Lo mejor sería dejarlo allí.
-No te había visto en años, Yoh. Estoy segura que la última vez fue en el cumpleaños de tu padre, hace ocho años. Tal vez por eso siento que todavía eres un niño.
-Hace ocho años no era un niño –rio él.
-Pero tu simpleza no ha cambiado. Siempre has sido así. Como no puedo verte, es como si hablara con el niño que escuchaba música durante los entrenamientos y perdía el tiempo mirando el cielo. No has cambiado.
Había olvidado que esos eran sus pasatiempos favoritos. Recordó las estrellas y el ritmo de Bob llenándole el pecho. Sonrió encendido por el recuerdo, pero al hacerlo algo salpicó su mano. Tardó en reconocer la pequeña gotita, fría en su piel. Las lágrimas continuaron mojándole el rostro y la ropa, sin poder controlarlas.
-Veré si mamá necesita algo –le dijo, poniéndose de pie instintivamente, sin poder explicarse el origen de las lágrimas. Las secó con su manga, desesperado, pero aliviado de que su abuela no pudiera verlas. Entonces notó por primera vez junto a la bandeja del desayuno, otra ración de comida, probablemente la cena, intacta.
–Como dijiste, ella es fuerte, pero su fortaleza tiene un límite. Y Anna tiene casi veintidós años.
La miró al escuchar su voz distante, nuevamente hablando para nadie en especial. Le pareció extremadamente vieja. Con un mejor vistazo, se fijó en el cabello reducido a unos pocos mechones y la piel de una sequedad cadavérica. Se veía como…
Como si murieras por dentro.
Anna Kyouyama se importunó en su pensamiento. Pero por más que su voz resonara en su cabeza una y otra vez, no podía entender lo que le había dicho, y nadie le respondía con claridad, ni las itakos, ni su madre, ni Anna misma. Sólo su abuela parecía más dispuesta a dar explicaciones. La trajo de vuelta de su abstracción pasajera cuando le hizo la pregunta que lo había atormentado por días.
-¿Qué provocan los onis? –Ella le contestó cerrando los párpados.
-Es…-pensó- es difícil respirar bajo tanta pena.
Eso no era nada nuevo para él.
Entonces finalmente descubría lo que todo el mundo sabía y le ocultaban con tanto recelo. Estaba aliviado de no sentirse tan extraño en ese mundo de espíritus, onis, itakos aterradoras y rituales… pero contrariado porque su decaimiento constante le había otorgado un nuevo "superpoder" contra-onis.
Meditó las palabras de Kino hasta mucho después, cuando estuvo en su habitación, tendido en su cama. ¿Cómo alguien podía crear demonios? ¿Cómo emergen de uno mismo? ¿Cómo se vive en destierro con ese sentimiento? Solo podía imaginar la soledad...
Se irguió rápidamente, jadeando. ¿Pensaba en ella, o era en él mismo?
Tantos pensamientos pasaban por su cabeza, que ya comenzaba a dolerle. Necesitaba distraerse.
Keiko no estaba muy convencida de dejar salir a su hijo cuando apenas se recuperaba, pero no pudo ganar contra la insistencia de Yoh.
-Espera –lo alcanzó a la salida, mientras el castaño se colocaba decididamente las botas de nieve. – ¿Tienes suficiente abrigo? Lleva esta bufanda –y enrolló una rojo oscuro en torno a su cuello. –No tardes.
-No te preocupes, ya estoy bien, de verdad.
Se sorprendió al encontrar el centro del pueblo más animado de lo normal y en su camino a la tienda, desvió la atención al movimiento de la calle principal. El lugar de los autos y transportes era ocupado por un mar de personas que ubicaban varios puestos sobre el asfalto. Parecía que todo el pueblo se había reunido para preparar el inminente inicio de un festival, nunca había visto tanta gente junta en un solo lugar, ni siquiera sabía que el pueblo tendría tantos habitantes.
Dejó atrás a los lugareños instalando sus luces de colores y hornos portátiles e ingresó a un almacén cercano al bullicio.
La lista en sus manos no era muy extensa. Keiko había anotado los cinco ingredientes precisos que necesitaba para la cena y nada más, culpable por no cumplir lo que había dicho anteriormente ese día y sólo porque Yoh le había insistido que podía hacer el encargo de todas formas.
La tienda estaba prácticamente vacía y en un corto recorrido entre las góndolas ya había encontrado cuatro víveres. El ingrediente faltante era harina. Rodeó un estante, divisando de inmediato los paquetes blancos que buscaba, pero…
En ese punto había alguien más, y se detuvo a tiempo, ocultándose antes que la figura de saco oscuro se diera vuelta y lograra verlo.
Ikeda. Creyó recordar correctamente el apellido del sujeto. La última persona que esperaba volver a ver jamás en su vida o mucho menos encontrar en una tienda. Retrocedió rehaciendo sus pasos preguntándose cómo podría pasar desapercibido en ese lugar cerrado y tan pequeño. Podía ser que estuviera siendo precavido en vano, pero era obvio que no le había caído especialmente bien al hombre, y a eso debía sumarle su naturaleza violenta. De todas formas, sería mejor si lo evitara.
-¿Disculpe, sabe dónde puedo encontrar la mantequilla? –una señora había aparecido junto a él, hablando bastante fuerte y poniéndolo más nervioso de lo que ya estaba. Tuvo que negar con la cabeza a pesar de saber la respuesta. Si pronunciaba palabra estaba seguro que el empresario del otro lado reconocería su voz.
Antes de que pudiera pensar su escape rápido, la figura sombría de Ikeda reapareció, caminando con firmeza frente a los ojos del castaño. Su perfil estaba endurecido, y tan concentrado en la salida que apenas notó la presencia de la mujer y de Yoh a su lado. Desapareció cuando las puertas se cerraron automáticamente tras él.
-Perdón, recordé que es por ahí –le indicó a la señora cuando se creyó a salvo.
-Muchas gracias.
-No es nada…–respondió Yoh, pero su mente estaba en otra parte. Era extraño. Ikeda parecía esa clase de persona que cuida mucho su apariencia, y ahora su aspecto era bastante desprolijo.
Pero no era algo que debiera ocupar mucho su interés. Siguió su camino y finalmente tomó un paquete de harina, al mismo tiempo sin evitar pensar que las manos del hombre iban vacías al salir de la tienda.
Esperaba no tener que cruzárselo de nuevo. Ahora que lo pensaba, ese sujeto tenía acento de Tokio, lo conocía bien. Si había entendido correctamente, sus asuntos con Kyouyama-san ya habían terminado, entonces ¿por qué seguía en Aomori? Era pueblo pequeño y aburrido, incompatible al perfil de alguien que viste traje todo el tiempo. Pero no era un misterio a desenmarañar ni su asunto en absoluto. Solo eran detalles que no podía evitar notar.
Pagó por su compra y retomó en camino a su casa, dejando atrás el trajín de la calle. En Tokio esa clase de festivales era muy común, pero no era agradable ir solo, de manera que siempre pasaba.
La gran ciudad no lo esperaba. Tenía un jugoso porcentaje de adolescentes deprimidos, no habría diferencia si él decidía no volver, y tal vez no lo haría. ¿Qué tenía de malo en tomarse un tiempo, vivir de esa forma? La casa de su abuela era diez veces su departamento y no se sentía aprisionado. El pueblo afable, las noches silenciosas. Prefería el frío, porque había sido testigo de los crueles veranos tokioenses. Era una relajada y buena vida, y ya que viviría, definitivamente quería eso.
Su fantasía se interrumpió cuando llegó a la casa. Keiko estaba en la acera, colgando un cartel justo al lado del viejo letrero original de la pensión.
-¿"No hay lugar"? –le preguntó confundido por el mensaje del cartel nuevo. –Pensé que ya no funcionaba como alojamiento. ¿Esperábamos más gente?
-No, definitivamente no iba a recibir a nadie más. Es que hace un momento un carro se detuvo justo aquí, de seguro un turista buscando dónde alojarse, estamos en temporada alta después de todo. Pero no me dio tiempo de advertirle porque en un instante ya se había ido –explicó ella mientras ajustaba la cuerda.
Pensión Asakura, leyó Yoh, como si fuera la primera vez.
-Mamá, ¿cómo era el carro? –mientras esperaba la respuesta, se acercó a ayudarla al ver cómo luchaba contra un tornillo atascado.
-Oscuro. Muy lujoso…–agregó. –Una pena, el dinero siempre viene bien.
Un malestar crecía en su estómago.
-¿Y hacia dónde fue? –indagó una vez más.
-Creo que hacia el oeste. No pienses en ir a buscarlo, de todas formas el lugar no está en condiciones y ya tenemos suficiente con las inquilinas. Espera, voy por las herramientas –resolvió dándose por vencida.
El tiempo que tardó en decidir echar a correr fue menor al tiempo que tardó Keiko en entrar a la casa. Porque las casualidades no existen, y esa persona no estaba en el pueblo por el festival, ni los paisajes agrestes, ni los templos antiguos. Su presentimiento había sido por una razón, la revancha de la que Yoh se había librado se la llevaría alguien más, y estaba seguro quien sería.
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Intenté que fuera un capítulo corto, pero es una historia larga. Todo tendrá sentido después.
Para acotar: me es más cómodo usar el sufijo –san. A partir de ahora usare ese.
Espero que hayan tenido una linda lectura~~ El próximo capítulo no tardará tanto. Reviews! : D
